—¡Cierra la puta boca, Ajin! —exclama el carcelero, propinándole una patada en la entrepierna— ¡Traidor de mierda! ¡Vende territorios! ¡No me vuelvas a dirigir la palabra!

—¡Dios! ¡Cof! ¡Cof! —carraspea Colt, tosiendo de manera febril—. Son unos salvajes. Yo solo pedí algo de agua. Tengo sed…

—Es lo mínimo que merecías. Ojalá te seques —aclara Gabriel, colgado de muñecas y tobillos— ¿A quién se le ocurre confiar en estos aborígenes?

Calabozos del palacio. Miercoles. 15:20PM.

—¿Quieres ya cerrar la jodida boca? —retoza el inglés, expulsando por la boca un resuello de flemas y angustia—. Gabriel. Cállate ¿O pretendes que estos ojos rasgados nos violen?

—Por mí no se detenga —se remueve altanero, el Agreste—. Mi trasero es de metal. ¡¿Me escuchan, depravados?! ¡Oigan! ¡VENGAN DE A MIL!

—¿Me quieres recordar el por qué te aliaste con este francés? —murmura Félix, colgado al igual que sus compatriotas castigados—. Me da mucha vergüenza ajena.

—Porque se casó con tu tía, Félix. Nada más —suspira su padre—. Pero no le guardo rencor. Es solo un pobre hombre que no quiere admitir la pérdida de su esposa.

—Te escuché, cabrón —rezonga el señor Agreste—. Solo espera a que tu queridísimo hijo se entere de lo mierda que eres.

—¿Lo ves? —farfulle Colton.

—Padre, ya sé que te comportaste como una basura conmigo en el pasado. Pero te juro, que nada del daño que me hiciste, provocó esto —aclara su hijo, azorado—. Te digo que jamás te delaté. No le conté nada a nadie. Yo no-…

—Tú podrás ser muchas cosas, Félix. Pero jamás un soplón. Ya sé —admite el mercader, de expresión postrada—. Sin embargo, lo cierto es que ahora moriremos todos. Por mis descuidos…

—En estos momentos solo importa mi posición —atañe el menor.

—No, hijo. En realidad, solo importan nuestras vidas. No caigas en miramientos —advierte su progenitor—. Tú vida vale mucho. Eres tu peso en oro, Félix.

—¿Y de qué forma puedo sacarlos de aquí? —revela Graham de Vanily—. Ya se sabe todo sobre ustedes. Y Kagami…puede que me escuche, si le explico la verdad. No obstante, ella…

—Félix. Respóndeme solo una cosa.

—¿Qué cosa? —arquea una ceja.

—La Shogun ¿Te aprecia?

—Eso creo.

—No, hijo. Hablo en retorica —insiste el mayor— ¿Realmente valora tu vida?

—Creo que sí…—resuelve el Hatamoto, retraído bajo un semblante incomodo.

—A qué punto.

—Al punto... —el rubio hace una pausa, desviando la mirada de manera austera—. Al punto de dejarme morir a su lado, supongo. Es complicado, papá. Los japoneses, no comparten la cosmovisión de la muerte como nosotros. Para ellos no es considerado algo malo —añade—. Y me atrevería a decir que se la pasan la vida entera, pidiéndola.

—¿Ves por qué es necesario entonces que se aferren a nuestra fe? El concebir esperanzas y temerle a la muerte, alarga la vida del ser humano en la tierra —explica el mercader—. Le permite existir mas años y evidenciar experiencias de transiciones fascinantes.

—Lo comprendo, Colt. Pero debes saber que no funciona así con ellos —relata Graham de Vanily, exhausto—. Han convertido la cotidianeidad, en el verdadero arte de vivir. Desde que se levantan hasta para servir una jodida taza de té. Todo para ellos es casi ceremonial.

—Ya veo. Así que a ti también te han lavado el cerebro —ríe su padre—. Te gusta bastante estar aquí ¿No?

—Este es mi hogar ahora, papá. No conozco otro —exhala el Hatamoto, apesumbrado—. Y si Kagami-san decide realmente expulsarme de Yamato, yo no…no tendré a donde más ir. Será mi fin.

—Nunca antes te vi expresar con tanta nostalgia el dejar un lugar en particular —expone el corsario, observándose las cadenas que cuelgan de sus tobillos—. La última vez que hablamos sobre ello, recuerdo que mencionaste tenerle pánico a despertar un día y notar que todo fue un sueño. Odiabas Venecia.

—Es que no quería volver. Mi vida era una mierda ahí. No tenía sentido ni propósito respirar, vagando en esos puertos y mendigando comida —musita el ministro, derrotado—. Comparada con la vida que tengo ahora, es todo un lujo.

—Félix. Tu nunca fuiste un muchacho que necesitara demasiadas cosas materiales. Siempre manifestaste conformarte con poco. Una cama cómoda y algo de alimento para llevarte a la boca —sisea su padre, con ligera suspicacia—. Quizás no te conozca tanto como quisiera. Pero lo que, si tengo muy en claro, es que eres hijo de Amelie. Llevas en el ADN las pueriles sensibleras de un chiquillo espiritual. No de quien le importe el dinero o el estatus.

—¿Qué…insinúas, Colt? —traga saliva, nervudo.

—No insinúo nada. Más que la pura y llana verdad del por qué tu corazón llora tan afligido —sentencia Colt, clavándole una mirada certera— ¿Quién es? ¿Cómo se llama? ¿Quién es la persona de la cual, te enamoraste y no puedes dejar ir?

—…

[…]

—¡Luka! ¡Luka!

—¿Marinette? —parpadea estupefacto, el varón— ¿Qué te ha pasado? ¿Por qué traes esa cara de espanto?

—Luka, tienes que ayudarme —suplica Dupain-Cheng, desesperada—. Es Félix.

—¿Félix? —se paraliza— ¿Qué ocurrió con Félix?

—Su majestad lo metió preso. A él, a su padre y a su tío —revela la muchacha, atormentada—. Lleva por lo menos dos días ahí. Y temo que Kagami esté pensando en hacerle algo. Si algo malo le llegase a pasar a Félix, Adrien…nunca me lo perdonaría. Te ruego, me ayudes.

Mierda. Félix, joder ¿En que puto lio te metiste? —despabila, tomándola por los hombros—. Tranquila, yo me encargaré. Hablaré con Kagami y trataré de averiguar bien que pasó.

—Eres el único que puede convencerla de perdonarle la vida…

—Descuida. Haré todo lo que esté a mi alcance —sentencia Luka, frunciendo el ceño en el proceso—. Por dios, mi niño…

[…]

—Luka Couffaine —firma Kagami, al a par que estampa un sello contra el papel. Sin duda estaba muy atareada con papeleo y burocracia como para darle toda su atención—. Príncipe. Su presencia me honra, como de costumbre. Pero como podrá darse cuenta tengo mucho trabajo y documentos que terminar. Y no recuerdo haber requerido llamarlo a esta hora. Nuestra cena es a las 20:00.

Despacho del Shogun. 17:50PM.

—Lo sé, majestad —reverencia el peliazul, sutilmente agraviado—. Estoy consciente de que no me convocó. Vine por cuenta propia. Solicito una audiencia. Extra oficial, claro.

—¿Una audiencia? —Tsurugi detiene sus quehaceres. Eleva la mirada, encorvando una ceja— ¿Es un tema de estado?

—No. Es más bien…algo personal —manifiesta Luka, timorato.

—Ah. Cosas personales —murmura la japonesa, trazándole una sonrisa sincera—. Pues si es algo de esa índole, no hace falta una audiencia. Esos protocolares momentos, son para casos estatales —se levanta—. Si cualquier día de estos, usted requiere abordar algún esquema en particular, o simplemente conversar trivialmente, yo con gusto lo recibiré. Después de todo, será mi esposo —se para justo en frente de el—. Así que dígame. ¿En que lo puedo ayudar? ¿Qué lo inquieta?

—Se trata de Félix Fathom.

—¿Qué pasa con Félix Fathom? —el rostro de Kagami se ha desfigurado casi al instante de oír su nombre. Su camarada ha callado de golpe, sospechosamente acobardado—. Vaya sorpresa me he llevado, excelencia. No tenía la más mínima idea de que usted y Félix fueran tan amigos. Supongo que ya se enteró de lo que pasó entonces.

—Las noticias en palacio vuelan, Tsurugi-san. Y por lo demás, con Félix solo somos buenos conocidos —explica Couffaine, de forma serena—. Comprenderá que ser un occidental lejos de su tierra, es un tanto desolador. El maestro Fathom me ha estado ayudando con mi proceso de adaptación. Es un conocedor de su cultura, tanto como si hubiese nacido aquí.

—En efecto. Félix fue un excelente Hatamoto. El mejor que he conocido —suspira, tediosa—. Me costará trabajo encontrarle un reemplazo. O capaz, ni lo necesite a estas alturas.

—Habla en pasado, como si ya lo hubiera colgado o algo así —sopesa el muchacho, incomodado—. Tengo entendido que sigue vivo, en los calabozos.

—Sigue vivito y coleando —comenta—. No quiero colgarlo. Solo lo voy a desterrar.

—¿De…? ¿Desterrar, dijo? —Luka endurece el semblante, en una mueca taciturna—. Con todo respeto, Kagami. ¿Qué fue lo tan terrible que hizo Félix para que desee tomar esta drástica decisión? Si usted lo expulsa de sus tierras, no tendrá a donde ir. Este lugar…es todo lo que tiene.

—No conocía esa faceta suya, Luka —espeta, suspicaz— ¿Desde cuándo tan preocupado por lo que le pase a ese traidor? ¿En qué le afecta?

—En mucho —reconoce el ojiazul—. Ya le dije, que es mi amigo.

—Dijo que solo eran buenos conocidos.

—Es…lo mismo. Similar —recula—. Todo amigo para mí, es relevante. ¿Acaso para usted no?

—No sabría decirle como relacionar lo que me menciona, príncipe —farfulle—. Yo no tengo amigos.

—No diga eso, por favor. Tiene a Marinette —desmiente Couffaine— ¿Acaso no la considera una?

—Marinette es casi parte de mi familia —adiciona la soberana—. Aunque en papel, en realidad sea de mi propiedad.

—Bueno. Ese es su caso. Félix no es una cosa que se pueda adquirir mediante un contrato —contradice el noble—. Y con todo respeto, a la señorita Dupain-Cheng la pondría muy triste saber su versión de los hechos. Ella si la considera su amiga.

—Está bien. Se lo concedo —asevera la Shogun—. Marinette es una mujer debi-…quiero decir, sensible. En eso se parecen mucho a Félix. Aunque a el no lo vea de la misma manera, dado que incluso consideré casarlo con su hermana.

—¿Qué? ¿Pretendía casarlo con Juleka? —rezonga molesto, el francés— ¿Y sin consultármelo primero?

—No tendría por qué. No es una decisión que le incumba —debate la mujer—. Fathom es mi Hatamoto, no el suyo.

—Al momento de contraer matrimonio con usted, automáticamente lo será —protesta—. Y por lo demás, no estoy de acuerdo con esa unión. La rechazo. Juleka es una mujer puritana y noble que no-…

—¿Está insinuando que un ministro de mi corte, no está a la altura de su hermana? —lo increpa.

—No. Digo que Félix no lo está —la impugna.

—Vaya amistad se gasta, eh —carcajea con soberbia, la nipona—. Con esos amigos, no quiero enemigos.

Arg, mierda. No es eso. No puedo decirle la verdadera razón o acabaríamos los dos compartiendo celda. Necesito concentrarme. Este tema me tiene de los pelos —Luka sacude la cabeza, recobrando la sensatez—. Le pido una disculpa. No me he expresado bien. Es que todo este asunto me tiene enmarañado. Y sigo sin entender que hizo el maestro Fathom para estar encarcelado. Si me lo pudiera explicar, tal vez sería mas fácil.

—Pues debería entonces estar mas aliviado. Dado que, si Félix se larga, no habrá boda que valga —se mofa, encogiéndose de hombros—. De acuerdo. En realidad, es más simple de lo que cree —le extiende la carpeta de cuero—. Estos documentos fueron confiscados por el general Kurtzberg. Pertenecen a Colt Fathom y su socio comercial. Según lo que ahí ponen, el reino de Inglaterra pretende acabar con el mío, mediante eliminar a unos paganos portugueses.

—¿El reino de Inglaterra? ¿Qué? ¿Qué cosas me cuenta? —. Eso es imposible. Los ingleses están más concentrados en América —lo escucha y no lo cree. Abre la carpeta, examinando detalladamente el contenido de los papeles—. Un momento. ¿De dónde sacó semejante conclusión?

—Pues ahí lo dice ¿Me cree loca? —refunfuña—. No me lo he inventado de la cabeza. Tanta imaginación no tengo.

—¿Usted leyó esto, majestad?

—Claro —se cruza de brazos.

—¿Sabe inglés? —espeta, arqueando una ceja— ¿Desde cuándo?

—Bu-bueno, no. No precisamente. No entiendo una bosta ¿De acuerdo? —admite Kagami, injuriada—. Pero estoy consciente de que es eso.

—¿Quién se lo tradujo? ¿Marinette?

—Por supuesto que no. Ella no ve temas de estado —chasquea la lengua—. Fue mi general.

—¿Nathaniel? —le cae el tejo—. Si. Claro que tenía que ser él. Maldito pedazo de mierda. ¿Quién más se podría beneficiar de sacar a Félix del puesto? Cabronazo. De seguro sigue empecinado con el tema del Hatamoto. Se va a enterar…—Couffaine levanta la mirada, determinado—. Majestad, me temo que le han engañado. En ninguna parte de estos documentos, se menciona que Inglaterra desee dar un golpe a su nación. Aquí solo hay patentes de corso, recibos de pagos, cartas con instrucciones de navegación y planos de construir iglesias.

—¿Acaso me está tomando el pelo, Luka? ¿Qué pretende? —lo fulmina con la mirada— ¿Dice que mi propio general me ha mentido en la cara?

—No pretendo nada, Kagami. Le digo la verdad —argumenta el varón, preocupado—. Y no. Sin duda no creo que haya sido con pérfidas intenciones, lo que el ministro le contó —. Claro que así fue, hijo de puta —. Digamos que tal vez solo hubo un error de traducción. Tal vez se entendió mal. No le voy a mentir. Es un hecho que, en occidente, en estos momentos se libran batallas de fe. Se debaten los territorios no conquistados. Y constantemente, se están haciendo negociaciones entre los tres imperios. No obstante, España y Portugal firmaron un pacto entre ellos. Uno secreto, que deja fuera a Inglaterra del reparto —desentraña, decidido—. Lo que la reina busca, es expulsar a los portugueses evangélicos de su territorio. No otra cosa.

—¿Qué demo-…? Alto. Espere. No vaya tan rápido —lo detiene, enteramente liada—. No entiendo nada. A ver si comprendo. ¿Colt Fathom es un pirata sí o no?

—Es un corsario —indica—. Contratado para saquear buques enemigos de la corona.

—Un pirata entonces.

—Un corsario, Kagami —insiste Luka, fatigoso—. Le ruego no sea tan cerrada con el tema y se abra a él. Quiera reconocerlo o no, los corsarios no son ilegales. Existen. Son parte de este mundo. Que a usted no le parezca una profesión noble, es otro asunto. Queda mas bien a la subjetividad de su moral y crianza. Y no pretendo hacerla cambiar de opinión.

—En efecto. Me parece vulgar y denigrante.

—Ya. Pero Colt no ha pirateado nada estando en sus tierras ¿O sí? ¿Acaso sufrió algún robo económico o contrabando? —apela Couffaine, a la clara lógica de la misma—. Vamos, que Inglaterra en ningún momento ha declarado enemistad con usted. ¿Es usted enemiga de su corona?

—No…que yo sepa…—desvía la mirada, confundida—. No me han hecho nada malo hasta el momento. Apenas sé de su existencia. ¿Por qué lo harían? Es más, muchos occidentales que han llegado a mis puertos son de allá.

—Eso es porque su padre jamás hubiera permitido comercializar con piratas —repara—. Eran solo negocios de mercaderes. No hay razón para que Inglaterra y japón se odien. Finalmente, casi ni se topan entre sí.

—¿Entonces no buscan conquistarnos? —pregunta la japonesa, arrojada a la verdad.

—Al contrario. Me atrevería a decir que buscan liberarlos de los portugueses. Tal vez si intercambiaran cartas consulares con la reina, podrían incluso llegar a ser aliados ¿Por qué no? —sugiere el francés, notando que ha dado vuelta la balanza con notoriedad—. No es descabellado. Déjeme decirle que los navegantes ingleses son excelentes. Los más profesionales. Le haría bien a Yamato tener un poco de su conocimiento.

—Yo…no…este…ah…mhm…

Kagami se ha desarmado ante tal discurso profético. Luka parece ser tan convincente, que no ve forma de refutarle. Todo lo que menciona, es lógico. Tan solo tendría que corroborar los textos con Marinette, por ejemplo. Otra persona que sabe leer el idioma. Se profesa vejada y bastante barajada. Como quien se divide en dos bandos. En esos momentos, como le hubiera encantado poder hablar con su difunto progenitor para corroborar viejas intenciones. Pero estando el, en el reino de los ancestros. ¿Qué más podía hacer al respecto? Solo confiar en el que se convertiría, en su futuro esposo. ¿Qué había de Nathaniel? ¿Realmente fue un error de traducción o algo más siniestro? Tsurugi era fiel practicante de sus leyes. Las hacía cometer al pie de la letra, con una devoción arcana impecable. Sin distinciones para nadie. Fuesen nobles o campesinos. Incluso familia. Y es que, en Yamato, todos eran presuntos inocentes hasta que se demostrara lo contrario. Los nipones eran una nación que por sobre todas las cosas, apelaban siempre al honor y la razón, apartando la maldad del ser humano a tan solo devenires o falta de comunicación. Aunque no estuvieran exentos de ella. No era como que en estas tierras no existieran ladrones, timadores, estafadores o mentirosos. Sin embargo, esa idílica noción del "mal interpretar", era pan de cada día. Después de todo, el lenguaje es complejo y las personas un océano de sentimientos. Caras vemos, corazones no sabemos.

Kagami lamentó por primera vez, el congojo de la ignorancia misma. Ya el simple hecho de no saber leer ni hablar en otro idioma que no fuera el nativo, la atosigó de mucha bronca. Frustración, más bien. ¿Era acaso una iletrada? ¿Una incompetente política? Había delegado temas como esos a Max, su ministro de relaciones exteriores. Pero ¿En qué clase de gobernante pretendía convertirse, si no tenia un choto de idea sobre que pasaba fuera de la isla? Las noticias que comparecía del viejo continente, eran escasas. Nulas e inexistentes. ¿En qué patético mundo vivía? ¿Una burbuja? Estrujó los puños, arrugó el semblante y soltó un graznido ofuscado.

—¿Majestad? —balbucea Luka, preocupado— ¿En qué está pensando ahora mismo? —. ¿Me habrá creído? Está muy molesta. Aunque…fui sincero. En parte…

—En algo tan patético, como el no saber nada de lo que pensé conocer desde siempre —admite la Shogun, azorada—. Luka. Le debo una disculpa. La verdad es que este tema me ha quedado grande. Y no es su culpa ni la de los Fathom. Es enteramente mía. Digamos que bajé la guardia, dado que no tuve las habilidades sociales necesarias para poder ser una líder digna y hablar con mi padre sobre otra cosa que no fuese local —confiesa, derrotada—. Debí ser mas astuta. Más indulgente. Más humilde. He caído en la trampa de la inexperiencia. Mis padres, esperaban tanto de mí. Y, sin embargo, ahora no tengo nada que ofrecerle a cambio. Me duele reconocerlo, porque soy una mujer muy orgullosa —admite, con la vista humedecida—. Pero admitir derrota, es muy honorable.

De alguna forma siento pena por ella. ¿O será lastima? No. Creo que es…empatía —Luka camina hasta ella, osadamente tomándola de los hombros—. Es usted una mujer muy sabia, Kagami. Aceptar un error, es lo más plausible que puede hacer. Me siento orgulloso de usted.

—Gracias, excelencia. Aunque no pretendo quedarme solo en lamentos —sisea Kagami, tomando cálidamente sus manitas de vuelta—. Me equivoqué. Emití mal juicio. Si hubiese sido solo una campesina de mierda sin importancia, le aseguro que cometo Seppuku sin mayores miramientos.

Dios. Esta chica es tan exagerada siempre. ¿Acaso no valora su vida? —aclara—. No toda equivocación merece el suicidio, Kagami. Desde donde yo vengo, existe un dicho. «Errar es humano. Perdonar es divino». Y aunque quizás usted comparta mas divinidad que otra cosa, no debe obviar su humanidad. Somos carne y huesos. Polvo somos y en polvo nos convertimos. Nacemos del vientre y terminarnos siendo abono para las plantas.

—Luka, es usted una caja de sorpresas —esboza Tsurugi, tímidamente ruborizada—. Nunca creí que fuese tan ilustrado al hablar. Le agradezco la compasión. Si bien no la necesito, sin duda tomaré sus dolos como propios. Me agrada…que sea usted mi futuro esposo.

—No busco ser solo un esposo. Quiero ser su amigo.

—¿Mi amigo…? —Kagami lo suelta, descarriada. Se gira, dándole la espalda—. Que gracioso. Es la segunda persona en menos de una semana que confiesa solo amarme como su líder. No como mujer.

—Oiga. ¿Qué dice? Yo no-…

—Quiero que lo liberen —le interrumpe de sopetón, sin permitirle acabar la frase—. A Fathom, me refiero. Creo en sus galanes propósitos. Me rehúso a cavilar que desee lastimarme a mi o a mi pueblo. Se ha comportado muy bien conmigo y ha sido un hombre honorable con mi persona —. Es un excelente amante, por lo demás. Solo me produce felicidad y placer. No merece mi odio. Fue muy lindo conmigo, como nunca antes nadie lo hizo —. Accedo perdonar a mi Hatamoto, puesto que, según las circunstancias, quedó en medio de la disputa.

—Félix es incapaz de traicionarla, majestad. El jamás haría nada que la lastimara con malvadas intenciones —asiente—. Se lo aseguro.

—Lo sé, Couffaine. Félix es un niño muy noble de corazón. Cada vez que lo veo a los ojos, es como leer un libro abierto —admite la Shogun—. Lamentablemente no tengo la misma percepción de sus familiares. Y no puedo hacer distinciones con ellos. Comprendo que no son piratas. Pero ahora declaro, que no me agradan los corsarios. No me interesa a que se dedican y no perdonaré sus ofensas —adiciona, furtiva—. Sera usted quien, en persona, lo saque del calabozo. Pero también, le ordeno que les transmita mi carta de desahucio —se la entrega entre los dedos—. Comuníqueselo.

—Como usted ordene, Kagami —reverencia Luka, aceptando el documento— ¿No desea que sea el general Kurtzberg quien haga esto? Después de todo, es su mi-…

—Del general Kurtzberg me encargaré yo, luego —gruñe, molesta—. Haga lo que le pido.

—Kagami ¿Esto que es? —examina su futuro cónyuge—. No los va a matar ¿O si…?

—No. Nada de eso —niega la muchacha, extraviándose por la sala—. Es lo más sensato que se me ocurrió. Lo lamento por Félix, pero no pretendo causarle un dolor mas grande. Es lo que hay.

—¿Lo va aceptar? —inquiere Luka—. Me refiero a su decisión.

—Lo conozco como la palma de mi mano. Sé que lo hará —determina—. Es lo mejor, para todos.

¿Cómo la palma de su mano? Un momento. No me vengan con estas estupideces. Una mujer de tal índole no confesaría esto, sin antes…—. De acuerdo. Aunque Es curioso ¿Sabe? —exclama Luka, desplazándose hacia la puerta—. Así como Félix es mi mejor amigo. Veo que también es el suyo. A pesar de que dijo no tener amigos. Se toma muy en serio esto de los Hatamotos, majestad.

—No seas tan inocente, Luka —ríe Kagami, revelando lo que temía sin preámbulos ni mayores jactancias—. Félix es mío. Al igual que Marinette. Se que el termino no te agrada. Pero tal y como mencionaste antes, no pretendo cuestionar tus valores. Estas son mis tierras. Mi moral y mis leyes.

—Comprendo —masculle, disimuladamente receloso—. Así que se acostó con él entonces.

—¿Por qué le respondería eso? —se encoge de hombros, sin ninguna importancia. Lo ha revelado sin arrugar el ceño. Casi con orgullo— ¿Acaso yo le pregunto con quién se acuesta usted? Váyase acostumbrando a la idea. Porque, así como permito que mis concubinas le asistan, yo también tengo lo mío. Ahora libérelo. Necesito hablar con el de un asunto importante.

Vaya sínico me saliste, Félix. ¿Con que muy ofendido con lo mío con Iris? ¿No? Casi me hace tarugo —Couffaine le regala una sínica sonrisa, llena de malicia y asco que no revela—. Con gusto lo haré. Permiso…

[…]

—¡Su alteza real el príncipe consorte Luka Couffaine está aquí! —vocifera el guardia, abriendo la celda— ¡Reverencien!

¿Cómo íbamos a reverenciar? Tarados subnormales. Llevamos dos días colgados de muñecas y talones contra una viga de madera anti higiénica. Tengo el torso desnudo. Solo me dejaron el taparrabo que estos estúpidos consideran importante. Mi padre y Gabriel están igual o peor que yo. ¿Esto que es? ¿Una treta? ¿Un juego? ¿O en serio pretenden incentivar el morbo de que el hombre que amo me vea colgado así? Luka hace ingreso al calabozo. Me examina, de pies a cabeza. Cual trozo de carne listo al matadero. Carajo, nunca antes me vi tan expuesto ciervo a la mirada ajena. Hubiese aceptado que medio planeta me viera así. Pero no el. No el chico de mis sueños. ¿Qué pretenden? Dentro de mi absurda y morbosa cabeza, imaginé que lo excitaría. Sin embargo, estaba muy lejos de aquella aversión. Couffaine me miró y rehuyó de la mirada, casi asqueado; nauseabundo. ¿Es mi fin? Kagami…me va a exiliar…

—¿Va a hablar o qué? —lo increpa un soldado— ¿Cuáles son las instrucciones?

Cállate, pendejo —azora Luka, desentrañando un texto entre sus sedas—. Antes que todo. ¿Por qué el maestro Fathom tiene una magulladura en la frente? ¿Acaso tú lo lastimaste?

—¿Qué? ¡N-no! ¡Por supuesto que no! —desmiente el guardia de seguridad, pávido— ¡El idiota se golpeó solo! ¡Créame! ¡Llegó así!

—¿Es eso verdad, Félix? —sugestiona Couffaine.

—Si, majestad —asiente Félix—. Fue una torpeza de mi parte. Este hombre no tuvo nada que ver. Aunque muchas ganas de que pague por los tratos que nos dio, tengo. No voy a mentir.

Mientes con solo lo que te conviene ¿No? Tan escurridizo como un viejo zorro. Engañarías a cualquiera con esa carita que te cargas —carraspea de vuelta—. De acuerdo —despliega el documento y lo lee a viva voz— ¡Esta es la voluntad del Shogun de Yamato! —recita— «Félix Fathom. Por orden del Shogun Tsurugi, quedas libre de cualquier injuria. Regresarás a tus habituales funciones, conforme la ley del reino lo dictamina. Todo cargo de culpa ha sido levantado. Sin embargo. Colt Fathom y Gabriel Agreste, no correrán el mismo destino. Se les acusa de piratería. Algo ilegal en esta nación. Por lo que serán marcados con el cuño de los ladrones. Sus permisos de comercio serán recovados y ambos, exiliados de japón. No volverán a pisar esta nación ni tampoco Yamato; por lo que les queda de vida».

—¿Exiliados…para siempre? —repite el ministro, aterrado—. Pe-pero…eso significa, que no volveré a ver a mi padre…

—Es eso. O la muerte —sentencia Luka, desviando la mirada tan acongojado como el—. No hay nada que pueda hacer al respecto. Perdóname…

—¡Óyeme, niño bonito! —vocifera Gabriel, ofuscado— ¡Nosotros no le hemos robado ni un solo peso a esta nación! ¡No somos esa clase de piratas! ¡Somos corsarios mercantes solamente!

—Gabriel, guarda silencio —asiente Colt, asumido frente la idea—. Es un trato justo. Prefiero eso, que la horca.

—¡Pero es injusto! —chilla su socio— ¡¿A dónde iremos entonces?!

—Ya encontraremos otras rutas para mercadear. Sabes que nunca nos ha faltado el ingenio —admite el señor Fathom; quien alza la vista, observando aliviado a su hijo—. Al menos, Félix podrá conservar su hogar. Con eso me basta. Nunca debí involucrarlo en primer lugar. En verdad lamento mucho todo esto.

—Papá…

—Ya bájenlos —dictamina el príncipe, retirándose—. Es todo por ahora.

Me han quitado las cadenas, descolgándome como un cerdo listo para la faena. Me perdonaron la vida. Solo que esta vez, no hay victoria que celebrar. Es una derrota tan amarga como la misma sentencia de muerte. Mi padre ha aceptado el sacrificio, con tal de darme un futuro digno. Es algo, que nunca creí que saldría de él. Colt demostró tener corazón después de todo. Aunque eso signifique, despedirnos para siempre…

Esa tarde, papá y mi tío fueron trasladados a las barracas. Con la fragua a tope contra un fierro caliente, ambos son marcados con la deshonra en las mejillas. Una cicatriz es fácil de borrar, con el paso del tiempo. Sin embargo, la perdida, es de esa clase de heridas que no sanan jamás. Una que no cerrará, al menos no para mí. Kagami fue tan indulgente conmigo, que les regaló una carreta y un burro para trasladar sus pertenencias. No se las cobraría.

Nuevamente estábamos frente a frente, despidiéndonos en un adiós perenne. Luka se ofreció a acompañarnos en todo momento. Ahogado en lágrimas que no se me permitían expresar, nos dimos un abrazo fraternal. Creí que Gabriel al menos mostraría algo de compasión por mi primo. Tal vez verlo por última vez. Más no lo hizo. Su corazón se había colmado de tanta desidia, que no dejó paso a la nostalgia. Se montó sobre el carromato y fingió apatía. Colt me sujetó el rostro, en un suspiro optimista.

—No será para siempre, hijo —siseó, cándido—. Ten fe. A donde sea que vaya, estarás presente en mí. Sé feliz ¿Ok? Por ambos. Estoy seguro que aquella persona que amas, logrará amortiguar un poco este agrio pasaje entre ambos.

¿Persona que ama? ¿Colt sabe de lo nuestro? —piensa Luka, restado de la conversación.

—Ve con cuidado, papá —asiente el inglés, separándose suavemente de sus manos—. Tú también estarás en mí. Con la esperanza de que algún día, nos volvamos a topar en algún camino.

—Que dios te escuche y el diablo se haga el sordo —ríe jubiloso, el mercader. Acto seguido, se voltea a Luka—. Príncipe. Gracias por sus menesteres. Por favor cuide bien de mi hijo. Se ve que le tiene aprecio y son buenos amigos.

—L-lo haré, señor…—reverencia Couffaine, aludido en un rubor endeble, frente a sus palabras—. No se preocupe, Félix estará a salvo…a mi lado.

Los veo transitar por el largo y ancho del puente, mientras dos grandes puertas se cierran desvaneciendo sus reflejos. Buen viaje, Colt. Y gracias por todo.

—Si quieres llorar, puedes hacerlo en mi hombro —sugiere Luka, intranquilo.

—Gracias, majestad —sisea Fathom, fregándose los parpados—. Pero estaré bien.

—Félix. No tienes que fingir conmigo —se gira, preocupado—. Tú sabes que yo-…

—Usted lo hizo ¿Verdad? Usted convenció a Kagami de soltarme —examina el rubio. Su camarada asiente— ¿Qué le dijo? No había forma de persuadirla de lo contrario. Esos papeles, estaban claros. Las intenciones de mi padre, eran obvias.

—Solo apelé a la bondad de Tsurugi —admite Luka, rascándose la nuca un tanto osado—. Y…digamos que omití ciertos detalles, je.

—¿Mintió? —parpadea.

—Que fea palabra, maestro Fathom —bromea el peliazul— ¿Insinúas que los nobles mentimos?

—Son expertos en la materia —el ojiverde se encoge de hombros, ensimismado—. No vamos a engañarnos. ¿O sí?

—Bueno, supongo que en eso tienes razón —bufa Couffaine, entretenido—. De alguien habré tenido que aprender dotes de hipocresía.

—¿Y por qué me mira con esa cara de bribón? —espeta Graham de Vanily, abochornado— ¿Yo que tengo que ver?

—Ya lo has dicho, Félix. No nos vamos a engañar —murmura, a escasos centímetros de su rostro—. No ahora que sé, que te acostaste con Kagami de la misma forma en que yo lo hice con la cortesana.

—¿Q-que dice? —se retrae automáticamente— ¿Quién le dijo algo como eso? —. Mierda ¿Cómo se enteró? ¿Quién le contó?

—¿Es en serio, señor ministro Hatamoto honorable? —esboza, arqueando una ceja de manera altiva—. Definitivamente tendrás que mejorar tus habilidades. Eres muy malo en ello. Aunque no te recomiendo confiar tanto en tus amantes. Son algo deslenguadas.

—Ah. Que fastidio —el inglés se toma la cabeza, mosqueado—. Así que fue Kagami en persona. ¿Por qué no me extraña?

—A mi tampoco me extraña. Lo que me sorprende, es que hayas tenido el descaro de reclamarme algo que tú también hiciste —le enseña el dedo índice, juguetón—. A partir ahora, tendrás tejado de vidrio, jovencito.

—Se está divirtiendo ¿No es así? —masculle el menor, abrumado—. Para usted todo es un juego.

—¿Qué pasa? ¿Tanta vergüenza te da admitir que te gustó? ¿O es que acaso es todo lo contrario? —chista el soberano, cubriéndose la boca con ayuda de su manga—. Ahhh…comprendo. Fue tu primera mujer. No te culpo, si de alguna forma te dejó embelesado. Me pasó también de joven. Solo que ahora, bueno…refiné mi paladar.

—Ya basta. Deje de burlarse así —contradice el consejero, regresando hacia el castillo—. N-no le voy a mentir de que si me agradó bastante. Pero lo cierto es que no es un tema que me guste hablar con usted.

—¿Por qué no? Creí que nos teníamos confianza —lo persigue, hasta alcanzarlo—. Anda, vamos. Cuéntame. ¿Qué se siente estar con una mujer que te ve como un trozo de carne solamente?

—¿Sabe? Referirse así de Kagami-san no lo convierte en ningún santo de lo moral —gruñe Félix, acelerando el paso—. Ustedes los nobles están convencidos de que una vez se acuestan con alguien, ya les pertenecen. Algo así como una marca. Bastante bizarro. Y en lo que a mí respecta, yo no-…

—¿Quién ha dicho que me perteneces por eso? —Luka lo detiene de sopetón, jalando su antebrazo con brío. Lo rota reciamente, develando—. Tú eres mío, no porque hicimos el amor. No me vuelvas a comparar.

—¿Q-que demonios está diciéndome? ¿Y delante de todos? ¡Baje la voz! —chilla el Hatamoto, rojo como un tomate maduro— ¿Desde cuándo usted…?

—Ya me cansé, Félix. Mi paciencia también tiene un límite. Dices que todo me resulta un juego —lo increpa, ofendido—. Pero el único que juega aquí con mis sentimientos, eres tú. Te dije que te necesitaba. Te confesé que quería estar contigo. Hasta te ofrecí que vinieras conmigo. Que huyéramos. Sin embargo, pareciera que solo te importa escuchar, si te amo o no. Y no ves nada de lo otro que hago por ti —añade, físicamente alterado— ¿Qué acaso no te das cuenta que fui yo, quien te salvó la vida? ¡Yo intercedí por ti! ¡Si no me importaras una mierda! ¡¿Tu crees que yo hubie-…?!

Shh…ya…—lo acalla, posicionando uno de sus dígitos contra sus labios—. Perdón. Tiene razón. He sido desconsiderado. Es solo que…este no es el mejor lugar para hablar de nuestros sentimientos.

—Para ti nunca es el lugar ni el momento apropiado —contradice Couffaine, apartándolo de manera agraviada—. No lo fue en el palacio. No lo fue en el festival. Ni si quier-…

Fui yo —revela Félix, de pronto. Lo jala hacia un costado, asegurándose de que nadie los observe; en la penumbra de una casona—. Yo lo hice.

—¿Ah?

—Yo fui el de las cartas al periódico. Esos poemas, se los escribí yo, como una forma de desahogarme y demostrar lo que sentía —confiesa Fathom; de mirada circunspecta y mejillas coloradas—. A pesar de que era obvio y usted ya lo sabía, entiendo que deseaba escucharlo de mis labios. De la misma forma en que yo quería verlo pronunciar esa palabra.

Ya lo sabía. Aunque me alegra que lo diga de frente, sigo molesto —. No sé qué clase de imagen o idea extraña tengas sobre las relaciones. Pero así no es como funcionan —advierte el peliazul, turbado—. El amor no tiene por qué doler.

—Lo siento ¿Ok? —admite el rubio, agobiado—. Nunca antes…me enamoré de nadie. Y no creí que fuese algo tan poderoso. No sabe la cantidad de noches y días que me he pasado dándole vueltas al asunto. Es tan ajeno a mí, que desconozco sus artimañas. Sus dolos. Sus formas. Lamento que mi inexperiencia lo haya arrojado a la angustia misma. No obstante, príncipe…—añade, depositando tiernamente sus manos contra su pecho—. Yo…yo también me muero por estar con usted. Y aunque no sepa nada, nadita de nada sobre como funciona esto. Quiero que sepa que estaré por siempre infinitamente agradecido por salvar mi vida y la de mi familia. Si eso no es amor verdadero, entonces no sé que es. No hallo forma ya, de expresarlo…

—Félix —susurra el noble, extasiado en avidez. Envuelve sus manos entre sus dedos, acortando la distancia que los separa—. De acuerdo. Lo entiendo. Tienes una forma distinta de expresar el amor. Ahora lo comprendo. Tu familia es muy importante para ti.

—Es todo lo que tengo, mi señor —exhala Félix, febril frente a dadivoso tacto—. Eso incluye a mi primo hermano. La razón por la cual no pude aceptar su propuesta, no fue otra si no el compromiso que le debo a el y a Marinette. La situación de ambos es mucho mas compleja de lo que cree.

—¿Qué es lo que está pasando con ellos dos? Anda, puedes decírmelo —expresa el ojiazul, masajeando la calidez de su mejilla con suavidad—. Solo quiero…hacerte feliz. Por favor, te ruego me concedas este capricho. ¿De que manera te ayudo?

—Usted es tan lindo conmigo, Luka —esboza Fathom, frotando melosamente aquel grácil gesto contra sus labios—. Tan condescendiente…—y reparte besos entre sus nudillos—. Pero no sé de que forma podría hacerlo. Es casi un asunto de estado.

—Tiene que ver con Kagami ¿Verdad?

—Si. Tiene todo que ver con ella —eleva la mirada—. Le voy a contar. Pero por favor, le ruego tomarlo con la importancia que merece. Porque sin duda, es algo que cambiará el rumbo de todo.

—Bien. Tenías razón —ratifica, comprometido.

—¿Huh? ¿Con que?

—Conque no es el lugar para ello —confirma Luka—. Ven a verme esta noche a mis aposentos. Hablaremos de eso. Solos, los dos.

—¿Es una especie de cita? —sugiere, coqueto.

—Si quieres tomarlo como tal, por mi no hay problema —sonríe garboso, depositando un beso casto contra su frente—. Haré que nos preparen algo para comer. Aunque cambiando de tema. Kagami demandó una audiencia contigo. Será mejor que vayas a verla. No quiero levantar sospechas.

—De acuerdo, iré —suspira—. De igual forma, ya sé de que tratará. Está muy concentrada en el tema de su matrimonio con usted. Su boda, es inminente.

—Y al parecer la tuya con Juleka también —desaoja el regente, receloso—. Aunque quiero que sepas desde ya, que no la avalo. No tienes mi aprobación. Yo jamás te entregaría la mano de mi hermana. Tu mano es mía.

—Que chistoso que lo mencione así —ríe modestamente, el plebeyo—. Parece muy celoso.

—Lo estoy —berrea Couffaine, imperioso— ¿Algún problema con eso?

—Jajaja —carcajea Félix, propinándole un suave empujón hacia atrás—. Realmente ninguno. Es solo que hace un tiempo atrás, era usted quien me decía que yo era el escamado. Ahora mírese —se aparta, retomando el camino—. Se ve fatal, alteza. Resultó que el celosín, no era yo. ¿Karma?

—Payaso —chasquea la lengua— ¿Quién es el que se divierte ahora?

—Jaja…sin duda yo —le guiñe el ojo—. Nos vemos esta noche entonces. No coma ansias.

—Tsk…—Luka lo ve partir, frustrado—. Maldito enano pelo de trigo, exquisitamente engreído. No tienes idea de cómo me traes…

Fue todo un bendito fastidio. Kagami ni si quiera poseía el tiempo para recibirme. Se tuvo que hacer un espacio en su "apretada agenda" dijo, para darme crédito a conversar. Aunque en el fondo yo noté todo lo contrario en ella. Era una mujer tan orgullosa, que ocultar falsamente su alivio por verme reanudar mis funciones como ministro, no surtió efecto en mí. Se moría de ganar por retomar platicas. Incluso si eran triviales. Tras interrogarme arduamente sobre los planes de mi desterrado padre, congeniamos en alinear porvenires sobre su matrimonio y el destino de Yamato. Confesó interés político por construir una basta red de relaciones consulares con Inglaterra. Algo que en un principio me descompaginó. Pero que tenían un cierto grado de obviedad, luego de lo sucedido con los documentos filtrados. También añadió un indiscreto deseo por aprender inglés y desempeñar culto de otras religiones. Me demandó, ser yo en persona quien la pudiese instruir en ello. Tsurugi siempre ha sido una devota creyente de mis habilidades. Unas que, según yo, escasean en mí. No las tengo. Sin embargo, insiste de manera empecinada y obtusa en que sea yo el erudito a sus sapiencias. Acepté. No puedo negarme. Ya me las arreglaré luego. La boda era un hecho.

Para cuando hice abandono de su oficina, Marinette fue la primera en recibirme en el pasillo. Corrió hacia mí, arrojada cual cristiana a una imagen católica. Me abrazó. Me contuvo. Me pidió perdón por el destino de mi familia y se encargó de recalcarme que no estaba solo aún. Adrien me necesitaba. Mi primo es todo lo que me va quedando de mis raíces. No hay forma de que pueda abandonarlo. Le aseguré con vehemencia que estaba muy pronto de conseguir algo bueno para ambos. Vislumbrar conferirme esa sonrisa rigurosa, pero al mismo tiempo añorada, me devolvió el alma al cuerpo. No todo está perdido.

Vi desfilar soslayado al general Kurtzberg. Portaba una catadura de ultra tumba que no dimensioné antes. ¿En que lio se ha metido ahora? Siento lastima por él.

Pobre diablo.

Me invitaron a una cena protocolar. A la cual decliné asistir aparentando estar consumido por tanto maltrato hacia mi persona en el calabozo. Me creyeron de una, sin reclamos de por medio. No me interesaba en lo más mínimo, los detalles de ese matrimonio arreglado. Ya sé de qué va. Por el contrario, estoy concentrado airosamente en mi cita. Hay un joven príncipe que me espera en su cuarto esta noche. Así que me di un buen baño aromático, vestí mis mejores prendas y a eso de las 23:50; cuando todos yacían en sus habitaciones dormidos, me aventuré a visitar el suyo.

Tal y como me lo aseguró en la tarde. Estábamos solos. Completamente, en solitarios. Íntegramente acompañados melódicamente por las cigarras nocturnas de primavera. Y uno que otro movimiento grácil de su estanque de limpia agua. Éramos Luka y yo. Yo y Luka. Debería decir ya ¿Mi príncipe y yo? ¿Mi amado y yo? O algo más cursi. ¿El amor de mi vida y yo? Deseo reír de alegría. Me contengo.

Me recibió con un banquete de lujo, apoteósico. Como quien, le da la bienvenida a un emperador. Me ruboricé. Es tan detallista, joder. No escatimó en nada. Hasta prendió mi incienso favorito. El de canela con romero. El aroma que deambula en el ambiente me estimula a sincerarme. Que hombre tan perfecto. Es un caballero. Un sujeto ilustrado. Y no hay nada más atractivo para mí, que una persona que sabe de cultura.

—Espero sea de tu agrado —manifiesta Couffaine, exponiendo la lista de alimentos por la mesilla—. Recordé que me comentaste hace un tiempo, que te maravillaste con los fideos fritos en salsa de soja. Y las verduras hervidas. Sé que te gusta mucho comer vegetales. Es lo que mandé a preparar para ti.

—Que buena memoria tiene, excelencia —confiesa Félix, flectando sus rodillas hasta sentarse frente a él. Se ha maravillado con todo presente—. En efecto. En esta nación aprendí a consumir muchos víveres orgánicos. No sabe cuánto me gustan las frutas y los follajes. Acá también preparan los hongos, de una manera muy rica. Nada toxico. Y las algas.

—Las algas son apetitosas. Pero de postre irrumpí un poco en mi imaginación —incursiona Luka, timorato—. Perdona si no te gusta. Es que hice traer trozos de melocotón añejados en miel. ¿Te gusta el melocotón?

—Me encanta. Nunca antes probé nada igual —sisea Fathom, sonrojado—. Sin embargo, veo poca proteína animal en la mesa. ¿No va a comer nada?

—¿Por qué dices eso?

—Es que sé que a usted le fascina la carne. Sobre todo, la de cerdo —advierte el rubio—. Por favor, no se prive con mis gustos. Estoy muy consciente que le sabe sabrosa.

—Jajaja. No es ningún sacrificio, si lo dices así —revela Luka, restándole importancia. Y de paso, sirviéndole un trago de sake—. Puedo comer toda clase de carnes, en todo el añ escatimo en nada. Esta es tu cita ¿No?

Nuestra cita —aclara Graham de Vanily, deteniéndolo en el acto—. Luka, le pido no se limite conmigo. No crea que no tenemos cosas en común. En cuanto a la bebida. Sin duda en eso estamos alineados. Déjeme servirle yo el trago —vierte la botella de sake caliente contra su vaso.

—¡Jajaja! ¿Acaso estamos teniendo nuestra primera discusión gastronómica? —bufa el francés, divertido.

—Para nada —aclara el inglés, espantado—. No estamos discutiendo ¿O sí?

—No. Sin duda que no —chista el peliazul—. Solo estamos intercambiando ideas distintas. Quiero que sepas que no todas nuestras diferencias, tienen que ser motivo de conflicto.

—Al contrario. Todo símbolo desigual es ávido de poder y mucho sabio conocimiento —espeta jocoso, el rubio— ¡Kampai! —brinda.

—Es deliciosa…—murmura Luka.

—¿La bebida?

—No. Tu compañía —aclara el noble—. Félix, eres un chico tan maduro, tranquilo e instruido. Tienes todo lo que a mí me falta.

—Bueno. Bien dicen que un rompecabezas no se arma con piezas iguales ¿No? —comenta el ojiverde, cogiendo palillos. Agarra un trozo de fideo y se lo lleva a la boca—. Mhm…Luka. Sabe increíble.

—Tú me regalas mucha paz. Algo así como el abrazo de mi madre —confiesa Couffaine, agraviado —. Sírveme otro —demanda, levantando su mano.

—¿Tan rápido se embriagó? —cuestiona, obedeciendo. Rellena— ¿O es que acaso quiere hablar de su familia?

—Para nada. Mi familia no es digna de ninguna proeza —repara Couffaine. Sin embargo, pretende sincerarse en el acto. Confiesa—. Mira. Te voy a contar todo ¿Ok? Siempre y cuando me digas, que demonios pasa con Marinette y Adrien.

—De acuerdo. Pero ahora, quiero que se concentre en esto primero. La noche es joven —bosqueja el inglés, atrapando entre palillos uno de los ingredientes—. Tome. Pruebe este nabo agridulce.

—¿Me estás dando de comer en la boca? —situa Luka, bastante estimulado—. No soy ningún niño ¿Sabias?

—Ya sé. Tan solo buscaba agasajarlo —profesa Fathom, entretenido—. Ya. Diga "ahh". Ahí va la comida…

—Tsk…chistosito. Y yo como tonto te sigo el juego —confiesa su camarada, abriendo la boca para tragar y masticar la verdura—. Mh…si, bueno. No está mal. Aunque creo que tenias razón. Sin duda preferiría que me dieras a comer algo de carne. Como una salchicha o algo así.

—N-no empiece con sus obscenidades —avergonzado, le estampa una bola de arroz en toda la jeta—. Trague y coma.

—Jm —mastica, jocoso—. Amo cuando se pone así de nervioso. Es tan lindo.

No llegué a dimensionar lo bien que nos llevábamos, hasta que nos dejamos caer en la candidez de la velada. Me di cuenta, que Luka me gustaba más de lo que creí. Y ya no era algo meramente químico. Había cierto dejo de conexión ancestral entre nosotros. Me agradaba su humor, por sobre todas las cosas. Es un chico muy gracioso y elocuente. Hacía tanto que no me reía así. Lo extrañé. Además, la forma grácil con la que me prestaba atención a la hora de relatarle mis proezas de antaño, era atrapante. Sus ojitos titilaban deslumbrados por mi voz. La luminiscencia carmesí de las velas hacía lo suyo, jugando un papel protagónico en el ambiente. Luka provoca en mi una sensación de paz que nadie mas logró jamás. Como un hogar. Un sitio al cual volver luego de una batalla sangrienta. Parecíamos dos niños pequeños, construyendo un collage de ideas que iban y venían.

De pasarnos a trivialidades, nos arrojamos al sentimentalismo. Y finalmente, a la espiritualidad de aquel encuentro.

¿Qué es la panspermia del universo? Por ahí escuché a uno que otro borracho en la maldita ruta de la seda, hablar de ella con mucha arrogancia. En lo que a mi respecta, es algo así como el meollo del asunto de un problema en particular. Si. Fue eso lo que Luka me reveló esa noche. Eran pasadas las 2:10AM. Y si bien nos devoramos todo en la cena, estábamos mas empecinados en beber y perpetuar narrar relatos recónditos; que otra cosa. Para nada sexual y lascivo. Ambos terminamos recostados sobre un tatami improvisado en el pasto jardín; de sus aposentos. Mirando estrellas, contemplando la inmensidad de lo onírico; abrazados cual dos enamorados quinceañeros. Sin embargo, ni el ni yo mostramos otras intenciones. Fue aquel momento en que me atrevería a confesar, que alguien se abre de pecho. Luka y yo, lo hicimos. Yo le manifesté toda mi vida desde la infancia hasta Yamato y el, hizo lo mismo. A partir de su nacimiento en Galicia hasta sus años mozos en Mongolia. Protectorado de china y parte de corea. ¿Realmente sobrevivió a dichas proezas? Era un hombre muy valiente. No envalentonaba su placer culpable por algunos vicios, como las peleas de mantis, el consumo de opio, el sexo casual o la bebida en exceso. Mi príncipe profesaba un lado oscuro también, como todo ser humano. Y no era algo que lo avergonzara. Por el contrario, sopesaba ocultar un corazón noble por sobre aquellas profanas prácticas. Yo lo amo así, tal cual como está. No hay nada que le cambiaria. Es perfecto…

—No te voy a mentir. En verdad extraño muchísimo Macao. Si tuviera que compararla con Yamato, sería lo mismo que figurar un estanque con un océano —revela Couffaine, examinando los astros que brillan en el cielo—. Era el centro portuario más indómito de toda Asia. Los chinos son una cultura fascinante, proporcionada de mucho avance tanto social como tecnológico —añade, acongojado—. Y era mío ¿Puedes creerlo? Por un tiempo, lo fue. Aún así, creo que no volvería ¿Sabes? Por un tema más bien moral.

—¿Es por lo que me comentó de los Bourgeois? —consulta Félix, indiscreto— ¿O porque trabajaba para el gran Khan que es básicamente enemigo de Japón?

—Por ninguna de las dos. No me interesan los temas políticos —expresa el peliazul, acariciando los cabellos de su compañero—. Dije que la extraño. Pero no de la forma en la que uno podría sentir nostalgia plausible. Si no mas bien, con cierto resquemor de dualidad. Mis mejores y peores licitudes los malgasté ahí. Todo lo prohibido que hay en mí, lo aprendí en Macao. Por esos años, yo era mucho más joven e incauto —revela—. No le tenia miedo a nada. Hice y deshice a voluntad, sin una pisca de culpa. De alguna manera, me terminó pervirtiendo.

—Entonces…—Fathom eleva la mirada, inquieto— ¿Dice que por culpa de su vida en Macao es que le gustan los hombres?

—Nah. ¿Qué tontería es esa? —bufa el francés—. A mi siempre me gustaron. Desde que tengo uso de razón. Creo firmemente que la gente no se hace. Se nace. ¿O me lo vas a negar?

—No podría negarlo ni tampoco admitirlo tan abiertamente, mi señor —balbucea Graham de Vanily, confundido—. Lo cierto es que, en Venecia, ningún varón llegó a llamar mi atención así. Y ya no lo digo como una forma de blanquear mi imagen, puesto que no me da vergüenza. Por muchos años, pensé que se debía a mi falta de interés. O de tiempo. Pero ahora que lo conocí a usted, veo claro el farol al final del puerto —manifiesta, levantando la mitad del dorso hasta quedar semi acostado sobre su pecho—. Fue el destino, Luka. Yo estaba destinado, a encontrarlo. Conocerlo, fue darme paso a experimentar la gloria en la tierra.

—Supongo que en eso somos dos. Yo tampoco me había enamorado así de nadie —proclama su amante, acariciando dócilmente su mentón—. Y mira que experiencia en el tema tengo de sobra. Aún así, siento que al igual que tú, estaba esperándote. Aguardando en silencio. Sellando mi corazón, hasta encontrarte.

—Y nos encontramos. Aquí, en japón. Yo un inglés. Usted un francés —esboza pueril, el rubio—. Mire en donde estamos ahora. En el palacio real de una Shogun. ¿No cree que es increíble?

—Creo que es…perfecto —murmura Couffaine, aproximando sus labios a los suyos—. Tan perfecto, como tú.

Aveciné su contacto y no rehuí de él. Me concebía tan listo y grato con todo, que correspondí gustoso. El aroma empapado de alcohol, diluido con el saborcillo del melocotón me resultó embriagante al paladar. Sabroso. Sumamente exquisito. Con Luka descubrí muchas cosas nuevas. Y una de ellas, fue el placer del ósculo. Lo que significaba, dar uno. Sobre todo, cuando la otra persona te corresponde y gusta de ti. ¿Quién los habrá inventado? Posiblemente un ser superior. No hay existe ser vivo en la tierra que los exprese como los humanos. No solo posee significancia. Si no que también transmite cosas. Elementos etéreos que no vemos. Componentes, que divagan entre almas. Yo era adicto a los besos de Luka. Cada vez que podíamos, nos pasábamos minutos enteros en ello; hasta sentir los labios entumecidos. Tan solo haciendo pausas para trincar algo de aliento y retomarlos con aún más ganas.

Para cuando llegaba el agrio momento de darnos una tregua, por alguna razón mi pecho se hundía hacia adentro. Se comprimía, con una sensación de abandono terrible. Siento pena. Ojalá pudiéramos ir por le mundo pegados de boca a boca. Suena algo enfermizo ¿No? Quien sabe…

—Luka. Hay algo que tengo que decirle —musita Félix, sentado sobre sus rodillas y con la diestra contra el pecho de manera afligida—. Kagami pretende partir al norte luego de su boda. Desea fervientemente ir a combatir con los enemigos que le arrebataron tierras a su feudo. Y me dijo…que tiene pensado llevarme con ella.

—¿Qué dices? —Couffaine se alza, atemorizado—. No. Bajo ningún punto de vista puedes acompañarla. ¿Ir a la guerra? ¿Tú? Pero, Félix. No sabes absolutamente nada de eso.

—Ya lo sé. Y créame, que tengo muchísimo miedo por lo mismo —advierte Fathom, agraviado—. De plano no soy una persona a la que le gusten los conflictos en general. Menos los belicosos. Agregando a ello, no me instruyeron para portar un arma en batalla. Solo sé agarrar bien un pincel y escribir bonito —adiciona, timorato—. Se lo dije a Kagami. Aún así, insistió en la idea. No hay manera de que pueda convencerla de lo contrario. Dice que soy su Hatamoto y averiguando un poco sobre el pasado de tal puesto, es tradición. Es lo que dictan las leyes. El Hatamoto de un Shogun va si o si con su líder. Aunque eso implique…morir por él.

—Es una bestialidad. Es infame —reniega con la cabeza, ofuscado—. No. No irás. Te quedarás aquí. Ese no es tu lugar.

—Mi lugar está con Kagami, príncipe…

No —refuta Luka, injuriado—. Tú lugar está aquí en Yamato. En el palacio. Conmigo.

—Le ruego me perdone. De verdad, que no puedo rechazarla —declina el rubio, desviando la mirada entre lágrimas—. Así como usted fue obligado a casarse. Yo lo fui para asistir. Tengo que hacerlo. De lo contrario, me matará. Si me niego, seré juzgado por traición y todo el descreste que hicimos para perdonarle la vida a mi padre y la mía, será en vano.

—Félix, con un demonio —gruñe el peliazul, tomándolo de los hombros— ¡Félix, no puedes ir! ¡¿Y si te lastiman?! ¡¿Y si te pasa algo?! ¡¿Qué demonios voy a hacer yo?! ¡¿Ah?! —chilla, sollozante— ¿Qué mierda pretendes que haga en esta miserable vida sin ti…? Si tu mueres…yo te juro, que moriré contigo.

—Luka, usted no puede morir. Es un príncipe. Un noble. No diga eso por favor. Su vida vale su peso en oro —espeta el consejero, removiendo agua salada de sus pómulos—. Tiene que vivir. Independientemente de lo que me pase. Yo habré cumplido con mi deber.

—¡Lo voy a hacer, si es necesario! —retrocede, colérico. Lo suelta y se levanta—. No me interesa. Ya nada me importa. Si tú dejas de existir, yo también lo haré. Y ante eso, te pido me respetes. No eres quien para privarme de la muerte. ¿Quién demonios te crees? No. Me rehúso ¿Sabes qué? —azora, determinado—. Hablaré con ella. Que se vaya a la mierda. No lo permitiré. Iré a verla y le voy a-…

—¡Majestad! ¡Escúcheme un segundo! ¡No haga tal cosa! —el ojiverde lo ataja, garboso—. Le ruego no intervenga o lo nuestro, se irá a la mierda. Ni yo ni usted queremos partir prematuramente de este mundo. Es por eso, que no pretendo caer. Si le conté esto, no era para que se pusiera así. Aunque claro, entiendo la moción de angustia —exhala, frustrado—. Mire. Quiero que sepa que no está en mis planes morir por ella. A mi tampoco me interesan esas estupideces. Mi vida es sagrada. Bien me lo enseñó mi padre y pagó las consecuencias de ello. Hay más personas que dependente de mí.

—¿Y que tienes en mente, loco desquiciado? —masculle Luka, intolerable—. La guerra no es ningún juego de naipes. ¿Irás a fingir blandir armas como los putos soldaditos?

—¿Por quién me toma? ¿De verdad me veo tan débil y desprolijo? —asevera el inglés, frunciendo el ceño en el proceso—. Óigame. Yo también tengo lo mío. Si pude aprender todo sobre esta nación, puedo hacerlo con el arte de la beligerancia. Si hay algo en lo que no puedo discutirle a Kagami, es que soy inteligente. Muy capaz y buen alumno. Aprendo rápido.

—Tan inteligente. Y tan ingenuo a la vez —berrea el soberano—. Tonto, estúpido, obtuso.

—De acuerdo. ¿Me quiere insultar? —se encoge de hombros—. Hágalo. No me ofende. Adelante. ¿Qué más? Desquítese. Desahóguese.

—Si, lo haré —lo zarandea— ¡Eres un testarudo, Félix! ¡Un estúpido! ¡Un borrego! ¡Yo no-…!

Lo besé.

Solo quería que se callara y me escuchara. Ya estaba harto de oírle pregonar cobardemente como una cría. Precedía intentar hacerle entender que yo no era ningún infante traveseando a nada. Que era un adulto. Ser pasivo no me hace frágil ¿Ok? No exageren tampoco. Endeble no me veo. Soy más fuerte de lo que creen. En cuanto lo aparté, lo fulminé con la mirada.

—Ya basta —desanda el menor— ¿Se sosegó?

—Un poco…—Luka desvía la mirada, abochornado.

—¿Quiere otro beso o cómo funciona la cosa? —inquiere Félix, levantándole los brazos y removiendo sus prendas— ¿Dónde está el interrupto de calma? A ver, muéstreme.

—Félix. ¿Qué mierda pretendes? —lo palmotea, fastidioso.

—Lo mismo que usted. Sobrevivir, joder —precede el ministro, reposado—. Usted se va a casar con Kagami. Luego yo iré con ella al norte. Y para cuando vuelva, todo seguirá bien entre ambos. ¿De acuerdo?

—Y-yo no-…

Dígame si entendió lo que le dije —le reprocha el ojiverde—. Asienta con la cabeza para un sí. O niegue para no.

Luka estira las manos.

—¿Eso que chucha significa? —se toma la cabeza—. Dios mío. No le pregunté eso. ¿Podría ser más-…?

—Quiero que me abraces…—gesticula Couffaine, vacilante— ¿O acaso no quieres…?

—Y luego dice que el niño soy yo…—suspira Graham de Vanily, envolviéndolo entre sus brazos con cariño—. Tranquilo. Le doy mi palabra, de que no moriré. Volveré a usted ¿Sí? Sé que tiene miedo. Yo también. Pero le ruego confíe en mí. Ciegamente. De la misma forma en la que yo lo hago, permitiendo que se case con una mujer que no ama.

—Te amo, Félix. Te amo tanto…—confiesa Luka, contra su oído—. Tienes que volver a mí. ¿Sí? Promételo.

—Yo también lo amo, Luka —responde su amante, acurrucado entre sus prendas y el cuello ajeno—. Mucho, mucho, mucho. No se lo prometo. Se lo juro. Juro por mi honor, de cara y testigo a las deidades y mi corazón, que cumpliré mi promesa. Así tenga que regresar cojo o tuerto. Lo haré.

—Félix, si este va a ser un adiós momentáneo —propicia el varón, señalando con la mirada hacia la alcoba—. Para mi sería un honor que pudiéramos-…

—Ya sé lo que quiere hacer. Y ¿La verdad? —esboza Félix, maravillado con su propuesta—. Me moría de ganas por concretarlo. Venga conmigo. Esta noche, es nuestra cita. Nadie nos va a interrumpir. Solo usted y yo…

—Solo tú y yo…

Entrelazar mis deditos contra los suyos, se sintió bonito. Pero no era ni en comparación a lo que hicimos luego. Enredarte de manos con una persona, no es lo mismo que hacerlo en cuerpo y alma. Ambos estábamos en una especie de sequia amorosa. Y ninguno de los dos, procuraba simular no traernos unas putas ganas del demonio. Oh, dios. Que lujuria tan excelsa es hacer el amor con este hombre. Lo difícil no era despojarnos de las prendas de vestir. Era lograr saciarnos, hasta desfallecer exhaustos sobre esas sabanas. Ya he dicho tanto sobre lo que amo de Luka. Sin embargo. ¿Alguna vez conté lo increíble que es en la cama? Si. Algunos envidiosos dirán que no es tan extraordinario. Sus habilidades no sorprenden ni cautivan. Que lo romanticé. Que lo idealicé. Que yo solo era un muchacho sin experiencia.

No tienen idea de lo que hablan. ¿Y para ser sincero? No pretendo dar detalles. Son gente mal follada y pesimamente amada. Porque lo cierto es que Luka es el paraíso encarnado en el universo. La maestría con la que su lengua recorre mi cuerpo. La destreza entorno a sus dedos y besos que succionan mis ganas. Y la pericia en como entra en mí, tocando el punto mas álgido de mi anatomía; volverían loco al más sensato.

Hicimos el amor hasta que el sol se posó sobre nuestras cabezas. No era la última vez que nos veríamos. Ya tendríamos otras chances de concretarlo. Pero por el momento, me dieron tal cogidón…que creo podría tener suficiente para dos vidas. Estoy satisfecho.

[…]

—Que esta unión sea digna de todo porvenir. Por cuanto la gran Amaterasu bendiga su compromiso con honor y los soldados del inframundo se inclinen a dicha potestad —declara el monje—. Beban ahora. Luka Couffaine. Kagami Tsurugi. A partir de hoy, los declaro marido y mujer.

Sábado. 16:20PM. Templo de Inari.

Si. Tal y como debía llevarse a cabo. Kagami y Luka, se casaron esa tarde. Era mi primera vez asistiendo una ceremonia nupcial de índole sintoísta. Fue fascinante. Todo un ritual exótico distinto a occidente. Dejando de lado mi mermado disgusto por presenciar atisbar a mi hombre con otra mujer, debo admitir que festejo esta cultura. Pues proceden tanto acato, rendición y pulcritas costumbres, que me cuesta tener cojones para interrumpirlos. No volaba ni una mosca entorno a ellos. Mi príncipe se veía increíble. Vestido de un traje gris y negro exquisito. Mientras que Kagami se pavoneaba más atrás con una túnica blanca similar a la europea. Mas no con el mismo significado. En oeste el blanco representa la pureza. La virginidad. Acá no. Simboliza la muerte. ¿Pueden creerlo? Una mujer de blanco en Yamato, es quien a renunciado mortalmente a su calidad de soltera. Me maravilla. No lo niego.

No existían anillos de por medio. Tan solo un lienzo rojo entre sus muñecas y beber sake. Divulgar frases políticas sin un dejo de amor y jurarse lealtad. Algo meramente protocolar. Así lo vi. Se armó una cena entorno a los recién casados en palacio. Noté la presencia de otros estadistas. Como ministros extranjeros y algunos cónsules representantes. Medio soso y hierático, a eso de las 18:50PM; Kagami y su esposo se retiraron de la velada. Restados del jolgorio, decidí salir del recinto y ver por mis propios ojos lo que pasaba en el poblado. Yamato estaba de conmemoración, señores. Para los aldeanos, tolerar un matrimonio real era toda una festividad. Un espectáculo. Es tradición en japón que cuando un soberano se casa, se regale trigo, arroz y oro a sus aldeanos. Embriagados la mayoría, deambulaban en caravana celebrando la unión. Aunque muchos de ellos ni estuvieran al tanto de la boda. Mientras haya comida y alcohol gratis, todo bien.

Aproveché la instancia para visitar a mi primo en la casa de té. Al igual que yo, Marinette no quiso permanecer en las dependencias. Así que me acompañó. ¿Kagami la había dejado libre por una noche? Fascinante.

—Enhorabuena, Félix —galanteó Dupain-Cheng—. Kagami estará muy ocupada esta noche con su boda. Y tenemos pase libre. ¿No crees que es un momento de esparcimiento?

—Es una forma muy austera de admitir que, en el fondo, estarán fornicando —deslava el rubio, templado.

—¿Tú no harías lo mismo con tu esposa? —ríe Marinette, divertida—. Ya no eres ajeno a las costumbres de la zona.

—Luka solo está cumpliendo su deber —carraspea Fathom, restándole importancia—. No me preocupa. Ya descubrí que el matrimonio en este país no es solo un sagrado vinculo. Si no, algo más bien político de índole empresarial. Y por lo demás, sabes que jamás tendré esposa.

—Kagami pretende casarte con Juleka —advierte la criada—. No escupas al cielo de manera tan altiva.

—Yo no me voy a casar con esa chica, Marinette —revela Graham de Vanily, incursionando dentro de la casona—. Tú bien sabes que lo que tenemos Luka y yo, es-…

—¡Marinette! —vocifera Adrien, animado— ¡Félix! ¡Que alegría verlos esta noche maravillosa! ¡Vengan por favor! ¡Subamos al despacho!

—Será mejor que hables con tu primo sobre tu destino —advierte la peliazul—. Adrien necesita saberlo.

—Es lo que pretendía hacer…—retoza el inglés, enfrentando de lleno a su familiar—. Adrien. Agradezco que nos hayas apartado una mesa. Pero tengo algo que contarte, que es importante. ¿Será posible que nos lleves a otra parte alejada del entorno?

—¿Eh? Bueno…—parpadea su familiar, desorientado—. Si. Claro. Vengan al despacho del maestro Wang. Ahí hablaremos más tranquilos.

—Vale…

[…]

—¿Mi papá y mi tío? ¿Exiliados…? —descalabra Adrien.

Oficina de Wang Cheng. 20:36PM.

—Lo siento, No pude evitarlo. Lo intenté, pero fue imposible —relata Félix, tomando un sorbo de su bebida—. Colt y Gabriel eran corsarios, primo. Venían con dobles intenciones a japón y Kagami no tardó en enterarse. Hay ciertos conflictos de fe en occidente que desconocemos. Algo con los portugueses y españoles. No comprendo bien.

—¿Al menos…siguen con salud? —consulta, absorto.

—Lo están. Si. Me encargué personalmente de que les perdonaran la vida y tomaran otro rumbo. Sin embargo, no volverán a tocar Yamato por un largo tiempo —relata el Hatamoto—. Es lo que hay. Yo ya lo asumí. Espero entiendas lo mismo.

—Carajo…—berrea el Agreste, turbado—. Bueno, si atentaban contra la tranquilidad del reino, espero hayan sido indulgentes con ellos. Perdón, no pretendo que creas me importe menos que mi situación. Pero, ahora mismo solo me preocupa una cosa. Kagami se enteró de sus intenciones. ¿Qué hay de mis hijos? ¿Mis hijos…están…?

—Nuestros hijos están a salvo, Adrien —revela Marinette, timorata—. Crecen sanos, sabios y cada día más lozanos. Han desarrollado personalices distintas, dignas de ti.

—¿Cuándo podré verlos?

—Por eso vine, primo —repara el ministro—. Kagami se acaba de casar. Estará muy ocupada con su noche de bodas. Creo que es el momento oportuno para colarte en el palacio. Los guardias tienen libre. Están todos ebrios. Nadie custodia el castillo. Así que cavilé…—se levanta, alzando su mano—. Que vinieras con nosotros.

—¿Quieres meterme al palacio? Primo, si me descubren…

—No lo harán. Tienes mi palabra —determina Marinette—. Es temprano aun y los gemelos siguen despiertos. Adrien…quiero que vengas —se aproxima a él, garbosa. Toma sus manitas—. Ven. Ven conmigo. Es hora de que te los presente. Quiero que conozcas, a nuestros niños.

Adrien me mira, deprimido. Aunque con cierto dejo de anhelo y angustia. Reconozco esa clase de circunspectas miradas. Es la de una persona que ama mucho y que se limita a resguardar sus palabras siendo juzgado por ellas en el pasado. Pretendo que no se reste y tome valor. Así que camino hasta el y lo tomo de los hombros.

—Marinette tiene razón. Es ahora o nunca —sentencia Fathom—. Te juro que Kagami ni nadie nos va a interrumpir. Ven conmigo. Te voy a mostrar, de que te has perdido.

—Bien. Iré…—asiente el francés—. Pero antes, debemos celebrar y brindar con los asistentes por la boda real. No podemos levantar sospechas. Puede que el Shogun no esté. Pero tiene ojos en todas partes —los invita a bajar por las escaleras.

—Bien pensado, primo. Quedémonos un rato en el restaurante —advierte Fathom—. Se me antoja probar una copa de Airag ¿Saben? Hace muchísimo que no bebo algo así.

—Yiuk…si sabes que el Airag es básicamente leche de yegua fermentada ¿No? —asquea Marinette—. Es blanquecina y medio acida.

—Lo sé. Algo así me contaron el pueblo Kumi durante mi paso por la ruta de la seda —ríe en respuesta, despreocupado. Se sienta sobre uno de los cojines—. Pero no se me hace desagradable al paladar. Ya he probado otras sustancias gomosas como esas.

—Dios. No quiero ni imaginar que será, viniendo de alguien que se acuesta con Luka —chasquea la muchacha.

—¡Una orden especial para los sedien-…! ¡¿Qué dijiste, Marinette?! —el joven Agreste casi suelta la bandeja. De no ser porque fue su propio familiar quien, con reflejos de lince, alcanzó a atajarla en el trayecto— ¡¿Fé-Félix?!

—¡Oye! ¡Fíjate por donde caminas, tonto! —le reprocha el ministro— ¡Casi tiras todo! Y ese Airag es preciado para mí.

—¿Te preocupa más un par de botellas de alcohol y no lo que te andas metiendo en la boca? —reclama el mercader, ruborizado hasta las orejas.

—Vamos. No actúes como si no supieras nada —Félix se encoge de hombros, haciendo repartija por la mesa—. Tú ya sabias que estaba enamorado de un varón.

—Claro que sí, bobo —chilla en voz baja el francés— ¡Pero no me dijiste que ese varón era el bendito Luka Couffaine! ¡Encima se acaba de casar con Kagami!

—Detallitos.

—¿Detalli-…? —Adrien mira a Marinette. Ella, opta por tomar un sorbo de sake fingiendo demencia— ¿Lo escuchas? Este hombre se volvió completamente loco.

—Lo dices como si uno pudiera elegir de quien se enamora —masculle Graham de Vanily, mosqueado—. Ya guarda silencio y bebamos un poco. Esto esta sabroso, joder.

—No hay forma de que eso pueda salir bien, Félix —manifiesta Adrien, preocupado—. Tú situación no es igual a la mía. Marinette no es una noble. Y por lo demás, no está comprometida.

—Ambos estamos conscientes de nuestra problemática ¿Sí? No somos dos críos jugando a los amores clandestinos —descuelle el consejero, rellenando su vaso—. Por lo mismo, necesito que guardes el secreto ahora que lo sabes. Ya que, si Kagami se entera, no solo nosotros dos correríamos peligro. Ustedes también.

—Te diría que me has metido en un problema mayor, pero eso sonaría descortés de mi parte —suspira abatido, el cantinero—. Desde un comienzo te involucré en mi caso con Marinette y te debo las gracias por estar ayudándonos. Bastante arriesgas con esto.

—Óyeme, primo —Fathom le toma del hombro, brindándole una sonrisa jovial—. Tú tranquilo ¿De acuerdo? Nada malo va a ocurrir. Se manejarlo. Para mi no ha significado ningún problema el poder reunirlos. Al contrario. Es un placer. Más ahora que por fin entiendo de corazón, lo que se siente luchar por amor…

—Suenas como todo un maduro —le responde con una palmada en la mejilla—. Estoy orgulloso de ti.

—Yo solo quiero que ustedes dos, puedan-…

—¡Caballeros y señoritas de todos los rincones de Yamato! —el anfitrión de la velada se eleva por sobre todos los demás, interrumpiendo la plática de todos— ¡Hoy es un día glorioso para la nación! ¡Nuestra insigne Shogun ha contraído matrimonio y en honor a ella, los invito a recitar los Haikús más empalagosos que tengan!

—¡Siii! —vociferan al unísono.

—¡Yo quisiera dedicar unas palabras! —uno de los aldeanos alza la mano.

—¿Haikús? —parpadea el Hatamoto—. Vaya. No sabía que esta era una tierra de escritores.

—Tan solo son versos poéticos que buscan endiosar situaciones triviales o embellecer las cosas que te rodean —explica Dupain-Cheng—. No todos son necesariamente de la índole romántica. Algunos son bastante sosos a mi parecer.

—Yo escribí uno el verano pasado —esboza Adrien, grácil—. Dedicado a la cosecha del nabo.

—Ahora entiendo a que te referías con soso —bufa Fathom, optimismo—. Aunque recitar poesía por el mundo, no me parece algo tan soporífico. Muchos aldeanos no saben leer ni escribir. Que alguien les pueda relatar a viva voz una estrofa letárgica, calma las pasiones.

—¡Y que bueno que tenemos un poeta en la familia! —aúlla el Agreste, jalándolo del antebrazo— ¡Sin duda tú deberías pregonar uno! Por ahí me enteré de un pajarito, que te encanta escribirle cosillas a tu enamorado.

—¿Qué caraj-…? —Félix fulmina a la muchacha, bastante injuriado—. Gracias, Marinette. No puedo creer que le hayas contado a Adrien sobre las cartas que mandé al periódico. Dijimos que sería un secreto.

—¡Ay, Félix! ¡Jajaja! —carcajea la ojiazul, simulando locura—. Sigue siendo un secreto. Es solo que no pensé que Adrien también entraba en el saco. Después de todo, son familia.

—No te disculpes. Hiciste bien —sisea el Agreste—. Al primo no se le tiene que ocultar estas cosas. Es caca.

—Tu culo, Adrien. Yo no-…

—¡Aquí hay alguien que quiere dedicar un hermoso Haiku! —el lozano mercader jala a su familiar, obligándolo violentamente a que se levante— ¡Vamos! ¡En honor a la gran Kagami!

¡¿Qué?! ¡No! ¡Tarado! ¡Espera! —Graham de Vanily se paraliza de golpe, abochornado— ¡¿Adrien, que mierda haces?!

—¡Wow! ¡Pero si es el Hatamoto en persona! —halaga el anfitrión— ¡Adelante! ¡No se detenga y sorpréndanos con una prosa a su nación!

Demonios. Se que llevo un tiempo hablando en público, con mil y cientos de miradas recayendo sobre mis hombros. Imagino que no es momento como para que me acobarde. ¿O sí? ¡Pero no es el mismo caso! ¡No vine a dar un discurso político! ¡Me están pidiendo algo que…!

Adrien y Marinette, parecen muy obnubilados con lo que tenga para decir. Par de tortolos. Ah. Supongo que tendré que improvisar. Lo malo es que no cargo ningún poema a la mano. Tan solo, uno que tenía pensado dejarle a Luka como regalo, para cuando partiera al norte. ¿Podría recitar este? Dios, es tan empalagoso. No sé como lleguen a tomárselo. Despliego el papelillo y con voz timorata, lo leo al público.

—«Él y yo, no teníamos absolutamente nada en común. Su mundo era tan singular como clandestino. Era la forma en que cruzábamos miradas en contemplativo silencio, lo que nos condenó. Ahora somos dos viajeros del tiempo, en un universo donde nadie escapa intacto, emocionalmente. No importa ya la distancia. Ni que nos separe. Nuestras almas atravesarán mil océanos, hasta encontrarnos»

Silencio sepulcral en el ambiente. Ay, no. Mierda. Lo sabía. Es una porquería. ¿Qué he hecho? Algunos me observan como si quisieran enterrarme una daga. Otros, parecen piedras a punto de romper en llanto. Si me traga la tierra ahora mismo, sería lo mejor.

—Y-yo…este…amm…

—¡Vaya pedazo de verso! —vocifera el anfitrión, dándole un giro a la situación— ¡Una oda magistral e inocente, relatando lo melifluo que es el matrimonio! ¡Un brindis por la boda de la Shogun! ¡Para que ella y su esposo puedan encontrarse siempre incluso en la distancia que los separe!

—¡Urra!

¿Se lo han creído? ¿Se lo compraron? Increíble. No cabe duda que los japoneses son partidarios del buenísimo. Siempre viendo el vaso medio lleno. No ven mierda en ningún lado de la sociedad. Me he salvado, jabonado.

—Fiuf…—exhala aliviado, el inglés—. Ahora si que necesito un trago. Permiso —bebe directo desde la botella.

—Eso ha estado maravilloso, primo —sisea Adrien, con la mirada humedecida en congoja—. Es muy lindo. Aunque algo triste. ¿Por qué hablas de separarse?

—Realmente no se lo he contado a muchas personas, dado que los movimientos militares de Kagami son tema de estado —añade el funcionario, cabizbajo—. Pero ya que no habrá secretos entre nosotros, creo que tienes derecho a saberlo.

—No me digas que…—murmura Marinette, apenada.

—Si. Es como sospechas. Me voy, amigos —revela a ambos, azorado—. Kagami marchará al norte el lunes. Con casi todos sus soldados. Pretende recuperar los territorios que le arrebataron a su padre y yo, como su Hatamoto debo ir con ella.

—¿Ir a la guerra? Suena horrible —expresa el Agreste, malogrado— ¿Por cuánto tiempo estarás fuera?

—No lo sé. Quien sabe —contesta el rubio, asumido—. Tal vez pueda regresar en unas semanas. Quizás un mes.

—O en un año —inquiere Marinette.

—O en varios —añade mermado—. Eso ya no lo determino yo. Estará en manos de la providencia y del cómo nos vaya.

—Si es que triunfan, porque de ser lo contrario…

—Mi primo va a triunfar, Marinette —retoza el mercader, de semblante endurecido—. No vuelvas a insinuar nada como eso, por favor. Claro que lo hará. Es un chico muy valiente e inteligente.

—Adrien, no te ofendas. No es personal —confiesa Dupain-Cheng—. Pero Félix no sabe nada sobre esos temas. Seamos realistas.

—Aprenderá. Yo confío plenamente en el —refuta tedioso, estrujando el hombro de su camarada con todo el optimismo del mundo—. Porque lo harás ¿Verdad? Serás el mejor samurái de todos. Un guerrero galante. No olvides de que Luka estará aquí esperándote.

—Y tú también ¿No? —consulta timorato, el inglés.

—Siempre, primo. Somos lo único que tenemos por el momento —lo abraza, arrojado a su cándido bienestar—. Todo saldrá bien. Nos escribiremos.

—Gracias, Adrien. No sabes cuanto me alegra que estes conmigo —bosqueja Fathom, conmovido con tal entusiasmo—. Será mejor que paguemos y nos vayamos. Si quieres ver a tus hijos despiertos, este es el mejor momento.

—De acuerdo. Vamos.

[…]

—¿Quién es el? —consulta Hiro, curioso— ¿Acaso es el hombre del que nos hablaron antes?

Jardín del palacio. Sector privado de aposentos. 23:50PM.

—Así es —bosqueja Marinette—. Niños, quisiera presentarles al gran mercader Adrien Agreste. Sean cortés con él y salúdenlo como corresponde.

—¿Por qué tendría que inclinarme hacia un comerciante? —espeta Hiro—. El debería hacerlo.

—Me disculpo por mi falta de modales, joven príncipe. Es la primera vez que estoy en frente de un gran soberano como usted —es Adrien quien se reverencia, maravillado con la presencia de ambos—. Dios mío, son preciosos. No puedo creerlo…

—Hiro, no seas antipático —reclama Mako, pues, a diferencia de su hermano, ha hecho su cordial saludo, doblando el torso a medias—. Un honor conocerlo, señor Agreste. ¿Es usted hermano del maestro Fathom?

—¿Eh? ¿Por qué lo dices? —consulta Félix, más atrás.

—Es que tienen el mismo color de cabello y ojos.

—Eso es cierto, alteza. Pero no somos hermanos —explica el Agreste—. En realidad, somos primos.

—Disculpa, Adrien. Es que Mako es…algo corto de vista —Marinette le acomoda sus lentes, por sobre su carita—. Ahí está. Mucho mejor. ¿Lo ves? No son tan iguales ahora ¿Verdad?

—Cierto. Aunque si son primos, ahora veo lo singular de ambos —asiente el menor.

¿Quién es Hugo y quien es Louis respectivamente? —susurra el francés, en el oído de su chica.

El de los anteojos, es Hugo. Louis es el de la espada de madera —le responde, solapadamente. Carraspea—. Ejem…en efecto. Son primos. Por lo mismo, deben tratarlo con el mismo respeto que al Hatamoto. Adrien es una persona muy querida para mí. E importante. Es hijo de un gran empresario europeo. Muy digno.

—¿No estará exagerando un poco? —murmura el Agreste.

—Para nada. Yo hace poco me enteré de lo mismo. Ese par de vejetes tenían más dinero que la misma reina —exhala Graham de Vanily, hastiado—. Solo que no de muy buena fuente que digamos.

—Llamar empresario a unos mercenarios…—dice, cabizbajo.

—No se sienta mal, señor Agreste —admite Hugo, optimista—. Sé que está lejos de su casa. Pero acá en Yamato tratamos muy bien a los extranjeros.

—De eso puedo dar fe, primo —admite Fathom, jocoso—. Me han tratado casi como de la familia. Así que, no veo nada de malo en que puedas pasar mas tiempo con ellos.

—¿Entonces es verdad? —interrumpe Louis, de ojos curiosos—. ¿Es cierto que usted es un gran hombre en occidente? ¿E hijo de un noble mercader?

—En mis mejores años, lo fui, jeje. Pero ahora sirvo al shogunato —aclara el rubio—. En nombre de mi padre y mi familia, contribuyo a importar variados productos del viejo continente.

—Al menos usted conoció a su padre. Que envidia —sentencia Hiro, azorado—. Yo no conocí al mío. Aunque dicen que murió con honor durante la guerra. Pero ni un retrato de el tenemos.

Adrien extravía la mirada, acongojado en penurias. Eso, sin duda le ha dolido bastante. Puesto que es el único que conoce la verdadera naturaleza de ambos. Aunque no sepa, como sobrellevar el asunto. Viendo que estaba en arrojada contemplación, interrumpí. Algo se me tenía que ocurrir, para dar el siguiente paso. Si realmente deseaba reunir a esta cercenada familia, debía involucrarme desde adentro.

—Jóvenes príncipes. El maestro Agreste fue designado por mí, para reemplazarme mientras yo no esté —declara abiertamente, el ministro—. El lunes parto al norte, a prestar ayuda a las tropas de la Shogun. Y quien mejor que mi propio primo, para cuidar de ustedes en mi ausencia.

Adrien y Marinette se miran entre sí, estupefactos. No la vieron venir. Los he dejado boquiabiertos con la noticia. Vamos, que, si voy a abusar un poco de mi posición, este era el momento propicio para ello. De igual forma, Kagami no estará aquí para oponerse. Confío en que ambos se las arreglen para estos encuentros.

—¿Kagami-san y usted se van a la guerra? —pregunta el de anteojos, melancólico.

—Así es, alteza —ratifica el ojiverde.

—Ah. Genial. Primero nos quedamos sin papá. Y ahora sin mamá —protesta descalabrado, Louis— ¿Qué sigue? ¿Sin Hatamoto también?

—Hiro, no digas esas cosas tan crueles —le sermonea Marinette.

—¿Por qué no? Es la verdad —rebate el menor—. Todos los que van a la guerra no vuelven.

—Tsurugi-san es una mujer muy fuerte, hermano —le reprocha el gemelo—. Y el maestro Fathom no es cualquier Hatamoto. Deberías confiar más en ellos.

—No me gusta la guerra, Mako. Lo siento —merma su familiar—. Me parece ridícula y absurda. Y no me interesa que el señor Agreste reemplace a nadie. Ya tengo suficiente con que nos dejen solos la mayor parte del tiempo. ¡No me importa nada! —chilla, huyendo de la escena.

—¡Hiro! ¡Espera! —Marinette corre en su búsqueda.

—Perdonen a mi hermano, señores primos —reverencia Hugo—. Es un niño muy sensible. Entiendo por lo que pasa. A mi también me duele no tener padres presentes.

—Mako…—Adrien traga saliva, de mirada humedecida. Se arrodilla frente a el—. Lamento mucho que hayas tenido que vivir una infancia desprovista del amor paternal. Pero te prometo, que eso puede cambiar.

—¿Por qué lo dice? ¿Acaso pretende ser mi padre o algo así?

—N-no…yo…—Adrien se amedrenta frente a su planteamiento, simulando distraerse con el ambiente—. Bueno…

—Si así fuese, no veo nada de malo en ello, majestad —comenta Félix, templado—. Adrien es un hombre de confianza y honorable. Tal vez no sea un padre para usted. Pero si puede llegar a ser un maestro en su evolución personal. ¿O acaso no es lo que enseñan en palacio?

—No se equivoca, maestro Fathom. He encontrado grandes figuras de conocimiento en mis profesores —narra el pequeño—. De hecho, el general Kurtzberg es uno de ellos. Lo admiro bastante y sabe mucho de casi todo.

—Adrien también. Y mientras yo no esté, el se encargará de mis asuntos —sentencia Graham de Vanily, garboso— ¿Confía en mí?

—Lo hago. Sé que volverá de esa guerra. Y por favor, hágame el honor de traer con vida a Kagami-san —le implora de manera sumisa—. Solo usted comprende lo que significa la devoción a la nación.

—Haré todo lo que esté a mi alcance, pequeño príncipe —reverencia.

—Me retiro. Mi hermano debe de estar haciendo tremendo berrinche y Marinette a veces se ve sobrepasada con el —los despacha—. Fue un agrado conocerlo, señor Agreste. Espero que podamos seguir viéndonos mas seguido. No deje de visitarnos.

—Prometo que así será, Mako —sisea Adrien, viéndolo partir—. Dios, primo. Esto es…horrible —se toma el rostro—. No sabes las ganas que tengo de decirles que son mis hijos. Yo jamás los hubiera abandonado a su suerte ¿Sabes? Nunca. Es infame verlos sufrir. Tienen todo a la mano y, sin embargo, nada de lo que un infante necesita —solloza—. Yo podría darles la contención y el amor que necesitan. Si tan solo…

—Calma. Hey, no desvaríes. Todo está bien —Félix eleva su mirada, sujetándolo de ambas mejillas—. Lo harás. Con el tiempo. Tú serás mi reemplazo, mientras no esté. Aprovecha ese tiempo para acercarte a ellos y reconstruir su relación.

—¿Crees que me aceptarían como su padre? Mírame —exclama destruido, el francés—. Solo soy un pobre y triste mesero. Y ahora hijo de un exiliado y prófugo. Un mercenario ¿Cómo mierda puedo darles dignidad a estos niños, siendo una basura?

—No eres una basura, primo. Deja ya de tratarte así —le reclama Fathom, mosqueado—. Ya cállate. No seas cobarde. Fuiste tú quien me enseñó lo que era hacerse valer. Y por lo demás, los dolos de nuestros padres no nos definen como personas. No somos ellos, Adrien. Somos nosotros.

—Mi apellido está manchado en este lugar.

—El mío igual. Sin embargo, aquí estoy. Soy el ministro del interior —rezonga—. Olvídate de los apellidos y las líneas sanguíneas. Lo que hace grande a un hombre no es su cuna, son sus logros. Tú vas a ser recordado por lo que hiciste. No por donde naciste.

—Los amo. Desde el primer momento que los vi, los amé —balbucea, apesumbrado—. Son perfectos.

—Ellos aprenderán a amarte igual. Tú también eres perfecto para ellos. Que hubiera dado yo por tener un padre como tú —Félix besa la frente de Adrien y lo abraza en el proceso—. Pero Colt es lo que me tocó y la vida así lo quiso, para enseñarme cosas buenas. Ten fe ¿Sí? No desperdicies esta oportunidad por miedo a cagarla. Todos la cagamos. El valor está en aceptar, corregir, hacerse cargo y mejorar. Cree en mis palabras.

—Las creo. Ahora más que nunca —sorbetea mocos el mercader—. Gracias…

—Ven. Te llevaré a casa —lo palmotea por la espalda—. Anda, vamos.

A pesar de haber terminado la reunión de una manera poco ortodoxa, lo cierto es que a mi forma de ver las cosas salió bastante bien. Adrien pudo presenciar a sus hijos y tener un primer contacto decente con ellos. Sin que nadie los interrumpiera. No era como que idílicamente se vieran y wow, maravillas, besos y abrazos. Y ¡Hey! ¡Soy tu padre! Nah. Tiempo al tiempo. A veces lo que el hombre destruye dios construye. Y eso no lo profeso como un católico cristiano. Hablo de la simpleza del orden natural de las cosas. El cosmos sabe acomodar sus piezas y de una forma elegante, hacerlas encajar. Hasta que las almas se hallan entre sí. Hasta encontrarse.

Como me hubiera encantado sellar la velada con este gran quiebre a la mano del destino. De no ser, porque desconocíamos haber sido seguidos y asaltados por la mirada indiscreta de una intrusa entrometida y sagaz. Que se ocultaba celada, entre los arbustos del jardín.

—Ya veo. Así que así va la cosa —piensa Iris, soslayada—. Félix Fathom es el de las cartas al periódico. Adrien Agreste, es el padre de esos niños. Y Marinette, su madre. Joder, como funciona esto de las ruletas. A partir de ahora, todos ustedes estarán en mis manos, cabrones.

[…]

—Tropas listas, excelencia —aclara Kurtzberg, sobre su caballo—. He trazado la ruta hacia Osaka, con algunos bastiones a tomar.

Lunes. El día de la marcha. 9:20AM. Llueve.

—Bien. Te quiero cerca mío, Nath —arguye Kagami, montada sobre su corcel—. Ya tendremos tiempo para aclarar algunos asuntos. Por cierto. ¿Dónde está mi Hatamoto?

—Aquí, majestad.

El Shogun me había entregado una armadura samurái, muy elegante. Hecha a mi medida. Dijo que el color verde musgo me venia de perilla, porque hacía juego con mis ojos. Yo lo encuentro absurdo. Pero no voy a mentirles. Me parece refinada y dotada de un cierto dejo de moda. Me regaló un caballo de hecho. Era una yegua maravillosa de cuatro años. Sin cruza. Virgen. Negra como la noche. Ella poseía un semental blanco. Y Nathaniel uno marrón de rines rubios. Antes de partir, me jaló hacia su eje y me exhibió dos espadas. Katanas, como les decían acá. Una larga y tan afilada capaz de cortar a dios en persona. Y otra un poco mas corta, que iba debajo de la primera. Las acomodó en mi cintura. Me dijo.

—Un guerrero no es un guerrero, si no lleva estas —exclama Tsurugi, altiva—. Siéntete orgulloso, Fathom. Eran de mi difunto esposo. Las portó con prestancia. Y murió a manos de ellas. Espero entiendas su importancia.

—Es un honor para mí, Kagami-san —reverencia Félix, sujetando con firmeza el pomo de ambas—. Están muy bonitas.

—¿Bonitas? —bufa, divertida—. Bonitas son las cabezas que vamos a cortar. ¡Soldados! ¡Nos vamos! ¡Zafarrancho de combate!

¡Hai! —berrean todos al unísono— ¡Avancen, ya!

Me voy. Parto de Yamato. Dos grandes amuralladas puertas se abren frente a nosotros. Observo por sobre el hombro como los miembros del palacio nos despiden. Entre ellos, están Marinette, los gemelos, Marc, Juleka y Luka Couffaine.

Luka…

El amor de mi vida…

A quien no sé si volveré a ver. Pero le he dejado aquel poema que desconozco si leerá. Elevar la vista hacia el cielo, solo me convida un pedazo de su existencia. Gris y nubloso. No deja de caer un monzón sobre mi casco. Espero regresar con vida. A partir de ahora, rezaré. No sé por cual religión. Pero lo haré. Que el universo se ampare de mí, para encontrarte. Luka, mi amor. Mi vida. Espérame.

Te amo. Por siempre. Y para siempre…