XCI
Alguien llama a la puerta. Henry pone los ojos en blanco y sigue leyendo sin intención de levantarse del sofá; seguro se trate, nuevamente, de un vendedor a domicilio —se han convertido en una verdadera peste en los últimos tiempos—. Después de todo, Eleven tiene su propia llave, así que eso no le preocup…
—Henry. —Su nombre le llega en un débil hilo de voz—. Ábreme, por favor.
Suelta el libro como si lo hubiese quemado, se levanta del sofá y en unas cuantas zancadas ya está allí. Abre la puerta de golpe.
—¿Qué sucede?
La pregunta es instintiva, porque ese tono de voz no augura nada bueno…
Y sabe que sus sospechas no están del todo erradas cuando ve a Eleven despeinada, su vestido empastelado con arena, el rostro rojo e hinchado a causa del llanto, y un gato blanco entre sus trémulos brazos.
—Pesa… bastante…, ¿ayuda…?
Henry extiende los brazos sin dudar y ella deposita al animal con cuidado en ellos.
—Tranquilo —intenta calmarlo, pues el minino deja escapar un siseo—, es solo Henry… No va a hacerte daño…
El gato no luce del todo convencido, mas acepta el traspaso —o, al menos, eso deduce del hecho de que no haya intentado arrancarle los ojos—. Apenas se liberan, los brazos de Eleven caen lánguidos a sus costados; ella suspira de alivio.
Henry la nota agotada, pero tampoco puede esperar un momento más.
—Eleven…, ¿qué significa esto? —Frunce la nariz al notar una herida abierta en el lomo del animal; es la fuente del olor nauseabundo que recién ahora advierte.
—El gato… necesitaba ayuda —explica ella—. Me llamó…
—¿Te llamó?
—Maulló —aclara, como si eso despejara cualquier duda—. Maulló y maulló hasta que lo encontré y… Y no podía dejarlo allí.
—¿Y por eso estabas llorando?
Eleven baja la mirada.
—Yo… no quiero hablar de eso.
Obviamente, odia que no le diga qué sucede, pero al menos agradece que no le mienta.
—De acuerdo —acepta entonces—. Respecto al gato…, ¿qué quieres hacer?
La muchacha observa al animal en sus brazos con detenimiento.
—Está… lastimado. Puedo llamar a Dustin y… Él tiene gatos —explica, sin duda intuyendo su confusión—. Él sabrá…
Eleven no dice más, pues ya se dirige, cabizbaja, hacia el teléfono.
Henry está cruzado de brazos, con la espalda pegada a la blanca pared del consultorio. Eleven, en cambio, observa con ojos curiosos cada movimiento de las manos de la veterinaria que Dustin le ha recomendado.
—Es macho y tendrá cerca de cinco años… ¿Dices que lo encontraste así? —le pregunta; Eleven asiente en respuesta—. Hm… He visto algunos casos así a lo largo de mi carrera. Desafortunadamente, a simple vista puedo identificar que se trata de un tumor canceroso. Le haremos algunas pruebas, por supuesto, pero estoy muy segura de que de eso se trata.
Eleven frunce el ceño.
—¿Los gatos tienen… cáncer?
La médica asiente, y Henry nota la tristeza en sus ojos. Personalmente, él no siente conexión alguna con los animales, mas entiende, desde un punto de vista objetivo, que es normal que las personas empaticen con ellos y no deseen su sufrimiento.
—Sí… Y, según mi experiencia…, bueno, la enfermedad está muy avanzada.
Henry no despega la vista de Eleven, quien abre y cierra la boca, una y otra vez, sin saber qué decir.
Finalmente, pregunta:
—¿Hay… una cura?
La veterinaria suspira.
—A estas alturas, no hay mucho que se pueda hacer por él. ¿Mi recomendación? Si no quieres dormirlo…
La expresión horrorizada de Eleven parece disuadirla de finiquitar esa oración.
—Eso pensé. Bien, en todo caso, analgésicos y pomadas para aliviar el dolor y… darle un hogar y mucho cariño.
Henry ve el momento exacto en que el corazón de Eleven se parte al escuchar las siguientes palabras de la doctora:
—Que al menos sus últimas semanas sean felices.
