El expreso de Hogwarts, por primera vez, llevaba una cantidad mínima de estudiantes. Al estar fuera de la fecha usual, el tren tenía tanto espacio que cualquiera podía elegir un compartimento entero sin necesidad de compartir. No se escuchaban risas, ni las habituales conversaciones en voz alta que intercambiaban historias del verano. Por un momento, del otro lado del vagón Hermione creyó escuchar un sollozo desde uno de los compartimentos, acto seguido se escucharon algunos murmullos de consuelo, luego solo quedó el silencio.
Cuando descendieron del tren, todos guardaron silencio, como si se tratara de un acto solemne. No era obligatorio llevar uniforme, pero todos habían optado por usar las capas negras de sus respectivas casas, un gesto de luto por aquellos que no habían regresado… Que no habían podido regresar. Hermione tragó en seco al ver cómo los elfos domésticos se ocupaban de su equipaje y tuvo que controlar una lágrima que amenazaba con escapar, le recordaban demasiado a Dobby, y la nostalgia la golpeó con la fuerza de una ola. Ocultó su rostro con la capucha de su capa y se caminó hacia los carruajes, donde más de un estudiante se vio sorprendido por la realidad de lo que habían percibido como magia, ella se acercó al Thestral que guiaba uno con cierta naturalidad, le acarició la cabeza unos segundos y se permitió sentir cierta nostalgia, los demás parecieron calmarse un poco al notarla, como si eso asegurara que las extrañas criaturas no podrían dañarlos para nada. Con una última mirada hacia el expreso montó en la carrosa que le tocaba.
El paisaje que les esperaba era tan familiar como desolador. El lago negro, hogar del calamar gigante y la vegetación usual seguían ahí, pero también estaban las cicatrices de la guerra. Algunas paredes del castillo, a pesar de las reparaciones, mostraban grietas evidentes, como si no pudieran olvidar que estaban unidas mediante la magia y extensiones de tierra quemada recordaban los últimos hechizos que habían caído durante la batalla. Hermione se preguntó si algo volvería a crecer allí, por lo menos a simple vista parecía poco probable.
La bienvenida esa noche no era para todos, el Gran Comedor se había habilitado para recibir a aquellos quienes habían regresado a completar su educación y los voluntarios que habían ofrecido comenzar antes para ayudar a reparar el castillo. Era doloroso contemplar como las cicatrices también rodeaban ese espacio, a donde mirara podía notar marcas del conflicto; su techo encantado, a pesar de que seguía hechizado como cielo nocturno parpadeaba en algunas áreas, pero en otras solo había sombras. Las grietas en la magia eran visibles, cicatrices de una batalla que ni el tiempo ni los hechizos podrían borrar por completo.
Hermione avanzó hacia la mesa de Gryffindor, sintiendo las miradas que la seguían, conocía a casi todos y sabía que varios de ellos habían perdido amigos, familiares, incluso hermanos. Algunos de esos compañeros la saludaron con gestos que evocaban un agradecimiento silencioso. Ella respondió inclinando la cabeza, incapaz de forzar una sonrisa que pareciera genuina. No lo merezco, pensó mientras tomaba asiento. No era su culpa, por supuesto, ellos habían seguido la voluntad de Dumbledore… Pero, si tan solo hubieran compartido el secreto antes… si no se hubieran esmerado en confiar solo en unos pocos para ayudar… Tal vez más vidas habrían podido salvarse. Tal vez la mesa pudiera contar con algunos más.
Pero no le servía de nada encerrarse en ese tipo de cavilaciones, encontró un lugar a la mitad de la mesa y se sentó con cuidado. Cuando levantó la vista se dio valor suficiente para observar un poco más allá, sus ojos recorrieron las mesas de las otras casas. En Ravenclaw había rostros pálidos y delgados, algunos con cicatrices que nunca desaparecerían, Hufflepuff no estaba mucho mejor, pero contaba con un buen número de voluntarios. La mesa de Slytherin, sin embargo, soportaba el peso del desprecio colectivo. Un pequeño grupo de estudiantes se había hacinado en un extremo. Hermione identificó dos figuras al instante: una cabellera rubia que reflejaba la luz del techo roto y otra presencia cuya sola postura decía "no me molesten". Theodore Nott y Draco Malfoy. A pesar del estado en el que se encontraban era imposible confundirlos.
Su mirada se desvió entonces hacia la mesa de los profesores, donde Minerva McGonagall presidía con una dignidad solemne. Sus ojos se encontraron, y Hermione entendió el mensaje silencioso. No necesitaban palabras.
Ella le estaba asignando otra misión.
El discurso de bienvenida de McGonagall fue breve. Agradeció a los estudiantes por su disposición a ayudar en la reconstrucción y explicó cómo se dividirían las tareas. Los de quinto año trabajarían en zonas más simples, mientras que los de séptimo se encargarían de las áreas más complejas, aquellas que requerirían de hechizos más elaborados.
—Entiendo que este proceso es tanto catártico como doloroso —dijo la directora, con voz firme pero compasiva—. Si en algún momento sienten que la situación los supera, por favor busquen a sus jefes de casa. Es importante que encontremos apoyo mutuo en este camino. Todos los presentes sufrimos la guerra de una u otra manera, buscar culpables, sentirnos impotentes o tender a los escarnios es algo que no le hará ningún bien a ninguno de los presentes.
Las miradas se dirigieron casi de forma inconsciente a la mesa de Slytherin, hubo algunos asentimientos, también algunas caras de molestia, McGonagall continuó de todas maneras.
Hermione escuchó las palabras, pero no las internalizó, su mente vagaba desde las palabras supera y apoyo. Harry y Ron no estaban con ella. Se alegraba de que hubieran sido seleccionados como aurores, pero también se había sentido profundamente traicionada por su abandono y dejación, ambos la habían dejado sola en su propia búsqueda. Quien, contra todo pronóstico, finalmente la había acompañado a buscar a sus padres había sido Luna.
—Iremos juntas —había dicho Luna, luego de escuchar su conversación con Ginny, con ese tono de calma peculiar que la caracterizaba. Antes de que Hermione pudiera protestar, agregó—: Se me da bien encontrar cosas ocultas, tal vez se me dé bien encontrar personas.
Era un argumento algo refutable, pero tenía que reconocer que aún con todo el temple de bondad y calidez Luna había demostrado ser una aliada invaluable, utilizando hechizos caseros y métodos poco ortodoxos que solo aprenden quienes crecen en ambientes mágicos, la chica había logrado más avances de lo que Hermione había reunido en todo un mes. La misión en total les había tomado semanas, y aunque los Granger fueron encontrados y el contrahechizo funcionó a tiempo, la recuperación de su memoria requirió de tratamiento en San Mungo.
—Se pondrán bien —había dicho Luna con una seguridad tranquilizadora—. Puedes volver a Hogwarts; yo me encargaré de visitarlos y te escribiré, luego tomaré el tren en septiembre.
Hermione había sentido una gratitud inmensa hacia Luna. En la estación, antes de despedirse, la abrazó con fuerza.
—No tienes idea de lo mucho que te agradezco esto, Luna.
—Claro que lo sé —replicó Luna, correspondiendo el abrazo con su característica calma—. Ahora ve y ayuda a arreglar Hogwarts. Presiento que este año pasarán algunas cosas, cosas del tipo que sólo tú podrías reparar.
Con esas palabras resonando en su mente, Hermione volvió al presente. Hogwarts estaba lejos de ser el lugar que una vez conoció, pero estaba decidida a hacer lo que fuera necesario para reconstruirlo, incluso si eso significaba enfrentar sus propios fantasmas.
