Capítulo 7. En el rincón más oscuro de su mente.

Con un solo movimiento, desplegó la tela color blanco sobre la mesa, y sólo cuando no hubo ninguna arruga o pliegue a su vista, tanteó el lienzo con un agudo y calculador ojo; largo de mangas, ancho de cintura…Una vez que estuvo todo en su cabeza, tomó las tijeras y trabajó con su filo por varias horas. Las piezas recortadas caían sumisas al suelo y los metros de hilos atravesaban el ojal de la aguja y pasaban por entre las yemas de sus dedos, guiándolos en el armado de su nueva prenda.

Algunas horas después consideró que su vestido estaba tomando forma, y lo suspendió en el aire para evaluarlo mejor, y fue cuando descubrió algo en su mano izquierda. Miró de cerca y pensativamente la mancha violácea, un poco azulada, que cubría buena parte de la muñeca. Las dedos de su mano opuesta se deslizaron por la marca, lisa y suave como su propia piel, pero arruinada por ese color que recordaba a la putrefacción.

¿Por cuánto tiempo lo había tenido y no lo había notado? Trató de recordar. No la tenía por la mañana, de modo que debió haberle brotado cuando estuvo concentrada cortando y cosiendo, sólo que la manga de su yukata la tenía oculta. La levantó un poco más, hasta el codo, y luego hasta su hombro izquierdo por completo. Más marcas, como extensas lagunas moradas resaltaban y salpicaban toda la piel de su brazo.

Tomó la cubeta que había usado antes para aprisionar antes a su oni pequeño y salió de su casa, siguiendo el sendero de nieve aplastada.


-¿Te vas de nuevo? –Keiko lo alcanzó en la entrada justo antes de que pudiera calzarse una zapatilla. –No sabía que había tantos lugares para recorrer por aquí.

-Templo Hirota, playa Asamushi, el museo Nebuta, las ruinas de Sannai-Maruyama…–Yoh nombró con soltura mientras ataba sus cordones.

-Estás informado –aplaudió ella con sorpresa.

-Tomé un panfleto de la tienda de regalos –de hecho, lo había tomado solo con el objetivo de aprender a armar correctamente su coartada. Era la segunda vez que debía salir de la casa sin una buena razón que lo acompañara, así qué mejor forma de hacerlo que explotando el hecho que estaba de paso en una ciudad turística. Se ahorraba un sinfín de explicaciones.

Que Keiko rechazara las visitas de Yoh a Anna era una suposición basándose en lo que había ocurrido antes. Podía imaginarse el escándalo que haría nuevamente, como había ocurrido la primera vez, así que era mejor mantener en secreto su pequeña aventura y camuflarla por simples paseos por el pueblo. Por suerte, el método sugerido por Anna -lavarse las manos con agua del templo-, había tenido buen resultado; al volver a la casa después de su primer día como repartidor de víveres, nadie había notado nada inusual en él. Ningún "aura oscura y apestosa de oni" , ni nada parecido.

Es más, las mujeres de la casa apenas habían notado la ausencia de Yoh por ese pequeño lapso de tiempo. Keiko seguía funcionando en su papel de anfitriona/enfermera de su abuela, y las itakos dedicaban su tiempo a cotillear al lado de la estufa y sólo en algunas ocasiones visitaban a Kino, pero porque ella dormía gran parte del día.

-Aunque tal vez el lugar más conocido sea aquella montaña –acotó su madre de pronto.

-¿Hablas del Monte Osore? –Yoh sacó el folleto de su bolsillo y lo abrió, releyendo la información junto a la pequeña foto.

-Sí, es lo que caracteriza a la zona, pero personalmente creo que no es la mejor de las atracciones. Supongo que la gente normal no lo siente…

-¿Sentir qué? –preguntó él, sin dejar de mirar la montañita nevada repleta de molinetes de papel y humo volcánico.

-Allí se reúnen las almas antes de partir al otro mundo. Es un lugar de paso, así que su atmósfera es algo densa. No es para nada agradable –le explicó a su hijo sin ocultar un escalofrío. Yoh parpadeó, imaginándose una multitud de muertos sentados en una sala de espera. –Recuerda de no volver tarde –le pidió luego.

-Siii… –fue la respuesta automática.

-Y no te esfuerces demasiado, por favor –dijo al despedirlo.


-Pensé que no vendrías hoy –observó Anna cuando encontró a Yoh Asakura caminando por el sendero en dirección a su casa.

-Tuve que hacer otros encargos en la mañana –explicó el chico, a modo de disculpas.

Y no mentía. Entre hacer las compras, limpiar la casa, cocinar para su abuela y barrer la nieve de la acera, Anna pudo ver en los breves recuerdos del joven que efectivamente había tenido un día bastante atareado.

-Gracias por la comida –le dijo cuando ambos comenzaron a caminar el resto del sendero hasta la casa. –Encontré tus bolsas en la puerta el otro día.

-Bueno…llamé varias veces sin que abrieras, así que decidí dejar las cosas allí –explicó, y luego preguntó, algo extrañado; – ¿No estabas en casa?

-No –mintió Anna, mirando hacia un lado. –Salí a buscar agua, justo como ahora.

Tal vez era una excusa pobre y apresurada, pero no podía decirle al Asakura que había estado en su habitación todo el tiempo, sintiéndose san miserable y en condiciones que preferiría que nadie viera jamás. Por lo menos se había recobrado rápidamente de los castigos del reishi, y ya estaba en pie lista para poder pretender que no había ocurrido nada.

-Ya veo… ¿Te ayudo con eso? –Yoh se refería al balde con agua que Anna cargaba, con algo de dificultad. Ella aceptó el gesto y él recibió el cubo en su mano libre, llevando la bolsa con víveres en la otra.

La itako se frotó las palmas de las manos un poco lastimadas por el peso de la cubeta mientras Yoh en su interior se preguntaba por qué ella debía cargar agua hasta su casa. Anna no creyó que fuera necesario explicarle y pasó por alto su intriga. En lugar de eso, tenía curiosidad por el recuerdo que acababa de ver cuando el joven mencionó a su abuela.

-¿Cómo está Kino-san?

Yoh pensó unos segundos su respuesta.

-Apenas pude hablar con ella solo una vez –dijo lamentándose. –Duerme la mayoría del tiempo.

-Entiendo –Anna no preguntó más y la fugaz conversación murió allí, justo cuando llegaron a la entrada de la casa.

Los recibió el escandaloso y pequeño oni. Como un perro que extraña a su amo en su ausencia, el bicho saltó de un lado a otro sin poder contener la emoción. Fueron un par de minutos escandalosos en los que se trepó por las piernas de ambos, corrió alrededor e incluso intentó meterse en el cubo lleno de agua que Yoh había dejado a un lado, hasta que Anna consideró que estaba molestando demasiado y con la típica advertencia de enviarlo afuera, tomó distancia y los dejó tranquilos.

-Me pregunto cómo haces para vivir con él –el chico se rascó una mejilla, apabullado por el entusiasmo del monstruito.

-Mmph. Yo también me lo pregunto. Bueno, ¿qué traes esta vez? –preguntó Anna. Yoh puso su mandado en la mesa y fue quitando uno a uno los paquetes. –Se ve bien –dijo, cuando él terminó. –Aunque no sé qué haré con siete clases de fideos.

-Te dije que podrías ayudarme con una lista con lo que necesites. Cada vez que voy a la tienda estoy demasiado tiempo sin saber elegir…–suspiró el castaño.

-No lo decía en serio. Lo que lo que traigas estará bien –la joven tomó finalmente el cubo con el agua límpida del templo y desapareció con él en el interior de la casa, para volver a los pocos segundos. –Pero no puedo vivir de fideos. Tal vez podrías traer más verduras –concluyó pensativa, cruzándose de brazos.

-Lo tendré en cuenta para la próxima vez entonces –le aseguró anotando mentalmente el pedido especial para el día miércoles. Solo por hacer algo, se puso a guardar nuevamente sus compras, sin poder evitar pensar que sus visitas eran más recurrentes que antes y en todas esas ocasiones no había vuelto a ver a nadie más que se presente como cliente de Anna, como había ocurrido antes con el sujeto Ikeda… O a nadie más en absoluto, y no había rastro de huellas en la nieve en el sendero, salvo las que Yoh mismo hacía.

-No. No tengo trabajo por ahora –Yoh casi tira la salsa de soya por los aires al escuchar a Anna responderle su pregunta. –Supongo que como el resto del mundo, me tomo mis vacaciones en esta época. En realidad es porque los clientes pasan más tiempo en familia y esa clase de cosas.

Era verdad, dos semanas más y terminaría el año. Todavía no tenía planes para la noche de año nuevo. Supuso que seguiría en la península de Shimokita para ese momento, porque había estado posponiendo su regreso a Tokio incluso antes de que su madre le dijera que ya no necesitaba de su ayuda en Aomori.

Y pensándolo bien, hacía tiempo no tenía una típica cena en familia, de modo que no le molestaría tener una pequeña reunión con su madre y su abuela la noche de año nuevo, si es que la abuela se encontraba bien para ese momento. Muchas veces había rechazado la invitación del resto de los Asakura de viajar a Izumo para esas fechas, pero porque podían ser algo tediosos y prefería evitarlos.

De no ser que se encontraba ahora en esa circunstancia especial en Aomori, de seguro terminaría el año encerrado en su mini departamento de Tokio, viendo la tv, como hacía usualmente.

-Ignora eso… –suplicó, dándose cuenta que Anna pudo haber visto su recuerdo vergonzoso. Pero de pronto se percató de algo, tal vez ella, como él…

-Es como cualquier otra noche. No hay mucho que hacer –aclaró la joven sin más, mirando directamente a los ojos a un aterrado Yoh.

Había estado pendiente de sus pensamientos todo ese tiempo.

-Ah, lo siento, esto es difícil –admitió él, sonrojándose.

-Por eso te lo advertí. Si pudiera controlarlo, lo hubiera apagado con gusto hace tiempo. Si, justo como eso. Como un interruptor.

-Lo hiciste de nuevo –puntualizó él. –No es que me moleste, es que es extraño conversar así –empezaba a darse cuenta que el problema era cuando Yoh pensaba en ella. Era extremadamente vergonzoso.

Intentó concentrarse en otra cosa, y trató de distraerse mirando a su alrededor mientras ella desaparecía otra vez en el interior de la casa, esta vez llevándose las compras a la cocina. Entonces notó un gran trozo de tela que había sobre la mesa. Parecía una prenda a medio hacer, a juzgar por las costuras visibles y bordes desprolijos.

¿Era una yukata? Tenía la vaga forma de una. Era de suponer Anna confeccionaba su propio vestuario, ya que ella no podría salir para comprarlo…

-Tienes razón –la voz de la itako regresando a la sala le hizo dar un salto.

Ah. Otra vez.

Yoh reprimió el impulso de darse una palmada en la frente.

-Por lo menos podrías decirme que se ve bien –agregó ella sin reparo, mirando su vestido a medio terminar.

-¡Se ve bien, se ve bien! ¡Tienes talento! –se apresuró a decir, rascándose la nuca al sentir que el sudor comenzaba a picarle allí, y lamentando que no haya podido evitar hablar de ella.

Pero a Anna no le importó que Yoh no pudiera evitar sacar sus conclusiones, si no que se fijó por primera vez en sus manos. Dejando al Asakura con sus pensamientos, se acercó en silencio a la mesa donde descansaba su vestimenta incompleta, y la apartó sin cuidado para poner un trozo de papel.

-Pon tu mano aquí.

Miró sin entender el papel blanco que le señalaba Anna. Por un par de segundos no reaccionó, y ella le insistió una vez más, esta vez sujetando un lápiz.

-¿Vas a hacerlo o no? –preguntó, rodando los ojos con impaciencia. Yoh avanzó obediente y con torpeza. No desconfiaba de ella, pero la indicación lo había confundido. Colocó su mano sobre el papel sin saber exactamente qué estaba haciendo, pero Anna se encargó de separar los dedos y comprimir la palma contra la superficie, hasta que descubrió que su objetivo era trazarle la silueta.

Tal cual, Anna apoyó el lápiz y dibujó el camino tortuoso desde la muñeca hasta cada subir y bajar de sus dedos.

-Esto… ¿Por qué haces esto? –Yoh preguntó sin dejar de mirar al lápiz deslizarse mudamente.

-¿Para qué crees que es? – preguntó Anna a su vez, concentrándose en su dibujo.

No se hubiera esperado en la vida un gesto así de alguien que acababa de conocer, especialmente alguien que no se había mostrado precisamente amable en un principio, y cuando cayó en cuenta de lo que ella estaba haciendo, y de la pura sorpresa, se apartó dando un salto hacia atrás dejando a la chica anonadada y un trazo grueso y disonante en el papel.

-¡No te molestes! –balbuceó. –Puedo comprarme un par de guantes en el pueblo…

-No es molestia –respondió ella con calma. –Tus manos están frías, ¿no?

-Claro que n-no.

-Claro que sí. Acabo de comprobarlo. Y si llegas a enfermarte por mi culpa no quiero tener que darle explicaciones a Keiko-san. Acércate, me falta la mitad.

Yoh lo hizo, todo el calor que no tenía en las manos lo tenía concentrado en la cara.

Anna completó su modelo en silencio, menos por la mente de Yoh, que no se encontraba precisamente en calma. Tenía tanto miedo de pensar algo indebido en ese momento de cercanía, que comenzó a listar en su cabeza los sitios turísticos de Aomori que había memorizado para engañar a su madre.

-Estás ruidoso hoy –la joven hizo esa observación cuando lo liberó, dándole oportunidad de relajarse al fin. – ¿Entonces tu madre no sabe que vienes aquí?

-A ella…no le gustaría creo, no. En lugar de eso le digo que…

-Que vas de turismo –terminó Anna. Yoh asintió. –No es una mala idea, pero ¿qué harás si te pregunta de algún sitio en particular?

Yoh sacó el panfleto de su bolsillo y lo exhibió con tímida satisfacción.

-Toda la información que necesito está aquí. Estamos cerca del monte Osore, ¿cierto? Tal vez pueda decirle que estuve allí hoy…

-Allí no –la itako exclamó de pronto, como si hubiera respondido a un reflejo con sólo sentir nombrar a la montaña. –Ese no es un buen lugar –agregó, tomando un poco de compostura al notar cómo se había precipitado.

-¿Porque es el sitio donde las almas cruzan al otro mundo? –recitó el castaño recordando las palabras de su madre. Ella asintió y a Yoh no le quedó otra que no tratar de contradecir el consejo que le habían dado por partida doble, pero de todas formas la actitud de Anna había sido muy curiosa. Bajó sus ojos a su panfleto, y mientras elegía otro lugar que podría visitar -falsamente, claro- , sus ojos advirtieron sin querer algo en la mano de Anna.

En el dorso, tenía una gran marca de color oscuro. No pudo identificar qué podría ser, porque ella reaccionó de inmediato a la mirada de Yoh y tiró de la manga de su prenda para ocultar su mano.

-No olvides lavarte las manos cuando salgas –le recordó entonces.

Por alguna razón Anna sentía mucha vergüenza por lo que parecía una simple mancha de pintura púrpura, entonces Yoh decidió despedirse, sin mencionarlo y pretendiendo que no había visto nada. Aunque era seguro que sus pensamientos ya habían sido penetrados por su poder.

Cuando salió de la casa descubrió que la tarde había avanzado con rapidez y casi era de noche. Debía regresar a su casa cuanto antes para no preocupar a Keiko, pero antes siguió las indicaciones de la itako y se lavó las manos en el templo. Se dio cuenta que Anna debía recoger agua de esa misma piletita, como había visto momentos atrás, pero no podría entender porqué necesitaría agua del templo cuando su casa ya tenía agua corriente.

De todas formas, estaba muy fría, casi al punto de congelación, y pensó que no le vendrían mal un par de guantes.


Sentía dolor. Un brazo, la cabeza, el rostro. No era normal que al despertar sintiera como si hubiera rodado por un barranco, pero cuando abrió los ojos se dio cuenta que no estaba en su cama, mucho menos en su habitación. Se irguió de a poco, despegando quejosamente su rostro del suelo, confundida.

Lo primero que vio fue al pequeño oni, parado y quieto junto a ella.

-Me desmayé –le dijo a su monstruosa mascota. Tal vez no tenía un par de ojos normales o un rostro humano, pero de alguna forma podía leer su expresión, y la sola mirada de los seis ojos fijos en ella esperaba una explicación.

Pero ni ella misma sabía bien. Se hallaba en la cocina y lo último que recordaba era que estaba por cocinar. ¿Pero cuánto tiempo había pasado? Intentó ponerse de pie pero por más que le exigió a sus piernas, no se movían. Estaba pegada al suelo como si estuviera siendo retenida por un poderoso imán invisible, y continuó insistiendo hasta que comenzó a temblar del esfuerzo.

Pero debía seguir intentando. Era jueves y Asakura llegaría en cualquier momento.

-¿Sucedió algo? –fue lo primero que preguntó Yoh cuando Anna abrió la puerta. Se hubiera contenido una pregunta que calificaba dentro de "entrometida", pero no lo pudo evitar cuando fue recibido por un amasijo de cabello rubio, un semblante lánguido y una chica más escueta de lo normal.

Anna sabía que después de todo no podría afirmar que estaba bien. Momentos antes, se había mirado al espejo y tenía un aspecto tan mortífero que ni con pellizcar sus mejillas había conseguido mejorar.

-¿Estas bien? –el chico se adentró y como de costumbre dejó la bolsa de comida en la mesa, pero esta vez sin dejar de reparar en Anna.

-Es solo un día de los malos –se limitó a contestar. En un intento de no ser el centro de atención y evitando hacer contacto visual con el par de ojos preocupados, la itako tomó las bolsas de inmediato y se alejó hacia la cocina para resguardarse de los pensamientos intranquilos de Yoh. Tal vez se veía peor de lo que suponía, y por eso en la soledad de la cocina volvió a pellizcarse el rostro.

-¿Necesitas ayuda con algo? –preguntó él desde la sala. Aunque muy tímidamente, se estaba ofreciendo en limpiar los trastos o incluso cocinar.

-No. Deberías irte. Habrá una tormenta pronto –fue la respuesta fulminante. Yoh recibió el rechazo no muy convencido de que dejarla sola fuera lo correcto, pero era verdad que en su caminata a la casita lo había acompañado cierta ventisca helada, la misma que ahora comenzaba a golpear las ventanas y a empujar insistentemente los muros finos. Tenía que admitir que lo mejor sería marcharse antes que se desatara lo peor. Sí que su visita había sido corta, pero además la itako no parecía de humor para una charla o de siquiera soportar su presencia en su casa.

-Asakura, saluda a tu abuela de mi parte –le pidió. –Y gracias por los comestibles de hoy –dijo a modo de despedida. Hablándole de espaldas mientras lo dejaba marchar por su cuenta, se puso a buscar algo en los cajones de un mueble.

-Lo intentaré –aseguró él con cierta pena, porque últimamente era difícil encontrar a Kino en un momento de lucidez. –Y no es nada. Nos vemos luego.

Esa debía ser su despedida, al menos ese día. Yoh Asakura saludaría y continuaría su camino hasta la casa de la abuela. Pero algo sucedió antes que eso. Cuando Anna abrió el cajón donde guardaba algunas píldoras para su dolor de cabeza, no se esperaba que el muchacho detrás de ella reaccionara al ver los frascos de medicamentos.

Yoh quedó inmóvil, con el aliento recogido en el interior de su pecho los varios minutos de silencio que siguieron. Anna tardó un largo momento en moverse, sólo el sonido del viento alborotado en el exterior dominó el ambiente, y cerró el cajón con lentitud y casi imperceptible de no ser por el "clunk" que hizo éste al quedar perfectamente acoplado en su lugar. No fue capaz de enfrentarse a Yoh Asakura después de que esa serie de imágenes recorrieran su cabeza con la misma velocidad de la electricidad al propagarse por la tierra.

Sentía al joven quieto en su lugar, y avergonzado, como un niño que cometió una travesura y luego es descubierto. No podía pretender lo que acababa de suceder no había sido real.

-Lo viste, ¿verdad? –preguntó con voz pausada, cuando el nudo de su garganta cedió un poco. La cabeza de Anna se movió en silencio, afirmativamente.

-No quise…

-Está bien. No es tu culpa.

Permaneció congelada, con la mirada vacía puesta en la pared pero la memoria ajena todavía viva en su mente. Su mano que acogía un sinnúmero de píldoras se acercaba a su rostro. Luego, el techo de un hospital, brillando intensamente con la luz del día. Solo podía sentir tristeza, y una clase de sentimiento que Anna desconocía, pero si tuviera que ponerle un nombre sería una profunda frustración, ira… Odio a sí mismo, y finalmente el sentimiento que acompañaría a un soldado blandiendo una bandera blanca de derrota.

Era demasiado doloroso.

.

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Fueron muchos meses sin poder trabajar correctamente en mi historia. Cuando pensé que finalmente tenía un ritmo sostenido, la universidad me dio de lo mejor que tenía (sonidos de llanto y caos mental).

¡Espero ser más constante a partir de ahora! PERDON! Pero gracias por los reviews! Apenas estamos en el capítulo 7, queda mucho por escribir y leer! Originalmente este capítulo era más largo pero decidí cortarlo en dos para no seguir alargando mi sufrimiento. La próxima parte estará muy pronto xoxoxo