Capítulo 5. El brillo del filo
-¿No habías barrido por la mañana?
Kino se había acercado hasta el patio delantero, intrigada por el rasguido de la escoba contra el camino de piedras.
-Está repleto de hojas otra vez –le explicó Anna, mientras acumulaba las hojas anaranjadas en un montículo a sus pies.
Con un suspiro pesado, Kino se manifestó incontenta. Anna nunca dejaba de hacer los quehaceres. Cuando no estaba cocinando, la oía fregar, y cuando no, rondaba por la casa controlando que todo estuviera en orden. A pesar de que no la obligaba en absoluto, era demasiado exigente consigo misma y con la casa que estaba prácticamente bajo su guardia, debido a la incapacidad de Kino.
Y el motivo frecuente de discusión era que usaba su tiempo para los quehaceres en lugar de estudiar el material escolar, ya que sus lecciones corrían por su cuenta.
-Deja la entrada como está. No esperamos a nadie de todas formas –opinó, dando media vuelta para que la siguiera a la calidez de la sala. La música lejana proveniente de la radio decoraba la tranquila tarde otoñal, y la voz de una mujer acompañada por un shamisen componía una bonita melodía.
-En realidad, sí – Anna dejó de barrer para hacerse escuchar antes de que la abuela desapareciera en el interior de la casa. –Es primero de mes, el repartidor de víveres nos tiene en su agenda – le recordó.
Las cejas de Kino se arquearon con sorpresa por encima de sus anteojos oscuros. Lo había olvidado, incluso a pesar de que todos los meses era igual. Entonces finalmente asintió, y resignada, dejó que Anna continuara su tarea. Después de todo, estaba segura que no la haría cambiar de parecer.
Pero definitivamente era una bueno tenerla cerca, desde que olvidarse detalles como ese se había convertido en algo de casi todos los días. Cosas de la edad; la misma razón por la cual debían contratar un servicio para que tuvieran todo lo necesario para vivir sin salir de la casa. Anna tenía su motivo especial, y Kino su ceguera y movilidad reducida. Pero la vejez no era tan mala siempre que su aprendiz estuviera cerca.
Anna era como una hija, o una nieta. Familia en fin, después de todo ya llevaba su mismo apellido.
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Aomori, año 2000
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El hombre le tendió la lista de las compras. Tras un vistazo rápido Anna comprobó que no faltara nada y pagó con el monto justo, sin deseos de demorar un segundo más al repartidor.
Sabía que el hombre le tenía miedo. Él pensaba que el cabello que caía sobre sus ojos le daba un aspecto sombrío, y su aire taciturno le incomodaba bastante. Pero no era por lo poco conversadora o falta de carisma, había algo en ella que le daba mala espina. Además era una chica muy joven, ¿por qué nunca la veía en el pueblo?
-Firme aquí –le pidió disimulando penosamente su nerviosismo. Anna garabateó su nombre y su apellido adoptivo. Después de verificar los productos una última vez, se despidió, y ella lo observó marcharse con cierta prisa, sin importarle que ella, con una complexión física tan pobre, tuviera que llevar todas las cajas dentro de la casa. Anna supuso que eso necesitaría una paga extra para la siguiente ocasión, pero tal vez ni aun así conseguiría que lo hiciera.
Arrastró las cajas hasta el salón. Estaba secándose el sudor de la frente, tratando de abrir una de ellas, cuando Kino se asomó.
-Esas píldoras nuevas deben estar por ahí –dijo, con su mano libre sujetándose la espalda. -¿Puedes darme una ahora?
Anna se detuvo en seco.
-Kino-san…No he pedido ningún medicamento –y rememoró la lista rápidamente, para asegurarse. –Además, ¿de qué píldoras habla?
-El doctor me dijo que las tome…
Su vaga respuesta la alertó. Kino estaba olvidando de nuevo, o lo que era igual, recordando cosas que habían pasado hace más de lo que pensaba.
Efectivamente, tras una búsqueda rápida encontró un papel en su habitación. La prescripción médica de un calmante con fecha de hacía más un mes. Recordó de pronto aquella visita al doctor que Kino había hecho por su cuenta, llevada por un dolor insoportable en su espalda. El pedido no había caducado, observó con alivio.
-Iré a comprarlo –le informó, mientras se calzaba un par de botas cortas.
-Claro que no, déjalo –ordenó Kino. No podía estar en totalmente en su juicio, pero sabía que lo que Anna intentaba hacer era peligroso. –Llamaré de nuevo al muchacho.
-No, yo iré –repitió ella con insistencia. –Él no querrá volver. No le gusta venir aquí, y dos veces en el mismo día serían demasiado –agregó con amargura.
Anna dejó a Kino a punto de protestar nuevamente y tomó su monedero y un abrigo dispuesta a no escucharla. La abuela estaba desesperada por detenerla, pero Anna no permitiría que Kino sufriera sin haber intentado buscar el calmante.
-Regresaré enseguida –anunció, pero su voz no sonó con la seguridad que hubiera deseado, y cuando estuvo a un paso de la calle, instintivamente tragó saliva. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había salido al pueblo. Meses. Y sus poderes no habían mostrado mejoría.
¿Valdría la pena probar otra vez?
Kino la llamó una vez más, pero ella ya había cerrado la puerta.
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Este será un día particularmente difícil, fue lo que pensó Anna al abrir los ojos. Lo supo cuando su encuentro con la luz del sol fue doloroso desde el primer instante. De alguna forma se sentía como un recién nacido; la luz lastimaba, tenía sed y estaba perdida en el tiempo. ¿Cuántos días habían pasado? No se sorprendería si hubieran sido al menos dos, o tres. Ya le había ocurrido antes.
Gruñó haciendo un esfuerzo para levantarse. No lo habría hecho de no ser necesario, pero la garganta le exigía un buen vaso de agua y la cabeza una de las pastillas más potentes, de modo que hizo su camino -bastante erráticamente- hasta la cocina, sin poder evitar la necesidad de sostenerse de cada pared o puerta que pasara a su lado.
Vació tres vasos grandes ansiosamente, y suspiró cuando llegó al final del cuarto. Si, habían sido dos días, pudo deducirlo por cuan sedienta estaba. Y cuando la píldora llegó a su estómago tuvo que admitir que ya había hecho todo lo que podía hacer en el día. Solo debía regresar a la cama a esperar que la pastilla hiciera su magia, y que su cuerpo se recobrara. Necesitaría un día más, tal vez dos…
Estaba a un paso de entrar a su habitación cuando oyó la puerta de entrada susurrar suavemente, abriéndose, y podía estar en una fase lamentable, pero sabía que no se lo había imaginado. Entonces crujió de nuevo, esta vez dándole aviso que se había cerrado con la misma lentitud.
No volteó a ver quién había entrado tan insolentemente a su casa, porque conocía muy bien esa presencia.
El intruso la saludó con cortesía cuando la encontró justo frente a él. Ni aun así Anna levantó la mirada, ni dio signos de haberlo escuchado. Su mente estaba en blanco, lo único que podía pensar era que no podía ocurrir nada bueno con esa persona bajo su techo.
-Quise dar un paseo, pensé que sería una buena idea visitarte –dijo Ikeda, mirando el amoblado con falso interés, como si fuera la primera vez que entraba a la casa. Sin dudas estaba ebrio; la forma de deslizar las palabras lo delataba.
Intentando con todas sus fuerzas mantener sus pies estables en el suelo, su rabia aumentaba. Ella se llevaba su porción de culpa por no poner el cerrojo en la puerta. Pero nunca lo había considerado necesario porque nadie del pueblo entraría a una casa a la que ni quiere acercarse.
Excepto por esta persona, que ignoraba los rumores de los habitantes. Y justo aparecía cuando se encontraba en su peor momento.
-Esta vez estoy solo. El viejo ha regresado a Tokio, pero yo quería descansar un poco más –habló. Por el rabillo de ojo vio que ocultaba las manos en los bolsillos, y la miraba desde la distancia, esperando una reacción.
Reuniendo entereza y haciendo a un lado el vértigo, finalmente volteó a verlo. No se sorprendió cuando lo encontró vestido prácticamente de vagabundo, por decirlo así. A pesar de que llevaba su traje más formal, estaba arrugado y bastante sucio.
-Necesito que te retires –exigió con voz rasposa, pronunciando palabras por primera vez en días. Carraspeó disimuladamente. –Sabes que no trabajaré por unas semanas, se los dije a ambos en la última reunión. Y tampoco soy amiga de las visitas inesperadas.
-Vamos, Anna. –el sonido de su nombre tan informal le molestó. –Deberíamos conocernos más ¿sabes? Te visito hace tiempo, pero a la vez no sé nada de ti. Es bastante tonto ¿no lo crees?
-En absoluto. Trabajo para tu jefe.
-¡Yo también! –dijo, y explotó en una carcajada. –Tenemos algo en común.
Anna no dejó su dedicarle una miranda enfurecida, rogando en su interior que diera media vuelta y se marchara. Pero parte de ella sabía que no sería así, y que la cruda realidad era que estaba indefensa. Su primer intento por hacer que la dejara en paz había sido infructuoso, y sabía que con los siguientes no tendría demasiado éxito. Eso la ponía en una situación complicada. Podría defenderse con ayuda de un oni pero…
-El viejo me dijo una vez que eras una itako especial, que eras muy buena en la adivinación. Tenía razón, nuestra empresa creció mucho desde que te consultamos. De verdad tienes talento. Pero, si estoy en lo correcto, nunca te he visto salir…La única relación humana que tienes con tus clientes, ¿verdad?
Pensó un momento antes de responder, tal vez quedaría satisfecho con un simple cuestionario. Estaba borracho después de todo.
-Así es.
-¿Entonces no tienes amigos?
-No preciso.
-Pero, ¿no te sientes sola? –entonces dio un paso hacia ella.
Anna respondió retrocediendo, su mente activándose de inmediato. Por alguna razón Ikeda repasaba en su mente una y otra vez lo lejos que estaba la casa del poblado.
Analizó la posibilidad de alcanzar un cuchillo, todavía estaba cerca de la cocina, pero no estaba segura de cuan rápida podía ser, si apenas podía mantenerse en pie.
Se preguntaba por cuánto más respondería sus preguntas, cuando en un instante se encontró acorralada contra la pared, literalmente. No pudo ver el momento en que él había acortado la distancia hasta ella y ahora sus cuerpos estaban prácticamente pegados y sus brazos ambos lados de su cabeza la mantenían prisionera. El brusco cambio de posición y el aroma a alcohol fueron suficientes para aturdirla.
-¿No te sientes sola? –repitió, mirándola a los ojos. De pronto sus intenciones se aclararon. Una simple conversación no era lo que buscaba.
Y era venenoso. No importaba si solo se trataba de una persona, sus pensamientos la lastimaban tanto como si fuera una multitud. Estaba demasiado sensible; leer su mente era como tomar cianuro estando agonizando. Su voz se distorsionaba en su cabeza, maquinando su plan.
-¿Es por alguna clase de fobia? –preguntó, ajeno a lo que le estaba causando a Anna. Perdía de a poco el conocimiento, ahogada en su oscuridad.
-No puedo salir,…–murmuró, tratando de no desvanecerse. No podía sentir las piernas. Si no escapaba, un nuevo oni nacería de un momento a otro.
-El viejo me ha despedido –declaró él. –"Puedo prescindir de ti", dijo. Fue por aquel chico patético, él insiste que fui demasiado duro, cuando yo sólo hacía mi trabajo.
Claro que ella lo sabía desde el momento en que él había entrado, porque no dejaba de pensar en su despido. Y sin su trabajo y con una reputación violenta, ya no había nada que perder, por eso había ido a buscarla.
Hizo un último esfuerzo para zafarse, pero cuando alargó sus brazos para hacer distancia, perdió el equilibrio. La habitación hizo un horrible giro bajo sus pies, y hubiera caído al suelo de no ser por el propio cuerpo del hombre sujetándola.
-Hey, ¿qué te sucede? –preguntó desconcertado. Con solo mirarla no había notado lo débil que estaba…pero al menos eso haría las cosas más fáciles para él.
Justo cuando él acercaba su rostro, Anna volteó su cabeza a un lado, sin dejar de darle mentalmente fuerzas a sus piernas para que le respondieran y así poder huir. Su única salida y definitivamente su última opción.
Pero al momento siguiente, la puerta crujió por segunda vez en el día.
Yoh jadeaba en la entrada, tratando de recuperar el aire perdido en la carrera. El dolor en su pecho se acrecentaba con cada inspiración, pero la escena frente a él hizo que lo olvidara rápidamente.
No había sido oportuno por irrumpir en un momento así, desde que había visto al hombre en la tienda tenía un mal presentimiento, y terminó de confirmarlo cuando vio las manos de Anna crispadas y blancas, sobre la pared y la postura dominante de Ikeda casi tapando por completo el resto de su cuerpo.
Sintió la boca seca de la impresión y del asco.
¿Asakura?! Se sorprendió Anna, quien no podía ver a la nueva visita, pero podía escuchar sus pensamientos, caóticos y desesperados.
Ambos hombres se miraron pasmados y en silencio. Entonces de dos zancadas, Yoh estuvo frente a Ikeda y de un puñetazo, sobre él, en el suelo. Anna, liberada, cayó sentada frente al par.
Se dio cuenta que había actuado sin pensar cuando estuvo tan cerca a Ikeda que pudo oler el alcohol que llevaba encima, y entró en pánico cuando no pudo propinarle un segundo golpe porque simplemente no sabía cómo hacerlo; se había dejado llevar al dar el primero y solo tuvo suerte al abatirlo. Nunca había peleado con alguien ni estaba seguro de cómo hacerlo.
El sujeto, sin embargo, aprovechó ese momento de duda, y de un empujón, se lo quitó de encima. Yoh fue a parar a una buena distancia, volteando la mesa en su estrepitoso rodar por el suelo de la salita.
El ex - empresario se recompuso, y ya de pie, metió una mano en el bolsillo de su saco, extrayendo con decisión una navaja.
Yoh, aún en el suelo, miró el arma con desaliento. Pensó que atacaría a Anna quien estaba justo detrás de él, pero al parecer había cambiado momentáneamente de objetivo. Aún estaba furioso con Yoh, quien no tenía idea, pero era prácticamente la causa por la que lo habían despedido. Así que se lanzó sobre él, blandiendo su arma.
Desesperado por esquivarlo, el castaño le arrojó con torpeza un almohadón a la cara y se situó junto a Anna.
-¿No puedes llamar a los onis?! – le gritó, sin apartar la vista del acero que amenazaba acercarse de nuevo.
La pregunta la sorprendió en un primer momento. Yoh no descartaba utilizar como primera opción a la mayor ventaja que tenían al alcance de la mano. Estaba siendo lógico y no lo culpaba, pero negó con la cabeza para decepción de él.
-¿De qué están hablando ustedes dos? –Ikeda preguntó irritándose cada vez más.
Anna leyó sus intenciones, estupefacta. Estaba dispuesto a herir mortalmente a Yoh. Miró con el terror en sus ojos al Asakura tratando de advertirle con la mirada, pero él ya se había puesto en guardia y miraba a su alrededor en busca de algo que pudiera ayudarlo antes de que el hombre decidiera embestirse contra ellos nuevamente.
Fue cuando vio en la pared un adorno que no había visto antes. Una solitaria katana, enfundada en su vaina de madera oscura, sobre un estante. Dio un salto para tomarla sin dudarlo.
-¿Una katana? –su oponente rio con sorna. –No te ofendas pero no pareces la clase de persona que sabe manejar una espada.
-No lo sé –Yoh admitió con soltura, lo que provocó una nueva carcajada de Ikeda y que Anna se tensara aún más.
-¿Entonces crees que por tener una te pone en ventaja? – mientras se acomodaba los lentes en el puente de la nariz, preparándose. –No puedes hacer mucho si de todas formas no tienes la habilidad. Pero veamos cómo te manejas, si te crees con tanta suerte.
Yoh examinó su nueva adquisición, acomodando sus manos en la extensa empuñadura. Se sentía un poco torpe, pero al menos no estaba desprotegido.
Anna ya no podía controlar el temblor, sin dejar de contemplar la escena. Sería mucho más fácil si un oni se hacía cargo. Sería mucho más rápido. Sería menos peligroso para el nieto de Kino. Pero si perdía el control allí mismo,…
El hombre corrió hacia el joven, que lo esquivó nuevamente. Y dos, y tres veces más; hacían un baile improvisado sin fin y sin sentido. El aire se cortaba continuamente pero las hojas no rozaban más que eso. Yoh se concentraba en predecir sus movimientos para evitar la cuchilla, y por suerte no era tan difícil por su estado de ebriedad.
-¿Qué planeas exactamente? Si no estás dispuesto a herirme no ganarás –protestó el hombre.
Tenía razón, pensó Anna, inmersa en cómo podía concluir la situación sin que fuera una masacre. Sorteándolo continuamente la situación no se arreglaría. Pero Anna vio cómo no estaba en los planes de Yoh manchar esa katana.
Tiene que haber una manera.
Eso era lo que pensaba. Sus ojos no se apartaban del rostro sudoroso y pálido del hombre, pero no dejaba de pensar en las posibilidades que tenía. Por empezar, no era bueno peleando y sabía que no ganaría ese duelo. Lo que quedaba era; tomar a Anna, huir. Abatirlo de un golpe. Dialogar, tal vez. Mientras fingía que tenía la mente en el enfrentamiento, le daba tiempo para pensar, y le daba a Ikeda lo que él quería.
El hombre reía, confiado y divertido, pero tal y como tramaba Yoh, al menos se había olvidado de Anna, incluso estando a un par de pasos de ella. El plan de Yoh marchaba, pero no era tan ágil, y después de tantas vueltas se lo veía agitado. Si no hacía algo, no tardaría en ser el primero en derramar sangre.
-¡Irá por la izquierda! –gritó Anna incluso antes que Ikeda amagara su movimiento. Al menos si estaba pendiente de sus pensamientos podría evitar que la situación terminara mal.
Su advertencia salvó a Yoh por un pelo, y apenas alcanzó a arrojarse hacia el lado opuesto. Pero inesperadamente, su oponente no pudo detener su velocidad y siguió camino directo hacia la pared de madera, donde la navaja se clavó profundamente.
Si le hubiera dado a él, estaría más muerto que vivo, pensó Yoh tragando saliva.
Sabiendo que dependía de su navaja Ikeda no se movió del lugar, y forcejeaba para arrancarla del sitio, a conciencia que Yoh lo observaba sin aprovecharse de su desventaja. Sin embargo desistió tras un par de minutos, y con la cara sudorosa y extenuada, volteó al castaño, con un puño en su mano derecha.
Yoh no tuvo dificultad para esquivar el puñetazo que se dirigió a él prácticamente en cámara lenta, y el ebrio como ebrio que estaba, conoció la superficie del suelo de lleno con su rostro.
Aun luchando contra su falta de estabilidad, giró sobre su cuerpo y se recostó sobre su espalda, sin poder moverse. Solo entonces Yoh adoptó su posición inicial, y colocó sus pies a ambos lados del torso enfundado en la sucia camisa.
Giró levemente la hoja de la katana en sus manos, y el brillo del filo se reflejó en sus ojos por un segundo. Anna reconoció en Asakura una mirada que no había visto antes en él; un profundo enfado. Yoh estaba recordando el crimen que casi comete Ikeda, y apretando los dientes suspendió sin piedad la katana sobre la cabeza del hombre.
Ikeda estaba al borde del colapso y congelado en terror creyendo estar viviendo sus últimos momentos, pero un par de segundos después sintió la hoja rozar su oreja, mientras Yoh la enterraba con firmeza en la esterilla, atravesando por completo el suelo que pisaban.
Tardó un momento en recuperarse, impresionado por el gesto y por la katana que le había cortado algunos cabellos. Cuando Yoh se retiró hacia un costado, ya se había decidido el final de la pelea.
-Pierdo mi tiempo con ustedes –farfulló, poniéndose de pie, pero temblando visiblemente. –Y por mí, muérete de hambre, itako –maldijo antes de salir por la puerta tan rápido como el mareo le permitía.
Solo después de asegurarse de cerrar la puerta, Yoh se desplomó en el brazo del sillón. Su corazón latía con fuerza, y todavía respiraba con irregularidad. Se llevó la mano al pecho tratando de calmarse a sí mismo.
Levantó la mirada hacia Anna, pero no se había movido un milímetro de su sitio. Permanecía sentada, con las piernas encogidas. No podría saber en qué estaba pensando, o cual era su expresión en ese momento; el cabello un poco alborotado protegía su rostro de la mirada intrigada de Yoh.
-¿Estás bien? –preguntó con timidez. Ella asintió, pero parecía que no estaba allí.
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-¿Anna?...¿Tan pronto compraste el remedio? –oyó a Kino alzando la voz llamándola, cuando ella entraba a la casa.
-¿Anna? –preguntó nuevamente, cuando ella no respondió.
Se detuvo en la puerta de su recámara, con una mano sosteniéndose del marco y la otra clavando las yemas en su cráneo. La abuela apareció a su lado y Anna podía sentir lo aterrorizada que estaba, presintiendo a su vez que algo malo había pasado. Debía decirle. Debía saber.
-Perdí el control… –susurró, tratando de ignorar el dolor en su cabeza desgarrándola desde adentro. Kino no dijo una palabra, pero perdió el aliento, súbitamente entendiendo todo. Los ojos ocultos por sus lentes se abrieron con pánico.
-¿Viste si…?
Anna sacudió la cabeza, negando.
-…huí antes, pero – visualizó nuevamente el escaparate explotando y ambos cuerpos en el aire. Con el desmayo a flor de piel, se deslizó lentamente hasta el suelo. – Pero están muertos, lo sé –concluyó con un llanto. La abuela la tomó firmemente de los hombros, arrojando su bastón a un lado.
-Escúchame, Anna. Nadie lo sabrá nunca. Estás a salvo aquí.
Kino se encargaba de protegerla cuando nadie más lo hacía, y seguía confiando en que un día el reishi simplemente desaparecería y podrían vivir sus vidas tranquilas. Pero era una falsa esperanza que la cegaba de la realidad. Nadie debía acercarse. Nadie estaba a salvo de sus poderes, ni siquiera ella misma.
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-Deberías irte –dijo Anna después de varios minutos. Su voz rompiendo el silencio sobresaltó a Yoh. Sonaba inesperadamente serena, o más bien, abstraída. No supo cómo tomar esa tranquilidad, y se puso de pie, algo confundido.
-Pero… –dudó. Aquel sujeto que podría estar fuera en algún lado.
-No volverá –dijo ella tajante. Yoh no supo porqué Anna tenía esa certeza, o cómo había adivinado cuál era su temor. Pero si ella deseaba que se marchara, no podía desobedecerla. Aun así, con cierta indecisión, se dirigió a la salida.
Un momento después, el silencio al que estaba acostumbrada inundó sus oídos. No se movió, absorbiendo lo gratificante que era no escuchar a nadie más que a ella. Solo que ahora sus propios pensamientos la aturdían un poco. Un oscuro episodio de su pasado había decidido brotar en su memoria de la nada, como si se tratase de un mal agüero.
No menos importante que eso, el nieto de Asakura ponía un pie en el pueblo y Anna había estado a punto de morir por eso. Ese chico había logrado involucrarse demasiado en su vida en unos pocos días, como una pieza que hubiera caído justo en su lugar. A Anna le costaba creer en las casualidades, pero también se negaba a creer que la aparición de Asakura era obra del destino.
Un irónico destino.
Pero eran demasiados pensamientos que gastaban su escasa energía. Estaba sola ahora, y eso significaba que podía llamar a sus onis con tranquilidad.
-Llévame a la cama –le pidió al gigante que acudió a su lado. Las piernas no le respondían adecuadamente, y todavía tenía unos días de descanso por delante.
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Hola! Noticias! Sigo viva! Y esta historia también. Bueno…escribir me toma más tiempo de lo que pensaba, y esta historia tiene muchos detalles y agh! voy a terminarla así muero en el intento. Me siento MUY mal por dejarla tantos meses, pero aunque ya tenía este capi armado hace mucho, y fui agregando una catarata de cosas (de 3 hojas pasé a 8)
El estimado de capítulos es de 14. De modo que tengo mucho por hacer todavía.
A los de siempre, gracias por leer.
