Sinopsis:
Después de un largo mes atrapados en los recuerdos de Draco, por fin estamos de vuelta en Durmstrang.
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"Perdonar es liberar a un prisionero y descubrir que el prisionero eras tú".
-Lewis B. Smedes
Unas palabras amortiguadas llegaron a los oídos de Draco como una marea molesta, despertándolo del sueño. Parpadeó lentamente hacia un techo acristalado con claraboyas, sin reconocer dónde estaba ni casi nada.
Entonces, un repentino destello de dolor blanco le partió el cráneo y cerró los dos ojos mientras las náuseas le revolvían el estómago.
Pero reconoció esta voz. Granger seguía hablando con alguien que no era él.
—... solo vine a preguntar por Díctamo, solo un frasco, y lo único que me ha dado es otro sermón, —resopló, y luego añadió en voz baja—: En Hogwarts, nuestra sanadora nunca hacía tantas preguntas sin sentido.
—No son sin sentido. Es la cuarta vez que aparece con más moratones que piel desnuda. Empiece por contarme qué ha pasado, entonces consideraré la posibilidad de emitir un tónico. Si la hirieron usando magia experimental, la Junta de Gobernadores me obliga a presentar un informe oficial. Esas son las reglas. No puedo saltármelas por una sola estudiante testaruda. Especialmente una que sigue arrastrándose con las mismas heridas y cero explicaciones, —exclamó una voz masculina.
—Por milésima vez, no estoy experimentando, y no es tan grave. Solo he venido a curarme la hinchazón antes de mi próxima clase, no a enfrentarme a una inquisición. —Un suspiro exagerado que se prolongó durante quince largos segundos, seguido del sonido de un tacón de goma golpeando con frustración. Finalmente, Granger decidió—: Haga como si nunca se lo hubiera pedido. Me encargaré yo misma. No más preguntas.
—Bien. Pero volveremos a hablar de esto, Srta. Granger. Dada su trayectoria, estoy seguro de que la veré cojeando aquí mañana con una docena de heridas nuevas.
Un gruñido de palabras malsonantes. Entonces Granger pareció recordar algo y dijo bruscamente:
—También he venido a ver cómo estaba. Malfoy. La profesora Ivanov está de acuerdo en que se retrasará demasiado en sus tareas si nada cambia. No hay señales de que vaya a salir de esto de forma natural, así que ¿no puede al menos intentar forzarlo a despertar? ¿Tal vez con una poción de ojos abiertos o un Rennervate?
—Dígale a Katya Ivanov que puedo ocuparme muy bien de mis propios pacientes. Lo mismo le digo a usted, —resopló el sanador.
Draco oyó el arrastre de pasos que se acercaban a su camilla, pero permaneció tumbado con el cuello girado rígidamente hacia un lado mientras la cabeza seguía latiéndole con fuerza. Entonces, el aire sobre él se volvió cálido cuando alguien se inclinó para despegarle el párpado. La punta iluminada de una varita le quemó la retina, haciéndola lagrimear.
—Parece que por fin alguien ha decidido dejar de soñar. Y ya era hora. Katya no es la única que me ha pedido que reviva a este delincuente juvenil.
Un mago corpulento y de cara redonda sonrió a Draco, golpeándole el pecho a través de la colcha de algodón blanco.
Draco luchó contra el impulso de sisear.
El mago procedió a decir en voz muy alta.
—NO SE PUEDE ESCAPAR DE LOS ÉXTASIS OBLIGATORIOS POR UN LEVE SANGRADO CEREBRAL. —Su voz bajó a un susurro conspirativo—. Aunque no sería el primero en intentarlo.
Sin embargo, ahora Draco ignoraba al sanador. Sus ojos se habían clavado en Granger, que estaba de pie en la camilla de enfrente mirándolo con los brazos cruzados. Por alguna razón, tenía una expresión exasperada.
Draco le devolvió el ceño fruncido.
—Faltan doce minutos para que termine el almuerzo, —le dijo el sanador a Granger—. Aprovéchelo para que el señor Malfoy se ponga al día. Le daré el alta para que se reincorpore a clases el lunes.
Con un resoplido, el sanador caminó por la enfermería, que por lo demás estaba vacía. Desapareció tras una gruesa pared de cortinas. Dejándolos solos.
Granger soltó otro suspiro melodramático. Luego, extrañamente, fue a sentarse a los pies de su cama, estirando el cuello de izquierda a derecha mientras estudiaba a Draco con ojos cautelosos.
Miró aún más fijamente, viendo que la piel de Granger era un amasijo de moratones en diferentes fases de curación, tan coloridos como un lienzo de pintura manchada. Algunas marcas eran antiguas, pero la mayoría no las recordaba. Eso explicaba por qué había irrumpido aquí exigiendo tratamiento. Lo que no podía entender era su obstinada negativa a nombrar a los agresores. Ella se había mostrado perfectamente dispuesta a enumerárselos anoche... o quizá no anoche.
Draco se incorporó.
—¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?
—Exactamente una semana, —respondió Granger—. Casi como si lo hubieras planeado así. Muy bíblico por tu parte.
Draco frunció el ceño, confuso.
—¿Qué?
—Y se sentaron con él en tierra durante siete días y siete noches, y ninguno le dirigió la palabra, porque veían que su sufrimiento era muy grande. Job 2:13. Nueva traducción del rey Jacobo, —recitó.
—¿De qué demonios estás hablando, Granger?
Una pausa.
Ambos parpadearon.
Entonces Granger bajó la mirada para comprobar su reloj de pulsera, que también parecía más maltrecho y tenía la esfera de plástico agrietada, lo que le hizo pensar que habían pasado muchas cosas mientras dormía.
Granger ignoró sus miradas y respondió:
—No importa. Puedo contarte todo lo que te has perdido. No tenemos mucho tiempo hasta mi clase de la tarde, así que será más rápido si describes lo último que recuerdas antes de... —señaló el delgado pijama de lino que Draco se dio cuenta de que llevaba puesto—, antes de caerte del taburete, comerte el suelo del despacho de la profesora Dornberger y ser hospitalizado.
Draco se estremeció, apresurándose a preguntar:
—¿Qué quieres decir con "comerme el suelo"?
Otra mirada atenta a su reloj de pulsera.
—Por todos los cielos. Intenta mantener el ritmo, Malfoy. —Granger se mordió el labio, recapacitando—. O... o tal vez ese sanador no bromeaba sobre el daño cerebral.
Ahora empeñado en demostrar su propia aptitud mental, Draco replicó:
—Lo recuerdo TODO. De cómo la directora me obligó a hacer de rata de laboratorio para una mierda de Legeremancia y ni siquiera me dio la oportunidad de ocluir antes de decirme que pensara en lo peor... —Se le hizo un nudo en la garganta y tragó saliva.
Granger, sintiendo su inquietud, empezó a divagar:
—Los demás no vimos ese recuerdo, para que lo sepas. Ese que tanto intentabas ocultar a la profesora Dornberger. Murmuraste algunas cosas cuando ella invadía tu mente... algo raro sobre el color amarillo y Hogsmeade... pero nada más. Nada privado. Fue demasiado lejos para nuestra primera lección, aunque ya tuvieras experiencia con el escudo. No debería haberte presionado hasta dejarte inconsciente.
Mientras Granger hablaba, algo parecido a la compasión nubló sus ojos castaños y su expresión se suavizó.
La visión inquietó a Draco. Más extraño que encontrar un capullo de rosa en un jardín descuidado y lleno de maleza. Granger nunca lo había mirado de ese modo, y se sentía totalmente fuera de lugar.
Antes de que Draco se diera cuenta, estaba ordenando:
—Dile a ese sanador que me devuelva el uniforme y luego vete. Márchate. No necesito tu ayuda. No soy un elfo doméstico. No soy un patético huérfano de guerra ni su comadreja imbécil salivando por atención. No soy ellos, y no necesito tu maldita lástima.
Granger lo miró incrédula.
—¡Una vez! Solo una vez, ¿puedes no arruinar cada conversación actuando como un completo y absoluto idiota? —Su voz bajó una octava—. Por supuesto que no te compadezco, Malfoy. Porque eso es mucho más de lo que mereces. Te prometo que nunca tendrás mi lástima.
Las sábanas se arrugaron cuando Granger descruzó las piernas para acercarse a él a través de la cama del hospital, poniéndolos cara a cara.
Su mueca de desprecio vaciló.
—No fue justo que la directora te hiciera revivir un recuerdo que claramente intentabas olvidar. Puede que tuviera una buena razón. Yo no lo sé. Lo que sí sé es que tenía razón en una cosa: tenemos que seguir adelante. Dejarlo todo atrás e intentar hacer borrón y cuenta nueva, —gruñó.
Granger hablaba a una velocidad enloquecedora, sin detenerse siquiera a tomar una bocanada de aire. Y cuando terminó, se acercó aún más a él sobre las sábanas.
Luego extendió la mano, ofreciendo con artificial cortesía:
—Me llamo Hermione Jean Granger. Nací y crecí en Heathgate, Londres. Mis padres son periodoncistas, que es como llaman los muggles a los sanadores especializados en dientes. Antes era una Gryffindor en Hogwarts, y ahora formo parte de la Casa Soscrofa, por mucho que ambos odiemos ese hecho. Ah, y cumpliré diecinueve años dentro de exactamente tres días. Así que feliz cumpleaños anticipado para mí.
La reintroducción perturbó a Draco, y tuvo la incómoda impresión de haber oído todo esto antes de otra Sangre su... persona. No de ella... sino de otra espina intrusa en su espina dorsal.
Se apartó, dirigiéndose a una camilla vacía en lugar de a Granger.
—Como ya he dicho, no soy tu amigo, y no soy su reemplazo. Si piensas lo contrario, estás muy equivocada.
Granger se inclinó para buscar su cara. La suya, extrañamente desarmada.
—Nunca te pedí que reemplazaras a nadie. Solo intento...
Apartando las sábanas, Draco se levantó. Se elevó por encima de Granger, que lo miraba, con los ojos muy abiertos, desde donde seguía sentada en la camilla del hospital. Era tan jodidamente pequeña, al menos en ese momento.
Su voz se oscureció.
—No lo intentes. Cuanto más sepas de mí, más te arrepentirás. Así que deja de intentarlo. Te prometo que esto no terminará bien para ninguno de los dos, Sangre sucia. Nunca termina bien.
Ahora Granger se levantó de un salto, las manchas de miel que moteaban su nariz desaparecieron mientras su cara se ponía roja como la remolacha. Hinchaba el pecho bajo la túnica de lana del uniforme como un pájaro ridículo y desaliñado. Erguida sobre las puntas de sus botas, pero incapaz de salvar la diferencia de veinte centímetros entre sus alturas.
Dio un paso adelante.
Él dio un paso atrás.
—Sabes mi nombre. Mi nombre completo. No me llames Sangre sucia.
—Puedo llamarte como me dé la puta gana.
—¿Por qué? —desafió Granger, dando otro gran paso—. ¿Porque valgo menos que tus amigos endogámicos de Slytherin? ¿Como si eso significara algo para mí a estas alturas? Llevas años con la misma cantinela. Desde Hogwarts. Desde primer año. Como si intentaras que te odiara con cada mal aliento.
Draco sintió que los omóplatos le rozaban los ladrillos ásperos al verse arrinconado contra la pared. Y ahora Granger le estaba clavando el dedo índice en el pecho. La uña atravesaba el fino lino de su camisa.
Ni siquiera había terminado.
—Llamándome Sangre sucia a cada oportunidad como un niño que acaba de aprender una palabra nueva y desagradable. Huyendo como si fuera una plaga enferma. Riéndote de mí cuando crees que no me doy cuenta. Parece demasiado intencionado para que lo digas en serio. Dudo que te hayan lavado el cerebro tan cómicamente. Que creas toda la mierda de la utopía de la sangre pura que estás vomitando.
Draco estaba abriendo la boca para discutir, pero Granger le espetó más acaloradamente:
—¡NO! No, si eso fuera cierto, no estarías libre ni en Azkaban. No habrías mentido a esos Carroñeros cuando nos interrogaron. No seguirías tan asustado.
Por un momento, su maldita acusación quedó suspendida en el espacio que los separaba, que se había estrechado aún más. El pecho de Granger se agitaba; el dedo de ella seguía presionándole incómodamente el esternón mientras él estaba apretado contra los duros ladrillos. El corazón le latía con fuerza y se preguntó si ella podría sentir su ritmo irregular.
Pero lo ignoró, con los ojos grises fijos en la coronilla infestada de rizos de Granger y hablando con frialdad.
—No estoy asustado, y no necesitas saber lo que realmente pienso. Nadie lo sabe, porque lo que pienso no cambia nada.
—Puede que sí, —replicó Granger acaloradamente—. Puede que lo cambie todo.
Draco se inclinó hacia abajo hasta que la curva almendrada de la uña de Granger se dobló hacia atrás en un ángulo antinatural, y ella hizo una mueca de dolor, retirando por fin la mano. La sacudió y le miró fijamente.
Forzó una mueca.
—¿Por qué, Sangre sucia? ¿Por qué lo cambia todo?
Al principio, ella no respondió, le miraba con el ceño fruncido mientras acariciaba su palpitante dedo índice. Prácticamente podía ver los pensamientos que se agolpaban en su enorme cabeza.
—Porque sé que eres mejor que esto, Malfoy, —dijo en voz muy baja, finalmente.
Entonces Granger desvió la mirada, esperando su reacción.
No llegó, al menos no con palabras.
Las manos de Draco, por voluntad propia, habían volado para cubrirse la boca al ser golpeado por los olores disonantes de la sangre seca y el jazmín fresco de verano. El olor a carne descompuesta que solo existía en su imaginación. No era real. Esto no era Burbage. Ella no estaba aquí.
Pero era como si su cerebro supiera una cosa y su cuerpo otra. Y ahora estaba tosiendo. Tosía tan violentamente que sentía el sabor de la bilis. El olor empeoró.
Draco empujó a la Sangre sucia. Tenía las palmas de las manos en la cara y el abdomen ya le temblaba.
Apenas llegó al orinal más cercano.
Esta vez, Granger no le puso la mano en la espalda, no se acercó para ayudarle. Permaneció a unos seis metros de distancia, observando cómo se vaciaba en la palangana.
La conmoción pareció llamar la atención del sanador, que salió de detrás de la cortina y se apresuró a ayudar.
—Lo tengo todo controlado, señorita Granger. Será mejor que se vaya a clase, —le ordenó el sanador. Con un movimiento de varita, el orinal quedó limpio.
Entonces se oyó el pop de un frasco al descorcharse y Draco sintió una botella fría apretada contra la comisura de los labios. El líquido que contenía tenía un fuerte sabor a pimienta negra.
Draco arrancó la botella de la mano del sanador y se bebió el resto de un trago. El vapor empezó a salirle por los dos oídos como el silbato de un tren. Una vez que el vapor se disipó, sintió ligeramente menos ganas de morir, pero su cuello seguía enrojecido por la vergüenza.
Draco se quedó agarrado al orinal mientras se acomodaba en la camilla más cercana, esperando a que se le asentara el estómago. Apretando los dientes contra otra oleada de náuseas sin sentido. Y aunque miraba fijamente a otra parte, podía sentir los ojos de Granger clavados en él desde el otro lado de la habitación.
Dirigió su pregunta al sanador, no a Draco, como si él no estuviera también allí escuchando. Como si fuera un enfermo mental.
—¿Qué le pasa a Malfoy?
—Nada, —espetó Draco, decidido a ir directamente al despacho de Dornberger y exigir respuestas en cuanto Granger se marchara.
Pasando a Draco un pañuelo de tartán para que se limpiara la boca, el sanador respondió despreocupado:
—Correcto. Nada nuevo o inesperado. Nada que no esté ya en su expediente del Ministerio.
—¿En su... expediente?
—Sí. Así que debe saber que esto no tiene nada que ver con la lección de Psicometría de la Directora. No se atreva a difundir teorías conspirativas sobre abusos a estudiantes que causen problemas a la escuela.
Granger estaba a punto de replicar cuando una campana clamorosa empezó a sonar por toda la fortaleza, señalando el comienzo de la sesión vespertina. Los alumnos empezaron a agolparse en el pasillo contiguo.
—Granger, date prisa.
Tres cabezas se giraron.
Theo estaba allí: enmarcado por la puerta del ala del hospital y sonriendo de oreja a oreja, porque claro que sonreía, joder. Debía de tener sueños eróticos imaginándose esta misma situación. Debía pensar que la humillación era justicia poética.
—Date prisa, Granger, —repitió Theo—. Si llegamos tarde, Dornberger podría hacernos lo que le hizo a él.
Con un chasquido de dedos, Draco hizo desaparecer el orinal, aunque Theo probablemente ya lo había visto. Suspirando, se recostó contra el cabecero metálico, extendiendo las piernas despreocupadamente.
Los ojos verdes de Theo permanecieron fijos en él mientras Granger se apresuraba a buscar su mochila y cruzar al vestíbulo.
Hubo un minuto frustrante durante el cual Theo se inclinó para hablar con Granger en voz baja, ambos parecían más amistosos que hacía una semana. Entonces la Sangre sucia se rio de algo que Theo había susurrado. Lo que debía de ser una broma sobre su inválido compañero de clase.
Draco se tensó.
Theo se echó al hombro la mochila de Granger y desaparecieron.
—
Las siguientes horas transcurrieron sin incidentes. No más visitas. No más orinales.
A última hora de la tarde, trajeron a una chica en camilla, vestida con una túnica azul Vulpelara de Quidditch y con un golpe en la cabeza del tamaño y la forma exactos de una Bludger. La temporada debía de haber empezado mientras estaba inconsciente.
Aquel hecho no hizo más que agotar más a Draco. Puede que alguna vez pensara en presentarse al equipo de la casa Soscrofa o, más probablemente, que moviera algunos hilos y consiguiera una invitación especial. Puede que alguna vez viera la transferencia a Durmstrang como la oportunidad de cambiar de puesto. A decir verdad, nunca le había gustado jugar de Buscador, solo lo había elegido para fastidiar a Potter. Ya entonces había jugado con la idea de convertirse en Cazador o incluso en Guardián, y ahora tenía altura para ambas cosas.
Pero mientras Draco estaba allí tumbado, viendo al corpulento sanador preocuparse por la chica que estaba varias camas más allá, decidió que no valía la pena el esfuerzo. Que había hecho bien en renunciar al Quidditch tres veranos antes. Que ya lo había superado.
Draco se giró hacia el lado opuesto, apretando una almohada contra la oreja levantada para bloquear los quejidos de la Vulpelara. El sueño le era frustrantemente esquivo.
Entonces sus ojos se entrecerraron.
Pudo ver una pila de pergaminos descansando junto al orbe sin luz de su mesilla de noche. Tan apilados que amenazaban con caerse.
Extendió la mano para alcanzar el pergamino de arriba, lo desplegó y esperó a que sus pupilas se ajustaran.
Dentro había un diagrama muy chapucero de lo que parecía ser un vampiro, con flechas y etiquetas garabateadas alrededor del cuerpo. Cada centímetro de espacio en los márgenes estaba repleto de los desvaríos de una loca que debía de ser Granger. Nadie más habría creado esta monstruosidad disfrazada de notas. Su letra era tan descuidada como su maldito pelo.
El pergamino tenía fecha de anteayer jueves y venía con un mensaje que Draco apenas pudo leer:
Nuestro primer examen de Criptozoología es el día veintidós, suponiendo que estés despierto. El profesor Sanguini entiende lo que pasó, y probablemente no te obligue a hacerlo, pero deberías repasar de todos modos. Nunca se sabe si cambiará de opinión y decidirá examinarte con el resto de la clase. Y, de todos modos, los vampiros son obligatorios en la sección de Magizoología de nuestros ÉXTASIS.
Avísame si tienes alguna pregunta.
H.G.
Draco tiró el pergamino a un lado, al principio intentando volver a la cama. Pero no necesitaba dormir, no realmente. No después de siete días de dormir.
Así que al final volvió a sentarse y se pasó las horas siguientes estudiando la montaña de pergaminos. No porque Granger se lo hubiera ordenado, sino porque se aburría como una ostra. Había uno por cada clase perdida: Psicometría, Magia de Sangre y Pociones. En todo caso, era minuciosa.
Pero Draco seguía riéndose por su pobre intento de dibujar las señas de sus dos últimas lecciones de duelo. Al parecer, habían pasado de Incarcerous a una variante sin varita de la Maldición Reductora. Tendría que pedirle a alguien, quizá a Blaise, que se lo enseñara durante el fin de semana. Dudaba que Granger le permitiera hacer trampas por segunda vez.
En algún momento, los lamentables quejidos de la chica Vulpelara se convirtieron en ronquidos, y Draco tiró el último pergamino por la cama, que estaba cubierta por la docena que ya había terminado. Los párpados le pesaban, y muy pronto se le cerraron. Su mente, a la deriva.
Estaba cayendo de cabeza en el bienvenido vacío del sueño, con la esperanza de un sueño sin sueños, cuando aquella maldita conversación con Granger volvió a inundar su mente. No Legeremancia, sino algo más exasperante que la magia.
De repente, Draco estaba totalmente despierto, como si le hubieran sumergido el cuerpo en hielo. Las náuseas habían desaparecido, pero ahora estaba lívido. Furioso de que la Sangre sucia supusiera que podía leerlo como a uno de sus estúpidos libros. Porque no podía.
¿Y qué importaba si la llamaba Sangre sucia? Era una mierda sin sentido que la gente decía sin ninguna razón profunda. Algo que él le había llamado desde que tenían once años. No debería haber ninguna puta diferencia.
Después de comprobar que el sanador estaba ausente y que la Golpeadora seguía roncando, Draco se deslizó desde la camilla y se puso los zapatos. Luego salió por la puerta y cruzó el pasillo, transfigurando su ropa de dormir en una túnica más gruesa y pantalones mientras caminaba. Caminaba más rápido de lo que debería con la cabeza tan inestable. Su corazón iba más rápido que sus pensamientos.
Cuando descendió a la planta principal, lanzó un encantamiento de desilusión contra la pequeña posibilidad de que Ivanov u otro profesor le sorprendiera infringiendo el toque de queda.
Sin embargo, el único movimiento provenía de los fantasmas, que se deslizaban por el pasillo como una espeluznante nevada. Había tantos esta noche que Draco no pudo evitarlos a todos, y se topó directamente con un espectro con el cabello lacio y húmedo de una víctima de ahogamiento. Un frío cortante lo envolvió al atravesar su cuerpo translúcido. Un escalofrío que siguió royéndole los huesos mucho después de salir al otro lado. Apretó los dientes para no temblar.
Draco no sabía dónde iba y no tenía ningún plan. Solo necesitaba encontrar un lugar donde pudiera respirar. Donde fuera menos sofocante. No en el despacho de la directora... todavía no. No estaba preparado.
Quizá se había perdido. Todos los pasadizos parecían tan inquietantemente idénticos como desconocidos, y solo el débil resplandor de seres espectrales guiaba sus pasos. Quizá llevaba mucho tiempo perdido.
Entonces el pasillo se iluminó con un verde luminiscente que se parecía mucho al resplandor de una Marca Tenebrosa. Hizo que Draco se detuviera para arañarse el antebrazo. Pero alguien le había cortado las uñas mientras dormía y no podía perforar la piel.
Respiró hondo y reanudó la marcha.
Pronto salió por completo de la fortaleza; el brazo izquierdo colgaba ahora suelto a su lado; la cabeza se inclinaba hacia arriba mientras se maravillaba ante la aurora boreal. Nunca las había visto hasta ese momento.
Era como si un arco iris hubiera estallado en mil fragmentos de cristal de colores, lanzados luego al cielo nocturno por manos de otro mundo. Un caleidoscopio de luces impresionantes que parpadeaban sin cesar. Fluyendo entre las estrellas en un ancho río de verde esmeralda y azul zafiro.
Antes de que Draco se diera cuenta, se había dejado caer para sentarse sobre la tierra helada, envuelto en un manto de polvo fino y blanco. Dejando que su cabeza descansara cansada contra un banco de nieve. Mirando hacia arriba mientras las auroras seguían brillando. Y cuanto más miraba, más sentía una extraña opresión en el pecho, dolorosa. Como un nudo alojado en lo más profundo de su esternón.
Porque ahora podía ver el amarillo salpicado en el cielo. Aunque no era cualquier tono de amarillo. No, era el dorado de las prímulas silvestres que crecían en los páramos escoceses cada primavera. El azafrán, el cidro y el ámbar de la infancia de otra persona. Las estrellas doradas que solo había oído describir a aquella mujer con tanta dulzura. Aquella mujer que nunca supo su nombre.
La aurora boreal se desvaneció mientras los ojos de Draco se cerraban. Su respiración se calmó mientras el nudo de su pecho se desenredaba y luego se deshacía lentamente.
Había culpa. Siempre habría culpa. Pero tenía que dejar ir ese recuerdo.
Ya era hora.
