Capítulo 10. Sin presiones.
La foto de su abuela en tonos grises de la tinta de periódico de mala calidad le dio los buenos días. A pesar de que el periódico no era nada nuevo, aún seguía sobre la mesa como si fuese reciente. Keiko seguro lo había dejado allí para mantener viva su memoria hasta el momento que hiciera la adición al altar familiar.
"Kino Asakura. 1924-2006". Leyó nuevamente. El obituario no era algo que invitara a tomar el desayuno con ligereza, y ya sentado miró por un largo rato todo lo que había sobre la mesa, sin ánimos de tomar el café y el pan tostado que su madre le había preparado.
Cuando llegó a Aomori, no se había imaginado que ese podría ser el final de su abuela, cuando en realidad era cuestión de tiempo, si lo pensaba bien. Desvariaba con tanta frecuencia que no era posible mantener una conversación fluida y lógica. La única que vez que lo hizo fue cuando su nostalgia se apoderó de ella y le contó la historia de su adorada aprendiz, porque el cariño hacia Anna era lo único que la senilidad no había podido quitarle por completo. Tanto, que había esperado por su regreso para después partir al otro mundo.
Por supuesto que él no lo supo sino hasta que despertó en el hospital, luego de dos días de permanecer inconsciente. Una caída de ese tipo podría haber terminado en consecuencias más graves que algunos raspones en los brazos y una pierna malherida, e incluso el golpe en su cabeza podría haber sido fatal en otra persona menos afortunada, pero la suerte que fascinaba a su médico era lo que menos le importaba en ese momento.
No tenía noticias de Anna desde ese día. Los numerosos intentos prematuros por caminar por su cuenta habían sido penosos, y Keiko apenas podía controlar a su hijo herido, que intentaba salir de la casa abrazado a las paredes para mantenerse de pie a pesar de los dolores.
–¿Puedes recostarte ya? –protestaba cada vez, tomándolo del brazo con la mayor delicadeza que podía para llevarlo a su habitación. – Podrás ver a Anna Kyouyama cuando estés recuperado.
Sus visitas secretas a la itako salieron a la luz cuando su desaparición con ella esa noche fue muy obvia. Yoh se lo esperaba, pero lo que lo tomó por sorpresa fue la falta total de alboroto o más reprimendas. La mujer no tenía nada contra Anna, era la salud de su hijo lo que era su prioridad.
–No hay fracturas en las radiografías, pero en el tejido pulmonar pueden verse unas inconsistencias –había comentado el médico con una placa de su tórax en sus manos. Yoh escuchó con horror mientras el hombre sostenía en sus manos la evidencia de las mentiras que le había sostenido a su madre por mucho tiempo.
–Tú –le apuntó con el dedo, una vez que regresaron a la casa. Nunca en su vida le había apuntado con el dedo, y era prueba de que estaba realmente enfadada. –Vas a cuidarte en cuanto regreses a Tokio. Me enviarás mensualmente el informe médico y comenzarás a tomar tus medicamentos, que supongo que abandonaste también. Ten por seguro que sabré si me mientes.
Estaba realmente acorralado si Keiko decidía comprobar mediante su adivinación si Yoh cumplía su palabra.
–¿Por qué lo hiciste?
Keiko habló luego más calmada, pero sin dejar de sonar lastimada. Demasiado. La seriedad de su pregunta y el tono melancólico de su voz suave provocó en él una sorpresa desagradable y que no pudo ocultar porque dio un respingo en la cama y volvió a verla con los ojos muy abiertos.
¿Ella sabía acerca de…? ¿Cómo? Era imposible. ¿Acaso la habrían contactado desde el hospital de Tokio aquel día?
Hasta que repitió su pregunta, siendo más específica, para alivio de Yoh.
–¿Por qué abandonaste tus controles?
Yoh se limpió el sudor de las palmas en la sábana, y relajó sus hombros. Miró sus manos, apartándose de los ojos negros de Keiko, opacados de ahogo. Ese no era un interrogatorio fácil. Casi prefería tener que contestar a la otra pregunta, pero la respuesta a ambas era muy parecida. Aunque no podía decirle tan fácilmente lo interesante que era tantear el borde del precipicio y mirar su profundidad.
Afortunadamente, una promesa fue suficiente para dejarla tranquila por un tiempo. Faltó honestidad, pero pudo poner firmeza en sus palabras para armar su mentira.
Gracias a su pierna, estuvo totalmente impedido de salir de su cama más que para usar el baño, y así, el tiempo que pasó hasta su recuperación completa fue una entera agonía, más mental que física. Cada día hacía un inventario de la alacena de Anna, y calculaba si ella tendría lo necesario para subsistir hasta que él estuviera en forma. El funeral de su abuela pasó, así como los siguientes días que en lugar de parecer una semana le parecieron años. Incluso él, que estaba desacostumbrado al uso del teléfono, tuvo la urgente necesidad de tener uno en sus manos para llamarla, algo bastante ilógico ya que ella tampoco manejaba uno. Sustituyó el aparato inexistente mirando el trozo de cielo que le mostraba la ventana de su habitación, como si algo similar a la telepatía pudiera llegar a ella.
"Espérame un poco más. Iré en cuanto pueda."
Le quedaba rogar que ella sacara sus conclusiones de alguna forma al notar su ausencia.
Para peor, en su largo tiempo inmovilizado, Keiko no se había quedado quieta y había comenzado a desarmar la casa entera. Transitaba su duelo sin lágrimas, o al menos él nunca las había visto, pero le tocaba ser testigo de una locomoción constante e impaciente. Aprovechando que las itakos ya no eran huéspedes y su madre ya no era una ocupación, cada día, temprano en la mañana, podía escucharla caminando de un lado a otro y abriendo y cerrando puertas y compuertas, dándole a cada cachivache un lugar dentro de una caja donde no verían la luz por mucho tiempo. La casa quedaría deshabitada, finalmente.
–Cuando puedas, comienza a empacar tus cosas. Tu padre llamó por teléfono y me necesita allí antes del fin de semana.
–Claro... –Yoh musitó sin mucho convencimiento, mirando fijamente el mantel con diseño frutal. No estaba seguro cómo decirle que no tenía intenciones de regresar a Tokio. –¿Cómo está papá? –preguntó. Necesitaba cambiar de tema. Mientras, Keiko no dejaba de moverse y comenzaba a marearlo, circulando a su alrededor con las manos ocupadas y tan ajetreada como el día en que había llegado. Pero al menos ya no debía atender a las cuatro demandantes viejecitas, y sólo a su hijo casi lisiado.
–Muy bien. Está preparando su nuevo viaje.
Respondiendo con un "mmmh", finalmente tomó un sorbo del café. Lo detestaba con ganas, pero ella no lo sabía. No podía culparla. Eran las consecuencias de haberse ido de la casa siendo tan joven y de la extraña distancia que sentía cuando vivían bajo el mismo techo. Sus padres siempre habían sido algo así como los parientes lejanos que de vez en cuando debía saber que siguen vivos. Mikihisa viajaba muy seguido a conquistar la cumbre de alguna montaña y apenas hablaban, mientras que su madre hacía aparición por teléfono o correo para saludarlo en sus cumpleaños o en las fiestas, pero igualmente, su presencia jamás era para darle alguna responsabilidad o una exigencia como una madre normal haría.
Siempre había sido así. Nunca había tenido presiones. Se le había dado la vida para que hiciera con ella lo que quisiera, y sin embargo había fallado, y el proceso de encontrar la felicidad se volvió incompatible en la fórmula que había elegido.
El café que tenía en la boca de pronto supo más amargo de lo normal. ¿Era correcta su decisión de vivir en Aomori? ¿No se trataría de otro paso en falso? Toda su vida su familia había obedecido a sus caprichos y aceptado sus decisiones, como un niño al que llevan a una dulcería y le ordenan que tomara todo lo que deseara, y a pesar de que había llenado su bolsa de caramelos eso no lo había contentado.
–Iré a la estación a comprar los boletos en un momento. Pediré fecha para mañana, algo sobre la hora, pero estoy segura que conseguiré un par de asientos –Keiko se metió en su mente oportunamente, como si supiera que sólo necesitaba escucharla hablar para replantearse su situación. –Deja tu futon en el armario. Envuélvelo en esas bolsas de allí.
¿Hubiera sido diferente si hubiera acatado las órdenes de su abuelo, años atrás? ¿Si se hubiera entrenado en el oficio familiar? ¿Si se hubiera casado con esa persona que le habían asignado? Se sentiría más acorde a su familia, y hasta tal vez tendría su propia familia para ese momento. Un poco de estabilidad emocional, un suelo firme y plano, sin precipicios abriéndose.
–Tu ropa limpia está en el canasto, si no puedes guardarla, házmelo saber y lo haré yo.
Quería quedarse en Aomori. Quería quedarse junto a Anna. Pero su experiencia le decía que si elegía una vez más a su antojo, seguiría siendo desdichado. Con mucho esfuerzo y casi en contra de su voluntad, pudo visualizarse volviendo a su antiguo departamento en la ciudad, al que había abandonado semanas atrás en un estado mental tan deplorable que recordarlo fue como un trago más amargo de su café.
Tal vez no lo había intentado lo suficiente. Necesitaba más apego a esa gran ciudad, más voluntad. Amistades, tal vez. Ponerle más base a la estructura que se estaba desmoronando.
–Cenaremos la sopa de ayer; no tendré tiempo para cocinar algo –se disculpó ella, guardando en una caja algunos platos.
Afuera, la nieve comenzaba a caer lentamente. Los copos de nieve caían casi flotando erráticamente hasta su destino.
Miró por un momento la tostada antes de decidirse en tomarla. Todo sería más fácil si pudiera ver el futuro y saber hacia donde sería mejor encaminarse. Si no se quedaba con Anna, al menos podía seguir su consejo. Pero, ¿qué hace una persona que debe volver al lugar de sus peores recuerdos? ¿Se suponía que debía entrar a su departamento como si no hubiera ocurrido nada allí? ¿Ignorar las horas oscuras, y que mirando fijamente la pared blanca de la habitación había repasado sus opciones? ¿Qué haría con el historial que encerraba allí? Las ventanas cerradas, la comida mohosa en el suelo. Si al volver no lo despedazaba el silencio, él mismo lo materializaría en forma de puñal para adentrarlo en su pecho.
Anna se lo repetía en su mente. Se lo imploraba; que buscara una nueva vida por su cuenta, en la ruta original que había tomado años atrás. Que no tenía sentido tomar atajos. Que Aomori no era su lugar y que ella sólo había sido un pasajero más en ese tren y ahora debía bajarse.
–Esta casa es demasiado grande, ni siquiera podré hacer un inventario de todo lo que hay en las habitaciones.
Si realmente estaba condenado a vivir, no podía permitirse más errores.
Terminaría su desayuno e iría a empacar.
Pero cuando el último sorbo de café viajó al fondo de su garganta, alguien llamó a la puerta. No esperaban a nadie, o por lo menos eso pensaba él, pero Keiko reaccionó sin una pizca de sorpresa, muy al contrario de Yoh. La mujer dejó a un lado los trastos que tenía en la mano y desapareció en dirección a la entrada. Regresó a la sala después de un minuto, escoltada por dos uniformados.
–¿Yoh? Estos oficiales quieren hablar contigo.
–Que tal, joven. Nos complace verte bien –dijo uno de ellos, dando un paso al frente.
–Ummh –Yoh masticó su tostada con cierta indiferencia recordando que había escuchado a Keiko responder una llamada una hora atrás.
Con la mente en el tren que debía abordar, sus prioridades estaban lejos de las de ser interrogado y no entendía por completo por qué estaban interesados en él, pero de todas formas hizo un intento de ponerse de pie para no parecer tan grosero. Al menos Keiko le hubiera notificado que estas personas vendrían…Quizás lo habría olvidado entre tantas tareas.
Cuando el vendaje de su rodilla se hizo a la vista, los hombres detuvieron su gesto.
–No ese necesario. Me presento, soy el oficial Tanaka –dijo el primer hombre. Y luego señaló a su par; –Mi compañero, el oficial Mishima.
Hizo un gesto de reconocimiento con la cabeza, con la boca llena de tostada. Keiko les concedió dos sillas para que se sentaran con tranquilidad, y los dejó a solas ante la petición de Tanaka.
Mishima habló entonces.
–Seguro no lo recuerdas, pero el día de tu accidente fuimos nosotros quienes te encontramos. Entiendo si tu memoria está un poco revuelta, pero precisamos algo de información. ¿Podrías decirnos qué sucedió esa noche?
De modo que era eso. Yoh tragó, entendiendo que necesitaban atrapar a esos busca-pleitos y a pesar de los días que ya había transcurrido aún no los encontraban.
El golpe en su cabeza había sido potente, pero lo recordaba bien.
–Eran tres. Pensaron que yo llevaba dinero.
–¿Recuerdas cómo iban vestidos? –le inquirió Tanaka, extrayendo un gran sobre de su portafolio. Yoh sospechó que le mostrarían fotos para identificarlos y así poder apresarlos, y eso sería todo. Pero el oficial no abrió el sobre, sólo esperó la respuesta del castaño. Su semblante de pronto se volvió tenso.
–Sí –confirmó con cautela, sin dejar de mirar el sobre. Algo no andaba bien.
–Muy bien –Tanaka carraspeó, parecía inquieto. –Aunque, creo que dije que te "encontramos", y esa no es la palabra correcta. Fue alguien más quien nos llevó hasta ti.
–¿Alguien? –Yoh parpadeó.
–Una persona se aproximó y me avisó dónde estabas, y antes de que pudiéramos preguntarle qué había ocurrido, desapareció.
Aguardaron en silencio la reacción de Yoh, pero él aguardó también, tan desorientado como ellos. ¿Estarían hablando de un sospechoso? Faltaban varias piezas a ese rompecabezas para que algo tuviera sentido y el café no lo había despertado lo suficiente.
–Yo…no lo sé.
–¿Estabas solo esa noche?
–Si.
Al parecer Mishima confió en sus palabras, porque sacó una pequeña agenda y leyó;
–Mujer joven, aproximadamente un metro sesenta, cabello rubio, vestía una yukata blanca de dormir. ¿Sabes algo sobre ella?
Al instante y al tiempo que la sangre drenaba de todo su rostro, Yoh saltó de su silla y ésta cayó al suelo con un estrépito. No sintió en absoluto su rodilla herida, ni los golpes en todo el cuerpo secuela de su accidente, de alguna forma todo dolor quedó opacado por la adrenalina que hacía que su corazón latiera con tanta fiereza que comenzaba a asfixiarlo.
Solo tuvieron que ver esa reacción para obtener su respuesta.
–La conoces –puntualizó Mishima.
Pero Yoh ya no estaba allí con ellos. ¿Anna? ¿Anna lo había encontrado? ¿Anna había hablado con ellos esa noche? ¿…Anna había ido a la ciudad? Entonces un recuerdo vago lo azotó súbitamente. Alguien lo llamaba y el rostro de nervioso de la itako apareció difusamente frente a él, coronado por la confusa luz multicolor del festival. Yoh, Yoh. No le costó reconocer su voz, llamándolo entre los ecos de su recuerdo remoto. ¿Cómo había podido olvidar eso?
Se llevó una mano a la boca tratando de contener las náuseas.
–Supongo que escuchaste las noticias –le informó Tanaka, sacando a Yoh del shock. –Dos hombres fueron atacados esa noche, y uno permanece desaparecido. No encontramos pistas de su paradero pero no tenemos confianza de que esté con vida. Ya pasaron muchos días y no hay rastro alguno.
¿Gente herida? No había estado al tanto del mundo exterior como para saber de qué hablaba. Además, ¿qué relación tenía eso con él o con Anna?
El oficial finalmente abrió el sobre.
La primera foto que expuso ante Yoh era de una gran marca en el tronco de un árbol, con la forma de una ranura gigante con los bordes aguzados.
Sacó la siguiente foto. Árboles astillados y caídos, ramas desparramadas. A medida que pasaba de foto comenzaban a verse manchas rojas en la nieve, cada vez más extensas e intimidantes. La sangre apareció también salpicando los árboles, dibujando espeluznantes ríos, goteando espesamente de las hojas. Hasta que un brazo solitario apareció en el centro de una foto, y más de lo que eran sin duda restos de un hombre, completamente mutilado.
–¿Puedes confirmar si son tus atacantes? –preguntó. Parecía una pregunta que hacía por protocolo y no por obtener una confirmación.
Obligado a mirar en detalle, reparó en el color azul eléctrico de una chamarra, confundido entre la nieve y un trozo de carne. Apartó la mirada de la escena, asintiendo.
–Bien.
Tuvo que sentarse de nuevo porque de pronto las fuerzas lo habían abandonado y las consecuencias de la caída habían vuelto a palpitar debajo de sus vendajes.
No tuvo que pensar demasiado para entender lo que había ocurrido. Las fotos seguían extendidas frente a él, y se detuvo una vez más en la imagen del árbol tallado, con una hendidura profunda en forma de la garra en su corteza. La bestialidad de la escena no podía tener otra razón.
Se encontró sudando copiosamente. El problema ahora era Anna.
–Necesitamos hablar con ella también. ¿Sabes dónde vive?
Asintió, con la mirada vidriosa.
–Déjenme ir con ustedes.
Hubo un largo intercambio de palabras y numerosas negativas, pero Yoh ganó cuando argumentó que sería difícil llegar sin conocer el lugar, lo cual era cierto.
La opinión de Keiko no tuvo peso en esa conversación, y en un instante se encontró sentado en el carro. Estaba tan mareado que no podía mirar por la ventana, y durante todo el trayecto no despegó la cabeza de entre sus piernas. Por su culpa, Anna había ido a la ciudad y sus onis habían asesinado a esas personas. Sólo podía imaginar cómo podía sentirse ella, al repetirse la historia de años atrás.
–¿Es aquí? –Tanaka, detrás del volante, se detuvo al cabo de varios minutos. Había seguido las indicaciones de Yoh y miraba hacia ambos lados el panorama del templo deshabitado. Yoh afirmó y se apeó del auto de inmediato, sin percatar en la incertidumbre del par de policías.
–¿Qué sucede? –preguntó, cuando se encontró de pie solo afuera del carro.
El par se miró con incomodidad y estuvieron de acuerdo con que Yoh caminara adelante, mientras ellos inspeccionaban el terreno con más atención en busca de pistas. El miedo que sentían era palpable; era claro que habían caído en los rumores que las itakos difundían sobre Anna y que no se esperaban que la joven que buscaban era la que vivía en ese sitio "maldito".
Yoh aprovechó ese espacio. No le importó tener un poco de tiempo a solas con Anna para explicarle la situación hasta que ellos tomaran el valor de seguirlo, y no se demoró más en dirigirse a la casita tan a prisa como la rodilla le permitía.
Un ave rapaz gritó en las alturas recibiéndolo en el claro del bosque que antelaba la casa. Alzó la mirada para ver los restos del plumaje oscuro caer, y la silueta de dos alas volando lejos. De pronto se dio cuenta de cuan silencioso estaba el lugar. Era una zona escasamente transitada y en sus visitas anteriores había sido testigo de lo desolado que era el paraje sin importar el momento del día. Pero ahora el silencio habitual tenía algo más, algo que sólo pudo sentir como la vibración que hace una cuerda tirante a punto de romperse.
No había ni un oni a la vista, y no había rastro tampoco de ellos en el suelo. La nieve que había caído apenas horas atrás no tenía ni una huella impresa. Era algo particular, considerando que los onis siempre deambulaban en torno a Anna.
Algo le molestó en la garganta, y el resto del camino hasta la puerta lo hizo más apurado aún. El ambiente era diferente, no había duda que algo malo pasaba. Y con esa certeza ni siquiera se tomó la molestia en tocar a la puerta, si no que la abrió y se precipitó llamando a la itako.
Nunca respondió. En su lugar, el aire congelado le inundó los pulmones ¿Por qué hacía tanto frio allí dentro? Al no verla en ningún lado, inmediatamente atravesó la salita, el pasillo y la cocina con decisión y con un atrevimiento que nunca se le había ocurrido tener antes allí. Incluso se asomó al cuarto de baño y a la única habitación, pero también los encontró vacíos. Recorrió la casita de punta a punta como un león enjaulado, sin querer reconocer que Anna no estaba allí.
Pero no estaba. La angustia que llevaba días creciendo se apoderó de su paciencia y se quedó de pie, agitado, sudando helado dentro de sus guantes nuevos, y tratando de pensar razonablemente en alguna explicación. Anna podría huido al darse cuenta que sus onis habían matado a esas personas, y se hubiera escondido, llevándose a todos con ella. Sería el único motivo por el cual faltaría en su casa, pero…
–No –se dijo finalmente. Era duro admitirlo, pero ella no tendría dónde huir ni dónde mantenerse a salvo de la gente al mismo tiempo. La frustración lo llevó a maldecir en voz alta.
Miró a su alrededor una vez más; como si pudiera obtener alguna pista con mirar su entorno. Casualmente, lo que encontró fue…
–¡Oni!
El pequeño monstruo parecía muy débil y tendido en un rincón, jadeaba con un ronquido casi imperceptible. A pesar de eso, y como si quisiera responder a sus preguntas, su garra temblorosa se estiró señalando en dirección a la habitación.
Fue todo lo que necesitaba para abalanzarse a la recámara, a pesar de que había inspeccionado allí antes. Esta vez tuvo que observar un poco más, y percatar que en la forma indistinta que había visto en el futon abierto y desprolijo, había la silueta de un bulto.
Intentó llamarla, pero el nombre que pronunció murió a la mitad, con un hilo de voz doloroso en su garganta. Se arrojó al suelo y tiró del cobertor suavemente para destapar la cabeza rubia. Parecía profundamente dormida, pero era extraño que ni aun con sus llamados, ni sus pasos por toda la casa, había reaccionado. Un dolor agudo en el pecho le dijo que eso no era un sueño normal, y efectivamente, Anna no dio signos de despertar cuando la sacudió, ni tampoco lo hizo cuando la tomó de la espalda, sentándola en la cama.
–Anna, ¿me escuchas?
Como respuesta, su cabeza bailó hasta caer flácidamente sobre él. Más que dormida, parecía inconsciente.
–¿Qué…? ¿Qué sucedió? –murmuró, sabiendo que no tendría respuesta. Por un instante no supo qué hacer salvo sostenerla. Estaba muy fría, pero ni siquiera temblaba, parecía una muñeca sin batería. Un soplo de brisa helada le dio de lleno en la nuca, y notó el vidrio de la ventana destrozado.
Comenzó a frotarle la espalda esperando que eso sirviera para reanimarla, al tiempo que pensaba rápidamente qué debía hacer con ella y con los oficiales. No tenía demasiado hasta que ellos se animaran a entrar, pero el hecho de que no podían culpar a Anna por esos asesinatos tan brutales le daba una pequeña dosis de tranquilidad.
Pero todavía no tenía respuestas. Su ansiedad por despertarla se convirtió rápidamente en desesperación y frotó con insistencia, sin dejar de llamarla. Fue cuando la pegó contra su cuerpo que sintió algo extraño en la yema de sus dedos. Se detuvo, con la horrible sensación de que aquella superficie dura en su espalda parecía el hueso mismo de sus costillas, sobresaliendo directamente por debajo de la piel y perfectamente palpables bajo la gruesa yukata.
Se detuvo sin querer creerlo, y ciegamente repasó con horror sus dedos por cada una de las saliencias para comprobar que su tacto no lo engañaba.
–¿Ann…?
Apartó un poco su rostro para verlo con detenimiento. Los labios partidos y blancos, el círculo de sus ojos. Era imposible que hubiera vida allí. ¿Estaba viva? Las costillas temblaban bajo sus dedos en una respiración vencida.
Sus ojos se anegaron. ¿Por qué? Se había encargado de llevarle alimentos por semanas. Iba hasta su casa explícitamente para que no quedara sin provisiones, y estaba seguro que aun debería tener algunos alimentos en su cocina. No tenía sentido. No sólo no había probado bocado en días, estaba tan delgada que su estado parecía de meses. Lo extraño era que siempre le había parecido muy sana y ahora…parecía muy enferma.
De pronto comenzó a hablar. Algunos murmullos ininteligibles salieron de sus labios secos, e Yoh tuvo que encontrar la forma de hablar también a pesar del nudo en su garganta.
–Espera, antes que nada, un par de policías vinieron conmigo, quieren hablarte por lo que sucedió la otra noche…
Anna apretó los párpados. Parecía que era doloroso juntar fuerzas para hablar, pero lo hizo con determinación.
–No. Salgan de aquí –La desesperación tembló en la mano blanca que se cerró en su chamarra. –Es demasiado grande.
Yoh la miró sin entender.
–¿Grande?
De pronto recordó los árboles tumbados desde la raíz, los troncos despedazados, los cuerpos aplastados… Era físicamente imposible que fuera obra de uno de los onis que había conocido con anterioridad.
–¿Invocaste un oni? ¿Hay uno nuevo?
Todavía con los ojos sellados, ella asintió, con una mueca de desagrado cruzando su rostro.
–Devoró a todos los demás –gimió. Yoh abrió los ojos.
–Devoró…
Por eso no había ningún oni allí afuera.
–Sal de aquí ahora. O…
O correría el mismo destino que esos maleantes.
–Los asesiné – afirmó ella, llegando a su mente. Pero como si confesarlo avivara su dolor físico, se encogió en sus brazos.
No podría reconfortarla jamás ni quitarle el peso de ese pecado que irónicamente, la había perseguido hasta ese momento de su vida, cuando pagaba con un encierro por el mismo crimen de años atrás. ¿Ese destino no tenía suficiente con ella? ¿Ese poder no se cansaba de hacer más difícil su vida?
–Lo siento mucho. Lo siento. Lo siento.
Su abuela tenía razón. Anna estaba bajo una maldición, una mala estrella. Si él pudiera arrancarla de allí…Separar maldición de maldita. Si pudiera decantarla de ella como la sal del agua, no dudaría en hacerlo. Su deseo de realizar lo imposible, lo que escapaba de sus capacidades, se trascoló en las frases que salieron de su boca.
–Fue un accidente. Buscaremos una solución para que no ocurra de nuevo. Lo prometo –le dijo. Una sonrisa no fue difícil de dedicarle, justo cuando ella abría los ojos impresionada por sus palabras. El dorado del iris no se había ido por completo, y además de darle un pequeño sobresalto por el contacto visual a tan corta distancia, sintió un golpe en su pecho, chocando de pronto con la realidad más obvia.
–¿Señorita Kyouyama?
Yoh se asustó cuando escuchó la voz masculina lo sacó del trance de la mirada de Anna.
–Necesita ayuda médica –avisó de inmediato cuando ellos aparecieron en la habitación. –Hay que llevarla a un hospital.
–Yoh, no.
La itako batalló con la idea que Yoh tenía en mente.
–¿Está enferma?
–Está muy débil. Parece que lleva varios días así –informó, incorporándose con ella en brazos y descubriendo que estaba tan delgada que incluso él podía sostenerla sin problemas.
Hizo lo posible por contener la angustia que le provocaba aferrar el cuerpo débil de Anna y dar los pasos firmes que necesitaba para caminar con ella a cuestas, y se dirigió a la entrada abriéndose paso entre los hombres, quienes se habían quedado de pie, meditando la situación.
–Deberíamos dejar el interrogatorio para luego –escuchó que Tanaka le sugería a su compañero.
Con sus pasajeros totalmente en silencio, el carro avanzaba a toda velocidad por la carretera. Yoh prácticamente les había ordenado que lo llevaran a un hospital, mientras estaba pendiente de Anna cuya conciencia se desvanecía a causa de las pocas fuerzas, y no pudo protestar demasiado cuando la cargó al carro y la acomodó sobre él, salvo por unos murmullos pidiéndole que la dejara en su casa.
Como si la hubiera dejado allí, después de ver cómo se encontraba. Había dudado un momento antes de decidir llevarla a la multitud de un hospital, pero llegó a la conclusión que si ella apenas estaba despierta, no podría leer los pensamientos de la gente. Y si no era así, no aparecerían más onis. Su hipótesis era un poco arriesgada, pero debía intentar ingresarla a la clínica antes de que desfalleciera de inanición.
Todavía le causaba una gran conmoción sentir el frío de su piel atravesando las fibras de la tela de la yukata. No podía esperar a que la calefacción del carro la ayudara a estabilizar su temperatura, y la estrechó hacía él una vez más con la esperanza de trasmitirle calor corporal. Su cabeza cayó sobre su hombro y pudo ver de cerca la palidez extrema y las mejillas hundidas.
Tragó saliva, pensando qué hubiera pasado si no hubiera llegado a tiempo. Un poco más y esa casa se hubiera convertido en una tumba. El resto de su cuerpo se apiñó sobre él, doblando codos y rodillas, buscando instintivamente el calor que él emanaba.
Entonces notó que sus manos estaban lejos de la fuente de calor. Se quitó los guantes para tocarlas, notando que estaban frías, pero también había algo más. Su palma derecha tenía una gran mancha difusa color carmín. Parecía sangre…no, estaba seguro que lo era. La limpió, frotándola contra la manga de su abrigo, siendo azotado nuevamente por los recuerdos de esa noche y cayendo en cuenta que ella lo había tomado de la cabeza tras encontrarlo desmayado en la acequia.
–Me salvaste ese día, Anna –susurró, no sin culpa. Nada de eso habría pasado si él hubiera ido directamente a su casa, en lugar de intentar llegar al festival por ese atajo sombrío. –Perdón. De verdad quería que probaras ese takoyaki –agregó, terminando de limpiar su propia sangre hasta dejar la palma levemente enrojecida por la fricción.
Su voz llegó despacio, en un murmullo que tocó su oído suavemente.
–¿Takoyaki?
Sonrió, exhalando de golpe todo el aire de su pecho. No esperaba que ella respondiera, y se encontró con sus ojos ambarinos apenas abiertos. Sintió los suyos arder, una vez más anegados de lágrimas. Era vergonzoso llorar, pero la tensión de toda la semana finalmente había encontrado una forma de salir.
–Lo probarás algún día. Tal vez el siguiente año, cuando regrese el festival.
El siguiente año…No habría otro año, al menos para ella. Y él aun no lo había entendido.
–Me alegro que estés bien, pero no deberías estar aquí.
Recostada sobre él, cuando acababa de salvarle la vida, todavía tuvo el valor de decirle que se fuera a su casa. Anna era tan fuerte que mantenía su postura acerca de la bifurcación de sus caminos aun si necesitaba de él para subsistir.
–Pero estoy aquí –respondió, desafiándola con gentileza.
Solo podía imaginarse la angustia que sentiría, física y mental. Cuando había eliminado al oni anteriormente, se había desmayado. Ahora que todos sus onis ya no existían, debía sentirse como si le hubieran arrancado un trozo de su anatomía.
Llevó una mano a su rostro, invitándola a descansar lo que restaba del viaje, pero ella no cerró los ojos. Brilló para él el color dorado, la única porción de ella que todavía tenía algo de vida. Hipnotizado y abrasado, reconoció al instante el poder que ella tenía sobre él. Le quemó por dentro la necesidad de no alejarse de ella, al contrario, de mantenerla más cerca contra él. Tokio ya no tiraría de él mientras Anna lo observara de esa forma, reprimiéndolo por su desobediencia y al mismo tiempo aliviada por su bienestar.
Su mano se aferró a su abrigo y un pequeño suspiro de aire helado escapó de su boca.
Cuando se dio cuenta, ya estaba a milímetros de ella. Su propio cabello castaño había caído sobre ambos y los cubría, escondiéndolos entre sombras donde lo único que podía ver con claridad era su rostro blanco y sus labios pálidos entreabiertos, esperándolo.
Años atrás, hubo una sequía en Izumo. Los cultivos se perdieron en las grietas de la tierra abierta, árida y amarilla. La lluvia llegó después, compensando su tiempo ausente con varios días ininterrumpidos de agua. Hubo deslizamientos en las montañas y los campos terminaron por arruinarse. Yoh recordaba claramente sus pies hundiéndose en el barro, mientras corría sin rumbo, pero lejos de su casa. El terreno inestable lo llevó a tropezar, caer, rodar cuesta abajo por una pendiente de barro hasta que se desmayó con la lluvia dándole en el rostro y permaneció así por horas.
Nada de eso hubiera pasado si no hubiera ocurrido esa sequía. Si su abuelo no hubiera decidido por él toda su vida porque de pronto tuvo la necesidad de que Yoh ganara ese ridículo torneo, el cual hasta la actualidad desconocía de qué se trataba. ¿Pero hasta dónde debía buscar al culpable? Ya no tenía sentido hacerlo. La cadena de sucesos terminaba allí y los engranes se habían movido en un solo sentido sólo para que se encontrara allí en ese momento, inclinándose a ella, en sus brazos, en ese carro de policía, en ese pueblo congelado.
Se dejó guiar por un magnetismo desconocido. ¿Estaría leyendo su mente? ¿Estaría enterándose en ese momento de la irresponsabilidad que estaba por cometer? Porque lo acababa de decidir. Estaba en ese lugar, donde su abuelo le había permitido estar cuando decidió no ser esclavo de los caprichos de su familia. Y pudo haber detestado toda su vida y cada momento de ella, pero había desembocado ahora justo en un lugar donde era feliz.
–Aquí…
"Y no me iré"
Anna llevó su mano hacia su mejilla, para tocar la mano de Yoh que descansaba allí. Siguió avanzando. Un poco más y la alcanzaría.
Antes de tomar aire, sus ojos se cerraron. Yoh se detuvo extrañado, y segundos después Anna dejó caer su mano. Se había desmayado.
Cuando la depositó en una camilla, descubrió que a pesar de encontrarse tan débil, nunca había dejado de aferrarse a su ropa, y tuvo que desprender lentamente cada dedo.
–Todo saldrá bien –le aseguró. Tomó por un instante la mano liberada, soltándola finalmente cuando la enfermera empujó de la camilla y se alejó, conduciéndola a través de las puertas.
Su corazón todavía estaba alterado y apenas pudo llenar correctamente el formulario del hospital a pesar de que había tomado asiento en una de las numerosas sillas de la sala de espera, porque el temblor de sus rodillas era demasiado evidente cuando quedaba de pie. Dejó en blanco los campos de Anna, cuando se dio cuenta de que no sabía más que su nombre y apellido, y se dedicó a completar el área que le correspondía. Al entregarlo insistió que pagaría lo necesario para que le dieran a ella una habitación a solas.
Antes de partir, miró una vez más la puerta doble donde ella había entrado. Suplicó internamente que no sucediera nada malo, a cualquiera sea el dios que lo escuchara.
Salió, deteniéndose en la acera, cuando ya no supo que más hacer por el día, salvo sentirse bastante patético. Qué iluso había sido, intentando encontrar su camino lejos de lo único que le motivaba a avanzar. Ahora dejaría que los engranes siguieran trabajando, porque después de todo, el destino al que lo habían dirigido no era tan malo.
Los oficiales aun esperaban afuera del hospital. Los encontró recargados sobre el carro, fumando.
No podrán culparla, pensó con alivio. Y la verdad, nunca encontrarían al verdadero culpable, a quien tenía las manos cubiertas de sangre. Él se encargaría de encontrarlo.
–¿Qué clase de relación tienes con ella? –fue la última pregunta que hizo Tanaka ese día. No era una pregunta relacionada con su deber policial, lo supo por su mirada algo socarrona. Casi olvidaba que esos sujetos habían sido testigos del beso que no había ocurrido.
Yoh no respondió. La timidez dictó que guardara la respuesta para él mismo y eventualmente sólo ella la escucharía.
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Actualizar una vez al año es mi pasión.
Yoh está inspirado en mí, tan confundido ese niño jaja.
Gracias por leer!
