Capítulo 6. Llamado de insectos.

-¿Por qué no me despertaste? Son casi las once –Yoh le reprochó a su madre cuando la encontró sentada en el sofá.

Una muy relajada Keiko se llevaba en esos momentos una bebida caliente a los labios, cuando vio aparecer a su hijo, despeinado y asustado por la hora.

Toda su respuesta fue un gesto despreocupado de hombros.

-Como no te habías levantado por tu cuenta, pensé que estarías cansado –aclaró finalmente, después de beber.

-¿Qué? Pero debiste haberme despertado, ¿no necesitas que haga algo? –insistió. –Puedo ir al mercado, o hay que limpiar la…

-Cielos, de verdad te estuve exigiendo mucho estos días –su madre lo miró con un gesto adolorido, pero su expresión cambió tras unos segundos de examinar al joven frente a ella. –Espera, ¿te sientes bien? – y abandonó el sillón para acercarse al castaño.

Yoh retrocedió un poco, nervioso. De pronto ella había descubierto algo en él. Temiendo que haya notado que ese algo sea lo ocurrido en Tokio -que Yoh prefería mantener oculto-, de inmediato trató continuar la casual conversación sobre los asuntos de la pensión.

-Solo pensaba que hay mucho que hacer… y con las inquilinas,…

-No importa eso –lo atajó Keiko. – ¿Qué hay de tus controles? ¿Has ido al médico en Tokio?

De modo que era eso. Era una pregunta que Yoh se estaba esperando desde el momento que había pisado Aomori, pero con el trabajo que daba su abuela enferma, Keiko se había olvidado de hacer. A decir verdad, no se había hecho un chequeo en meses, en parte porque era extenuante y prefería evitarlo y se había vuelto costumbre ignorar los continuos recordatorios de Keiko para que lo hiciera.

Otra vez, tuvo que mentirle y afirmarle que los médicos no habían visto nada malo en él. Pero sus pulmones no le habían dado problemas en mucho tiempo y al menos ésa parte era cierta.

-Ya veo, entonces me alegro que todo esté bien –Keiko volvió a ser la de siempre. –Estás un poco pálido –observó luego, pellizcándole una mejilla con afecto.

-Ouch…–se quejó él llevándose una mano a la mejilla estrujada. –Debe ser el frío.

-No hay mucho que hacer –explicó su madre bebiendo de la taza nuevamente. –Tu abuela sigue durmiendo, y las señoras están escuchando la radio. Estarán un rato más así, de modo que lo que haya que hacer en la casa, puedo ocuparme yo. ¿Por qué no descansas?

No podía negarse dos veces a esa sugerencia. Estaba cansado, más que cualquier otro día, y sin más remedio volvió a su habitación bostezando largamente, recordando que apenas había dormido.

Había pasado la noche teniendo pesadillas. Todavía tenía la imagen de ese niño cubierto de sangre viva en su cabeza. Ese niño que además sostenía una espada, y se encontraba en un lugar cubierto de nieve. ¿Qué clase de sueño era ese? Tuvo la sensación que había tenido esa visión antes. No sentía precisamente miedo, pero era algo inquietante de ver, en especial porque el niño se parecía mucho a él.

Hasta podía sentir la espada firme en su mano. Miró a su diestra, y cerró el puño sujetando un mango invisible. Entonces recordó lo ocurrido el día anterior, y estuvo seguro que esa también era la razón por la cual había tenido una nefasta noche de sueño.

Todavía le costaba creer que lo sucedido en la casa de la joven itako había sido verdad. Había tomado una espada ajena y se había enfrentado a alguien. Era mucho para asimilar.

Definitivamente se recostaría un momento más. Pero cuando estuvo abrigado en la cama y cerró los ojos para dormir, se dio cuenta que simplemente no podía. Algo parecía molestarle. Y a pesar de que se sentía extremadamente cansado, había algo impidiéndole el sueño que necesitaba.

Después de muchos minutos, -cerca de una hora- girando en la cama, se dio cuenta que no tenía sentido seguir intentándolo.

Keiko se sorprendió al verlo de pie nuevamente y vestido para salir. Ella insistió en que necesitaba descanso, pero Yoh logró escapar con la excusa de que tenía deseos de ver la feria.

Al poco se encontró recorriendo la larga hilera de puestos y cocinas ambulantes, y mirando distraídamente la variedad de comidas e incluso juegos para niños que habían instalado en medio de la calle. Había olvidado desayunar, y después deliberar se decidió por probar el takoyaki, usando algunos billetes que tenía en el bolsillo de su abrigo. Luego de apenas el primer bocado, supo que era el takoyaki más delicioso que hubiera comido en toda su vida.

Se sentía mejor con algo en el estómago, pero aun así, con una buena cantidad de gente paseando a su alrededor, los vapores de las cocinas inundando el aire, las conversaciones animadas y las risas de un par de niños, se sintió extraño. El sentimiento de que había algo que estaba olvidando había vuelto.

Y a pesar de que continuara caminando por lo largo de la calle en medio de ese ambiente festivo, no podía librarse de él. Deseó tener sus viejos audífonos para no tener que concentrarse en sus propios pensamientos.

Un pequeño grupo de turistas caminaba en su dirección, y tuvo que hacerse a un lado contra un puesto de repleto de lámparas en forma de animales para no colisionar con ellos. Su madre había mencionado que era temporada alta en Aomori, pero nunca se hubiera imaginado que sería tan popular, tratándose de un pueblo con un clima tan austero.

Pero al parecer sí lo era, y para su mala suerte, el contingente de visitantes se apiñó junto a Yoh para observar las lámparas. El acento de típico de Tokio se hizo oír, preguntando con curiosidad sobre las artesanías. Yoh logró zafarse del enredo de gente, y se apartó respirando con dificultad. Tuvo la certeza que había encontrado el motivo de su extraña inquietud.

El sujeto que había atacado a Anna. Su voz sonaba igual a los turistas de Tokio -gracias a ellos lo había recordado-. Se sorprendió a sí mismo cuando recordó sus palabras. "Yo traigo todo lo que necesita", había dicho en su primer encuentro. Y en la siguiente ocasión; "muérete de hambre", cuando se marchaba de la casa de Anna.

De pronto entendió cuál era su papel. Y si era así, por lo mencionado por madre y su abuela, sabía que Anna no salía de la casa bajo ningún concepto. Entonces, si Ikeda no regresaba -como había amenazado-, ¿qué sucedería con ella ahora?


Tomó aire antes de sumergirse y el agua la cubrió por completo en un tibio y húmedo abrazo. Incluso si debía mantener los ojos fuertemente cerrados y sintiera el agua inundándole los oídos, la sensación era revitalizante. Se quedó pegada al fondo de la tina, como un capullo cerrado, hasta el último segundo en que necesitó respirar.

Jadeó cuando retornó a la superficie, sintiendo el aire fresco golpeando su rostro. Cuando apartó el cabello de sus ojos, notó sus manos agrietadas. Había perdido la noción del tiempo y su baño se había alargado demasiado.

Unos momentos después estuvo vestida con una yukata limpia, y estaba planeando confeccionar algunas prendas para matar el tiempo, cuando escuchó un ruido extraño en el pasillo. Sonaba como una rata, o cualquier cosa que tuviera patas ágiles y que pudieran raspar ligeramente el piso al corretear. Con cierto temor, asomó su cabeza desde la puerta de su habitación, justo cuando algo se acercaba con rapidez hacia su dirección.

Tardó un segundo en reconocer -aliviada- que no era una rata ni mucho menos. La inquieta criatura se detuvo frente a ella, y entonces pudo verla bien. Ambos se contemplaron con curiosidad, Anna y los tres pares de ojos de un oni amarillo pálido y del tamaño de la palma de su mano.

-Eres el nuevo –dedujo Anna, susurrando su descubrimiento. Al parecer no había estado tan equivocada cuando el día anterior había sentido a un nuevo oni a punto de nacer. Era lo más lógico, después de todo había estado expuesta a una mente muy poco agradable. Pero había algo demasiado extraño…

-Eres muy pequeño.

Su observación no fue bienvenida y el demonio gruñó y rasgó el suelo en protesta.

-¡Ey! –Anna lo regañó empujándolo levemente con un pie, sin atreverse a tocar tal cosa tan agresiva y puntiaguda, y el oni escapó ofendido hacia el otro extremo de la casa.

Pasmada, la itako no dejó de observarlo por un largo rato, como si así pudiera obtener las respuestas a sus preguntas. ¿Por qué era tan diferente a los demás? Era del tamaño de una tetera y parecía de juguete. Si se quedaba quieto por algunos segundos, podía confundírselo con un muñeco de acción o un peluche poco convencional.

El problema era que casi nunca lo hacía; corría de un extremo a otro de la pequeña casa, en una maratón solitaria. Si escapaba de su vista un momento podía saber que estaba haciendo alguna desagradable travesura, como escarbando la basura, que rápidamente se convirtió en su pasatiempo favorito.

-Tienes hambre, ¿eh? –lo que le faltaba, hablar sola con onis –Si vas al monte Osore puedes comer todas las almas que desees.

La respuesta fue un gruñido de impotencia.

-Entiendo…Si sales corres peligro que los demás te devoren. A decir verdad, serías una presa bastante fácil.

Aprendió rápidamente que su nuevo acompañante odiaba su encierro tanto como ella. Solo que él lo demostraba de una forma muy activa, y Anna tuvo que poner a resguardo una serie de objetos que estuvieran al alcance del peligroso par de brazos, entre ellos el cubo de la basura. Al menos sólo bastaba una amenaza para mantenerlo bajo control.

Aun así tras unas pocas horas de convivencia, se sentía frustrada y agotada. Se suponía que debía ser un día tranquilo, sus vacaciones apenas habían comenzado, -ya que había decidido tomarse un descanso de las usuales adivinaciones y se sesiones espirituales por un tiempo- y el nuevo mini-oni transformaba su descanso en algo más tortuoso. No necesitaba ser molestada en su propia casa. Y justo cuando pensaba eso, alguien llamó a la puerta.

La presencia inconfundible de la persona que esperaba del otro lado la desconcertó por un momento. ¿Qué hacía él allí? Pero por más que se preguntaba una y otra vez, sólo lo sabría si abría la puerta.

Pero eso no sucedería de ningún modo…

-¡No, detente! –gritó, cuando el pequeño oni corrió hacia la puerta, como un niño pequeño ansioso por recibir visitas.

Yoh de pie en el porche, vio cómo la puerta se abría y en un momento más corto que un relámpago, se cerraba casi en su rostro. Su mano quedó suspendida en el aire y el saludo atascado en la garganta. Miró la puerta con desconcierto. ¿Por qué Anna abriría y cerraría así la puerta…?

Ya estaba nervioso por aparecer de nuevo en ese lugar y aún en el peor de los escenarios no se había imaginado ese recibimiento. La itako estaba molesta de tenerlo cerca incluso antes de recibirlo. Sintió nauseas.

"¿Está con alguien?" pensó entonces, cuando escuchó un tumulto confuso en el interior. Tal vez no había sido una buena idea, y apenas comenzaba a recalcular que haría si ella lo echaba, cuando Anna habló, del otro lado.

-¿Qué haces aquí? –como esperaba, sonaba fastidiada. –Espera, alejaré a los demás.

Yoh parpadeó.

- ¿"Los demás"?

Lo siguiente que escuchó fue un revuelo de hojas detrás de él. Giró la cabeza en esa dirección y descubrió varias ramas aun agitándose, pero sin nada que las moviera. Los onis se habían ido antes de que Yoh se percatara que estaban allí. Esa conclusión le dio un escalofrío.

-Odio que venga gente sin avisar; pensé que estaba claro –la voz de Anna lo regresó a la puerta. –¿Esto será algo a lo que deba acostumbrarme?

-Si... ¡digo, no! Es que... estaba haciendo algo en el pueblo y,…

Anna lo escuchaba, pero estaba más interesada en que terminara rápidamente lo que tuviera que decir y se marchara cuanto antes. Le hubiera leído el pensamiento y así conocer rápidamente sus intenciones, pero no podía hacerlo con una puerta de por medio.

-¿Y qué? –se obligó a preguntar cuando Yoh se detuvo, pero él dudaba en continuar.

-Recordé a ese sujeto, él dijo que te ayudaba con lo que necesitabas.

Sólo cuando Yoh lo mencionó se dio cuenta de la situación en la que estaba. Ikeda tenía un carácter poco amigable, pero estaba obligada a soportarlo mientras le llevara víveres. El hombre vivía en Tokio, pero en las visitas mensuales podía acarrear con él una cantidad gigante de comestibles gracias a que se manejaba en helicópteros y automóviles todo terreno.

Lo cierto era que se encontraba prácticamente a la deriva. Sin alguien que le llevara lo necesario no podría subsistir por su cuenta, y tal vez en poco tiempo no tendría nada más que polvo en su alacena. Pero al mismo tiempo le intrigaba cómo Asakura había llegado a esa conclusión tan acertada. Tuvo que admitir en ese momento que su primera impresión había sido muy engañosa y que el joven tenía la capacidad de ser astuto sin siquiera intentarlo.

-Ese hombre no regresará ¿cierto? –preguntó Yoh. Y Anna supo exactamente dónde se dirigía la conversación y porqué él estaba allí.

-Estoy segura que no, te las arreglaste para herir muy bien su orgullo.

-Lo siento –dijo el castaño, justo cuando ella finalmente abría la puerta.

-No te disculpes por eso. Tal vez era lo mejor –Anna no lo dijo, pero Yoh le puso final a una relación que ella detestaba. El Asakura frente a ella tenía las manos en los bolsillos de su abrigo, luciendo un poco de nieve en la coronilla y sobre los hombros. Claramente tenía frío, y ahora le tocó a ella sentirse culpable por no dejar pasar a alguien a quien le debía un enorme favor. – ¿Te quedaras ahí? –le espetó. Entonces Yoh reaccionó con un pequeño salto, dando un paso adentro y siendo recibido por el aire calefaccionado.

-Siento no haber avisado que venía, pero no tienes teléfono…–explicó Yoh a Anna quien desaparecía en dirección, de lo que recordaba, era la cocina.

-Son ruidosos –fue la escueta explicación de la itako que justo como la vez anterior, en la primera noche que tuvo que dormir allí, regresó con una taza de té para él. Realmente hacía frío, y la caminata hasta la casita era más dura de lo que recordaba. Veinticuatro horas atrás no había sido consciente de ello, en su apuro por llegar cuanto antes.

Anna captó este pensamiento contra su voluntad. Todas las veces que Asakura iba a su casa, lo hacía a pie; a pesar del clima poco bondadoso y el camino casi desértico. Otro motivo para que Anna sintiera un poco de culpa por tratarlo tan fríamente con anterioridad.

-Debo agradecerte. Por lo de ayer. Yo estaba,…no supe manejar la situación –dijo, bajando un poco la mirada hacia el suelo.

Yoh no se esperó eso, y se sorprendió al encontrarse una Anna tan diferente a la que había visto hasta ese momento. Apartó su mirada, sintiéndose tan avergonzado como ella por el gesto.

-No fue nada.

-, lo fue –remarcó ella. –Sabes cómo pudo haber terminado.

Hubo una pausa tensa. Yoh miró la salita a su alrededor pensando alguna forma de cambiar el tema, pero su mirada se posó en sin querer en la espada que había usado anteriormente. Estaba de vuelta en su lugar, en la pared, y de la navaja que se había incrustado solo quedaba una fina hendidura en su sitio.

-No es mi asunto pero, ¿por qué tenías contacto con esa persona?

-El repartidor anterior renunció, de modo que se ofreció para reemplazarlo. Sí, sus intenciones siempre estuvieron claras, pero nunca había intentado nada. Supongo que necesitaba sentirse amenazado por alguien más para decidirse. – contempló a Yoh y su expresión devastada le devolvió la mirada.

-Entonces es mi…

-Quién sabe. Pero fue bueno que estuvieras cerca –aclaró Anna, para no dañar aún más su autoestima.

-Te ves mejor. Parecías enferma…–Anna abrió los ojos con horror; había olvidado que Yoh la había visto en su estado más deplorable. Quiso explicarle que tenía una simple jaqueca -o algo que no tuviera que ver con el reishi-, pero no alcanzó a decir nada, porque súbitamente y con un golpeteo, un balde salido de la nada rodó entre ellos.

Anna suspiró, exasperada. La criatura liberada de su improvisado encierro salió a correr nuevamente por toda la casa, pero concentrándose especialmente en torno al invitado, a quien olfateaba y lamía con curiosidad, como si se tratara de un perro.

Yoh no salía de su asombro de estar en presencia de un oni que no fuera capaz de hacerle daño. O tal vez sí, tenía garras y demasiados brazos para su gusto, pero no era tan terrorífico como los que había visto antes.

-¿No es muy pequeño? –opinó. Al instante el oni echado a sus pies, gruñó.

-No le gusta que hables de eso.

-¿Eh? ¿Ellos entienden cuando les hablas?

Anna asintió distraída, sin dejar de mirar su pequeña y nueva adquisición.

-Te llevaré afuera –amenazó. Con eso bastó para que se alejara, dejándolos en paz.

-¿Qué sucede si lo llevas afuera? –preguntó Yoh notando los rastros de saliva de su calzado.

-Podría ser comido por los demás –Anna explicó vagamente. –Claro que no lo haré…aunque quisiera, no podía arrojarlo al pozo de tigres que hay allí fuera. Supongo que será mi mascota de interior –no estaba muy segura de agradarle la idea, pero no tenía opción.

Yoh estaba complacido de descubrir que podía mantener una conversación normal con Anna. La persona frente a él era diferente a la persona distante que lo había ayudado cuando se había perdido en el bosque, y a la persona fría y agresiva que había recibido de mala gana el mensaje de la señora Shizu. La "Anna" que lo había invitado a entrar ese día era otra, y supo que era ella mostrándose tal como era.

Aprovechando su oportunidad por haber logrado romper el hielo -aunque sea un poco-, tuvo especial cuidado cuando formuló la siguiente pregunta. Muchas de sus preguntas habían hallado sus respuestas con el correr de los días, excepto una.

-Kyouyama-san, um…, en aquella ocasión que vine con la carta ¿cómo supiste quién era yo? Mi abuela no tiene fotografías en la casa, y nunca antes había venido a Aomori.

Anna lo escuchó en silencio, admitiendo interiormente que había sido descuidada, pero ¿cómo iba a saber que él grabaría en su mente ese pequeño detalle? Pero por sobre todo, fue lo que Yoh estaba pensando lo que la dejó sin palabras. Él continuó cavilando en voz alta.

-También, ayer hiciste algo. Antes que ese hombre me atacara, adivinaste hacía dónde lo haría. "Irá por la izquierda", me dijiste. Fue como si…

-No sé de qué hablas –Anna lo detuvo, advirtiéndole con la mirada que no toleraría más su monólogo.

-…creo que sabes a lo que me refiero. Creo que puedes saberlo exactamente.

-Suficiente.

-Además, mi abuela dijo algo al respecto…

-¿Qué? –Anna bajó la guardia al escuchar mencionar a su maestra. –¿Kino-san?

-…me dijo que las palabras no significaban nada para ti –citó Yoh. Su corazón latía con fuerza, sabía que estaba siendo impertinente, pero se había dejado llevar al estar tan cerca de la verdad. Sentía que su teoría tenía más sentido que antes.

-¿Ella dijo…? –la itako trató de asimilar las palabras de Kino. Ella prácticamente le había dicho su secreto a Yoh, ¿por qué?

Yoh parecía sofocado. Se había abierto una puerta.

-Puedes leer mentes, ¿verdad?

Cuando Anna se dio cuenta, el tiempo que mantuvieron en silencio se había hecho muy largo como para negarlo. Tiempo en el que él esperaba expectante su confirmación, pensando una y otra vez en que la idea de que ese poder pudiera existir era algo que estaba fuera de su entendimiento, y aun así tenía todas las pruebas frente a él.

Anna tragó saliva, por primera vez sintiéndose arrinconada. Yoh se percató de cuan incómoda se había puesto, y de inmediato retrocedió, apenado por haberla presionado.

-Lo siento, de verdad, no fue mi intención. Es que estuvo molestándome por un tiempo y luego sucedieron muchas cosas que no entendía…

Definitivamente era listo. Yoh Asakura. Había subestimado esa expresión de desconcierto crónico, e incluso había sido cruel con él sin motivo alguno. Podía sostener rencor a todo el mundo, al pueblo que hablaba a sus espaldas, a las viejas itakos por haberla abandonado, pero no a alguien tan inofensivo y transparente como él.

-Desde que tengo memoria –le aclaró al momento en que él se preguntaba interiormente cómo habría empezado. –No es algo que encuentre agradable, pero es inevitable.

-"Nació con ella" Ya veo –musitó Yoh, recordando nuevamente a su abuela. – Los onis que creas…

-Hpmh. Kino-san habló demasiado –opinó Anna. –Así es. Son consecuencia de ello. La gente puede ser muy oscura a veces. Estoy bien mientras no tenga contacto con nadie. Pero eso me hace depender de otras personas… Entonces, aun sabiendo que puedo leer tu mente, ¿tu propuesta sigue en pie? ¿Puedes lidiar con eso? –Yoh saltó de vuelta a la realidad.

-Sabes que sí –afirmó, sonriente. –Puedes tomarlo como agradecimiento por lo que hiciste por mí cuando me perdí aquí en la tormenta.

-Ya me diste las gracias por eso –refutó ella. De pronto un pensamiento la atravesó ¿En qué momento habían salvado mutuamente sus vidas? Miró al chico frente a ella, pero él parecía no haberse percatado de cuan alarmante era la forma en que habían terminado cruzándose.

Aun dudaba cuando fue en busca de su bolso, en su habitación. Y cuando regresó ante Yoh, ese chico tan delgado y alto, pensaba en que podía detener todo allí. Podía decirle que no necesitaba los víveres -aunque no fuera cierto-, y decirle que se fuera a su casa a ocuparse en otras cosas.

Pero no lo hizo. No pudo detenerse.

-¿Qué? ¿Pero todo esto? – Yoh examinó el monedero que Anna le había entregado. –Es demasiado dinero…

-Tómalo. Compra lo que pienses necesario.

-Entendido. Pero hay una problema…–vaciló Yoh.

Es verdad, pensó Anna recordando de pronto el aire cargado de energía de onis que había en el lugar. –Bueno, hay una forma, pero es un poco complicada. ¿Ves el templo allí fuera? Hay una fuente con agua. Mójate las manos cada vez que salgas de aquí. Con eso bastará. Por mi parte, alejaré a los onis cada vez que debas venir.

-Con que agua… – Yoh no pudo evitar sonreír con amargura, cuando recordó a las viejas itakos mencionar ese método tan sencillo. – ¿Tus clientes hacen lo mismo? –preguntó con curiosidad.

-¿Crees que accederían a mojarse? Claro que no –Anna rodó los ojos. –Solía purificarlos yo misma. Pero no puedo gastar mis poderes en ti con tanta frecuencia, así que tendrás que hacerlo con agua.

-La primera noche que estuve aquí no mencionaste eso –razonó. –Y por eso las amigas de mi abuela hicieron un ritual horrible para purificarme…¡Ah! –exclamó con horror. –Y ayer estuve aquí también, ¿estoy infectado ahora?!

-No estás infectado, para eso ahuyenté a los onis hace un momento. Y tampoco había ninguno de ellos merodeando por aquí ayer –le explicó con calma. –Con respecto a la noche de la tormenta, no pensé que podría afectarte; eres un shaman, el primero que pisa este lugar.

-Ha…bueno eso… Técnicamente, no soy un shaman –balbuceó Yoh, guardando el dinero.

-¿Qué? –preguntó Anna en un impulso de genuina sorpresa, y al instante tuvo su respuesta cuando Yoh rememoró sus entrenamientos de pequeño, junto con un anciano calvo y bajo. Anna comprendió que no podía ser otro que Yohmei Asakura.

Yoh no era totalmente consiente aún de esa capacidad de Anna de ver y oír todo lo que él pensaba, y le explicó de todas formas.

-Cuando era pequeño me obligaban a entrenar, pero enfermé, y nunca completé mis lecciones. No tengo poderes –confesó, riendo con cierta pena.

-Pero eres un Asakura. Tu familia es la élite de familias shamánicas de todo Japón. Está en tus genes –objetó ella, sorprendida de que Yoh ignorara eso.

-Soy una clase diferente de Asakura, entonces –replicó encogiéndose de hombros.

-Entonces no participaste del torneo para ser el Shaman King.

Yoh negó con la cabeza.

-Nunca entendí siquiera qué significaba eso –dijo, agregando luego con un toque de nostalgia. –Ah, hacía tiempo que no escuchaba esa palabra.

Anna tampoco tenía mucha información sobre ese evento. Años atrás, cuando Anna todavía era una niña aprendiendo el oficio de itako, Kino le hablaba frecuentemente la importancia de la batalla que se avecinaba. Así como también solía mencionar el inminente compromiso con su único nieto…

Miró a Yoh de soslayo. Estaba segura que él desconocía la parte de la historia en la que habían estado a un paso de ser prometidos, ya que todos los planes que la familia vaticinaba quedaron en el olvido de la noche a la mañana. Nada para lo que Anna se había estado preparando sucedería. Solo en ese momento, después que Yoh hubiera mencionado su enfermedad, comprendió que la razón había sido esa.

-Tengo malas noticias para ti –dijo, volviendo al presente. –No creo que alguien se anime a traerte en carro cada vez que necesites. Este lugar, y yo, tenemos una reputación y una buena cantidad de rumores.

Yoh solo tardó un segundo en analizar la situación. –Está bien, puedo caminar.

-Como desees…

-Entonces, no creo que pueda cargar muchas cosas a pie así que…tal vez sea mejor que te traiga las compras dos veces por semana. O tal vez tres. ¿Qué tal lunes, jueves y domingo?

-Tu entusiasmo me asusta – expresó Anna.

-Sólo soy el chico de los mandados –rio Yoh. –No tengo nada más que hacer, y me siento mejor cuando me mantengo ocupado.

Anna no entendió por qué Yoh se sentiría bien haciendo encargos, y se limitó a observarlo en silencio cuando él dio media vuelta para marcharse. Era extraño, pero creía poder confiar en él. Pensó que no le molestaría la siguiente ocasión en que él volviera con las compras, como había prometido. Sería la primera vez que no le desagradaría que alguien entrara a su casa. Solo había una cosa que no tenía claro.

-Asakura. ¿Por qué viniste ayer? –se animó a preguntar cuando Yoh ya había puesto sus pies de vuelta en la nieve.

El castaño se detuvo, pensando un momento su respuesta.

-Tuve un presentimiento –dijo simplemente. Pero para Anna, Yoh se estaba quitando el crédito de haber sentido algo que era casi exclusivo de los shamanes, un "llamado de los insectos" si recordaba bien el nombre. No era un simple presentimiento; Yoh tenía más poder de lo que pensaba, sin mencionar que no había sentido nada en la ocasión que se enfrentó a los onis.

Pero ese "llamado" era muy curioso. Por supuesto. ¿Era la única que veía cómo ambos se conectaban de forma tan alarmante? Sí, Asakura no tenía idea, pero las cuerdas salían de él como la marioneta que era. Había algo sospechoso en la forma en que terminaba de alguna manera parado frente a su puerta, a pesar de vivir tan lejos entre sí. ¿Cuál era el plan?, se preguntaba. Pero no había nadie quien le pudiera contestar.

Cuando cerró la puerta su casa volvió a estar en silencio. Sólo por un par de minutos, porque el pequeño oni salió de su escondite atraído por el sonido de la puerta, y trotó hacia Anna rasgando el suelo con sus uñas.

¿Por qué eres tan pequeño? se preguntó la itako recargándose en la puerta. Tendría que encontrar ella misma la respuesta, pero sabía que no sería nada bueno.

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Que bien terminar de editar un capitulo! Y escribir esta mini sección es mi parte favorita!

No tengo nada que decir dsanjfkancal

Gracias por los reviews! Disfruten!