Como lo había previsto, Potter había catapultado su popularidad por el lado de la luz y ahora era más reconocido. El Diario Profeta parecía encantado con la historia de cómo lo salvó, casi dejando de lado la victoria que tuvo Dumbledore ante Grindelwald de nuevo.

Sin mencionar, claro, que Harry parecía encantado cuando estaba a su alrededor. Dumbledore sólo podía bufar molesto cada que el joven le decía que pasaría tiempo con Riddle o simplemente se iluminaba e iba hacia su encuentro cuando pasaban cerca el uno del otro.

—¿Por qué crees que Dumbledore sea tan renuente a aceptar alianzas con las mafias? —preguntó un día. Harry era demasiado inocente, tanto que podía preguntarle algo grave y él siempre lo veía por el lado positivo— Muchos ministros han hecho acuerdos con éstas para mantener el equilibrio...

Llevaban algo de tiempo saliendo el uno con el otro, aunque salir era una forma de decirlo, ya que la mayoría de las veces sólo acordaban acompañarse en las reuniones o fiestas que llegara a hacer el ministerio o algún Lord de alguna familia. En algunas ocasiones especiales, sólo paseaban por el callejón Diagon hasta que encontraban una tienda interesante.

—¿Quieres la respuesta diplomática o la personal? —preguntó Potter llevando un pedazo de pastel a su boca, casi ronroneando cuando degustó el sabor.

En esos momentos se encontraban en una cafetería por una de las calles traseras de Gringotts, siguiendo los límites aceptables de Dumbledore, pero manteniéndolos algo lejos de la mirada pública (aunque sea sólo en ilusión, Tom consideraba que su encuentro no pasaría desaparecido por los medios).

—Me gustaría saber el pensamiento del propio hijo de Dumbledore, si no te molesta. —Harry negó efusivamente para después tragar su bocado y acercarse a él como si le contara una gran verdad.

—Creo que es porque Grindelwald fue su novio por mucho tiempo.

Casi escupe su café. Vaya gran verdad, estaba seguro que eso sería el escándalo del año si alguien lograba saberlo.

—¿Dumbledore y...? —Harry volvió a asentir antes de soltar una suave risa, casi alegre de poder soltar algo después de mucho tiempo guardándoselo.

—En su tiempo de juventud, papá Dumbledore y padre Grindelwald solían salir... Aún cuando era director de Hogwarts, papá solía salir con Grindelwald —susurró tapando su boca sólo para que él la viera—. Pero hace seis años papá y padre se pelearon, después papá se salió de Hogwarts y comenzó a moverse en el ministerio, ellos...

—Alto, ¿tu padre es...? —Otro asentimiento efusivo, cortando el nombre de uno de los líderes de las mafias más poderosas después de su alianza con Raczidian— Eso... Eso tiene mucho sentido.

Harry lo miró curioso antes de volver a reírse.

—Mis padres han estado separados desde hace seis años, si me permites decir, creo que padre iba al ministerio por mí ya que papá no le permite verme. —Tom parpadeó unos momentos antes de sonreír.

Sí, fue la mejor opción haber salvado al menor. Aunque, desde su punto de vista, parecía algo exagerado aliarse con una mafia externa e invadir el ministerio sólo por un niño. Había algo que no lograba ver con claridad en todo eso.

—¿Y hace cuánto no ves a tu padre?

El rostro de Harry se oscureció unos momentos antes de sonreír como si nada pasara.

—Si no contamos los últimos hechos, hace seis años.

Así que, en resumidas cuentas, Grindelwald se alió con Raczidian para secuestrar a su hijo y, lo más probable, habían negociado tener a Harry a cambio del apoyo a Raczidian.

En pocas palabras, Harry era un arma potencial, no sólo para derrotar a Dumbledore, sino para derrotar a Grindelwald, así como para hacer que Raczidian se uniera a sus fuerzas al demostrar que Death Hallow era incapaz de cumplir su parte del trato.

Todavía habían muchas cosas que desenredar, pero estaba seguro que sería capaz de hacerlo funcionar.


Cerró fuertemente los ojos cuando vio a su víctima, su supuesta víctima, sentada cómodamente en un sillón cerca de la ventana... cómodamente muerta.

—No debería sorprenderme —siseó antes de mirar a la derecha, donde se encontraba un encapuchado rebuscando entre los papeles de un archivero metálico, ignorando su presencia.

—Es lo que siempre te digo, pero nunca me tomas en cuenta en tus planes perfectos —murmuró el joven, agarrando todos los papeles y arrojándolos al suelo para luego meter su cabeza en el cajón—. Pero siempre es un placer sorprenderlo, mi Lord.

El suave eco que ocasionaba su voz dentro del archivero fue apagado por un click. Esmerald sacó su cabeza del mueble y dio un paso atrás justo cuando el mueble comenzó a abrirse.

—Ya que mataste a mi víctima antes de que la pudiera interrogar, ¿podrías decirme qué buscas? —el encapuchado canturreó y negó con la cabeza antes de volver a acercarse al archivero para rebuscar en el cajón oculto que se había liberado.

—Confidencial —fue lo único que pudo decir antes de agarrar todo lo que tenía el cajón y meterlo en un bolso que colgaba en sus caderas.

—Podría matarte por interferir en mis planes.

Otro canturreo después y Esmerald ya tenía sus seductores ojos puesto en él.

—¿En serio me matarías? —ronroneó acercándose a él. Conociendo su juego, Lord Voldemort negó con su cabeza, divertido— Vivo podría servirte mejor —susurró invadiendo su espacio personal como todas las veces que se topaban.

Sonrío, moviendo su brazo para rodear la cintura del joven.

—Tentadora propuesta —siseó acercando aún más al contrario, quien pasó sus brazos por su cuello, acercando sus rostro—. A veces odio que tu grupo tenga esas malditas máscaras.

—Podría decir lo mismo con su glamour —susurró pasando sus dedos por su cabello.

Debía ser una alerta. Los glamour, por más fuertes que fueran, sólo eran ilusiones ópticas, el tacto estaba fuera de esas ilusiones. Un ligero jalón a su cabello hizo que soltara un gruñido, acercando más hacia sí al contrario.

—Tengo varias ideas de cómo sacarte información —susurró mirando fijamente a los ojos verdes.

—¿Hum? No sabía que los Mortífagos secuestraban gente para hacer favores sexuales —soltó, acercando más su rostro. Su labio y la máscara se estaban rozando en esos momentos.

—No permito que mis hombres actúen de forma tan vulgar —dijo sonriendo, recorriendo la cintura del ojiverde, saboreando su silueta bajo sus dedos, llegando con un suave roce a las caderas—, hablaba más de esto.

En un rápido movimiento, la bolsa que contenía los documentos que Esmerald había robado ya estaban en sus manos y Lord Voldemort se encontraba a unos pasos de unos abiertos ojos verdes.

—Me siento traicionado —acusó el enmascarado, cruzando sus brazos en reproche.

—Gajes del oficio —comentó metiendo el bolso en su túnica—, olvidas que soy el líder de los Mortífagos por algo.

—Estoy seguro que es porque tu ansiedad te inspira a hacer todo por tu cuenta para que no haya errores —señaló Esmerald poniendo su dedo índice en la zona de la máscara donde estarían sus labios, haciéndose el pensativo.

—No soy como tu jefe, que no le gusta ensuciarse las manos —debatió poniendo los ojos en blanco.

Claramente no tenía ansiedad, sólo se estaba asegurando de que todo se cumpliera de la mejor manera posible.

—No, claro que no... Estoy seguro que estarías encantado de ser mi jefe. —Esmerald le guiñó un ojo, levantando posteriormente sus manos en señal de derrota— No importa, al final, tus transtornos mentales nunca me impidieron ser un grano en tu culo, ya sabes —el joven ronroneó antes de desaparecer como siempre lo hacía.

Parpadeando por el abrupto corte de la conversación, Lord Voldemort corroboró que la bolsa se mantuviera con él antes de seguir los pasos de Esmerald cuando sintió ahí el peso del bolso.


Claro, nada era fácil con Esmerald. La bolsa no dudó en incendiarse cuando logró abrirla. Un encantamiento sencillo, pero inquebrantable. Era simple: si no eras el dueño de aquello que poseía el hechizo, éste consumía todo en cuestión de segundos cuando fuera abierto.

Si funcionaba con casas, claramente lograba funcionar con bolsos.

Suspiró, lanzando hechizos de detección nuevamente. A parte de ese hechizo, había encontrado uno de bloqueo y teletransportación. Nadie podría abrir la bolsa más que su dueño y, cualquier artículo, una vez dejada en la bolsa era transportada a una ubicación determinada.

Trató de descifrar la ubicación, pero fue totalmente un fracaso. Como siempre, el líder de Patronus parecía conocer suficiente de las capacidades de sus enemigos y, sobre todo, conocer las de sí mismo.

Era un hombre capaz, pero, claro, sólo un hombre así era capaz de conseguir a un seguidor como Esmerald.


El antiguo Hufflepuff parpadeó varias veces antes de asentir y sonreír como si estuviera comprendiendo todo lo que el otro decía. Rió viendo al chico. Teniendo facetas tan suaves, claro que sería capaz de encantar a toda una población sin problemas.

—Entonces, ¿qué es lo que te contestó? —preguntó Tom una vez que Harry corrió hacia él, como un lindo perrito queriendo el reconocimiento de su amo.

—No tengo ni idea —contestó sonriendo orgullosamente. Se quedaron callados unos segundos mientras se miraban el uno al otro antes de reír.

—Pensé que sabías tailandés —acusó, sintiendo que sus mejillas comenzaban a dolerle.

Era un efecto de estar con Harry Potter, el menor siempre había sabido cómo sacarle sonrisas y hacer que no se sintiera vulnerable por ello.

—Claro que hablo. —La forma ofendida en cómo lo dijo hizo que Tom lo mirara con incredulidad— ¡En serio! Sólo que comenzó a decir cosas demasiado técnicas y yo... bueno...

—¿Tan si quiera entendiste algo de lo que dijo?

—¡Claro! —dijo volviendo a sonreír, como el pequeño sol que era el maldito mocoso— Dijo que papá era un muy ministro y que yo era un buen niño... —hizo una mueca—: lo dijo como si yo fuera un perro.

No, ¿cómo lo pudo pensar? —preguntó con ironía. El menor lo miró escandalizado.

—¡No soy un perro!

—Pero eres un Hufflepuff —se excusó señalando todo su cuerpo—: leal, amable y jodidamente adorable.

—¡Ajá! —dijo casi con victoria— ¡Piensas que soy adorable!

Los dos se volvieron a callar después de esa afirmación antes de que la cara del ojiverde estallara en un color rojo. Tratando de contener su risa, Tom los llevó a la barra de bebidas. Actualmente estaban en una fiesta de los Malfoy, la cual no tenía más objetivos que presumir su opulencia.

Y, claro, no pudo dudar ni un segundo en pedirle a Harry que lo acompañara. Al final, tener al hijo del ministro, la monedita de oro de Gran Bretaña, a su lado hacía que su imagen mejorara en demasía.

Eso y que, inconscientemente, se encontraba disfrutaba estar a su lado cada que eso pasaba.

—Oh, papá me está llamando —balbuceó el joven antes de sonreírle y despedirse con su mano—, nos vemos después, Tom.

Asintió y se despidió del menor con un asentamiento. Suspiró y miró a otro lado, saboreando el momento que había pasado con Harry... ¿cómo sería pasar el rato con Esmerald? Por alguna razón, su mente parecía relacionar sus interacciones con Harry como si estuviera con Esmerald.

Tal vez ésa sea la razón por la que toleraba a un adorable Hufflepuff. Muy dentro de él, veía al Slytherin en los ojos del hijo de Dumbledore.