Sinopsis:
La guerra ha terminado.
Para Draco Malfoy eso significa un nuevo comienzo en Durmstrang: una fortaleza infranqueable en lo alto de las montañas, aislada del mundo y a miles de kilómetros de todo lo que odiaba en Hogwarts. Un lugar donde la Marca Tenebrosa sigue siendo una insignia de honor. Donde las Imperdonables se practican abiertamente. Donde los Sangre sucia nunca han sido admitidos.
Al menos hasta que Hermione vaya y lo arruine todo.
O: Un enfoque de Durmstrang en una historia de octavo año con Draco tóxico, Hermione oscura y toda la pandilla de serpientes.
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Nota de la autora:
-Capítulos nuevos cada quince días-
En este oscuro UA de octavo año, Hogwarts quedó demasiado dañado para reabrir después de la guerra. Sin otra opción, los antiguos alumnos se trasladan al extranjero para completar sus estudios.
Como muchos otros Slytherins, Draco elige el Instituto Durmstrang. Sin embargo, la última persona a la que espera ver allí es Hermione Granger, que hace historia como la primera nacida de muggles que se matricula en Durmstrang... y se convierte en su nueva compañera de casa.
Seguimos a Draco a lo largo de un año mientras se siente inexplicablemente atraído por una mujer que debería asquearle. Repugnarle. Un año en el que se ve obligado a desaprender toda una vida de intolerancia y odio. En el que observa a Hermione navegar por un lugar que la trata como menos que humana. La ayuda a sobrevivir en un colegio que preferiría ver muerta a una Sangre sucia antes que dejarla graduarse.
Y tal vez, solo tal vez, se enamore perdidamente en el proceso.
Esta es mi tercera novela de ficción sobre Dramione, y todo un reto, ya que escribiré enteramente desde el punto de vista de Draco. Para aquellos que hayáis leído mis obras anteriores, esperad una versión más tóxica de Draco, mucho más borde y picante, y una inmersión profunda en Durmstrang, alias Hogwarts la Oscura. El tema de esta historia en concreto gira en torno a las canciones "The Kids Are All Dying" de FINNEAS y "Zombie" de The Cranberries.
Nota de la serie: Year of the Lioness pertenece a mi serie Dissonant Lifetimes, que explora el reencuentro de Draco y Hermione a través de tres historias de amor únicas. La Parte I es un UA ya terminado en el que Voldemort gana. Las partes II y III se están escribiendo en paralelo: la primera es un romance por correo, mientras que la segunda es esta historia. Cada parte está diseñada para ser leída individualmente, o junto con las otras para una mayor profundidad, y en cualquier orden.
Gracias a dramione_iv, que ha creado un tráiler verdaderamente brillante y de estilo cinematográfico para Year of the Lioness que puedes ver aquí: Enlace Tik Tok en comentario.
Puedes encontrarme en Instagram para estar al día de esta historia y de las demás.
Por favor, sed amables y espero que la disfrutéis.
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Nota de la traductora:
Tenía ganas de traducir un WIP (historia en proceso) para poder vivir durante un poco más de tiempo un Dramione, y cuando apareció el tráiler de este y otros vídeos de la autora en Tik Tok, no pude resistirme a pedirle permiso para traducir, así que allá vamos... La autora sube un capítulo cada dos semanas, así que en principio mi idea es subir un par, lunes y viernes hasta alcanzarla, y luego dos o tres días después de que lo haga ella, dependiendo del tiempo que tenga.
Los personajes y todo lo reconocible es de la autoría de JK Rowling y la historia es de HeavenlyDew.
Traducción oficial autorizada.
Portada de emmilliaart.
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"La justicia racial no es un juego de suma cero".
-Ijeoma Oluo
El tres de marzo nunca había sido una fecha especialmente importante. Nada digno de mención o especial. Entre vacaciones. Ni invierno ni primavera. Nada especial.
No este tres de marzo.
Porque era el primer día que Draco "Cuchara de Plata" Malfoy se acercaba a un equipo de limpieza, si no se contaba el que utilizaba para volar. El primer día que había pisado algo tan pedestre como un armario de escobas del colegio. Quizá pisar era quedarse corto.
Fue jodidamente empujado.
—Solo tenemos veinte minutos antes de la ronda nocturna. Quítate el cinturón ahora mismo,—le ordenó, aunque ya le había bajado la mitad del pantalón. Tenía la espalda pegada a la húmeda pared de piedra mientras ella pasaba la tira de cuero por la última trabilla y luego se ponía a trabajar en los botones. Y durante todo ese tiempo, la piel de la palma de su mano rozó intencionadamente su palpitante erección. Rozaba su dura longitud como la pluma más cruel. Burlándose de él a través de la tela, antes de apartarse.
Draco sonrió satisfecho. Como si ella pudiera obligarle a obedecer.
Sus brazos se cerraron en torno a los de ella como si fueran tornillos, asegurándolos firmemente por encima de su cabeza de aquella forma que siempre odió en las clases de combate. El movimiento que el profesor Kuytek les enseñó en otoño, durante su primer tortuoso y maravilloso combate contra Hermione Granger.
No estaba utilizando el movimiento como se pretendía.
Ni por asomo.
Oponente asegurado, Draco estiró una larga pierna, cerrando de una patada la puerta del armario con un golpe que astilló la madera e hizo que Hermione se estremeciera.
La oscuridad consumía el estrecho espacio, que de repente se volvió insoportablemente claustrofóbico. Tan sofocante como una respiración contenida. Y, por un momento, solo quedó la humedad de la lengua de ella revoloteando contra la columna de la garganta de él. Los aromas dispares del sudor rancio y el jazmín fresco del verano. La presión de su corazón latiendo contra el de él. Sus pechos empujando contra sus costillas con cada inhalación irregular, desapareciendo con cada exhalación forzada en una tortuosa repetición.
La cálida suavidad que podía sentir a través de su fina camiseta. Una sensación que nunca se volvería aburrida. La bruja no llevaba nada debajo.
Y era jodidamente magnífico.
Draco se inclinó hacia delante, atrapando el pliegue del lóbulo de su oreja entre los dientes.
—¿Cuánto tiempo llevas planeando este ataque, Granger? ¿O tal vez todo sea una trampa? ¿Debería esperar que la directora atravesara esa puerta y me suspendiera por acosar sexualmente a una compañera... otra vez?
Ella soltó un pequeño bufido que le hizo cosquillas en el cuello y le volvió loco.
—No. En realidad, esta vez hice una promesa. Una apuesta.
—¿Cuál es la apuesta?—susurró Draco en su oreja torneada.
Hermione se estremeció, pero no contestó. Siempre tan dolorosamente poco cooperativa.
En lugar de eso, soltó la mano y la deslizó, como una serpiente, por el hueco entre la camisa y los pantalones, enroscando los dedos fríos alrededor de su dolorido pene, acariciándolo. Las uñas se clavaron con rudeza en la piel sensible hasta que él maldijo su nombre, y un millón de cosas más, en aquella desdichada melena de rizos.
Ella sonrió.
—Te lo diré después de ganarla, Malfoy.
Así es como fue.
Bueno, dos podrían jugar.
Sin una palabra más, y mucho menos una advertencia o un hechizo amortiguador, Draco cayó libre hacia atrás sobre el duro suelo del armario de las escobas, llevándose consigo a una Hermione que gritaba. Aterrizaron bruscamente sobre un montón de trapos que olían a queroseno. Entonces ella estaba sobre él, con los calcetines hasta las rodillas a horcajadas sobre sus caderas, mientras se acomodaba en su posición con un gemido bajo.
Su mano derecha se deslizó por su camisa, enganchándose alrededor de su cintura desnuda, forzándola a acercarse aún más. La izquierda empujó la falda hacia un lado, los dedos húmedos se deslizaron fácilmente. Con demasiada facilidad.
No llevaba ropa interior.
El puto tres de marzo.
—
Seis meses antes
6 de septiembre de 1998
En alguna parte de las montañas Scandes, Noruega
—Ya casi llegamos. Despierta, Malfoy.
Draco rodó contra la ventanilla del tren, ignorando la molesta voz. Apartó con pereza la mano que no dejaba de agarrarle el hombro.
El cristal helado le presionaba la mejilla, tan relajante y frío como la parte inferior de una almohada. Y ahora mismo dormir sonaba mucho mejor que escuchar. Sobre todo, porque había tenido un sueño de lo más raro, uno que no era del todo desagradable. Ni mucho menos. Aunque cuanto más lo pensaba, menos lo recordaba. Se escapaba más rápido que la arena de un reloj de arena.
Cuando la mano siguió sacudiéndole, Draco suspiró.
—Déjame en paz, Zabini. Me levantaré cuando esté jodidamente listo.
Blaise se inclinó frente a Draco para entrecerrar sus ojos oscuros. Luego la altanería se apoderó de su expresión mientras decía:
—Solo hago mi trabajo como tu nuevo prefecto del colegio, pequeño criminal de guerra. Mantener a raya a los delincuentes. Después de todo, eres un delincuente convicto.
La boca de Draco se crispó.
—Durmstrang no tiene nada tan estúpido como prefectos escolares. Pero eso ya lo sabías. Y la última vez que lo comprobé, tu brazo tampoco estaba limpio.
—Esa parte no debería ser un problema, —sonrió Blaise. Tenía la manga doblada, dejando al descubierto la calavera y la serpiente que decoloraban su piel de ébano—. De hecho, se dice que la mitad de nuestros nuevos compañeros no están contentos con cómo terminaron las cosas. No están contentos con la Orden. La otra mitad, bueno, he oído que se mueren por vernos. Como si fuéramos de la realeza.
—Deja de comportarte como un niño de primer año a punto de humedecerse la polla, —replicó Draco, empujando al otro hombre fuera de su cara y de vuelta a la cabina del vagón.
Blaise exhaló dramáticamente, extendiendo los brazos sobre el asiento, que era mucho más llamativo que el Expreso de Hogwarts: todo terciopelo azul y costuras doradas. Había una alfombra de felpa en el suelo. Y una lámpara de araña en miniatura oscilaba peligrosamente sobre sus cabezas, con los cristales tintineando con el movimiento del tren.
—Entendido. Aunque se podría decir que estar aquí solo un año significa que deberíamos ser aún más... entusiastas. Carpe diem. Aprovechar el momento antes de la graduación. Enseñarles a esas chicas del Norte lo mejor que la Gran Bretaña mágica puede ofrecer... —reflexionó Blaise mirando fijamente a la luz.
—Sí, sí, está bien.
Draco se volvió para mirar por la ventana, observando la ladera nevada de la montaña pasar más rápido que las alas de un duendecillo. Después de siete septiembres contemplando los ondulantes páramos de Escocia, este nuevo paisaje le resultaba tan chocante como desconocido. La temperatura había bajado tanto que el cristal se había escarchado en mitad del trayecto, haciendo que la tundra del exterior pareciese aún más gélida.
Si esto era Noruega en otoño, ¿cuánto frío haría en invierno? No era de extrañar que Karkaroff se presentara al Torneo de los Tres Magos con más pieles que un oligarca ruso.
Al recordarlo, Draco levantó la vista y observó el colgante portaequipajes. Su baúl era el doble de grande que el que llevaba a Hogwarts, y estaba lleno hasta el tope de la ropa más gruesa que los elfos domésticos podían encargar al exterior. Pero seguía temblando.
—Parece raro no meter en la maleta ninguna túnica verde, ¿verdad? Casi tan raro como no tener ningún Hufflepuff al que torturar, —comentó Blaise despreocupadamente, al notar el foco de atención de su amigo.
Eso hizo que Draco sonriera, aunque seguía mirando hacia la ventana.
Por mucho que odiara el frío, la idea de volver a Hogwarts después de todo repugnaba a Draco. Incluso en el período previo a la guerra, poco le había quedado en aquel maldito lugar aparte de fealdad. El Quidditch se acabó para él después de recibir la Marca, y las clases se volvieron irrelevantes. Todo se volvió irrelevante bajo el peso sofocante de su juramento. Su promesa de abrir de par en par las puertas del castillo y matar a Albus Dumbledore.
Fallar en matar a Albus Dumbledore.
Incluso ahora, cuando parecía que el Señor Tenebroso se había ido para siempre, no podía volver a aquel colegio infernal, al menos no él. Claro que McGonagall y el resto de su Orden podían limpiar los suelos de piedra manchados de sangre, retirar los cadáveres de las picas de hierro y llorar lágrimas de cocodrilo por los muertos, pero Draco sabía que no era así. Sabía que estaban a un solo error de ser sepultados.
No había reconstrucción. Ni perdón ni reconciliación.
No había más que seguir jodidamente adelante.
Instintivamente, como si estuviera en trance, Draco se agarró el antebrazo izquierdo, tirando de la manga, cinco afiladas uñas atravesaron la Marca que no había ardido en cuatro meses, desde la Batalla de Hogwarts. Sintió que gotas de sangre empezaban a brotar en su piel y encontró consuelo en aquel escozor punzante. Una especie de alivio doloroso, como sostener un caramelo de menta demasiado tiempo en la lengua.
Le sirvió de apoyo.
Blaise carraspeó y dijo:
—¿Ahora nos automutilamos? ¿Qué pensaría mamá querida si nos viera haciendo eso? —Sus ojos inclinados estaban fijos en el brazo de Draco, que goteaba sangre sobre el asiento acolchado azul, tiñéndolo de violeta. Y añadió—: Deberías ver lo que Nott le hizo a su Marca este verano. Personalmente, no he decidido si es raro o encantador.
El comentario sacó a Draco de su confusión. Tragó saliva con brusquedad, sin encontrar la mirada penetrante de Blaise. Después de quitarse la sangre caliente de la mano, lanzó un Episkey sin palabras y volvió a bajarse la manga. Sin hablar.
Sin embargo, Blaise comentó:
—Ya no hay excusa para no arreglarse. Por otra parte, entrar en el Gran Salón cubierto de tu propia sangre dejaría una buena primera impresión. Te haría parecer curtido en mil batallas. —Sonrió satisfecho—. O jodidamente loco.
—Al parecer, no lo bastante loco como para librarse de una educación impuesta por el Ministerio, —replicó Draco con rotundidad.
Blaise tiró de un hilo suelto de la cortina de la ventana.
—Ojalá tuviéramos tanta suerte como Pucey. Azkaban suena mucho más interesante que otro año de Herbología.
Draco resopló.
—Estoy seguro de que si se lo dices al Ministerio, estarán más que encantados de rescindir tu libertad condicional. Pero no esperes que te devuelvan el dinero que usaste para comprarla. —Tumbado en el asiento, apoyando sus largas piernas contra la ventanilla, Draco continuó con voz aburrida—: Y en Durmstrang no se enseña Herbología ni ninguna de esas tonterías. La cambiaron por combate.
—¿Qué quieres decir con combate? ¿De verdad se supone que tenemos que aprender a luchar entre nosotros o algo así? Qué medieval, —preguntó Blaise parpadeando.
—Escuché que es un poco más físico que la lucha libre, Zabini. Hay más en juego.
—Entonces, ¿qué...?
BAM
—¡Ahí estáis!
La puerta del tren se abrió de golpe con tanta fuerza que hizo temblar todo el compartimento. Un coro de risas sarcásticas llegó desde el estrecho pasillo y Draco se incorporó a tiempo para ver a Gregory Goyle metiéndose dentro. Parecía tan ancho y bestial como siempre, y probablemente destacaría en el entrenamiento de combate.
Después entró un trío de brujas todavía nerviosas: Daphne Greengrass, de aspecto luminoso, y su hermana pequeña Astoria, más sombría.
Pansy Parkinson cerraba el grupo, peinando su severo corte bob mientras ocupaba el sitio junto a Draco. No tardó en jugar con su pelo, pasando los dedos por los mechones rubios como siempre hacía. Guiando su cabeza hacia su suave regazo.
Draco no se resistió, acomodándose sobre ella, incluso cuando vio a Blaise sonreír con reproche por el afecto.
Lo ignoró, concentrándose en la agradable y familiar presión de los dedos de Pansy contra su cuero cabelludo. El mullido calor de sus muslos.
Se acercó para susurrar:
—Te has vuelto a hacer sangrar el brazo, ¿verdad, Draco? Puedo ver las manchas rojas. Tienes que dejar de hacerte eso.
Una exhalación molesta.
—No has superado los problemas de control por lo que veo.
Pansy se puso rígida ante la burla. Pero bastaron unos pocos latidos para que sus dedos reanudaran su recorrido por el pelo de él. No era nada nuevo.
Siguió un silencio incómodo, luego el resto del grupo reanudó la charla mientras Draco volvía a quedarse dormido, arrullado por manos suaves y voces apagadas.
—Fui a explorar todo el tren para saber quién más se había transferido, —decía Goyle.
—¿Y? —preguntó Blaise.
—Solo somos un puñado, —dijo Astoria en un susurro—. Parece que la mayoría de la clase eligió Beauxbatons o Koldovstoretz.
—Yo habría elegido Francia si me hubieran dado la opción, —respondió secamente su hermana mayor—. Imagínate pasar diez meses en medio de ninguna parte de Rusia.
Blaise soltó una carcajada.
—Como si una isla en Noruega fuera mejor. Hablando de eso, estamos cerca del puerto. Será mejor que os abriguéis o correréis el riesgo de congelaros.
Un repentino PUM hizo que Draco abriera los ojos, y vio el baúl de cuero de Blaise golpearse contra el techo del vagón antes de salir flotando del portaequipajes y estrellarse contra el suelo. Entonces el mago moreno empezó a quitarse la ropa, provocando que Pansy soltara una carcajada.
—¿No puedes hacer eso en otro sitio, Zabini? Este tren tiene treinta compartimentos. Ve y encuentra uno libre, —exigió Draco.
Blaise no le hizo caso y se quitó los pantalones con una floritura que hizo que Pansy se pusiera histérica. Sus gritos agudos resonaron en la estrecha estancia e hicieron palpitar el cráneo de Draco. Se estremeció, murmurando venenosamente en voz baja:
—Bien, entonces me iré, joder.
Draco se incorporó del regazo de Pansy y se puso de pie, invocando su propio baúl mientras pasaba a empujones junto a un Blaise semidesnudo y se adentraba en el pasillo.
Siguió caminando hasta que el sonido de las estridentes risas de sus amigos se desvaneció, subsumido por el fuerte resoplido de la máquina de vapor. Echó un vistazo por una ventana esmerilada y vio que Blaise tenía razón: estaban cerca del puerto. La agitada superficie de un océano color pizarra se veía a lo lejos, oscura y premonitoria. No podía aplazar mucho más el cambio. Pero prefería comerse su propio equipaje que desvestirse delante de un grupo de gente.
Por desgracia, todos los compartimentos estaban llenos de caras desconocidas de alumnos de Durmstrang que regresaban. Miraban a Draco con curiosidad al pasar, probablemente reconociéndolo de El Profeta. Los juicios de su familia habían sido demasiado públicos aquel verano, dominando los titulares de los periódicos de todo el continente. Sobre todo, después de que su padre fuera condenado a cadena perpetua. Y la prensa se volvió aún más desagradable una vez que él y su madre "salieron bien parados" con la libertad condicional y el arresto domiciliario, todo gracias al testimonio de cierto Chico-Que-Debería-Haber-Muerto de que ambos habían engañado al Señor Tenebroso.
Los hombros de Draco se tensaron ante el amargo recuerdo, siseando en voz baja: "Puto San Potter". No había gratitud en Draco por el acto de benevolencia. Ni alivio.
Solo había odio.
Odiaba el hecho de que ahora tuviera algún tipo de deuda con Potter. Que Potter le tuviera tanta lástima como para darle un hueso a su familia.
Era patético.
Draco estaba tan absorto en sus pensamientos que al principio no vio a nadie en el compartimento, pensando que estaba desocupado.
Ya estaba empujando la manilla de la puerta cuando la vio.
Los ojos de Draco se abrieron de par en par, horrorizados. Soltó el mango metálico como si estuviera escaldado, retrocediendo apresuradamente, con la esperanza de no haber sido advertido.
No lo había hecho, pero ahora Draco no podía apartar la vista, mirándola a través de la puerta de cristal transparente. Una oleada de náuseas le recorrió el estómago mientras miraba, incrédulo, a Hermione Granger.
Ella estaba completamente sola, donde todos los demás vagones estaban llenos de estudiantes. Ni Potty ni la Comadreja. Ni siquiera esa idiota de Lovegood. Y estaba de espaldas, observando el paisaje que cambiaba rápidamente más allá de la ventanilla del tren. La maraña de rizos castaños que llevaba bajo el gorro de piel se extendía por sus hombros, que parecían mucho más delgados de lo que él recordaba, como si no hubiera comido. A pesar de no poder verle la cara, no podía dejar de reconocer aquel maldito pelo.
Entonces Granger bajó la mirada hacia sus manos, dobladas rígidamente sobre su regazo, y vio que su piel, normalmente cálida, estaba fantasmagóricamente pálida, su cara embrujada, casi translúcida contra su vibrante uniforme escolar carmesí. Sin embargo, fueron sus ojos oscuros lo que más impresionó a Draco.
Parecían tan vacíos como su compartimento de tren.
La ira estalló dentro de Draco. Volvió a rasgarse la manga, clavándose las uñas en el brazo mientras miraba a la Sangre sucia, mientras el pecho le latía con fuerza y el aire descendía a un violento tono bermellón.
El único pensamiento que consumía su cerebro era que ella iba a arruinarlo todo. Arruinar el poco futuro que le esperaba en Durmstrang. Porque, ¿cómo no iba a hacerlo? Eso era lo que la sucia, ratera, perra muggle hacía mejor.
Robar.
Arruinar.
Tomar.
Draco se pasó una mano por la nariz, como si pudiera oler su pútrido hedor a través de la puerta. El rápido movimiento atrajo la atención de Granger, que levantó la vista.
Se quedó boquiabierta.
Y, durante un largo momento, se limitaron a estudiarse mutuamente. Las cejas levantadas y los ojos fijos.
Entonces, un abanico de emociones recorrió la cara de Granger, antes de volver a convertirse en una máscara de granito. Su expresión se endureció. Levantó la barbilla con orgullo y se dio la vuelta.
Descartándolo.
La puta zorra.
Draco maldijo ferozmente, estampó una mano contra la pared, luego agarró su baúl y regresó furioso por el pasillo.
Todavía estaba escupiendo veneno cuando se estrelló contra el compartimento, sobresaltando a sus amigos. Su baúl se había abierto en su precipitada retirada y faltaban la mitad de sus cosas.
—¿Qué coño te ha pasado? —preguntó Blaise, con el ceño fruncido. A diferencia de Draco, él y los demás ya vestían sus uniformes escolares: túnicas rojo sangre, gorros de piel y capas hechas de gruesas pieles de animales. Todos sudaban en la abarrotada y mal ventilada estancia.
Draco entró.
—Ella está aquí. La Sangre sucia.
Nadie tenía que preguntar a quién se refería Draco. Estaba escrito en su cara acalorada.
Cinco bocas se abrieron.
—Grang... ¿Granger eligió Durmstrang? ¿Por qué? ¿Cómo? —balbuceó Pansy.
Eran preguntas justas. En sus setecientos años de historia, ni un solo Sangre sucia había cruzado las puertas de la escuela de magos del norte de Europa. Algunos incluso afirmaban que sus fundadores habían maldecido la fortaleza para protegerla de los intrusos sangre sucia, un rumor que casi hizo que Draco fuera allí en primer año en lugar de Hogwarts. El Instituto Durmstrang debería haber sido el último lugar en recibir a un sangre sucia. Uno de los pocos bastiones perdurables de la herencia mágica de la sangre limpia.
Draco se dejó caer en la cabina, frotándose las sienes palpitantes.
—No tengo ni idea de por qué o cómo, pero está a diez compartimentos de distancia.
—No puede ser verdad. Debe de ser solo una noruega de pelo alborotado, —insistió Blaise, levantándose de un salto y dirigiéndose a la puerta—. Iré a ver.
Draco se enfureció aún más y siseó:
—Sé lo que vi, joder. Granger está sentada a quince metros. Incluso lleva el uniforme.
El compartimento se quedó en silencio mientras todos se instalaban en el descubrimiento. La araña de cristal que había sobre sus cabezas dejó de oscilar gradualmente y la máquina de vapor se detuvo con un chirrido.
El silbido del tren despertó al grupo de sus cavilaciones.
Blaise soltó una carcajada.
—Va a ser un año salvaje.
