Después de escuchar los argumentos de ambas partes durante varias semanas, el juez procedió a dictar sentencia.
—El doctor John Truman Carter III como actual presidente de la Fundación Carter dejará de serlo y se nombra en su lugar al señor John Truman Carter Jr. para volver a ocupar este cargo. Asimismo, todas las decisiones tomadas durante la gestión del Dr. Carter quedan completamente anuladas, ya que se demostró ante esta Corte que se dieron en medio de un fuerte periodo de inestabilidad emocional, caracterizado por insomnio, irritabilidad, consumo de analgésicos, depresión y ansiedad. También quedará completamente excluido del patronato de la Fundación Carter.
La mansión donada a la Universidad Northwestern volverá a ser patrimonio de la familia Carter. De igual manera, la Fundación Carter retomará su misión como patrocinadora y benefactora de causas artísticas y culturales. En cuanto al Centro Joshua Makalo Carter se subastará para que la Fundación recupere parte de sus fondos perdidos.
Por otra parte, esta Corte le ordena al Dr. Carter someterse a terapia psicológica hasta conseguir mejoría de su inestabilidad emocional. Mientras esté bajo tratamiento, el superior del doctor Carter en el Hospital General del condado de Cook deberá reportar cada semana sobre sus actividades e inmediatamente cuando el acusado manifieste alguna conducta irracional que pueda suponer un riesgo tanto para a él como para sus compañeros y pacientes.
Caso cerrado. Se levanta la sesión —el juez golpeó con su mazo causando un eco sepulcral en toda la sala.
A medida que escuchaba cada palabra de la sentencia, John Truman Carter III sentía que llovían como piedras en su ánimo. Una vez que se retiró el juez, se sentó pesadamente. Derrotado. Jamás pensó que su padre y el patronato de la Fundación llevaran sus diferencias hasta instancias legales.
Debido al recorte presupuestal en el condado por la crisis financiera del 2008, sumado a que John prácticamente utilizó todo el dinero de la Fundación en la construcción del Centro Joshua Carter, esta se quedó sin fondos. Fue cuando Jack Carter y demás miembros del patronato decidieron tomar cartas en el asunto porque la gestión de John debido a la "fiebre Kisangani" como burlonamente se referían a la esposa de John, Makemba, amenazaba con acabar con el patrimonio de la Fundación y, acaso, de la familia Carter.
Jack Carter se acercó a su hijo.
—Lo siento mucho, John. No nos dejaste otro camino. Es lo mejor. Debimos entender que mi madre cometió una tremenda equivocación al cambiar su testamento para nombrarte presidente de la Fundación —en sí, aquel periodo de juicios no fue otra cosa más que la impugnación de la última voluntad de Millicent Carter.
—La abuela me dejó a cargo por buena una razón. Ella confió plenamente en mi capacidad para llevar el barco a buen puerto. Jamás pensé que tomaras tan personal que te quitara como presidente de la Fundación.
—Su enfermedad la llevó a tomar malas decisiones; por eso llegamos hasta este punto. Ella insistió mucho en involucrarte en las labores filantrópicas debido a tu reticencia a participar en la Fundación. Sin embargo, dudo mucho que siquiera le pasara por la cabeza hasta donde llegarías con tu obstinación.
Una vez dicho esto, Jack Carter le dio la espalda a su hijo quien no hacía más que apoyar su cabeza gacha entre las manos. Dio unos pasos y se volvió.
—Si tanto quieres velar por causas sociales, usa tu propio dinero y no el legado de la familia Tu hermana Charlotte volverá a Chicago para ayudarme a levantar todo este desastre —fueron sus últimas palabras. Frías y duras. Salió de la sala directo para reunirse con los abogados y miembros del patronato para celebrar su victoria.
Fue entonces que el abogado de John, Stanley Wilson, le habló al verlo levantarse resoplando al abrochar el saco de su traje gris oscuro.
—John, ¿tienes un minuto antes de irte?
—Ahora no, Wilson. Lo único que quiero es irme a casa.
John dio unos cuantos pasos hacia la salida cuando el abogado pronunció la última sentencia del día.
—La abogada de Makemba Likasu me hizo llegar los papeles del divorcio.
John Carter se petrificó. Kem no volvería. Jamás llamó para confirmar lo del almuerzo junto al lago Michigan ni volvió a comunicarse de ninguna manera, incluida el correo electrónico. Quiso decir algo, pero su garganta se cerró. Volvió sobre sus pasos al escritorio donde Wilson ya había puesto los papeles que debía firmar. Únicamente le indicó al abogado que le pasara un bolígrafo con un gesto de la mano. Con pesadez y lentitud, Carter garabateó su firma en los documentos donde estaba su nombre.
—Eso sería todo. Los enviaré esta misma tarde.
—Wilson —después de mucho, John emitió palabra—, dile a Kem que le otorgaré una pensión por el tiempo que estuvimos juntos.
—John, la abogada fue muy clara. Lo único que quiere la señora Likasu es cerrar este capítulo y vivir en paz.
John Carter estaba cansado, muy cansado. Se pasó las manos por el rostro. Toda su obra benéfica se le deslizó como arena entre los dedos. A tres meses de la inauguración del Centro Joshua Carter comenzaron los problemas de dinero y tuvo que cerrar. Para colmo, las protestas del patronato sobre su desempeño al frente de la Fundación. Solo sentía calma cuando trabajaba en el hospital.
Manejó de vuelta a su casa. Una vez que cerró la puerta del dormitorio, se sintió libre para estallar. En menos de cinco minutos, rompió todo lo que tenía a su alcance. Únicamente tuvo fuerzas para tirarse bocarriba sobre el piso de madera.
Tal vez fuera cierto lo de su inestabilidad emocional. La muerte de su abuela lo había afectado demasiado. Ella había sido la única que creía en él, aunque estuviera en desacuerdo con su carrera profesional y su rechazo a los asuntos de la Fundación. Y a todo eso habría que sumarle el homicidio de Lucy, la muerte de su hijo Joshua y ahora el divorcio de Makemba.
—¡Mi vida es una mierda!
Un año después
La vida de John Carter había cambiado mucho. Aunque seguía siendo miembro de una de las familias más ricas y respetadas por la alta sociedad de Chicago ahora era un paria a quien se le había retirado hasta el saludo, gracias a las noticias nocivas que se difundieron sobre él en los principales medios de Chicago. De ser considerado uno de los solteros más codiciados, ahora era visto como un personaje con un oscuro pasado envuelto en drogas y salud mental cuestionable. En esos momentos, la ausencia de Millicent le pesaba como plomo cuando requería cariño incondicional.
Debido al trasplante de riñón, ahora debía llevar una dieta consistente en carnes magras, pocos lácteos, suficientes frutas y verduras frescos, ingesta de granos integrales, nada de productos procesados y tomar inmunosupresores una vez al día. Ejercicio moderado. Cero alcohol, tabaco y estrés.
Aunque tenía que cuidar de su salud mental y emocional, le era complicado. Se sentía otra vez como cuando Mark Greene lo obligó a irse a un centro de rehabilitación por su consumo de calmantes. Él pensaba que no requería decirle algo a una persona que esperaba la menor oportunidad para declararlo demente y así quitarle lo único que le daba cierta cordura: su trabajo en el Hospital del Condado.
Una vez por semana debía acudir con la doctora Karen Weissman, la psicoterapeuta designada por la Corte. Gracias a su peculiar método de tratamiento, Weissman había conseguido que Carter se abriera respecto a su soledad desde la muerte de su hermano Bobby y sobre el disgusto familiar por haberse hecho médico de un hospital público, y no un especialista con su propio consultorio.
La terapeuta, una mujer alemana, regordeta y rubia con gafas ide armazón invisible, lo hacía escoger un huevo anaranjado dentro de una pecera redonda de cristal y hablar del tema escrito en papel azul cielo. Los temas podían ser abuela, cuchillo, febrero, paramédicos, alcohol, VIH, Urgencias, sexo, amor, familia, entre otros. Cada una representaba experiencias de John tanto en su vida laboral como familiar.
Sin embargo, el atentado donde muriera Lucy Knight, el abandono de Makemba y la muerte de Millicent y de Joshua seguían siendo un obstáculo a vencer la ambos. Fue entonces que la psicoterapeuta le pidió que su paciente un diario donde escribiera cómo se sentía en su día a día.
Semanalmente, la doctora Catherine Banfield, la jefa de Urgencias, realizaba informes sobre el comportamiento de John Carter durante su jornada. Le impuso un horario estricto que debía cumplir a rajatabla. Si alguien del personal médico y de enfermería llegaba a observar que Carter se notaba cansado, irritable o con signos de no haber dormido o comido; debía reportarlo inmediatamente.
Una noche que estaba de guardia, el doctor Carter subió a la azotea del hospital como siempre hacía para descansar. El cielo estaba particularmente oscuro, la luna crecía y las estrellas se veían muy claras. En esa ocasión, le recriminó a Dios por todo lo negativo que le había tocado vivir.
—¿QUÉ TIENES CONTRA MÍ? ¡YA ME QUITASTE A BOBBY, A MIS PADRES, A LUCY, A MI ABUELA, A JOSHUA Y KEM! ¡DIME YA DE UNA MALDITA VEZ POR QUÉ! —levantó desafiante y furioso la cabeza hacia el cielo—. ¡Contesta! Claro, quédate callado. Es lo único que sabes hacer. Callar —su respiración era agitada, sus manos se cerraron en puños mientras gritaba hacia el cielo—. ¿QUÉ DE DEMONIOS QUIERES DE MÍ?
John Carter no lo sabía en ese momento, pero su respuesta llegaría de manera inesperada y misteriosa, como siempre actúa Dios o el destino.
Unos días más tarde, a inicios del verano, John se decidió a limpiar el armario. Sacó aquella ropa que ya no usaba y empezó a separarla para donación. En el fondo, halló una caja. Al abrirla, sonrió con un poco de amargura. Ahí es donde guardaba obsequios de sus amores pasados.
—Este bolígrafo… ¡Wow! Me lo dio Susan. Mi amor de estudiante. Sus labios y su sonrisa… —tomó algo envuelto en papel. Era un patito con un ala en cabestrillo. Al verlo, se le escaparon unas lágrimas—, Lucy… me lo diste después que me dislocara el brazo. Eras muy especial y nunca pude decírtelo. ¿Podrás perdonarme? —siguió con un llavero en forma de jeringa—. Abby… —siguió sacando cosas, como el brazalete que le regalara Kem que apretó con ira. También había fotos de Susan Lewis, Harper Tracy, Ana Del Amico, Roxanne, Lucy, Abby y Kem—. Me quedaré con la pluma y el patito, y fotos con Susan, Ana y Lucy. ¿Y esto? —por último, encontró un pequeño estuche cuadrado de joyería en color marfil. Lo abrió, sobre el cojinete de terciopelo color vino había un dije ennegrecido. Era un corazón—. ¿Quién me dio esto? —lo sacó para contemplarlo—. ¡Rayos! La cadena está rota —checó su reloj—. Ojalá todavía este abierto.
John Carter tomó su bolsa bandolera de piel, su celular, su diario y las llaves del jeep. Aquel dije le dio el pretexto perfecto para ir a escribir cerca del lago Michigan. Se enfiló directo al centro, cerca de Daley Plaza.
El sitio en cuestión era la joyería Lancelotta, propiedad de Guido Lancelotta, el joyero de los Carter. Sus abuelos Millicent y John Carter Sr. le tenían enorme confianza debido a su excelente pulso para ajustar y darle mantenimiento a los relojes y joyas de la familia. Al entrar en el establecimiento, la campanilla de la puerta sonó. Un empleado rubio de tez blanca vestido con chaleco negro, camisa blanca y corbata roja salió a atenderlo.
—Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarlo?
—Buenas tardes. ¿El señor Lancelotta?
—¿Quién lo busca?
—John Carter —omitió decir más.
—Un momento.
El empleado fue al fondo de la tienda donde estaba el despacho. En lo que esperaba, John decidió echar una ojeada a las vitrinas. Le gustaban mucho los relojes. Paseó la vista por los anillos de compromiso y las alianzas matrimoniales. Suspiró con pesadez. Había empezado a hacerse la idea de que su destino era quedarse solo en la vida. Estaba considerando adoptar algún animal de compañía. Recordaba que su padre jamás se lo permitió ni a él ni a Bobby. Fue un no rotundo. Escuchó pasos detrás de él y volteó.
—Señor Lancelotta, ¿cómo está?
El hombre de peluquín negro con sienes plateadas y bigote negro bien cuidado torció la boca al ver de quién se trataba. Pensó que se trataba de Jack Carter para comprar algún regalo para una "amiga".
—Doctor Carter, buenas tardes —saludó con frialdad—. ¿En qué puedo ayudarlo?
—No le quitaré mucho el tiempo. Verá —le extendió la cajita de color marfil—, encontré este dije y la cadena está rota. ¿Puede arreglarla?
El viejo joyero la tomó para abrirla con cuidado. Le llamó poderosamente la atención que la pieza estuviera tan renegrida. Volvió detrás de las vitrinas y sacó una charola aterciopelada para examinarlo bajo una lupa especial.
—Y debió añadir una buena limpieza. Esto no tomará mucho.
En la parte de atrás estaban los limpiadores. Guido Lancelotta sumergió el dije con la cadena en un líquido azul claro. Lo pasó a la tina con agua clara y procedió a secarlo con una franela. Volvió a examinar la pieza.
—¡Exquisito, simplemente exquisito! Plata .925. Excelente calidad.
—¿A qué se refiere? —preguntó John.
—Lapislázuli —volvió a sumergir el dije en otro tanque de limpiador, ahora transparente y repetir el proceso de secado—. Hacía mucho que mis ojos no veían una piedra así. Y la cadena, ¿cierto? ¿Se lo encontró en la calle? —empezó a buscar sus herramientas.
—No lo recuerdo bien. Solo que estaba en el fondo de un cajón —mintió.
—Esto, muchacho —se puso sus lentes para trabajar—, no es del estilo de la señora Milli. Demasiado simple para los Carter.
—¿Y eso es malo? —observando atentamente las manos del anciano.
—Depende de quién lo vea y quién lo use. La señora Milli estaría muy triste por el rumbo que ha tomado su vida.
John prefirió guardar silencio. De nada servía dar explicaciones acerca de sus actos. Era en esos momentos cuando odiaba apellidarse Carter.
—Listo. Quedó como nuevo —habló Lancelotta mientras le extendía el dije para que Carter lo examinara centrándose en aquella piedra azul profundo con líneas doradas en forma de un pequeño corazón.
—¿Cuánto le debo? —le devolvió el dije al joyero para que lo guardara en el estuche.
—Corre por cuenta de la casa en memoria de su abuela, doctor Carter —dijo con seriedad al estregárselo.
El médico se quedó en silencio. Le pareció un hermoso gesto que Guido Lancelotta recordara todavía a Millicent.
—Gracias —guardó el estuche en su bolso.
—Otra cosa más, doctor Carter.
—¿Sí?
—Un lapislázuli nunca llega a cualquiera. Que pase una buena tarde —se retiró a su despacho.
Carter se quedó extrañado ante aquellas palabras. ¿Qué quería decir aquello? Salió de la joyería y caminó hacia el parque Grant desde donde se veía el lago Michigan. Se sentó bajo un árbol y empezó a escribir. En lugar de escribir "Querido diario" optó por escribirle a Mark Greene, su primer jefe en Urgencias, maestro y amigo. Sus charlas siempre le hicieron ver la vida desde otra perspectiva.
Julio 27
Hola, Mark.
Me dirás que ya no sé en qué día ni en qué temporada vivo, pero acabo de hacer limpieza al departamento en pleno verano. Me deshice de ropa que ya no uso y otras cosas. En el armario encontré una caja que no recordaba tener. ¿Que qué había? Regalos de exnovias y casi algo. Ahora que lo pienso, no entiendo por qué los conservaba.
Susan, Lucy, Abby y Kem han sido las mujeres que más significaron en mi vida: mi amor platónico, el amor que callé, aquel que fue un casi y el que murió cuando apenas crecía. Creo que debería considerar la idea de volverme un ermitaño o sacerdote católico por eso del celibato. ¿Qué hay de mal conmigo? Todo empieza bien y de pronto, ¡boom! el barco se hunde y termino con el corazón roto. Aunque quien me lo dejó hecho picadillo fue la muerte de Joshua y luego, Kem… Soy un perdedor, admítelo, Mark. Un jodido perdedor.
Pero ¿sabes? También hallé otra cosa en el armario. Un dije de plata con un lapislázuli en forma de corazón. Por más que trato de hacer memoria, no lo consigo. ¿Me lo encontré en la calle? ¿Me lo regalaron o me lo dieron a guardar?
Hoy hace un calor endemoniado y la brisa del lago me ayuda a refrescarme ahora que te escribo.
Sin más por el momento, hasta mañana
Carter
El resto de la tarde caminó por la bahía hasta llegar al muelle. De pronto, vio una embarcación turística, mas empezó a sentir algo de nostalgia. Nunca le había sucedido algo así. Y un fugaz recuerdo pasó por su mente.
Seré su guía por Chicago, señorita.
—¿Qué estoy pensando? —sacudió la cabeza—. Creo que estoy algo deshidratado.
Al volver, Carter cenó algo ligero, revisó su correo electrónico, escuchó música y se fue a la cama. En su buró colocó el estuche con el corazón de lapislázuli abierto. Lo tomó en su mano izquierda y le habló como si pudiera escucharlo.
—Me gustaría saber cómo llegaste conmigo y por qué. Se nota que eres muy valioso.
Dejó el estuche, apagó las luces y cerró los ojos. En algún momento empezó a soñar.
Agentes de migración en Urgencias. Voces distorsionadas. Kerry Weaver trata de calmar la situación. Hay pacientes con las manos arriba. Chuni, Lidia y Hale se ven confundidas. Entre Kovak, Malucci y Malik lo sujetan con fuerza. Por último, en su mano izquierda está el dije de corazón con la cadena rota.
Carter se despertó con lágrimas en los ojos y un gran enojo. Volteó a ver su reloj despertador. Casi las 5 A.M. Su hora de entrada es a las 6:30 A.M.
—¡Solo fue un mal sueño! —limpiándose el rostro—. ¿Por qué estoy llorando? ¿Qué es esto que siento en el pecho?
Se levantó para alistarse. Una ducha y el desayuno. Al tomar las llaves del jeep, se lo pensó y prefirió dejarlas para irse en el subterráneo. Llegó al hospital pasadas las 6:40 A.M. por un desperfecto en la vía. Antes que Jerry o Frank le llamaran la atención, solamente asintió levantando los ojos. Esos dos eran insufribles cuando algo se salía de la rutina de los médicos y enfermeras.
En la salita, dejó sus cosas en el casillero para tomar su bata y el estetoscopio. Revisó el tablón de anuncios para encontrar un aviso de la doctora Banfield, la jefa de Urgencias, de una junta a las 10 A.M. convocando al personal médico. Así John Carter inició su jornada del día.
Al llegar las 10 A.M., ya todos estaban en la salita. John Carter estaba con Archie Morris y Tony Gates hablando sobre deportes. Banfield fue la última, ya que confiaba plenamente en el equipo. Y llamó al orden.
—Escuchen. Vamos a estar bajo evaluación los siguientes días por parte del condado.
—¿Evaluación de qué o para qué? —preguntó Sam.
—Hasta donde me informaron, una ONG quiere que uno de nosotros los asista.
—¡Ahí te hablan, Indiana Jones! —mencionó Morris en tomó burlesco a Carter mientras lo señalaba con los ojos.
—¡Cállate, tarado! —Carter no soportaba ese tipo de burlas sobre su voluntariado en África
—¿Es en África? —preguntó Lili.
—Por favor, pónganse serios. Nadie mencionó ir a un sitio dejado de la mano de Dios.
—Una pregunta —mencionó Gates—. ¿Cómo nos van a evaluar?
—Será una visita de incógnito y se observará detenidamente el desempeño de los participantes. Solamente hagan su trabajo sin presiones.
El resultado lo recibiré en mi correo electrónico y lo colgaré en el tablón de anuncios. Ahora, muévanse. Roma no se construyó en un día.
Banfield salió directo hacia su oficina.
—¿No sería más fácil pedir voluntarios para esa ONG? A veces se complican la existencia los burócratas —señaló atinadamente Malik.
—¿Saben qué pienso? —expresó la doctora Rachel Greene—. Dejemos que el juego venga. Total, más diversión.
—¿Tú qué piensas, Jefe? —Gates se dirigió a Carter.
—Que se nos va a acumular el trabajo si seguimos especulando ideas tontas. Eso es lo que pienso.
Había hablado el veterano de Urgencias. No sería el jefe oficial, pero Carter era respetado por su liderazgo en el área. Banfield sabía que podía contar con él en cualquier caso, así fuera en la peor contingencia.
No obstante, algo le pasaba a Carter. Aunque estaba más enfocado en sus pensamientos, tenía la sensación de que había olvidado algo muy importante. Así se lo comentó a su terapeuta quien lo motivó para hablar más al respecto. Le parecía una mejora significativa: "el paciente propone temas distintos a la esfera".
—¿Y qué podría ser eso tan importante, John?
—Eso es lo que quisiera recordar, doctora Weissman. Es como si yo hubiera vivido un momento de gran felicidad y de golpe se acabara.
—¿La muerte de alguien muy querido quizás?
—No lo sé. Algo viví hace tiempo donde me sentí… —se levantó del sillón hacia la ventana para contemplar el lago Michigan—… escuchado, donde había una respuesta. Ya no el eco de mi voz.
—Dime, ¿has vuelto a soñar con Kem? ¿Con Joshua? ¿Tu abuela?
—No, doctora. Bueno, sí soñé con mi abuela. Era una cena y una mujer me acompañaba, pero no recuerdo su rostro. A mi abuela nunca le gustaron las mujeres que llegué a presentarle, excepto la de ese sueño. Se veía tranquila y hasta le sonrió. Su sonrisa verdadera, no la del suplemento de sociales.
Sin embargo —calló unos breves instantes como dudando en proseguir—, he estado soñando lo mismo desde hace unas noches —Weissman se mostró interesada—. Sueño que estoy en Urgencias. Veo a Kovak, Malik y Malucci sujetándome de los brazos. Hay agentes de Migración. Hay muchos pacientes con las manos arriba. En mi mano izquierda tengo un dije azul en forma de corazón. Justo ahí me despierto con lágrimas en los ojos y siento mucho enojo.
—Muy bien. Incluye esos sueños en tu diario, John. Tengo la teoría que tu mismo retraimiento emocional bloqueó ese evento que fue demasiado para ti. ¿te pasó algo extraordinario recientemente?
—Hice limpieza al armario de mi recámara y me deshice de varias cosas.
—Podría ser. Lo hiciste muy bien. Nos vemos la siguiente sesión.
Al día siguiente. Turno de la tarde
—Cortina 2. Un anciano asiático se torció el tobillo jugando con su nieta.
—Yo lo tomo, Frank. ¿Me asistes, Chuni?
—Con gusto, Carter.
Ambos se dirigieron al lugar. John corrió la cortina. Encontraron a un anciano con el pie izquierdo descalzado y a una niña sentados en la camilla.
—Buenas tardes, señor. Soy el doctor Carter y ella es la enfermera Chuni Márquez. ¿Qué fue lo que pasó?
—Konnichiwa —el anciano regordete de ojos rasgados con cabello blanco grisáceo con profundas entradas y una barba de candado realizó una inclinación ante ellos que los dejó confusos. La niña también hizo el mismo saludo.
—Disculpe, ¿qué dijeron?
—Buenas tardes —respondió el anciano en inglés sin acento.
La niña con cabello castaño claro peinado en dos chonguitos, ojos almendrados marrones y piel apiñonada. Vestía un overol rosado con una playera blanca de manga corta. En sus brazos abrazaba muy fuerte a un Bulbasaur amigurumi. Miraba a Carter y Chuni con mucha seriedad mientras abrazaba al viejo.
Chuni abrió mucho los ojos. Carter parpadeó, pues le recordó el mismo gesto de Millicent en el rostro de esa pequeña.
—Es mi nieta —el anciano respondió en inglés sin acento—. Estábamos jugando carreritas y di un mal paso —señalando su pie izquierdo descalzado.
—Debe tener más cuidado, señor…
—Katsuragi Izumi, doctor.
—Lo examinaré.
—Un momento, por favor —el viejo le dijo en español a la niña lo que Carter haría por lo que debía bajar de la camilla. La niña respondió que sí—. Enfermera, ¿podría ayudar a mi nieta, por favor?
Chuni bajó con cuidado a la niña quien se quedó observando muy de cerca el examen.
—Parece que no hay fractura. De todos modos, ordenaré una placa para cerciorarnos —escribió algo en el expediente. —Chuni, avisa a Rayos X.
La enfermera oyó la orden, pero el rostro de la niña siguió causándole asombro.
—Chuni, ¿me escuchaste? —preguntó Carter—. Es importante.
—Eh, sí. Ya voy, doctor Carter —Chuni salió con prisa hacia donde le indicaron.
Al mismo tiempo Jerry, Hale y Malik también hablaban de lo mismo: la niña y el viejo en Cortina 2. Y sin dudarlo, llamaron a Lidia y Takata para contarles.
En lo que esperaban, Carter escribió unas notas. Estaba seguro que era un esguince de primer grado. Nada complicado.
—¿Están de visita?
—Podría decirse que sí.
La niña tampoco dejaba de ver a Carter: sus ojitos curiosos examinaban el rostro de aquel hombre altísimo para ella.
Chuni volvió para avisar que ya estaban listos en Rayos X.
—Yo lo llevaré, señor Izumi.
El viejo sonrió con gracia.
—Es Katsuragi, doctor. ¿Mi nieta puede venir con nosotros? No quiero dejarla entre desconocidos.
—No se preocupe. Chuni puede quedarse aquí con ella. No tardaremos mucho.
El viejo le habló a la niña en japonés y ella solo asintió abrazando muy fuerte a su muñeco. Carter se agachó a su nivel y le habló con dulzura. Chuni la hizo de traductora durante la conversación.
—¿Cómo te llamas?
—Rocío —remarcó mucho el sonido de la r.
Chuni y Katsuragi contemplaban la singular escena.
—Mira, Rocío —le costó pronunciarlo y la niña se rio—. Voy a llevar a tu abuelo a Rayos X. ¿Sabes qué es eso?
Ahora el viejo le habló a la niña en español y ella respondió asintiendo.
—Sí, van a tomar una foto de sus huesitos —respondió con mucha naturalidad.
—¡Vaya, me sorprendiste! Regresaremos pronto.
—¿Puedo ver cómo curas a Sofu? —Carter no podía negarse ante aquella mirada tan tierna.
—Perdón, ¿qué es Sofu? —preguntó Chuni al anciano.
—Abuelito —aclaró.
Chuni le transmitió a Carter la pregunta de Rocío.
—Si te portas bien, claro que sí.
La niña sonrió enormemente y se quedó paradita junto a Chuni mientras su abuelo iba a Radiología con Carter. No tardaron más de 10 minutos. Chuni y Rocío conversaban muy animadamente cuando volvieron.
—¡Sofu! —Rocío se acercó a su abuelo y él le acarició la cabecita.
—Te dije que no tardaríamos, nena —remarcó Carter—. Chuni, pásame unos vendajes y prepara unas tiras de cinta adhesiva.
—A la orden, doctor —y se puso manos a la obra.
—¿Qué tal se portó Rocío? —Carter volvió a pronunciarlo de forma curiosa que hasta Chuni trató de reprimir las ganas de reírse.
—Muy bien. Me estuvo contando que su mamá es doctora y que ayuda a los pokemones cuando se ponen malitos.
—¿Conque tu mamá es doctora? ¿Y tiene muchos pacientes? —él levantó a Rocío para volverla a sentar en la camilla para observar el procedimiento de vendaje.
Ahora fue el viejo Katsuragi quien la hizo de intérprete.
—Muchos. Unos son niños como yo. Es muy linda con ellos. Les habla bonito para que ya no tengan miedo y poder curarlos. A los grandes les dice otras cosas.
—¿Y qué les dice? —el médico escuchaba atento el relato sin dejar de vendar el pie del anciano.
—"Sana sana, colita de rana, si no sana hoy, sanará mañana" a los chiquitos y a los grandes "pase lo que pase todo estará bien".
Carter terminó. Pensó que la mamá de Rocío debía ser una mujer muy compasiva.
—Todo listo. Ya puede irse, señor Katsuragi. Tómese lo que está escrito en la receta y, por ahora, nada de correr. También le enviaré los ejercicios que marqué en este folleto para que los realicé antes de dormir. Estará bien en unos días —dándole la receta y el folleto.
—Gracias, doctor Carter —volvió a inclinarse.
—Sofu ya está bien, Rocío —Carter se habló a la niña—. ¿Lo vas a cuidar mucho?
Chuni volvió a traducir para que Rocío comprendiera.
—Hai. Arigato, chichi —la niña abrazó muy fuerte a Carter quien se quedó muy sorprendido.
—¿Qué dijo?
—"Sí. Gracias, doctor" —el viejo hizo la traducción. En cambio, Chuni tuvo que taparse la boca para evitar soltar un gemido, pues se le escaparon dos lágrimas, algo que el médico ni notó.
Carter se despidió de ambos dejándolos con su compañera que ayudó al señor Katsuragi a alistarse para poder irse con su nieta. Dejó el expediente y siguió con otro. Y así hasta su hora de salida a las 11:30 pm.
Días después
Dr. John T. Carter
La Autoridad Médica del condado de Cook lo selección para colaborar durante los siguientes tres meses con Suzaku, una ONG que trabaja con víctimas de conflictos armados en todo el mundo. Para la selección también se tomó en cuenta su labor con Alliance des Medécins.
Se entrevistará con uno de sus directores en el Hotel Ambassador de esta ciudad de Chicago a las 17:00 h el día 18 de agosto. Llegue media hora antes de su cita al restaurante Leclerc. El capitán ya tiene instrucciones en cuanto lo reciba.
Saludos cordiales
Richard D. Sullivan
Consejero
—¡Eres un bastardo con suerte, Carter! —Jerry lo sacudió al conocer la noticia—. ¡Lo conseguiste!
—¡Jerry, deja de hacer eso! —dijo Carter molesto con aquella demostración en cuanto entró a la salita esa noche.—. ¿De qué estás hablando?
—¡Vives en la luna, Jefe! —ahora fue el turno de Gates—. Mira, Banfield lo publicó hoy en la mañana.
Carter fue hacia el tablón de anuncios y tomó el comunicado. No recordaba haber escuchado de esa organización. De pronto, se imaginó estar en Darfur de nuevo y un escalofrío recorrió su espalda.
—Voy a declinar.
—¿Te has vuelto loco, Carter? ¡Es una gran oportunidad! Te llamaron a ti teniendo a otros candidatos —lo recriminó Morris.
—Por eso mismo. Tuve suficiente, Morris. Casi muero por esa falla renal y tengo otra oportunidad de vivir en paz.
—¿Llamas vivir en paz a la supervisión constante de que no se te bote un tornillo? —Gates lo confrontó.
Todos en Urgencias sabían que Carter ya estaba harto de justificar sus acciones ante sus superiores. Quería que lo dejaran de ver como un desquiciado que en cualquier momento perdería el control.
—Si tanto te molesta, ¿por qué no vas tú? —Carter empuñó las manos alzando la barbilla hacia el pelinegro.
—Pasa que yo no acepto platos de segunda mesa, idiota. El niño rico tiene miedo de la vida.
Eso bastó para sacar de quicio a Carter quien estuvo a punto de golpear a Tony, pero gracias a la intervención de Rachel Greene la sangre no llegó al río.
—¡Basta! ¡Dejen de comportarse como unos estúpidos! —ahí estaba el carácter de Mark Greene a la vista—. Como dice Morris, es una gran oportunidad, doctor Carter, ¿acaso no lo ve? Si estuviera tan afectado de sus facultades mentales lo habrían descartado a la primera. No sea tan duro consigo mismo. Véalo como una señal de que todo está mejorando.
—Eso es cierto, Carter. Debes confiar en que todo va a salir bien. ¿Por qué no vas a la entrevista? Si lo que te proponen no te parece, entonces sí declina —apuntó Malik.
—¿Realmente creen que debo ir? —Carter descolgó el comunicado releyéndolo por segunda vez
—Aquí parado nunca lo sabrás —terció Jerry.
—Está bien, está bien. Iré —subió resignado los ojos—. Pero no prometo nada sobre aceptar la propuesta.
Entre vítores y aplausos, el equipo de Urgencias apoyó a su veterano compañero. Se sentían felices por él.
18 de agosto, 16:35 h. Restaurante Leclerc
—Bueno, ya estoy aquí —Carter bebió de su agua mineral con un toque de limón en lo que esperaba—. ¿Por qué me dejé convencer con tanta facilidad?
Algo que resultó un alivio para John fue que el hotel Ambassador estuviera lejos de la zona más exclusiva de la ciudad donde todos lo conocían por lo que pudo llegar caminando en cuanto salió del hospital. Era un día extremadamente caluroso y el agua mineral le supo deliciosa.
El restaurante Leclerc era un restaurante francés que figuraba como uno de los mejor posicionados por los críticos gastronómicos de Chicago. Tenía un año de haberse abierto. Ofrecían cocina francesa tradicional con innovación siendo una de sus cartas más fuertes soupe Vichyssoise, boef bourguignon y la tarta normanda. No obstante, sus precios eran accesibles para la mayoría de las personas.
Los minutos pasaban y nadie se acercaba a John Carter. Se puso a leer la carta para distraerse en lo que daban las cinco. Estaba tan absorto en el menú que no notó que una persona se paró junto a él.
—Buenas tardes, doctor Carter.
John bajó la carta. Su sorpresa fue mayúscula.
—¿Señor Katsuragi?
—Me presento. Soy el doctor Masuo Katsuragi, director de la Unidad Médica Suzaku —saludó con una inclinación muy respetuosa.
