"...Baby, what have we become?

What happened?..."- Love me or Leave me-Little Mix.

Capítulo 1: Nuevas oportunidades.

La luz del atardecer se filtraba a través de las cortinas semiabiertas de la habitación de Izumi, bañándo todo con tonos dorados y rosados. El ambiente era cálido y tranquilo, con el leve aroma a vainilla de las velas que había encendido antes. En la cama, las sábanas estaban ligeramente desordenadas, reflejo del momento íntimo que acababan de compartir.

Izumi descansaba sobre el pecho de Takuya, su novio hace casi tres años, trazando líneas invisibles con la punta de sus dedos. Su cabello dorado caía en cascada sobre sus hombros, brillando con la luz tenue, y sus labios curvados en una pequeña sonrisa irradiaban serenidad.

Takuya la observaba en silencio, permitiéndose un instante para admirarla. Cada detalle de ella le parecía perfecto: la delicada curva de su cuello, la forma en que sus pestañas se movían ligeramente cuando parpadeaba, y cómo sus ojos, de un color cálido y profundo, reflejaban una mezcla de amor y complicidad. Para él, Izumi era hermosa en todos los sentidos, pero lo que más lo cautivaba era la luz que emanaba de ella, una energía que lo hacía sentir que podía enfrentarse a cualquier cosa.

Un suave suspiro escapó de sus labios mientras apartaba un mechón de su cabello detrás de su oreja. Ella levantó la vista hacia él, sorprendida por la intensidad de su mirada.

—¿Qué pasa? —preguntó con una risita, ladeando la cabeza.

Takuya negó con la cabeza, pero una sonrisa tímida se dibujó en su rostro.—Nada, solo... no puedo creer lo afortunado que soy de tenerte.

Izumi se sonrojó levemente, algo que siempre le encantaba de ella. Aunque estaban juntos hacía años, todavía lograba hacerla sentir como la chica más especial del mundo. —¿Siempre tan cursi? —bromeó, pero se inclinó para besar suavemente su mejilla.

Después de unos segundos, Izumi se incorporó un poco, sentándose sobre la cama mientras se cubría con la sábana. —¿Sabes qué día se acerca? —preguntó, mirándolo con una sonrisa cómplice.

Takuya parpadeó, saliendo de sus pensamientos, pero no respondió de inmediato.

Ella arqueó una ceja, divertida.—Nuestro aniversario, Takuya. Tres años juntos. Pensaba que podríamos hacer algo especial... como cenar en ese restaurante italiano que tanto me gusta.

La sonrisa en los labios de Izumi era dulce, pero Takuya apenas pudo corresponderle. Su mente estaba en otro lugar, atrapada en un torbellino de pensamientos.

Izumi lo notó de inmediato. Su expresión cambió a una de preocupación mientras se inclinaba hacia él.—¿Takuya? ¿Estás bien? Has estado muy callado.

Él tragó saliva, sintiendo un nudo en la garganta. Sabía que no podía seguir postergándolo. Se sentó lentamente, apartando la sábana. —Izumi, hay algo que tengo que decirte...

La rubia lo miró con atención, sus grandes ojos fijos en él. —¿Qué pasa? Me estás preocupando.

Takuya respiró hondo, sus manos temblaban ligeramente cuando entrelazó sus dedos con los de ella. —Hoy... recibí una noticia importante. Me ofrecieron unirme a un club de fútbol profesional.

Izumi abrió los ojos, sorprendida. —¿De verdad? ¡Eso es increíble, Takuya! —exclamó, una sonrisa radiante iluminando su rostro.

Él la observó con una mezcla de alivio y nerviosismo. —Sí, pero... hay un detalle. Para entrenar con ellos y prepararme, tendré que mudarme a Tokio.

La habitación quedó en silencio por un momento. El anuncio flotó entre ellos como una nube, pero Izumi no dejó que la inseguridad la dominara. Su sonrisa permaneció intacta mientras apretaba suavemente las manos de Takuya.

—¿Eso te preocupa? —preguntó suavemente.

Takuya asintió, desviando la mirada.—No quiero que esto nos afecte. La distancia... no sé si podré manejarla.

Izumi se inclinó hacia él, colocando una mano en su mejilla para que la mirara. —Takuya, llevamos casi tres años juntos. Hemos superado tanto... ¿Crees que la distancia va a cambiar lo que siento por ti?

—No es solo eso —admitió él, su voz quebrándose un poco—. Me preocupa que no podamos vernos tan seguido. Que te canses de esperar...

Izumi negó con la cabeza, sonriendo con ternura.

—Takuya, no voy a cansarme. ¿Sabes por qué? Porque te amo y porque este es tu sueño. Así como tú me apoyaste cuando empecé como modelo, ¿recuerdas? Nunca me hiciste sentir que no podía lograrlo, ni siquiera cuando yo misma dudaba.

Él la miró, su expresión suavizándose. —Pero esto es diferente. Tú seguías aquí conmigo. Esto es mudarme a otro lugar...

Izumi acarició su rostro, su voz firme pero llena de amor. —Es lo mismo, Takuya. No importa dónde estés, yo voy a estar contigo, apoyándote. Y quiero que luches por tu sueño, porque eso es lo que te hace feliz.

Takuya tragó saliva, sintiendo un calor en el pecho. Apretó sus manos con más fuerza. —Entonces, ¿estamos bien?

Izumi rió suavemente.—Estamos mejor que bien. Pero prométeme algo.

—Lo que sea.

—Prométeme que esta distancia es solo un paso hacia el futuro que quieres para nosotros.

Takuya asintió con convicción. —Te lo prometo. Todo lo que estoy haciendo es para que, algún día, podamos tener la vida que soñamos.

Ella lo miró, sus ojos brillando con emoción, pero no pudo evitar sonreír traviesamente para romper la tensión. —Aunque, te advierto, si alguna de esas chicas de Tokio intenta acercarse demasiado, no dudes que voy a viajar hasta allá y te arrastraré de regreso, ¿entendido?

Takuya soltó una carcajada, relajándose al fin. —¿De verdad crees que alguien podría superar a mi Izumi? Ni en sueños.

Izumi fingió estar pensativa.—Más te vale. Porque si no, tendré que modelar con una pancarta que diga "propiedad de Takuya".

Ambos rieron, y ella se inclinó para besarlo. Fue un beso suave pero lleno de promesas no dichas, un sello que sellaba su pacto. La luz del atardecer se desvanecía lentamente, dejando un cálido resplandor en la habitación, mientras el futuro se dibujaba incierto, pero lleno de esperanza para los dos.

Habían pasado casi cuatro semanas desde que Takuya se había mudado a Tokio para perseguir su sueño de convertirse en futbolista profesional. Al principio, tanto él como Izumi habían encontrado maneras de mantenerse conectados: mensajes diarios, llamadas largas por las noches e incluso videollamadas que aliviaban un poco la distancia. Los sábados eran el día más esperado para ambos, cuando Takuya conducía su auto para visitarla.

Pero esa rutina se desmoronó más rápido de lo que cualquiera de ellos había anticipado.

Izumi estaba sentada en el borde de su cama, con el teléfono en la mano. La pantalla mostraba el último mensaje de Takuya, enviado hacía tres días: un escueto "Perdón, estoy ocupado, hablamos luego". Ella había respondido al instante, como siempre, pero su mensaje seguía sin contestar.

Suspiró, sintiendo una mezcla de tristeza y frustración que la hacía apretar los labios. Al principio, había sido comprensiva. Sabía que mudarse a una nueva ciudad y adaptarse a un equipo nuevo era un desafío. Sin embargo, lo que más dolía no era la distancia física, sino la emocional.

Caminó hacia la ventana, mirando el cielo nublado, como si reflejara su estado de ánimo. Recordaba los primeros días después de su partida, cuando ambos parecían determinados a no dejar que la distancia les afectara. Los mensajes eran dulces y constantes, las videollamadas llenas de risas y cariño, y los sábados juntos eran el recordatorio de que su amor podía superar cualquier obstáculo.

Pero esas promesas comenzaron a desmoronarse lentamente.

Takuya empezó a tardar más en responder. Las llamadas se volvieron menos frecuentes, y las excusas para no verla los sábados se hicieron más habituales. Izumi trató de ignorar la creciente sensación de que algo estaba mal, pero cada mensaje sin respuesta y cada llamada ignorada le hacían sentir un vacío que no podía llenar.

Mientras tanto, en Tokio, Takuya apenas se daba cuenta de cuánto estaba afectando a Izumi. Su vida había cambiado drásticamente desde la mudanza. Los entrenamientos eran intensos, el nivel de exigencia mucho mayor que en la preparatoria. Cada día se levantaba antes del amanecer, entrenaba hasta quedar exhausto y pasaba las tardes revisando estrategias con su nuevo equipo.

Todo era nuevo para él: la ciudad, las personas, el ritmo de vida. A pesar de la presión, Takuya comenzaba a encontrar consuelo en una inesperada amistad.

Kanna, la hija del entrenador, era parte del equipo administrativo del club y compartía la misma pasión por el fútbol. Desde el primer día, su energía y entusiasmo llamaron la atención de Takuya. Ella siempre estaba allí para animarlo durante los entrenamientos o compartir consejos sobre cómo adaptarse al equipo.

Sin darse cuenta, Takuya comenzó a pasar más tiempo con ella. Las largas conversaciones sobre fútbol y sus sueños hacían que los días pesados parecieran más ligeros. Kanna era fácil de tratar, y su amistad comenzó a convertirse en un pilar en la nueva vida de Takuya.

Lo que Takuya no sabía era que Kanna veía su relación con otros ojos. Para ella, Takuya era más que un amigo o un compañero de equipo. Cada sonrisa que le dedicaba, cada conversación, eran una oportunidad para acercarse más a él. Aunque nunca lo dijo directamente, Kanna tenía intenciones de ser más que una confidente para Takuya, y su actitud hacía que, de manera indirecta, él se alejara de Izumi.

Una tarde, después de un entrenamiento particularmente agotador, Takuya se dejó caer en el sofá de su departamento. Miró su teléfono y notó las notificaciones de Izumi: mensajes que había ignorado durante el día. Se sentía culpable, pero también agotado. "Le escribiré más tarde," se prometió, aunque sabía que probablemente no lo haría.

En ese momento, recibió un mensaje de Kanna:

—"¡Buen entrenamiento hoy! ¿Qué tal si mañana te ayudo con las jugadas nuevas? Puedo explicarte lo que mi papá quiere que mejores."

Takuya sonrió. Sabía que debía responderle a Izumi primero, pero las palabras de Kanna le recordaron que aún tenía mucho que trabajar para estar a la altura del equipo. Le respondió a ella rápidamente, prometiéndole que practicarían juntos al día siguiente.

Mientras tanto, Izumi, a kilómetros de distancia, miraba su teléfono, esperando un mensaje que no llegaría.

Esa noche, Izumi se acostó sintiendo el peso del silencio de Takuya como nunca antes. Su amor por él seguía intacto, pero la incertidumbre comenzaba a consumirla. ¿Qué tan fuerte era su relación como para sobrevivir a este distanciamiento?

Unas semanas después.

Izumi, sentada en su habitación, se acomodó contra el respaldo de su cama mientras sostenía el teléfono con una mezcla de emoción y nervios. Había esperado todo el día para hablar con Takuya. Aunque las llamadas eran cada vez más breves y distantes, ella se aferraba a esos momentos como un hilo que los mantenía unidos.

Marcó su número, y después de varios tonos, él respondió.

—Hola, amor —saludó Izumi con una sonrisa que podía sentirse a través del teléfono.

—Ah, hola —respondió Takuya distraídamente. De fondo, se escuchaban voces y risas que Izumi no pudo identificar.

—¿Estás ocupado? —preguntó con cautela, sintiendo cómo su entusiasmo se desvanecía un poco.

—No, no. Dime, ¿qué pasa? —contestó él, aunque su tono parecía más mecánico que genuino.

Izumi tomó aire, intentando no desanimarse.

—Estaba pensando en nuestro aniversario. Falta muy poco, ¿te acuerdas? —empezó a decir con suavidad.

Hubo un breve silencio en el otro lado de la línea, y entonces, la voz de Takuya llegó, algo distante:

—Claro que sí, ¿cómo podría olvidarlo?

Izumi sonrió, aliviada por su respuesta.

—Bueno, ya hice la reservación en el restaurante italiano que tanto me gusta para el sábado. ¿Te parece bien?

—Ajá, perfecto —respondió Takuya automáticamente, pero su tono dejó claro que no estaba procesando realmente lo que ella decía.

Del otro lado de la línea, Takuya estaba sentado en el vestíbulo del complejo deportivo, con el teléfono en una mano mientras revisaba con Kanna algunas estrategias de juego en una tablet.

—Takuya, ¿te parece que esta formación podría funcionar mejor en la segunda mitad del partido? —preguntó Kanna, inclinándose hacia él, con una sonrisa cómplice.

—Sí, creo que sí... —dijo Takuya, sin levantar la mirada del dispositivo.

Izumi, quien no podía ver la escena pero sentía su desconexión, insistió: —¿Seguro que puedes venir el sábado? Es importante para mí... para nosotros.

—Sí, claro, no te preocupes, estaré ahí —dijo Takuya apresuradamente, sin apartar los ojos de la tablet.

Izumi frunció el ceño, sintiendo cómo su pecho se apretaba. Algo no estaba bien.—Takuya, ¿estás escuchando lo que te digo? —preguntó con un tono más serio.

—Sí, sí, claro que sí. Perdón, amor, ¿puedes repetirlo? —dijo él finalmente, como si recién notara que estaba en una conversación con su novia.

Izumi se quedó en silencio unos segundos, intentando controlar las lágrimas que amenazaban con salir. No quería parecer dramática, pero era inevitable sentirse ignorada.

—Nada, no importa. Solo quería que confirmaras que vendrás el sábado.

—Sí, amor, ahí estaré. Lo prometo.

Del otro lado de la línea, Kanna lo miró con una sonrisa juguetona. —¿Todo bien con tu novia? —preguntó en tono casual, mientras deslizaba su dedo por la tablet para mostrarle otra estrategia.

—Sí, todo bien —respondió Takuya, intentando sonar despreocupado, pero sin darse cuenta del peso de sus propias palabras.

Izumi colgó el teléfono y dejó el aparato sobre la cama, sintiendo un vacío en el pecho. Miró la ventana, donde la luna llena iluminaba su habitación, pero la luz no lograba calentar la sensación de soledad que la envolvía.

Había planeado ese aniversario con tanto cariño, pensando en hacer de ese día un momento especial para los dos. Sin embargo, la llamada acababa de demostrarle que Takuya no estaba realmente presente. Su corazón se apretaba con una mezcla de tristeza y decepción.

—Tal vez solo está cansado... —susurró para sí misma, intentando convencerse de que la desconexión de Takuya no era algo más profundo.

Mientras tanto, Takuya regresaba a su departamento después de la sesión con Kanna. Apenas recordaba los detalles de la llamada con Izumi. En su mente, había cumplido con lo necesario: había dicho que estaría allí.

El sábado había llegado, pero para Izumi era como si el día estuviera sumido en una eterna espera. La ciudad, envuelta en luces parpadeantes, parecía más tranquila de lo habitual. Desde temprano, Izumi sentía una mezcla de nervios y emoción. Aunque no había recibido ningún mensaje de Takuya desde la noche anterior, estaba convencida de que él no le fallaría.

Vestía un delicado vestido blanco con tirantes, adornado con detalles de encaje, que había elegido especialmente para la ocasión. Sus tacones bajos hacían juego con la pequeña pulsera de plata que Takuya le había regalado en su primer aniversario. Miraba su reflejo en el espejo tratando de calmar su ansiedad. "Él vendrá. No me dejará plantada."

Decidió enviarle un mensaje por la mañana, buscando una confirmación:

"Buenos días, amor. Feliz aniversario. Estoy emocionada por esta noche. Avísame si estás bien."

Sin embargo, las horas avanzaban y el silencio de su teléfono parecía ensordecedor. Revisaba cada pocos minutos, pero las notificaciones seguían ausentes.

Cuando la ansiedad fue más fuerte que su orgullo, marcó el número de la madre de Takuya.

—¿Hola, señora Kanbara? Soy Izumi… disculpe que la moleste, pero… ¿ha hablado con Takuya? No he podido comunicarme con él y estoy preocupada.

—Oh, Izumi, querida. No te preocupes. Hablé con él hace unas horas. Está bien, aunque parecía ocupado. ¿No te contestó?

Izumi sintió una punzada en el pecho. Si había hablado con su madre, ¿por qué no me llamó a mí? Pero aún así, intentó sonreír al otro lado de la línea. —No, aún no. Quizá está ocupado, como dijo. Gracias, señora Kanbara.

Tras colgar, se dijo a sí misma: "Él no me fallará. Vendrá." Y con esa esperanza salió hacia el restaurante, ignorando la tristeza que amenazaba con inundarla.

El día había comenzado temprano para Takuya. Después de hablar con su madre por la mañana, su mente estaba ocupada con los entrenamientos intensivos que habían programado para esa semana. El entrenador les había recordado la importancia del partido del próximo lunes, y él se había sumergido por completo en las prácticas.

Kanna, quien siempre estaba cerca de Takuya, había notado algo en la conversación que él había tenido con su madre. "Tiene una cita con Izumi," pensó, con una mezcla de celos y determinación. Mientras él dejaba su teléfono sobre la banca, Kanna aprovechó un momento en el que él estaba distraído.

Cogió el dispositivo, revisando de reojo las notificaciones de Izumi. Sus ojos se entrecerraron con una expresión calculadora, y sin dudarlo, apagó el teléfono. "Si no lo ve, no se distraerá. Además, ella puede esperar un poco," pensó, volviendo a dejar el móvil en su lugar.

Cuando Takuya regresó a la banca para tomar un poco de agua, Kanna se adelantó con una sonrisa.

—¡Takuya! —le llamó, ofreciéndole una botella.

—Gracias —respondió, sin notar lo que había sucedido.

Kanna, siempre buscando su atención, añadió: —Oye, después del entrenamiento, ¿quieres que te enseñe algunos movimientos que aprendí viendo a mi papá entrenar? Podrían servirte para el próximo partido.

Él asintió, agradecido. —Claro, siempre se puede aprender algo nuevo.

A medida que el día avanzaba, Takuya estaba tan enfocado en los ejercicios y en las conversaciones con sus compañeros que no se dio cuenta de que su teléfono permanecía apagado. Los pensamientos sobre el aniversario con Izumi quedaron enterrados bajo la rutina y el agotamiento físico.

Izumi llegó al restaurante con una mezcla de esperanza y ansiedad. Había elegido una mesa junto a la ventana, donde las luces de la ciudad iluminaban tenuemente su rostro. Las velas parpadeaban en la mesa, creando un ambiente cálido que contrastaba con el vacío que comenzaba a sentir en su pecho.

A cada momento miraba hacia la puerta, esperando ver la figura de Takuya cruzar el umbral. Mandó otro mensaje:

"Amor, ya estoy aquí. ¿Vienes?"

Pero el reloj seguía avanzando, y su teléfono permanecía en silencio. "No puede ser que me haya olvidado… No puede."

El tiempo pasaba, y cuando el reloj marcó las 9:00 p.m., Izumi supo que él no vendría. Las lágrimas que había estado conteniendo comenzaron a acumularse en sus ojos, pero las parpadeó con fuerza. Se levantó lentamente, con el corazón hecho pedazos, y pagó la cuenta antes de salir.

La brisa nocturna acariciaba su piel mientras caminaba por las calles iluminadas. Las lágrimas finalmente encontraron su camino, resbalando por sus mejillas mientras la realidad la golpeaba con fuerza. "¿Por qué, Takuya? ¿Por qué no viniste?"

A las 1:00 a.m., Takuya llegó a su pequeño departamento, exhausto. Se dejó caer en el sofá, suspirando profundamente. Al encender su teléfono, las notificaciones comenzaron a llegar en cascada.

Vio los mensajes y las llamadas perdidas de Izumi. Cada palabra parecía un puñetazo directo al pecho.

"Buenos días, amor. Feliz aniversario…"

"Amor, ya estoy aquí. ¿Vienes?"

El peso de la culpa lo invadió al instante. Miró la fecha en la pantalla: su aniversario.

—¡Mierda! —exclamó, pasando las manos por su cabello desordenado.

Marcó su número con manos temblorosas, pero la llamada fue directamente al buzón.

—¡Maldita sea! —golpeó la mesa, sintiendo cómo la culpa lo consumía. Había perdido algo que no podía recuperar.

Se sentó en el borde del sofá, mirando la pantalla en silencio. Sabía que ninguna disculpa sería suficiente para borrar el daño que había causado. La imagen de Izumi, esperándolo en el restaurante, invadió su mente. Podía imaginar su decepción, su tristeza.

—¿Cómo pude ser tan idiota? —susurró.

La culpa y el arrepentimiento se entrelazaban en su pecho, aplastándolo. Takuya sabía que tendría que enfrentar las consecuencias, y el temor de perder a Izumi comenzaba a abrirse paso en su mente.

Takuya no había dormido ni un minuto. La culpa lo carcomía, y los remordimientos no lo dejaban en paz. Pasó la noche entera intentando contactarla: llamadas perdidas, mensajes llenos de disculpas y súplicas, pero todos quedaron sin respuesta. Cada segundo de silencio se sentía como un golpe al pecho, mientras imaginaba a Izumi llorando sola, decepcionada.

Por otro lado, Izumi había pasado la noche abrazada a su almohada, derramando lágrimas que no parecían terminar. Su corazón estaba roto, no solo por lo que Takuya había hecho, sino por la forma en que él parecía haberla dejado en segundo plano. Cada notificación en su teléfono la llenaba de rabia y tristeza. No quería escucharlo, no quería leer nada de él. Se sentía desgastada, vulnerable, y al mismo tiempo, decidida a no ceder tan fácilmente.

Cuando el sol comenzó a asomarse, Takuya llegó al vecindario de Izumi. Llevaba un ramo de flores en las manos, sabiendo que no era suficiente, pero que tal vez podría ser un primer paso. Su rostro estaba pálido, sus ojos hinchados por la falta de sueño y el remordimiento.

Frente a la puerta de la casa de Izumi, respiró hondo antes de tocar el timbre. La espera se sintió eterna, y cuando la puerta finalmente se abrió, se encontró con la madre de Izumi. Su expresión era severa, mezclando preocupación y desaprobación.

—Takuya —dijo ella, cruzándose de brazos—. ¿Qué haces aquí tan temprano?

—Buenos días, señora Orimoto —respondió él con un tono humilde, inclinando ligeramente la cabeza—. Sé que es muy temprano, pero necesito hablar con Izumi. Por favor, déjeme explicarle...

La madre de Izumi lo observó fijamente, sin mover un músculo. Su mirada era suficiente para que Takuya sintiera el peso de su desaprobación.

—¿Sabes cuánto lloró anoche? —dijo finalmente, con una voz cargada de frustración—. Nunca la había visto tan triste. Nos duele verla así, y más sabiendo que tú eres el responsable.

El padre de Izumi se acercó al escuchar la conversación. Sus ojos reflejaban el mismo descontento. —Takuya, te hemos recibido en esta casa como si fueras parte de la familia. Pero lo que hiciste… sinceramente, nos decepciona.

Takuya asintió, aceptando las palabras sin intentar defenderse. —Lo sé, señor Orimoto, y tiene toda la razón. Cometí un error imperdonable. Pero amo a Izumi, y estoy aquí porque quiero demostrarle que no volveré a fallarle.

Ambos adultos intercambiaron una mirada significativa antes de que la madre suspirara profundamente. —Está en su habitación. Pero te advierto, Takuya: no vuelvas a lastimarla así.

—Gracias, señora Orimoto. Prometo que no lo haré.

Con pasos vacilantes, subió las escaleras. Cada escalón parecía pesar más que el anterior, y el nudo en su garganta se apretaba. Cuando llegó a la puerta, golpeó suavemente.

—Izumi…

Al otro lado de la puerta, Izumi permaneció inmóvil, con la mirada fija en el suelo. No respondió.

—Por favor, déjame entrar. Solo necesito que me escuches.

Hubo un largo silencio antes de que ella finalmente hablara, su voz fría y cortante. —No quiero verte, Takuya.

Ignorando la respuesta, él giró la perilla y entró lentamente. Izumi estaba sentada en la cama, abrazando una almohada con fuerza. Su rostro mostraba las marcas de una noche de llanto, y su mirada lo atravesó como un cuchillo.

—Te dije que no quería verte —repetió, esta vez con más dureza.

Takuya dejó el ramo en el escritorio y se arrodilló frente a ella, juntando las manos como si estuviera rogando.

—Lo sé, Izumi. Y sé que no merezco estar aquí. Pero por favor, solo escúchame.

Ella no respondió, pero tampoco lo echó, lo que le dio a Takuya una pequeña esperanza.

—No he dejado de pensar en lo que pasó. Sé que lo arruiné, que te decepcioné. Pero todo lo que hago, todo este esfuerzo, es por nosotros, por el futuro que quiero construir contigo.

Izumi lo miró, incrédula. —¿Por nosotros? ¿Eso es lo que crees? ¿Que dejarme sola, sin explicaciones, es por nosotros?

Takuya bajó la cabeza, avergonzado. —No, no quise decir eso. Solo... no sé cómo manejar todo esto. Estoy intentando cumplir mis sueños, pero no quiero perderte en el proceso.

Las palabras hicieron que el corazón de Izumi titubeara por un momento, pero rápidamente recordó la sensación de abandono que había sentido la noche anterior.

—Takuya, esto no se trata solo de cumplir tus sueños. Se trata de cómo me haces sentir. Y anoche... me sentí como si no importara.

Él levantó la mirada, con lágrimas acumulándose en sus ojos. —Pero sí importas, Izumi. Eres lo más importante para mí.

Takuya tomó sus manos, y aunque ella intentó apartarlas, él las sostuvo con firmeza, pero sin fuerza.

—Por favor, no me dejes. Haré lo que sea para demostrarte que puedo cambiar. Te prometo que seré mejor, que nunca volveré a hacerte sentir así.

—¿Y cómo sé que eso es verdad? —preguntó ella, su voz temblando.

—Porque no podría soportar perderte. Izumi, tú eres mi todo. ¿Cómo puedo seguir adelante sin ti? Si estoy aquí, si estoy peleando por este sueño, es porque quiero que estés conmigo cuando lo logre. Todo esto lo estoy haciendo para darte la vida que mereces.

Esas últimas palabras hicieron que Izumi sintiera un nudo en el estómago. ¿Era posible que realmente estuviera haciendo todo por ella? ¿Y si había sido demasiado dura con él? Pero otra parte de ella sabía que las cosas no podían justificarse tan fácilmente.

—Takuya... —empezó a decir, pero él la interrumpió.

—Por favor, Izumi. No me alejes. Dime qué tengo que hacer, lo que sea, y lo haré. Solo no me apartes de tu vida.

Ella cerró los ojos, dejando que una lágrima rodara por su mejilla. Las palabras de Takuya la estaban alcanzando, pero aún había una barrera que no podía ignorar.

—Está bien —dijo finalmente, con un suspiro—. Te voy a dar otra oportunidad.

Takuya dejó escapar un suspiro de alivio, pero Izumi lo detuvo con la mirada.

—Pero no porque me hayas convencido. Lo hago porque quiero creer que puedes cambiar. Y si fallas otra vez... esto se acaba.

—No te fallaré, lo prometo —dijo Takuya rápidamente, levantándose para abrazarla.

Ella permitió el abrazo, pero no pudo evitar sentirse insegura. Mientras él la rodeaba con sus brazos, Izumi cerró los ojos, preguntándose si realmente estaba tomando la decisión correcta.