El Búho Leonado en Taw Hill, 11 PM

Jonathon Davies estaba teniendo una mala noche.

Su Cavalier se había averiado a principios de semana. Llevaba semanas calándose mientras conducía, pero lo había ignorado hasta que ya no pudo más, lo que le obligó a ir en bicicleta o andando para desplazarse. Le habían vuelto a recortar las horas de trabajo en Tesco, lo cual habría estado bien de no ser porque Andrew, su jefe de dieciocho años, le había llevado a la trastienda para discutir con él por llegar tarde otra vez. A sus veinticuatro años, Jonathon despreciaba tener que dar largas a un niño para conservar su trabajo.

Por si fuera poco, Lizzy había vuelto a hablar de matrimonio. La idea hizo que Jonathon sintiera como si tuviera un par de manos alrededor del cuello, apretándole. No es que no quisiera casarse con ella. Llevaban juntos casi dos años y ella siempre había sido una chica leal. Simplemente no quería acabar atrapado en su pequeño pueblo de mierda para el resto de sus días. Si dentro de tres años seguía trabajando en un supermercado a las órdenes de Andrew, iba a saltar del campanario de la iglesia.

Así fue como se encontró con dos pintas en el Búho Leonado. El viejo pub atraía a viejos y borrachos, pero las bebidas eran baratas y siempre había sitio en la barra. Jonathon sabía que Lizzy le esperaba en casa. Ella le había dicho esa mañana que quería "hablar de su futuro". Así que se sentó en el Búho Leonado, intentando retrasar la inevitable pelea.

—Hola, Johnny, —levantó la vista y vio a Mary-Anne Gifford de pie junto a su taburete. Rubia y sonriente, estaba preciosa. Su falda vaquera de talle bajo dejaba entrever la piel bronceada de su vientre, con un pequeño diamante brillando en el ombligo.

—Mary-Anne. —Le hizo un gesto con la cabeza y tomó un espumoso sorbo de cerveza del vaso, ahora tibio, que tenía en la mano.

—¿Bebes solo esta noche? —Se inclinó un poco más hacia ella. Jonathon había conocido a Mary-Anne un par de meses antes, durante otra velada muy parecida a la de esta noche en el Búho Leonado. Habían pasado algunas noches juntos desde entonces. Era una chica agradable, guapa y cariñosa, y no tenía ni idea de su relación. A Jonathon le gustaba que apenas le llegara a los hombros y cómo adulaba su físico.

—Eres como un gran oso, me haces sentir segura, —le había susurrado en la parte trasera de su Cavalier la primera noche que salieron juntos del bar. Si Mary-Anne quería algo más que unos minutos en la parte trasera de su coche o en su pequeño piso, nunca se lo pedía y Jonathon nunca se lo ofrecía. A veces le preocupaba que Lizzy se enterara de lo que ocurría, pero ese pensamiento nunca parecía prolongarse mucho después de unas copas y un par de caricias suaves.

Se sentó en el taburete junto a él, con los pies colgando sobre el pegajoso suelo de madera del pub. Hicieron su típico baile, bebiendo y flirteando, hasta que ambos estuvieron demasiado borrachos para pensar en las consecuencias de sus actos.

Salieron del pub, con la esbelta figura de Mary-Anne bajo su pesado brazo. Mientras caminaban, ella empezó a frotarle el pecho con sus pequeñas manos, sus largas uñas rozando el material de su camisa de trabajo.

—¿Dónde está tu coche? —Ella susurró, tirando de él hacia abajo para que pudiera besar el lado de su cuello.

—Ah, joder, está en la tienda. Vine a pie, —murmuró en su pelo que olía a perfume y laca. Era del mismo tipo que usaba Lizzy.

—Está bien, podemos ir a mi piso. No está muy lejos. —Ella tiró de su mano como si no hubieran pasado antes por lo mismo. Siguieron por las calles oscuras, deteniéndose para darse besos sucios y caricias fuertes.

—Ay, qué cojones. —Jonathon se encontró cayendo hacia atrás. Aterrizó de costado con fuerza y cuando miró con qué había tropezado vio una bicicleta con una cesta de paja.

—Esa es mi bicicleta.

Jonathon giró la cabeza hacia la voz ligeramente arrastrada. Sentada en el banco de fuera de una tienda de golosinas, en la oscuridad, había una persona. A primera vista, Jonathon pensó que se trataba de un adolescente. Su silueta era delgada; parecía que un fuerte viento podría haberle hecho caer. La farola que había sobre él se reflejaba en el pelo rapado de su cabeza.

—Sí, bueno, tu bici estaba en medio de la acera. —Jonathon se levantó y se sacudió el polvo. Su día acababa de empezar a mejorar y este estúpido le había dejado la bicicleta en el suelo para que tropezara con ella. Mary-Anne miraba al extraño niñato, ligeramente escondida detrás de Jonathon. El recuerdo de ella elogiando su formidable tamaño y la mierda general del día lo tenía en vilo.

—Si hubieras estado mirando por dónde caminabas en lugar de estudiar el interior de su boca, probablemente no te habrías tropezado. No la escondí precisamente. Es una gran bicicleta brillante. —El desconocido soltó una sonora carcajada ante sus propias palabras.

—Un momento, te he visto antes en el pub. —Jonathon recordaba haber pensado que el hombre (porque a la luz más clara del pub, sin duda había sido un hombre) era extraño. Había entrado sin dinero y con la mirada perdida, como si nunca antes hubiera estado en un pub. Rich, un cliente habitual, se había apiadado del tipo y le había invitado a unas pintas. El bastardo desgraciado se había marchado mientras Mary-Anne y Jonathon seguían tonteando entre ellos.

—Oh, cierto. Me sonabais de algo. Recuerdo que me preguntaba por qué una mujer tan guapa como ella perdía el tiempo con un imbécil tan feo como tú. —La cara puntiaguda del hombre estalló en una gran sonrisa.

Jonathon sintió que le ardían las mejillas. Siempre se había sentido acomplejado por su aspecto. Por eso pasaba tanto tiempo en el gimnasio. Aunque el imbécil del hombre era musculoso, sus rasgos eran refinados. Si no fuera por el chándal manchado, Jonathon lo habría tachado de pijo. Incluso se había dado cuenta de que Mary-Anne le había echado un segundo vistazo cuando había llamado al camarero para pedir otra ronda.

La pálida piel del hombre estaba sonrosada y se frotaba los ojos mientras se reía. Tenía los codos apoyados en el respaldo del banco y la cabeza inclinada hacia atrás.

—No te ofendas. Es solo el simple hecho de que peleas fuera de tu categoría de peso. Es admirable, de verdad. El amor puede ser tan caprichoso como es sin necesidad de añadirle nada. —Jonathon sintió que Mary-Anne le tiraba de la mano, pero se la sacudió.

—Eso es hablar jodidamente mucho, cabrón. —Jonathon señaló con el dedo al rubio.

La única reacción que dio a cambio fue ponerse de pie lentamente, riendo todo el tiempo.

—Perdona, ¿no sabes lo que significa caprichoso? Tenía la impresión de que los muggles tenían estándares similares para la educación. —El hombre miraba ahora a Jonathon con lástima.

—Ahora, imbécil, no sé qué carajo significa muggle, pero yo no lo soy. Soy protestante. —Jonathon no estaba seguro de qué había dicho que fuera tan gracioso, pero el rubio se dobló, agarrándose las rodillas mientras reía.

Jonathon ya estaba harto. Toda la frustración del día se desbordó cuando agarró la camiseta blanca de manga larga del hombre. Oyó a Mary-Anne gritar detrás de él, pero no le importó, echó el brazo hacia atrás y golpeó aquella mandíbula afilada. Pudo sentir el chasquido de los dientes y de repente estaba sujetando al hombre por la camiseta.

—Ya no eres tan jodidamente listo, ¿eh? —siseó Jonathon. El hombre arañó las manos que le sujetaban la camisa y consiguió ponerse en pie. Jonathon no se había dado cuenta de la altura del desconocido hasta que estuvieron casi frente a frente. Jonathon se quedó inmóvil un instante. El monstruo estaba... sonriendo. Parecía que recibir un golpe era lo más divertido que le podía haber pasado, pero el humor no le llegaba a los ojos. Los ojos grises eran dos piedras, completamente muertas. Era una composición espeluznante.

Mientras Jonathon estaba distraído, el hombre le propinó su propio golpe. El puñetazo en las tripas debería haber dejado sin aliento a Jonathon, pero tuvo muy poca fuerza. Le asestó otro golpe en la sien al rubio, desorientándolo. Este cayó de bruces y su peso se estrelló contra el pavimento empedrado. Gimió suavemente. Jonathon esperó a ver qué decía aquel cabrón tan listo. Casi se sintió mal por aquel idiota quebradizo. Casi.

—Estoy bastante seguro... de que tendría... que estar muerto... para ser más tonto que tú. —Cada palabra era jadeante, pero a Jonathon no le importó. Le dio una patada en el estómago al hombre, que gimió y se acurrucó sobre sí mismo de lado. Se quedó en el suelo, tosiendo y resollando.

—Que te jodan. —Jonathon escupió antes de darse la vuelta y patear la bicicleta. Mary-Anne ya no estaba, había huido durante la pelea.

El día no podía ser jodidamente peor. Pateó una piedra, pensando en unos ojos muertos y caminó calle abajo. Justo cuando estaba a punto de doblar la esquina, sintió que una mano le agarraba con fuerza, tirándole hacia atrás.

—¡Qué coño!

Entonces todo se volvió negro para Jonathon Davies.

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Nota de la autora:

¡Capítulo 10! ¡WOOO!

Gracias por todos los comentarios y el cariño, ¡ha sido increíble! Si venís de TikTok o Reddit, ¡muchas gracias por echar un vistazo al fic! La próxima actualización será la habitual de los domingos. Estoy segura de que algunos de vosotros tenéis preguntas, ¡pero un poco de misterio es divertido!

Un saludo a mis brillantes betas, rompeprop y noxhunter, me habéis salvado de todos los errores ortográficos y de publicar todos los capítulos a la vez.

Esto fue escrito en mi iPhone mientras estaba sentada en el sofá y escuchaba demasiado M83 (si es que eso es posible), así que proceded con causalidad.

No soy dueña de una mierda