La luz de la tarde se colaba entre las persianas de la residencia Emiya, bañando el salón principal en tonos cálidos de oro y ámbar. Los días en Fuyuki seguían siendo extrañamente tranquilos para Sora Sajyou, un chico de diecisiete años que, a pesar de su linaje excepcional, había aprendido a disfrutar de los pequeños momentos. El suave crepitar de una tetera hirviendo en la cocina, el sonido distante de los autos voladores que surcaban el aire en el Fuyuki del año 2054, y el aroma dulce de los dulces que su abuela Sakura preparaba llenaban el espacio.

La residencia Emiya, una mezcla de tradición japonesa y toques modernos, seguía siendo un símbolo de un tiempo más simple, un refugio donde los ecos de la magia y las tragedias pasadas se habían desvanecido en una vida cotidiana común. Para Sora, era el único hogar que había conocido, un lugar donde podía leer sus libros, practicar magecraft en secreto, y a veces perderse en pensamientos que no compartía con nadie.

Ese día en particular, sin embargo, algo estaba cambiando. Lo sentía como una presión en el pecho, un zumbido bajo su piel, como si el mundo estuviera esperando algo.

—Sora-kun, ¿puedes venir a ayudarme con los platos? —llamó la voz amable de Sakura desde la cocina.

—Sí, ya voy —respondió mientras cerraba el libro de magia elemental que había estado estudiando en la sala. Había algo relajante en la monotonía de las tareas cotidianas; a pesar de su talento natural para elmagecraft, Sora rara vez tenía razones para usarlo. Había aprendido todo lo que sabía gracias a los viejos libros que su abuelo Shirou había dejado atrás, pero nunca había recibido una educación formal en magia. Era más una curiosidad que una vocación.

Cuando entró en la cocina, Sakura le sonrió, sus movimientos elegantes mientras arreglaba un plato de dulces. Aunque los años habían pasado, y su cabello ahora estaba salpicado de gris, la dulzura y calma de su presencia seguían siendo un pilar en la vida de Sora. Había algo en la forma en que lo miraba, una mezcla de orgullo y melancolía que él no terminaba de entender.

—Pareces pensativo hoy, Sora-kun. ¿Ocurre algo? —preguntó mientras colocaba una bandeja en la mesa.

—No es nada, abuela. Sólo estaba estudiando… magia, ya sabes. Lo básico.

Sakura le lanzó una mirada suave, pero no insistió. Aunque lo animaba a estudiar, rara vez le preguntaba sobre los detalles de su práctica. La magia, para ella, era un recuerdo de un pasado demasiado doloroso.

Mientras terminaban de limpiar la cocina, Sora notó algo extraño: un escalofrío recorrió su espalda, una sensación como si estuviera siendo observado. Se giró hacia la ventana del jardín trasero, pero no vio nada. Era solo su imaginación, ¿no?

"Quizás estoy estudiando demasiado", pensó mientras sacudía la cabeza.

Pero la paz de ese día no duraría mucho.

Esa noche, el aire estaba cargado de algo extraño. Sora se encontraba en su habitación, hojeando un viejo cuaderno de notas que había pertenecido a Shirou Emiya, cuando de repente un escalofrío helado recorrió toda la casa. Las luces parpadearon.

La magia en el ambiente era sofocante, oscura, podrida. Era una energía que no podía ignorar.

Sora salió corriendo de su habitación, sus pasos resonando en los pasillos de madera. Encontró a Sakura de pie en la entrada principal, su expresión rígida, su cuerpo temblando ligeramente. Frente a ella, envuelto en una neblina púrpura y negra, estaba un hombre… no, una cosa. La figura era demasiado retorcida para ser completamente humana.

—Zouken… —susurró Sakura con voz temblorosa.

Sora había escuchado historias sobre él. Zouken Matou, el hombre que había destruido la vida de su abuela y transformado a la familia Matou en un nido de horrores. Había muerto hacía décadas, o eso pensaba. Sin embargo, ahí estaba, o al menos una manifestación de lo que alguna vez fue.

—Ah, Sakura. Tanto tiempo, querida. Y tú, muchacho, eres el Sajyou, ¿verdad? No, no… un Emiya disfrazado. Pero veo que la sangre Matou corre fuerte en tus venas. —Su voz era como un coro de insectos, repulsiva y escalofriante.

—¿Qué demonios haces aquí? —demandó Sora, su voz firme, aunque su corazón palpitaba desbocado.

—Hago lo que siempre he hecho, niño. Observar. Moldear. Y ahora he venido a darte un regalo. Tú serás mi representante en esta nueva Guerra del Santo Grial.

Sakura dio un paso al frente, su magia comenzando a brillar tenuemente a su alrededor.

—No lo harás, Zouken. Déjalo fuera de esto. Ya has hecho suficiente daño.

—Oh, Sakura. Este niño no necesita que lo protejas. Tiene el potencial de un verdadero genio. Además, no tiene elección. El Grial lo ha elegido. El mundo mágico lo ha elegido. Y yo… sólo estoy aquí para garantizar que no desperdicie su legado.

El aire se volvió más pesado, y por un instante, Sora sintió que todo lo que había conocido estaba a punto de desmoronarse.

Un ardor fantasmal golpeo su mano, la vista de Sora bajo hacía la fuente de la incomodidad creciente y toda la sala se quedo en silencio como una marca roja con forma de una estrella con puntas de espadas se hacía presente en su piel. Sakura miro la marca con horror mientras la de fondo la risa maliciosa de Zouken resonaba por toda la casa.

La vida de Sora había dado un giro completo en ese momento.

Horas más tarde, después de que Zouken desapareció dejando tras de sí un eco de su risa inhumana, Sora se encontraba en su habitación, temblando. El anciano había dejado instrucciones claras: debía realizar el ritual de invocación antes de que cayera la medianoche. El círculo mágico estaba dibujado en el suelo con sangre, y los símbolos brillaban con un resplandor antinatural.

Sakura le había suplicado que no lo hiciera, pero algo en el corazón de Sora le decía que no podía escapar de esto. El Grial lo había elegido, y aunque odiaba admitirlo, sentía que era su responsabilidad.

—Por el hierro y la plata. Por la piedra y el contrato. Por mi sangre, que fluye como un río… —murmuró mientras canalizaba su magia en el círculo.

El aire se encendió. La presión mágica se acumuló hasta un punto insoportable, y cuando pensó que su cuerpo iba a colapsar, una figura apareció en el centro del círculo.

Cabello violeta ondeando como si flotara bajo el agua. Una armadura negra y plateada que brillaba bajo la luz de las velas. Una espada dorada descansaba en su mano derecha, y sus ojos, brillantes y peligrosos, se clavaron en los de Sora.

—¿Eres mi Master? —preguntó la mujer, su voz tan dulce como un veneno letal.

Sora tragó saliva. Había leído sobre los Servants, pero verla ahí, de pie, irradiando poder, era algo completamente distinto.

—Sí… soy tu Master. Soy Sajyou Sora.

La mujer lo estudió por un momento antes de asentir ligeramente.

—Yo soy Medusa, de la Clase Saber. Nuestra alianza comienza ahora, Master.

Y así, la tranquilidad de la vida de Sora se rompió por completo.