Hola mi gente linda, acá Zahaki.
Tras mucho tiempo, este fic ve la luz. No hay demasiado que decir, la trama en sencilla dentro del universo canon al punto de simplemente ser una excusa absurda para juntarlos en algún contexto.
Entre las advertencias sólo queda mencionar algo de lenguaje soez por parte de Edward -lo normal-, pensamientos impuros de parte de Roy -completamente comprensible-, insinuaciones de intimidad -nada explícito-. Sin embargo, espero que sea de su agrado, lo disfrute y le saque una sonrisa.
Sin más que decir, enjoy!
Radiante
Radiante podría tener diferentes connotaciones y no siempre significar algo bueno.
De acuerdo con lo que alguna vez le mencionó Havoc: el sol en el tarot representaba suerte, fortuna y éxito en cualquiera de las situaciones. Roy Mustang, por su parte, no se percibe a sí mismo como alguien supersticioso y por supuesto, se le dificulta dar crédito a semejantes charlatanerías.
Estos pensamientos, aparentemente inconexos, invaden su cabeza de manera constante y últimamente con mayor frecuencia. Especialmente cada vez que observaba que la pila de papeles que concienzudamente se dedica a revisar y firmar -sea para su rechazo o aprobación- se incrementaba de manera alarmante en vez de disminuir tras cada visita de Hawkeye a su oficina.
Y por si lo anterior no hubiera sido suficiente, lo mismo podía decir al cavilar respecto a su situación amorosa, la cual, cabía destacar, iba en picada tras un prolongado tiempo de soledad. Si la agenda resguardada en su bolsillo trasero completamente vacía de eventos durante su limitado tiempo de ocio no era evidencia sustancial, dudaba que hubiera alguna otra muestra de ello.
De más estaba decir que Roy no creía en la mala suerte.
Para él la ley de acción y reacción imperaba en su vida como buen alquimista y era fiel a la creencia de que el éxito es sólo una de las recompensas del trabajo duro y las siempre bien recibidas recomendaciones de cualquier superior gustoso de ser adulado. Sin embargo, en ocasiones no podía evitar divagar con los resquicios captados de las conversaciones de sus subordinados más desocupados.
"Todo saldrá bien" había insistido el adicto a la nicotina tras una de sus frecuentes visitas a la lectura de cartas, pero llegados a este punto él no podía estar de acuerdo tras comprobar nuevamente cómo otro lote de facturas a la espera de su conformidad viene a hacerle compañía a su evidente atiborramiento laboral.
Y para enfatizar su recién adquirida superstición, como si hubiera sido invocado nada más que con el poder de su pensamiento, Edward Elric, quien era joven e inagotablemente impetuoso, dotado con un cabello y ojos tan dorados como el radiante sol, irrumpió.
—¡Coronel!
Roy no cuenta con el suficiente entusiasmo para alzar la mirada y hacerle frente a aquel torrente de energía que sigue en feliz ignorancia de la extenuación que se acumula en las facciones de su superior a cargo. Y mientras se produce aquel intercambio vuelve a pensar que, a diferencia de las creencias de Havoc y el grupúsculo esotérico que iba en ridículo crecimiento, el joven alquimista jamás anuncia buena fortuna.
El innombrable, aún ajeno a las preocupaciones que su presencia produce, planta ambas palmas en su escritorio.
Mustang intenta controlar un pequeño tic en su sien izquierda.
—¿Cómo estamos de presupuesto?
Lo dicho.
Cuando el mayor de los Elric aparecía, nunca podía significar nada bueno.
—No lo suficiente como para reparar tus daños, Acero —contesta sin ánimos siquiera de disimular la apatía que impregna su voz. Su labor de firmar no se interrumpe, y ha estado evitando hacerlo desde que el malnacido astro que parece ser el tema central del día se pasea por el cielo—. Mejor ve organizando tus gastos para los descuentos que planeo hacerle a tu sueldo.
Ante tal respuesta, Edward se muestra inconforme y no reprime ni siquiera por decencia los numerosos improperios que le dedica a su superior. De cualquier modo, no es como si Mustang no lo hubiera visto venir y tampoco es que le dé suficiente importancia.
—¡Oye! No es como si destruyera la ciudad de manera intencionada —procede a justificarse.
—Pues la verdad es que pones tanto empeño en eso que llego a dudar.
La pluma no deja de hacer su recorrido y Roy comienza a percibir cierto avance en su labor al notar cómo dos pilas de papeles han desaparecido de su lote "pendiente". Si las visitas del Alquimista de Acero hubiesen tenido menos impacto sería posible ignorar con más éxito su presencia. No obstante, aún sin el impacto del atropello que el joven rubio lleva consigo en cada visita, dicha tarea era por sí misma dificultosa.
Y Roy es especialmente vulnerable a ésta.
Por su parte, el supuesto "sol" se mantiene en paciente espera de la cortesía de Mustang para manifestar su idea, mas el hombre no parece tener intenciones de complacerlo con la educación de siquiera dirigirle una mirada. Como es de esperar, Edward se exaspera, pero diferente a sus encuentros anteriores decide mantener la compostura. Sabe que requiere de la influencia de Roy Mustang para su proyecto y que una jugada en falso puede costarle su siguiente destino, pero también es consciente de que su propuesta beneficiaría al otro. Sería un desperdicio no intentarlo.
—Quería hablar de negocios contigo, Mustang.
Roy hace un gran esfuerzo por no hacer notar la sorpresa que aquellas palabras le producen. Respira, alza lentamente la cabeza y estudia la prepotente, aunque pequeña figura que finge interesarse en una nada llamativa mancha en la pared que ha permanecido ahí con título casi vitalicio a causa de la pereza humana de jubilarla con una minúscula capa de pintura.
Desecharía la idea de prestarle atención al pequeño alquimista si la sentencia no hubiera picado en su vena de curiosidad. Después de todo, se trataba de Edward Elric.
—¿Qué negocios puedes tener que me interese?
Y tal vez cometía un error, como cada vez que su amuleto de mala suerte se inmiscuía en sus asuntos. Aun así, Mustang se jactaba en no ser supersticioso y acarrearía, de nuevo, con las consecuencias de su osadía.
Edward sonríe sabiéndose triunfador, Roy es víctima de una epifanía al saberse perdedor al ver un brillo juguetón en los ojos dorados del alquimista más joven.
—Muchos más de los que un coronel idiota en busca de gloria se podría imaginar.
Roy, justo en ese momento, no tiene la voluntad para ponerlo en duda, pero en vez de reprocharse como de costumbre por ello, se alza de su asiento y estudia al otro desde su privilegiada posición sólo concedida por la altura que Edward, contra su débil voluntad al respecto, envidia; y para acentuar esta particularidad con la saña característica del dedicado trato que se han dado entre ambos durante tanto tiempo, se inclina un poco, abrumando la altivez de su subordinado.
Su movimiento surte el efecto deseado, Edward siente surgir unos deseos enormes de enviar un puñetazo al rostro molestamente sonriente de su superior a cargo, pero el lento paso a la adultez le insta a respirar y forzar una sonrisa que para nada convence a Roy.
Roy se contenta con ello, por supuesto.
El coronel tiene grabado en su memoria el repertorio de expresiones de Edward Elric, quien es un torrente de emociones que no admite ser ignorado, y él, en cada ocasión, falla al intentarlo.
Roy se centra una vez más, respira suave, colocando esfuerzo en hacer este gesto imperceptible. Sólo así puede continuar.
—Espero que hayas traído un informe detallado, Acero. Ya sabes que no acepto mediocridades.
—He traído algo mejor.
Roy en este punto no puede negar sentirse intrigado.
Edward reitera que hará de su presentación "algo novedoso". En vez de presentar un informe como dicta la costumbre, insiste en sacarlo de las instalaciones y llevarlo a un espacio más privado bajo la promesa de valer la pena. Roy, diferente a momentos antes, experimenta como la sensación de arrepentimiento lo invade incluso antes de que la factura que cualquier locura que el hermano Elric se esté planteando hacer aterrice en su correo.
Es un récord, si le preguntan.
Roy esperaba cualquier curso de acontecimientos menos el de acompañarle a la modesta habitación de cama doble donde se hospeda. Estudia el lugar sin demasiado detenimiento mientras bosqueja el rápido pensamiento de que el sueldo de un alquimista es suficiente para permitirse algo de más categoría en las calles principales de Central, pese a ello no se aferra a la idea al recordar que su inesperado anfitrión no está detrás de las frivolidades que acarrea el estatus que le confiere su título.
La enorme armadura que conforma el cuerpo de Alphonse Elric tampoco se encuentra a la vista, asentando más dudas que respuestas en los pensamientos del alquimista de fuego.
Como le es posible, evade las diferentes pilas de libros que se encuentran dispersos, la irrefutable evidencia de la constante investigación de los hermanos en los propósitos que perfectamente conoce y ha gustosamente financiado. Se ubica en un asiento al fondo del espacio y a distancia prudencial de cualquier ventana que pudiera revelar a ojos malintencionados su presencia en ese lugar mientras su cabeza planteaba escenarios que explicaran el por qué un superior se encontraba en un cuarto a solas con el más joven de sus subordinados sin encontrar una excusa de la que obtenga un subterfugio convincente incluso para sí mismo.
Edward no media palabras ni explica la razón por la que ambos se encuentran ahí, a solas y se abstrae en alguna especie de preparación que sigue sin arrojarle a su coronel luz alguna de lo que pretende. La propuesta del Alquimista de Acero no solo es arriesgada si no también difícilmente demostrable para quien no sea medianamente conocedor de la materia o, en su defecto, se tratase de algún ambicioso demente dispuesto a confiar en que le dará lo necesario para posicionarse como el siguiente Führer.
Y ese no era nadie más que Mustang.
Ed quería, necesitaba, ir a Xing. Observar más de su conocimiento, estudiar más de cerca su extraña alquimia y entender mejor cómo ésta había ayudado en su proceso de sanación en los últimos meses.
Y qué mejor prueba que las heridas ya sanadas de su propio cuerpo.
—Bien. Te lo mostraré —anunció haciendo crecer más la expectativa del otro.
Mustang enarca una ceja con evidente confusión mientras observa al orgulloso Edward Elric despojarse de sus vestimentas mostrando su piel tostada y con suficientes cicatrices para alguien de su edad, cicatrices que podrían rivalizar con las de los soldados retirados de la guerra de Ishval. Retuvo el aliento por unos instantes.
Recuperado, se tomó unos momentos para analizar la irrisoria situación. Observó con mayor detalle sin encontrar nada que pudiera indicarle una pista de cual era la novedosa propuesta que no podría rechazar.
A menos que…
—Acero, tu broma es de pésimo gusto.
Edward reemplazó su expresión de altanería con una de molestia.
—¿De qué carajo estás hablando, coronel idiota? —exclamó sin medir su tono.
—Tienes que poner más empeño si tu propuesta se basa en seducirme.
La expresión de Edward volvió a cambiar, y aunque abrió y cerró la boca varias veces, ésta no emitió sonido alguno si no tras varios segundos.
—¡C-claro que no! —respondió al fin, pero en vez de hacer lo que cualquier persona sensata -lo cual no era- haría y aclarar la confusión, se enfocó en el punto que al parecer era el más importante para él —¿Quién carajo querría meterse con un viejo amargado como tú?
Si bien Roy podría comprender que pudo haberse producido alguna clase de malentendido por más irrisorio que pareciese o que incluso al más joven le alarmara que quien hacía esas declaraciones era otro hombre; no pudo evitar sentir que lo último estuvo de más.
Su rostro adoptó una expresión torva.
—Entonces como tu superior y viejo que soy, debería mostrarte modales —Roy se incorporó y acercó firmemente a Edward antes de éste siquiera tuviera la oportunidad de dar una palmada. En un movimiento tan veloz que tomó desprevenido al más joven de los alquimistas, se ciñó sobre éste, demostrando la amplia experiencia que tenía en cuanto a reacción se refería— ¿Qué pretendías desnudándote delante de un viejo amargado como yo después de arrastrarlo a tu habitación?
Edward no solamente estaba impresionado sino también abochornado al punto de la injuria. Se sentía tan molesto que no podía formular ninguna frase coherente e imperaba una enorme necesidad de moler a golpes a ese imbécil que había tenido las agallas de "someterlo".
Sí que debía tener bolas para meterse con él conociendo de sobra su temperamento.
—Suéltame… —exigió con los dientes apretados.
El coronel hizo caso omiso. Todavía no era suficiente escarmiento y requería una compensación, quizás con eso la próxima vez Elric podría pensar un poco antes de sacar a pasear su ponzoñosa lengua. Aunque eso parecía improbable.
—¿Qué pasó, Acero? —susurró con seductora sorna— ¿Me vas a decir que no mandaste a Alphonse a otra parte para estar a solas conmigo?...
Roy apretó su cuerpo contra el de Edwar y, para su infortunio, apenas se percató del error al que su jueguito de castigo le había llevado. La menuda, aunque tonificada figura del mayor de los Elric se acopló de una manera contraproducente a su cuerpo; al principio, enajenado por la molestia, ahora, desconcertado por el estímulo.
Reaccionó y de manera muy evidente.
—Ya te dij-
La voz abandonó la garganta de Edward por completo y sus ojos se expandieron a todo lo que sus párpados le permitieron. Intentó ver a Mustang entre la oscuridad de sus cabellos deshechos haciendo una escasa cortina de sombras a su alrededor, encontrando solo una mirada ausente. ¿¡Pero qué carajo estaba pasando!? Eso que sentía ahí no era lo que pensaba ¿verdad…? Aún estupefacto, intentó reunir sus pensamientos, pero en esa posición le resultaba difícil conectar sus neuronas del apagado forzoso que le aplicó Mustang. No obstante, su espíritu de lucha logró colocarlo nuevamente en la jugada y se resistió removiéndose con la suficiente fuerza como para obligar al hombre a apretarle más confirmándole que no estaba imaginando cosas indebidas.
En ningún momento pensó en algún otro motivo ajeno a mostrarle sus avances en un ambiente privado ajeno a los oídos curiosos del cuartel, creyendo también que sacar a Roy de su oficina abriría más su mente a su propuesta.
Sólo que no creyó que su mente se abriría tanto…
Él sabía perfectamente que no había tenido intenciones ulteriores y aunque realmente no hubiera imaginado que las cosas tomarían este rumbo, pensándolo en retrospectiva, cualquier otra persona tendría una impresión similar a la de Mustang si se encontrase en la misma posición. El problema radicaba precisamente en que se trataba de Roy Mustang. El mismo Mustang que hacía esfuerzos por minimizar sus avances, el mismo Mustang que se había empeñado en rezagarle. Ese coronel megalómano que no parecía tener otro interés más que el de escalar en la milicia. Tan solo Mustang, el que provocaba que en cada interacción le hirviera la sangre como si pudiese hacerla explotar.
Nada pudo haberle dicho a Edward que podría tener a ese individuo sobre sí perforándole con la mirada, aplastando su cuerpo, ahogando su raciocinio.
—N-no es así… —se defendió nuevamente, aunque con menos ímpetu. La voz apenas un hilo nacido de los últimos resquicios de su respiración.
Una vez más, se sujetó a uno de los últimos rastros de sentido común que pululaban en su subconsciente, quiso replicar y la verdad contaba con suficiente fuerza como para al menos dejarle la mandíbula a Mustang a uno de los extremos de su cara, pero sus funciones motoras desobedecían sus pensamientos; doblegándose a sus no aceptados deseos. Abrió la boca una vez más para aclarar el malentendido, pero contrario a sus intenciones, Roy había aprovechado el descuido para invadirla.
Todos los procesos mentales se detuvieron en ese instante.
Edward quedó, nuevamente, en shock. No había un solo hilo de pensamiento que le diera coherencia a cómo había terminado en esa situación cuando que vista por cualquier otro claramente la hubiera percibido como una invitación y absolutamente nadie sería capaz de resistirse a ésta. En este punto de qué manera podría explicar que el llevar al coronel a un sitio privado para presentar su propuesta tenía razones que, de hecho, se considerarían Secreto de Estado si la idea era aceptada.
Y Roy Mustang estaba entre ese gran conglomerado de personas que no resistirían una invitación del Alquimista de Acero. Para él, que resultaba una labor titánica ignorarle cuando llegaba reclamando atenciones con improperios que lo trasladaban a situaciones obscenas, no sería una excepción tener a Edwar Elric semi desnudo en una habitación solitaria mostrándose voluntariamente.
No había sido fácil reconocer que sus ojos no podían evitar seguirle a donde quiera que se dirigiera y ahora que había abierto la jaula, dudaba ser capaz de contenerse. En un principio hubiera bastado con hacerle pasar un mal rato por su impertinencia, pero nuevamente, se vio cegado por esa incandescencia que destilaba desde su lacio cabello hasta sus largas pestañas aleteando sobre sus ojos dorados, completamente abrumado por el calor de aquel cuerpo y la calidez que emanaba bajo su tacto.
Y menos aún habría podido resistir a probar cualquier parte de él que estuviera a su alcance.
Por supuesto, aunque llegado a este punto le fue imposible resistirse, su cabeza se había aferrado a algo de cordura, por lo cual no se extrañaría de una respuesta violenta por parte del agredido. Sin embargo, lo que no esperó en absoluto fue percibir la distención de quien yacía bajo él y la respuesta a su arrebato.
Edward correspondió con un intento de beso que dejaba mucho qué desear evidenciando su inexperiencia, pero no por ello reprimió acrecentar la expedición que llevaba a cabo su lengua, reteniendo para sí cualquier rastro de inocencia condenada a morir esa noche en su boca necesitada.
—Apestas a tabaco —dijo Edward en un jadeo tenue.
Roy hizo un gesto de extrañeza hasta que recordó que mientras sostenía la conversación con Havoc, éste se había consumido al menos media cajetilla. Le restó importancia y se contentó con solo responder:
—Y tú a sol.
Ed frunció el ceño como muestra de confusión sin entender qué clase de respuesta era esa, pero si lo analizaba brevemente, concluía que ambos estaban colmados de sinsentidos. Él, al permitirse estar en esa posición por quien había patrocinado tantos enojos, tantos sueños, tantos desvelos. Roy, al dejarse iluminar por su radiante resplandor.
Ya que eso augurara buena fortuna era otro tema.
Notas finales:
Sí, han sido casi 5 años desde la última vez que tuve la voluntad de publicar algo. No es que en todo ese tiempo no haya escrito en ocasiones, simplemente no me daban los tiempos ni la concentración para realizar correcciones y mucho menos para publicarlas por mi manía a sentirme satisfecha con ellas.
La idea y primera redacción de este fic nació exactamente en abril de 2018, la retomé hace como 6 meses para completar una que otra idea y hace una semana me senté a corregirla. Tan sencillo como eso, se pasa el tiempo y no me percato.
Aprovecho también la oportunidad para agradecer a bladegaur por su constante feedback y opiniones de mis historias y a Exoesqueleto7, quien corrigió este fic porque yo no estaba en capacidad de darle otra leída -jajaja-
Si tienes alguna opinión, ya sabes donde dejarla ;D
