XCV
Tras darle un sorbo, Henry deposita la tacita de café que le han ofrecido sobre la mesita de vidrio frente a él.
—Mire, señor Creel…
—Llámeme Henry, por favor —interrumpe a la mujer rubia sentada frente a él.
—Oh, en ese caso, llámame Martha —lo insta la mujer con una sonrisa empalagosa—. Como decía, Henry —qué horrible suena su nombre en su boca—, entiendo que quieras arreglar lo que… esa niña —supone que es bueno que no la llame por su nombre; solo lo ensuciaría— le hizo a mi ángel… Pero realmente ha hecho algo muy malo; debe haber consecuencias para ella.
Si bien detesta la sola idea, Henry asiente para demostrar estar de acuerdo.
—Por supuesto. Y te aseguro que las enfrentará: le he dado una dura reprimenda y la he castigado: un mes sin televisión, sin llamadas telefónicas, sin salidas.
La mujer carraspea.
—Con todo respeto, Henry…, esas son medidas muy apropiadas para con jóvenes irrespetuosos o que rompen alguna regla… Pero esto… Esto fue un… acto mucho más grave.
Henry vuelve a asentir.
—Entiendo perfectamente. —Decide entonces ir al grano—: Y es por eso por lo que pienso ofrecerle una compensación monetaria a tu familia, Martha.
Es apenas visible, mas él detecta la manera en que la mujer parece acomodarse mejor en el sofá y sus ojos se abren un poco más: ha captado su interés.
Es entonces cuando se escuchan pasos bajando los peldaños alfombrados de la escalera. Henry se gira para ver a una muchacha rubia con un apósito de gasa sobre la nariz.
—Angela. —Martha sonríe—. ¿Podrías acercarte un momento?
La cortés sonrisa de Henry permanece en su lugar. La muchacha se acerca con una timidez claramente ensayada.
—¿Mamá…?
—Él es el señor Henry Creel, el primo y tutor de… Jane.
Efectivamente, lo asquea escuchar su nombre viniendo de la boca de esta mujer, pero está aquí para arreglar las cosas y no piensa marcharse sin lograrlo.
—Un gusto, Angela.
La muchacha parece olvidarse de que debe dar lástima a todo el que la vea: su boca se abre levemente en un gesto de sorpresa. Henry no pierde tiempo y penetra en su mente sin dificultad.
Wow, es guapísimo.
Esa no era la información que buscaba. Decide mejor direccionar los pensamientos de la niña hacia lo que le interesa.
—Angela —la llama entonces; la niña, igual de ridícula que su madre, se endereza de golpe al oír su nombre—, estoy aquí para restituir a tu familia por los daños que mi prima ha causado el día de ayer.
La oleada de pensamientos se hace presente: la tarde de ayer, la pista de patinaje, Eleven patinando, siendo acosada, siendo insultada, la malteada empapando su vestido y ella cayendo de espaldas al suelo…
En todo esto, solo ve a Mike y a Will —quien realmente no le importa mucho— conversando con el DJ de la pista.
En lugar de ayudar a su «novia», piensa con acritud. No es que Henry sea un romántico —al contrario, no le interesa relacionarse con nadie de esa manera, pues se le hace una pérdida de tiempo y energía por algo efímero e irrelevante—, mas incluso él sabe que hay ciertos códigos que se supone que aquellos en una relación deben seguir.
Entre ellos, el proteger a la persona que se ama. Y el que Eleven haya quedado desprotegida, pese a la presencia de Mike en el lugar, no le hace nada gracia.
Bien, tampoco es como si esperase nada de él, si soy honesto.
—Oh… Sí, lo de ayer… —Ahora que su atención vuelve a centrarse en el momento actual, nota que Angela ha acudido a sentarse junto a su madre en el sofá—. Lo que pasó fue…
—No es necesario que me lo cuentes.
Esto sorprende a las dos mujeres frente a él.
—¿No…?
—No —reitera él—. Estoy al tanto de lo que ocurrió.
Y si te atrevieses a mentirme en la cara, probablemente te rompería los huesos y te arrancaría los ojos.
—O sea, de la versión de Jane —insiste Angela—. Porque si ella dijo que…
—¿Sabes, señorita Angela? —la interrumpe Henry, siempre sonriente—. Todo esto me recuerda a una situación que viví en el pasado.
—¿Sí?
—Sí. Alguna vez conocí a un chico con mucho potencial, o al menos eso decía… su padre. Pero tenía un problema: le costaba seguir las reglas. Reglas como «no lastimes a los demás».
Angela enarca las cejas, intrigada.
—¿Y qué pasó con él?
Henry se encoge de hombros.
—Bien…, esa historia no tuvo un final feliz.
Pero esta respuesta, claro está, no satisface su curiosidad:
—¿Por qué me cuentas esto a mí? ¿No deberías decírselo a Jane?
—¡Angela! —la reprende su madre—. ¡Más respeto!
Henry suelta una risita por lo bajo.
—Pero por supuesto que se lo he dicho, ¿o es que estamos hablando de otra persona?
—¿Ves, Angela? —Su madre, obviamente, está complacida ante sus palabras—. Henry está aquí para zanjar este problema…
—Así es —secunda Henry a la par que entrelaza los dedos de sus manos en un gesto despreocupado.
La muchacha sonríe al instante en lo que debe considerar una expresión tímida.
A Henry, en cambio, le parece estar contemplando una serpiente particularmente escurridiza.
