Las noches nevadas en el centro de una ciudad desconocida siempre ponían a Shigeo nervioso.

Sentía que estaba a punto de perderse y que nadie podría ayudarlo, además que era pésimo para mantener la temperatura corporal que la ropa abrigada le brindaba por lo que no podía permanecer por mucho tiempo al exterior.

Aunque se supone que ya debía estar acostumbrado a esta fría sensación, hace mucho tiempo que no podía sentirse cálido.

Fue quizás hace cuatro años, cuando él mismo cortó de tajo la fuente de su luz y calor, su razón para vivir en ese entonces. Fue como cortar un girasol del suelo para dejarlo tirado en medio de la nieve.

Pensó que hacía lo correcto, tenía que serlo. No había forma de que su amado maestro lo aceptará una vez que supiera la verdad detrás de todo.

O tal vez si la había, quizá simplemente había sido demasiado cobarde en ese entonces o demasiado desconfiado del amor que Reigen le tenía.

De cualquier forma ya no importaba, lo hecho ya estaba hecho. Por más que quisiera volver en el tiempo y cambiar alguna de sus palabras no podría conseguirlo jamás, tenía poderes casi infinitos pero no esa habilidad.

De ser así, lo primero que haría sería volver en el tiempo y nunca asistir a esa estúpida fiesta que organizaron sus compañeros de la universidad, donde se quedó dormido y despertó en un lugar desconocido al lado de una chica desconocida que no era su amado maestro, quien le sonreía con picardía, como si se hubiera llevado el premio mayor.

Al paso de las semanas las discusiones con esta persona llegaron, no quería saber nada de lo que pasó pero ella seguía insistiendo, esperándolo afuera de su clase e incluso afuera de su apartamento. No quería saber nada, quería olvidarse de todo y decirle todo a Reigen, rogar por su perdón.

Pero nada de eso ocurrió hasta que la más grande de las pruebas le cerró la boca por completo.

Ella estaba embarazada.

Y él no podía dejar esa responsabilidad de lado, tenía que decírselo a Reigen pero también tenía mucho miedo.

¿De qué? ¿De perderlo? Pero eso ya había ocurrido después de esa fiesta infame.

Se acobardó, dijo algo que no debería a la persona que más amaba y al final lo alejó, en realidad alejó a casi todos sus amigos con la mentira que inventó, incluso su hermano lo miró con una decepción que nunca imaginó en aquel entonces.

Los años siguientes fueron una tortura al intentar acoplarse a un entorno que no deseaba, con una mujer que no queria y en terreno desconocido; lo único que lo hizo un poco tolerable fue la pequeña vida que llegó unos meses mas tarde.

Su pequeña Aika.

Era una traviesa pero muy sensible niña, le recordaba siempre a Reigen. Se preguntaba si algún día se conocieran y si se llevarian bien.

Caminar bajo esa tormentosa nieve no le hacía nada bien a los sentimientos que surgían de esos ya lejanos recuerdos, así que intentó encontrar rápido la dirección que le dieron, entró a un lujoso edificio.

Con el pasar del tiempo y por más que amará a Aika, Shigeo jamás pudo adaptarse bien a su vida. No amaba a su supuesta pareja, no toleraba a su vanidosa familia y estaba inconforme con que intentará que se casaran y tener otro hijo.

La sospecha nació en el cuando a su tercer año, Aika no parecía tener ningún tipo de poder psíquico. Sin embargo fue su hermano el que concretó sus sospechas, por su propia cuenta y sin consultarlo.

–No es tu hija –dijo un día cuando lo invitó a su apartamento, Shigeo rompió un par de focos con la noticia.

–¿Cómo sabes eso?

–Tomé sus muestras de ADN del vaso que dejo aquí el otro día –dijo apenado, pero con firmeza continuo–. Que no tenga poderes ya lo delata en sí, pero tenía que saberlo.

Shigeo se sintió traicionado y herido, sus lágrimas corrieron por su rostro y aunque Ritsu no lo sabía aún, lo había salvado de una existencia llena de miseria. Shigeo le contó la verdad, después de todos estos años finalmente pudo sincerarse con él, su hermano parecía estar furioso pero no con él, sino con su supuesta pareja.

–Amo a Aika –dijo Shigeo–. Pero no puedo vivir así mucho más, no es la vida que escogí.

–Hermano, entonces tu no eres responsable de ella ni de lo que esa tipa te hizo creer –dijo Ritsu más que enojado–. Tienes que demandarla, te hizo algo horrible, arruinó tu vida.

–Yo… no sé si pueda.

Ritsu suspiró, intentando claramente controlar sus propios poderes.

–Respetaré tu decisión, Shige –Se puso de pie y fue a un cajón, sacó de ahí una pequeña tarjeta y se la extendió–. Me dieron esto el otro día en la calle, es una firma de abogados, investigue un poco y parece que son muy buenos. Siquiera pelea por la custodia de Aika, esa mujer te obligó a criarla como tuya después de todo.

Shigeo estuvo a punto de protestar pero Ritsu no lo dejó.

–Solo en caso de que te interese recuperar tu vida –dijo en tono severo–. Sabes que si ella llegó a este extremo para que estuvieran juntos, es capaz de hacer algo peor. No se lo permitas.

Y ahí estaba.

Esperaba que el abogado que le recomendó su hermano fuera lo suficientemente bueno para que lo ayudara a quedarse con Aika, era lo único que deseaba conservar de su anterior vida.

La recepcionista le preguntó qué deseaba y él le comentó sobre la cita que había concretado hace unos días con el abogado especializado en divorcios e infidelidades. Le indicó que esperara en uno de sus lujosos sillones en la sala de espera al costado de la recepción, el obedeció deteniéndose en seco al ver que ya había alguien ahí.

Era un pequeño niño, jugaba y corría de un lado para el otro entre los sillones, Shigeo agradecía que no hubiera nadie más en el lugar o seguramente el chico ya habría terminado con la paciencia de todos. Con la suya no, él se había acostumbrado a los destrozos que una criatura de su edad podía hacer.

Pero a pesar de eso, la razón por la que Shigeo no podía moverse de su lugar es porque ese niño le recordaba a alguien a quien amaba mucho, principalmente por el color de su alborotado cabello naranja.

–¡Y el robot pisa la granja de maíz! –grito el niño a la vez que daba pasos enormes y robotizados, Shigeo no pudo evitar reír un poco llamando la atención del chico.

–Oh, lo siento –dijo sentándose finalmente bajo la interrogativa mirada del niño, incluso en eso le recordaba a esta persona especial.

–¡Luego se comió todo el solo!

El niño continuó jugando, ignorando por completo a Shigeo quien lo miraba con un brillo en sus ojos, sintiendo de todo en ese momento, amor, dolor, una enorme punzada de nostalgia, culpa, arrepentimiento, añoranza.

Quería verlo, quería llamarlo en todos estos años pero nunca se atrevió, sabía que lo odiaba y no había nada que le doliera más que ese hecho. Nunca había dejado de pensar en él, en su risa escandalosa, en esa cara que hacía cuando sabía que se había salido con la suya, en su cuerpo bajo el suyo en aquellas noches de pasión, en la amable mirada que siempre le dirigió y de la que terminó prendado.

En el llanto que contuvo el día que rompió con él.

En el solitario camino que trazaron sus pisadas en la nieve; no se atrevió a seguirlo entonces.

–Kageyama Shigeo.

El llamado lo hizo despertar de ese viejo sentimiento, quizás despues de todo esto se atreva a enviarle un mensaje de texto, preguntarle como esta y que ha sido de él. Aunque no recibiera una respuesta, simplemente deseaba hacerlo. Admitirle de todo corazón que no hubo un solo día desde su separación en que no dejara de pensar en él.

La recepcionista le indicó que se dirigiera a la oficina 202.

Así lo hizo, leyendo cuidadosamente el nombre escrito en su pase que correspondía a su abogado asignado y el que estaba escrito en las puertas de cada oficina.

Oficina 204 - Jun Yamashita.

Oficina 203 - Rina Hasegawa.

Oficina 202 - Reina Hitoka.

Era el mismo de su pase, estaba algo aliviado de que su abogado fuera una mujer, alguien que podría hacerle frente a esa loca chica que se coló en su vida a la fuerza.

Desvió la mirada un instante a la puerta que seguía, sintiendo como se ponía pálido.

Oficina 201 - Arataka Reigen.

De la impresión dejó caer su tarjeta de visita, escuchó que alguien salía de esa oficina antes de poder recogerla así que pensó lo más rápido posible en esconderse, pero no iba a darle tiempo.

La puerta se abrió, afortunadamente se abrió hacia afuera y en dirección contraria a Shigeo, por lo que no podría mirarlo directamente.

–En ese caso voy a apurarme a salir de aquí –dijo esa voz que había vuelto loco a Shigeo durante su adolescencia y parte de su adultez. Se dio cuenta que aún hacía estragos en él pues su corazón se aceleró como loco, como hace años no ocurría.

Vió las sombras de dos personas, después de todo el vidrio en la puerta era un poco claro para ver qué sucedía pero no lo suficiente para distinguir sus expresiones. Parecía que a Reigen lo acompañaba una mujer, ella hizo gestos con los brazos a lo que Reigen pareció entender muy bien.

–¿De verdad lo trajiste? Ese niño debe estar haciendo destrozos en la recepción.

La mujer hizo otros gestos, Shigeo no deseaba interrumpir así que observo en silencio.

–¡Claro que eso no lo aprendió de mi! Siempre culpan al padre de las cosas malas y a la madre de las buenas. Todos sabemos que soy un padre ejemplar y tú eres una traviesa.

Shigeo sintió a su corazón partirse en dos ante la revelación, contemplar a Reigen cargar a la mujer tomándola de la cintura para luego aterrizarla con delicadeza. Riendo como nunca antes lo había escuchado, luego las dos siluetas se dieron un beso que ya no significaba mucho a estas alturas.

Tomó su pase que finalmente encontró a un par de pasos suyos y entró a la oficina de al lado, dando un portazo tan fuerte que la pareja afuera se alertó.

–¿Qué fue eso? –preguntó Reigen a su esposa, ella gesticuló.

"–No lo sé, se escuchó como una puerta".

–Debió ser algún cliente de Hitoka –dijo aliviandose un poco–. Ella siempre tiene casos muy difíciles de resolver y la gente suele desesperarse mucho al llegar aquí.

"–Es una pena que alguien tenga que vivir así." expresó la mujer con las manos, "–Espero que puedan encontrar algo de paz en este lugar."