LXXVIII

La Navidad pasa. Llega el año 1985. Las clases se reanudan.

Y Eleven elige la primera semana de clases para contárselo a Henry.

—Mike y yo… somos novios.

Henry la escucha impasible, con una pierna cruzada sobre la otra, la espalda recta y ambas manos entrelazadas.

—Quería que lo sepas…

—Entiendo —responde Henry—. Está bien. ¿Vas a presentármelo?

Es algo que viene diciéndole, y que Eleven hubo decidido ignorar… hasta ahora. Ahora que ya no tiene excusas.

Asiente.

—Espléndido. —Su sonrisa cortés—. ¿Qué te parece el jueves de tarde? Invítalo.


Eleven piensa que es una buena reacción de su parte.

Esto cambia cuando se lo cuenta a Max.

—Uh, ¿y si Henry decide atacarlo? —conjetura mientras ambas caminan hacia la biblioteca.

—¿Atacarlo? Él no haría eso…

—¿No lo crees capaz?

Frunce el ceño, porque no es que no lo crea capaz, sino que sabe que sería una jugada imprudente, algo que podría poner en peligro su secreto.

—Lo es… —admite—. Pero… no sería inteligente.

—Oh. Supongo que tienes razón. Es solo… Bueno, capaz exagero.

—¿Qué? —le cuestiona Eleven, curiosa.

Max luce algo renuente a responderle: mantiene la vista clavada en sus pies durante los siguientes metros del trayecto.

—Max…

Su amiga suspira y se detiene. La mira a los ojos. Eleven le sostiene la mirada.

—Es solo… que Henry me parece muy posesivo. Respecto a ti.

—¿Posesivo?

—Sí, es… Uh… A veces… te trata como si fueras… de su propiedad.

Esto la pone a la defensiva.

—Él me cuida. Me protege. Él…

—Claro, claro —reconoce Max—, porque eres algo valioso. Algo valioso y de su propiedad.

Eleven hace una mueca.

—Eleven…

—No quiero hablar ahora —masculla—. Solo… Solo vamos a la biblioteca, ¿sí?

Max se muerde el labio inferior. Eleven sabe que lo hace para obligarse a sí misma a callar.

Aunque se sienta molesta con su amiga ahora mismo, Eleven aprecia que respete sus deseos.