¡Hello! Ya que ando en mi ciudad y tengo la gracia del internet, decidí subir el siguiente capítulo. Sin más, disfruten la lectura y nos estaremos viendo en próximas actualizaciones.


Waking in my line


La impaciencia nunca fue su compañera. Empero, la hora acordada para el encuentro ya había sobrepasado la media hora de retraso. No se sentía demasiado cómodo estando a la entrada de su colegio aun envuelto en polvo y sudor como consecuencia de la práctica recién terminada. Y probablemente la mayor molestia recaía en que no podía escapar o tendría que mentalizarse para un llamado de atención y un pretencioso sermón.

Su mano derecha se alzó lenta y perezosa en un intento espontáneo por responder al eufórico saludo de quien se aproximaba a paso veloz sujetando una gran bolsa de papel.

—¡Kazuya!

—Buenas.

Inclusive cuando conocía a la joven frente a él desde hace años atrás nunca se mostró demasiado expresivo ante sus encuentros. Siempre se limitó a lo básico y la otra persona estaba acostumbrada a ello.

—Lamento la demora. Después de que salí de la estación me desubiqué y me extravié —dijo apenada, ocultando una risilla nerviosa—. Al final lo que importa es que llegué.

«Pude haberla alcanzado en la estación y ahorrarme la espera», pensó Miyuki, pasando por alto que ella estuviera tan centrada en el celular, tecleando a gran velocidad.

—Toma. —Entregó el preciado paquete a su actual dueño—. Si tienes problema con las tallas le puedes escribir.

—Sí. Gracias.

—Traspasado el pedido, me retiro —expresó, encontrándose con unos ojos tan achocolatados como los suyos—. Buena suerte, Kazuya.

La muchacha se retiró. Y él le echó un rápido vistazo al contenido de la bolsa de papel, ignorando la presencia de quien volvía al plantel educativo por algún olvido.

—¿Miyuki-kun?

—La hermana del capitán.

—¿Sabes? Tengo nombre y apellido —señaló con calma engañosa—. Si tanto se te dificulta, llámame Sora a secas. No estoy casada con las formalidades.

Se abstuvo de comentar. No por falta de palabras, sino porque la extraña chica era la hermana menor de su capitán. No podía ser tan suelto de lengua.

—Por cierto, hay algo que quiero preguntarte, Miyuki-kun.

—Tu hermano continúa practicando. Lo puedes encontrar en la zona de bateo.

—Has respondido mi duda en parte —notó su extrañeza y recompuso su oración—. ¿Umemoto-kun todavía se encuentra aquí?

—Hasta donde yo sé, sí. Es de las que suele regresar más tarde a casa.

Yūki suspiró. Kazuya no supo identificar si eso significaba alivio o angustia.

—Buena tarde —añadió como despedida para el cácher—. ¿No vas a casa?

Su cuestionamiento surgió cuando ambos se encontraron transitado en la misma dirección.

—Vivo en los dormitorios.

—De modo que eres foráneo.

—No necesariamente.

Después de aquella expresa aclaración, no hubo más interacción verbal. El resto del trayecto se decoró con su silencio. El único ruido que los hizo despabilar fue el metal siendo impactado constantemente por las pelotas de béisbol. Allí, en esa amplia área vislumbraba un grupo activo de beisbolistas que ignoraban la trasformación de la tarde a la noche. Asimismo, se encontró con cuatro jóvenes.

—¿Habrá venido a ver a su hermano? —Su conclusión fue correcta. Mas no era absoluta—. ¿Yūki-kun? ¿Pasa algo?

Se encontraron. Umemoto sujetaba una reja llena de pelotas sucias y ella un par de guantes que todavía no entregaba a su hermano mayor.

—Sí. Quisiera preguntarte algunas cosas si tienes tiempo.

—Claro.

A Sachiko no le extrañaba la imagen tan seria que proyectaba. Era, después de todo, la hermana menor del capitán del Seidō y compartían similitudes a la hora de expresarse hacia los demás. Mas lo que sí la trastocaba un poco eran las dudas que la aquejaban y que solamente hallaban solución en ella.

Se apartaron y caminaron alrededor del enmallado. Se detuvieron y observaron a quienes habían cesado sus actividades para tumbarse sobre el suelo y recuperar el aliento.

—¿Puedo preguntar sobre las actividades que desempeña una mánager?

No volteó a mirarla. Prefería seguir atenta a los movimientos de Tetsuya.

—Recogemos y limpiamos las pelotas de béisbol que los chicos ocupan. Hacemos anotaciones sobre los partidos que tienen. Incluso vamos a observar los juegos de equipos rivales. También limpiamos los bates. Mantenemos el orden con todo lo que se usa aquí…

Umemoto siguió hablando y Sora se limitó a escuchar.

«En verdad que es mucho trabajo… Mas no difiere demasiado a lo que hacían allá», razonaba Yūki.

Ya no era el listado de actividades lo que inundaba su cabeza, sino las palabras que recibió la noche anterior por parte de su madre; las mismas que se transformaron en rutina desde que regresó a Tokio. Y aunque quería seguir ignorándolas, ni su insistencia ni los requerimientos absurdos de su actual escuela se lo permitirían.

—¿Todavía hay lugares disponibles?

—Sí. Sé que no es una actividad que le interese a… ¡Espera! —Parpadeó simulando la incidencia de un tic nervioso— ¿Has dicho que quieres unirte?

Sora no descifraba el porqué de su extrañeza. Desde su perspectiva no consideraba que su decisión fuera tan extraordinaria.

—¿Eso significa que ya no tengo oportunidad?

—¡No! —Se retractó inmediatamente—. Es que me tomaste por sorpresa, es todo.

—¿Empezaré desde hoy o a partir de mañana? —Miró a la chica que sonreía con autosuficiencia por haberla reclutado.

—¡Desde hoy mismo! —expresó entusiasta—. Vamos. Sígueme para que te presente con las demás chicas.

Quienes serían sus compañeras de club estaban ajetreadas. Recién habían montado una mesa plegable para colocar los robustos y altos termos que conservarían frío el valioso líquido de su interior. También había bocadillos en cantidades suficientes para amedrentar un poco el fiero apetito de los chicos que continuaban afanosamente entrenando.

—Ella es Yūki Sora. Y a partir de este momento será una de nosotras. —La presentó Sachiko.

—Gracias por aceptarme. Prometo hacer mi trabajo al pie de la letra para no causar ningún problema —Agradeció con una suave reverencia.

—Se nota inmediatamente que eres la hermana de Tetsu-san —habló la joven de tercer año tras ver lo formal y seria que era—. Soy Fujiwara Takako, un gusto.

—Natsukawa Yui. Encantada.

—Yoshikawa Haruno.

—Mientras no seas tan torpe como nuestra Haruno, estaremos bien —indicó bromista.

La aludida se sonrojó de la vergüenza. Las otras dos rieron un poco ante aquella ineludible realidad.

—Ya hechas las presentaciones te mostraré todas las instalaciones, Yūki-kun.

El verano era sinónimo de playas y momentos divertidos. Pero para aquel afamado equipo de béisbol, aquella estación del año significaba el inicio de un campamento infernal que pondría a prueba a los nuevos integrantes y reforzaría las habilidades y resistencia del alumnado de segundo año. Asimismo, las mánager tampoco gozaban de días relajados cuando el campamento de verano comenzaba.

Repartir los refrigerios entre los hambrientos y cansados jugadores, y recoger todas las pelotas esparcidas por todo el campo de béisbol, no eran ni por asomo, las tareas que apilaban el cansancio sobre su cuerpo. Su fatiga nacía gracias a la enorme estrella que los vigilaba desde arriba y los abrazaba con su caliente radiación solar. Si tan sólo el calor veraniego no fuera tan insufrible podría prescindir del bloqueador solar y su gorra.

No se quejó del clima. Tampoco de las bananas que quedaron al fondo de su balde. En cambio, se mantuvo de pie, observando la tenacidad y fuerza de voluntad de su hermano mayor que lo llevaron a ponerse de pie y seguir recibiendo los lanzamientos del entrenador. Esa llamarada que se alzó dentro de su corazón, encendió las chispas de quienes ya habían decidido darse por vencidos.

Sonrió con discreción ante la ciega dedicación de su hermano y compañeros de equipo. Era una escena que había visto incontables veces, pero con diferentes actores.

—Qué envidia —susurró con tintes de arrepentimiento.

Sepultó la idea que hizo romper su mutismo y atendió, sin querer, a quien captaba la atención de todos con su estruendosa carcajada. Aquel pícher de primer año tenía una amplia y resplandeciente sonrisa; un gesto que por breves segundos le recordó a un viejo y preciado amigo. También encontró a Miyuki y Kuramochi, molestándolo mientras Furuya estaba pensativo y callado.

—¿No deberías llevar estas frutas a la cocina?

La pregunta no la desconcertó más que la persona que se acercó hasta ella.

—¿Kuramochi-kun?

El corredor esperaba alguna reacción facial ante su acercamiento furtivo. Mas lo único que encontró fue la serenidad de esos ojos grises.

—Sí. Tienes razón. Lo mejor será que lleve esto a la cocina y se refrigeren o se pondrán oscuras —comentó, revisando la coloración de las frutas que le sobraron.

«Es igual de inexpresiva que su hermano mayor», repasó al comparar a ambos miembros de la familia Yūki.

—¿Eso es lo que un cácher debería decir? ¡Aún te falta mucho por aprender de Chris-senpai!

—Oye… Yo también soy tu superior.

La sorpresa de Sora no recaía en el trato de Eijun hacia Kazuya, sino en el nombre que escapó de sus labios.

«¿Significa entonces que su lesión…?», caviló expectante. Ansiaba una respuesta, mas sus labios se mantuvieron sellados.

—Ese idiota no deja de mencionar a Chris-senpai cada que puede hasta el punto de ser fastidioso.

—¿Significa entonces que Takigawa-san ha regresado a los entrenamientos? —Percibió la confusión en el rostro de Yōichi y se recriminó por preguntar—. ¿Olvidas que soy la hermana menor de tu capitán? Es obvio que conozco los pormenores por los que ha pasado el equipo.

—Pues estás desactualizada —expresó burlón—. Él no ha vuelto. Continúa apoyando al equipo. Sin embargo, cuando Sawamura fue puesto a su cargo, él cambió.

—¿Cambió? ¿Qué quieres dar a entender con eso?

—Ese idiota logró lo que nadie había podido desde que se lesionó: traer de vuelta al viejo Chris-senpai —respondió con una diminuta sonrisa.

Ya no atendía a lo que Kuramochi le decía. Su atención se vertió en ese chico de mirar chocolate y sonrisa contagiosa; en aquel extraño que había sacado de las tinieblas del pesimismo y la melancolía a Takigawa Chris Yū.

—Sawamura Eijun, ¿verdad?

—Ah, sí. El mismo —respondió. Su semblante mostraba gran confusión.

—Yūki Sora, encantada.

La inesperada presentación ocasionó que Miyuki y Kuramochi experimentaran algo cercano al desconcierto. Porque si bien no conocían demasiado de aquella joven, nunca les dio la impresión de que fuera de las personas que toman la iniciativa para entablar plática con un completo desconocido.

—¿Yūki? Ese apellido me es familiar.

—¡Idiota!, es la hermana de nuestro capitán —aclaró Yōichi con una patada incluida.

—¿Y cómo es que me conoces? —interrogó el muchacho.

—He escuchado de ti por mi hermano —contó—. Durante la cena se la vive hablando sobre el equipo de Seidō. Inevitablemente saliste en alguna de sus conversaciones.

Eijun lucía contento ante la mención de su capitán. Era tan transparente que era muy fácil leer sus estados de ánimo.

—Qué rara es. No habla con casi nadie de aquí y sin embargo se acercó hasta Sawamura para presentarse —mencionaba Kuramochi para Kazuya—. Estoy seguro que ha dicho más palabras ahorita que está platicando con Sawamura que en todo el tiempo que lleva en la escuela.

—Tal vez te está diciendo educadamente que no le agradas y prefiere que no le dirijas la palabra —mencionaba el receptor con una sonrisa que lentamente se ensanchaba—. Es un modo sutil para que no la sigas hostigando.

—Ni que fuera tan desagradable como tú.

—O quizá su interés por Sawamura va más allá del béisbol.

Miyuki encontró otra víctima con la que podía divertirse y disipar el estrés acumulado por el campamento de verano.

—Y sobre todas las cosas, evite llevarse con una persona tan irritante como lo es este infame receptor —señaba Eijun a quien se había convertido en una especie de tormento terrenal—. Su vida será mejor si mantiene a raya a este embustero.

—Lleva un par de meses y ya no te respeta. ¡Eso sí es un tiempo récord! —Yōichi abrazó su barriga, advirtiendo el dolor que vendría tras la risotada que acompañó a su declaración.

—Este mocoso —musitó Kazuya, absteniéndose de mandarlo a dar diez vueltas más.

—Tampoco crea en nada de lo que le diga. Es un charlatán y embaucador.

A veces, Sawamura era muy suelto de lengua. Sobre todo, cuando el tema de conversación era Miyuki Kazuya.

—¡Y el que está a su lado tampoco es mejor! —atacó a quien dejó de reír por su acusación—. ¡Le gusta asustar a la gente y hacerles llaves de lucha! ¡Es todo un delincuente!

—¡Maldito! —Sujetó el cuello del lanzador en un agarre que le dificultaba respirar debidamente—. ¡Repite lo que acabas de decir!

Sora compadeció al chico de primero que luchaba por respirar mientras debía soportar la risa burlona de Miyuki. Mas en ese instante de compasión también se sintió abordada por la nostalgia.

El mismo acto, diferentes personas.

—Y dime, ¿te estás divirtiendo?

Ella no necesitó redirigir su atención para identificar a quien ahora le hacía compañía.

—Divertirme no es exactamente el adjetivo que emplearía para describir mi experiencia dentro del equipo de Seidō… Pero al menos no me aburriré —aseguró, curvando suavemente sus labios en un intento primitivo de sonrisa.

El encuentro contra la preparatoria Osaka Kiryū estuvo lleno de tensión y expectativas. Fue una pequeña prueba para los nuevos lanzadores que estaban siendo considerados por el entrenador para formar parte del equipo principal. Y el partido doble que disputaron entre Seidō, Inashiro y Shūhoku despertó el espíritu competitivo de quienes presenciaron el enorme crecimiento que tuvo Narumiya Mei. Simultáneamente les entregó el lanzamiento que dejó fuera de juego a la estrella de Seidō.

La tensión y la preocupación debían ser confrontadas o el torneo de verano los devoraría sin siquiera emitir un grito de guerra.

—Gracias a Tetsu-san y Jun-san la atmósfera cambió radicalmente —expuso Kuramochi jugueteando con una lata vacía, importándole poco que su oyente tuviera su atención en otra parte—. También está ese idiota que no deja de decir «Chris-senpai» como si fuera una grabadora.

—Si tan grande es tu ociosidad tal vez deberías entrenar un poco más en vez de dártelas de guía turístico con esas chicas que fueron a ver la práctica pasada —profería Miyuki sin reparar en verlo—. Por ahora debemos enfocarnos en quiénes están en nuestro bloque.

—Al final nos enfrentáremos contra Inashiro, contra ese pretensioso pícher.

—Insoportable o no, su change-up no puede ser ignorado.

—No sé si están conscientes o no, pero si obtienen calificaciones mediocres en nuestros próximos exámenes tendrán que conformarse con ver el Koshien en televisión.

No fue el amargo recordatorio que condicionaba su participación en el equipo de béisbol lo que les hizo dar un pequeño brinquito, sino la tercera presencia que no notaron hasta que habló.

—¡¿De dónde demonios saliste?! —Yōichi, sobresaltado, se giró hacia la persona que casi le hace gritar.

—He estado aquí desde hace un buen rato.

—No. Estoy seguro de que tú no estabas aquí cuando llegamos. —Kazuya no estaba loco. No aún.

—Únicamente estábamos este idiota, yo y la expendedora.

—Parece que su agudeza mental se aplica exclusivamente al béisbol —opinó. Ellos sintieron la ofensa—. Con una buena lata de café podrán soportar las horas de estudio que les aguarda.

No fue su curioso consejo lo que los llevó a estar atentos de sus movimientos, sino más bien lo que había comprado en la máquina dispensadora. La bebida que les prometía mantenerlos despierto era degustada satisfactoriamente por la hermana menor de su capitán.

—Con que aquí era donde estabas.

Tetsuya cargaba su bolsa de gimnasio deportiva. Señal de que había llegado la hora de retirarse. No sorprendía que viniera a buscar a su hermana. Era hasta cierto punto usual el verlos yéndose juntos a casa.

—Sí, estaba aquí platicando un poco con tus compañeros de equipo…—enunciaba al tiempo que escondía su bebida atrás de su espalda—. Todavía tengo algunas cosas por hacer. Así que, ¿por qué no te adelantas?

—Oh, entiendo.

Su respuesta fue reconfortante para Sora. Lo fue durante un breve momento.

—Debí suponer que querrías ayudar a Miyuki y Kuramochi con sus estudios. Después de todo están en el mismo salón.

—¿Ayudarlo…?

—Descuiden. Pese a lo severa y seria que es para los estudios es buena explicándole a otros —informaba Tetsuya acompañado de una suave sonrisa, mirando a aquel par que no estaban menos perplejos que Sora—. Cuiden de mi hermana.

Su seriedad y su formal reverencia les bloqueó el habla. Se olvidaron de aquello conocido como objeción.

«Estoy segura de que lo último que buscan estos dos es asesoría académica», pensaba Yūki al hallarse a solas con esos dos jugadores.

Sinceramente consideraba un real fastidio el tener que enseñarles a dos sujetos que con apuro había mantenido un par de conversaciones frívolas. No obstante, se trataba de una petición indirecta de su hermano mayor pidiéndole un poco de su apoyo para facilitarle un poco las cosas a sus preciados compañeros de equipo.

—Entonces, ¿cuál es la materia y temas que se les dificultan? —Se giró hacia ese par con una actitud recompuesta—. Partiremos desde allí.

—Espera, ¿de verdad planeas ayudarnos? —Kuramochi parpadeó. Debían ser los efectos del arduo entrenamiento.

—Mis calificaciones están bien. Paso. —La sonrisa guasona de Miyuki era la advertencia de lo que se venía—. El que sí necesita ayuda desesperadamente es él. Sus calificaciones apestan tanto como sus toques.

—¡Si serás…! —Tomó a Kazuya del cuello, dificultándole la respiración—. No fue a mí a quien le dio un sermón Takashima-san hace unos días atrás sobre la importancia de las buenas notas.

—Vaya. No sabía que eras mi acosador personal.

—¡Jamás lo sería, maldito engreído!

Sora exhaló con cansancio. Se lamentaba que su hermano hubiera seleccionado a ese par para que los ayudara con sus estudios.

—Mi hermano no los está obligando a aceptar mi ayuda —irrumpió su riña—. Por lo que pueden rechazar mi oferta si lo creen conveniente. No obstante, hagan lo pertinente por sacar buenas notas y asegurar su estadía dentro del equipo. Ese es el deseo de mi hermano.

Si bien su capitán no los presionó para aceptar a su hermana menor como su compañera de estudio, existía la obligación moral. No se trataba de lo que querían, sino de lo que debían hacer porque es lo que correspondía.

—Solamente tenemos tiempo después de las ocho de la noche hasta las once —explicaba Yōichi.

—Tampoco podemos permitir que la hermanita de nuestro capitán esté tan noche lejos de su casa.

No era preocupación lo que manifestaba Kazuya. Era su forma ingeniosa para reducir su tiempo de estudio.

—Descuida. Vivo a un par de cuadras de aquí. No demoraré en regresar a casa —señaló para quien fue lo suficientemente tonto para olvidar aquel detalle—. Y no temas por mi integridad física. Sé cuidarme sola. —Lo miró con autosuficiencia. Quizá había una pizca de arrogancia en sus apacibles pupilas—. Ahora hablemos sobre los temas que se les dificultan para que mañana podamos iniciar la sesión de estudio.

Ambos aceptaban que el comedor no era el lugar más apropiado y cómodo para una sesión de estudio. Sin embargo, iba en contra de las normas que alguien ajeno al equipo de béisbol accediera a los dormitorios; sobre todo si se trataba de una chica. Debían conformarse con ese espacio autorizado.

Sentados frente a quien se encargaría de despegar sus dudas, analizaron con más detalle todo lo que había sido colocado sobre la mesa. Había una libreta por cada materia cursada, perfectamente diferenciada por nombre y color. Mas no terminaba allí. La letra era clara y bonita; y los temas e información importantes poseían diferentes tintas.

Demasiado ordenada. Demasiado meticulosa.

«Una maniática del orden», razonaron ambos.

Sus apuntes eran una grotesca ofensa al lado de los de ella.

—Empezaremos por la materia del examen más próximo: inglés —enunció, sujetando el libro de texto con sus dos manos—. Parece engorroso, pero es más sencillo de lo que creen.

Estudiar y poner en práctica las formas gramaticales no era demasiado complicado cuando se tenía una concisa explicación y ejercicios amenos. Lo complejo venía cuando fueron bombardeados con preguntas sobre vocabulario. ¿Cómo se supone que memorizarían todas esas palabras y verbos en tan poco tiempo?

No sabían qué era peor: el bonche de tarjetas de vocabulario que les fue entregado a cada uno o la promesa de que mañana les pondría una prueba para evaluar su progreso.

—Si memorizan el contenido de estas fichas no sufrirán con el examen de Takashima-san —aconsejaba Yūki a la vez que guardaba sus pertenencias—. Si mi memoria no me falla el siguiente es el de Historia…

Iban a quejarse de la intensidad de sus clases. No pudieron. Su atención estaba sobre las bolsitas plásticas que fueron depositadas sobre la palma de sus manos.

—¿Y esto?

—¿Nueces y frutos secos? —Kazuya no entendía el porqué de su obsequio.

—Son buenos para la memoria y la concentración —aclaró—. En esta etapa de su vida los necesitan más que nunca.

Un fugaz ademán marcó la despedida de quien los dejó desconcertados.

—No va a dejarnos escapar, ¿verdad? —Kuramochi se resignó.

— De ninguna manera lo hará.

El dolor de cabeza que alguna vez experimentaron gracias al infernal sol de verano no se comparaba con el que tenían en el presente. Era como si sus cabezas desearan estallar para liberar la presión que los sofocaba.

Creyeron que esa tarde no se quedaría. Sin embargo, no sólo no los abandonó, sino que vino preparada.

Había tantas fechas escritas sobre el pizarrón blanco que se sentían mareados.

—En 1853 comodoro Matthew Perry obligó a Japón a abrir sus puertas y firmar una serie de tratados con las potencias extranjeras. ¿Cómo se conocen a estos tratados?

La pregunta de Sora quedó en el aire. Nuevamente no tuvo respuesta.

—Tratados Desiguales —dijo, sofocando un suspiro de frustración—. Acabo de explicárselos hace poco y ya lo olvidaron.

—Lo que pasó hace tanto tiempo no debería ser relevante —mencionó Kuramochi, somnoliento—. El pasado debe quedar atrás. Hay que enfocarnos en el presente.

—Con lo que hemos aprendido este día pasaremos el examen. —Kazuya estaba muy seguro de su afirmación.

—Con lo que saben no sacarán ni la calificación mínima para pasar. —Masajeó su sien buscando la paciencia que se le estaba agotando—. Tomaremos un refrigerio antes de continuar.

—No tenemos hambre —objetaba Yōichi.

—Yo sí. —Sacó de entre sus pertenencias una caja de madera y la abrió, mostrando su suculento contenido—. Y pensar que mañana toca repasar lo relacionado con Ciencias Sociales.

—Ey, Miyuki. Si continuamos así moriremos antes de ajustar cuentas contra Inashiro —susurró para no ser escuchado por la chica que cenaba en silencio—. Hay que hacer algo para que nos deje ir.

—¿Como qué? —Su ceja se arqueó, enfatizando su interés hacia el plan del corredor—. Ha traído hasta su propio pizarrón.

—Sé tú mismo. Eso bastará para que salga corriendo de aquí.

—Quizá un delincuente tenga mejor efecto.

—¡Pequeño bastardo!

—¡Pues gracias!

—Ey, Yūki, te tengo un trato.

La muchacha alzó su mirar hacia quien lucía sonriente y confiado. Seguro de que obtendría la victoria en aquel trato que ni siquiera había mencionado.

—Te escucho.

—Tengamos una competencia. Quien logre comerse la mayor cantidad de panes, gana.

—Entiendo la idea. Mas no encuentro el sentido de todo esto.

—Si tú ganas, estudiaremos hoy hasta las 11. Y el resto de los días no nos quejaremos. Sin embargo, si yo gano, dejaremos esto del estudio en grupo.

«Eso fue bastante directo hasta para este idiota», pensaba Miyuki con una sonrisa disimulada.

Definitivamente no era de su complacencia el tener que estarles enseñando porque era tiempo y esfuerzo que nunca recuperaría. No obstante, ahora había algo más en juego aparte de la confianza de su hermano: su orgullo.

—Acepto.

Yōichi no escondió esa aura perversa que evidenciaba que su inocente propuesta ocultaba una obvia treta.

«Si hubiera atendido a las advertencias de Sawamura no habría aceptado pactar con Kuramochi», razonaba Miyuki.

Los panes estaban sobre la mesa, celosamente resguardados en su bolsa plástica.

—Pan relleno de curry —Leyó Sora.

—¿Lista?

Ella asintió y él sonrió. Kazuya por su lado observó en silencio.

—Él no hubiera propuesto un reto tan simple. Debe de haber algo más —murmuraba.

Y ese algo lo encontró cuando miró el pequeño rubor sobre las mejillas de Yōichi.

—Curry picante. ¿Qué tan picante?

Los dos habían consumido un total de tres panes rellenos. El rostro de Kuramochi estaba sudoroso y rojo. Y el de ella tenía un tenue rubor en sus mejillas y una sonrisa que obviaba su gusto por aquella comida tortuosa.

—¡Maldita sea!¡Mi lengua!

El corredor se fue directo a buscar agua para sofocar la picazón y el ardor que entumecían su boca y lengua.

«¿Qué clase de pupilas gustativas tiene esta chica? ¡Se ha comido cinco panes y está allí tranquilamente bebiendo un poco de agua!», pensaba el receptor.

—Kuramochi-kun, de haber sabido que te gustaban las cosas picosas te hubiera traído de estos panes con un curry aún más picante.

«Ella no es humana», cavilaron ambos, resignándose a ser sus alumnos hasta que acabara el periodo de exámenes.

El domingo era un día para el esparcimiento, para adelantar deberes o descansar después del largo entrenamiento de la semana. O en su caso, un día de libertad. Mas tenía un deber. Y afortunadamente sería el último día que ostentaría el título de tutora.

Siguió la ruta usual que la conducía al comedor y saludó a quienes se acordaban de su cara y su nombre. Pero su recorrido tenía un rostro nuevo, femenino, que no pertenecía al grupo de las mánager. También encontró al receptor.

—Como mencioné anteriormente, no estoy interesado en iniciar algo con alguien —repitió Miyuki para quien cortó su paso.

—Estoy consciente de que ocupas la mayor parte de tu tiempo jugando béisbol. Sin embargo, eso no es un obstáculo.

Si había algo más que lo incordiara al mismo nivel que tratar con entrevista públicas o entablar una grandiosa charla, eran las confesiones amorosas.

—Miyuki-kun, espero no estés haciendo esto para reducir tu tiempo de estudio.

La presencia de Sora era una bendición inesperada para Kazuya

—Tendrás que disculparme, mi tutora ha llegado. Y como puedes notar es impasible con el estudio —decía con una mezcla de seriedad y burla.

Se trasladó al lado de la mánager, colocando su mano muy familiarmente sobre su hombro.

—Yo puedo enseñarte todo lo que necesites para el examen de mañana, Miyuki.

—Agradecemos tu altruismo —habló Yūki mirando a la joven a los ojos—. Pero es mi deber terminar lo que he iniciado. Quizá para el siguiente periodo de exámenes puedas mostrarle a Miyuki-kun tus dotes de enseñanza.

«Tan directa como Tetsu-san», reflexionaba Kazuya.

—¿Y quién se supone que eres tú?

Sora suspiró. Era demasiado temprano para lidiar con celos mal infundados.

—Formo parte de las gerentes de este club —pronunció con imperturbabilidad—. Asimismo, somos compañeros de clase. ¿No es así, Miyuki-kun? —Él asintió—. Y eso facilita el proceso de aprendizaje.

Si la chica todavía tenía cosas por decir tendría que reservárselas para la próxima vez que se encontraran. Ahora sus intenciones estaban por encima del enojo e incomodidad de aquella que gritaba desde la distancia viendo cómo Sora empujaba a Miyuki para que iniciara la retirada.

—¿Sucedió algo? —interrogó Yōichi al verlos atravesar el umbral del comedor.

—Una chica estaba más que dispuesta a estudiar y enseñarle todo lo que sabe a Miyuki-kun. —Yūki tomó asiento y fue sacando su libro y cuadernillo de ejercicios—. Al final tuvimos que desistir de su buena voluntad.

—Creí que les habías dejado claro a tus fanáticas que no eran bienvenidas a nuestra zona de entrenamiento.

—Eso es algo cruel de tu parte, Kuramochi —dramatizaba—. ¿Estás preocupado por mí o estás celoso?

—¡Jamás estaría celoso de ti, pedazo de idiota!

—Sé que sus momentos de riñas verbales los atesoran enormemente. No obstante, mañana es el último examen. Y para su desgracia hay una gran cantidad de fórmulas matemáticas que memorizar.

Cesaron su forcejeo ante la obvia amenaza lanzada por su tutora temporal. Sabían que sufrirían mucho más que en días anteriores.

—Para su fortuna, el campo de las matemáticas y la física se me dan de maravilla —expresó con una mansa sonrisa—. No nos detendremos hasta que su cabeza resuelva sistemáticamente cada ecuación lineal que se atraviese frente a ustedes.

No. Ella no fanfarroneaba cuando les aseguró que los números eran lo suyo. Tampoco exageró sobre que alucinarían las ecuaciones de primer grado y todo lo referente a algebra.

—Y con esto hemos dado por terminado nuestras sesiones de estudio.

Habían sido liberados de su castigo autoimpuesto, mas estaban tan agotados mentalmente que no les importaría irse a dormir aun cuando apenas eran las seis de la tarde.

—¡Tetsu, aquí está!

La voz aguardientosa de Jun se coló desde la entrada del comedor. Traía dos grandes bolsas de supermercado.

—¿Han terminado? —Tetsuya veía a su hermana y ella le respondió con un suave movimiento de su cabeza—. Entonces no habrá problema.

Kuramochi y Miyuki tuvieron que posponer sus planes de irse a descansar. No podían abandonar el comedor porque varios chicos de tercero habían llegado. Y con toda la comida chatarra y bebidas carbonatadas era obvio lo que ocurriría.

—Tomen. Y únanse a la fiesta.

Su capitán les ofreció refresco y un bollo relleno de carne.

—Un poco de descanso después de estudiar arduamente nos sentará bien a todos —decía Isashiki orgulloso de su esfuerzo académico.

El resto que lo conocía rio ante lo inverosímil que era su afirmación.

—¡Ey, no se rían, maldita sea! ¡He estudiado toda la semana!

—Si por estudiar te refieres a leer todos esos mangas en clase. Entonces sí. Fuiste el que más se aferró al estudio. —Los comentarios casuales de Ryūsuke tenían malicia.

Yōichi observaba en silencio las pláticas ruidosas de sus superiores. No prestaba atención a los temas bobos que sacaban a colación o la perversidad de Kominato que no perdonaba a ninguno de sus compañeros de equipo. Sus ojos estaban puestos en quien los hizo conocer el infierno académico.

—Así que es por eso.

—Tanto estudio te hizo daño. Hasta hablas solo —expresaba Kazuya con su soda a medio terminar.

—Idiota. ¡No es eso! —Lo codeó—. Hablo de la hermana de nuestro capitán.

—¿Qué hay con ella? ¿Te gusta? —preguntó. Era hora de molestarlo—. Le diré a nuestro capitán que estás intentando una jugada con su hermanita.

—¡Claro que no! ¡Maldito! —Una patada en su espalda baja y podía sentir el alivio del estrés que le causó—. No hay manera de que pueda fijarme en una chica como ella.

—Si continúas siendo tan exigente no encontrarás a nadie que te soporte.

—¡Qué no, pedazo de imbécil! —Si no lo golpeaba más fuerte es porque no quería dejar al equipo sin su receptor principal—. Las chicas que se la viven rodeadas de chicos siempre son un fastidio.

—Ey, Yūki —llamó a quien estaba muy centrada en lo que contaba Kominato—, Kuramochi ha dicho que le gustan las chicas como tú.

Yōichi se giró hacia Miyuki tan pronto como escuchó semejante mentira. Ansiaba apalear ese molesto rostro que se burlaba de él con esa ridícula sonrisa que cautivaba los corazones femeninos. Mas no pudo tocarle ningún cabello porque tenía que lidiar con la atención de los de tercer año, sobre todo la de su capitán.

—¿Eso es cierto, Kuramochi? —preguntó Tetsuya.

Su voz y rostro serios causaban un raro nerviosismo en el corredor.

—Vaya. Con que no sólo eres rápido para llegar a las bases —comentaba inocentemente Ryūsuke—. Las agallas tampoco te faltan.

—Sora, si hace alguna tontería no dudes en darle su escarmiento —aconsejaba Isashiki—. Lo haremos correr más que al resto.

—¡No! ¡Es un malentendido! —gritó con desesperación. Verdaderamente quería que creyeran.

Kuramochi objetó inútilmente.

Lo peor es que aquella chica a la que tachó de fastidiosa le estaba dedicando toda su atención hasta el punto de cohibirlo un poco. ¿Es que había creído en la declaración de aquel embustero? No. Probablemente sabía que era una farsa porque lo miraba con lástima.

—¡Todo ha sido tu maldita culpa, Miyuki Kazuya! —Explotó antes de perseguir a quien lo difamó—. ¡Voy a matarte!

El último examen finalizó. Y con ello aquellos días cargados de extensas lecciones y pesados ejercicios se transformaron en una vivencia amarga y agotadora que no olvidarían rápidamente. No obstante, no se quejarían; su orgullo y dignidad estaban de por medio. Sin embargo, jamás olvidarían la intensidad y diligencia que Yūki Sora les entregó a la hora de enseñar; era tan digna de admirar como de temer.

—Estoy muerto... Mi cerebro me explotará en cualquier momento —balbuceaba Yōichi con el rostro pegado a su pupitre.

—Hoy fue el último día... Somos libres. —Su cabeza reposaba sobre el respaldo de su silla. Mostraba un gran desgaste mental.

—Es un monstruo.

—¿A quién estás diciéndole monstruo, Kuramochi-kun?

Yōichi, sobresaltado ante la conocida voz, se paró y miró a quien había regresado al salón de clases.

—A-a nadie que conozcas...—Reformuló para que se olvidara de la posibilidad de que se refería a ella—. Mejor cuéntanos qué tal te fue en el examen de este día.

—Bien. Como debió de irles a ustedes dos —señaló. Ellos intercambiaron una mirada agitada por el nerviosismo—. Igualmente lo sabremos mañana cuando entreguen los resultados.

—Buenos días, Miyuki-kun.

La femenina voz pertenecía a una menuda joven que claramente no pertenecía a su clase.

—Disculpa la molestia —habló rápido, con palpable pena—. Quisiera hablar contigo, en privado...

La petición llevó a Sora y a Yōichi a mirar a quien, sin error a equivocarse, estaba siendo llamado para una confesión romántica.

—Podemos ir detrás de los salones —proponía la joven con un tenue rubor en sus mejillas.

Kazuya no era un engreído. Empero, la mayoría de las veces que una chica se acercó para charlar amenamente acababa en una zona despejada donde únicamente él podía ser testigo de una confesión de amor plagada de palabras que enaltecerían a cualquier chico; menos a él. Tampoco podía recriminar ese repetitivo patrón porque su apariencia física era lo único que conocían sobre él.

—¿Puede ser después de clases? —Le pidió a la joven que le bastó asentir para responderle—. Bien.

Miyuki halló de nuevo su centro cuando abrió su cuadernillo de anotaciones.

—Va de nuevo... Maldito engreído —masculló Kuramochi.

«Parece no importarle el ser popular... Bueno, después de un rato debe ser agobiante», pensaba Yūki ignorando la obvia envidia de Yōichi.