Episodio 0: Un Día Calmado
Nota importante:Este capítulo esta ubicado despues del capitulo 8, es un gran salto, pero sirve como adelanto para que puedan tener una idea completa de lo que tratará el fanfic.
Era una mañana apacible en Canterlot City. La ciudad, como siempre, respiraba un aire de calma que se extendía por sus calles y se filtraba hasta los suburbios, donde las casas se alineaban en una sucesión de colores y formas que parecían fundirse con el amanecer. Entre ellas destacaba una residencia de fachada morado amatista, intensa y elegante, que reflejaba no solo el diseño meticuloso de sus dueños, sino también el carácter de quienes habitaban en su interior.
Dentro de aquella casa, la tranquilidad era un elemento palpable. Los suaves murmullos del vecindario, el lejano canto de un ave y el rumor ocasional de un automóvil se colaban apenas por las ventanas abiertas, como si intentaran mantener intacta aquella serenidad. En una de las habitaciones, el sonido pausado de un leve ronquido rompía el silencio con un ritmo suave y constante, una mezcla de descanso y ansiedad, como si estuviera atrapado en un delicado equilibrio. Todo parecía en calma, hasta que, de pronto, ese frágil hilo de tranquilidad se rompió de manera abrupta.
Un sonido agudo y penetrante irrumpió en el aire, un"¡Bzzzzzzzz!"insistente que atravesó la habitación como un martillo golpeando el cristal. El despertador, pequeño pero implacable, había hecho su aparición para romper la paz con una ferocidad despiadada.
La calma se desvaneció en un instante. La habitación, un espacio pequeño pero cuidadosamente ordenado, se encontraba llena de libros, cuadernos, tazas de café a medio terminar y diversos objetos que reflejaban una mente curiosa y estudiosamente inquieta. El sonido del despertador pareció tener el efecto de despertar también un movimiento torpe pero urgente.
La dueña de aquel espacio se incorporó de golpe, con un gesto apurado y algo desorientado. Era una joven de piel oliva clara, con un aire mediterráneo que contrastaba con la luz púrpura de su laptop aún encendida sobre el buró. Su cabello se encontraba completamente alborotado, como si un pequeño tornado se hubiera desatado en su cabeza durante la noche. Sus gafas, ligeramente torcidas sobre el puente de su nariz, daban cuenta de una batalla de horas con el sueño y el trabajo.
La joven era Twilight Sparkle, y sobre la cama, cerca de ella, yacía un libro de texto abierto y una libreta con notas llenas de letras y garabatos, evidencias de una batalla nocturna con las tareas escolares que, aparentemente, había perdido. La luz de la laptop proyectaba un tono de color púrpura en la habitación, arrojando sombras intermitentes sobre su escritorio y las paredes.
Con un gesto cansado, ajustó sus gafas mientras parpadeaba varias veces, tratando de enfocar los números rojos que brillaban y danzaban en el reloj digital que descansaba en el buró.
6:35 a.m.
El silencio había regresado a la habitación, pero era un silencio distinto, con un peso palpable, una presión que parecía cargar el aire con la realidad implacable de un destino que se le había impuesto sin aviso.
—¡Oh, no...! —susurró, su voz temblando con una mezcla de incredulidad y pánico.
El sonido de su propia voz parecía romper el espacio, pero lo peor era el condenado número rojo que brillaba en el reloj digital sobre su buró. Cada segundo que avanzaba se sentía como una sentencia, un recordatorio cruel de que el tiempo no esperaba a nadie.
Era tarde.
Horriblemente tarde.
—¡Oh, no, no, no, no, no! —chilló, arrojando las mantas hacia arriba con un gesto desesperado. Estas cayeron sobre su cabeza como si conspiraran en su contra, atrapándola en una pequeña prisión de tela y sueño. Con un tirón brusco, logró liberarse, pero su mente ya estaba un torbellino de preocupaciones.
—¡La primera clase empieza en 25 minutos! —exclamó, con una ansiedad que apenas podía contener.
Se levantó de un salto y comenzó a caminar de un lado a otro en la habitación como un pequeño huracán de nervios, sus manos llevándolas a los lados de su cabeza mientras trataba de organizar sus pensamientos, sus prioridades y sus próximos pasos.
—¡Necesito 12 minutos para llegar, 4 para desayunar, y apenas tengo tiempo para cambiarme! —murmuró con una mezcla de prisa y frustración, como si cada frase fuera un mantra para tratar de ordenar el caos.
Mientras se movía por la habitación, un destello de energía pura surgió en el aire a su alrededor, como un rayo de luz casi tangible que pronto tomó forma. Una figura metálica, elegante, con una tonalidad morado amatista y un núcleo central cristalino que parecía estar iluminado, apareció flotando a su lado. Era un ser robótico, pero con una presencia serena que contrastaba completamente con la energía frenética de la joven.
Se trataba de un espíritu tecnológico, conocido como un Stand. En este caso, el nombre de ese espíritu era Brainstorm.
Su núcleo, una especie de cerebro hecho de cristal, pulsaba con una luz intermitente, como si estuviera procesando información a una velocidad extraordinaria, igual que Twilight.
—Si ajustas tus prioridades, puedes evitar un 73% de la tardanza potencial —comentó la voz de Brainstorm, en un tono monocorde y preciso, característico de su naturaleza analítica.
Twilight lo fulminó con la mirada mientras intentaba ponerse un zapato y buscar el otro con un pie descalzo.
—¡Claro, genial consejo! Ahora dime cómo hago todo eso en diez minutos, genio —respondió con sarcasmo, mientras su ansiedad aumentaba cada vez más.
El silencio siguió unos segundos, dejando que la tensión creciera aún más en el aire. Twilight lo miró con frustración, sin encontrar consuelo en las palabras de su espíritu tecnológico.
—Probabilidad de éxito: 57%. Activa 'Modo Multitarea' —informó con su voz inmutable, cada palabra clara, precisa y desapasionada.
El comentario hizo que Twilight alzara una ceja, confundida.
—¡Eso ni siquiera es un modo real! —protestó, incrédula.
Sin embargo, su cuerpo ya estaba obedeciendo la orden mental de Brainstorm. No había necesidad de discutirlo: el Stand tenía habilidades que trascendían el simple cálculo de probabilidades. Aparte de procesar información con una velocidad impresionante, tenía el poder de activar comandos específicos, tanto para el usuario como para aquellos que se encontraran cerca.
En medio de su frenesí, mientras intentaba mantenerse en movimiento, su pie golpeó una pila de libros apilados en la esquina de su escritorio. Los libros cayeron como un dominó, esparciéndose por toda la habitación.
El desastre, en circunstancias normales, habría hecho que su corazón se detuviera aún más, pero Twilight no se detuvo. Miró hacia la pila de libros con una expresión tensa, y con un simple chasquido de dedos, una brillante luz azul los envolvió en un resplandor etéreo.
Brainstorm había desplegado un campo de energía que organizó los libros en perfectos bloques en cuestión de segundos, devolviendo el orden a su espacio de trabajo con una precisión matemática impecable.
La combinación de poder, lógica y tecnología había disipado el caos momentáneo, pero Twilight no tuvo tiempo para detenerse a admirar ese pequeño milagro tecnológico. Cada segundo que pasaba era un recordatorio de la prisa que la acechaba; el reloj seguía avanzando y, con él, la presión de llegar a tiempo. Era como una presencia que la empujaba, que la obligaba a continuar sin mirar atrás.
El tiempo no esperaría por ella, y ella no podía permitirse lo mismo.
Mientras se apresuraba a cambiarse, Twilight se adentró al baño. Con la mano izquierda, se peinó de forma torpe, tratando de darle forma a su cabello que aún mantenía los rastros de su sueño. Con la derecha, intentó limpiarse los dientes con la misma urgencia, sin lograr deshacerse de la sensación de incomodidad.
—Esta es la última vez que me duermo antes de terminar una tarea... ¡me lleva este gel, no acomoda mi peinado de siempre! —gruñó entre dientes mientras el cepillo se movía rápidamente, más por desesperación que por eficacia. A lo lejos, Brainstorm observaba, con su figura serena y su núcleo de cristal parpadeando a un ritmo constante.
—Brainstorm, ¿podrías escribir un recordatorio de eso? —le pidió, sin detenerse ni un momento en su frenético trajín.
El Stand, en silencio, obedeció. Un panel holográfico apareció frente a ella, con la forma de una hoja de anotación, y comenzó a escribir meticulosamente el recordatorio en su superficie. Twilight ni siquiera prestó atención; cada movimiento era un reflejo automático, una coreografía ensayada bajo la presión del tiempo.
Pasaron unos pocos minutos. Twilight ya estaba vestida con la ropa que usaría para ir a la escuela, pero aún le faltaba abotonarse la camisa. En cuanto terminó de ajustar la chaqueta, que, a esas alturas, se había colocado torpemente, estaba casi lista. Solo faltaba la mochila. Pero en ese momento, un rugido gutural proveniente de su estómago la sacó abruptamente de su multitarea.
—¡El desayuno! —exclamó, con la voz llena de alarma, y sin pensarlo un segundo más, agarró su mochila, apagó la luz de la habitación y salió disparada hacia la cocina.
La cocina, al igual que el resto de la casa, era un lugar lleno de prisas y desorden. Twilight arrancó una caja de cereal de la despensa con la velocidad de alguien que compitiera en una carrera. Vertió la leche en el cuenco, pero, como era de esperar en su estado de frenesí, la leche se derramó en un amplio charco que se extendió rápidamente por la mesa.
En ese momento, Brainstorm apareció a su lado, proyectando un holograma frente a ella con un esquema eficiente para comer más rápido, como si fuera un asistente personal con un objetivo muy claro.
—¡Ya entendí, ya entendí! —masculló, mientras trataba de comer el cereal directo del cuenco con una mano, intentando abotonarse la camisa con la otra.
Finalmente, como si fuera una ráfaga de viento, salió disparada por la puerta, sin haberse detenido ni un segundo. Tenía un zapato sin amarrar, la chaqueta puesta al revés y el cabello aún enredado en una maraña caótica de prisas. Sin embargo, Brainstorm flotaba a su lado, impasible, como siempre, observándola con la calma de quien sabe que todo, en algún momento, tendrá que solucionarse.
A medida que corría por la calle, vio cómo el autobús se detenía en la parada más cercana. A lo lejos, el vehículo ya comenzaba a moverse, justo cuando la entrada del autobús se cerraba.
—¡Oh, no! —exclamó, sin aliento, y rápidamente levantó la mano, apuntando hacia el autobús. —¡Brainstorm, ve y detenlo!
El Stand, como un espectador invisible, reaccionó inmediatamente. Flotó hacia el autobús con una velocidad impresionante, rodeando el vehículo con una energía de color amatista. La energía, sin embargo, era completamente invisible para el conductor, quien pensó que el problema venía del motor. Por suerte, esa pequeña anomalía fue suficiente para hacer que el autobús se detuviera completamente.
La carrera había sido un torbellino de caos y adrenalina, pero Twilight Sparkle, contra toda probabilidad, logró subir al autobús. Tropezó levemente al pisar el primer escalón, su zapato desamarrado y su chaqueta torcida, mientras su cabello se veía como una maraña indomable que gritaba por ayuda. Sin embargo, estaba dentro, y eso era lo único que importaba.
Se desplomó en el primer asiento disponible, inclinándose hacia adelante mientras intentaba recuperar el aliento. Cada respiración era un recordatorio de la intensidad de los últimos minutos. Sobre ella, flotaba Brainstorm, su Stand, proyectando esa calma imperturbable que siempre parecía en contraste con la naturaleza caótica de su usuaria.
—Bueno... al menos lo logré —murmuró Twilight entre jadeos, mientras miraba de reojo a Brainstorm, quien permanecía en silencio, sus cristales centelleando con suavidad.
El autobús continuó su trayecto por las calles de Canterlot City, y aunque la tensión comenzaba a disiparse, Twilight sabía que su batalla contra el tiempo apenas estaba empezando.
Cuando el autobús finalmente se detuvo frente a la institución, Twilight bajó apresuradamente, tratando de alisarse la chaqueta y ajustarse las gafas. La fachada de la escuela parecía tan tranquila como siempre, en completo contraste con la tormenta que había sido su mañana. Con un último impulso, atravesó los pasillos y llegó a su salón de clases. La puerta estaba abierta, y al mirar el reloj cerca del marco, vio que eran exactamente las 7:00 a.m.
Un suspiro de alivio escapó de sus labios. Había llegado a tiempo. Apenas había sobrevivido, pero lo había conseguido.
Sin pensarlo dos veces, caminó hacia su escritorio y se dejó caer en la silla, desplomándose como si el peso del mundo hubiera sido descargado sobre ella. Sus brazos cruzados descansaron sobre la superficie del pupitre mientras cerraba los ojos por un momento, intentando estabilizar su respiración.
—Lo logré... —murmuró para sí misma, como si necesitara convencer a su propia mente de que todo estaba bajo control.
La voz de Brainstorm, sin embargo, interrumpió esa frágil calma. Su tono monocorde, carente de emociones, cortó como un cuchillo en el silencio del aula.
—Considerando tu estado actual, la probabilidad de que recuerdes los deberes que olvidaste es del 98%.
Twilight abrió los ojos de golpe. Las palabras resonaron en su mente como una alarma. Por un segundo, parecía que el aire se había detenido, mientras el significado de lo que acababa de escuchar la golpeaba como una ola.
—No... no, no, no, no... —murmuró, con un temblor creciente en su voz.
Y entonces, como si el universo se deleitara en su sufrimiento, recordó. Su cuaderno de química, olvidado en su escritorio, junto con la tarea que apenas había comenzado la noche anterior. Su rostro palideció, y una sensación de ansiedad la recorrió como un rayo.
—¡Mis deberes de química! —gritó de repente, el tono de su voz lleno de pánico. Su cabeza se hundió entre sus brazos, un gemido de frustración escapando de sus labios.
El sonido fue lo suficientemente fuerte como para sobresaltar a algunos estudiantes que pasaban por el pasillo. Uno de ellos incluso se detuvo en seco, mirando hacia la puerta del aula con una mezcla de curiosidad y alarma.
Brainstorm, flotando a su lado, no pareció inmutarse. Su núcleo cristalino brilló ligeramente, como si calculase una solución al problema que enfrentaba su usuaria.
—Podrías considerar un plan alternativo. Probabilidad de improvisación exitosa: 67%.
Twilight levantó la cabeza lo suficiente para mirarlo con una mezcla de exasperación y desesperanza.
—¡¿Y eso qué me ayuda ahora?! —protestó, su voz ahogada en el borde de la histeria.
Brainstorm no respondió, como siempre, su serenidad era inquebrantable. Twilight, por su parte, volvió a hundir la cabeza entre los brazos, sintiéndose completamente derrotada.
La mañana había comenzado con caos, pero parecía que su batalla aún no había terminado.
O - - - - - - - O
El tiempo transcurrió con una mezcla de estrés académico y silencio en la biblioteca de la preparatoria. Era un espacio amplio y bien iluminado, con estanterías que se elevaban hasta el techo y que contenían una cantidad impresionante de libros de todas las materias imaginables. Entre esos estantes, en una mesa cercana a una ventana donde la luz del sol filtraba rayos dorados, se encontraba Twilight Sparkle.
Con la nariz casi pegada a un grueso libro de portada desgastada que mostraba gráficos abstractos de álgebra avanzada, estaba completamente sumida en un mar de ecuaciones y fórmulas. Su cabello estaba despeinado, y sus gafas reflejaban los rayos de luz mientras intentaba procesar cada número, cada variable, con una concentración que parecía a punto de romperse.
La mesa frente a ella estaba cubierta por una cantidad absurda de papeles y apuntes, cada uno con ecuaciones desordenadas que reflejaban su frustración académica. Su Stand, Brainstorm, proyectaba frente a ella una serie de complejos hologramas que ilustraban patrones geométricos y fórmulas avanzadas. Su figura robótica, con su núcleo cristalino pulsando con una luz morada, proyectaba calma e impasibilidad, en un contraste notable con la expresión de frustración en el rostro de Twilight.
—Si ajustas el coeficiente aquí, reduces el margen de error en un 12%. —La voz de Brainstorm salió en su característico tono monocorde mientras señalaba un punto brillante sobre una ecuación que giraba en el aire.
Twilight cerró los ojos por un momento, frustrada, y se llevó las manos a las sienes, masajeandolas con fuerza. Escribir más fórmulas con el mismo patrón no parecía llevarla hacia ningún resultado satisfactorio.
—¡Oh, claro! ¿Por qué no se me ocurrió antes? —exclamó con un sarcasmo cansado, dejando caer la cabeza sobre la superficie de la mesa con un golpe sordo.
El silencio la envolvió nuevamente, pero fue roto de manera abrupta por un sonido inesperado: un rugido ensordecedor que parecía surgir de lo más profundo de su estómago. Suspiró, alarmada por la falta de energía.
—Prioridad inmediata: consumir alimentos. Niveles de glucosa críticamente bajos —anunció Brainstorm con su habitual tono impasible, proyectando un holograma de una silueta similar a la de Twilight. El indicador parpadeaba en rojo, simulando una barra de energía casi vacía.
Twilight miró el holograma con una mezcla de resignación y culpa. Su estómago seguía rugiendo con insistencia, recordando que había pasado horas concentrada sin pensar en nada más que fórmulas.
—Supongo que puedo tomar un descanso... aunque la culpa no me dejará tranquila —murmuró, guardando sus materiales con una mezcla de alivio y pesadumbre.
Con un último vistazo a los documentos dispersos, se levantó de su silla y comenzó a caminar hacia la cafetería de la escuela. El peso de su mochila, ahora menos lleno, le resultaba un pequeño alivio mientras cruzaba el pasillo hacia la salida.
A su paso, una joven con un cabello largo y ondulado de tonos lilas y morados se encontraba buscando algo en un rincón de la biblioteca. Un mechón verde azulado caía con elegancia sobre su hombro, y su expresión parecía una mezcla de concentración y calma mientras hojeaba un libro con el título;"Teoría de Cuerdas en la portada."
En el momento en que Twilight pasó cerca de ella, esta se detuvo por un instante, mirando de reojo a la chica de gafas y cabello alborotado que parecía estar hablando consigo misma, murmurando algo inaudible que no captó bien. La expresión de la joven de cabello lila fue una mezcla de confusión y atención, pero no le prestó demasiada atención. Sacudió un poco su cabello para despejar algunos mechones que se habían movido con el viento que entraba por las ventanas.
Con un gesto distraído, continuó con su lectura mientras la otra chica continuaba su camino hacia la cafetería.
La biblioteca recuperó su silencio habitual, con los rayos dorados del sol iluminando los estantes y el sonido distante de pasos en el pasillo.
Twilight no tenía idea de que había sido observada. Estaba completamente absorta en su propio mundo, luchando contra el hambre, el estrés y las ecuaciones que continuaban burlándose de ella. Su mente giraba en espirales de frustración, pero el destino tenía sus propios planes.
Minutos después, el bullicio de la cafetería opacaba la tranquilidad de la biblioteca. Estudiantes llenaban el espacio, algunos divirtiéndose en grupos y otros concentrados en conseguir su almuerzo. Las filas serpenteaban hacia el mostrador, acompañadas por el ruido habitual de conversaciones y risas que reverberaban en el ambiente. Entre ellos, Twilight Sparkle se acoplaba a una de las filas, ajustando sus gafas con un ligero gesto de cansancio.
La cercanía de las festividades navideñas impregnaba el lugar de una alegría palpable, pero la longitud de la fila comenzaba a pesarle. Un suspiro escapó de sus labios, reflejando la ligera tensión que la situación le generaba. Como si respondiera a su inquietud, apareció detrás de ella su compañero espiritual. Invisible para los demás, se materializó con su presencia serena y calculadora.
—La espera en esta fila tiene un 36% de probabilidad de ser tediosa —comentó con su tono monocorde, como si la incomodidad de la joven fuera simplemente un dato más. Tras una pausa, añadió—: Pero hay un 64% de probabilidad de que avance más rápido de lo esperado.
Twilight no pudo evitar sonreír ligeramente ante el comentario.
—Bueno, al menos eso es un alivio —respondió, relajándose un poco.
Sin embargo, su reacción no pasó desapercibida para la chica que estaba delante de ella. La joven volteó la cabeza con una expresión de extrañeza, como si acabara de presenciar a alguien ponerle salsa de soya a una hamburguesa. Twilight, dándose cuenta del malentendido, le dedicó una sonrisa incómoda y levantó una mano en un tímido saludo. La otra chica frunció el ceño por un breve momento antes de encogerse de hombros y volver la vista al frente.
Twilight suspiró, bajando la mirada mientras intentaba ignorar la sensación de haberse expuesto innecesariamente. La fila avanzó poco a poco, y con cada paso, trataba de mantener su paciencia. Sin embargo, al acercarse al mostrador, sus pies se detuvieron de repente.
No fue la comida lo que capturó su atención, ni algún especial navideño que llamara su interés. Su expresión cambió de la neutralidad a una mezcla de sorpresa. Era como si se hubiera encontrado con alguien que conocía, alguien que no esperaba ver allí.
Detrás del mostrador se encontraba una joven con un tono de piel bronceado leve, como si pasara la mayor parte de su tiempo al aire libre. Sus codos presentaban curitas, un claro indicio de su pasión por los deportes, y aunque su sonrisa estaba ahí, algo en ella denotaba una mezcla de aburrimiento y orgullo. Era una sonrisa que parecía contar historias de velocidad, aventura y una energía vibrante. Sin duda alguna, la característica más llamativa de todas era su cabello: una mezcla iridescente que reflejaba múltiples tonos, como un arcoíris en movimiento.
No cabía duda. Era Rainbow Dash.
La joven de cabello multicolor estaba ahora vestida con un delantal que le quedaba claramente grande para su figura delgada y una gorra de cocina que parecía desafiar las leyes de la gravedad con cada centímetro de su existencia.
—¿Rainbow? —preguntó Twilight, incrédula, mientras el asombro se plasmaba en su voz—. ¿Qué haces aquí?
La expresión de sorpresa en los ojos de la joven de gafas era más que comprensible. No esperaba ver a la rebelde y veloz atleta de su escuela en ese lugar.
Rainbow rodó los ojos, mostrando una mezcla de aburrimiento y cansancio, como si la misma pregunta le hubiera sido repetida innumerables veces. Apoyó un codo en el mostrador con desgana mientras sostenía con la otra mano un cucharón de madera que se veía notablemente quemado.
—Castigo —murmuró con un tono casual, como si hablara de cualquier otra cosa—. Gilda intentó empujar a Fluttershy en la cancha de fútbol, así que tuve que defenderla. Justo antes de que Gilda me golpeara, la directora apareció... y la muy cobarde huyó, dejándome todo el castigo a mí —dijo con un suspiro de frustración. No era por el castigo en sí, sino por la injusticia de la situación. A pesar de proteger a su tímida amiga, recibió una reprimenda.
—Ahora estoy atrapada aquí sirviendo comida. La directora Moon dijo que contaría como servicio social... —agregó, claramente molesta, pero resignada.
Twilight no pudo evitar mirarla con incredulidad. Su expresión reflejaba asombro, pero también entendimiento. Conocía bien a Rainbow y su lealtad, inquebrantable a pesar de sus excentricidades.
—En fin, ¿qué quieres? —preguntó finalmente, sacando a Twilight de su estado de asombro.
Esas palabras la hicieron centrar su atención nuevamente en las opciones de comida mientras Brainstorm, su compañero espiritual, analizaba con un cálculo preciso los alimentos disponibles en el mostrador. Aunque su expresión era neutral, Rainbow pareció notar algo en el aire, como si una presencia desconocida estuviera ahí, pero se mantuvo en silencio mientras esperaba la decisión de su amiga.
—Probabilidad de que las papas hayan sido preparadas correctamente: 41% —informó Brainstorm con su característico tono impersonal y carente de emoción.
El comentario fue suficiente para hacer que Twilight frunciera el ceño y, por lo tanto, hizo que Rainbow la mirara con una mezcla de irritación y resignación.
—Perfecto... —murmuró Twilight, sintiendo cómo el estrés le aumentaba—. ¿Qué otra cosa tienes?
Rainbow golpeó el mostrador con el cucharón de madera, claramente irritada por el comentario de su amiga.
—Esto no es un restaurante a la carta, Sparkle. O puré de papas o "estofado misterioso". Tú decides, Sparkle —dijo con un tono directo, apuntando el cucharón hacia su amiga.
Twilight suspiró y se resignó, sabiendo que discutir sería inútil.
—Está bien. Dame el puré —respondió con un gesto de rendición.
Rainbow sonrió con una mezcla de orgullo y diversión mientras servía el puré con una velocidad y precisión asombrosas. Mientras lo hacía, Twilight observó algo curioso detrás de ella: unas manos cortaban papas con una rapidez impresionante, convirtiéndolas en puré con pequeños chispazos eléctricos. Gracias a la visión proporcionada por Brainstorm, pudo identificar que aquellas manos no eran simplemente manos; eran el Stand de su amiga,Thunderstruck.
—¿Eso no cuenta como hacer trampa? —preguntó Twilight en un susurro, arqueando una ceja.
Rainbow sonrió con desdén, acercando su rostro al de su amiga y susurrando de vuelta.
—¿Quién va a saberlo? —dijo con un brillo juguetón en sus ojos.
Twilight no pudo evitar sonreír de vuelta, el comportamiento de su amiga resultándole más divertido que molesto.
Después de recibir su comida, con su bandeja en la mano, Twilight se dirigió hacia una mesa cercana donde encontró a dos figuras conocidas sentadas, disfrutando de su propia comida en paz. Eran Rarity y Fluttershy, quienes conversaban tranquilamente mientras comían.
Rarity, con su característico sentido de la elegancia, comía un pastel con finos cubiertos. El pastel reposaba en un plato delicado, mientras que Rarity lo disfrutaba con total gracia. Por otro lado, Fluttershy intentaba alimentar a Angel, su conejo mascota, con pequeñas zanahorias que el animal parecía inspeccionar con el ojo crítico de un crítico culinario. La expresión de Angel no mostraba felicidad alguna ante su comida.
—¿Puedo sentarme? —preguntó Twilight, con una voz clara pero con un toque de timidez en su tono.
—¡Por supuesto, querida! —respondió Rarity con entusiasmo, moviendo sus utensilios para hacer espacio en la mesa—. Aunque debo advertirte: Angel está de un humor insoportable hoy.
Twilight sonrió con una mezcla de curiosidad y alivio, aceptando la invitación y tomando asiento junto a Rarity. Observó con algo de diversión cómo su amiga tímida luchaba para darle de comer a su exigente conejo mientras intentaba que aceptara la zanahoria.
Fluttershy tenía una expresión nerviosa, sus dedos acariciaban suavemente la cabeza de Angel mientras intentaba alimentar al animal. Sin embargo, cada intento era recibido con un bufido de desdén por parte del conejo, quien claramente no estaba satisfecho.
—No le gusta cuando la comida no es orgánica —explicó Fluttershy con un tono serio, como si Angel fuera un crítico culinario profesional.
Twilight y Rarity no pudieron evitar reír suavemente, una melodiosa cadena de risas que se escapó de sus labios. La joven de gafas, aún con una sonrisa contenida, tomó su cubierto de plástico y lo acercó al puré de papas con una mezcla de escepticismo y resignación.
—Bueno, al menos no soy tan exigente —comentó mientras tocaba el puré con la punta del cubierto, mirándolo con desconfianza.
Mientras Twilight intentaba convencerse de que su comida no era tan mala, Rarity notó algo en su amiga. Su mirada se dirigió a su cabello despeinado y a una pequeña mancha de tinta que adornaba su mejilla.
—Querida, ¿tuviste una mañana difícil? —preguntó Rarity con una expresión suave pero inquisitiva.
Twilight tomó un bocado del puré con resignación y luego levantó la mirada hacia su amiga, evaluando su expresión con un leve suspiro.
—Digamos que mi despertador, los deberes olvidados y una carrera maratónica decidieron convertir mi vida en un espectáculo digno de un concurso de agua y balance —dijo, manteniendo un aire de calma, aunque se percibía el fastidio tras recordar cómo había iniciado su día.
De hecho, un leve pensamiento cruzó su mente: debía llamar a su madre para desearle suerte en su trabajo, una costumbre que siempre había seguido pero que, en medio de su apuro, había olvidado por completo.
Fluttershy rió suavemente ante el comentario de su amiga, una risa que se mezcló con los sonidos de su conejo, Angel, quien intentaba escalar el brazo de Rarity con la esperanza de llegar hasta el pastel. Sin embargo, antes de que el pequeño animal pudiera apoyar sus patas delanteras en el postre, Rarity, con un movimiento tan elegante como preciso, lo detuvo justo a tiempo.
—Al menos lo peor ya pasó, Twilight. Ahora puedes relajarte... si es que eso es posible con lo que llaman comida aquí —comentó con un notable desdén, sacando los cubiertos de su plato mientras miraba su entorno con una expresión crítica. No le gustaba para nada el ambiente de la cafetería; la comida le parecía insípida comparada con lo que tenía acostumbrado en casa. Sin embargo, había algo en las manzanas que servían con los almuerzos que le resultaba aceptable.
Twilight tragó el puré con una mezcla de resignación y curiosidad, frunciendo el ceño mientras evaluaba el sabor con atención. Para su sorpresa, su expresión de asco se disipó, y una leve sonrisa apareció en su rostro.
—Sorprendentemente, no está tan mal —murmuró con notable incredulidad.
Justo en ese momento, desde el mostrador, la voz de Rainbow Dash atravesó el aire como un grito entusiasta:
—¡Eso cuenta como una reseña positiva! ¡Voy a anotarlo en mi hoja de servicio!
Rainbow Dash gritó con tanta energía que su compañera espiritual, Thunderstruck, alzó sus alas con una señal de victoria mientras un pequeño destello eléctrico brillaba por un instante en el aire.
Twilight negó con la cabeza, pero no pudo evitar reírse por la actitud de su amiga, que logró romper el estrés de la mañana con ese pequeño gesto de humor. Aunque el día había comenzado con caos, al menos el resto del día parecía prometer algo de normalidad... o lo más cercano que podía tener en su vida.
Después de aquel pensamiento, Twilight regresó su atención a la bandeja de comida. Tomó una manzana que venía con su plato y pensó en algo que la había estado rondando por la mente.
—Oigan, ¿y Applejack? ¿Por qué no vino hoy? —preguntó de forma casual, dirigiéndose a sus amigas mientras tomaba un pequeño mordisco de la fruta.
Fluttershy suspiró, ajustando su cabello mientras intentaba calmar nuevamente a Angel, quien seguía mirando el pastel con una intensidad inhumana.
—No tenía clases hoy, por lo cual dijo que estaría ocupada con los quehaceres de la granja —respondió la joven tímida con voz suave, conteniendo a su conejo entre sus brazos mientras Angel seguía su mirada fija en el postre con una expresión crítica.
El ambiente en la mesa continuó siendo cálido, entre pequeñas risas, comida y charlas casuales. Aunque las preocupaciones del día continuaban, el momento parecía estar lleno de una calma reconfortante.
O - - - - - - - O
Mientras tanto, en otro lugar, fuera del ambiente escolar y avanzando la mañana, el reloj marcaba las 11:30.
El abrasador sol del mediodía bañaba con su luz dorada la vasta extensión de Sweet Apple Acres. Los campos se extendían hasta donde alcanzaba la vista, con un ambiente tranquilo y rural que parecía estar suspendido en el tiempo. El aire ondulaba suavemente sobre la tierra seca, como si el calor del sol lo hiciera danzar al compás de una melodía invisible. El zancudo susurro natural del campo acompañaba el paisaje con su canto incesante, mientras una pequeña hoja se deslizaba por el aire, moviéndose con gracia entre las corrientes térmicas que surgían de la tierra.
La hoja siguió su curso hasta aterrizar sobre un característico sombrero que estaba bien ajustado a una cabeza de cabellos dorados y una melena rubia que brillaba con los rayos del sol. El sombrero no se movió, permaneció firme, una barrera entre la calidez del día y la joven que lo portaba. Aquella figura, con su mirada decidida y su semblante natural, pertenecía a la joven honesta y siempre trabajadora, Applejack.
Con una soga firmemente aferrada entre sus manos, Applejack se mantenía con una postura que mezclaba la experiencia y la seguridad de siempre, aunque en ese momento algo en ella no era tan usual. Su rostro reflejaba enojo y frustración; sus verdes iris, normalmente serenos, ahora mostraban un destello de tensión que no pasaba desapercibido.
Frente a ella, en el corral, se encontraba un toro de imponente tamaño. Su nombre era Ciclón, un toro musculoso y fuerte con cuernos que relucían como dagas bajo la luz solar. Sus patas golpeaban el suelo con furia, y sus ojos, inyectados de desafío, mantenían una mirada casi humana que desafiaba a quien se atreviera a enfrentarse a él.
—¡Maldita sea, Ciclón! —exclamó Applejack, su voz firme y penetrante resonando con autoridad en el aire—. ¡Vuelve a tu lugar antes de que tenga que ponerte en cintura yo misma!
El toro bufó, un sonido grave y amenazador que parecía desafiar su mandato. Desde el otro lado del corral, Apple Bloom y Big Mac observaban con una mezcla de preocupación y asombro. La tensión en el aire era palpable, como si el silencio que precedía al próximo movimiento pudiese cortarse con un cuchillo.
De repente, el moño rojo de Apple Bloom fue arrancado por una ráfaga de viento inesperada. Sin darse cuenta, la pequeña siguió el curso de su indumentaria, avanzando con nerviosismo hacia los dominios de Ciclón.
—AJ, creo que este toro no entiende de razones —murmuró Apple Bloom, dando un paso atrás justo cuando Ciclón giró de forma brusca, sus enormes patas agitándose con violencia. Su mirada se centró en la pequeña niña, quien, evidentemente asustada, intentó regresar su moño a su lugar con un gesto torpe.
La cola de Ciclón golpeó con furia una pila de fardos de heno cercanos, haciendo que estos salieran disparados como proyectiles en todas direcciones. El impacto levantó una nube de polvo dorado que danzó en el aire bajo la luz del mediodía, creando una escena caótica y casi irreal en el corazón de la tranquila granja.
Uno de los fardos pasó peligrosamente cerca de la cabeza de Apple Bloom, quien soltó un grito ahogado antes de lanzarse al suelo, cubierta de polvo y tosiendo.
—¡Bloom, aléjate! —gritó Applejack, su voz resonando con urgencia mientras su mandíbula se tensaba al evaluar la situación—. ¡Esto va a ponerse feo!
Big Mac, con la determinación que lo caracterizaba, no dudó en intervenir. Con un salto decidido, cruzó la cerca del corral, dispuesto a controlar al toro. Sin embargo, Ciclón no era un oponente que se dejara intimidar fácilmente. El animal fijó su mirada en el intruso y cargó contra él con una velocidad y fuerza sorprendentes. Antes de que Big Mac pudiera reaccionar, el toro giró con agilidad, usando sus poderosas patas traseras para propinarle una patada brutal. El impacto lanzó a Big Mac por los aires como si fuera un muñeco de trapo, estrellándolo contra un poste de la cerca.
—¡Big Mac! —exclamó Apple Bloom, con lágrimas en los ojos al ver a su hermano mayor desplomarse, aturdido pero aún consciente.
Applejack apretó los dientes, sintiendo cómo la rabia y la preocupación hervían en su interior. Pero no había tiempo para lamentarse; su hermana menor seguía en peligro, y la joven no pensaba permitir que el toro la lastimara. Con un impulso repentino que pareció abollar la tierra bajo sus botas, Applejack corrió hacia Apple Bloom. En un movimiento rápido y preciso, la levantó y la lanzó fuera del alcance del toro con la fuerza de quien sabe que no tiene margen de error.
Apple Bloom aterrizó sobre un manto de hierba junto a Big Mac, quien, aún aturdido, se esforzaba por levantarse. Applejack, por su parte, dejó escapar un breve suspiro de alivio al ver que ambos estaban a salvo. Sin embargo, el bufido grave y amenazante de Ciclón la devolvió al presente.
El toro la miraba con furia, sus patas arañando el suelo y levantando pequeñas nubes de polvo, como si se preparara para otro ataque.
Applejack sonrió de lado, aunque su expresión estaba cargada de determinación y algo más oscuro: la paciencia agotada.
—Está bien, grandote... Tú lo pediste —murmuró con ese inconfundible acento campestre, su tono bajo y peligroso, mientras sus puños se cerraban con fuerza.
Cerró los ojos por un momento, dejando que el aire caliente del campo llenara sus pulmones. Cuando los abrió de nuevo, una chispa de resolución brillaba en sus iris verdes. Extendió su brazo hacia adelante, con la palma abierta hacia el suelo.
De repente, la tierra bajo sus pies comenzó a temblar ligeramente. El viento que soplaba entre los árboles y el polvo en el aire parecieron unirse en un remolino que se arremolinaba tras ella, como si la propia naturaleza respondiera a su llamado.
En medio de aquella energía caótica, una figura comenzó a materializarse. Musculoso, imponente y envuelto en un aura terrosa, apareció Country Roads, el Stand de Applejack. Su sombrero de vaquero y su presencia imponente lo hacían parecer la encarnación misma de la fuerza bruta y la resistencia. Los brazos del Stand, tan gruesos como troncos de roble, se cruzaron sobre su pecho antes de que sus ojos se fijaran en el toro.
—Ahora, Ciclón —dijo Applejack, avanzando un paso mientras Country Roads se erguía imponente detrás de ella—. Vamos a ver si puedes manejar algo de tu propio tamaño.
El suelo tembló ligeramente bajo los cascos de Ciclón, y gruesas raíces emergieron de la tierra como serpientes gigantes, enroscándose alrededor de sus patas con una fuerza implacable. El toro bufó furioso, sus ojos inyectados de desafío, y lanzó un tirón violento que hizo crujir algunas de las raíces, partiéndolas como si fueran ramitas. A pesar de la resistencia de la criatura, Applejack mantuvo su postura firme, con una chispa de determinación en sus ojos verdes.
—¿Crees que puedes con esta vaquera, eh? —dijo mientras escupía al suelo y ajustaba su sombrero con calma aparente—. Bueno, vamos a ver quién se cansa primero.
Ciclón embistió de nuevo, su cuerpo musculoso cargando con una fuerza imparable hacia Applejack. Pero ella, con la agilidad propia de alguien que había crecido en el campo, saltó a la cerca cercana, aterrizando con la precisión de un equilibrista.
—¡Country Roads, Tierra Firme!—exclamó, golpeando el suelo con el talón de su bota.
La tierra respondió a su llamado. Raíces aún más grandes y robustas surgieron del suelo, enredándose alrededor de las patas del toro, esta vez levantándolo del suelo como si fuera un muñeco de trapo. Ciclón pataleó y bufó, su cuerpo en el aire se retorcía mientras agitaba la cabeza, intentando liberarse de las raíces que lo mantenían suspendido.
—¡Bloom! ¡Revisa a Big Mac mientras yo lidio con este bruto! —gritó Applejack sin apartar la vista de su adversario.
Desde un lugar seguro, Apple Bloom asintió apresuradamente mientras corría hacia su hermano mayor, que seguía recuperándose del impacto.
—¡No te preocupes por mí, AJ! ¡Dale con todo! —respondió Apple Bloom, aunque su voz temblorosa delataba el miedo que trataba de ocultar.
Applejack respiró hondo, dejando que la determinación endureciera sus músculos. Sosteniendo con firmeza su soga, la lanzó con precisión alrededor de los cuernos de Ciclón, tirando con toda la fuerza que su cuerpo y Country Roads podían ofrecer.
—Muy bien, grandote... Ahora te enseñaré quién manda aquí.
Las raíces que sostenían al toro comenzaron a girar lentamente, arrastrándolo en un movimiento circular. La velocidad aumentó gradualmente, hasta que el enorme cuerpo de Ciclón giraba como un trompo descontrolado en el aire. El polvo del corral se levantó en un torbellino, cubriendo la escena como una cortina que ocultaba el desenlace.
—¡Country Roads, remate especial!—gritó Applejack, tirando de la soga con una última explosión de fuerza.
Las raíces de Country Roads se desvanecieron lentamente en la tierra, dejando que el polvo se asentara tras la tormenta de acción. Ciclón cayó con un golpe seco que reverberó por toda la granja, un sonido que parecía marcar el fin de la batalla. El toro, derrotado pero no herido, bufó débilmente una última vez. Sus patas, ahora relajadas, permanecían inmóviles, mientras sus ojos, antes cargados de furia, mostraban una mezcla de cansancio y resignación.
Applejack se apoyó sobre sus rodillas, respirando profundamente mientras el sudor caía por su frente. Con el dorso de la mano, se lo limpió, dejando escapar un suspiro que parecía condensar todo el esfuerzo del enfrentamiento.
—Eso te enseñará a no meterte con los Apple —dijo con una sonrisa satisfecha, mirando al animal con una mezcla de orgullo y advertencia.
Desde un costado del corral, Big Mac comenzó a incorporarse con dificultad, tambaleándose un poco mientras Apple Bloom intentaba ayudarlo.
—¿Qué pasó...? —preguntó con voz algo débil, todavía recuperándose del impacto—. ¿Ya terminó?
Apple Bloom, con una sonrisa radiante, asintió emocionada.
—¡Sí, Big Mac! AJ lo mandó al suelo como si estuviera en una pelea de lucha libre —exclamó, agitando los brazos mientras imitaba los movimientos de su hermana con gran entusiasmo.
Para Apple Bloom, todo había sido obra de la pura fuerza de Applejack. Sin ser usuaria de Stand, no podía percibir la imponente figura de Country Roads, que había jugado un papel crucial en la victoria.
Big Mac, aún medio aturdido, dejó escapar un leve quejido mientras intentaba mantenerse en pie con la ayuda de su hermana menor. Sin embargo, su equilibrio tambaleante no duró mucho, ya que Apple Bloom, demasiado emocionada imitando la hazaña de su hermana, lo soltó sin darse cuenta. El hermano mayor cayó nuevamente al suelo con un sonoro "thump".
Applejack, al ver la escena, no pudo contener una carcajada.
—¡Caray, Bloom! Eres una ayudante terrible —dijo entre risas, acercándose para levantar a Big Mac con facilidad.
—¡Lo siento, Big Mac! —dijo Apple Bloom, llevándose las manos a la boca, aunque la risa contenida en su voz delataba que no estaba tan preocupada.
Applejack, con su actitud siempre pragmática, ayudó a su hermano mayor a ponerse de pie y luego se cruzó de brazos, dirigiendo una mirada de triunfo hacia el corral.
—Bueno, puedo decir que es solo otro día normal en Sweet Apple Acres. Ahora, ¿quién quiere limonada? Yo invito.
—¡Yo! —respondió Apple Bloom casi saltando de emoción, olvidando por completo el reciente caos.
Big Mac asintió lentamente, aún recuperando la compostura, pero con una leve sonrisa que mostraba su aprecio por la energía inagotable de sus hermanas.
Mientras los tres se alejaban hacia la casa, la figura imponente de Ciclón permaneció en el corral. El toro rumiaba tranquilamente, como si nada de lo ocurrido le importara realmente, aunque su mirada distante sugería que algo estaba maquinando en su mente bovina.
Apple Bloom, curiosa como siempre, se detuvo por un momento y miró hacia el corral con los ojos entrecerrados.
—¿Crees que lo está planeando todo de nuevo? —preguntó en un tono serio, aunque la chispa de diversión en su voz delataba que no estaba realmente preocupada.
Applejack se giró hacia el corral, con una sonrisa confiada en el rostro. Ajustándose el sombrero con un gesto característicamente despreocupado, respondió:
—Que lo intente. Siempre estaré lista para darle otra lección.
El aire de la granja se llenó con el sonido de las risas de los hermanos mientras caminaban hacia la casa, dejando atrás el campo ahora tranquilo, como si la tierra misma reconociera que Applejack siempre estaría ahí para protegerlo.
O - - - - - - - O
La tarde avanzaba lentamente, y el cálido abrazo del sol acariciaba el parque, infundiendo una sensación de tranquilidad en el aire. En una de las bancas, una joven descansaba, inmersa en el momento. Su cabello, una mezcla ardiente de rojo y amarillo, brillaba bajo los últimos rayos de luz, creando un contraste vibrante con el tono cálido de la madera envejecida del asiento.
Era Sunset Shimmer, quien disfrutaba de la calma que el lugar le ofrecía, como si el mundo entero se alineara para brindarle ese respiro. El susurro de las hojas danzando con el viento, el lejano canto de un pájaro, todo parecía conspirar para crear un momento perfecto.
Sin embargo, la serenidad se rompió por el sonido de voces infantiles en creciente intensidad.
—¡Eso no es justo! —gritó un niño desde un banco cercano, su rostro enrojecido por la frustración.
—¡Lo que tú dices no importa, ya lo hice! —respondió otro, con un tono desafiante que sólo añadía leña al fuego de su disputa.
Sunset abrió los ojos lentamente, rompiendo su contemplación. Dejó escapar un suspiro, más de resignación que de molestia. Observó a los niños por un momento, sus bocas gesticulando con energía mientras su pequeño conflicto parecía tomar proporciones épicas.
"Tan jóvenes y ya tan intensos",pensó con una sonrisa leve y nostálgica en los labios.
Sin levantarse de la banca, alzó la mano, y una sensación de calor comenzó a acumularse en el aire. Desde su costado, una figura humanoide comenzó a tomar forma, surgiendo como si se alimentara de la luz misma. Burning Heart, su Stand, apareció junto a ella.
Era una presencia impresionante: un ser femenino envuelto en patrones de fuego que se movían como llamas vivas. Su piel brillaba como un sol naciente, y sus ojos, dos orbes incandescentes, reflejaban una intensidad emocional palpable. Cada movimiento que hacía parecía irradiar energía, como si canalizara las emociones que flotaban en el ambiente.
—Vamos, Burning Heart —susurró Sunset, con una calma que contrastaba con la vibrante energía de su Stand—. Ayúdame a enfriar un poco los ánimos.
La figura de fuego, majestuosa y serena, inclinó ligeramente la cabeza, aceptando la orden en un gesto que parecía casi humano. Sunset cerró los ojos, concentrándose mientras sentía la conexión con su compañera espiritual intensificarse, como si sus voluntades se entrelazaran en una sola. Burning Heart dio un paso hacia adelante, extendiendo su ardiente mano hacia los niños, y el aire alrededor comenzó a vibrar.
El calor que generaba no era abrasador ni opresivo; era más bien un abrazo cálido, como el sol al final de un día frío. La energía emocional de los niños, antes encendida por la ira y la frustración, comenzó a disiparse, suavemente absorbida por el poder de Burning Heart. Este Stand, más que una manifestación de fuego literal, tenía la capacidad única de canalizar y transformar emociones, uniendo las llamas internas de los corazones humanos con el propósito de reconstruir, no de destruir.
La chica de cabello oscuro, la más enérgica de los dos, frunció el ceño al principio, pero luego su mirada se suavizó. Cruzó los brazos con un gesto más pensativo que desafiante y lanzó un comentario.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? —preguntó, su tono despojado de la irritación que había mostrado minutos atrás.
El niño rubio, cuya postura orgullosa se había desmoronado lentamente, bajó la cabeza, tocándose nerviosamente los dedos. Su enojo se había transformado en algo más ligero, algo que finalmente le permitió reconocer su error.
—Yo... lo siento —murmuró con sinceridad, alzando la vista para encontrar los ojos de su compañera.
Desde su lugar en la banca, Sunset observaba la escena en silencio, una leve sonrisa satisfecha asomándose en sus labios. Los niños, que momentos antes parecían enemigos acérrimos, ahora comenzaban a reparar su relación rota.
Burning Heart, mientras tanto, mantenía su postura imponente, pero la energía que irradiaba ya no era tan intensa. Había cumplido su propósito: encender una chispa más positiva en el interior de los niños. Su habilidad iba más allá de manipular el "fuego" emocional; se trataba de avivar las brasas correctas, aquellas que podían transformar el enojo en entendimiento y la furia en reconciliación.
Los niños se miraron durante un largo momento, hasta que la chica sonrió y extendió la mano.
—Está bien. Te perdono.
El niño la miró sorprendido por un momento, como si no pudiera creer lo que acababa de suceder, pero luego, lentamente, una sonrisa tímida apareció en su rostro. Sin decir mucho más, aceptó la oferta de su compañera, y juntos, ahora con el peso de su discusión desvaneciéndose, comenzaron a alejarse. La tensión que antes los había envuelto parecía desvanecerse como niebla al amanecer, dejándolos más felices, más tranquilos.
Sunset, satisfecha, se recostó un poco más en la banca, cerrando los ojos por un instante. El aire estaba cálido y reconfortante, y el sol, en su descenso, bañaba la escena con una luz dorada que parecía abrazar todo a su alrededor. Su Stand, Burning Heart, comenzó a desvanecerse suavemente, como si la energía de la joven misma se desbordara, fundiéndose con la atmósfera. La figura ardiente de su Stand se disipaba, su brillo menguando poco a poco, como un sol cansado al que se le permitía descansar tras una jornada de arduo trabajo. A medida que el poder de Burning Heart desaparecía, Sunset se sintió tranquila, en paz consigo misma, porque sabía que no solo había usado su Stand para intervenir en una disputa. Había logrado algo más valioso: restaurar la armonía entre dos personas que, en ese momento, se entendían mejor gracias a su intervención.
El sol continuaba su descenso, tiñendo el cielo de tonos naranjas y rojos, pero el corazón ardiente de Sunset Shimmer seguía brillando con una fuerza que solo ella podía sentir. A pesar del cansancio del día, había algo en su interior que seguía alimentado por ese fuego que, a veces, encontraba en los momentos más pequeños de la vida cotidiana.
Sin embargo, el sonido del timbre de su celular la sacó de su contemplación, rompiendo su momento de paz. La vibración del dispositivo le indicó que no podía seguir ignorando la llamada. Suspira resignada, se encoge levemente en la banca y mete la mano en el bolsillo de su chaqueta, sacando el teléfono. El identificador de llamadas mostraba el nombre que había llegado a conocer bien:"Pie".Un suspiro escapó de sus labios mientras levantaba el teléfono hacia su oído, sabiendo que la tranquilidad que había logrado encontrar en ese día se vería momentáneamente interrumpida.
—¿Qué pasa, Pinkie? —dijo, su tono relajado, aunque con una ligera nota de expectación en su voz.
Al otro lado, la voz inconfundible de Pinkie Pie estalló en el teléfono, como siempre llena de energía. Sunset, aún sonriente, comenzó a escucharla mientras miraba al horizonte, buscando tal vez un poco de esa calma que había logrado antes.
—Nada, solo estoy descansando en el parque... —Sunset hizo una pausa, pensativa, y su expresión cambió ligeramente. El rastro de cansancio en su rostro se suavizó por completo y, sin que se diera cuenta, una sonrisa calmada, tranquila y genuina, se dibujó en su rostro. Estaba contenta de escuchar a su amiga.
—Sí, no hay problema —respondió finalmente, su voz llena de la familiaridad y confianza que solo Pinkie Pie podía inspirar—. Llego en unos minutos.
Con esa última palabra, Sunset colgó el teléfono, guardándolo nuevamente en su bolsillo. Se levantó de la banca, alisándose la chaqueta con un gesto automático, y dio una última mirada al parque. El día, aunque comenzaba a desvanecerse, aún tenía algo que ofrecerle.
O - - - - - - - O
Minutos antes, en un establecimiento conocido por su atmósfera dulce y alegre, Sugarcube Corner, se desarrollaba una escena que solo podía describirse como el caos meticulosamente organizado. El lugar vibraba con vida: aromas de vainilla, azúcar y un toque de locura creativa impregnaban el aire. El sonido de batidores mezclando crema, espátulas raspando cuencos y el crujido de galletas recién horneadas se mezclaban en una sinfonía caótica que daba la bienvenida a cualquier visitante. Sin embargo, también dejaba en claro que este era el reino de una sola persona: la indiscutible reina de las fiestas, Pinkie Pie.
En el centro de todo, una joven de piel cálida, con un tono que recordaba al durazno más perfecto, estaba completamente inmersa en su mundo. Su energía era contagiosa, casi similar a la emoción de un golden retriever al ver una pelota por primera vez. Pinkie Pie, con su característico delantal rosa decorado con cupcakes, se movía con una destreza que solo podía describirse como caótica pero magistral. Su cabellera esponjosa, de un rosa brillante, parecía tener vida propia, rebotando con cada uno de sus movimientos como si estuviera tan emocionada como ella.
La joven estaba enfocada, aunque de una manera que solo ella podía entender. Sobre la mesa frente a ella había una docena de ingredientes dispersos, moldes de formas extravagantes, y un borrador algo caótico de lo que parecía ser un pastel. Pero no era un pastel cualquiera; era un proyecto de proporciones épicas. Estaba preparando la obra maestra definitiva para la fiesta de cumpleaños de un niño de ocho años, cuya fascinación por los dinosaurios había inspirado en Pinkie un desafío creativo sin precedentes.
—¡Dinosaurios de chocolate, lava de caramelo y efectos láser de confeti! —murmuraba Pinkie para sí misma, mientras sus manos trabajaban con una sincronización casi sobrenatural, ajustando moldes y mezclando ingredientes con una precisión que solo ella podía lograr—. ¡Oh, oh! ¿Y si agrego un pequeño volcán con un dinosaurio que salte disparado? ¡Eso sería increíblemente dino-rífico!
El espacio a su alrededor parecía un caos absoluto: coloridas tiras de fondant, brillos comestibles y utensilios de cocina ocupaban cada superficie disponible. Pero para Pinkie, aquel desorden era simplemente su zona de confort, el lienzo perfecto para su obra maestra azucarada. Estaba completamente inmersa en su creación, cuando un extraño zumbido cortó el aire, tan agudo que logró perforar su burbuja de concentración.
—¿Qué rayos es ese sonido? —preguntó, ladeando la cabeza mientras escudriñaba el aire a su alrededor.
Antes de que pudiera responderse, la culpable se presentó: una diminuta mosca, zumbando cerca de la masa de pastel, como si desafiara abiertamente su autoridad. La pequeña intrusa zigzagueaba de un lado a otro, esquivando los intentos de Pinkie por ahuyentarla con simples manotazos.
—¡OH, NO!—exclamó, llevándose una mano a la boca con dramatismo exagerado—.¡TÚ NO PUEDES ARRUINAR LA MAGIA DEL AZÚCAR!
Con una rapidez asombrosa, Pinkie se enderezó y adoptó una pose completamente teatral, apuntando al aire con un dedo extendido, como una heroína lista para la acción.
—¡ACTIVANDO... Party Cannon!—gritó con una mezcla de emoción y desafío.
En ese momento, un cañón colosal surgió de su torso. Su estructura rosa brillante estaba decorada con motivos festivos y un aura que parecía irradiar pura diversión y caos controlado. Era su Stand, Party Cannon, y estaba más que preparado para disparar confeti letal al menor comando de su usuaria.
La mosca, como si percibiera el peligro, comenzó a moverse con mayor rapidez, revoloteando cerca del borde de la mesa, justo por encima de una fila de coloridos cupcakes.
—¡Prepárate para la tormenta, mosca intrusa! —exclamó Pinkie, sus ojos brillando con determinación competitiva mientras apuntaba el cañón hacia su diminuto adversario.
Party Cannon vibró suavemente, como si también compartiera el entusiasmo de su usuaria. Pinkie tomó una cucharada de purpurina comestible y la dejó caer dentro del cañón, como si se tratara de la carga final antes de la batalla.
—¡Nadie se mete con el reino del azúcar y se sale con la suya! —anunció Pinkie Pie con una energía tan vibrante que el aire mismo parecía resonar con su voz. El cañón comenzó a brillar intensamente, proyectando una luz de colores vivos que danzaban entre el aire de la tienda como si fueran estrellas en miniatura. Era un momento de tensión, un momento de espectáculo, porque en el universo de Pinkie Pie, incluso la batalla más insignificante se convertiría en un espectáculo inolvidable.
Con un movimiento rápido y decidido, presionó el botón de su Stand. Party Cannon rugió en acción, y una poderosa ráfaga de confeti multicolor salió disparada de su cañón, llenando el aire con destellos brillantes, serpentinas y una lluvia de papel que se movía como olas de color en una danza mágica.
Sin embargo, la mosca era rápida. Con movimientos sorprendentes, tan ágiles que parecían propios de un luchador profesional, esquivó cada proyectil con una serie de giros elegantes y acrobáticos en el aire. Era como si el insecto tuviera una misión específica: burlarse de Pinkie Pie y destruir su más reciente espectáculo.
—¡¿EN SERIO?! —gritó Pinkie, el ceño fruncido y el corazón latiendo con fuerza. Su entusiasmo no se había debilitado, pero la frustración comenzaba a nublar su enfoque. Ahora, su voz era un rugido de desafío—. ¡Party Cannon no pierde batallas! ¡Vamos con el disparo de precisión! ¡Ráfaga de confeti, modo ataque!
Con una concentración absoluta, ajustó la mira de su cañón. Cada movimiento fue meticuloso, cada respiración controlada. Sus manos se movieron con la maestría de una experta, y con un nuevo gesto, disparó una serie de proyectiles aún más intensos y rápidos que antes. Cada estallido se escuchó como pequeños fuegos artificiales, con chispas de papel, luces y energía en cada explosión.
El aire se llenó de proyectiles: estallaron con un brillo casi mágico, pero la mosca continuaba maniobrando en el aire con una precisión casi imposible de seguir. Su vuelo era un ballet de evasión, una mezcla de movimientos calculados que hacían que cada disparo pasara rozándola, pero nunca alcanzándola.
—¡NO! ¡TÚ TE QUEDARÁS AQUÍ! —gritó Pinkie con una mezcla de frustración y determinación. Con un gesto enérgico, ajustó nuevamente el mecanismo de su Stand, preparándose para el siguiente ataque.
Con un rugido, el cañón se cargó para lanzar una salva aún más potente. Esta vez, no se limitaría a confeti ordinario. Una combinación de serpentinas, globos y confeti explosivo salió disparada en una danza caótica. Los colores giraban en el aire con una furia casi irreal, una mezcla de luces, patrones y partículas que cegaban cualquier intento de evasión.
La mosca intentó maniobrar, esquivando por última vez con una serie de giros y movimientos, pero finalmente fue capturada por la tempestad de color y movimiento. Se vio envuelta en un torbellino de confeti, globos y serpentinas que le impedían respirar o maniobrar adecuadamente.
—¡FUERA DE AQUÍ! —exclamó Pinkie con el volumen de su voz cargado con toda su energía. Con un último y potente disparo, una lluvia de confeti la expulsó de la tienda, atravesando la puerta y perdiéndose en el aire libre como una estrella fugaz de papel.
Pinkie Pie se quedó unos segundos en posición, el cañón aún brillando con un tenue resplandor rosa a su lado mientras observaba cómo la mosca, derrotada y envuelta en confeti, se perdía en el aire libre. La tensión, que había estado vibrando en el aire como una cuerda a punto de romperse, se disipó por completo. El sonido constante y familiar de la tienda regresó a su ritmo habitual: el tintineo de las espátulas, el crujir de galletas frescas y el aroma cálido de vainilla y caramelo.
—¡VICTORIA! —exclamó Pinkie con una sonrisa amplia y radiante, sus mejillas brillando con el reflejo de la luz de los focos cercanos. Se limpió las manos con una expresión de total satisfacción, sintiéndose como la campeona indiscutible de su propio dulce reino, la defensora de su mágico y azucarado territorio contra cualquier invasor, incluso si era tan pequeño como una simple mosca.
Sin embargo, su momento de gloria fue efímero.
Un sonido agudo, constante y cruel como el tic-tac de un verdugo en una prisión de tiempo, se coló en su conciencia. Era el sonido de un reloj. Pinkie dirigió una mirada hacia el reloj de pared que colgaba cerca de la entrada de la tienda. Su sonrisa, que aún tenía trazos de victoria, se transformó de inmediato en pánico.
—¡OH NOOO!—gritó, el horror y la desesperación claramente visibles en su expresión mientras se llevaba ambas manos a la cara—. ¡PERDÍ MUCHO TIEMPO PELEANDO CON ESA MALDITA MOSCA! ¡Y AÚN ME QUEDA MUCHO POR HACER!
Desmoronada por el pánico, se desplomó sobre la mesa de trabajo con las palmas pegadas a su frente. Su corazón latía con fuerza, y sus pensamientos giraban en un torbellino de estrés y frustración.
—¡Calma, Pinkie! Solo necesitas organizar tu plan... ¿pero cómo? —se lamentaba, con los ojos cerrados y el ceño fruncido mientras intentaba pensar en una solución. Se dirigió a la masa, al diseño de su pastel, a las notas dispersas en su libreta. Sin embargo, no encontraba claridad. Sus ideas no se sentían buenas, ni brillantes, ni siquiera funcionales.
El estrés la había invadido completamente, pero justo en ese momento, un pensamiento fugaz cruzó su mente como un destello de esperanza en medio de la tormenta de confeti y nervios. Con un gesto rápido y casi instintivo, se llevó el teléfono celular de su bolsillo y lo desbloqueó con manos temblorosas.
—¡Sunset!—exclamó con un tono completamente dramático, como si aquella sola mención pudiera salvarla de la situación—. Por favor, responde, Sunny.
El sonido característico de la llamada conectándose llegó hasta ella, y fue como un rayo de luz en la oscuridad de su caos. La voz de su amiga respondió del otro lado, tranquila y cálida, como el refugio de un puerto seguro.
—¡Sunset!¡NECESITO TU AYUDA!¡Me quedé atrapada en una batalla de confeti con una mosca y ahora casi no me queda tiempo para terminar el pastel! —informó Pinkie con un suspiro profundo, sus palabras saliendo a toda velocidad mientras su ansiedad aumentaba con cada segundo.
El silencio fue solo por un momento, hasta que escuchó la voz calmada de su amiga al otro lado de la línea. Las palabras de Sunset la hicieron soltar una respiración que no había sabido que había estado conteniendo.
—¡Te debo una fiesta épica, Sunny! —exclamó, sus palabras ahora llenas de una mezcla de alivio y esperanza. Su sonrisa se fue reconstruyendo, aunque todavía tenía algo de incertidumbre—. ¡Gracias!
Con ese pequeño pero significativo impulso de confianza, Pinkie Pie comenzó a moverse con una energía renovada. Recogió los materiales restantes de la mesa, organizando el espacio con movimientos ágiles y decididos. La batalla con la mosca había terminado, pero ahora la batalla real estaba por comenzar: el tiempo, el diseño y el cumplimiento de su misión con ese pastel.
O - - - - - - - O
Minutos después de la tranquila escena en el parque, donde Sunset había ayudado a resolver el pequeño conflicto entre los niños, las dos amigas, Sunset Shimmer y Pinkie Pie, salían de Sugarcube Corner. El pastel recién terminado descansaba en las manos de Sunset, quien lo llevaba con sumo cuidado, como si fuera la pieza más valiosa del mundo. La tapa transparente dejaba ver la obra maestra que contenía: un dinosaurio de chocolate, rodeado por un mar de lava de caramelo, con detalles brillantes que daban la sensación de un volcán en erupción, mientras pequeños láseres intermitentes simulaban una lluvia de estrellas. La perfección de la creación era digna de un museo de dulces, y no de una fiesta infantil.
Sunset, sonriendo con admiración, no podía dejar de contemplar el diseño del pastel.
—¡Me encanta el diseño que le pusiste! —exclamó, su voz llena de entusiasmo—. ¡Es tan creativo, Pinkie! ¡Definitivamente tiene tu sello personal!
Pinkie, como siempre llena de energía, giró hacia ella, su expresión rebosante de alegría. Sus ojos brillaban con la emoción de haber creado algo único.
—¡Aww, gracias, Sunny! —dijo, dando un pequeño salto de felicidad—. ¡Me esforcé mucho para que fuera algo espectacular! No es todos los días que un pequeño amante de los dinosaurios celebra su cumpleaños, así que este pastel tenía que ser una verdadera obra maestra —añadió, sonriendo con una grandeza propia de una artista. Aquel brillo travieso en su rostro era el mismo de siempre, pero tan genuino que irradiaba felicidad en cada palabra.
Pinkie comenzó a balancear la bolsa de Sunset, que había tomado minutos antes, como si fuera una niña con su juguete nuevo. Era evidente que todo en su vida parecía estar diseñado para hacerlo más divertido, y en esos momentos, la energía de Pinkie era contagiosa.
El sol, ya cansado de su día, comenzaba a caer detrás de las nubes, tiñendo el cielo de cálidos tonos dorados y anaranjados. Las calles se iluminaban suavemente con esa luz crepuscular, creando una atmósfera que pedía ser disfrutada, una sensación de paz y emoción al mismo tiempo. Las dos caminaban, cada paso llenándolas de una creciente excitación mientras se acercaban al lugar de la fiesta, prometiendo risas, juegos y la satisfacción de ver la sonrisa de un niño feliz.
Pero de repente, una sombra cortó el aire.
Un hombre de aspecto sospechoso se deslizó rápidamente entre ellos, pasando por el lado de Pinkie con una agilidad sorprendente. Su rostro, marcado por una sonrisa desagradable, no presagiaba nada bueno. Antes de que Pinkie pudiera reaccionar, el desconocido arrebató la bolsa de su mano con una rapidez y destreza que dejó a la joven completamente sorprendida. La bolsa, ahora en poder del ladrón, se alejaba rápidamente, como si tuviera alas.
Pinkie, atónita y sin tiempo para procesar lo sucedido, solo pudo mirar con los ojos bien abiertos cómo el hombre se desvanecía entre la multitud.
—¡Espera, ¿¡QUÉ!? —gritó Pinkie, el miedo y la incredulidad invadiendo su voz mientras veía cómo la distancia entre ella y la bolsa aumentaba rápidamente.
Sunset se giró de inmediato, con el corazón acelerado.
—¡Eso no puede estar pasando! —exclamó Sunset con el ceño fruncido, su voz llena de enojo. Sus manos apretaron con fuerza el plástico del pastel que aún cargaba, sintiendo una mezcla de impotencia y furia. —¡Ese tipo tiene mi bolso!
No fue solo el robo de su propia pertenencia lo que le encendió la ira, sino también el grito de una anciana que había aparecido de manera inesperada detrás de ellas. La mujer, con el rostro arrugado por los años y el cabello canoso ondeando suavemente en el viento, informó con voz temerosa que el criminal no solo se había llevado el bolso de Sunset, sino también el de ella, que había estado descansando en la misma acera unos metros atrás. Sunset sintió una punzada aguda de enojo en el pecho, como un hierro candente que se le clavaba entre las costillas.
—¡No lo vamos a dejar salir con esto! —exclamó con más fuerza, su voz ahora resonando con determinación. La indignación era palpable en cada palabra, en cada músculo de su cuerpo. El fuego en su pecho ardía con mayor intensidad.
Sin pensárselo dos veces, las dos chicas se prepararon para la acción. Sunset, sin dudar, entregó el pastel a la anciana con una sonrisa rápida y firme.
—¡Tranquila! No te preocupes, le devolveremos tu bolsa! —le aseguró con una voz tan confiada como calmante. La anciana, con el ceño fruncido y los ojos llenos de incertidumbre, la miró, confiando en su promesa.
Con una resolución tan rápida como feroz, ambas se dirigieron hacia el criminal. Pinkie sacó su Party Cannon con una sonrisa decidida, un brillo juguetón en sus ojos. A los ojos de los transeúntes desprevenidos, su Stand se veía como una simple pistola de juguete, colorida y creativa, pero para las dos amigas era mucho más que eso: era su principal recurso para la batalla.
Sunset mantenía su postura firme, un brillo de fuego ardiendo en su pecho. Sus ojos emitían un destello inquietante, como brasas en una fogata; era una señal inequívoca de su Stand, Burning Heart. La conexión entre ella y su compañero espiritual era tan poderosa como el calor que ahora irradiaba en el aire.
Se movieron rápidamente hacia un callejón estrecho donde el criminal había corrido para ocultarse, absorto en sus propios movimientos. Allí lo encontraron, revisando el bolso de la anciana con desesperación, sacando algunos billetes y buscando algo más de valor. Antes de que pudiera sacar algo más del bolso de Sunset, una pequeña masa de confeti fue disparada hacia el suelo, cayendo justo a sus pies.
El ladrón se detuvo de inmediato, confundido, mirando hacia el origen del disparo. Con el ceño fruncido y los ojos muy abiertos, escudriñó el aire, buscando alguna explicación. Antes de que pudiera hacer algo más, una voz llena de energía cortó el silencio:
—¡Toma esto, malhechor!—gritó Pinkie, su voz tan vibrante como el destello de su cañón. Con un gesto ágil, el Party Cannon disparó una salva de confeti multicolor que estalló con destellos brillantes y serpentinas pegajosas, creando un espectáculo de luz y color.
El criminal se tambaleó un poco por el ataque visual, girando hacia un lado y tratando de mantenerse en movimiento a pesar del golpe sensorial. Sin perder tiempo, Sunset inhaló profundamente, concentrando todo su enojo y voluntad. Con un movimiento de brazo preciso y decidido, Burning Heart apareció en todo su esplendor, una figura ardiente y etérea que iluminó el aire con fuego. Con un gesto invisible, pero devastador, un golpe fue enviado directamente hacia el rostro del criminal.
El impacto fue brutal, como un golpe de energía invisible que lo lanzó hacia atrás, haciéndolo tambalearse y casi caer de rodillas.
—¡Esto es lo que pasa cuando te metes con Sunset Shimmer! —exclamó ella con una expresión tan feroz como decidida, mientras sentía el calor de su Stand disiparse en el aire.
El criminal giró hacia ellas con una mezcla de miedo y confusión, sin comprender exactamente lo que le había golpeado. Antes de que tuviera tiempo de reaccionar, otro disparo de confeti fue lanzado, esta vez con una velocidad y ferocidad aún mayores, por parte de Pinkie, quien estaba decidida a mantenerlo a raya con su característico ímpetu.
—¡Ven aquí, criminal! ¡Te atraparemos! —gritó Pinkie con una energía renovada, apuntando con toda la fuerza hacia el malhechor, su sonrisa brillando con determinación.
A pesar de sus esfuerzos, el hombre parecía tener una habilidad sorprendente para esquivar cada proyectil de confeti disparado. Sin embargo, el destino jugó su carta en el momento más oportuno: un golpe certero en la pierna, lanzado por el poder de Burning Heart, lo detuvo en seco. Sunset no perdió tiempo. Aprovechó ese momento de vulnerabilidad para concentrar más fuerza en su Stand y lanzar un golpe emocional directo, el cual impactó al criminal con una fuerza invisible pero imparable, haciéndolo tambalearse aún más.
—¡No escaparás de nosotros! —exclamó Sunset con una voz firme y decidida, mientras canalizaba su enojo a través de Burning Heart.
En ese instante, Pinkie disparó otro ataque de confeti, un proyectil explosivo de energía y color, combinando serpentinas y brillantes destellos en una impresionante ráfaga. Esta vez, el criminal fue completamente superado. Con el impacto de los proyectiles y el golpe emocional de Burning Heart, el malhechor cayó de rodillas, derrotado y completamente aturdido.
Con una sonrisa confiada, Pinkie apuntó su Party Cannon directamente al suelo, activando el mecanismo una vez más. Una fuerte explosión de confeti y pastel salió disparada, cubriendo el pavimento con una mezcla pegajosa de azúcar y color. La fuerza del disparo fue tan poderosa que el criminal intentó levantarse, solo para darse cuenta de que sus pies estaban firmemente pegados a la masa de pastel y confeti.
—¡Estás atrapado! —gritó Pinkie mientras se acercaba, una sonrisa triunfante en el rostro.
Sunset se acercó con una expresión seria, la mirada fija en el hombre inmovilizado.
—Este es el poder de Burning Heart y un poco de confeti bien preparado —comentó con una sonrisa tensa, mientras observaba cómo el criminal luchaba, pero no lograba liberarse de su destino pegajoso.
Poco después, la policía llegó al lugar, llevándose al malhechor para interrogarlo. Sunset y Pinkie explicaron con rapidez que lo habían encontrado en ese estado mientras lo perseguían y que el criminal estaba claramente desorientado, posiblemente debido al golpe emocional de Burning Heart y la mezcla pegajosa creada por el Party Cannon. Con el criminal asegurado y la situación bajo control, ambas chicas se sintieron un poco más aliviadas.
Se dirigieron hacia la fiesta con el pastel finalmente en sus manos, agradeciendo a la anciana que había cuidado el postre mientras lo recuperaban. También le devolvieron su bolso, algo que hizo que la mujer mayor las mirara con una sonrisa genuina.
—Muchas gracias, queridas... —murmuró la anciana mientras lo recibía, sus palabras llenas de gratitud.
Ya en la fiesta, el pequeño cumpleañero pudo ver su pastel, y su reacción fue de pura felicidad. Sus ojos se iluminaron al ver el diseño: dinosaurios de chocolate, lava de caramelo y efectos brillantes de confeti que se movían como si fueran espectaculares efectos especiales.
—¡Wow! ¡Es un dinosaurio! ¡Me encantaaaa! —exclamó el niño mientras se acercaba al pastel, sus pequeños brazos extendiéndose con admiración.
La sonrisa de Pinkie fue enorme, contagiando a todos los presentes con su entusiasmo y energía. Saltó de alegría en el momento justo, su emoción por el cumplido del pequeño haciendo que el aire a su alrededor pareciera brillar con aún más alegría.
Sunset, por su parte, observó el momento con una sonrisa más tranquila. Su corazón se sentía ligero, y el caos de la mañana y la batalla con el criminal finalmente se disipaban. Sin embargo, algo la inquietó: un pequeño destello en el cabello de ese pequeño niño le pareció familiar, algo cercano pero que no logró identificar de inmediato. Su mente quedó vagando un poco, hasta que una niña con cabello morado se acercó, lo que le hizo recordar ese momento en el parque. Una corazonada le decía que el mundo era pequeño, demasiado pequeño para que sus caminos no se cruzaran.
Sin darle más vueltas, Sunset se quedó en silencio, observando cómo la fiesta continuaba con risas, juegos y el ambiente animado de los niños disfrutando su celebración. Con una sonrisa que intentó ignorar sus pensamientos, se llevó un trozo de pastel a la boca y disfrutó del dulce sabor que combinaba vainilla y caramelo, acompañándola con el cálido momento. A pesar de todo el ruido, a pesar de la batalla y los contratiempos, todo parecía tener un toque de paz. Al fin podía relajarse un poco... aunque solo por un momento.
