XCIII

Al día siguiente, están viendo una película en la sala —Poe en el regazo de Eleven— cuando llaman a la puerta.

—¿Esperas a alguien? —le pregunta Henry.

Eleven niega con la cabeza, y los dos intercambian miradas confundidas: ¿quién los molestaría un domingo?

Los golpes se vuelven más insistentes. Henry se pone de pie.

—Iré a ver quién es.

Al abrir la puerta, se encuentra a Hopper, quien sostiene su sombrero entre sus manos.

—Oficial. ¿Puedo ayudarle? —Por su tono de voz, Eleven sabe que Henry está sonriendo de esa manera cortés y falsa que utiliza de fachada ante los demás.

—Henry —gruñe el jefe de policía a modo de saludo—. Puede o no que estés al tanto de esto, pero el día de ayer hubo un… incidente en la nueva pista de patinaje de Starcourt.

Eleven siente que la sangre se le hiela.

—¿Oh? No estoy al tanto. ¿Le gustaría pasar?


Por orden de Henry, Eleven se retira a su cuarto con Poe en brazos. Son solo él y el oficial, sentados frente a frente en la mesa del comedor.

Cuando Hopper termina de relatarle los hechos, agrega, con un profundo suspiro:

—Y la cosa es que denunciaron a Jane. Vengo a buscarla para llevarla a la estación.

Henry siente que la sangre le hierve, mas se contiene: sabe que Hopper no es el enemigo, sino tan solo el mensajero. En todo caso, convendría sacar ventaja de su obvia preocupación por Jane.

—En su experiencia, oficial…, ¿qué debería hacer para solucionar esta cuestión?

El hombre se lleva una mano a la cabeza y deja escapar un bufido.

—Con toda honestidad, muchacho, creo que la única solución es monetaria.

Y es, efectivamente, la única solución: Henry no cree ser capaz de manipular las mentes de tres personas distintas y mantener una idea tan desinteresada y comprensiva como dejar pasar lo que Eleven ha hecho, en especial con el perpetuo recordatorio en el rostro de la chica. Incluso aunque decidieran retirar ahora la denuncia, mañana, dentro de tres días o en una semana podrían experimentar un ataque de rabia ante la herida y reanudar el proceso.

—¿De cuánto estamos hablando? —inquiere, entonces, para tener una idea.

—Eso lo deberás hablar con los padres de la otra muchacha —rezonga Hopper—. Un par de esnobs, si me preguntas.

Henry asiente.

—Me aseguraré de resolverlo con ellos, entonces.

El sheriff hace una mueca.

—Aun así, no creo que pueda retrasar el llevarme a Jane…

Henry se levanta del asiento y se dirige al perchero ubicado en el vestíbulo.

—Eso no será necesario —replica a la par que se calza su gabardina—. Iré ahora mismo. ¿Podría quedarse con Jane? Creo que se ha asustado y preferiría no dejarla sola…

Apenas ve que Hopper cabecea en señal de asentimiento, sale disparado por la puerta.