Capítulo 8. No pienses en eso

A veces se imaginaba su mente como un vaso. Conforme recibía a los visitantes que le pedían sus consejos como médium que era, el vaso se llenaba con gotitas de agua, representando los pensamientos y sentimientos ajenos que de a poco iban ganando lugar dentro de ella. Cuando el vaso rebozaba, el líquido debía caer a algún lado, debía drenar de su mente. Así fue como obtuvo un conjunto de demonios a su servicio.

Yoh Asakura todavía aguardaba detrás de la itako, sin saber qué hacer. Se había olvidado que había recibido una orden bastante estricta de irse de allí, pero simplemente no podía moverse. Sintió que debía explicarle a Anna lo que acababa de ver, pero le faltaba valor para hacerlo. Por eso no hizo amague en marcharse, pero tampoco en decir siquiera una palabra, y dejó que lo consumiera el nerviosismo y la culpa, porque parecía que la visión de ese fatídico recuerdo había tenido una efecto atroz en ella. Todavía estaba de espaldas, y se encogía como si estuviera atravesando una pesadilla.

Anna no podía decir que estaba contenta de saber finalmente la razón de por qué el Asakura era impenetrable a los deseos oscuros de los demonios que la rodeaban. Lo que había encontrado detrás de lo que pensaba que era un poder singular, no era otra cosa que….Impensable. Los onis no podrían prestarle su veneno porque él mismo se detestaba al punto de creer que este mundo ya no lo necesitaba. Detrás de su semblante lánguido, había más tristeza que la que un cuerpo humano podía sostener, y más remordimientos de los que en realidad debía cargar.

Apenas pudo controlar un fuerte mareo, asiéndose de la cajonera hasta que varios de sus dedos tronaron. El interior de su cabeza se estaba convirtiendo en un torbellino que comenzaba a ganar fuerzas. Sabía lo que podía significar eso.

-Debes irte –ordenó nuevamente, en cuanto pudo hablar.

El esfuerzo que hacía Anna para mantenerse estable era demasiado notorio y ya tenía en alerta a Yoh. Por eso le tomó sólo un pequeño momento en decidir que no le podría importar menos la tormenta, o su madre que protestaría si él no llegaba a la casa. Su prioridad fueron las rodillas de Anna que en un segundo comenzaron a acercarse al suelo y su cuerpo finalmente se doblaba en dos, vencida y entregada a la gravedad.

Se abalanzó hacia ella para tomarla antes de que recibiera un golpe que seguro lamentaría luego, y cuando todo su peso se apoyó sobre él, no tuvo opción que buscar soporte en el piso también. No pudo sostenerla por mucho pero al menos había aliviado su aterrizaje.

Cuando la tuvo cerca, descubrió que respiraba entrecortada y gemía dolorosamente, como si tratara de contener algo en su interior. Esto no podía ser normal, no podía estar bien, pero ¿cómo llamaría a un médico? Y aun así… ¿un médico normal podría hacer algo? Podía estar equivocado o deseaba estarlo, pero ya hace tiempo había sido testigo de la fragilidad en la salud de Anna, y sospechaba que sería por la maldición que había mencionado su abuela.

-Vete –repitió ella jadeando contra su hombro. –Vete, ponte a salvo.

Yoh tragó saliva, confundido.

-¿"A salvo"…?

-Rápido –lo tomó las solapas de su abrigo para empujarlo, pero Yoh no tuvo el valor para soltarla.

-Espera…no puedo dejarte así –replicó, tratando de razonar con ella. –Dime qué puedo hacer – Anna actuaba como si el peligro fuera inminente pero tardó un poco en darse cuenta a qué se refería, y entonces palideció tanto como ella. -¿Es un oni? ¿Estás por…?

Si era verdad y un oni estaba por aparecer, Anna tenía razón y el panorama no se veía nada bueno, pero no podía escapar de ahí como si nada y dejarla en ese estado. Pero incluso si lo intentaba ¿era posible escapar de un oni? Sonaba demasiado irreal. Un oni era demasiado rápido, demasiado fuerte; un arma letal que sólo obedecía a una sola persona, y esa persona parecía que estaba a punto de perecer del dolor.

"Vete, vete, vete" repetía Anna en su cabeza, porque ya no tenía fuerzas para hablar. El vaso estaba por desbordar, y para mala suerte del Asakura, él había sido la gota que hacía falta.

La puerta de entrada se abrió con una correntada de viento silbante y una marea de partículas de nieve llegó hasta ellos, salpicándolos con violencia. Yoh, por instinto, se protegió arrimándose a Anna, y cuando sintió el viento disminuir, vio que por detrás de la cortina de nieve apareció la silueta horrorífica de un oni, ocupando toda la entrada con su bestial corpulencia.

Se encontró con esa vista sintiéndose ajeno al frío golpeándole el rostro, a la nieve acumulándose en su ropa, a la fuerza que hacían sus brazos para que Anna no se desparramara por el suelo. En su mente en blanco solo hubo lugar para un miedo paralizante, haciéndole olvidar que podía parpadear, respirar y pensar correctamente.

Sabía que era la presencia de un oni lograba en una persona una clase de terror incomprensible, que a pesar de no sentirlo precisamente, Anna se lo había explicado. Pero lo que experimentaba ahora era el pánico de saber que iba a tener una muerte dolorosa allí mismo, porque no creía que el oni estuviera ahí en plan amigable.

Estuvo preparándose para cuando avanzara sobre él, sudando del espanto en la espera de una ofensiva que sucedería de un momento a otro. Pero advirtió que la bestia los contemplaba desde su distancia, gimiendo al igual que Anna, como si estuviera sufriendo en su interior, y escuchó con consternación el eco de pequeños quejidos que inundaba la sala.

-¿Por qué? –preguntó Yoh, confundido. -¿Qué les duele…?

No se esperaba que uno de los presentes le contestara. Mucho menos el recién llegado.

-Ma…má –Yoh abrió los ojos de la sorpresa por la voz gutural que salió de la inhumana boca.

-¿Habló?! ¡Anna, el oni puede hablar! –chilló, pero ella no respondió, y se dio cuenta que su agarre se había disuelto y las manos colgaban a sus lados. Desconcertado, descubrió que había perdido el conocimiento.

Su reacción inmediata fue tratar de reanimarla, pero en el momento en que la giró para verle el rostro, el oni habló de nuevo, y esta vez con un grito que hizo vibrar los vidrios de las ventanas.

-¡Mamá! –aulló. Para el horror de Yoh, había decidido a moverse y corrió hacia ellos llegando en solo un par de segundos, segundos en los que Yoh entre despertar a Anna y resguardarse de las garras de medio metro, debió escoger la segunda opción, y levantándola en sus brazos se apartó al tiempo que el oni asestaba un zarpazo contra la pared.

-¡Detente! –le gritó, recordando lo que la itako le había dicho con anterioridad y apelando a lo único que podría salvarlos. – ¿Me comprendes verdad? ¡Por favor detente!

Sin siquiera dar signos de escuchar, el oni se dedicó a perseguirlo alrededor de la salita, dando saltos torpes a causa del tamaño de su cuerpo. Yoh apenas podía cargar con el peso muerto de Anna y la llevaba casi a rastras aferrándola por la cintura, completamente desesperado, su mirada enfocada en el oni, en dónde podría esconderse, y en Anna que ni aun con sus gritos ni con el ruido de su casa en plena destrucción, lograba despertar. La mesa, el sillón y varios adornos volaron hacia los lados y no pasó mucho hasta se encontró nuevamente contra la pared.

No había escapatoria. Se agazapó pegando su espalda al muro tanto que se podría haber adherido a la madera. Acorralado, fue alcanzado rápidamente, y lo siguiente que vio fue una mano alzándose sobre ellos, rozando el techo con la punta de las garras. Solo bastaría dejar caerla para matarlos a ambos. El oni inspiro fuerte, preludio al golpe. No podía hacer nada. Yoh se abrazó a la itako desmayada rogando hasta el último segundo que despertara y los pusiera a salvo, si es que tenía fuerzas para hacerlo. El corazón le salía del pecho y cerró los ojos cuando la sombra del oni los cubrió.

Lo que impidió que esa mano los aplastara como hormigas y se detuviera a una distancia que hacía creer en los milagros, fue el oni pequeño. El que Anna había acogido dentro de la casa. No pudo verlo, porque simplemente salió de algún lado y se abalanzó sobre el rostro del demonio veinte veces más grande que él. El gigante trastabilló confundido, e Yoh no perdió tiempo y tomando a Anna, frenético, se apartó antes que decidiera volver a ir tras ellos.

Observó por un momento la lucha del oni grande por quitarse de encima a la molesta criatura. Había sido estratégico y se había lanzado directo sobre los tres pares de ojos, incapacitándolo de inmediato. Yoh no podía creer lo que estaba viendo y viviendo, y que la pequeña bestia a la que había considerado tan fastidiosa antes, ahora lo había salvado de una muerte horrible.

Pero ¿por qué lo protegería a él? Yoh no tenía ningún tipo de relación con ese bichito. Miró a Anna, dándose cuenta que se había salvado porque en realidad era Anna a quien la criatura intentaba salvar. No sólo los onis la reconocían como única autoridad, también tenían la capacidad de ser leales a ella. Entonces, teniendo en cuenta eso, tal vez había un malentendido…Él era el único blanco en la persecución.

-¡Yo no le hice daño! –le gritó al demonio grande, desde detrás de una mesa tumbada y con la voz temblorosa. -¡Ella ya estaba enferma antes!

Pero por alguna razón el demonio opinaba lo contrario.

-¡TÚ! ¡La lasti…mas! –gimió con una voz espeluznante y articulando con dificultad. Finalmente pudo sacarse al pequeño de encima y lo arrojó contra una estantería, donde quedó enterrado de objetos. Yoh se encontró nuevamente en peligro. Sólo quedaba seguir intentando convencer al oni.

-¡No es así! ¡No intento lastimarla!

-¡Lastimas a mamá! –se acercaba una vez más, esta vez con pasos más tambaleantes. Pero no pudo decir más que eso, porque de pronto se llevó las bestiales manos al rostro, y luego sin más, explotó.


"Fui sorprendido por la tormenta. Me acogió una familia. Estoy bien. Regreso mañana", decía la nota en su mano. Su hijo había tenido la singular idea de enviarla con un espíritu de la hoja, pero por más que estaba sorprendida por esto, también tenía una poca placentera sensación de angustia.

-Está con ella –le informó a la persona del otro lado de la línea.

-¿No se supone que es peligroso para él?

-Lo es. Pero no puedo hacer nada. Son órdenes, Mikihisa. No te atrevas a interferir tú tampoco.


Trataba de recordar que día u hora era, pero era tan difícil como si le hubieran dado a resolver un problema matemático al aire. La información que le daban sus sentidos tampoco ayudaba mucho, porque los iba recobrando muy de a poco, sintiendo primero la suavidad de su almohada y luego viendo la luz encendida atravesándole sus parpados. Hasta que lo siguiente que sintió fue cierta presencia a su lado y se sentó de golpe, sorprendida, mirando a su visita con una intriga furiosa. Yoh en cambio, parecía aliviado de verla finalmente despierta.

-¡Ah! ¡Qué bueno! –exclamó, dejando escapar su tensión con un hondo suspiro. Vio a Anna, lívida de la furia, abrir la boca, pero la interrumpió a tiempo, –Espera, espera, espera –le dijo, entendiendo de pronto la mirada de la joven. La situación no era la mejor; Yoh había estado allí, en su habitación, mientras ella dormía. No se le podía ocurrir algo más que lo dejara peor parado. –Déjame explicarte, sólo estaba esperando que despertaras. Te desmayaste de la nada y no sabía-

-¿Qué? –ahora fue turno de ella interrumpirlo, dándose cuenta que ni siquiera sabía por qué estaba acostada o porqué él estaba allí. Sus recuerdos eran tan difusos, que si intentaba ver dentro de su memoria solo vería imágenes borrosas – ¿Qué sucedió? –preguntó, exigente.

Sería largo de explicar, y ni siquiera él entendía bien lo que había sucedido. En lugar de intentar relatarle, se le ocurrió que lo mejor era no decir nada, al menos con palabras reales. Cerró los ojos. Calladamente, rememoró todo lo ocurrido para darle a Anna un panorama de lo que se había perdido, y ella extrajo toda la información necesaria con el mismo silencio.

Cuando terminó, abrió los ojos y se encontró con su rostro blanco abatido y desconcertado.

-Un oni se destruyó –dijo en voz alta, tratando de creerlo. Su pecho subía y bajaba con violencia. –Un oni…

Por la reacción de Anna, tuvo la sensación de que eso no había ocurrido antes. Pero de todas formas la pregunta escapó de sus labios.

-¿Es la primera vez?

-Sí –fue la respuesta, después de un rato rememorando una y otra vez el recuerdo del Asakura. Yoh guardó silencio, tan confundido como ella.

-Pero entonces, ¿eso es malo? ¿O bueno?

-No lo sé –dijo Anna, con un respiro. ¿Cómo podía saberlo? El reishi no venía con un manual de instrucciones. No era más que un poder bastante impredecible. Prácticamente tuvo que descubrir cómo funcionaba a lo largo de los años.

-Creo que es bueno –opinó Yoh después de un momento. De pronto parecía entusiasmado. –Eso significa que puedes destruir a los demás, ¿verdad? ¡Podrías intentar destruirlos a todos! Qué tal si… –Yoh se acercó un poco para alinear su mirada con la de la joven – ¿Qué tal si tus poderes desaparecen de esa forma?

Anna lo miró, la incredulidad en persona. ¿Entonces había esperanza para ella? Nunca lo había pensado así, porque estaba segura que su destino junto al reishi ya estaba sellado y nunca se había planteado cómo sería vivir de otra manera. Y por más que quisiera creer en las palabras de Yoh, no tuvo el valor de imaginarse viviendo libre de ese poder.

-Suena estúpido, y aunque fuera cierto, no sé cómo sucedió. No sé por qué ese oni desapareció –refutó Anna. –Si con desear que todos ellos desaparezcan hubiera funcionado desde el principio, no quedaría ninguno en estos momentos. Créeme.

-¿No sabes cómo…? Pero… –el castaño se detuvo en seco.

Debe haber sucedido algo inusual que lo haya causado.

En ese punto el Asakura tenía razón. Pero lo único inusual que había ocurrido antes de que el demonio se desvaneciera, fue la jaqueca más horrible que había experimentado nunca. Muchas veces el vaso había rebalsado, pero no con una explosión mental tan dolorosa. Si había un factor diferente a las ocasiones anteriores, no se le ocurría cuál sería.

-Y ¿qué tal si tienen un tiempo determinado de vida? Tal vez a ese oni le llegó su hora de...explotar, ya sabes. Tal vez todos terminen haciéndolo algún día –continuó razonando el castaño. El oni pequeño gruñó desde su escondite en la profundidad del armario de Anna, disconforme por el comentario de Yoh. El joven se disculpó con un ademán, y cuando regresó la vista a la itako, se encontró con un semblante serio y contrariado. Estaba seguro que en su interior le estaba costando creer que podría haber una solución.

-Es que no la hay, Asakura – decretó ella, frotándose la sien. Aunque leve, el dolor de cabeza había regresado. –Ya no pienses en eso, de verdad. Lo que le ocurrió a ese oni fue sólo una eventualidad.

Yoh no lo creyó así. No conocía a muy bien Anna, o a lo que tenía que sobrellevar cada día con los pensamientos de la gente metiéndose en su cabeza, o porqué existía un poder tan terrible como ése para empezar; pero debía haber una explicación razonable para lo que había sucedido horas atrás. No se consideraba la clase de persona que tomaba un problema y buscaba la pieza que lo anulara, pero comenzaba a creer que la joven frente a él podía aspirar a una vida mejor. Ese oni les había dado una pequeña pista, un pequeño trozo de esa pieza que podrían necesitar…

Sin acotar nada más, se puso de pie y fue directo al mueble donde había visto que Anna guardaba sus medicamentos y regresó a la habitación con vaso de agua.

Anna le agradeció después de la breve sorpresa inicial de ver su mano extendiéndole la pastilla, y recibió las cosas con timidez. Nunca se había desmayado frente a un extraño. El mismo extraño que ahora se encargaba de cuidarla. Le dio aún más pena cuando recordó que Yoh se había atrevido a colocarla en su cama también. Sintió su cara arrebatarse un poco, pero Asakura había llegado más lejos que cualquier otro humano jamás, aparte de Kino. Si todavía seguía incluyéndolo en la categoría de "extraño", estaba siendo una ilusa.

Miró la pastilla en su mano, recordando de pronto lo que había sucedido antes del episodio del oni irrumpiendo en el interior de la casa. El recuerdo que Yoh había tenido al ver las pastillas.

El castaño se percató lo que pasaba en ese momento, cuando vio que Anna le dedicaba su mirada a la píldora en su mano más tiempo del necesario. No era necesario tener reishi para saber lo ella estaba pensando.

-De seguro tienes muchas preguntas en mente. Es mi turno de responderte.

La itako volvió a verlo. Yoh sonreía con calma.

-Después de todo, has estado haciendo lo mismo conmigo ¿no? Respondiendo mis preguntas sin que yo llegue a hacértelas.

Aspiró hondo, conteniendo todo en su pecho por última vez, antes de dejarlo salir.

-Si te preguntas por qué lo hice, es porque sentí que tenía que hacerlo. Si te preguntas como me siento ahora,… – Yoh se encogió de hombros. –…puedo vivir con esto. Y si te preguntas que haré luego, si lo intentaré de nuevo…

Anna hizo su mayor esfuerzo para mantener su expresión neutra y no dejar salir algo que se sentía muy parecido a la angustia.

-No lo sé –finalizó él. –Entonces, ahora sabes mi secreto.

Anna asintió, asegurándole en su mutismo que nadie sabría jamás lo que Yoh le confiaba. Estaba avergonzada de descubrir algo que no tendría que haber visto y prometerle tener esa información a resguardo, era lo menos que podía hacer. Si no tuviera el reishi, se habría ahorrado de haber invadido algo tan personal, y él no habría tenido que darle las explicaciones que seguro había evitado decir a toda costa hasta ese momento. Estaba tan arrepentida que no podía levantar la mirada para verlo a los ojos, e Yoh debió ver su lucha interna por mantener la calma, porque se adelantó para decir;

-Por favor no pienses en eso.

Anna afirmó con la cabeza nuevamente.

Con todo el incidente del oni, Anna había descansado en cierta forma, pero él había tenido que velar por ella y ahora apenas podía mantenerse en pie. Miró las agujas del reloj junto a Anna y descubrió que ya casi serían las cinco de la mañana. Todavía no amanecería, y le faltaría mucha luz para emprender el camino a la casa de su abuela. Yoh pensaba en qué debía hacer a continuación.

-Puedes dormir en el sofá –le dijo Anna. –Si quieres –agregó.

Yoh sonrió.

-Me iré por la mañana –decidió. Ya lo había hecho antes.


Lamentaba haber rechazado la taza de té de Anna. En verdad que sí. Pero no quería quedarse con ella demasiado tiempo. No le incomodaba su compañía, de alguna forma se había vuelto más fácil relacionarse con ella. Tampoco estar a merced de sus poderes era el mayor problema en ese momento, si bien podía ser algo intimidante.

La principal razón era porque Anna había logrado destapar -en contra de su voluntad, lo sabía bien- lo único que no estaba listo para admitir él mismo.

¿Cómo la enfrentaría la siguiente ocasión ahora que ella sabía ese detalle sobre él? Esperaba que con poner todas sus energías en pretender una actitud casual fuera suficiente, porque no se le ocurría otra forma. El incidente en Tokio había sido demasiado reciente, tanto que aún tenía molestias en la garganta al comer, pero había logrado desplazarlo de sus pensamientos al mantenerse ocupado con los recados para su madre y para la itako. Y ahora el que Anna lo sacara a la luz no lo ponía precisamente feliz.

Ahora realmente anhelaba una taza de algo caliente. Ya llevaba la mitad del camino, pero la segunda parte era la más tediosa. A pesar de que ya estaba en una zona más poblada, lo único que tenía a la vista era unas pocas casas semi revestidas de nieve y unos pocos pobladores tratando de quitar la capa extra en las aceras.

Antes que se diera cuenta ya tenía la casa de su abuela a la vista. Observó a medida que se acercaba, que también tenía bastante nieve en el tejado y montículos desordenados aquí y allá. Parecía que mientras él era atacado por el oni, la tormenta también había atacado al pueblo. Se recordó a si mismo que según su nota, había pasado la noche en otra casa y no en el nido de demonios de la itako, por si su madre llegaba a preguntarle. Eso de tejer mentiras comenzaba a molestarle, pero todo sea por mantener la tranquilidad de la mujer que ya estaba bastante ocupada con su abuela Kino...

Había un vehículo blanco en la entrada de la casa. Cuando identificó una ambulancia, el corazón le dio un vuelco, y corrió los metros restantes.

-¿Que sucedió? –preguntó, encontrando a su madre afuera. Un hombre de bata blanca se despedía de ella subiéndose al coche.

Los ojos oscuros de su madre lo miraron con pesadez.

-Está en su recta final –declaró ella con un suspiro.

No hacía falta aclarar a quien se refería.


Se sirvió un poco de té y se sentó en la mesa de la sala. Todo estaba en su sitio, pero de alguna forma se sentía diferente. Probablemente sería porque Yoh había ordenado el desastre que había hecho el oni, y cada mueble y adorno parecía acomodado a la perfección, pero para el ojo de Anna -acostumbrado a ver esos objetos todos los días-, estaban fuera de lugar por algunos milímetros.

Sostenía la taza en sus manos, así como una colección de cosas en qué ocuparse, como por ejemplo las reparaciones que necesitaba su vieja casa, que apenas había sobrevivido de pie a las múltiples tormentas de la época. No tenía problemas con el dinero, pero sí en conseguir a alguien que no tuviera miedo de acercarse allí. Tamborileó los dedos en la mesa, pensando. También necesitaba un futon nuevo, y los utensilios de cocina habían comenzado a herrumbrarse; todo en esa casa estaba envejeciendo a falta de un buen mantenimiento. Al mudarse allí no lo había previsto, y ahora el techo que le daba cobijo amenazaba con caérsele encima.

No menos importante que eso, también pensó en que no era para nada usual perder el conocimiento y destruir un oni en el mismo día. Definitivamente no era parte de su agenda un suceso así. Tal vez la parte de la jaqueca y las marcas en su piel podía aceptarlas como de rutina, pero no que un oni se auto-inmolara en su sala.

Y la tercera parte de sus pensamientos estaba ocupada por Yoh Asakura. "No pienses en eso"; le había dicho. Pero ¿cómo no hacerlo?, si la visión había colisionado contra ella como un muro y todavía sentía el dolor del golpe. "No pienses en eso"; le había dicho, cortando cualquier palabra que Anna pudiera decirle al respecto. Cualquier comentario para ¿darle ánimos? ¿Qué correspondía decir en una situación así? No conocía al Asakura en absoluto, pero la expresión de tristeza crónica que trataba de hacer pasar por timidez se había vuelto algo inquietante. Decía que no sabía si lo intentaría de nuevo, y eso era como decir que se encontraba al pie del abismo esperando la más mínima señal… y como única conocedora de su secreto, la atareaba pensarlo, pero se había vuelto responsabilidad de ella impedirlo.

¿Cómo podría decirle que no dé el paso al vacío?

Tal vez por eso le había dicho "no pienses en eso". Sabría que no había necesidad de intentar hacer cambiar su opinión.

Bebió un sorbo de té, tratando de ignorar unas súbitas náuseas que no sabía si las había causado la jaqueca o el Asakura. Pero no había comido nada en horas, ¿por qué sentía que no podría aguantar nada en su estómago? Dejó la taza a un lado porque no quería sentirse aún peor. Su salud y su humor pendían de un hilo, no necesitaba volver a la cama para sentirse convaleciente de nuevo.

Lo mejor sería buscar alguna distracción, así que se puso a coser con la idea en mente de que el asunto del oni, las náuseas y la jaqueca eran pasajeros. ¿El motivo? No se molestaría en pensarlo, sabía que el reishi nunca había sido un compañero piadoso, y el que las exigencias a su cuerpo sean más seguidas sólo eran una forma especial de torturarla, de llevarla al límite.

Se detuvo, pensando un momento. Últimamente era como si su poder intentara liquidar a su huésped ¿podría considerarlo así? Como si le mandara una señal, la cabeza comenzó a pulsarle con insistencia. Anna se llevó una mano a la frente y la presionó con fastidio.

-¿Qué quieres? –le preguntó a nadie. O tal vez a lo que residía dentro de ella.

No permitiría que la privara del único entretenimiento que tenía. Concentró su atención de nuevo a su vestido y la aguja. Atravesó la tela y recibió a la aguja del otro lado, y de pronto con un "tac", el hilo se quebró en dos, como si hubiera sido cortado por tijeras invisibles.

No, no quería pensarlo. Pero tuvo la certeza que lo que tenía en frente no eran más que signos que se había dedicado a ignorar. No lo había visto antes; había sido demasiado ciega, pero estaba en el ojo de un huracán que había comenzado a cerrarse sobre ella.


Tocó puerta sonó con insistencia, y gritó con desesperación llamándola una y otra vez.

-¿Qué haces aq-…? –Anna respondió con enfado por el molesto ruido, pero le bastó un segundo para ver la expresión en el rostro de Yoh y para que sus pensamientos llegaran hasta ella. Un tumulto de palabras caóticas e impacientes la sacudió cuando abrió la puerta, y al instante volvió a cerrarla decidiendo que no necesitaba saber más detalles de los que ya había entendido en ese medio segundo que estuvieron enfrentados.

-¿Cuánto tiempo tiene? –murmuró encogiéndose contra el marco. Un dolor bastante real se multiplicaba rápidamente en su cuerpo, desde la garganta hasta el corazón, y cruzó un brazo a través de su torso para contenerlo.

-No mucho –contestó Yoh del otro lado, entre jadeos. No podía ver a Anna, pero el prolongado silencio que siguió a eso, era un claro signo de que la noticia había sumado un peso emocional a la delicada situación física que ya estaba atravesando. Kino estaba muriendo y ella no podría verla nunca más. No era justo. Debía haber alguna manera.

-¿Crees que esta noche estarás bien? –le preguntó, maquinando con rapidez la única solución que había encontrado en una brevedad casi instantánea. Anna había estado en total silencio hasta ese momento, y su dolor era entendible, pero la adrenalina que sentía demandaba una respuesta de inmediato. – Kyouyama-san, ¿crees que esta noche te sentirás mejor?

¿De qué diantres hablaba? ¿Qué clase de pregunta era esa, en un momento como ése? Anna no supo qué contestar porque por primera vez no tenía idea de qué tramaba Yoh Asakura, pero de todas formas él se adelantó.

-Hoy es el último día del festival. Toda la gente estará en un solo lugar. ¿Entiendes?

Podía ser demasiado arriesgado. Infructuoso, alocado. Pero era Yoh quien le garantizaba con firmeza que su plan funcionaría, y Anna apartó esos pensamientos con la fe ciega en que todo saldría bien. Porque un poco de optimismo no había lastimado a nadie nunca.

-…si.


-¿Yoh?

Llamó a su hijo cuando lo vio caminar a través del pasillo hasta la puerta de la habitación de su abuela. Keiko lo llamó una vez más, desde el extremo opuesto, para advertirle que lo mejor sería dejar a su abuela tranquila, pero quedó muda ante la mirada fija y resuelta de los ojos café.

-Necesito un momento –le dijo simplemente, con tanta solemnidad que no pudo reaccionar.

Estaba sobre el futon. El respirador junto a ella emitía un sonido muy parecido al oleaje del mar, al trepar por la arena y deslizarse nuevamente el lecho marino. Aparte de eso, el rostro lívido y el cuerpo diminuto no daba señales de vida.

Se inclinó a su lado, tratando de divisar la mujer fuerte que una vez había sido, restándole a las arrugas los mil años de vida que parecían haberse sumado en tan poco tiempo y tratando de recordar las ocasiones cuando recibía sus duros bastonazos por ser más holgazán de lo necesario. Se acercó a su oído para hablarle, para decir lo único que le podía pedir.

-Resiste un poco más, por favor. Ella vendrá esta noche.

.

.


Llegamos a un punto crítico, por si no lo notaron *se escucha un yaay a lo lejos* No tardé mucho con respecto al capítulo anterior, al menos cumplí esa parte! Gracias por los reviews! Quería aclarar una pequeñez: el demonio que apareció en la puerta (y luego muere) no es "recién formado", es uno de los que Anna tenía antes. No estaba segura si se había entendido (lloro)

Saludos y corazones!