El tiempo era un borrón. Fluía y menguaba y a menudo parecía que conspiraba contra Hermione.
Lo había sentido correr en los veranos anteriores a su regreso a Hogwarts, intentando aferrarse a las tardes con sus padres.
Lo había sentido desaparecer en la escuela, empollando antes de unos exámenes que sabía que determinaban su lugar en un mundo que no sabía qué hacer con su herencia.
Lo había sentido durante mucho tiempo en el bosque de Dean, mientras los días de una guerra pasaban llenos de miedo.
Había sentido que se perdía en el Ministerio, entre papeles que nadie leía ni le importaban.
Sintió que se detenía cuando vio un par de ojos grises que la miraban fijamente desde la portada de un periódico.
Hermione había experimentado el tiempo en todas sus formas y aun así seguía sorprendiéndola.
—Oh, Dios, ¡llego tarde! —Se sobresaltó al salir de sus cálidas mantas. De alguna manera, se había olvidado de poner la alarma de su varita mientras estaba en la cama la noche anterior. El extraño e íntimo corte de pelo, que apenas había implicado contacto físico, la había desconcertado. Cada vez que había olvidado la alarma, Crookshanks la había despertado para comer. Hermione teorizó que el huésped actual tenía algo que ver con el hecho de que Crookshanks se levantara tarde.
Se puso el primer par de túnicas que encontró, un precioso conjunto verde oliva que le gustaba mucho, y corrió a arreglarse el pelo. Una vez más, Hermione agradeció al universo el ahorro de tiempo que suponía la magia, y se aplicó sus encantos de belleza mientras se cepillaba los dientes. Cuando terminó, se dirigió a la cocina, recogiendo objetos importantes por el camino. Se dio cuenta de que todas las luces encendidas la noche anterior seguían brillando de día. Resopló y perdió unos minutos preciosos del desayuno pulsando interruptores mientras hervía la tetera.
Perezoso por naturaleza era correcto.
—¿A dónde vas? —El objeto de su ira se frotaba somnoliento los ojos.
—Alguien debe financiar nuestro fastuoso estilo de vida. Me he tomado dos días libres en el trabajo, pero tengo que volver hoy.
—Ah, los centauros echarán de menos a su principal defensora.
Hermione no tuvo tiempo de participar en su ingenioso repertorio.
—Hay comida en la nevera como te enseñé. Puedes ir por Flu a casa de Theo si quieres. Si me necesitas, por favor, Lechuza. A Bathilda le gusta estar al aire libre, así que da dos golpecitos en el cristal de la ventana de la cocina y debería venir.
—¿Le pusiste a tu lechuza el nombre de la autora de Historia de Hogwarts? Eso es un poco exagerado, incluso para ti, Granger.
Puso los ojos en blanco mientras se calzaba los zapatos.
—No estoy segura de cuándo volveré a casa, cambia día a día.
—Estaré contando los minutos, —dijo en tono divertido desde la encimera, donde se estaba sirviendo una taza de té. Hermione miró con nostalgia la tetera recién hecha y luego su reloj.
Maldita sea, ya llevaba cinco minutos de retraso.
Sin más aspavientos, se fue por Flu al Ministerio.
Aproximadamente en ese momento se desató el caos.
Al salir del Flu, vio de inmediato una congregación de gente deambulando. Mientras se adentraba en el Atrio, un hombrecillo parecido a un sapo que llevaba una cámara se giró y sus ojos se iluminaron al verla. "Es ella". Como si se hubiera producido un encantamiento, la horda de gente se volvió y se arremolinó.
—¡Hermione! ¡Hermione! ¿Desde cuándo existe esa aventura? ¿Se remonta a Hogwarts?
—¿¡Cambiarás tu nombre a Malfoy ahora que eres una mujer casada!?
—¡Este es el fin del Trío de Oro! ¿Qué piensa Harry Potter de su reciente matrimonio?
—¿Qué se siente al estar casada con un conocido Mortífago que supuestamente torturaba nacidos de muggles?
—¡Hermione! ¿Qué piensan tus padres muggles de que te cases con un conocido odia-muggles?
De todas partes le lanzaban acusaciones en forma de preguntas. Los flashes desorientaban mientras el mar de periodistas y fotógrafos retumbaba y se acercaba a Hermione.
—¡Hermione! —Vio a Anthony Goldstein haciéndole señas desde un ascensor a su derecha. Sin pensárselo dos veces, Hermione se abrió paso entre la multitud, preguntándose si su verdadera boda se celebraría en la mansión y cuántos hijos querían tener. Irrumpió en el ascensor, las puertas se cerraron tras ella mientras los flashes continuaban.
Por un momento Hermione se dejó hundir su peso contra la pared metálica, jadeando.
—Bueno, esa sí que fue una entrada. —El típico buen humor de Anthony parecía forzado.
Hermione levantó la vista.
—Gracias, Anthony. No estoy segura de cómo habría salido de allí.
—Unos cuantos se acercaron al Departamento. Me di cuenta de que la turba del Atrio te buscaba y pensé que necesitarías ayuda.
—Tenías razón. Fueron...
—Feroces. Creía que iban a empezar a lanzar maleficios por un momento para ver quién conseguía una respuesta tuya.
Se sentía agotada y el día acababa de empezar.
—Lydia se ocupó de los de la oficina. Les dijo dónde creía que podían meter sus varitas.
Lydia Fletcher era una mujer severa. Diligente con la causa del bienestar de las criaturas, pero sin duda una bruja sin pelos en la lengua.
—Creo que Lydia quiere verte en su despacho. —Hermione suspiró cuando salieron de los ascensores. Se lo había imaginado.
Caminaron en silencio hacia su Departamento. Justo cuando Anthony se giraba para dirigirse a su escritorio, hizo una pausa.
—Sabes, siempre creí percibir... algo entre tú y Malfoy en el colegio. Solo que no me di cuenta de que era algo tan serio, que después de tantos años os casarais. Debo decir que me sorprendí cuando me enteré. Supongo que hay que felicitarte. —Le dedicó una incómoda sonrisa entre dientes y se alejó arrastrando los pies.
Hermione quería derretirse en el suelo. Estaba demasiado mortificada para corregir las ridículas nociones de romance infantil de Anthony. Intentó recobrar la compostura y prácticamente corrió hacia el despacho de Lydia. Cuando Hermione estuvo frente a la puerta de madera, deseó haberse tomado su tiempo.
Llamó a la puerta vacilante.
—Adelante.
Hermione entró en el sencillo despacho.
—Lydia, tengo que pedirte disculpas por... —la cortó una mano levantada.
—Señorita Granger, no me preocupa demasiado su vida privada. Es un giro sorprendente de los acontecimientos, pero no es asunto mío. —Hermione tragó saliva—. Aprendes rápido y te preocupas por tu trabajo. También eres bastante más tranquila que Goldstein, lo cual aprecio, pero no podemos tener a la prensa molestando en la oficina.
Oh, Dios, ¿la iban a despedir?
—Sé que acabas de volver, pero creo que es mejor que trabajes desde casa hasta nuevo aviso. Te mantuviste bien durante las vacaciones de la semana pasada. Puedes trabajar aquí hasta el final del día, por supuesto. No creo que vuelvan más periodistas.
El tono de Lydia no dejaba lugar a más negociaciones. Hermione asintió con la cabeza y se despidió murmurando, luego cerró la puerta tras de sí y se dirigió a su propio escritorio.
Al sentarse, Hermione vio de pronto la situación desde los ojos de Anthony, desde los de Lydia.
Hermione Granger, sorprendentemente brillante a pesar de su inusual educación, eligiendo salvar a un criminal.
Hermione Granger, mujer de un Mortífago.
Así es como el mundo entero la vería ahora.
La cara roja de Ron apareció de repente en sus pensamientos.
Oh, Dios, ¿qué había hecho?
Ojos tristes y un desvarío sobre una tregua y ella había alterado irrevocablemente su vida por un práctico desconocido.
Tuvo que tragar la bilis que le subía por la garganta.
Las horas de la mañana fueron pasando. Hermione intentaba centrar su atención en organizar su actual carga de trabajo para facilitar la correspondencia a domicilio. Por breves momentos fue capaz de olvidar la conmoción de la mañana, pero nunca pudo deshacerse por completo del malestar que sentía en las tripas.
Estaba totalmente absorta en la edición cuando un memorándum aterrizó silenciosamente en su escritorio.
Creo que deberíamos comer juntos. Ven a mi oficina.
Harry
Hermione dejó la pluma y rezó para que ya hubiera pensado en la comida. La idea de abrirse paso hasta la cafetería no le parecía atractiva.
—
A Hermione le daba miedo abrir la puerta.
Después de leer el memorándum de Harry, le había dicho a Lydia que salía. La bruja ni siquiera había levantado la vista. Hermione se había escabullido por los pasillos del Ministerio, evitando las zonas más concurridas lo mejor que pudo. Aún era pronto para comer, así que Hermione encontró un ascensor vacío y subió en él hasta el segundo piso. Al pasar junto a los escritorios de los Aurores, sintió las miradas. Se concentró en mirar al frente. Puede que se estuviera cuestionando todas las decisiones que había tomado en la vida, pero que no se le notara.
Finalmente, se detuvo ante la gran puerta de madera con un picaporte ornamentado.
—Hermione, solo entra. —La voz de Harry la sobresaltó desde el otro lado de la puerta, pero siguió la orden amortiguada.
—¿Cómo sabías que era yo? —Murmuró mientras cerraba la puerta tras de sí.
—Soy un Auror jefe, Hermione. Tengo algunos trucos bajo la manga.
Le miró fijamente.
—Muy bien, vi una sombra a través de la grieta debajo de la puerta. Me imaginé que eras tú.
—Buen trabajo detectivesco. —Se sentó frente a su escritorio mientras él sacaba dos bolsas de papel. Normalmente le habría encantado la grasienta comida para llevar, pero se dio cuenta de que no tenía apetito dada la conversación que se avecinaba.
—Así que... encontraste una laguna. —No era una pregunta.
Hermione levantó la vista de la patata frita que había estado pensando comerse y vio a Harry mirándola fijamente. Su cara era neutra. No había ira visible en sus ojos verdes. Al menos, todavía no.
Si Ron era una bomba, Harry era una flecha.
Había muy pocas cosas llamativas en él. Su pelo oscuro nunca estaba bien colocado, su ropa siempre parecía un poco arrugada y sus gafas tendían a quedar torcidas en el puente de la nariz. No le mirarías dos veces en una habitación, y mucho menos pensarías que había luchado contra un poderoso mago de niño y había ganado.
Era astuto y no se andaba con juegos. Golpeaba a su objetivo cuando tenía algo que decir.
Hermione también era muy consciente de lo penetrante que podía llegar a ser su juicio. Siempre se había sentido orgullosa de lo auténtico y sincero que era, pero a menudo veía el mundo en blanco y negro.
Esta situación era totalmente gris.
—Lo hice. —Su voz tembló mínimamente.
Continuó con su mirada penetrante y luego suspiró, sus hombros liberando tensión.
—¿No podrías haber volado un muro en Azkaban y haberlo sacado así?
—Me dijiste que no lo hiciera.
—Creo que lo hubiera preferido, sinceramente. Por eso apenas respondiste a nuestras lechuzas. Ginny quería asaltar tu salón, pero le aseguré que saldrías cuando quisieras. Ahora desearía haberla dejado intervenir.
A Hermione le ardieron las mejillas y agachó la cabeza, pero no se echaría atrás, no todavía. Una cosa era que se juzgara a sí misma, pero que la regañaran como a una niña siempre despertaba su ira.
—Me diste esa tarjeta de Nott.
—¡Te di su tarjeta! ¡No te dije que te casaras con Malfoy! Pensé que tal vez te ayudaría a encontrar algo para reducir su condena o a encontrar una forma de ilegalizar el Beso. ¡No me esperaba esto! —Harry parecía estupefacto.
Hermione empezó a hurgarse las cutículas, frotando con el dedo la línea agrietada donde la uña se encontraba con la piel.
—Esto es lo que encontró. Es lo único que encontró.
—Muy conveniente que la única ley que pudo encontrar liberara completamente a Malfoy y lo atara a ti.
Hermione lo fulminó con la mirada.
—¿Qué sugieres, Harry? Busqué durante semanas y no encontré nada. Yo también rechacé la proposición al principio.
Sus ojos seguían siendo neutrales, pero sus labios empezaban a fruncirse.
—Pero al final accediste.
—¡Pero Theo no podía saber que lo haría!
Harry volvió a suspirar.
—La gente te conoce, Hermione. De la guerra, de tu trabajo en el Ministerio. Diablos, Nott probablemente te recuerda del colegio. Se lo pidió a una persona que creía que aceptaría. Una persona que podría hacer que el Ministerio se tomara en serio esta oscura ley.
Hermione movía lentamente la cabeza de un lado a otro.
—Yo misma investigué la ley. Es verdad. No me basé solo en su palabra. Yo no haría eso.
—Sé que no lo harías. Pero también sé lo obstinada que puedes llegar a ser cuando sientes que tienes que proteger a alguien. Es una gran cualidad, Hermione, y no quiero que se aprovechen de ella. Especialmente si quieres probarte contra el Wizengamot y darles una lección.
—Esta no es una forma de probarme a mí misma. —Sus palabras sonaban huecas.
—¿De verdad? ¿Esto no es una situación de escarabajo en un tarro, solo que con el Wizengamot atrapado en vez de Skeeter?
Hermione quería reír. Si alguien estaba atrapada, era ella.
—Sé que la gente aún tiene... creencias sobre los nacidos de muggles, incluso después de la guerra. Lo entiendo, de verdad.
Solo que no lo entendía.
Harry había crecido en el mundo muggle, pero sus padres eran mágicos. Harry tenía un linaje que podía rastrear, mientras que Hermione tenía que manejar el shock general de cómo una nacida de muggles podía lograr tanto. Aunque era muggle cuando llegó a Hogwarts, ahora era una bruja en todos los sentidos.
Ambos habían tenido una educación muggle, pero nadie había sacado nunca a relucir la suya al hablar de sus logros.
A Hermione le latía el corazón en el pecho. Se había acercado a Nott por voluntad propia para salvar una vida. Había estado tan segura de que había decidido ayudar a Malfoy por su propio sentido del bien y del mal.
De repente, estaba dudando de todo.
¿Una parte de ella quería demostrar que podía superar al Wizengamot? Era el órgano legal que a menudo se oponía a sus proyectos y propuestas. Las brujas y magos que rechazaban sus peticiones de reunión. Y en esta búsqueda, ¿se había dejado manipular para salvar a un hombre que no lo merecía?
La comida para llevar que tenía en el regazo y que antes le había parecido apetitosa, ahora le daban ganas de vomitar.
—No fue así. No intento probarme a mí misma en el mundo mágico. Me gustaría pensar que mis méritos hacen eso por mí. Simplemente no quería ver morir a alguien.
Permanecieron un rato en silencio. Hermione siguió frotándose la cutícula, más fuerte con cada pasada.
—¿Cuáles son los términos de la ley? —La pregunta de Harry la sacó de su desesperación.
—Podemos separarnos en tres años, divorciarnos en cinco. Si es antes, su sentencia se restablece. Al parecer, incluso los magos del siglo XVII se dieron cuenta de que un matrimonio forjado en una ejecución era tenue y querían una salida potencial.
—Tiene sentido, de lo contrario nadie querría usarla. —Harry golpeó con un dedo su escritorio—. ¿Algo más?
Hermione tenía la confesión en la punta de la lengua. Sabía que debía contarle lo del Voto Inquebrantable, pero no podía pronunciar las palabras. La vergüenza que le envolvía la muñeca y la palma de la mano en forma de cadena blanca y descolorida no se lo permitía. Se bajó ligeramente la manga de la túnica.
—Tenemos que vivir juntos al menos un año.
Harry dejó escapar un silbido.
—¿Cómo va eso?
—Ha sido raro. —Hermione no mentía. Toda la experiencia había sido bizarra.
—¿Sigue siendo un capullo?
Se lo pensó un momento.
—Sin insultos, si es por eso por lo que tienes curiosidad. Sigue siendo el mismo en algunos aspectos. Arrogante y sarcástico, por supuesto, pero también es diferente. No ha sido cruel conmigo a propósito. Parece un poco roto, sinceramente.
Harry asintió con la cabeza.
—Azkaban puede hacer eso. Me alegro de que no esté siendo un completo terror, pero ten cuidado a su alrededor, ¿vale? Asegúrate de llevar siempre la varita encima y cierra la puerta antes de acostarte. Estás en esto ahora, lo entiendo. No estoy de acuerdo, pero eres adulta, Hermione. Ginny y yo siempre estaremos aquí para ti.
—¿Y Ron? ¿Sabías que vino y atacó a Malfoy?
Harry pareció de pronto incómodo.
—Ya me he enterado. También oí que Malfoy lo provocó, pero sé cómo es Ron. No seas tan dura con él, Hermione. Estoy seguro de que al final recapacitará, pero... bueno, él pensaba, quiero decir, todos pensábamos que seríais vosotros dos.
Hermione también había pensado que al final estarían los dos juntos. Al menos lo había pensado antes.
—Ron puede ser un idiota, pero su corazón suele estar en el lugar correcto. Solo dale un poco de espacio, estoy seguro de que te perdonará.
Quiso reírse. Al final, Harry pensó que la reacción de Ron era culpa suya. Sus acciones habían culminado en el desarrollo de los acontecimientos actuales y era ella la que tenía que pedir perdón.
—Sí, probablemente tengas razón. —Se puso de pie, sosteniendo la bolsa de papel manchada de grasa en sus manos—. Probablemente debería volver a mi escritorio. Tengo que hacer algo de trabajo hoy. Gracias por la comida.
—¿Quieres ir a comer otra vez esta semana?
Hermione tragó saliva.
—Voy a trabajar desde casa por un tiempo.
—Cierto, sí, probablemente no sea una mala idea. —Se mordió el labio.
Hermione hizo un leve gesto con la mano y se volvió para marcharse.
—Hermione, ¿por qué no me lo dijiste?
Hizo una pausa antes de volverse hacia su mejor amigo.
—Habrías intentado detenerme.
Harry no respondió. Solo la miraba fijamente, con una tristeza enterrada en lo profundo de sus orbes verdes.
Abrió la puerta y la cerró con un clic. Al pasar entre los murmullos y las miradas de desprecio, se obligó a contener las lágrimas que le quemaban los ojos. Tiró la bolsa llena de comida fría a una papelera común y se dirigió con cuidado a su cubículo.
Una vez sentada, apoyó la frente en los papeles que aún reposaban sobre el escritorio de madera.
¿Cuándo se habían descontrolado tanto las cosas?
Sintió como si se hubiera movido a velocidad de vértigo hasta ese momento y, de repente, se hubiera topado con un muro. Se permitió lamentarse un minuto más y luego volvió al trabajo.
Ella era Hermione Granger. Trabajar duro era lo que hacía.
—
Cuando Hermione volvió a dejar la pluma, era más tarde de lo que había previsto. Por la tarde había pensado brevemente en enviar una lechuza a Malfoy para anunciarle que llegaba tarde, pero decidió no hacerlo. No era una esposa cariñosa. Era su mujer como una formalidad y nada más. Vivirían sus propias vidas hasta el momento en que no necesitaran estar unidos el uno al otro. Esto era un acuerdo, una misión por su parte, nada más.
Hermione recogió su cartera y se dirigió al Atrio. El gentío de la mañana se había dispersado, pero ella siguió caminando a paso ligero hasta un Flu abierto. Se sentía como un ratoncito, correteando por el Ministerio, escondiéndose de los afilados dientes que la esperaban.
Cuando por fin llegó a la casita, el salón estaba a oscuras. Malfoy debía de seguir en casa de Theo. La mención del Slytherin de pelo castaño la hizo hervir.
¿Había escuchado su triste historia y cedido, exactamente como él había planeado desde el principio? La emoción que se reflejó tan claramente en su cara cuando ella accedió en su despacho había sido tan tangible. Ella había sentido las lágrimas, le había sentido temblar en sus brazos.
—Ya era hora.
Hermione sacó la varita en un momento, con un maleficio listo en los labios, cuando vio la silueta de un cuerpo sentado en el sofá.
—¡Por el amor de Salazar, no me salves solo para matarme, Granger!
Buscó el interruptor de la luz y se encontró a Malfoy con las manos en alto, asustado, ligeramente recostado en los cojines.
—¿Malfoy? ¿Por qué estás merodeando en la oscuridad? —El corazón le latía con fuerza y se apretó una mano contra él como si eso fuera a ralentizarlo.
—No estoy merodeando, estoy sentado. Que haya sido un criminal no significa que todo lo que haga sea nefasto. —Ahora se había inclinado hacia delante.
—Bien, ¿por qué estabas sentado en la oscuridad?
Parecía ligeramente incómodo, con las mejillas sonrosadas, y apartó la mirada de ella.
—Porque ha oscurecido fuera.
Hermione estaba confusa, pero entonces recordó que todas las luces habían estado encendidas las dos últimas mañanas. Supuso que había sido un petulante, acostumbrado a que los elfos domésticos se ocuparan de las pequeñas tareas.
—La casa tiene electricidad. —Dijo, la revelación la golpeó.
Siguió mirando hacia otro lado, pero asintió con la cabeza, evidentemente avergonzado.
Ese fue el momento en que Hermione se dio cuenta de lo perdido que estaba. Cuán perdidos estaban los dos. Malfoy estaba a su merced en casi todos los sentidos, incapaz incluso de accionar un interruptor para encender una luz. Suspiró.
—Olvidé enseñarte a usar la electricidad. Lo siento, es solo un pequeño interruptor aquí. —Hizo una demostración apagando las luces una vez más, sumiendo de nuevo la habitación en la oscuridad, y luego volvió a encenderlas—. En realidad, te será muy útil. No necesitas varita. Solo ingenio muggle.
Miró dubitativo el interruptor.
Hermione entró en la cocina y dejó la cartera en una silla. Ahora que se le había pasado la adrenalina del día, tenía hambre.
—¿Qué has comido hoy? —Recordó que había dejado algo de comida sencilla en la nevera, pero no había forma de que Malfoy la calentara. Además, ni siquiera estaba segura de que él supiera preparar algo.
—Tomé té esta mañana. Y pan. —Hermione vio una taza y un plato en el fregadero.
—¿Pudiste retenerlo? —No estaba segura de por qué lo preguntaba. No era asunto suyo. Habían acordado ser cordiales, cosa que a ella le parecía bien, pero seguía viendo los ojos verdes de Harry y oyendo sus preguntas inquisitivas en su cabeza.
—Sí. Es raro, no me había sentido lleno en años.
Otra confesión francamente triste dicha con tanta sencillez. Era sinceramente desarmante. Sentir animadversión hacia alguien que estaba emocionado por estar lleno de un trozo de pan tostado era como ser cruel con un animal herido.
—¿Podrías comer sopa? Sé que hace calor fuera, pero puedo calentar un poco. —Empezó a coger una olla y una lata del armario—. No es casera ni mucho menos, pero podría estar bien para tu estómago.
Asintió con la cabeza y vio cómo ella abría la lata y se ponía a calentar el contenido.
—Tienes muchos objetos muggles. —Ahora estaba sentado en la cocina mirando mientras ella cocinaba.
—Esto es el campo muggle. Me gustó tanto la casita que no me importó que no estuviera en un pueblo mágico. El pueblito está a unos kilómetros. Un paseo en bicicleta bastante rápido.
—¿Qué es una bicicleta?
Bueno, eso respondía a una pregunta anterior de Hermione.
—Es un medio de transporte muggle. Un poco como una escoba, pero tiene dos ruedas y se mantiene en la carretera.
—Eso suena completamente diferente a una escoba y muy aburrido. —Hermione puso los ojos en blanco ante su nariz respingona. Pasaron unos momentos.
—Entonces, ¿tienes una de estas bicicletas?
Dejó de remover la sopa y lo miró por detrás del hombro. Estaba arañando la mesa con una uña ahora recortada, mirando fijamente la madera.
—Tengo una bicicleta. —Se detuvo un momento, insegura de si quería confesar lo siguiente—. Tengo dos, si quieres aprender. Podríamos intentarlo mañana. —Volvió rápidamente la vista a la sopa, decidiendo que el calor de sus mejillas se debía al vapor. Se quedó callado el tiempo suficiente como para que ella estuviera segura de que se negaría, disgustado ante la idea de utilizar un artilugio muggle.
—Bien. No tengo nada mejor que hacer. —El comentario distante se compensó con el leve rebote de su rodilla y el continuo rascarse en la mesa.
Dejó de lado la conversación y sirvió dos raciones de pollo, verduras y caldo en cuencos antes de hacerlos levitar hasta la mesa.
No hablaron, solo el sonido de la cuchara de ella al entrar en contacto con las paredes de su cuenco llenó la habitación. Él comía en silencio.
—¿Cómo estaba Theo? —Hermione no estaba segura de su relación con el mago.
—No sabría decirte, no fui a verlo.
—Creía que te habrías pasado casi todo el día con él. —Le sorprendió.
Se encogió de hombros, tomó con cuidado un pequeño sorbo y se lo tomó sin derramar ni una gota. Cuando terminaron de comer, se puso a fregar los platos, saboreando el calor del agua jabonosa.
—Haces muchas cosas a la manera muggle. —Volvió a sentarse a la mesa de la cocina y la observó.
—Esto puede ser una sorpresa para ti, pero en realidad crecí muggle. —Sabía que estaba siendo impertinente.
—Ja, ja, Granger, qué graciosa eres.
Sonrió ante el cuenco que tenía en las manos y continuó lavando.
—La magia es increíble, pero me gusta el ritual de hacerlo a la manera muggle. Me gusta trabajar.
—Qué diligente eres. Dime, ¿levitas para subirte a ese caballo tan alto que tienes o eso no es suficiente esfuerzo para ti?
Hermione dejó la taza que estaba lavando con un sonoro ruido seco.
—Tú preguntaste y yo respondí.
Secó con rabia los platos limpios. Cuando terminó, se quitó la túnica de trabajo. Se le había hecho tarde y solo quería tomarse una taza de té y olvidar el día. Cuando volvió a entrar en el salón, Malfoy estaba de nuevo en el sofá, con dos tazas humeantes frente a él.
—Creía que no podías calentar nada.
La miró.
—Me lo imaginé después de verte calentar tu sopa de hojalata. Dudo que tengas un elfo doméstico escondido por aquí, así que podría aprender.
Vacilante, cogió la taza de la mesita. Inmediatamente le llegaron notas de bergamota a la nariz.
—No me atrevía a preparar la escoria del estanque. —Se encogió de hombros sin disculparse.
Hermione bebió un sorbo, dejando que el calor se deslizara por su garganta. No le dio las gracias.
—No creí que pudiera enfrentarlo. —La voz de Malfoy era suave. Estaba mirando su taza mientras hablaba—. No tenía energía para enfrentarme a Theo y a toda esa esperanza de ojos húmedos que tiene.
Hermione bebió otro sorbo. Todavía no estaba segura de lo que sentía por Theo, pero el recuerdo de su desesperación por salvar a su amigo había sido real.
—Estaba preocupado por ti.
Malfoy golpeó la cerámica con un dedo.
—Lo sé. Por supuesto, aprecio lo que hizo, pero... no sé cómo ser lo que era antes. Quién era antes.
—No creo que Theo espere que seas nadie. Solo quiere que estés bien. Que seas feliz.
—Hay mucha presión en eso.
Hermione pensó en todos los momentos que había pasado sintiéndose como una extraña entre sus amigos, en el bolso de cuentas junto a su chimenea, en la preocupación en la voz de Harry cuando cuestionaba sus razones para ayudar a Malfoy y tuvo que estar de acuerdo. Había mucha presión en intentar estar bien para los demás.
Tomaron el té en silencio hasta bien entrada la noche y, durante un breve período, Hermione no se preocupó por la hora.
—
A la mañana siguiente Hermione preparó el desayuno para ella y Malfoy. Se sentía un poco culpable por haberlo dejado solo en su casa, llena de electrodomésticos muggles y sin varita. Él volvió a observarla mientras ella preparaba té y tostadas. La domesticidad de todo aquello era desconcertante. No era tan terrible como ella necesitaba que fuera.
—Malfoy, ¿te das cuenta de que muchas casas de magos tienen electrodomésticos muggles que funcionan con magia? ¿Cómo puedes apenas entender una tostadora?
Se encogió de hombros mientras tomaba delicadamente un bocado con mantequilla.
—Teníamos un elfo doméstico que nos hacía toda la comida y limpiaba, por supuesto.
—¿Y durante tu arresto domiciliario?
Se limpió la boca con la servilleta, aunque sorprendentemente habían caído pocas migas.
—La mansión aún conserva dos elfos domésticos. Me sirvieron mientras residí allí y ahora sirven a mi madre.
—Tenía la impresión de que los elfos domésticos que habían sido esclavizados por Mortífagos convictos eran trasladados.
Malfoy masticó despacio.
—Pudieron elegir ser contratados por sus anteriores Amos por un salario aprobado por el Ministerio.
A Hermione le sorprendió que alguno de ellos hubiera decidido quedarse y que Malfoy les hubiera pagado.
—¿Por qué no vas al Ministerio hoy, Granger? —Oh. Malfoy se había dado cuenta de que no había salido corriendo esta mañana.
—Voy a trabajar desde casa en el futuro inmediato. —Ella esperaba que él dejara el asunto, pero en lugar de eso enarcó una ceja con curiosidad—. Al parecer, nuestra unión se considera digna de noticia.
Su rostro se tornó sombrío.
—¿Fue tan terrible que ya no puedes volver al Ministerio?
Terminó su tostada, debatiendo qué decir.
—Hay muchas historias circulando. La mayoría de la gente da por hecho que hemos tenido algún tipo de aventura desde Hogwarts. Había una multitud de periodistas esperándome cuando salí del Flu. Pensé que la atención se centraría sobre todo en tu liberación, pero parecían interesados sobre todo en nuestro matrimonio.
—La Chica Dorada y la escoria Mortífaga. —Tenía las manos cerradas en puños encima de la mesa. Hermione reconoció las palabras de su primer encuentro en el Ministerio.
—Aparentemente nuestra historia es material sensacionalista. Mi jefa ha decidido que lo mejor sería que enviara mi trabajo por lechuza para no arriesgarme a otro encuentro sorpresa. Tal vez sea algo bueno, no me gustaría que incendiaras mi casa en mi ausencia.
Ella esperaba que el comentario sarcástico le valiera una réplica grosera, pero él siguió mirando su plato vacío.
—Sin embargo, ahora tengo la tarde libre por si quieres salir un rato. Podríamos visitar la ciudad, practicar montar en bicicleta. —No tenía ni idea de lo que intentaba conseguir. Harry la había puesto a pensar en sus motivos para ayudar a Malfoy, pero mirándolo ahora, con la cabeza rapada y los hombros pesados, no podía evitar querer salvarlo de nuevo.
—A menos que tengas miedo, por supuesto. Lo entendería perfectamente, ya que las bicicletas son un gran invento muggle. —Esto llamó su atención, y levantó la vista rápidamente, mirándola.
—Dominé un clavado en espiral en mi escoba antes de los trece años. Puedo manejar algo que ni siquiera se despega del suelo.
—
Malfoy se había estrellado dos veces antes de empezar el viaje. Se había quedado perplejo ante la bicicleta cuando Hermione la sacó por primera vez. Parecía como si fuera a saltar hacia delante y morderle. La primera vez que se sentó en ella, intentó poner los dos pies en los pedales e inmediatamente se cayó, y la bicicleta le cayó encima.
Cuando por fin fue capaz de mantener el equilibrio mientras se movía (aprendió más rápido de lo que Hermione esperaba), había arrancado demasiado deprisa y había aterrizado en un arbusto al final del camino. Cada vez que se levantaba, miraba el trozo de metal ofensivo, pero no se daba por vencido. A pesar de que estaba algo cansado, finalmente le cogió el truco y empezó a montar en bicicleta con relativa facilidad, solo tambaleándose de vez en cuando.
Hermione no le había visto tan contento en todo el tiempo que llevaba ayudándole.
Los mechones recortados de su pelo rubio brillaban bajo el sol y su cabeza estaba ligeramente inclinada hacia atrás mientras saboreaba la luz del sol. Su cara era la menos cautelosa que había visto en mucho tiempo. Fue entonces cuando se dio cuenta. Tenía el mismo aspecto que cuando volaba en la escuela. La expresión relajada, el pelo iluminado por el sol, la sensación de confianza que no provenía de un nombre ni de la fortuna, era exactamente igual que cuando volaba por encima del campo de Quidditch.
Llevaba otro pantalón de chándal y una camiseta blanca de algodón de manga larga. Hermione le había sugerido una de manga corta para el calor que hacía, pero él se tocó rápidamente el antebrazo izquierdo, una reacción que le resultó muy familiar, y ella se limitó a lanzarle un encantamiento refrescante en su lugar. Había visto la marca mientras le curaba las heridas, pero no se había detenido a mirarla. No quería pensar en lo que tenía marcado en el brazo. La serpiente oculta tras el algodón.
Mientras pedaleaban por la larga carretera rural, Hermione se permitió fantasear como solía hacer cuando montaba en bicicleta. Con sus pantalones cortos blancos y su top de lino azul aciano podía sentir los rayos de luz empapando su piel y se permitió imaginar que era simplemente una mujer disfrutando de un paseo durante el verano inglés.
Delante de ella, Malfoy se había animado a pedalear más deprisa, con una risa alegre resonando detrás de él. Hermione bombeó las piernas para mantener la velocidad, saboreando el ligero ardor en los pulmones. Llegaron al pueblo ligeramente húmedos y sin aliento. Malfoy había agarrado los frenos de los manubrios con demasiada fuerza y se había caído por tercera vez.
Tenía la cara sonrojada y los ojos brillantes.
—Lo admito, ha sido más divertido de lo que esperaba. No es montar en escoba, pero se coge bastante velocidad.
Hermione tuvo la gentileza de no regodearse mientras aparcaban las bicicletas en un aparcamiento designado. Una vez aseguradas, empezaron a deambular por las pequeñas tiendas.
—No es muy grande, pero tiene casi todo lo que se puede necesitar. Hay algunas tiendas de ropa, algunos restaurantes, algunos pubs, incluso una tienda de dulces que vende helados.
—Por la Barba de Merlín, lo que haría por un helado. Probablemente vomitaría si me lo comiera, pero ni siquiera me importaría. —Hermione estuvo de acuerdo en que probablemente vomitaría, pero de todos modos se encontraron sentados en un banco fuera de la tienda sosteniendo cucuruchos de helado.
—Este es casi tan bueno como el de Fortescue.
Hermione asintió a los elogios de Malfoy.
—¿Qué pasó con la tienda? Quiero decir, desde que Fortescue... —se interrumpió, pero Hermione comprendió.
—Un miembro de la familia se hizo cargo del negocio, un sobrino creo. Volvió a abrir un año después de la guerra. El helado sigue siendo delicioso. —Hermione sintió que una gota del helado caía sobre su nudillo. Se la limpió rápidamente con la servilleta—. Quizá podamos ir algún día.
—No creo que me recibieran muy bien en Fortescue's. Sinceramente, no estoy seguro de que me recibieran muy bien en el Callejón Diagon. —Ahora estaba dando bocados al cucurucho de gofre dulce, observando cómo la gente caminaba por las calles empedradas—. Supongo que debería acostumbrarme al mundo muggle. El mundo mágico no me quiere. Resulta chocante, ¿verdad? Alguien como yo sentado en un banco muggle, comiendo helado muggle.
—Y haciéndolo todo con una nacida de muggles.
Dio un zumbido de acuerdo mientras se limpiaba las manos.
Hermione dudó un momento.
—Podrás volver, Malfoy. Puedes elegir volver.
Le soltó una carcajada seca.
—¿Por qué estás tan convencida? ¿Es por mi brillante apellido y mi legado? ¿Mi valiente historia como el chico que dejó entrar a los Mortífagos en Hogwarts provocando la muerte de uno de los magos más grandes o mi heroísmo durante la guerra?
Ella no sabía cómo responderle.
—No, no lo creo, Granger. Esos periodistas no te acosaron para conseguir la historia de mi redención. Querían reclamar la historia de tu caída. Todos han aceptado mi lugar en el mundo. Incluido yo.
No la miró mientras hablaba, sino que siguió mirando hacia la calle. El sol iluminaba sus facciones, haciéndole entrecerrar ligeramente los ojos. A pesar de los rayos de sol, Hermione tenía la piel de gallina en los brazos.
Volvieron a la casa en silencio. Malfoy se detuvo bruscamente una vez, tirando la bicicleta a un lado y corriendo hacia los arbustos. Se retorció y Hermione oyó esputos húmedos mientras el helado hacía su forzada reaparición. Un peculiar impulso de consolarlo mientras él agachaba la cabeza estando sobre sus manos y rodillas pasó a través de ella. Pero no se movió. Cuando terminó de limpiarse la boca con la manga, volvió a subirse a la bicicleta y comenzó a pedalear sin reconocer lo que acababa de ocurrir.
Cuando llegaron de nuevo a los confines de la pequeña casita, Hermione abrió el Flu y empezó a parpadear en verde. Apareció la cabeza de Theo.
—¡Por fin! He estado intentando localizaros, pero el Flu estaba cerrado. ¿Puedo acercarme por Flu? —Su voz sonaba tensa. Hermione accedió y pronto Theo salió de la chimenea.
Parecía nervioso. Su actitud le recordó a la primera vez que mencionó el Matrimonio en la Horca. Hermione se sintió inmediatamente nerviosa. La conversación con Harry resonó en su cabeza y lo miró vacilante.
—¿Dónde está Draco? —Miró alrededor de la pequeña sala de estar. Malfoy apareció en el pasillo. Se había metido en el baño, Hermione supuso que para enjuagarse la boca.
—Estás horrible. ¿Qué llevas puesto?
Malfoy parecía ofendido.
—Gracias, Theo. Yo también me alegro de verte.
—Me aseguraré de enviar a Tippi con el vestuario que tengo para ti. Pensé que vendrías ayer y había planeado enviarte a casa con todo. —Malfoy parecía incómodo.
Hermione se acercó a Theo.
—¿Qué necesitabas decirnos tan desesperadamente?
Volvió a parecer serio.
—Supongo que no has abierto la carta del Ministerio.
Hermione miró la encimera de la cocina. Había adiestrado a Bathilda para que dejara cartas sobre la encimera manteniendo abierto el pestillo de la ventana, lo que permitía a la lechuza empujar el cristal. Sobre la encimera había una carta del Ministerio dirigida al señor y la señora Malfoy con letra clara.
Empezó a abrir la cera, el pavor le inundaba las entrañas.
Saludos,
Se ha solicitado formalmente su presencia dentro de dos días a las diez de la mañana en la oficina del Wizengamot situada en el Ministerio de Magia. Su ausencia será considerada desacato al tribunal y dará lugar a una rápida acción disciplinaria.
Atentamente,
Oficina de Augustus Codsworth
La mano de Hermione tembló ligeramente cuando le pasó la carta a Malfoy. Vio que el miedo le agrandaba los ojos y le separaba los labios mientras sus ojos recorrían la página.
—¿Qué quieren? —Murmuró, sus ojos siguiendo las palabras una y otra vez.
—Sinceramente, no tengo ni idea. Recibí una carta diciendo que vosotros dos tendríais que ir al Ministerio y que mi presencia no sería necesaria. —Se quedó con los brazos cruzados.
—¿Por qué te enviaron una carta si no querían que fueras? —A Hermione le parecía extraña toda la situación.
—Lo sentí como un enorme jódete. Como si quisieran que supiera que podían llamarte cuando quisieran y que yo no podía impedirlo. —Miró el papel ofensivo que Malfoy aún sostenía, con las manos temblando ligeramente.
A Hermione se le revolvió el estómago. La mirada de Codsworth antes de salir del despacho de Azkaban la atormentaba.
—Están intentando enviarme de vuelta a Azkaban, ¿verdad? No van a dejar de intentarlo. —La voz de Malfoy era plana, y sus ojos parpadeaban rápidamente.
—No dejaremos que te envíen de vuelta, Draco. No vas a volver. —Theo intentó apoyar una mano en el hombro de Malfoy, pero este dio un rápido paso atrás.
—Eso no es algo que puedas prometer, Theo. La ley que te sacaste del culo es antigua. Es un milagro que haya funcionado. Todo lo que has hecho es extender mi sentencia.
—¡No! ¡La he investigado a fondo! Es sólida. —Theo puso cara de asombro.
Malfoy no escuchaba, solo retrocedía lentamente.
—Si hubiera sabido que volverían a arrastrarme cuando quisieran, entonces simplemente habría aceptado el Beso. Mejor eso que vivir con una espada colgando sobre mi cabeza, —mientras hablaba, toda emoción desapareció de sus facciones.
Hermione lo había visto Ocluir antes, pero por primera vez, lo presenció sin la poción de supresión mágica en su sistema. Era como si se hubiera convertido en piedra. No se le veía ningún atisbo de expresión. Se dio la vuelta y caminó hacia su habitación sin mirar atrás.
Theo seguía mirándole, con una mano tendida hacia su amigo.
—¿Qué vamos a hacer? —Hermione se abrazó a sí misma.
—Ir. Eso es todo lo que puedes hacer. —Theo siguió concentrado en la puerta cerrada. Finalmente suspiró y se volvió hacia ella—. No sé lo que se traen entre manos, pero no va a ser nada bueno. Lo... lo siento mucho. Por todo esto. Sé que probablemente no ha sido fácil y probablemente no va a ser más fácil. Ayudaré en todo lo que pueda. Lo juro.
Sus ojos verde oscuro eran tan serios que Hermione no pudo evitar asentir. Harry no podía tener razón sobre Theo. Harry no había sido testigo de cómo el hombre se derrumbaba por Malfoy, no había sido testigo de la forma en que exponía sus emociones voluntariamente.
Theo se marchó, prometiendo que se reuniría con ellos en el Ministerio dentro de dos días, "presencia no requerida" al diablo.
Era temprano en la noche, la luz del sol todavía presente pero más suave. Hermione preparó pasta y dejó un cuenco en la encimera para Malfoy, aunque no estaba segura de que saliera de su habitación aquella noche.
Mientras estaba tumbada en la cama, pudo oír el chasquido de una puerta al abrirse y el eco de unos pasos al pasar por su habitación. El cansancio del sol y las pesadas noticias la sumieron en un sueño sin sueños.
Por un momento, le pareció oír abrirse la puerta principal. Si lo hubiera oído un momento antes, habría ido a investigar, pero el sueño estaba demasiado cerca. Antes de que pudiera seguir preguntándose por el ruido, se sumió en la oscuridad.
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Nota de la autora:
¡Feliz cumpleaños, Draco!
¡Viva el capítulo 9! Se está acercando, amigos.
Como siempre, ¡el apoyo ha sido asombroso! Gracias por todos los comentarios y el interés, me deja sin palabras.
Todo el cariño a mis betas, rompeprop y noxhunter, por hacerlo todo legible
Esto fue escrito con mi teléfono a una pulgada de mi cara como a las 2am. Proceded con precaución.
No soy dueña de una mierda
