CXXIV

Frente al espejo de su cuarto, Henry se endereza la corbata de color azul oscuro. Tal y como le ha dicho a Max días atrás, ya tiene un traje para esta ocasión: un traje color azul marino de tres piezas y de corte clásico, lo que le otorga un aspecto tal vez demasiado profesional para un evento festivo al aire libre —de todas maneras, no es como que lo use demasiado: ¿para qué se compraría otro?—. Por último, un par de zapatos oscuros y relucientes y un reloj de pulsera de plata le dan el toque final a su aspecto.

Complacido con lo que le enseña su reflejo, Henry sale de su cuarto y se dirige a la sala a esperar a Eleven y a Max, quien ha venido a ayudarla a alistarse para la boda.


—Y… ¡listo! —declara Max al terminar de maquillarla, parándose detrás de sí para permitirle ver su reflejo en el tocador.

—Oh —murmura Eleven, girando su rostro levemente para observar mejor los resultados.

El maquillaje es ligero: apenas una base sencilla, rímel, algo de rubor y un suave labial de tono rosa natural. Su cabello —rizos desgreñados, en capas y con textura algo desordenada que llegan apenas hasta su nuca— enmarca a la perfección su rostro, dándole un aire rebelde, pero misterioso.

—¿Te gusta? —le pregunta Max a su amiga, ansiosa por oír su respuesta—. Estuve practicando bastante los últimos meses…

—Está hermoso —responde la joven—. Muchas gracias, Max. —De pronto, su sonrisa desaparece y una expresión ausente se adueña de su rostro—. Henry pregunta si ya estamos listas: nos espera escaleras abajo.

Max suspira.

—Nunca voy a acostumbrarme a esta conexión telepática que hay entre ustedes. Levántate y déjame verte por última vez. —Ella, después de todo, ya está lista; para la ocasión, ha optado por unos pantalones palazzo negros con una sencilla blusa blanca y zapatos de plataforma negros.

Eleven se pone de pie entonces, y Max no hace el menor intento por disimular su sonrisa pagada de sí misma.

Si el cabello de Eleven le da un aire rebelde, el atuendo que le ha ayudado a escoger se contrapone a esto con una elegancia clásica: el vestido es de estilo cruzado, largo hasta la rodilla, y de un color marrón cálido estampado con motivos florales. Hecho de seda —y, por lo tanto, perfecto para una boda que tendrá lugar de día y al aire libre—, de mangas cortas y cuello muesca con escote en V que se superpone levemente en la parte delantera y deja mostrar un poco de piel, pero sin exagerar. Un cinturón a juego con hebilla rectangular se ciñe a la cintura de su amiga, resaltando su silueta. Finalmente, aunque los tacos de sus zapatos marrones son relativamente bajos, hacen bien su trabajo de acentuar sus curvas y dotarla de un porte sofisticado.

Ciertamente, Max desconoce si los sentimientos de su amiga son correspondidos —en especial considerando la diferencia de edad existente entre ella y Henry—; sin embargo, al ver a Eleven así, sonriente, maravillándose ante una belleza de la que —ella sabe— no se creía dueña, no puede evitar anticipar la reacción del hombre que las espera escaleras abajo.


Cuando escucha un murmullo y la risa de Eleven escaleras arriba, Henry levanta la vista y se dispone a decirles que se apresuren. Sí, abre la boca para hacerlo, mas no lo logra: las palabras se le atoran en la garganta.

Aunque Max luce bonita —siempre lo ha sido, el contraste entre su color de ojos y de cabello una característica sumamente llamativa—, es Eleven quien lo toma por sorpresa.

Menos de dos años atrás, Henry ya había tenido la oportunidad de verla maquillada y con un vestido de fiesta. En aquel entonces, los pensamientos que lo inundaban tenían más que ver con la familia que había elegido abandonar y el recelo ante la posibilidad —si bien involuntaria— de hallarse recreando un circo parecido con una Eleven que se acercaba cada vez más a la adolescencia.

¿Y ahora? Ahora, la joven frente a él —porque de verdad que es una joven en todo su derecho— poco y nada le recuerda a esa niña insegura y tímida de aquel entonces. No, su rostro ha dejado atrás la redondez de la niñez y el vestido que abraza su cuerpo evidencia un crecimiento que va más allá del desarrollo intelectual que Henry ha notado cada vez que mantiene una conversación con ella.

No obstante, sí hay algo que permanece igual.

—¡Henry! —lo saluda ella con una sonrisa, apresurándose a bajar las escaleras, Max poniendo los ojos en blanco ante un entusiasmo infantil que, sin embargo, no hace más que resaltar sus hoyuelos—. ¡Mira qué bonito vestido Max eligió para mí! —puntúa sus palabras tirando de la tela hacia los costados, de modo que la prenda se ciñe aún más contra su piel, evidenciando la forma de sus muslos y de su vientre bajo la seda.

Es más que el vestido, ciertamente. Henry debería ser ciego para no verlo.

Aun así, traga saliva y le responde la sonrisa con una igual.

—Te queda muy bien.

La sonrisa de Eleven se apaga un poco ante sus palabras. Henry no alcanza a preguntarle si sucede algo, pues de pronto voltea hacia Max, boquiabierta:

—¡Ah! ¡Olvidé mi bolso! ¡Vuelvo enseguida! —agrega, dirigiéndose ya escaleras arriba.

Max se aparta del camino y termina de bajar las escaleras, sin prisa. Henry mantiene la mirada clavada en los peldaños, una inquietud que no sabe cómo describir adueñándose de su cuerpo.

La muchacha, empero, deja escapar un dramático suspiro. Henry sopesa el preguntarle —más por cortesía que por verdadero interés— qué ocurre, cuando Max comenta como quien no quiere la cosa:

—«Te queda muy bien».

—¿Perdón?

—Eso le dijiste. —La adolescente clava los ojos en él, una expresión reprobatoria en su rostro—. «Te queda muy bien».

Henry arruga la nariz y enarca una ceja.

—Disculpa, ¿es que te he ofendido de alguna manera, Maxine?

Max se cruza de brazos y chasquea la lengua.

—Te lo dije, ¿verdad, señor Creel? —Ante su mirada confundida, la joven repite sus palabras de días atrás—: Que El estaría más bonita que nunca.

Henry lo comprende, entonces. En el pasado, con un atuendo mucho menos logrado que el actual, él le hubo ofrecido otras palabras.

Palabras que ahora mismo se le antojan tan peligrosas como insuficientes, por alguna razón.

—No es solo el vestido —insiste Max, y lo deja ahí, porque es obvio a lo que se refiere.

—Hay personas más indicadas para decírselo —señala Henry con su eterna sonrisa de «harto de lidiar contigo, Maxine».

—Hm, ¿en serio? —inquiere Max, ladeando levemente la cabeza, sus rizos pelirrojos cayendo hacia el costado—. No me parece conocer a nadie más indicado.

Henry está por decirle en términos inequívocos —y, ciertamente, menos diplomáticos— que se calle, cuando Eleven retorna.

—¡Perdón por la tardanza! —Con una sonrisa, enseña en una mano la carterita marrón que ha ido a buscar—. ¡Ya estoy lista!