CXLIV

Dos años, seis meses y tres días luego de la desaparición de Henry

Esa mañana, apenas Hopper abre la puerta de la comisaría, se ve asaltado por un griterío infernal. La culpable es una joven rubia apoyada con ambas manos sobre el mostrador, y la víctima, Callahan, tan solo la observa con expresión cansada.

—¡Quiero hablar con el sheriff! —protesta la muchacha, y Hopper considera seriamente escabullirse hacia su oficina y hacer como que no ha visto nada.

Callahan responde a esta petición con su voz lacónica:

—Como dije, aún no ha llegado. Pero si es por lo de anoche…

—¡Claro que es por lo de anoche! —lo interrumpe ella—. ¡¿Es que eres el único oficial en todo Hawkins?! ¡Y ni siquiera tomaste mi denuncia!

Callahan ladea la cabeza y bufa, una sonrisa sardónica dibujándose sobre sus labios.

—Que tu amigo te haya abandonado porque prefería pasar la noche con otra chica no es un delito, señorita.

—¡Es que no lo estoy denunciando a él, ya te lo expliqué! —Frustrada, la muchacha palmotea contra el escritorio de la recepción—. ¡Quiero denunciar su desaparición!

—Más de lo mismo, más de lo mismo —replica Callahan con un desdeñoso gesto de la mano—. Si es solo eso…

—¡AH, sí, porque claro que en lugar de escribirme una nota o decírmelo de frente mi amigo preferirá gritar por su vida y luego desvanecerse en medio de la noche dejando atrás solo el cuerpo destrozado de un mapache…!

—Ayer fue Halloween —contrataca Callahan con ese tono tan increíblemente irritante—. Tal vez decidió jugarte una broma sabiendo que eres propensa a… este tipo de reacciones.

La muchacha voltea el rostro —desde su posición, Hopper nota que tiene los ojos cerrados— y se aprieta el puente de la nariz con el pulgar y el índice.

Es entonces que Callahan advierte su presencia. Normalmente, Hopper le habría hecho un gesto para indicarle que fingiera no haberlo visto.

Pero algo, tal vez algo así como un sexto sentido policial —ja, qué momento para descubrir algo así en él— lo lleva a aclararse la garganta. Al oírlo, la muchacha voltea al instante hacia él, sus ojos azules clavándose en la estrella dorada que lleva en el pecho.

—¿En qué puedo ayudarte, señorita? —le pregunta Hopper.

El alivio en el rostro de la joven es palpable.


—Créame que nadie mejor que yo sabe lo idiota que puede ser Steve —declara Robin luego de bajarse de la patrullera frente a la casa de Steve—. Pero es mi idiota y que no me jugaría este tipo de bromas.

El sheriff no da señales de haberla oído, mas ya es un gran paso que haya accedido a inspeccionar la escena.

El cuerpo del mapache sigue tal y como Robin lo descubrió la noche anterior. Dado el clima otoñal, aún no ha empezado a despedir el olor característico de la descomposición y, por lo tanto, los insectos aún no han reclamado el cadáver.

—¿Tu amigo vive solo? —le pregunta el hombre mientras se acuclilla frente a los restos.

—Desde hace unos meses, sí.

—¿Y sus padres?

—Viajan mucho, no sé dónde estarán ahora mismo.

—Hm. —El oficial se endereza y voltea a verla. Algo en su mirada la inquieta.

—¿Qué sucede? —demanda Robin.

El hombre tan solo replica:

—Nada de qué preocuparse. Ordenaré a una patrulla que recorra la zona en caso de que tu amigo aparezca y…

Empero, Robin está harta de hombres que no hacen más que darle de largas.

—Sé que sabe algo y no me lo está diciendo. —Es una apuesta, en realidad; no tiene suficiente información como para llegar a ninguna conclusión.

Es solo una corazonada.

Una corazonada acertada.

—Tengo una idea —admite el hombre a regañadientes, acomodándose el sombrero y posando de vuelta los ojos sobre el cadáver desmembrado—. Pero no es nada seguro.

—Compártala conmigo.

El hombre inspira hondo.

—Hay… algo raro en todo esto, pero necesito más pruebas. —Finalmente la mira, y Robin nota el profundo pesar en sus ojos—. Cuando tenga más información…

—Me avisará. —Es la única opción que Robin le da.


Hopper resopla apenas atraviesa el umbral de la casa. Solamente Joyce se encuentra en la casa —pues Jonathan trabaja y Jane y Will tienen actividades extracurriculares—, preparando la cena. Apenas advierte su llegada, le ofrece una sonrisa cansada, sus manos dejando de picar verduras por un momento:

—¿Tuviste un día difícil, amor?

—Ni lo imaginas —replica él, tomándose un momento para darle un beso a su esposa.

—¿Sí? Cuéntamelo.

No pensaba ocultárselo. Cuando termina el relato, la mirada alarmada de Joyce le deja en claro que no ha pasado por alto lo que esto puede significar.

—¿Piensas…?

—Sí. Examiné de cerca el cadáver y noté un patrón extraño de mordidas. Como si los dientes formasen un círculo.

Joyce suspira y baja la mirada a la zanahoria a medio picar.

—Quieres hacer la llamada. —No es una pregunta.

—No veo otra opción.

—Pensé… que la dejaríamos fuera de esto. Pensé que por eso… tomamos esas precauciones.

Porque las han tomado, claro. No hay manera de que un hombre como Hopper —un policía, para colmo— viviese todo lo que ha vivido, viese todo lo que ha visto y al final no hiciese nada.

No fue difícil convencer a Jonathan de aceptar las clases de tiro que Hopper les ofreció —ese chico, después de todo, haría cualquier cosa por su madre—. La naturaleza pacífica de Will sí supuso un mayor obstáculo; no obstante, aunque tomó un poco más de tiempo, su amor por Joyce terminó por convencerlo.

—Me siento más tranquilo porque ustedes tres sabrán defenderse —le aseguró Hopper entonces, encerrando suavemente sus manos en torno a los brazos de su esposa para acariciar su piel en un gesto reconfortante—. Pero… si las cosas son como ya hemos visto, me sentiría más tranquilo si agotamos todas las opciones.

Muy a su pesar, Joyce asiente. Hopper tampoco desea esto, a decir verdad: Jane es su hija, después de todo.

Y justamente por eso, se dice mientras se dirige al teléfono de la sala. Justamente por eso debo elegir lo mejor para ella y para toda la familia.