CIV

Cuando Henry abre los ojos, lo primero que ve es el techo de su habitación. Deja escapar un suspiro y mueve apenas la cabeza…

—¿Estás… despierto? —La voz de Eleven; Henry la busca con la mirada y la encuentra sentada a su lado, un libro en su regazo—. No hagas movimientos bruscos —le pide en un susurro.

—De acuerdo —accede él sin objeción alguna—. ¿Tú me trajiste a la cama?

Eleven asiente.

—Me costó un poco…, pero sí.

Él le sonríe sin levantar la cabeza de la almohada, sus ojos entrecerrados debido al cansancio.

—Te has vuelto muy fuerte, Eleven. —Al ver que sus mejillas se tiñen de rojo, decide no insistir; en cambio, le pregunta—: ¿Qué tal está Poe?

Los labios de Eleven tiemblan hasta dar lugar a una sonrisa vibrante.

—No lo había visto así… nunca —admite—. Está… Parece un gatito bebé. Corretea por todas partes y… juega.

Él sonríe débilmente. Sus párpados se sienten pesados.

—¿Jugaste con él?

—Solo un poco —le asegura ella con timidez—. No quería dejarte solo, pero debía alimentarlo y… Y me insistió… Cinco minutos, nada más. Luego volví junto a ti.

—Está bien —le asegura él en un hilo de voz—. Me alegro.

Eleven se acomoda un poco mejor en la silla. Cierra el libro y lo deposita con suavidad en la mesita de luz al lado de su cama.

—¿Qué fue… lo que hiciste?

—Lo sané, espero —responde él—. Estudié la técnica que tú inventaste… —Ella frunce el ceño—. La que una vez usaste… para sanar raíces… —Su rostro se ilumina al comprender de lo que habla—. Pensé que podría aplicar lo mismo a otros seres vivos…

—Y eso fue lo que hiciste… con Poe.

Henry asiente.

—Lo intenté en mí mismo, primero —le explica—. Con heridas superficiales… —Desliza la mirada hacia su brazo, donde se aprecian los arañazos; no hubo querido sanarlos antes para no gastar ni un poco de energía antes de intentar curar al gato—. Hm…

No —Eleven le ordena—. Luego; ahora, descansa.

Suelta una risa cansina ante su mandato.

—Pero… ¿hiciste todo eso… por Poe?

Henry niega con la cabeza. Ve la decepción en los ojos de Eleven, mas tampoco piensa mentirle.

—Venía investigándolo hace tiempo —confiesa.

Eleven frunce el ceño, confundida.

—¿Estás… enfermo?

—No —se apresura a asegurarle él, intuyendo la sombra de la preocupación en los ojos castaños—. Solo… Solo estaba buscando una manera de quedarme a tu lado.

La expresión de sorpresa de Eleven es hasta hilarante: lo mira con la boca abierta.

—¿Quedarte… a mi lado?

Él asiente a la par que se explaya:

—Tengo casi cuarenta años. Y tú, apenas quince. Es lógico que vivas muchos más años que yo.

Ella baja la cabeza, abrumada por esa revelación; supone que nunca se ha detenido a pensarlo demasiado. Que siempre ha dado por hecho que él permanecería allí, a su lado, para siempre.

Y él no quiere defraudarla.

—Esta… técnica, entonces, ¿te permitiría vivir más…?

—Si consideramos a la vejez como una enfermedad más, sí.

Eleven se toma un momento para digerir sus palabras. Henry guarda silencio: no es todos los días que una persona —ni hablar de una adolescente— se ve confrontada con la idea de la inmortalidad como algo posible.

Cuando finalmente habla, la pregunta que hace es tan propia de ella…

—¿Eso significa…? ¿Significa que puedes hacer que Poe viva para siempre?

… que Henry no puede evitar soltar una risotada.

Si bien Eleven sonríe ante su reacción, una sombra de duda parece nublar sus facciones.

—¿Qué sucede? —le pregunta él.

Eleven aprieta los labios y luego, con sumo cuidado, toma una de sus manos entre las suyas.

—Lo siento —murmura ella. Henry recibe estas palabras con el ceño fruncido, y eso parece desanimarla aún más—. No sabes… ni por qué me estoy disculpando, ¿verdad?

—No recuerdo nada que amerite tus disculpas.

Ella suelta una risa ahogada, sardónica.

—Dudé de ti. —Como parece advertir que esto no es suficiente, aclara—: Respecto a Poe. Pensé que… que podrías haberlo herirlo.

—Ah, eso. —Henry se encoge de hombros; no le parece una conjetura desacertada, no considerando la percepción que Eleven tiene de él—. No te preocupes; no me ofendiste.

—¡Pero debería haberte ofendido! —replica ella con vehemencia—. En tu lugar, yo…

Henry se lleva la mano libre a las sienes, un inminente dolor de cabeza haciéndose notar.

—En verdad, no hay razón para… —Henry enmudece; Eleven lo ha silenciado rodeándolo con sus brazos, su rostro escondido en el espacio entre su cuello y su hombro.

—Si no vas a aceptar mis disculpas —masculla ella—, acepta mis gracias, al menos.

No puede evitar la sonrisa que se le dibuja mientras le corresponde el gesto, abrazándola también.

—De nada —le susurra al oído—. De nada, Eleven.


Como Henry le ha asegurado que se encuentra bien, que es solo cuestión de descansar lo suficiente para recuperar fuerzas, Eleven lo deja en paz y se dedica a ocuparse de los quehaceres restantes: poner la ropa en la lavadora, lavar los platos sucios y secarlos, etc.

Cuando es casi su hora de acostarse, decide ver cómo se encuentra Henry: camina hasta su cuarto y llama suavemente a la puerta. Como no obtiene respuesta, la abre con sumo cuidado…

… y no puede creer lo que ve.

Entre sus piernas, acurrucado, se encuentra Poe, profundamente dormido.

Eleven sonríe.

Apaga la luz.

Y se retira en silencio a su habitación.