Los disparos se escuchaban por todo el lugar, era casi asombroso que ninguna bala le hubiera alcanzado, pero... Sonrió, claro que no era asombroso, todo estaba perfectamente planeado, al final, ésa es su especialidad.

Esquivó a alguno que otro enemigo, dejando todo a sus subordinados, el plan estaba marchando justo como lo habían planeado y no había nada más satisfactorio que eso.

Entró por la puerta asegurándose de no hacer ruido. Ya había burlado todo sistema de seguridad y lo único que quedaba era llegar hacia su objetivo. No estaba ahí para matar a nadie, sólo estaba para... recordarle y hacerle cambiar de opinión. Era algo sencillo y pacífico.

Se movió rápido al ver a uno de los candidatos a ministro. Noqueó a sus guardias y, en un parpadeo, ya se encontraba sentado en el escritorio al centro de la habitación, justo en frente de su víctima.

—Es un placer verle, Cornelius. —El saludo fue amable, pero su mirada delataba sus verdaderas intenciones.

En asustadizo hombre miró el rostro serpentino y levantó sus manos en son de paz.

—Haré lo que sea. —Fue lo primero que dijo.

Sí, altamente fácil.

—Quiero que me entregues información de una persona... y cambiar algunas de tus propuestas de reformas, si eres tan amable —dijo jugueteando con su pistola mágica, provocando un temblor en la columna del contrario.

—Lo que sea.

Voldermort sonrió, no sabía cómo ese hombre había llegado a un alto rango y, mucho menos, llegar a ser prospecto a ministro, pero eso sólo facilitaba las cosas.

—Quiero información de Albus Dum...

Un disparo. Eso fue suficiente para que la sangre manchara el rostro y ropa de uno de los mayores líderes criminales.

Sin inmutarse, sacó un pañuelo de su túnica y se limpió el rostro, aprovechando para cerrar sus ojos y mantener toda su paciencia dentro de sí, sabiendo perfectamente quién había arruinado su bien elaborado plan.

—Al final, uno no debe confiar de todo en Dios, ¿no es así? —La pregunta llenó el lugar con un suave susurro. Voldermort simplemente se concentró en beber todos los matices de la voz.

—Tampoco es bueno ser el verdugo de Dios. —Tras decir eso, su máximo deseo salió de entre las sombras.

Túnica negra y mascarilla que sólo dejaba ver unos feroces ojos verdes. Siempre había admirado al hombre que le hacía competencia por el primer lugar al criminal más buscado aun cuando sólo era un seguidor y no el líder de una mafia.

—Es un placer verte de nuevo —saludó de forma jovial el contrario, aún con la máscara tapando la mayoría de su rostro, podía apostar que el contrario estaba sonriéndole con una pizca de picardía que sólo alimentaba el hambre del mayor—. Veo que los dos veníamos a visitar a la misma persona.

—Por más que me gusten las visitas imprevistas, yo no venía a matarla —arrastró sus palabras, era como el siseo de una serpiente que amenazaba por trepar el cuerpo del joven frente a él.

Al contrario de todas las demás personas, el ojiverde pareció complacido con eso, haciendo brillar sus ojos.

—Y me alegro de eso, ha sido un placer haberlo hecho yo. —Se paró frente a él. Lord Voldermort, aún reclinado en el escritorio, se encontraba completamente atrapado entre éste y el cuerpo de su enemigo.

—Con un poco de temor podríamos haber hecho cosas maravillosas con él, Esmerald, ¿por qué lo has matado? —susurró inexpresivamente, guardando para sí las ganas de acercarse más al joven.

—Porque ya no lo necesitaba, Voldy querido —canturreó acercando su rostro aún más al suyo.

A veces, odiaba que la mafia Patronus cubriera su rostro con tanto fervor.

Claro, Voldemort se repetía una y otra vez que debía matarlo cada vez que lo veía. Se repetía una y otra vez que no estaba bien el dejarlo merodear por todos sus planes y salirse con la suya sin ningún tipo de consecuencia. Aunque, por más que lo dijera miles de veces, siempre la imagen de unos intensos ojos verdes lo detenían.

Miró dichos ojos que siempre le detenían de hacer algún tipo de daño a su dueño. Su mote le quedaba de maravilla. La esmeralda era una piedra preciosa, usada para traer tranquilidad y abundancia a quien la posea.

Si él se sentía así tan sólo estar a uno cuantos centímetros, no quería imaginarse cómo se sentiría cuando esa joya fuera completamente suya.

—Tan egoísta como siempre —comentó Voldermort, dejando descansar despreocupadamente sus dos manos en el escritorio tras él.

El contrario se acercó unos momentos, aprovechando el espacio libre que habían dejado sus brazos, mirándolo fijamente (si no se separaba pronto, sabía que iba a quedar hipnotizado por la belleza de esos ojos) y sin quitar ese brillo que tanto le caracterizaba.

—No me definiría egoísta, sabría compartir mis pertenencias con la persona correcta —declaró guiñando un ojo antes de separarse. La acción sólo causó que su interior se revolviera por la pérdida—. Sí, me definiría como un dolor en el culo... pero un dolor en tu culo, si me lo llegases a permitir.

Y, después de eso, desapareció.

Sí, ese joven merecía toda la fama que le perseguía.


Siempre que terminaba topándose con Esmerald, su mente sólo se plagaba de verde. Al final, era lo único que podía ver del chico gracias a la máscara y capucha negra que siempre llevaba a sus misiones. Era como una deidad del misterio y del deseo.

Sonrío y saludó cortésmente a Adam Lewis, político dedicado a la conservación de la cultura mágica. Un gran aliado si lo mantenía a su lado. No todo debe ser sangre e ilegalidad, no, Tom Riddle debía abrirse espacio en la política mientras Lord Voldemort se encargaba de eliminar a sus contrincantes.

En medio de su plática con Lewis, escuchó un fuerte estallido. Todos en el ministerio se detuvieron antes de que los gritos ganaran territorio. Los aurores no tardaron en llegar a la escena, sus túnicas ondeando detrás de ellos mientras trataban de mantener a los terroristas.

Enfocó su mirada en el enemigo. Tal parecía que dos mafias se habían unificado, la mafia Death Hallow junto con la Raczidian eran mafias inferiores que siempre habían tratado de robarles territorio a sus Mortífagos y a la mafia a la que pertenecía Esmerald, Patronus.

—Tal parecen piensan secuestrar a alguien —escuchó a un autor a la lejanía, hablando con una chica de cabello color rosa.

Se centró en ellos, no sólo porque parecían ser aurores de alto rango, si no que, en su memoria, la imagen de un mechón rosa sobresaliendo de una capucha y máscara negra se asomaba por los rincones de su mente.

—Movimiento arriesgado considerando que se encuentra Dumbledore aquí —mencionó la chica.

Se acercó sigilosamente a ellos, pasando desapercibido por las personas que empujaban para salir del lugar y a los otros aurores que apoyaban con el orden.

—¿El ministro sigue aquí? —cuestionó el contrario, abrochando bien la funda de su varita mientras inspecciona algunos pasillos.

—Claro, llegó hace poco porque tenía unos papeles que atender con...

La pelirosa se quedó callada de un momento a otro, antes de dirigir su varita hacia sus labios, más exaltada de lo que posiblemente quería aparentar, dejando que su rosa cambiara a un rojo brillante.

—A todas las unidades, el hijo de Dumbledore se encuentra en el ministerio —anunció en su varita, haciéndose sonar en cada varita de los aurores presentes.

Todo se quedó en silencio por unos segundos antes de que el alboroto brotara con mayor intensidad. Todos sabían que Albus Dumbledore tenía una gran debilidad: su hijo adoptivo, Harry James Potter. El joven había sido adoptado después de que sus padres perecieran en un atentado entre la mafia Death Hallow y los aurores.

Tal parecía, Dumbledore le tenía un gran cariño a sus padres y, por ende, a su hijo. No dudó en adoptarlo después de eso y, cada que podía, hablaba del niño como si fuera una especie de deidad. Toda la población quedó fascinada después de ver la gran paternidad que ejercía el, en aquel entonces, director del Colegio Hogwarts.

Aún con eso, el amor era una debilidad que todos podrían aprovechar con facilidad. Por más capacidad que tenía Dumbledore de matar a todos los infiltrados en un parpadeo, se volvía altamente torpe cuando la preocupación le nublaba su juicio.

Riddle sonrió. Si el ministerio no era su verdadero objetivo y lo era realmente el joven, apostaba que el viejo se desestabilizaría si llegaban a tocar a su hijo.


Pasillo tras pasillo, Riddle se abrió paso entre la multitud o los mismos aurores, estos últimos ya se habían percatado de su intervención, pero aceptaron su apoyo gracias a la presión que ejercían las dos mafias.

No por nada Death Hallow había sido una de las mejores mafias antes de su derrota contra Dumbledore, que se haya aliado con Raczidian sólo catapultaba las probabilidades de victoria en demasía.

Entró a la oficina del ministro después de noquear a un raczidian y que un auror le apoyara como distracción. Dentro, logró ver cómo Dumbledore se batía en duelo con el mismo Gellert Grindelwald mientras Potter se encontraba protegido por una cápsula que, suponía, Dumbledore había hecho para su aislamiento.

La mirada de los tres se cruzó en es momento, Grindelwald apuntando a los dos mientras que Dumbledore se mantenía sigiloso por su intervención. No tuvo mucho tiempo cuando esquivó un hechizo detrás de él. Tal parecía, el auror que le había ayudado a entrar no había resistido las fuerzas de sus oponentes.

En un parpadeo, pudo ver la determinación de Dumbledore. La forma con la que le lanzó una mirada, asegurándole que, por esa única ocasión, confiaría en él. Le dejaría a su cuidado lo más precioso que tenía: su hijo.

Y él, experto en la toma de decisiones rápidas, aprovechó eso. No podía matar al joven porque Dumbledore no volvería a mirarlo, una gran tache en su historial político. En cambio, si lo salvaba, ganaría no sólo un favor por parte del ministro, si no que lograría la empatía de más personas. Al final, el joven Potter era famoso por ser el heredero de varios señoríos, así como por su estupendo carisma.

Si lo salvaba, eso podría ayudarlo a alcanzar el puesto de ministro en las próximas elecciones.

Fue tan efímero como un parpadeo. No esperó mucho cuando ya se encontraba doblando una de las esquinas del ministerio con el joven agarrado de uno de sus brazos. Suponiendo que el peligro podría estar también en la entrada, decidió encerrarlos en una de las salas de juzgado.

Si pasaba algo, fácilmente podría dirigirse hacia una chimenea especial para los magos presos.

Cerró la puerta y, con uno que otro hechizo protector, decidió que se encontraban lo suficientemente a salvo para relajarse. Escuchó algo arrastrarse detrás de él y, cuando volteó, encontró al joven Potter recuperando su aliento mientras se sentaba en una silla.

Se quedaron callados unos momentos, recuperándose del movimiento repentino. Riddle sin separar su mirada del joven en ningún momento.

Tres minutos después, el joven levantó su rostro para mirarlo. Tom nunca tuvo la oportunidad de conocer al joven y tampoco había logrado ver alguna foto de él, Dumbledore era demasiado protector con el niño para dejárselo a su alcance o a la vista de la prensa... pero estaba claro que ya no se liberaría de él. No cuando esos ojos le recordaban a los de cierta persona. Lo miró con curiosidad antes de sacudir su cabeza ligeramente. No, su Esmerald tenía una mirada feroz y astuta, este joven sólo podía liberar tranquilidad e inocencia.

Creía recordar haber leído uno de los pocos párrafos que hacían referencia al joven hace unos años. El hijo de Dumbledore había clasificado en Hufflepuff y, si no estaba mal, Esmerald había estado en Slytherin.

—Muchas gracias —comentó el joven una vez que recuperó su aliento—, mi papá la estaba teniendo difícil allí.

Sonrió cuando logró ver la completa fe que el joven ponía en sus ojos al verlo. Sí, definitivamente debía ganarse al joven.

—Soy jefe del gabinete, es mi deber procurar la paz en la sociedad mágica —comentó sonriendo, restándole importancia.

—Lo dice como si yo fuera a hacer algún cambio con mi desaparición —balbuceó con un ligero sonrojo en sus mejillas. De nuevo: sí, definitivamente Harry Potter y Esmerald eran completamente diferentes.

—Oh, créame, Dumbledore hubiera destruido al mundo si sólo tuvieras un rasguño —bromeó sonriendo.

El joven pareció relajarse, riéndose para soltar toda la tensión que había ocasionado toda la situación.

—Creo que no hemos tenido el placer de conocernos —mencionó levantándose de su silla, poniendo su mano derecha sobre su corazón e inclinándose ligeramente hacia adelante—. Soy Lord de la casa ancestral Black y Lord del señorío Potter, Harry James Potter.

De un momento a otro, toda la atrocidad del ataque quedó atrás. El ambiente cambió a uno solemne y cordial. Sonrió. Su pose y su presentación sólo demostraba el alto respeto que el joven le tenía.

Nada que no esperara tal respuesta después de salvarle la vida.

—Un placer, joven Lord —respondió de la misma forma, imitando su pose. Mostrar que consideraba como igual al contrario solía crear mejores resultados en sus relaciones políticas—. Soy Tom Marvolo Riddle, Lord de la ancestral casa Gaunt y jefe del gabinete que trabaja a manos de su padre.

El joven le sonrió y, sin importar la ardiente lealtad que sus ojos comenzaban a mostrar cuando lo veían, Tom sólo pudo pensar en cierto mafioso que le hacía la vida imposible.