Capitulo VII
Olvidada por Afrodita
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"No permitas que tus heridas te transformen en alguien que no eres." -
Paulo Cohelo
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Las cortinas danzaban al compás de la brisa matutina de la mañana, permitiendo que los primeros rayos del sol se filtren por la ventana. Despertó enredada entre las sábanas de seda blanca, siendo estás su única vestimenta. Abrió los ojos con algo de dificultad, pues la luz de aquella habitación hacía que su dolor de cabeza se haga aún más intenso. Miró al hombre que dormía a su lado. Suspiró. Era el tercer compañero de cama que había tenido en lo que iba de la semana. Lo más llamativo era que el jueves apenas comenzaba.
Se sentó en la cama, llevando su mano derecha a su cabeza. El alcohol nunca era buen consejero. Era algo que solía recordar en las mañanas de resacas intensas. Miró el reloj de su mesa de luz. Apenas daban las 8. Tenía suficiente tiempo para darse una ducha y desayunar antes de ir a cumplir con sus responsabilidades laborales. Cubrió su cuerpo desnudo con las sábanas y se dispuso a despertar al hombre que dormía en su cama. Lo movió un par de veces antes de lograrlo. Al parecer a él también le había pegado el exceso de alcohol.
-¡Buenos días! - le dijo, con una sonrisa en su rostro.
-Buenos días, preciosa…- Minako se puso de pie, junto la ropa del joven que había quedado desparramada por el piso, tras una noche de pasión intensa, y la puso sobre la cama.
-Aquí tienes… Vístete y vete. - dijo con una dulce sonrisa, como si no estuviera echándolo sin rodeos.
-Oye, espera… preciosa… ¿ni siquiera nos daremos un baño juntos? - Ella sonrió.
-No…- contestó secamente.
-Pero…
-Tengo muchas cosas que hacer… será un día muy agitado…- dijo, dirigiéndose al baño. - Por favor, cierra la puerta al salir…
Se metió bajo la ducha, intentando despejar su mente. Se prometió a sí misma no volver a tomar, al menos no en esas cantidades. Pero, la realidad era que cada mañana de intensa resaca, se hacía esa promesa, sólo para volver a romperla en la noche.
Las noches de baile y alcohol se habían vuelto una constante en su vida. Aun cuando sabía que al día siguiente debía trabajar. El alcohol la ayudaba a olvidar sus problemas, quitarse, aunque sea por un rato, la mochila que llevaba sobre sus hombros, acallar el dolor de su corazón.
Ni siquiera recordaba el momento de su vida en el que había dejado de soñar con encontrar a su príncipe azul. Muchas habían sido las veces en las que había intentado encontrar al hombre correcto, pero parecía que el amor no era para ella, que los hombres sólo la buscaban para divertirse, para pasar el rato. Que ironía que la guerrera del amor haya sido olvidada por Afrodita. Por eso se había prometido así misma jamás volver a derramar ni una sola lágrima por un hombre. Ahora era ella la que los buscaba sólo para pasar el rato, los llevaba a su casa y dormía con ellos, para luego echarlos sin remordimientos.
Al salir del baño, el joven ya no estaba allí. Suspiró. Miró a su alrededor. Su cama desarmada, un pequeño escritorio con algunos libros. Su departamento se encontraba en un noveno piso, el ventanal de su habitación tenía una espléndida vista de la ciudad. Lo había comprado con ayuda de su padre. Desde entonces, se mantenía a ella misma con el dinero de su trabajo en una empresa de modas, y las ventas de sus primeros diseños. Quizás, algún día, su marca de ropa vestiría a grandes personalidades. Esa era su plan B, en el caso de no cumplir de sueño de convertirse en una cantante famosa.
De repente, sintió que la soledad le pesaba. Esa soledad que había elegido en el momento en que decidió dejar la casa de sus padres para forjar su propio camino. Esa soledad que se acentuaba con el pasar de los años, cada una de sus amigas tenía sus propias obligaciones, ya no tenían tanto tiempo para estar juntas, no como antes. Y ni siquiera Artemis estaba esa mañana en su departamento. Ni esa mañana ni ninguna otra, de hecho. El pequeño gato blanco sabía a la perfección que, cuando ella salía por las noches, volvía a su casa en compañía de algún joven, con el cual pasaba la noche. Por eso acostumbraba a ir a dormir a casa de Usagi, con su amada Luna.
Pasó varios minutos frente a su espejo, probándose varios atuendos. Hasta que por fin se decidió por una pollera angosta, de color negro, cintura alta y una remera blanca que colocó por dentro de la pollera. Completó su atuendo con unas botineras en color negro. Peinó su largo cabello rubio, pero lo dejo suelto. Miró su reloj. Contaba con el tiempo justo. Debía apurarse, no podía volver a llegar tarde, ya había recibido varios llamados de atención de su jefa por las reiteradas tardanzas. Se maquilló apenas para disimular las ojeras debajo de sus ojos. Tomó su cartera y salió rápidamente. Si se daba prisa, podría alcanzar el autobús que la dejaría en su trabajo a tiempo.
Suspiró. Su ritmo de vida era demasiado ajetreado. Su trabajo era de medio tiempo, pero demasiado extenuante. Aun así, se las ingeniaba para manejar sus redes sociales en sus ratos libres. Su marca de ropa tenía instagram propio y los seguidores crecían a ritmo abismal. Quizás, algún día, tuviera que dejar su trabajo para dedicarse de lleno a eso. Después de su trabajo, asistía a la universidad en la cual cursaba su último año de la carrera de diseño. Por las noches, solía salir a bailar o a beber algo en algún bar con compañeras de trabajo o de la facultad. Y eso sin contar que los viernes cantaba en el canto-bar en el que trabajaba Makoto como camarera.
Para Minako fue un largo y tedioso día. Cómo lo eran todos, de hecho. Al llegar la noche, estaba tan agotada que decidió que no saldría. Se despidió de sus compañeras de cursada y salió de la universidad. Al hacerlo, observó el cielo con cierta melancolía. Había parado de llover, pero el cielo aún estaba amenazante. El clima parecía dar un respiro, después de tantos días de lluvia. Aunque todo parecía indicar que el respiro sería sólo temporal. Su departamento no estaba lejos de la universidad, así que decidió caminar. Necesitaba despejar su mente, tenía un fuerte dolor de cabeza. Quizás el aire fresco de la noche la ayudará a sentirse mejor.
Los recuerdos comenzaron a invadir su mente. Recuerdos de tiempos felices, tiempos que parecían tan lejanos.
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-¡Este también es hermoso! - dijo, señalando un hermoso vestido blanco en una revista de bodas. - ¡Vaya no puedo decidirme! ¡Me gustan todos! - su voz chillona retumbaba en el lugar, pero ella parecía no escucharla. - ¿Tú qué opinas, Usagi?- preguntó a su amiga, pero no obtuvo respuesta. Levantó la vista sólo para verla. Ella observaba por la ventana con cierta melancolía en sus ojos azules. Tenía su cabeza apoyada sobre su mano izquierda, mientras con la derecha revolvía su malteada con una pajita. - ¿Usagi?
-Ah... ¿qué? - dijo, volteando a verla. - Lo siento ¿Me hablabas?
-¿En dónde andas, Usagi? ¿Dime que te ocurre?
-Nada... estoy bien, no te preocupes...
-¿Seguro? - Usagi sonrió, pero esa sonrisa no podía esconder la tristeza de su mirada.
-Si, seguro.
-¡Ah! ¡Ya sé! ¿Estas nerviosa por lo que se viene? Te preocupa la boda, ¿verdad? Pero más te preocupa lo que venga después...
-Bueno, yo...- Minako tomó sus manos.
-No te preocupes... no olvides que siempre estaremos contigo. Sé que no es fácil pensar en todo el peso que tendrás sobre tus hombros, pero nosotras nunca te dejaremos caer.
-Mina...
-Pero, mientras tanto... ¡debemos apresurarnos! ¡Aún quedan muchas cosas por organizar y ya casi no queda tiempo! - una gota de sudor resbaló por la cabeza de Usagi.- ¡Aun no has elegido un modelo para tu vestido de novia!
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Una lágrima rodó por su mejilla. ¿Cómo no lo había notado entonces? Hacía tiempo que Usagi estaba extraña, que sus ojos reflejaban cierta tristeza y preocupación. ¿Acaso ella sabía que algo pasaría?
Caminó por un parque que se encontraba cerca de la universidad. El sentimiento de culpa volvió a invadirla. ¿Qué clase de líder era, que ni siquiera había notado la preocupación de su princesa? Se sentó de una de las hamacas, mirando el suelo. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, y ya no pudo detenerlas.
De repente, sintió como si alguien o algo la abrazara. Otra vez esa extraña presencia. Durante todo el día había sentido como que alguien la seguía.
-Venus…- sintió como si el viento susurrara en su oído. - No llores, Venus…- se levantó de prisa, miró a su alrededor, asustada, pero no había nadie allí. Cuando volvió su vista al frente, se encontró con una pequeña niña que extendía una rosa roja hacía ella. Minako tomó la rosa con sorpresa, luego se agachó para quedar a su nivel.
-¿Para mí? - preguntó. La niña afirmó con la cabeza. - ¿Por qué me la das?
- Ese señor de allá me pidió que te la de… - dijo, señalando hacía alguien que al parecer estaba detrás de ella. - Y también me pidió que te dijera que ya no estés triste. - Minako se puso de pie y volteó lentamente, entonces la niña salió corriendo hacia donde estaba su madre. Al voltear, pudo ver la silueta de un hombre a los lejos, de imponente figura, cabellos largos y lacios, al parecer de color blanco o, quizás, un rubio muy claro. No pudo apreciar su rostro, estaba en penumbras. Al verlo, el recuerdo del rostro de Kunzite vino a su mente. Sus mejillas se sonrojaron. ¿Acaso él la había estado observando? ¿Desde cuándo? Pero ¿en qué estaba pensando?, claro que no podía ser él. No había forma que sea él.
Dio un paso al frente, dispuesta a saber quién era. Pero entonces, el hombre dio media vuelta y se alejó rápidamente.
-¡Espera!- gritó ella, pero él no detuvo su marcha. Corrió tras él, con la esperanza de alcanzarlo, pero lo perdió de vista de inmediato. Parecía como si él hubiese desaparecido entre los árboles del parque.
Llegó a su departamento cuando las manecillas del reloj daban las 10. Dejó su cartera sobre la mesa y se dejó caer pesadamente sobre el sillón.
-Has vuelto…- dijo Artemis, acercándose a ella. Minako suspiró, resignada. - ¿No saldrás esta noche?
-No, está noche no, Artemis… creo que necesito un descanso. - Artemis se subió a su falda y luego refregó su cuerpo sobre ella. Minako acarició su cabeza con dulzura. Él notó la tristeza en su mirada. Solía regañarla por sus constantes salidas, por volver tomada y siempre bien acompañaba. Le reprochaba que debía ser más responsable, que no debía beber tanto. Pero, a decir verdad, entendía porque lo hacía. Ella se aseguraba de no tener un segundo libre en su día para no pensar, para evitar que su mente divague por los sucesos de los últimos tiempos, para evitar sentir culpas. - ¿Han logrado averiguar algo?
-Nada… no hay nada extraño, nada que hayamos notado al menos…- Minako suspiró. Sus ojos se llenaron de lágrimas.
-Mina…- Artemis se acercó a ella y lamió su rostro.
-Estoy bien. - dijo conteniendo las lágrimas. Se puso de pie y se acercó al sector de su sala de estar, en la que solía coser sus diseños. En la esquina, junto a la ventana, tenía un maniquí con es vestido de novia a medio hacer. Lo tocó con cierta nostalgia.
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-¡Si no te quedas quieta no podré tomar las medidas correctamente, Usagi!- dijo, mientras medía la cintura de la rubia de odangos.
-¡Es que me haces cosquillas! - Usagi trataba de hacer equilibrio sobre un banquito, en medio de una carcajada. Ella tomó sus medidas con alguna dificultad y luego tomó nota en una pequeña libreta.
-Listo, eso es todo. - Usagi suspiró.
-¡Por fin! Organizar una boda es más estresante de lo que había imaginado.
-¡Por cierto, Usagi!- Minako levantó el tono de su voz, emocionada, mientras juntaba sus manos. Luego corrió hacia un armario que tenía en su sala y sacó una fina tela color blanca. - ¡Mira! ¿Qué te parece? ¿No es hermosa? - los ojos de ella adquirieron un brillo especial al verla.
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Una lágrima rodó por su mejilla. El vestido aún seguía allí, también el diseño. Los fines de semana, cuando tenía un poco más de tiempo libre, dedicaba varias horas a confeccionarlo. Estaba decidida a terminarlo, sabía que Usagi lo usaría en algún momento.
-Mina…- dijo, pero ella no le prestó la menos atención. Se alejó del lugar y se dirigió a su escritorio. Abrió su notebook y comenzó a teclear. Artemis la observó, curioso. Observó como una imagen se proyectaba en la pantalla.
-Plut…
-¿Cómo has estado, Minako?
-La voy llevando…
-¿Cómo se encuentra ella?
-Igual, no hay ningún cambio.
-Ya veo…
-¿Has estado... en Tokio de Cristal?
-Todo sigue igual… nada ha cambiado. El siglo XXX está totalmente ajeno a lo que sucede allá.
- ¿Y Chibiusa?
-Ella es toda una señorita… Cada día es más fuerte… Las extraña… ¿te gustaría verla? - el rostro de Minako se iluminó de repente.
-¿Puedes hacerlo? - preguntó, sorprendida. Bien sabía que ella tenía prohibido mostrarles el futuro, o el pasado. O cualquier otro tiempo que no les pertenezca. Claro que lo tenía prohibido, pero romper las reglas por una buena causa era algo que estaba dentro de los estándares de Setsuna. Y vaya que era una buena causa. Sabía muy bien lo que Minako sentía, lo preocupada que estaba y lo culpable que se sentía. Hablaban a menudo, desde el accidente de Usagi. Minako la contactaba para saber del futuro, el hecho de que el siglo XXX siga ajeno a todo, que no se esté desmoronando, era señal de que aún no estaba todo perdido. Setsuna sonrió.
-No debería hacerlo… pero supongo que no le dirás nada a nadie…- Setsuna quitó el talismán de su cetro y, con la palma de su mano, lo llevó hacía adelante, hacia donde Minako pudiera verlo. En él se reflejó la imagen de Chibiusa, llevaba un vestido blanco, largo, su cabello había crecido un poco, unos cuantos centímetros más hacían a su estatura, su cuerpo comenzaba a tomar forma, su cintura se había afinado un poco, sus caderas estaban algo más anchas y sus pechos estaban comenzando a asomar. Caminaba por los jardines del palacio, entre las rosas rojas de la reina. La imagen duró solo unos segundos. Era lo mejor que Setsuna podía hacer sin ser descubierta. Los ojos de Minako brillaron.
-Gracias…- dijo, con cierta emoción. Mientras, Artemis observaba desde lejos. Setsuna volvió a sonreír. - Dime que debo hacer, Plut... ¿qué es lo que hace una buena líder en un momento como este?
-Minako...- Los ojos de Minako se llenaron se lágrimas. Los cerró con fuerza.
-¡Es que ya no puedo con todo esto! Yo... yo no he podido protegerla...
-No fue tu culpa... Ella despertará... es fuerte, su brillo no se extingue con facilidad.
-A veces pienso... que ella no despertará hasta que no encontremos el Cristal de Plata.
-Probablemente así sea... Mina, sabes que las casualidades no existen, ¿no es así? - Minako abrió los ojos y secó sus lágrimas con el dorsal de su mano.
-Plut...
-Existe una razón por la que ella ha tenido ese accidente, una razón por la que ella no ha despertado...- Minako tragó saliva, nerviosa. - Dime... ¿acaso no han podido sentir nada?
-Hemos estado alerta... Luna y Artemis han trabajado sin descanso... pero tal pareciera que no hay nada fuera de lo común.
-La oscuridad se acerca... Algo muy poderoso está asechándonos... Hotaru ha tenido algunas visiones... Haruka y Michiru están tratando de averiguar de que se trata...- Minako abrió los ojos.
-¿Por qué no me lo has dicho antes? - reprochó Minako, con algo de molestia.
-Porque aún no estamos seguras de que es lo que va a pasar. No quería preocuparte, Mina... Pero, hemos tenido una extensa charla las cuatro... y nos hemos puesto de acuerdo en que lo mejor es que ustedes lo sepan. Lo más importante ahora es proteger al príncipe y a la princesa.
-Mamoru...- susurró Minako. - Últimamente no se ha sentido bien... a veces siento como que su poder se está extinguiendo... ¿crees que él también...?
-Debes asegurarte que nada le pase... Haruka y Michiru están al pendiente, por si necesitan apoyo... Yo aun no puedo abandonar este lugar, lo siento.
-De acuerdo.
-Duerme un poco... no te ves bien...
-¿Dormir? ¿Para qué? Si estoy perfecta...- dijo Minako, con ironía. - No te preocupes por mí, estaré bien. - terminó diciendo con una sonrisa. Setsuna devolvió el gesto y, luego, acabó con la comunicación. Minako apagó su notebook y volteó a ver a Artemis, quien había escuchado toda la conversación.
-Mina... - dijo el gato al verla a la cara. Ella afirmó con la cabeza. Una sola mirada bastaba para entender lo que el otro quería decir. Minako tomó su celular y se dispuso a llamar a las demás. Pero, antes, miró la hora en el reloj analógico que tenía colgado en su pared.
-Doce y media... Quizás debería dejarlo para mañana. - pensó en voz alta. Miró su celular y notó que tenía varias llamadas perdidas y mensajes de whatsapp de Rei. Se apresuró a abrir los mensajes.
-Mina, ¿dónde rayos estás que no me contestas?
-Tienes que ver esto, tengo un mal presentimiento
A los mensajes le seguían una serie de fotos tomadas a su televisor, mientras daban noticias sobre los extraños asesinatos en Oxford. El último mensaje, era un link a una nota de un período online.
Minako abrió los ojos sorprendida. Las palabras de Setsuna retumbaron en su mente: "las casualidades no existen". Tenía que hablar con las demás de manera urgente.
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N/A
Amo, amo, amo, de verdad amo esta pareja. Se que muchos shipean a Minako con Yaten, tal vez esa sea una de las razones de esta historia, no he encontrado ningún buen fanfic en el que ellos sean pareja. La verdad no me gusta como se ve con Yaten, es decir, ella es mujer ¿no es así? Mmm… Tal vez me gane muchos "enemigos" por decir esto, pero de todas las temporadas de Sailor Moon, Stars es la que menos me gusta. Toei me cae bastante mal, no sólo hizo de Mamoru un hombre bastante frio, sino que también le inventó a Usagi una relación con un ¿no binario? (Sailor Moon, siempre un paso adelante, aun me sorprende la soltura con la que manejaba la homosexualidad en épocas en que era un tabú). Pero bueno, sobre gustos no hay nada escrito, y yo respeto a todos.
Hasta aquí los capítulos dedicados a nuestras heroínas. A partir de ahora, comenzará la acción. ¿Tienen ganas de un encuentro cercano de nuestras senshis con sus galanes? No se pierdan el próximo capítulo.
