Capítulo 9. La única persona.
-Hace frío esta noche.
-Mucho frío.
-Pensé que era sensación mía, pero tienen razón.
-Tal vez esté nevando afuera.
-Keiko debería aumentar la calefacción.
-Es verdad, mi sopa se está enfriando demasiado rápido.
-Pero Keiko está ocupada.
Hubo una larga pausa. Yoh había estado demasiado ocupado en su propio plato de sopa para percatarse que lo último que las ancianas dijeron iba dirigido hacia él -de forma indirecta-. Levantó la mirada desorientado, cuando sintió el silencio que había descendido sobre toda la mesa, para ver a la cara a sus cuatro comensales, cada una con la cuchara en alto y esperando a que se decidiera a reaccionar.
Se puso de pie, giró la perilla de la calefacción y con el mismo desgano tomó asiento y se llevó con pereza una cuchara llena de fideos a la boca. Podrían habérmelo pedido y ya, pensó agobiado. No podía culpar a Keiko por haberlo dejado a cargo y con esa agradable compañía a la hora de la cena, porque en ese momento estaba atendiendo a Kino.
La conversación retomó su curso como si esa escena no hubiera ocurrido y como si él ni siquiera estuviera presente. Al menos no estaba obligado a mantener charla con ellas ni a manifestar una falsa cordialidad; ellas lo detestaban y él también a ellas. Eso había sido oficial desde su primer encuentro.
-Entonces, ¿cuánto tiempo falta?
-No creo que falte demasiado.
-Kino ya está en su límite.
Y no era nuevo que las simpáticas itakos hablaran de esa forma frente a él. Era casi como si ni siquiera contara como una persona. Usualmente y todos los días se tomaban la libertad para criticar a Keiko, a Kino, la comida, las almohadas, la casa en todos su aspectos…y por supuesto él no estaba a salvo. Y normalmente les hubiera echado una mala cara -que ellas ni siquiera podrían ver-, pero sólo por ese día tenían razón en algo; Kino partiría pronto al otro mundo, y entonces él volvería a su antiguo departamento en Tokio, y todo volvería a ser como antes.
Lo que además significaba que no volvería a ver a esas señoras jamás y podía decir lo que pensaba de ellas por una vez.
-El doctor dijo que por el estado en el que está, ya debería haber partido.
-Si es así espero que no tarde. Mi cama me da dolor de espalda.
El estrepitoso ruido de la cuchara de Yoh cayendo en su plato mató la conversación al instante, y se hizo el silencio nuevamente. Las miradas ciegas se clavaron sobre en él.
-¿El mocoso está enfadado? –dijo Shizu al cabo de un tiempo, en su papel de vocera.
-Lo estoy –contestó Yoh, dejando el plato a un lado, decidiendo que la comida ya no podría pasarle por la garganta. –Porque no entiendo qué están haciendo aquí.
-¿Acaso debemos explicártelo? Vinimos a rezar. Eso hacemos las itakos cuando a un allegado le llega su hora, pero por supuesto que no sabes nada sobre eso.
Era lógico que reaccionaran así. Pero esquivó la bala con relativa calma.
-No me refiero a eso. ¿Por qué están aquí? Al parecer detestan a mi abuela, y no están para nada afectadas con su enfermedad.
-¿Qué te pasa, de pronto hablando de esa forma? Eras un muchacho bastante insípido unos minutos atrás –dijo una de ellas riendo y contagiando a las demás.
-Yo sé lo que sucede; se siente especial porque es un Asakura. Todos los Asakura son orgullosos, y no me sorprende que incluso éste ejemplar -señaló a Yoh con el mentón-, sea así también.
Hubo un coro de quejas y reprobaciones, e Yoh apretó los labios tratando de ignorar el comentarios que lo había desencadenado, pero era un secreto a voces que era prácticamente un inútil en el oficio familiar, un renegado, y un vagabundo sin futuro. No se movió, pero una gota de sudor bajó por su sien. Normalmente eran agresivas, pero ahora lo hacían por el placer de desarmarlo.
Y no pudo devolver el golpe, porque ya habían encontrado la herida por donde inyectar el ácido.
-Además si no veníamos nosotras, ¿quién lo haría? Ya no hay ni una sola itako por aquí.
-Tal vez deberíamos irnos y llamar a la "aprendiz pródiga"… -con un escalofrío, Yoh miró a la otra anciana que había hablado de pronto. Sin duda se refería a Anna. -Ah, espera. La llamamos, y no quiso venir.
-Hicimos lo que debíamos hacer, pero no podemos lidiar siempre con mocosos irrespetuosos.
-No hay nadie más desagradecida que ella. Abandonando a Kino de esa forma…
Se puso de pie con tanta violencia que golpeó la mesa con sus rodillas, moviéndola de su eje y todo lo que tenía encima dio un salto y aterrizó con un golpe de nuevo en la superficie. A pesar del disturbio, ninguna movió un músculo.
-¡Ella tiene sus motivos, y no es asunto de ustedes!–exclamó, jadeando. Sentía las mejillas calientes, sin estar seguro si era por el arrebato o la calefacción misma. Keiko apareció en ese momento para encontrarse con el silencioso y tenso panorama. Yoh, todavía de pie, intentaba asimilar la ira, los deseos de limpiar el nombre de su abuela y Anna, y de redimirse por ser considerado inútil, todo a la vez.
-¿Qué sucedió? Oí gritos…
Las ancianas parecían molestas y clavaban sus miradas ciegas en la sopa, finalmente fría.
-No es nada. Tuvimos un momento de indigestión.
-¿…Yoh? –la mujer miró a su hijo. Pareció entender de inmediato. Se acercó a él, paralizado en el lugar, y con una palmada en el hombro le indicó que ella se encargaría del resto.
Terminó el recibidor, alejado lo más posible del movimiento de la casa, y donde se recargó sobre la pared como si hiciera más fácil llevar su propio peso. Tenía una nueva preocupación sobre él, y era aquello lo que había ignorado tanto tiempo; ¿qué haría cuando su abuela falleciera y él tuviera que regresar a la ciudad? ¿Qué pasaría con Anna?
Miró hacia el reloj en la pared. Podría ser verdad que Anna había dejado a Kino sola, años atrás. Pero no le fallaría esta vez.
-El festival abre dentro de unos minutos –decía Yoh muy rápidamente. –La gente saldrá a las nueve, o irá a ver las atracciones después de cenar, a las nueve y media. Tal vez vuelvan a sus casas luego de los fuegos artificiales, a la medianoche…
-¿Cómo sabes todo eso? –entre sorprendida y escéptica, Anna miraba la puerta donde del otro lado se encontraba Yoh.
-Fui varias veces, creo que lo aprendí sin querer–dijo Yoh, restándole importancia. –Entonces debes salir antes de las nueve o casi a las diez…Tienes que tener cuidado con no ser puntual, o te encontrarás con demasiada gente en las calles.
Anna no respondió nada salvo un "mhhm" que escondía una sorpresa del tamaño del Monte Osore.
-Y ten en cuenta el tiempo que tardarás en llegar hasta el pueblo. ¿Quieres anotarlo?
-Lo recordaré –le aseguró.
-Bien…entonces, nos vemos luego.
Yoh tenía razón. Eran las diez y el pueblo estaba completamente desierto, casi abandonado. El festival de invierno había acarreado a una buena parte -o a todos los habitantes- fuera del epicentro de la ciudad, dejándola sola caminando por las veredas congeladas totalmente vacías de vida.
A pesar de estar en un pueblo "fantasma", cualquier cosa que no fuera el encierro de su propia casa era una atracción, y nada le resultó más interesante que ver el pueblo donde había crecido y comprobar cuanto había cambiado y a la vez cuanto conservaba de sus escasas memorias. Solo algunas casas estaban intactas como en su recuerdo, muchas de las construcciones tenían tantas diferencias arquitectónicas que le costó reconocerlas, pero aun así pudo encontrar el camino hacia la posada de Kino.
Y ésta estaba inalterable. Tal y como si mirara una vieja fotografía o una película en sepia, con un parpadeo se vio a sí misma en el patio, barriendo las hojas, o en el pórtico donde se sentaba a leer en sus tiempos libres mientras conversaba con Kino. Un segundo parpadeo y la escena desapareció, y vio en su lugar la vieja puerta de entrada iluminada por la noche azul oscuro y arrasada con una descuidada cantidad de nieve.
Tocó la puerta. No se había dado cuenta hasta ese momento, pero algo en esa visión la había inquietado.
Yoh fue quien abrió la puerta, tan rápido, que le dio la sensación que se encontraba esperándola justo del otro lado. Se encontró cara a cara con su expresión de grata sorpresa en sus ojos y con una sonrisa de alivio bien amplia en su boca.
-Viniste –le dijo, agitado.
La itako parpadeó pasmada e Yoh supo que había dicho una estupidez.
-Se suponía que vendría –fue la respuesta escueta.
Era un "saludo" un poco rudo, pero él ya se había acostumbrado al carácter nada suave de Anna. A lo que no se había acostumbrado era a tenerla frente a la puerta de la casa, cuando usualmente era él quien debía tocar a la de ella.
-Es que me preocupaba que…
-No hubo problemas –dijo ella, haciéndose paso, colgando su abrigo y dejando las botas en el recibidor como si fuera poca cosa, aunque internamente intentaba con todas sus fuerzas sentirlo así.
El nerviosismo había escapado a sus cálculos. Se había preparado mentalmente para el inminente encuentro con Kino, pero de alguna forma encontrarse de pronto de pie en la casa que había abandonado muchos años atrás había derrumbado su entereza y las palpitaciones de su corazón comenzaban a ser una molestia.
Tal como la fachada, su interior no había cambiado un ápice. Cada pequeña pieza de adorno estaba allí, ciertamente pasadas de moda, pero al menos el calendario de la pared había desaparecido y ahora exhibía uno actual.
Al verlo, los números cayeron con algo más de peso del que se esperaba. Seis años. Dentro de las cuatro paredes de su casa el tiempo la había engañado, y apenas en ese momento se dio cuenta que había permanecido en la marginalidad de la sociedad por seis años.
Podía sentir a Yoh, aun mirándola con inquietud.
-No, no había nadie cerca –le repitió Anna, aturdida por los pensamientos del chico.
-Ah, qué bueno –expresó, sonriendo tímidamente. La itako lo miró perpleja. ¿Por qué estaba tan feliz? ¿Había olvidado que su abuela estaba muriendo? Pero justo en ese momento él lo mencionó, sin borrar su sonrisa; –Le dije que vendrías. No contestó… pero estoy seguro que está esperándote.
Se adentraron en dirección al comedor. Anna todavía estaba pensando en el horrible calendario, que le había dejado un sabor amargo en la boca y conforme avanzaba por el pasillo de su antiguo hogar ese sabor aumentaba. ¿Qué le diría a Kino? ¿Qué le diría ella? No había planeado ninguna línea en especial, solo pensaba en verle el rostro por última vez antes de que sus caminos se separaran aún más.
Un murmullo de voces en la habitación contigua se hizo audible, e Yoh notó que Anna súbitamente detenía su marcha.
-¿Qué sucede? –le preguntó, desconcertado. Estaba lívida.
-Olvidé que estaban aquí.
Se refería a las ancianas. Yoh miró intrigado su reacción y comprendió que el desagrado de las viejas mujeres hacia Anna era mutuo.
-Lo siento, no sabía que había pasado algo entre ustedes –dijo, al darse cuenta de su descuido. Cualquiera que fuera el asunto, había logrado molestar visiblemente a Anna. Estaba tan tensa que había comenzado a morderse el labio inferior.
-Puedo invocar fácilmente a un oni si entro allí. Esas señoras nunca tienen buenas intenciones.
-Ignóralas. Tienes que entrar. Quieres ver a mi abuela, ¿verdad?
La rubia bufó con fastidio.
-Claro que entraré. No vine aquí por nada.
-Perfecto, entonces…pasaremos rápidamente, como si no existieran –le propuso él, levantando un dedo frente a su rostro. Anna levantó una ceja.
-Eso suena un poco infantil.
Pero la opción de Yoh era algo que podría intentar. Solo que no fue tan fácil ignorarlas.
-Si el sol saliera ahora mismo no estaría tan sorprendida –dijo una anciana de inmediato, al notar la presencia de ambos entrando a la habitación. –¿Es ella?
-Es ella.
-¿Qué hace aquí?
-Bueno, entonces finalmente decidiste seguir nuestro consejo. Me sorprende que incluso una persona ingrata como tú tenga sus momentos de lucidez.
A pesar de que sabían que tendrían ese recibimiento, fue duro escucharlas pacíficamente. Yoh se contuvo apretando los labios, y de inmediato entendió que al no poder ignorarlas, dependían de su rapidez para evitar que la situación se descontrolara. Un oni apenas cabría en esa habitación, y avivado por ese miedo, tomó la mano de Anna, y la haló dando grandes trancos.
Anna se hubiera sorprendido por la forma en que Yoh había decidido guiarla, pero su atención estaba puesta en las críticas que las itakos descargaban contra ella.
-¿No llega un poco tarde?
-Entrando tan confiada a la casa de su maestra y sin saludarnos como corresponde…
Era como si hubiera entrado a una máquina del tiempo. La misma escena de su infancia se estaba repitiendo, cuando Kino aun no la incluía en el plan para su nieto y a pesar de no tener a nadie en el mundo, no obtenía nada más que rechazo del resto de las itakos. Cuando tenía diez años no había podido hacer otra cosa que tratar de no escucharlas, de intentar con todas su fuerzas esconderse, y de odiarlas por hacerla parecer tan débil. Y no tenía sentido.
-Sigue tan arrogante como siempre.
-Ni se hubiera molestado en venir.
Las cosas no habían cambiado demasiado, todavía debía esconderse para no dañar a nadie. Pero ahora después de tanto tiempo estaba en el mundo exterior, y fuera de la horrible fortaleza donde había vivido para proteger de los demás. Y lo más importante; ya no tenía diez años, y no era una niña.
Cuando faltaba apenas un par de pasos para abandonar la habitación, Yoh sintió que algo lo jalaba de vuelta hacia atrás. Anna estaba anclada al suelo, mirando directamente a la mesa donde las itakos estaban sentadas.
-Soy yo la que no entiende que hacen ustedes aquí –dijo con dureza. -La última vez que las vi, rechazaron a Kino-san por haberme acogido. La trataron como una paria, y le negaron la ayuda que necesitaba para vivir y criar a una huérfana.
A juzgar por el súbito silencio de las señoras, era evidente que no se esperaban que Anna respondiera y ni mucho menos de esa forma. Yoh la miró con horror, tratando de leer sus ojos.
-Bueno, estábamos seguras que Kino cometía un error. Lo creemos todavía. Y tú no eres la más indicada para reprocharnos eso –soltó una anciana. –Tú la dejaste sola en cuanto pudiste.
-Lo hice. Pero ustedes no saben por qué.
-Lo sabemos. Es porque eras espantosa –escupió Shizu. –Y eras terrorífica cuando eras niña, veo que aun lo eres. Tu aura está corrompida de una forma que me da nauseas, y tienes…tienes demonios que te ayudan. Tienes onis, lo sabemos.
-Sí, los tengo –Anna afirmó con aburrimiento, como si la veterana no le hubiera dicho nada más que el informe del clima. -¿Sabe cómo obtuve esos demonios, señora Shizu?
-Anna, -susurró Yoh, tieso del espanto. -¿Qué haces?
-No, y no me interesa saberlo –respondió la anciana, ajena a la desesperación de Yoh.
-Debería interesarse –dijo ella, sin dejar de mirar fijamente a la mesa.-Y debería estar un poco preocupada también…
Entonces su mirada recorrió a cada anciana, deteniéndose por unos segundos en cada uno de sus rostros. Yoh comprendió que estaba leyéndoles la mente a voluntad, y comenzó a sudar frío.
-Anna –protestó nuevamente. Pero la rubia estaba inmersa en su acometida.
-¿Por qué mejor no dice la verdad a Kino-san y Keiko-san? –dijo al cabo de un momento. -Quiere ver morir con tus propios ojos a la persona que siempre fue mejor que usted. No, no lo hace por el "deber de itako", como dice. Ni siquiera está rezando por el alma de Kino-san. Ninguna de ustedes lo está haciendo.
La expresión de la anciana se endurecían conforme Anna hablaba. Yoh vio su rostro desencajado, tan tenso y contraído en sus labios finos, que en su rostro habían aparecido algunas arrugas nuevas. Anna la miraba con satisfacción, sonriendo a pesar del sudor en su frente.
-No puede negarlo. Acabo de verlo –declaró.
Shizu temblaba tanto que las gafas oscuras habían resbalado por su nariz, y sus ojos velados de blanco quedaron al descubierto. Era la primera vez que Yoh veía el pánico en un par de ojos que carecían del brillo y expresión por sí mismos, y estaba seguro que si la anciana hubiera podido salir corriendo, lo hubiera hecho, en el momento que entendió -al igual que todas ellas- que ni siquiera sus pensamientos estaban a salvo de Anna.
-¿Qué eres? –inquirió la vieja, con los dientes apretados.
Yoh tuvo un deja vü de cuando él mismo se encontró en esa situación. Sabía exactamente por la confusión por la que pasaba la anciana, y por eso estuvo seguro lo que ella debió pensar porque Anna le respondió con una afirmación.
-Así es. No hay secretos para mí.
-Eres un monstruo. Kino…
-Kino-san lo sabe desde el primer momento que decidió adoptarme, y estuvo de acuerdo con que me fuera. Pensó que podía confiar en ustedes si yo no estaba. Lamentablemente se equivocó.
-Detente –le susurró Yoh, y nuevamente le insistió con un movimiento cuando vio que para ese punto Anna comenzaba a respirar con dificultad y todo el color de su rostro había desaparecido. -Anna, vámonos –imploró, en voz alta.
-Y sobre los rumores que esparcieron sobre mí…Seguro saben que tuvo buenos resultados. ¿Ustedes querían asegurarse que nadie se me acercara? ¿De verdad odian tanto a Kino-san, que deseaban que su única discípula fuera miserable? Eso es algo triste viniendo de unas ancianas que no tienen mucho tiempo en este mundo. Debieron haber elegido un pasatiempo más productivo.
Esta vez todas guardaron silencio, pero parecían visiblemente incómodas.
-Que molestas son. No me imaginé que volvería a verlas, pero me alegra haberlo echo, sólo para ver las caras patéticas que tienen ahora. Y sólo una aclaración; no seguí ningún consejo de ustedes. Fue de Yoh Asakura.
Considerando eso como un ultimátum más que suficiente, Yoh la llevó fuera de la habitación antes de que la situación pudiera empeorar. Anna tambaleaba tanto que necesitó recargarse contra la pared del pasillo donde se detuvo a recuperar el aire con pequeñas bocanadas.
-¿Estás bien?
Anna asintió con la cabeza vigorosamente, pero Yoh notó que estrujaba con fuerza los pliegues de su ropa.
-¿Por qué hiciste eso? -le preguntó, casi tan descompuesto como ella.
-Se lo debía a Kino-san, supongo...
Keiko salió por una puerta contigua y se encontró con ellos sorpresivamente. Anna trató de inmediato de rehacer su compostura, pero su rostro pálido no escapó de los ojos de la mujer, así que Yoh respondió por ella.
-Está un poco mareada, es todo –explicó, consciente de que sus manos estaban sujetándola para que no cayera al suelo. Se ruborizó al instante de un fuerte bermellón, porque seguro ese detalle no había escapado a los ojos de su madre. Afortunadamente ella no hizo nada por poner en evidencia su timidez.
-Es bueno verte aquí –le dijo a la itako con una mirada cálida. –Estas muy pálida, será mejor que te sientes.
Anna de a poco iba recuperando la estabilidad, y entendió por qué Keiko estaba siendo especialmente amable con ella. De acuerdo a los pensamientos de la mujer, estaba agradecida por haber ayudado a Yoh la noche de la tormenta, muchos días atrás. Negó a su ofrecimiento, finalmente recompuesta, o al menos lo suficiente para caminar sin marearse, y le pidió a Keiko Asakura permiso para ver a su maestra.
En todos los años que vivió en esa casa, contadas veces había entrado a la habitación de su maestra, sin embargo la recordaba bien por la austeridad en la que decidía dormir Kino. Allí no había más detalles que una cama, un mueble y una ventana. El escenario era un poco diferente ahora, había además una mesa repleta de medicamentos y una máquina que bombeaba aire rítmicamente a la señora postrada.
-Kino-san –dijo, anunciándose.
Muy diferente a su aspecto demacrado, le habló a Anna con una ironía que no se esperaba.
-Al fin apareces –le reprochó, con una voz temblorosa apenas audible por la máscara de oxígeno cubriéndole toda la boca. Anna no pudo evitar leer su mente, y descubrir que le dolía al hablar y requería mucha fuerza hacerlo. Sin embargo ella continuó; –Que bueno sentirte aquí después de tanto tiempo –agregó, carraspeando nuevamente entre cada palabra.
-No hable –susurró Anna, sentándose al lado de la cama. De inmediato supo que la charla no funcionaría, y susurró una vez más, tratando de hacerse escuchar por sobre el ruido del aparato a su lado. -Nos comunicaremos de otra forma. Solo piense lo que quiera decir. Yo lo escucharé.
Debía sacarle provecho al reishi algún día después de todo.
"Lamento que no haya funcionado nuestro correo," pensó Kino. Su voz se oía fluida dentro de su mente y si Anna cerraba los ojos, no había ninguna señora agonizante frente a ella. "…pero no tenía a nadie quien me lea tus cartas, ni tampoco que pudiera escribir las mías. Creo que incluso el cartero se negó a ir hasta tu casa."
Era triste que hubieran tenido que cortar toda comunicación entre ellas por falta de un intermediario. Era parte de la obra de las itakos.
-No piense más en eso –dijo. Pero era Anna quien seguía pensando cuan diferente hubiera sido su vida en el aislamiento si al menos hubiera podido seguir en contacto con Kino.
"Pasaron seis años. Me imagino que eres casi una adulta ahora -Kino movió su mano un poco, buscando a tientas a Anna. "Y el reishi aun…"
-No se irá -confirmó Anna, suspirando. -Fuimos muy crédulas en pensarlo así. Lo que me recuerda, ¿por qué le dijo esas cosas a su nieto? Eso fue innecesario. No le tomó nada de trabajo descubrirlo por sí mismo...
"Um, me lo imaginé." pensó la mujer con satisfacción, y Anna enderezó su columna, alterada.
-¿Quería que lo descubriera?
"Te diré algo importante, Anna. Él puede ayudarte"
-¿Qué? ¿De qué está hablando? –comenzaba a pensar que Kino estaba delirando. –Yoh no sabe nada de espiritismo. Jamás podría contra un poder con este.
"Pero lo que digo es cierto."
Anna no tenía ánimos de contradecirla, y no lo hubiera hecho de no ser porque notó con decepción que Kino seguía asegurando que su problema tenía una solución. Intentó razonar nuevamente con ella, con más calma.
-Tal vez es un deseo que tiene, pero es hora de afrontar los hechos. Vivíamos creyendo y esperando que el reishi desapareciera un día, como por arte de magia. Pero, ¿de que servía sujetarnos a esa esperanza? Nunca obtuvimos nada, salvo frustrarnos cuando me levantaba cada mañana y aún podía escuchar el interior de su cabeza, ¿recuerda? No se ofenda, pero no veo cómo Yoh pueda ganarle al reishi, si eso es lo que está insinuando. Ni siquiera sabemos si existió esa opción alguna vez.
"Tu lo has dicho, Anna. Siempre podemos pensar que existe una solución porque nada hasta ahora demostró lo contrario. Parece que la ciega aquí no soy yo, y además de eso, estas sorda; no escuchas lo que digo."
Anna suspiró, resignada.
-Lo veo claramente, Kino-san, usted se irá de este mundo y yo la seguiré pronto. Y esa es la realidad.
"¿De qué hablas?"
-Es el reishi. No hay nada más que hacer, mi tiempo está por agotarse. Simplemente lo sé -sonrió, esperando que su tono suave sirvieran para transmitirle paz. Pero en lugar de eso, Kino se llevó una temblorosa mano a la máscara de oxígeno en su boca, y la hizo a un lado.
-No digas eso –dijo, jadeando con aspereza –Debes escucharme por una vez, él me lo dijo...
-Kino-san, no…-Anna intentó recolocar la pieza en su lugar, pero no podía controlar los movimientos de la anciana sin arriesgarse a lastimarla. Su maestra no dejaba de repetir sus palabras una y otra vez, parecía fuera de sus cabales.
-Yoh… puede… ayudarte. Hao… me lo dijo.
-¿Quién es Hao? –preguntó confundida, pero ella no contestó porque sus fuerzas parecieron extinguirse de pronto, permitiéndole a Anna finalmente colocar la máscara en su rostro. Luego, solo atinó a tomar su mano y a apretarla tan firme como pudo.
Kino continuaba vocalizando, hablando vagamente.
-Inténtalo. Prométeme que lo intentarás.
Estaba siendo cruel… Obligándola a hacer promesas en su lecho de muerte, sabiendo que no sería adecuado negarse a su pedido. ¿Qué debía hacer? ¿Mentirle para dejar su alma satisfecha? Pero lo meditó demasiado tiempo; un par de segundos fue demasiado tiempo. Anna no llegó a responder porque la mano que sostenía cayó flácida en su palma, y de un instante a otro estuvo Kino estuvo dormida como si minutos atrás no hubiera estado despierta.
Parecía encontrarse muy lejos de allí, y en la mente de Anna sólo se escuchaba un extraño silencio. Era la primera vez que no escuchaba nada en presencia de alguien más, y ese silencio le dio algo de la claridad que necesitaba para su propia mente.
-Lamento no haber estado aquí para cuidarla –finalmente las palabras que necesitaba decirle, salieron por su cuenta. –Lo siento.
Keiko entró cuando la alarma escandalosa de la bendita máquina comenzó a sonar, y presionó un botón apagándola, suspirando con tristeza.
-El doctor dijo que esto pasaría –explicó, mirando el rostro plácidamente dormido. –A partir de ahora, ella…-no pudo seguir hablando porque sus labios se contrajeron, pero era bastante obvio lo que quería decir.
Anna se volvió a mirar a la anciana con sus últimas respiraciones, una vez más. Lo siento, Kino-san. Pero no hay nada que hacer.
-¿Ya te vas? –Keiko se secó un par de pequeñas lágrimas al tiempo que la joven se ponía de pie. –Es muy tarde, deberías quedarte a pasar la noch…- Pero como si se hubiera dado cuenta de lo que decía, se detuvo. La verdad, sería algo arriesgado para los demás tenerla demasiado tiempo en la casa. Existía el riesgo de que formara un nuevo oni o los expusiera a ellos.
Anna captó su preocupación al instante.
-Estaré bien –le aseguró. –Debo marcharme. Gracias por recibirme –agregó.
Cuando salió de la habitación Yoh prácticamente se lanzó hacia Anna, alertado por el silencio en la habitación de su abuela. Afortunadamente leyó el gesto de Anna, y se ahorró las preguntas innecesarias. Casi inmediatamente, la itako encontró la manera de despedirse rápidamente con un último gesto de agradecimiento a los dos Asakura.
Se dirigió por su cuenta hacia la salida. Por suerte las demás itakos no se encontraban en la sala, y le habían evitado así un segundo encuentro para el que no tendría demasiados ánimos. Al menos pudo ver la antigua salita vacía una vez más, y despedirse de la casa en silencio tal y como había hecho con su dueña. El resto de la casa tampoco no había un ápice, y de pronto entendió que Kino la mantuvo así esperando que al regreso de Anna todo fuera igual. Ella la había esperado siempre.
Cuando estaba llegando a la entrada, sintió pasos tras de ella, e Yoh apareció trotando. Abrió la boca, a punto de decir algo.
-No –le dijo Anna cortante. Yoh protestó.
-Pero no es seguro…
-No estoy en peligro.
-Conozco el camino mejor que tú.
-Estaré bien -exhaló Anna, poniéndose su abrigo y bufanda. Comenzaba a cansarse de la insistencia de Yoh, pero no consiguió en absoluto ahuyentarlo. Seguía parado junto a ella e incluso había comenzado a vestirse también.
-¿Qué crees que haces? –inquirió, volviéndose a él con un suspiro.
Él no respondió, pero aun ya vestido la miró fijamente recordándole a un niño que espera el permiso de un mayor para salir. Yoh temía que no pudiera llegar a salvo a su casa por el encuentro extenuante que había tenido con las ancianas momentos atrás. Esa conjetura la tomó con la guardia baja. Esperaba que en la oscuridad del recibidor, él no hubiera visto su expresión azorada.
-Será mejor que te quedes –lo esquivó.- Hace mucho frío y no querrás caminar de regreso en medio de una helada.
-No me molesta pasear un poco. Vamos –y sin esperar a más cavilaciones de Anna, abrió la puerta alegremente. El viento glacial los despeinó con suavidad. -¿Pasa algo? –preguntó cuando notó que ella dudaba.
-¿Qué hay de tu madre?
Yoh se encogió de hombros con una sonrisa. En una extraña rebeldía, no parecía importarle lo que Keiko pensara o estuviera de acuerdo o no.
El pueblo aún estaba vacío y cubierto por una decorosa atmósfera silenciosa, interrumpida por las suaves turbulencias de viento en las montañas, que descendía hasta los tejados y les curtía la cara.
-¿Te…sientes bien? –preguntó Yoh al rato. -¿Ellas no te hicieron nada?
-¿Preguntas si convocaré un oni? Creo que por ahora no –su mente estaba inquieta por los sucesos de la noche, pero no era comparable al sentimiento que la ahogaba cuando el reishi decidía explotar.
-Eso es fabuloso, ¿no? Después de eso pensé que seguro aparecería uno, tuve algo de miedo –confesó Yoh llevándose una mano al pecho como si sintiera nuevamente sus palpitaciones.
-Dijiste que no les tenías miedo –apuntó Anna, metiendo las manos en el fondo de sus bolsillos. La temperatura había bajado mucho, y sin embargo Yoh caminaba a su lado con el entusiasmo de un día soleado.
-N-no, creo que no –ella lo miró fijamente. –Bueno un poco. Pero si hubiera aparecido uno en la casa, probablemente mi madre o incluso las demás itakos hubieran hecho algo para controlarlo. Ellas son expertas invocando espíritus y eso, pero tal vez yo sólo las hubiera mirado desde lejos -agregó con una sonrisa, mezcla de pena y tristeza. -No podría serte de ninguna ayuda...
Anna abrió los ojos, al mismo tiempo que la voz de Kino hacía eco en su cabeza. "Él puede ayudarte". Lo había olvidado, pero él tenía en su mente la voluntad de ayudarla, algo que ya había manifestado el día que accidentalmente había destruido un oni, pero ahora era tan fuerte que no podría tratarse de un deseo común. Podía sentirlo intensamente dentro de ella misma.
-No es como si se tratara de tu deber –respondió, tratando de esconder las emociones de su rostro de la vista de Yoh. Por un par de pasos, mantuvo los ojos cerrados fuertemente. Su cuerpo trataba de lidiar con el sentimiento de empatía del joven, pero ella estaba tan poco familiarizada con un percibir algo de ese tipo y se sentía tan incómodo que casi prefería tener una jaqueca.
No era el momento de pensar en ella. Yoh sí tenía una vida por delante.
-Entonces volverás a Tokio –dijo, cambiando de tema. Había notado al Asakura dudoso al principio de la noche, pero al menos tenía eso a su favor, y con un poco de tacto y técnica podría hacer que tomara la decisión correcta.
Se habían adentrado a la zona más oscura y deshabitada del recorrido, con la carretera de un lado, el bosque del otro y el horizonte oscuro al final del camino.
-No lo sé. Creo que no estoy listo –confesó él con timidez. La idea de volver a su departamento y retomar su vida de cero le provocaba nauseas. Tendría que buscar un trabajo también y le agotaba de solo pensarlo. –Me gusta estar aquí. La vida es mucho más sencilla. Y además si me quedo, podré hacer tus recados.
Había dicho eso con demasiada soltura y no se había dado cuenta de ello hasta unos segundos después.
-Quiero decir, si no lo hago yo, ¿quien más lo hará? ¿Verdad? Debo quedarme por eso.
La rubia agradeció que su bufanda tapara la mitad de su cara y de esa forma Yoh no podría el nuevo color en sus mejillas. Trató de ignorar los pensamientos atropellados del chico y su rostro también pintado con un rubor intenso.
-No deberías pensar en mí. Piensa en tu futuro –dijo, carraspeando. –Aunque no estés aquí puedo llamar a alguien más para que compre lo que necesite.
-¿Qué? Pensé que no había nadie más.
Y tenía razón, pero Anna solo debía hacerle creer que encontraría alguna forma para solucionar su problema. De pronto era evidente que su decisión estaba ligada a ella. Debía darle la libertad de elegir lo que quisiese hacer, y que no se sintiera culpable por optar por volver a la capital.
-Vuelve a Tokio –dijo. Más bien, le ordenó. Yoh detuvo sus pasos.
-¿Qué? Pero, ¿no quieres que te ayude con…?
-¿Qué dices? ¿De verdad quieres vivir aquí? –increpó Anna. No hacía falta señalar el clima calamitoso, el azufre que irritaba la nariz, y el pueblo pequeño, anticuado y aburrido.
-No es tan malo. Mi madre seguro se marchará a Izumo, pero no estaré solo, puedo ir a visitarte y también…
"Hacerte compañía", pensó.
-Es decir, -Yoh se encendió como una lámpara de lava por tercera vez en el día -Cuidarte para que no…
Un momento, eso también sonaba bastante comprometedor.
De pronto se puso muy nervioso, pero a Anna le sacó una sonrisa, oculta dentro de la bufanda. "Hacerte compañía" no sonaba mal. Pero tal vez su plan funcionaría en otra realidad.
No estaba molesta, en cambio, Yoh notó el silencio reflexivo en que se había hundido la rubia. Miró por el rabillo del ojo, y su mirada perdida en la nada le indicó que ni siquiera estaba leyendo su mente y continuaba caminando en línea recta motorizada por una fuerza externa a ella. Algo ocurría, y era por ese algo que intentaba convencerlo que regresara a Tokio. Incluso había fingido que podía depender de alguien más para que la ayudara a subsistir, pero había sido una mentira tan obvia que ni un niño creería.
El templo lindero a la cabaña apareció imponente. Sin darse cuenta estaban llegando. ¿Tan pronto? Todavía había cosas que quería hablarle, y preguntarle y tal vez proponerle para el futuro. ¿Necesitaba otras cosas, aparte de comida? ¿Le gustaría que comprara para ella telas para sus confecciones? ¿Revistas o libros para pasar el tiempo?...
¿Por qué le insistía que regresara a Tokio? ¿Por qué quería alejarse de él?
Se detuvieron en la entrada del bosque donde un oni los esperaba con una lámpara, iluminando para ellos el sendero boscoso donde las luces urbanas no llegaban. El oni daba una imagen un poco siniestra, pero no fue eso lo que le causó a Yoh un pequeño nudo en el estómago.
-Llegamos –dijo de pronto Anna, a pesar de que no era necesario decirlo. Se sorprendió de escuchar su voz algo contrariada, como si no estuviera preparada para una despedida, la segunda del día.
El joven observó con desazón el pequeño tramo que restaba hasta la casa.
-Uh, te acompaño hasta…-Yoh señaló torpemente a la profundidad del bosque. No les llevaría mucho tiempo llegar hasta allí, pero era algo.
Ella no se negó, y emprendieron la marcha encabezada por el oni y la luz tenue de la lámpara. La nieve crujía con suavidad bajo el par de botas y las monstruosas patas del oni, y avanzaron concentrados en no trastabillar en el terreno inestable.
-¿Estás bien? Digo, mi abuela…
-Kino-san lleva enferma mucho tiempo, sabía que llegaría este momento –respondió ella e hizo una pausa. –Uno se prepara para la muerte en esas circunstancias…-agregó, con voz queda.
Yoh percibió el tono extraño de sus últimas palabras.
-Pero no imaginé que hubiera podido verla una vez más -expresó Anna, interrumpiendo sus pensamientos. –Debo darte las gracias.
Habían llegado hasta la casa. El oni apretó cuidadosamente un botón, y la lamparita se apagó. Luego, simplemente se sentó sobre la nieve a un costado de la puerta, como un perro guardián. Yoh y Anna se detuvieron en la entrada.
-No fue nada –dijo él. De pronto sentía tanta vergüenza que debía hacer un esfuerzo enorme para corresponder la mirada ámbar de la itako. Se había acostumbrado a tener sus pensamientos a disposición de ella, pero le era difícil sentirse seguro cuando se concentraba demasiado en su cabello claro o en su piel lisa como el mármol. Y ahí estaba precisamente, pensando en eso otra vez… -¡Me alegra que te hayas encontrado con mi abuela! –agregó alzando la voz desmedidamente, esperando que eso sirviera para opacar lo último que ella hubiera escuchado.
Pero Anna parecía distraída una vez más.
-¿Sucede algo? –preguntó. La itako había agachado levemente su cabeza, y tenía sus ojos fijos en algún punto de su abrigo.
Estaba de vuelta en su morada, el lugar que antes podía ver como casa y ahora solo esperaba que fuera una tumba apacible. Si el destino final del reishi se cumplía esa noche, o al día siguiente; sentía que podría aceptarlo. Había agradecido a Yoh por lo de Kino, pero secretamente también porque había encontrado en él la oportunidad de sentirse cómoda en compañía de una persona y más importante aún, de sus pensamientos. Algo que nunca había creído posible.
La única persona hasta ese momento había sido Kino, pero el defecto más importante de su maestra había sido el no poder asumir que su poder era irreversible, e incluso hasta sus últimos momentos lo había insistido.
Sería su turno cuando menos lo pensara, y antes de que su alma partiera, necesitaba que Yoh supiera lo que había ocurrido años atrás, en el incidente que marcó su vida y la razón por la que había decidido alejarse de todos. Y lo más importante; de lo que el reishi dentro de ella era capaz de hacer.
-Hace unos años asesiné a dos personas.
El viento sopló con fuerza colándose en el silencio y se levantó desde el ras del suelo casi verticalmente, ululando al pasar a través del follaje de los árboles. Tal vez todo el aire que contenían sus pulmones se fue con él, porque en ese segundo Yoh olvidó cómo respirar, y correspondió a la decisiva mirada de Anna con el cuerpo tan paralizado como sus cuerdas vocales.
-Kino-san estaba enferma, y no tenía su medicina –prosiguió ella. -Entonces, decidí ir a buscarlo por mi cuenta. Y sucedió.
No necesitaba decir más para que sacara sus conclusiones. Suspiró por lo bajo. Ya no tenía con ella el peso de ese tumor en sus recuerdos, pero no se había imaginado que decirlo en voz alta iba a ser tan diferente que el pensarlo a diario. Había comenzado a temblar levemente y no se suponía que pasara eso, e Yoh continuaba de pie frente a ella, pero ni siquiera podía leer su mente porque sólo había espacio en ella para los aullidos de los hombres siendo despedazados en vida, calados a fuego en su memoria.
-Incluso hoy sigo lastimando gente. Para que los onis no pasen hambre y ataquen a la gente del pueblo, debo enviarlos a comer almas en el monte Osore.
Yoh escuchaba estupefacto. Era esa la razón por la que Anna le había advertido que no se acercara a ese lugar. Y no solo ella, su madre también lo había mencionado…
-Debo elegir entre matar gente, o hacerme con las almas de los muertos -concluyó Anna. Era evidente que no estaba satisfecha consigo misma, al contrario, parecía odiarse profundamente. -Puedes pensar lo que quieras de mí.
Tal vez Anna esperaba confesarse con quien sea que estuviera dispuesto a escucharla y juzgarla con la severidad que ella quería, pero dio la casualidad que Yoh era la persona frente a ella. ¿Qué hubiera hecho alguien más? ¿Despreciarla, enjuiciarla, condenarla? No era su caso; para Yoh era imposible sentir rechazo hacia alguien que había pasado toda su vida pagando el precio, y cuando ella misma había elaborado su sentencia y ocultado eternamente en su cárcel.
¿Y que debería hacer con esa información? Anna solo sentiría alivio real si pudiera asegurarle que su arrepentimiento y que el tiempo castigándose había sido suficiente; si él pudiera tomar ese dolor y hacerse cargo de él, como si fuera su responsabilidad, y para que ella no lo sintiera nunca más. Y sentía que debía hacerlo, porque si ella confiaba en él tanto para confesarle su más intimo secreto, él debía responder. Y porque si alguien, y más que nadie ella, podía confiar en él, significaba que no era un inútil.
Era todo lo que necesitaba para quitarse la piel muerta y renacer.
-Entonces tal vez podamos hacer algo al respecto -dijo. -Tienes una buena razón para hacerlo, ¿verdad?
-Las almas devoradas ya no pueden volver –refutó ella.
-Pero podemos impedir que los onis sigan comiéndolas. Hiciste desaparecer a ese oni una vez, ¿recuerdas? ¿Por qué no puedes hacer lo mismo con el resto?
-No sé cómo lo hice –suspiró Anna. -Ya hemos tenido esta conversación antes, Yoh.
-Podemos averiguarlo.
No tenía sentido hacerlo. Ya había vivido muchos años pensando que algo bueno podría sucederle, pero ahora le tocaba tener los pies en la tierra.
-No tengo tiempo para eso –murmuró, en un tono tan bajo que pensó que no la había escuchado.
-¿Cómo qué no? Estas en vacaciones, me lo dijiste antes –rio él.
Por fortuna había entendido su comentario de forma errónea. Guardó silencio unos instantes, no podía decirle que los dolores de cabeza eran casi constantes,que su cuerpo estaba demasiado débil, que las manchas en su piel aparecían con más frecuencia, y que de alguna forma sabía lo que todo eso significaba. No podía aplastarle el entusiasmo con tanta frialdad. Era irónico que ahora con Kino ausente, era su nieto el que le insistía en buscar una solución, como si hubiera heredado su testarudez.
Tan testaruda, que había utilizado su último aliento para hacerla prometer que buscaría una solución. Y hablando de promesas, recordó algo. Con suerte podría esquivar el tema de conversación.
-Olvidé dártelos –sacó de su bolsillo un envoltorio rustico que Yoh abrió cuando tuvo en sus manos.
Descubrió un par de guantes color musgo. Anna los había terminado en tres días y parecían una obra de semanas. No tuvo que preguntar si le eran de su agrado, porque él no dejaba de pensar lo fantásticos que se veían.
Pero Yoh no dejaría que el reishi hiciera el trabajo por sí mismo.
-Son geniales –le dijo de todas formas. Y de inmediato se los colocó, testeando la flexibilidad de sus dedos. –Gracias.
Anna miraba con secreta fascinación la expresión encendida de alegría del chico; la primera que veía en él. El único problema era que un par de guantes no podrían compensar jamás lo que había hecho por ella. Estúpida. Estúpida, estúpida. No, esos guantes no harían nada por él. No lo ayudarían a decidirse sobre su futuro, ni a sentirse mejor con él mismo, a encontrar la manera de encajar en el mundo, ni a… Ni a tener deseos de vivir.
Necesitaba decirle que no era necesario que llegara a ese extremo nuevamente. Ya que nadie más lo haría.
-Quiero que…
Una explosión en el aire la interrumpió. Ambos se sobresaltaron por el sonido estridente en lo alto del cielo, pero al instante millones de pequeñas lucecitas aparecieron en el firmamento nocturno, brillando de todos colores. Ambos miraron los fuegos artificiales como si fuera la primera vez en sus vidas que lo hacían, y se dieron cuenta de que no estaban listos para decirse adiós por esa noche, cuando miraron el cielo mucho después de que las luces hubieran desaparecido.
-No me iré –Yoh declaró con firmeza rompiendo el silencio. Se volvió a Anna, –Me quedaré en Aomori.
Vio a Anna abrir los ojos como pocas veces que estaba impresionada por algo. En el momento que no pudo responderle, su imaginación voló rápidamente hacia ese futuro; Yoh llegaría a su casa, le daría un poco de té para que entrara en calor, él guardaría los víveres, y podrían hablar, y hablar, y hablar. La soledad quedaría del otro lado de la puerta, lejos de ellos.
Pero nada de eso podría suceder. Jamás.
-Estas siendo irracional. ¿Por qué te quedarías? –carraspeó, volviendo al mundo real, avergonzada de su súbita fantasía.
-No tengo nada en Tokio. –dijo simplemente Yoh, cerrando los ojos con suficiencia como si sus motivos fueran más que obvios. Tengo todo aquí, pensaba.
-Deberías pensarlo con detenimien-
-Tú deberías hacerlo –dijo él de pronto.
Anna parpadeó.
-¿Qué?
-Cómo destruir a los onis… ¿Lo pensarás?
Otra vez insistiendo. Era injusto tener que mentirle a esa cara, y al par de ojos café que esperaban pacientemente su respuesta. Además estaba sonriendo. El chico que había intentado quitarse la vida le decía con una sonrisa apremiante que debía intentar seguir viviendo.
-¿Lo intentarás? –reiteró su pregunta. Su voz en un inesperado tono cortés y tierno le oprimió la garganta. Y tuvo que mentir, asintiendo con la cabeza. -Genial. Te veré mañana entonces.
-¿Mañana?
-Es día de reparto –y con ese aviso, comenzó a caminar en dirección a la salida del claro, donde el bosque se cerraba sobre el sendero de nieve. Levantó la mano en despedida, sonriendo irreconociblemente y con un aire relajado que jamás creería ver en el Yoh taciturno e inseguro que había conocido semanas atrás. Lucía un aura tan clara como el agua, como si la tormenta que lo rodeaba se hubiera disipado.
Anna permaneció de pie mirando su espalda desaparecer en la oscuridad hasta que no pudo divisar ni el ultimo ápice de su figura, pensando en que había podido decirle lo que quería. ¿Qué pasaría si Yoh desaparecía de su vida y se lo tragaba la oscuridad? Si no hubiera nadie a quien mostrarle su aburrida vida rutinaria y su diminuto mundo, nadie con quien hablar sin temer de pensamiento dañinos, nadie para quien confeccionar un par de guantes y nadie quien le diga que podía tener otra oportunidad de vivir.
Si a Yoh se lo tragara la oscuridad…
Las lágrimas que había contenido todo el día fluyeron pasivamente de sus ojos. El terror de que el castaño desapareciera de ella se hizo tan tangible como la nieve que pisaba. ¿Pensarás cómo destruirlos? No, ya no era necesario analizarlo más. Había llegado sin querer a la respuesta que necesitaba cuando recordó que el oni se había destruido en el momento que había descubierto el terrible secreto que el joven Asakura había arrastrado desde Tokio.
Necesitó apoyarse en la pared de su casa para procesar una vez más el asunto, y a la vez, lidiar con el siguiente. Estaba segura que eso no había sido casualidad. Siempre había pensado en los onis como entidades aparte, pero era evidente que estaban conectados a ella de acuerdo a sus emociones, y al estar demasiados años encadenada a un ciclo de odio hacia ellos y a ella misma, no lo había podido descubrir. Cuando aquel oni se había desvanecido, había experimentado angustia y preocupación por lo que Yoh había hecho. Ella estaba preocupada por alguien más, lo que era algo raro, si debía admitirlo. Entonces, ¿podría ser que la debilidad de sus onis fuera un sentimiento que jamás había tenido? ¿Qué podría cortar ese ciclo de odio de una vez?
Lo que se le había negado por muchos años, lo sabía bien. ¿Pero qué podría hacerla feliz, en ese momento?, meditó un momento, descubriendo que la respuesta volvía nuevamente a cierto castaño. Si Yoh Asakura permaneciera a salvo y vivo...
A partir de allí el hilo de pensamientos siguió por su cuenta; sólo debía decirle a Yoh que no muriera, así, mientras él se encontrara bien, ella podría hacerse cargo de los onis. Entonces…tal vez y solo tal vez, si lograba destruirlos a todos, el reishi se iría. No estaba segura cómo, pero que tenía deseos de intentarlo, porque esa había sido la última voluntad de Kino y al menos el aliento que había gastado en implorárselo no habría sido en vano.
Se encontró por primera vez con tanta esperanza en sus manos que no sabía qué hacer. Podría tener un futuro diferente, salir de esa casa, tener una vida normal...
Estaba demasiado exhausta para pensar más. Pero antes de ir a la cama, debía encargarse de algo.
Con una pequeña oración, convocó a todos sus onis en el lugar. Al cabo de unos minutos, docenas de bestias de todos los tamaños, se congregaron en torno a ella. Inundaron el terreno del claro, se colgaron de los árboles, y pisotearon el techo de la casa, manifestándose al servicio de su dueña.
-Quédense aquí esta noche. Déjenla cruzar en paz.
-¿Yoh?
No estaba en ningún lado. Era extraño, y Keiko se asomó por la ventana, a pesar de saber que no lo encontraría en el patio.
Asi como la nieve que comenzaba a caer en esos momentos, los sucesos se estaban descontrolando. Se mordió el labio y un par de lágrimas diminutas cayeron al suelo cuando la frustración la chocó de frente y cayó hondo dentro de ella. Estaba cansada de seguir el plan y a la vez desconocerlo. ¿Cuánto tiempo más debía obedecer sus instrucciones? Yoh estaba allí afuera arriesgando su vida por una muchacha extraña, y ella, la espectadora, no podía hacer nada salvo ver cómo se desmoronaba todo hasta los cimientos.
Todavía estaba oscuro cuando despertó. La silueta de los onis en el exterior de la casa se dibujaba en las paredes, reflejada por la tenue luz amarilla del templo vecino. Estaba agitada y temblando con violencia, tratando involuntariamente de sacudirse de encima una sensación que esperaba que fuera su imaginación.
Pero no podía serlo. El llamado de los insectos nunca se equivocaba. Se levantó como un resorte y salió de su casa, apenas colocándose las botas. No había tiempo. Algo malo le había pasado, lo sentía en la sangre helada que bombeaba su corazón.
La forma más rápida de llegar hasta él era en un oni y a pesar de que nunca lo había intentado y en otra ocasión le habría parecido una locura, se trepó a la espalda del más cercano, una bestia del tamaño comparable a un guardarropa, y sin dudarlo se asió del par de cuernos y apoyó los pies en las saliencias duras del lomo.
-¡Encuentra a Yoh!
El oni se lanzó a la carrera con su jinete como una amazona salida del infierno.
Notó a los pocos minutos que el oni se dirigía al pueblo y al menos supo que Yoh había tomado, como era usual, la carretera para llegar hasta la casa de su abuela. Sólo que ella no podría tomar el camino directo, llamaría demasiado la atención, y le ordenó al demonio que avanzara por el bosque.
Acostumbrado a movilizarse por su cuenta, el oni apenas tenía reparo en el peso que llevaba en su lomo, y avanzaba con soltura esquivando los árboles y ramas obligando a Anna a protegerse ocultando la cabeza. No pudo ver el resto del trayecto concentrada en mantenerse a bordo, pero al menos confiaba en la marcha del oni que parecía bastante decidido en dirigirse a un punto en particular como un sabueso en plena misión.
Pero cuando llegaron al límite del bosque y el oni se detuvo, jadeante, Anna levantó la mirada y tuvo la certeza que la había llevado al lugar equivocado.
Estaban en el borde de una acequia que separaba la periferia del bosque con el mismísimo pueblo. Estaba tan próxima al festival que desde su ubicación podía escuchar las voces no tan lejanas de las personas que caminaban por las callecitas de la ciudad, y podía ver las luces de los puestos de comidas y artesanías.
-Él no está aquí. ¿A qué estás jugando?! –le gritó al oni. Para peor, estaba exponiéndola a un pueblo entero. Unos pocos metros más cerca y en contacto con la gente y Anna no llegaba a imaginarse lo que podría ocurrir. Estaba por ordenarle una nueva búsqueda, pero el oni gruñó mirando a su alrededor con inquietud.
Fue cuando pensó que estaba pasando por alto algo. Miró derecha e izquierda, imitando a su monstruo, intentando encontrar en la leve oscuridad una pista de Yoh. Entonces miró el suelo. La nieve debajo de sus pies había sido pisada con ímpetu, las huellas plasmaban algo parecido a un caótico baile, o lo que era más probable, una pelea.
Anna se encontró estudiando el suelo. Un par de huellas se separaba del resto. El dueño de esas huellas había caído, otras dos personas lo cercaron. Jadeó, esperando equivocarse, pero un último rastro terminaba en…
Sujetando los bordes de cemento, asomó su cabeza dentro la acequia. No había agua que regara el interior tapizado de tierra y rocas, solo más nieve y arbustos perennes. El oni gruñó a su lado, pateando el suelo, y con el corazón en la boca descubrió que estaba cerca de descubrir lo que más temía.
Había un bulto en particular que no era ni rocas ni nieve, describiendo la forma de un hombre sentado contra la pared de tierra, con los brazos y piernas laxos, claramente inconsciente.
Tal vez alguien más había caído, tal vez algún pasado de copas del festival o un vagabundo había encontrado su final allí. Pero no tardó en reconocer la ropa y el cabello alborotado hasta los hombros y contuvo un pequeño gemido.
¿Estaba herido? ¿Estaba…vivo? El oni la ayudó a descender hasta él, y comprobó poniendo una mano en su pecho que todavía respiraba.
-Asakura -gimió. Lo tomó de la cabeza para enderezarla y enfocar su mirada en los ojos cerrados esperando que se abrieran con solo decir su nombre, pero no ocurría nada. -¡Yoh Asakura! –repitió.
Pero con solo conmensurar el tamaño de la caída ya era demasiado obvio que la situación no era buena. Echó un vistazo rápido al resto de su cuerpo y extremidades. Parecía estar bastante entero, pero de todas formas no podía hacer nada si él no reaccionaba.
-Despierta –le dijo, con insistencia, mirando su expresión desvanecida. –Despierta, Yoh –No podría llevarlo a un hospital, ni siquiera imaginaba acercarse a uno.
Repitió su nombre un par de veces más solo para estar segura que no podía escucharla. Pero para su alivio, sus ojos parpadearon con un espasmo, y todo su rostro se contorsionó en una mueca de confusión y dolor. Estaba despertando. Anna sintió todos los músculos de su espalda relajarse. Estaba bien, estaba consciente, ahora solo debía ayudarlo a salir de la acequia, y todo estaría bien.
Solo que él no volvía en sí completamente y gemía por lo bajo. Lo alentó a que hablara coherentemente, palmeando su mejilla, y fue entonces cuando descubrió la palma de su mano con sangre.
Regresó su mano a la parte trasera de su cabeza para comprobar que allí, entre sus cabellos, se encontraba la herida abierta y sangrante. Se encogió sobre sí misma, sintiendo ella misma el dolor en su cabeza.
-¿Qué sucedió? –preguntó, como si una explicación sirviera para calmarla. No esperaba que él le contestara, y se sorprendió cuando en su mente aparecieron rápidamente una cadena de imágenes. Yoh, aun semi inconsciente, había reaccionado a su pregunta y estaba recordando.
Tres hombres lo habían acorralado, intentaron asaltarlo…lo amenazaron con un puñal…Yoh no llevaba nada consigo así que lo arrojaron por la pendiente.
Anna se sujetó la cabeza cuando el recuerdo terminó. La violencia del suceso la había golpeado como si ella misma hubiera experimentado esa caída, pero lo más doloroso era que si no actuaba rápido Yoh podría…
-No me lo harás nada fácil, ¿verdad? –le dijo, sin aliento. -Aguanta un poco más –agregó. Al menos estaba segura que podía escucharla.
Con una indicación, el oni la ayudó a salir, y pisando nuevamente el nivel de la tierra, comenzó a caminar hacia las luces. No se detendría a pensar, ni a armarse de valor, ni a medir las consecuencias; si lo hacía perdería valioso tiempo.
Cuando llegó hasta el pequeño puente que atravesaba la acequia, tambaleó por un fuerte mareo y tuvo que aferrarse a la baranda para continuar caminando. A ciegas y concentrándose en dar cada paso, supo que había llegado al otro lado del puente cuando escuchó una tormenta de palabras atravesarle el cráneo con un viento gélido que hizo el aire irrespirable.
Dio una sonora bocanada buscando oxígeno. Si le estuvieran introduciendo taladros por los oídos no hubiera sido tan doloroso como escuchar la multitud. Debía avanzar un poco más hasta encontrar a alguien a quien pudiera avisar sobre Yoh.
Ahora los pensamientos la lastimaban a niveles físicos, y sentía el rostro húmedo de sudor y lágrimas, y apenas podía ver lo que tenía en frente. La música y el centenar de voces eran insoportables, pero a unos pasos y a través de los ojos neblinosos pudo ver un oficial de policía. No esperaba encontrar tan pronto justo lo que necesitaba, y caminó directo a él cegada del alivio. Lo tomó de la ropa, incapaz de hablar, y en un intento de llamar su atención simplemente atinó a jalarlo en dirección al puente.
Pronto un par de personas se detuvieron a mirar la escena con curiosidad, viendo cómo ella intentaba maniobrar al hombre hacia Yoh, pero el oficial en lugar de seguirle el camino, la tomó del brazo, pidiéndole explicaciones.
-En el río –atinó a decir. Estiró el otro brazo hacia el final de la callejuela, repitiéndolo. ¿Por qué ese sujeto no reaccionaba? El tiempo se estaba acabando, tanto para el Asakura como para ella. –Por favor.
Más curiosos la rodearon, y el grupo creció rápidamente. Los pensamientos en su cabeza eran tantos que no podía distinguir una palabra de otra. Cerró los ojos tratando de concentrarse en mover sus labios y pronunciar una y otra vez "por aquí, por aquí".
El oficial salió de su propia consternación al cabo de unos minutos, y disipó a la muchedumbre. Para ese momento el brazo de Anna apuntando se estaba acalambrando. Escuchó que le preguntaba una vez más qué ocurría, pero ella ya no podía hablar ni aunque lo intentara.
Afortunadamente alguien llegó corriendo a la escena.
-¡Es verdad! Hay alguien allí, parece inconsciente.
Una pequeña multitud corrió por donde el sujeto había llegado. La itako soltó finalmente al oficial y vio con alivio que daba unas indicaciones por su radio, y luego se abría paso entre la gente.
Lejos del foco de atención, Anna cruzó el puente nuevamente y se adentró en el bosque donde el oni la esperaba. Se dobló en dos justo a tiempo que la bestia la sujetaba para que no colapsara sobre el suelo. Una jaqueca no podría matarla, pero si a Yoh le sucedía algo,…eso era algo que no podría soportar.
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NO PUEDE SER. QUE SORPRESA. OTRO ATRASO MAGISTRAL. (pretends to be shocked) Ya me da vergüenza esto, de verdad, pero este capítulo fue complicado de escribir, además que era súper largo y no podía cortarlo en ningún sitio. Fue especialmente difícil escribir a Yoh y Anna, espero que se haya entendido cómo avanzaron estos personajes porque la verdad aquí me agotaron emocionalmente jaja.
No se si alguien sigue leyendo este fic AH. Pero sí, voy a terminarlo.
Saludos!
