N/A: Buenas, gente, nos volvemos a encontrar en este lado perdido de Internet.

Sepan disculparme por el hecho de que publico esto un lunes y no un domingo, pero ayer estuve todo el día en movimiento y acabé durmiendo como diez horas seguidas.

Como siempre, le agradezco mucho a mi pareja por la corrección ortográfica. Todavía tengo un problema con el uso excesivo del conector "y", pero de a poco me voy corrigiendo las mañas.

Disfruten:


Capítulo 4:


Perspectiva: Abbeas

Pasar por el bosque de la probable picazón es tortuoso para quienes no somos esqueletos. Las hiedras están por doquier, tan altas y gruesas que tapan el cielo nocturno, y el mínimo roce puede provocar una terrible reacción alérgica.

—Estamos a unos metros del río Mewni —comenta Belias—. Aprovechen el agua para lavarse los pruritos.

Cuando salimos del espeso bosque, una silueta rosácea nos recibe como una estrella fugaz que se precipita hacia nosotros y detiene su caída en el momento preciso.

—¿Qué es eso? —le pregunto al mariscal, que está petrificado y no responde.

Belias retrocede unos cuantos pasos y con un temor inédito comanda: "¡ESCUDOS!"

Todos los soldados, empezando por los esqueletos y acabando con las falanges demoníacas, se cubren con sus escudos redondos ante la única amenaza. El ataque de esa cosa ocurre en una fracción de segundo; un electrizante fulgor barre a la mitad de los esqueletos.

"¡¿Pero qué es esa cosa?!", le grito a Belias, pero éste ni siquiera me devuelve la mirada.

La centella rosácea se desliza por el aire arrojando una cadena de magias electrizantes a todo lo que se cruza en su camino. Los esqueletos no aguantan un solo golpe, y los demonios que nos cubren son incapaces de contener la embestida. Todos son empujados conforme la silueta se aproxima a nosotros y, cuando tengo ese rostro frente a mí, Belias repele la espada de plasma mágico de esa cosa con sus sables.

"¡Es la reina Soupina!", clama con todo el esfuerzo de contenerla.

Varios demonios arrojan sus lanzas hacia ella, pero éstas rebotan o se quiebran sin siquiera tocarla. La reina consigue rebatir el bloqueo del mariscal y se dirige hacia mí, por lo que intento disuadirla exhalando un hechizo de humo. La humareda acierta en su rostro y me salvo por los pelos de ser empalado por esa maldita.

"¡Protejan al príncipe!", ordena Belias, pero esto solo hace que la reina amedrente contra nuestras tropas. Su espada se disuelve en unos poderosos hechizos de barrido que repelen a los demonios y desarman por completo a los esqueletos. De los tres mil hombres que teníamos, esta desgraciada los ha cortado a quinientos. Los demonios intentan reponer sus puestos, pero es inútil; la reina cambia su estrategia y emite una cadena de blásters de sus manos por doquier, tan poderosos que derriten cualquier escudo y coraza. Entre el caos y la confusión de estar perdiendo contra un solo individuo, la reina se aprovecha para darme caza. Extraigo mi daga y caigo en la tierra bloqueando su espada de magia, pero ésta comienza a derretir mi acero.

"¡Ayuda!", grito a todo pulmón, más aún cuando el metal líquido se escurre ardiente por mi mano. Belias se abalanza y consigue tajear su espalda, pero ésto solo enfurece a la reina, que me deja para luchar contra él. Así es como aprovecho para cargar un hechizo con la forma de una punta de flecha:

"¡Sagitta caput proiectum!", exhalo nerviosamente, dado que la reina encesta una estocada en Belias y la recobra lacerando hasta su hombro. Ella vuelve a cargar contra mí, así que lanzo mi ataque. Ella lo desvía como si nada, pero no llega a mí gracias a que algunos demonios se sacrifican estampándose contra ella. En una brutal demostración de resiliencia, un Belias malherido aprovecha la oportunidad para estocarla por detrás y traspasar su sable de un lado a otro.

"Es una pena, majestad", le dice con una voz irónica y cargada de odio. Un fulgor nos encandila a todos y, conforme el amanecer se cierne sobre Mewni, la reina abre un portal en los cielos y asciende malherida para cruzar esa puerta de escape a saber dónde.


Perspectiva: Gerard

No aguanto el pensar que Soupina podría estar decepcionada de mí, así que me doy el último atrevimiento de la noche al irrumpir en la torre donde duerme. Ingrata es mi sorpresa al ver no sólo que la habitación está vacía, sino que además la ventana está abierta. Las velas del candelabro se consumieron hace poco, pero la luz de las lunas en el firmamento se introduce por la fenestra y destaca esos dos sobres blancos en su escritorio. Me acerco para estudiarlos: uno dice "César", el otro "Gerard".

—Fue a detenerlos ella sola —Glossaryck estaba en un rincón leyendo otra carta.

—¿Qué? ¿Cómo es po-

—Los problemas de los mortales no me conciernen —me interrumpe, fijando esos ojos divinos en mí —; pero, por favor, detenla antes de que terminemos con César de rey.

Mis instintos se activan al instante: abandono el castillo de madera y esprinto con todo y armadura hasta la casa de caballeros, donde yace un viejo dragón que alguna vez ayudó a Moe Butterfly.

"¡Vuela!", le ordeno tras montar su lomo impetuosamente y sostener las riendas que salen de su hocico: "¡Vuela, maldita sea!"

El animal sale como puede y abre sus alas para dejar el reino hacia el sur.


Perspectiva: César

Me siento en la mesa del comedor real para repasar la estrategia y ajustarla más a las enseñanzas del Aquilifer; designo como Legado al reo de canas y aspecto cansado llamado "Hob". Por otra parte, intercambio algunas palabras con el joven caballero Tancrede para saber cómo él y los otros dos oficiales manejarán al ejército del reino. Cuando estamos por cerrar la reunión, somos interrumpidos por una caballera que grita a todo pulmón: "¡Se fue! ¡El mariscal se fue con el dragón!"

El bullicio se apodera del lugar; Morgana busca respuestas en mí, pero lo cierto es que soy tan nuevo como ella en esta clase de experiencias.

—¿En qué dirección iba? —intercede Tancrede.

—¡Hacia el sur! —responde su compañera.

—¡¿Y mi madre?!

—No está en su habitación —se encoge de hombros con tanta ansiedad como la que acaba de despertar en mí.

Esto no hace sino empeorar la situación. Le doy un fuerte golpe a la mesa para que todos me presten atención:

—Ayudaremos a mamá y a Gerard —anuncio con decisión—. Trescientos sesenta soldados son más que suficiente; lo único que deben hacer es permitir que Morgana y yo los asistamos.

En cuestión de minutos está el ejército en marcha con nosotros dos al frente: nos siguen cien piqueros, ciento cincuenta lanceros ligeros, cincuenta arqueros y los sesenta soldados que yo forgé.


Perspectiva: Morgana

El viaje se da en un trote al que no estoy acostumbrada.

"Podría… transportarnos… a los dos", vocalizo entre jadeos de cansancio.

César está ligeramente más adelante, solo para cubrirme:

"Eso no sería honorable", me sonríe tan fresco, como si esto no fuera nada para su joven cuerpo.

En un punto encaramos al ejército Lucitor, pero no es una legión. Empero, cuando nuestros pies se topan con trozos de huesos y cráneos, entendemos que alguien se adelantó en masacrar al enemigo por nosotros. Ese moreno bruto al que llaman "Gerard" hace unos asaltos en picada sobre los demonios que se desparramaron; su impecable espada se cobra un alma y asciende en su dragón para repetir el mismo ataque.

"¡Carguen!", ordena el mariscal desde su dragón; la guardia real se adelanta y divide para que no participemos, lo cual contradice las órdenes de César. Los demonios se dividen en cuatro filas con escudos alzados y sus lanzas al frente. César, como siempre, encuentra la forma de ganar su protagonismo:

"Morgana, ¿crees que podrías transportar a sesenta y un personas hasta la retaguardia de una falange?"

Pestañeo incrédula y asiento. El príncipe comanda a los suyos que me rodeen, y éstos se juntan en un compacto círculo con sus escudos en frente. Hago mi parte al conjurar la teletransportación que me pidió; el príncipe disuelve la formación inmediatamente y comanda un ataque mortífero atrás de la falange, lo que rápidamente la merma y le permite al ejército rodear la contigua para repetir el proceso hasta que los demonios se retiran derrotados. Cuando la última falange está por caer, Belias logra derribar a Gerard; estoy a punto de ayudarlo, pero Abbeas me encuentra y enciende el terror en mí por el craso error que ocupa él en mi pasado. Cuando está a punto de abalanzarse sobre mí, Belias lo intercepta y desmaya de un golpe seco en la cabeza.

"¡No quiero supervivientes, bruja!", me apunta mientras que carga al príncipe Lucitor sobre sus hombros y espeta sus últimas palabras antes de huir: "¡Limpia este desastre o seré yo quien te persiga!"


Perspectiva: Glossaryck

Contemplo la varita en mis manos; es una bella creación, aunque no recuerdo haber sido yo su artífice. Su forma de cucharón sopero me esperanza en que Soupina volverá, pero una voz me devuelve a la realidad:

—Se ha perdido —el vórtice de Omnitraxus Prime se abre a mi lado—. Se ingresó a sí misma en el Reino de la Magia… no podemos hacer nada.

Le veo tentado a rescatarla, pero sé que no debo intervenir directamente. Para ella ya se acabó.

—El muchacho será rey —continúa tras un corto silencio—, no sé lo que piensas al respecto.

—Opino lo mismo que tú —respondo indiferente—: Ambicioso, cruel, beligerante… será un completo desastre.

Escucho un montón de pasos aproximándose a la altura de la habitación.

—¿Y si la destruyes, padre? —me sugiere con Impaciencia— ¡Destrúyela, antes de que caiga en sus manos!

La puerta se abre y Omnitraxus se desvanece antes de ser visto. En cuanto Gerard pone un pie, su temple se rompe en sollozos. También ingresan el príncipe, la bruja y dos hombres de confianza.

—Glossaryck, ¿ha muerto? —el príncipe me pregunta con voz atenuada.

—Se perdió a sí misma en su forma de mewbertad —lo encaro con la reliquia extendida hacia él—. Ahora esto es de tu propiedad, rey César Butterfly.


Perspectiva: César

Extiendo mi brazo lentamente hacia el cucharón de mamá. Siento que me llama de alguna forma, como si tuviera mente propia. Empero, hay algo que me detiene.

—Vamos, César —mi pálida compañera se acerca por mi espalda y me susurra—, es tuya, ¡tómala!

Rozo la empuñadura con mis dedos y me retracto de inmediato.

—¿Qué estás haciendo, César? —ella insiste.

—Gerard —con la mirada, lo fuerzo a recobrar sus fuerzas—, necesito que reúnas a todos los soldados y ciudadanos que puedas en la plaza de la ciudad.

Él se queda ahí, tan confundido como los demás.

—César, este no es momento pa-

—Por favor, haz lo que te digo, Gerard —insisto sin apartar la seriedad de mis palabras.

Él obedece y baja con los demás afuera del castillo. Yo también lo hago, pero con Morgana acompañándome a mi habitación.

—César, ¿se puede saber qué estás tramando?

En cuanto llegamos a la puerta de mi aposento, la abro y con una sonrisa le indico pasar primero.


Perspectiva: Willow

Con el amanecer del nuevo día, me baño y preparo con el vestido de sirvienta que me facilitaron para presentarme en la sala del trono. Para mi no tan asombro (aunque sí fortuna), el rey está iracundo hablando con el mariscal, lo que me esperanza de que César salió victorioso.

—Jamás habría imaginado que se conjuraba tamaña traición, mi señor —el mariscal Belias enuncia cabizbajo.

Nunca había visto a Dominetórix así, enseriado, con un gran pesar, algo que se refleja incluso si no tiene piel ni carne sobre su rostro.

—Llévalo a la mazmorra en cuanto el médico haya acabado con él.

Belias se retira y me reporto ante su majestad:

—Señor, ¿se encuentra b-

—¡Willow! —esa extraña sonrisa vuelve a su calavera—, tenemos un trabajo bastante pesado hoy, señorita.

Él me lleva del brazo hasta la biblioteca y nos encierra.

—Pero señor, ¿y si alguien lo necesita?

—¡Nada de eso! —exclama dando media vuelta para encarar las estanterías— Hoy tenemos que encontrar un libro en particular, uno que no he visto en unos veinte años, más o menos.

Comenzamos a buscar el dichoso encuadernado: se supone que es un libro rojo y con un águila dorada en su tapa.

«¿El libro favorito de César?», me pregunto conforme pasan las horas.

—¡Lo encontré! —anuncia con gran felicidad, pero luego de escrutarlo se retracta— Ah, no, este es el Código Penal. Ponlo junto al otro libro rojo con el pajarito.

Obedezco su orden y en cuanto veo el otro libro, soy capaz de reconocer que es el mismo que tan cautivado tiene a César.

—Señor, creo que éste es —le indico el águila dorada en la tapa..

Él me lo quita con un incómodo "gracias" y comienza a escrutar las páginas en silencio. Me quedo a su lado sin más…

—¿Sabes, Willow? —pronuncia tras unos instantes de silencio— Nunca he sido un fanático de la lectura, pero este libro es especial.

—Mi prometido está obsesionado con él —me atrevo a contarle en confianza.

—Solo hay dos copias en todo Mewni —enseria su voz y expresiones cadavéricas—: la mía tiene muchas páginas rotas o manchadas, pero los Butterfly tienen el manuscrito íntegro.

Ese tonto libro mantuvo a César tan lejos de mí; noches en racha donde no podía hacer que siquiera saliera de la biblioteca para comer en la mesa real, ni permitirse darme un beso cada día.

—¿Por qué es tan especial? —pregunto con recelo.

—Es una guía de organización militar, querida Willow… y también… —con sus falanges pasa las páginas malogradas hasta una parte legible—... advierte con una profecía. El "Imperator", un conquistador que subyugará a todo Mewni y nos destruirá a todos.

De repente, algunas cosas empiezan a ganar sentido para mí:

—Mi señor, ¿por eso no quiso seguir con su conquista hace tantos años?

—Así es, querida —asiente y cierra de golpe el libro—; quien consiga subyugar todo Mewni a su voluntad, nos destruirá a todos y a sí mismo. Yo no puedo permitir eso, incluso si el emperador de la profecía pudiera ser yo, o mi propio hijo.

«¿Qué va a ser de mí?», es la única pregunta que puedo formular en mi cabeza.


Perspectiva: César

Morgana me ayuda a ponerme el atuendo de gala; una casaca blanca con botones de oro, pantalones del mismo color y botas negras de cuero, un traje que originalmente la reina Moe había mandado a hacer para mi abuelo. También adiciono la capa de mi padre, roja como la sangre.

—¿Por qué no tomaste la varita? —me pregunta entre tanto que ajusta la capa sobre mis hombros.

—No puedo tomarla, no aún.

Mi respuesta claramente la deja insatisfecha.

—Supongo que quieres recuperar a tu novia, ¿no es así? —continúa ella— Para eso necesitas doblegar a los Lucitor, algo que no podrás hacer sin mi ayuda.

—¿Y qué buscas obtener tú de todo esto? —volteo a verla con una sonrisa tranquila.

Morgana se queda en silencio y agacha la cabeza, como si construyera su respuesta sobre la marcha.

—Con una granja maltrecha estaré bien servida. Dejar de vagar de aquí para allá, huyendo de los enemigos que me he forjado.

Sus uñas recorren los detalles en oro de mis botones— Te la pusiste mal, permíteme…

Mi repentina confianza se quiebra; es vergonzoso, por alguna razón, que Morgana me tenga que asistir en esto, como si yo no pudiera ni colocarme unos botones bien.

—César —su voz me devuelve a la realidad—, ¿entiendes lo difícil que será recuperarla, verdad?

—Sí…

—No sé lo que vayas a decir cuando salgamos —termina de ajustar mi casaca—, pero si quieres volver a tenerla en tus brazos, más vale que convenzas a tu ejército de seguirte.

—Haré lo que el Aquilifer me enseñó —respondo decidido.


Perspectiva: Gerard

La gente está bulliciosa y se pregunta qué está pasando. Pasa más de una hora y César no aparece; todos quieren irse y es cada vez más difícil disuadirlos.

"¡El príncipe!", exclaman algunos cuando finalmente llega él, con ese traje de gala que nunca había querido estrenar. Tan sólo pensar que Soupina ya no está para verlo me destruye por dentro, pero necesito mantener la compostura.

"¡Mi pueblo!", anuncia con la maldita bruja a su espalda. Hago una señal a los guardias para que lleven la corona de Moe al centro de la plaza.

"Los Lucitor, que tantos abusos han cometido por todo Mewni, fueron derrotados anoche por nuestras fuerzas. La batalla costó cincuenta compatriotas, de entre los cuales muy tristemente figura mi madre". El bullicio se vuelve aún más retorcido; la desolación es tangible en los campesinos, cuyo cariño hacia la reina siempre fue devoto. Llantos se forman a mi alrededor y aunque una parte de mí quisiera acompañarlos en el luto, mis sentimientos por Soupina siempre se han mantenido escondidos. No es apropiado que un mariscal llore en público.

"Crecí viendo cómo mi madre cambiaba las comodidades de una reina por asistir a su comedor comunitario; su compromiso por hacer que cada persona dentro de nuestro reino reciba un plato de sopa caliente todos los días."

La corona se aproxima a él, pero César rompe los protocolos y se apresura a tomarla. Esperamos a que se corone, pero se queda ahí, mirando la pieza dorada.

"... He decidido honrar al corazón piadoso de mi madre y también a la determinación de mi padre…"

«¿Qué carajo está haciendo?», me pregunto, a punto de intervenir, pero me detengo ante el movimiento de César:

"Nos han dicho que todo su esfuerzo debe ser para una reina, que todo lo suyo no es realmente suyo, ni siquiera su trabajo; yo les digo, ¡BASTA!" Con pulso firme y casi desprecio, César arroja la corona al público: "¡Este poder es de ustedes! ¡Esta tierra, estos alimentos, esta bandera! ¡El reino Butterfly les pertenece a ustedes!"

La gente arde en gritos de confusión; nadie se atreve a tocar la corona. Estoy tan estupefacto como los otros tres caballeros, y ni hablar de los soldados, que no saben dónde meterse.

"Por eso yo, César Butterfly, declaro que el reino Butterfly es ahora una República, que el poder y las riquezas son para su gente y no para una dinastía."

«¿¡Pero qué hace?!», me fuerzo a mí mismo para intervenir, pero la turba alborotada se calla progresivamente.

"A partir de ahora serán ustedes quienes decidirán a sus representantes; que nadie jamás se atreva a coartar la libertad de este pueblo."

Escruto a cada soldado que nos rodea, buscando algún signo de insubordinación. Sin embargo, como si hubiera revuelto algo en cada oyente, nadie sabe muy bien cómo reaccionar a semejante regalo.


Perspectiva: César

El silencio comienza a tornarse incómodo. Esperaba que me intentaran cortar la cabeza, pero nada más alejado de la realidad; ni una sola cara me desaprueba.

"¡Príncipe César!", el caballero Tancrede da un paso al frente: "Usted hizo en tres días lo que nadie pudo hacer en cuarenta años. Si quiere que nosotros elijamos a nuestro líder, entonces yo lo elijo a usted".

Para mi absoluta sorpresa, el cabello se inclina en su rodilla como acto de lealtad. Otros soldados se unen a su decisión, y los campesinos les suceden. En cuestión de segundos tengo a cientos de personas arrodilladas ante mí. Gerard y un pequeño grupo de guardias son los únicos que no dan el brazo a torcer, pero con el resto de caballeros en su contra, hasta ellos deciden subordinarse. Busco alguna expresión en Morgana, y parece más desaprobatoria que otra cosa. Yo, empero, reconozco que el Aquilifer me ha traído hasta aquí, y obedeceré sus enseñanzas hasta el final. Ha comenzado la República Butterfly.