Temporada 1: Problemas amistosos
Episodio 1: Competencia amistosa
La mañana tenía un ritmo sereno, casi adormecido. A las nueve y media, el sol ya estaba alto, derramando sus rayos dorados sobre el campo de fútbol. El césped, aún húmedo por el rocío, ondulaba suavemente al compás de una brisa juguetona, mientras pequeñas mariquitas movían sus alas con una gracia ligera. Era como si el mundo entero susurrara una melodía apacible, un preludio que prometía calma. Pero aquella calma no duraría mucho.
Un golpe seco rompió el aire como una declaración de guerra. El balón trazó un arco impecable antes de aterrizar con fuerza en el centro del terreno. Con ese impacto, el campo despertó, y la serenidad matutina fue rápidamente desplazada por un torbellino de energía cruda.
Un grupo de chicas se movía sobre el césped como en una danza perfectamente imperfecta. Cada pisada y cada giro estaban cargados de esfuerzo y determinación. En medio de ese caos organizado, una figura destacaba como un relámpago en un cielo despejado.
Rainbow Dash.
La delantera estrella avanzaba con una destreza casi sobrenatural. Su cabello multicolor brillaba bajo el sol, ondeando tras ella como una bandera que anunciaba su presencia. Cada movimiento suyo era un espectáculo en sí mismo, una mezcla de velocidad, audacia y precisión letal. Cuando Dash entraba en acción, parecía que incluso el viento se hacía a un lado para dejarla pasar.
—¡Más rápido, Dash! —gritó Spitfire, la mediocampista central, con un tono que era a la vez un desafío y una orden. Con un movimiento calculado, envió un pase largo que cortó el aire como una flecha.
Dash atrapó el pase con una facilidad insultante, controlando el balón como si fuera una parte más de su cuerpo. Una sonrisa confiada se dibujó en su rostro, una de esas sonrisas que podían intimidar a cualquiera que se interpusiera en su camino.
—Eso es todo lo que tienes, Spitfire? —bromeó Dash mientras aceleraba. Su voz llevaba una chispa de provocación, pero también el tipo de camaradería que hacía que sus compañeras quisieran seguirle el ritmo.
La delantera avanzó con determinación, dejando atrás a dos defensoras que apenas tuvieron tiempo de reaccionar. Sus pasos eran veloces, casi imperceptibles, pero cada uno estaba perfectamente calculado. Fleetfoot, desde la banda derecha, alzó la voz para ofrecer apoyo.
—¡Vamos, Dash, tú puedes! ¡Estoy aquí si me necesitas! —gritó Fleetfoot desde la banda derecha, su voz cortando el aire con la misma urgencia que las pisadas sobre el césped.
Rainbow Dash no respondió. No porque ignorara a su compañera, sino porque estaba completamente enfocada. No necesitaba ayuda. No todavía. Sus ojos se fijaron en su objetivo mientras calculaba cada movimiento con precisión quirúrgica. Con un giro brusco, esquivó a su marcadora. La defensa, sorprendida por la rapidez del cambio, perdió el equilibrio y terminó de rodillas en el césped. Dash ni siquiera miró hacia atrás. Había algo en su forma de moverse, en la fluidez de sus pasos, que rozaba lo humillante para sus oponentes.
Alzó la mirada hacia la portería. Derpy Hooves ya estaba en posición, lista para enfrentarla. A pesar de su expresión concentrada y de sus ojos, que a veces parecían mirar en direcciones opuestas, había una determinación férrea en su postura. Era como si el universo entero, o al menos el resultado de aquel entrenamiento, dependiera de ese instante.
Dash sabía lo que tenía que hacer. Todo se redujo a un único momento, a un latido. El campo entero pareció contener la respiración cuando ella plantó su pie izquierdo con firmeza en el suelo. Su cuerpo se tensó, cargando toda la energía en la pierna derecha. Y entonces, con un movimiento limpio y poderoso, lanzó el balón.
El impacto resonó por todo el campo. El esférico salió disparado como un misil, con una velocidad y precisión que desafiaban las leyes de la física. Su trayectoria era clara: la esquina superior izquierda de la portería.
Derpy reaccionó al instante, saltando con todas sus fuerzas, estirándose tanto que parecía que su cuerpo entero se alargaba en busca de la pelota. Pero la velocidad del disparo era implacable. El balón golpeó la red con un sonido seco y vibrante, tensándola al máximo. Durante un segundo, el silencio se apoderó del campo.
—¡Golazo! —gritó Surprise desde la banda izquierda, rompiendo el momento con su entusiasmo desbordante.
Saltaba de emoción como una niña pequeña, mientras el resto del equipo estallaba en aplausos y vítores. Las jugadoras corrieron hacia el centro del campo, riendo y celebrando la jugada de su delantera estrella. Rainbow Dash, de pie frente a la portería, levantó ambos brazos en un gesto triunfal, como si acabara de ganar una final de campeonato.
—Eso es lo que pasa cuando Rainbow Dash está en el campo —dijo con una sonrisa confiada, guiñándole un ojo a Fleetfoot mientras el sudor le resbalaba por la frente.
Fleetfoot se rio mientras ajustaba su cinta para el cabello. Su expresión era una mezcla de admiración y diversión.
—Ya, ya, estrella. No hace falta que lo digas, lo vimos todos —replicó, divertida.
Antes de que Dash pudiera responder, Spitfire llegó desde el mediocampo, con una sonrisa aprobatoria y los brazos cruzados sobre el pecho. Su voz, cargada de autoridad, se hizo notar entre el bullicio.
—¿Siempre tan modesta, eh? —comentó, aunque su tono dejaba claro que no había nada más que admiración en sus palabras. Luego añadió con seriedad—. Bien hecho, Dash. Ese gol fue impresionante.
—Gracias, Spit —respondió Dash, secándose la frente con el dorso de la mano—. Aunque, si me preguntas, creo que podría haberlo hecho aún más rápido.
Spitfire soltó una carcajada breve, acompañada de un movimiento de cabeza. Su sonrisa era una mezcla de incredulidad y orgullo.
—Nunca te conformas, ¿cierto?
—¿Yo? ¿Conformarme? —Dash fingió indignación, llevándose una mano al pecho—. Jamás.
—¡Eso fue increíble, Dash! —exclamó Misty Fly, corriendo hacia el grupo con una sonrisa amplia. Su respiración aún era acelerada por la intensidad del entrenamiento. Había sido ella quien había iniciado la jugada con un pase impecable desde el mediocampo—. Te juro que no sabía si lo lograrías, pero... bueno, eres tú.
Dash le lanzó una mirada de complicidad, esa mezcla de confianza y carisma que siempre la acompañaba. Le dio una palmada en el hombro, dejando que sus palabras flotaran con un toque juguetón.
—¿Dudar de mí? Vamos, Misty. Deberías saber que eso no está en el reglamento.
La risa brotó como un torrente entre las jugadoras, aliviando momentáneamente la tensión que traía consigo el entrenamiento. Cada sonido de sus carcajadas parecía impregnado de camaradería, una chispa que hacía del equipo algo más que un grupo de jugadoras: eran una familia en el campo.
Mientras las chicas retomaban sus posiciones, listas para la siguiente jugada, Rainbow Dash se quedó un momento de pie, justo donde había anotado el gol. Alzó los brazos, pero no en un gesto grandilocuente de celebración, sino con la tranquilidad de quien sabe que el triunfo es inevitable. Sus ojos brillaban con una mezcla de satisfacción y hambre de más.
—¿Eso es todo lo que tienen? —preguntó con una sonrisa pícara, volviendo al centro del campo con pasos ligeros.
—¡No te pongas cómoda! —le replicó Lightning Dust desde la defensa, con los brazos cruzados y una ceja alzada en un gesto desafiante—. Voy a detenerte la próxima vez.
—Claro que sí, Lightning, sigue soñando. —Dash le guiñó un ojo y giró sobre sus talones, su actitud despreocupada encendiendo una chispa competitiva en los ojos de Lightning.
El silbato de la entrenadora resonó desde la banda, interrumpiendo momentáneamente las bromas. Su voz firme y autoritaria llenó el aire.
—¡Atención, equipo! Ahora practicamos recuperación. Defensoras, no dejen que las delanteras avancen más de tres toques. ¡Quiero ver esfuerzo, chicas!
El campo recobró vida con el reinicio del juego. El balón volvió a rodar, y Dash lo recibió con un pase rápido de Misty Fly. Con ese primer toque, el ambiente cambió; había algo hipnótico en la manera en que movía el balón. Su velocidad no era solo física, sino mental, como si cada paso ya estuviera planeado en su mente antes de ejecutarlo.
Lightning Dust esperó pacientemente su momento, sus ojos clavados en Dash como un depredador acechando a su presa. Cuando Dash aceleró, Lightning se lanzó al ataque, anticipando el movimiento.
Sin embargo, Dash la había leído desde antes. Aumentó su velocidad justo en el momento crítico, forzando a Lightning a reaccionar demasiado tarde. Con un toque preciso, esquivó el intento de marcaje, dejando a Lightning fuera de la jugada.
—¡Esa fue buena! —gritó High Winds desde el otro extremo del campo, con una mezcla de diversión y exasperación en su voz.
Dash no respondió. Sus ojos estaban fijos en su próximo objetivo: Spitfire, quien había adoptado una postura firme como última línea de defensa antes de la portería.
—¿Crees que puedes pasarme, Dash? —preguntó Spitfire, su tono era serio, pero el brillo competitivo en su mirada hablaba de un respeto tácito entre ambas.
Dash esbozó una sonrisa desafiante, avanzando sin titubear.
—No lo creo —respondió, moviendo el balón con toques cortos y veloces mientras se acercaba más y más a Spitfire—. Lo sé.
El duelo entre Rainbow Dash y Spitfire fue breve, pero intenso, como un rayo que surca el cielo en mitad de una tormenta. Spitfire intentaba anticipar cada movimiento de Dash, sus pasos firmes buscando cortar cualquier avance. Pero Dash, como si tuviera alas invisibles en los pies, cambió de dirección con un giro fluido, un movimiento casi coreográfico que dejó a Spitfire fuera de posición.
El resto del equipo contuvo la respiración. Frente a la portería, Derpy Hooves aguardaba con una expresión de incertidumbre, sus ojos bizcos esforzándose por seguir al mismo tiempo la figura de Dash y la pelota.
Desde la banda izquierda, la voz de Surprise rompió el silencio:
—¡Derpy, concéntrate! ¡Tú puedes!
Derpy dio un paso adelante, sus manos extendidas y temblorosas, tratando de abarcar la mayor parte de la portería. La tensión en el aire era casi palpable; las demás jugadoras observaban con una mezcla de expectativa y nerviosismo.
Dash, por su parte, mantuvo su semblante confiado. Levantó el pie con la intención de disparar, su mirada fija en Derpy como si no hubiera otra opción. Derpy se inclinó hacia la derecha, anticipando el golpe. Pero entonces, justo cuando todos esperaban el sonido del impacto, Dash hizo algo que nadie vio venir: en lugar de disparar, giró el balón hacia la esquina opuesta con un toque magistral.
—¡Fleetfoot, tuya! —gritó Dash, mientras el balón se deslizaba por el césped como si estuviera magnetizado hacia su compañera.
Fleetfoot, que había corrido sin ser marcada, recibió el pase con una sonrisa de satisfacción. Controló el balón con un toque delicado, se posicionó y, sin dudarlo, lo envió al fondo de la red con una precisión impecable.
—¡Gol! —gritaron varias voces al unísono, mientras el equipo estallaba en aplausos y gritos de celebración.
Fleetfoot corrió hacia Dash, chocando los cinco con entusiasmo.
—Eso fue brillante, Dash. No tenía idea de que ibas a hacer ese pase.
Dash, todavía recuperando el aliento, se encogió de hombros con una sonrisa traviesa.
—Ya sabes, Fleet. Me gusta mantenerlas alerta.
El equipo comenzó a reunirse alrededor de ellas, sus risas y comentarios llenando el aire. Spitfire, sin embargo, caminó con calma hacia Dash, limpiándose el sudor de la frente con el dorso de la mano. Cuando llegó a su lado, le dio un suave golpe en el hombro, una mezcla de aprobación y desafío en su mirada.
—No estuvo mal —dijo Spitfire con un tono neutral, aunque el brillo en sus ojos delataba algo más—. Pero no siempre podrás sorprenderme.
Dash soltó una carcajada, tomando el balón que yacía a sus pies.
—Tal vez no siempre, Spitfire, pero hoy es suficiente, ¿no?
Con un movimiento rápido, lanzó el balón hacia Derpy. Este voló en un arco perfecto, y aunque parecía destinado a rebotar torpemente, Derpy logró atraparlo justo antes de que cayera al suelo.
—¡Lo tengo! —gritó Derpy, emocionada, levantando el balón como si hubiera atrapado una estrella fugaz.
Las risas se intensificaron, pero no eran de burla, sino de camaradería. Era ese tipo de alegría que convertía un simple entrenamiento en algo inolvidable.
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El sol estaba en su punto más alto, lanzando un calor sofocante sobre el campo de fútbol. La brisa parecía haberse rendido, dejando que el sudor recorriera las frentes de las jugadoras, quienes, pese al cansancio, mantenían sonrisas satisfechas en sus rostros. El entrenamiento había terminado, y el torbellino de movimientos, gritos y órdenes ahora se desvanecía, sustituido por el murmullo relajado de risas, bromas y el ruido de bolsas siendo recogidas.
Rainbow Dash se inclinó para guardar sus tacos de fútbol en su mochila, su cabello, húmedo y desordenado, pegado al rostro. Le importaba poco. Su actitud siempre desenfadada brillaba incluso bajo el sol abrasador. Mientras ajustaba el cierre de su mochila, lanzó una mirada de complicidad a sus compañeras, como si el cansancio no fuera capaz de alcanzarla.
—¡Sin duda fue un buen entrenamiento el de hoy! —exclamó Surprise, su energía aún intacta. Con un movimiento rápido, lanzó su botella de agua vacía hacia un bote de basura cercano, encestándola con una precisión que arrancó risas y aplausos.
Lightning Dust, apoyada en su mochila, soltó una carcajada mientras cerraba su propio bolso.
—Sí, claro, buen entrenamiento... si ignoramos que Dash me dejó como un cono de práctica. —Su tono estaba cargado de camaradería, aunque no faltaba un ligero deje de orgullo herido.
Rainbow Dash, que acababa de ponerse una gorra al revés para apartar el cabello de su cara, rió con ganas.
—¡Oye! No es mi culpa que seas tan predecible, Dust. ¡Tienes que moverte más rápido si quieres alcanzarme!
Las palabras de Dash provocaron una oleada de risas entre las chicas. Incluso Lightning Dust, pese a su aparente molestia, acabó sonriendo de lado, negando con la cabeza.
En ese momento, la entrenadora Windy Whistles apareció desde la banda, acercándose al grupo con una postura relajada, pero imponente. Su cabello corto, de tonos naranja y amarillo que recordaban al de Dash, brillaba bajo el sol. Llevaba las manos en la cintura, su silbato colgando del cuello como un emblema de autoridad.
—Buen trabajo hoy, equipo —dijo con firmeza, aunque en su tono se colaba un matiz de calidez—. Pero recuerden, esto es solo el principio. ¡Quiero verlas frescas mañana!
Las jugadoras asintieron, algunas levantando una mano en señal de confirmación, mientras recogían sus bolsas de deporte y botellas vacías. Sin embargo, antes de que la entrenadora se marchara, su mirada se detuvo en Rainbow Dash, y añadió, con un tono cargado de cariño y autoridad:
—¡Hasta luego, Dashie!
Un murmullo de risitas se extendió entre las chicas. Dash, sorprendida y visiblemente avergonzada, sintió cómo sus mejillas se encendían en un rubor que le subía hasta las orejas. Bajó la cabeza y tiró de la visera de su gorra hacia adelante, como si aquello pudiera esconderla del momento.
—Ay, mamá... —murmuró, apretando los labios con una mezcla de pena y resignación.
Las risas se intensificaron, pero pronto se transformaron en comentarios sobre el entrenamiento y las jugadas del día. El grupo comenzó a moverse hacia la salida del campo, el calor del mediodía abrazándolas mientras los últimos rayos de sol pintaban sombras largas sobre el césped.
De pronto, Dash se detuvo en seco, como si un rayo le hubiera atravesado la mente. Se llevó una mano a la frente con un gesto de exasperación que hablaba más que las palabras.
—¡Oh, rayos! —exclamó, con un tono cargado de frustración.
El resto del equipo se giró hacia ella, curioso y divertido. Fleetfoot, que ajustaba la correa de su mochila, arqueó una ceja con una media sonrisa.
—¿Qué pasa ahora? —preguntó, saboreando el momento.
Dash soltó un suspiro dramático y señaló hacia el edificio del gimnasio con un movimiento rápido, como si aquel gesto pudiera resumir su desgracia.
—Dejé mis tenis en el gimnasio —dijo, encogiéndose de hombros con una expresión que intentaba ser despreocupada, pero traicionada por la mueca de fastidio en su rostro.
Surprise, siempre relajada, levantó las manos en un gesto de apoyo que no ocultaba del todo su diversión.
—Tranquila, Dash. Aquí te esperamos —dijo, sonriendo de oreja a oreja.
Lightning Dust, por su parte, no perdió la oportunidad de lanzar su característico comentario sarcástico.
—No te pierdas, campeona —bromeó, cruzándose de brazos con una sonrisa burlona.
Dash les lanzó una mirada cargada de sarcasmo.
—Ja, ja. Muy graciosas. —Rodó los ojos y, con un bufido, empezó a trotar hacia el gimnasio, dejando atrás las risas suaves de sus compañeras.
Mientras se adentraba en el edificio, el bullicio del entrenamiento quedaba atrás, reemplazado por un silencio que parecía envolverlo todo. El pasillo estaba vacío, y el eco de sus pasos resonaba en la quietud, amplificando la sensación de soledad.
El gimnasio estaba bañado por la luz dorada que entraba a través de las ventanas altas. Los rayos del sol proyectaban sombras rectangulares sobre el suelo pulido, como si el espacio fuera un lienzo pintado por la tarde. Dash se detuvo en medio del vestuario, sus ojos recorriendo el lugar con rapidez.
—¿Dónde los dejé? —murmuró Rainbow Dash, cruzando los brazos y dejando que su mirada viajara entre las bancas y los casilleros.
El gimnasio estaba desierto, y la ausencia de ruido hacía que cada pequeño sonido se amplificara: el zumbido tenue de las luces, el eco sordo de sus pasos sobre el suelo de linóleo, incluso el crujido ocasional del edificio al asentarse. Era como si el lugar quisiera recordarle que estaba completamente sola.
Su frustración crecía con cada segundo que pasaba. ¿Cómo podía haber olvidado algo tan básico como sus tenis? Finalmente, sus ojos se detuvieron en un rincón cerca de las bancas. Ahí estaban, descansando tranquilamente como si nada hubiera pasado, como si se burlaran de su olvido. Pero justo al lado de ellos, algo más captó su atención: un pequeño silbato plateado.
—¿Qué rayos...? —murmuró, frunciendo el ceño mientras se inclinaba para recogerlo.
El silbato brillaba tenuemente bajo la luz que se filtraba por las ventanas altas del gimnasio. Parecía fuera de lugar, como si no perteneciera allí, como si alguien lo hubiera dejado deliberadamente esperando que ella lo encontrara. Lo giró entre sus dedos, examinándolo con cuidado. Era ligero, más de lo que esperaba, y su diseño era simple, sin marcas ni inscripciones que indicaran su procedencia.
Sin pensarlo demasiado, Dash lo llevó a sus labios y sopló con fuerza. Lo que esperaba era el característico sonido agudo que rompiera el silencio del lugar, pero, para su sorpresa, no pasó absolutamente nada. Ni un silbido, ni un susurro. Nada.
—¿Eh? —exclamó, apartándolo de su boca y mirándolo con el ceño aún más fruncido.
Lo giró nuevamente, buscando algún detalle que pudiera explicar el extraño silencio. Tal vez estaba obstruido, o era uno de esos juguetes baratos que no funcionaban bien. Pero algo en su interior le susurraba que había algo más, algo que no lograba entender. Sin darse por vencida, sopló una vez más, con más fuerza, pero el resultado fue el mismo: un vacío absoluto.
Un leve escalofrío recorrió su espalda. Era como si el aire se hubiera negado a existir por un momento, como si el acto de soplar en ese silbato hubiera creado un vacío palpable. Tragó saliva y se encogió de hombros, tratando de disipar la incomodidad.
—Debe estar roto o algo... —murmuró, aunque sus propias palabras sonaron débiles, como si intentaran convencerla de algo que ni siquiera ella creía del todo.
Sin embargo, no era el tipo de persona que se dejaba llevar por sensaciones extrañas. Rainbow Dash guardó el silbato en el bolsillo de su short con un gesto rápido, casi nervioso, y luego se agachó a recoger sus tenis. Se los colocó con movimientos automáticos, como si con eso pudiera disipar el desconcierto que el objeto le había provocado.
Mientras caminaba de regreso hacia el campo, la sensación de inquietud seguía presente, agazapada en un rincón de su mente. Cada paso que daba parecía resonar más de lo necesario, como si el eco en el gimnasio quisiera recordarle el extraño hallazgo. Negó con la cabeza y apretó los labios.
—Seguro es solo basura que alguien olvidó —se dijo, esta vez con un poco más de firmeza, aunque una parte de ella no estaba tan segura.
El sol brillaba alto cuando salió del edificio, y el bullicio del equipo en el campo era un alivio bienvenido. Las risas de sus compañeras rompieron el silencio que había dejado atrás, y por un momento se permitió relajarse. Pero el silbato seguía ahí, en su bolsillo, y cada tanto sentía su peso, ligero pero imposible de ignorar.
Alguien, o algo, parecía querer que lo encontrara.
O - - - - - - - O
Aunque se obligaba a ignorar la inquietud, algo en su pecho no dejaba de apretar. Había encontrado el silbato, lo había guardado en su bolsillo y, sin darle mayor importancia, había decidido seguir con su día. El sol seguía brillando con fuerza, y el aire cálido le acariciaba la piel mientras caminaba de regreso al campo. Sus tenis en la mano, Dash lucía despreocupada, como si su breve ausencia no hubiera sido nada.
Al llegar, vio a sus compañeras reunidas bajo la sombra de un árbol cercano. El bullicio que se había formado alrededor de ellas era típico, una mezcla de charlas casuales y risas. Derpy, sentada en el césped, parecía inmersa en sus pensamientos, mirando al cielo con una calma que contrastaba con la energía que solían desbordar las demás. Su dedo jugueteaba con un mechón de su cabello de manera distraída, ajena al bullicio que la rodeaba.
—¡Ya volví! —anunció Rainbow Dash con una sonrisa triunfal, levantando los tenis en el aire como si fueran un trofeo recién ganado. —¿Ven? No me tardé nada.
—Sí, claro —respondió Lightning Dust, sonriendo con un aire burlón. —Casi nos dormimos esperándote.
Dash la miró de reojo con una expresión desafiante. Luego, dejó caer los tenis al césped con un pequeño golpe, sentándose junto a sus compañeras sin perder su actitud juguetona.
—Ya quisieras, Dust —replicó, su tono ligero reflejando la seguridad que siempre la acompañaba, mientras su sonrisa se perdía bajo el resplandor del sol. —¿Y bien? ¿Qué sigue?
Antes de que alguien pudiera responder, Derpy levantó la mano con la misma emoción que si estuviera en una sala de clases, sus ojos brillando con un entusiasmo casi contagioso. Era imposible no notar su energía, como si estuviera siempre lista para un nuevo desafío, y hoy no era la excepción.
—¡Propongo que vayamos por hamburguesas! —exclamó, con una sonrisa tan amplia que parecía iluminar todo el campo. —Ya saben, para celebrar que sobrevivimos otro entrenamiento de la madre de Rainbow.
Las demás chicas intercambiaron miradas rápidas. Algunas sonrieron, otras asintieron con esa aceptación tranquila que solo Derpy sabía despertar con sus propuestas espontáneas. Era raro que alguien no se uniera a sus ideas, y esa vez no iba a ser diferente. La risa de Dash resonó por un momento, ligera, llena de la energía que siempre la caracterizaba. Por un instante, el silbato olvidado en su bolsillo ya no parecía tan importante. Las preocupaciones que había tenido antes se desvanecieron, como si nunca hubieran existido.
—Seguro, como si fuera a perderme eso —respondió Dash con una sonrisa cómplice, dejando que su tono reflejara la calma momentánea que había encontrado al estar rodeada de sus amigas.
El aire estaba fresco bajo la sombra del árbol, y por un momento, la calidez del ambiente la hizo sentir que todo estaba en su lugar, como si el universo le ofreciera ese breve respiro. Las chicas comenzaron a levantarse, llenas de entusiasmo, listas para seguir adelante con el siguiente plan, riendo y bromeando entre ellas. Pero en el fondo de su mente, algo persistía, como un eco lejano que no lograba desaparecer. El silbato en su bolsillo seguía ahí, como un susurro que se negaba a callarse.
Fue en ese instante cuando Spitfire, que había estado ajustándose el cabello en una coleta con la precisión de siempre, alzó una ceja y dejó escapar una sonrisa divertida, aquella que solo ella sabía regalar. Fue una sonrisa que decía mucho, que dejaba claro que, aunque estaba rodeada de risas y energía, Spitfire sabía cómo divertirse a su manera.
—¿"Sobrevivir"? —repitió Spitfire, alzando la voz un poco más de lo necesario, buscando llamar la atención del grupo. Su sonrisa llevaba un toque juguetón, casi travieso, y su tono denotaba lo que todos esperaban de ella: algo divertido, pero con ese sutil filo que solo ella sabía manejar. —Estos entrenamientos son una masacre para los músculos. Dash, sin duda, tu madre sabe cómo entrenar.
El grupo se rió al unísono, algunas chicas asintiendo con complicidad, otras simplemente dejándose llevar por el humor de Spitfire. Nadie podía negar que los entrenamientos de la madre de Rainbow Dash eran intensos, pero de alguna manera, todos lo sabían: lo valían. No era solo dolor, era progreso, y ellas siempre buscaban más.
Sin embargo, la expresión de Rainbow Dash se congeló un instante. Su ceja izquierda se alzó en un gesto de total confusión, como si de repente la conversación hubiera tomado un giro inesperado. Estaba tan acostumbrada a la intensidad de los entrenamientos de su madre que, por un momento, no entendió el tono burlón con el que Spitfire había dicho esas palabras.
—¿Eh? —respondió, tratando de averiguar si lo decía en serio o si se estaba burlando de alguna manera.
Antes de que la incomodidad pudiera asentarse por completo, Surprise, quien siempre parecía tener la capacidad de aligerar cualquier situación con su energía desbordante, intervino como una ráfaga de aire fresco.
—¡Sí! —dijo, sin el menor rastro de ironía, mientras su sonrisa no dejaba de iluminar su rostro—. Pero lo decimos con cariño, Dash.
La sinceridad en las palabras de Surprise rompió la tensión del momento. Dash, aún un tanto confundida, no pudo evitar soltarse un poco y soltar una pequeña risa. Aunque la broma de Spitfire había sido un poco fuera de lugar, las chicas sabían que su relación era la clase de amistad que permitía ese tipo de comentarios. De alguna manera, todo tenía su toque de humor, incluso si no siempre era fácil de comprender.
—¡Eso suena como algo que diría Surprise! —comentó Lightning Dust, soltando una carcajada, mientras las demás no podían evitar unirse al ambiente relajado que había comenzado a tomar la conversación.
Fue entonces cuando Fleetfoot, quien hasta ese momento había estado bastante callada, levantó el puño al aire, como si hubiera encontrado el momento perfecto para hacer su gran contribución al plan.
—¡Yo invito las papas! —exclamó, con la misma energía que la había caracterizado durante el entrenamiento. Parecía que, al igual que las demás, estaba ansiosa por salir de la rutina y disfrutar de un buen momento.
Misty Fly, siempre tan tranquila, se acomodó el cabello detrás de la oreja y, con una sonrisa suave pero firme, añadió:
—Yo me encargaré de las bebidas.
Rainbow Dash, al ver que las demás comenzaban a tomar la iniciativa con las pequeñas tareas del día, no iba a quedarse atrás. Se cruzó de brazos y sonrió con esa confianza que solo ella podía tener, sabiendo que este era su momento de brillar.
—Entonces, yo pido el combo más grande que tengan —dijo, asegurándose de que todos la escucharan—. Ya saben, porque soy la estrella del equipo.
La respuesta de Lightning Dust no se hizo esperar. Con su tono burlón, y sabiendo que Dash nunca dejaba pasar una oportunidad para hacer alarde de su ego, soltó una carcajada.
—Por favor, Dash —dijo, entre risas—. Con lo que tú comes, no quedará nada para las demás.
Las chicas estallaron en risas, algunas más divertidas que otras, pero todas disfrutando de la ligera burla que solo podía salir entre amigas cercanas. Rainbow Dash no se amedrentó. Sabía que, de alguna forma, la atención siempre caía sobre ella, y eso le encantaba. En su mente, estaba bien ser el centro de las bromas, siempre que esas bromas fueran de las que se cuentan entre amigos.
A pesar de la risa y el buen ambiente, algo seguía rondando en su mente. El silbato guardado en su bolsillo, aunque insignificante, no lograba desvanecerse por completo. Era como una sombra ligera, un recordatorio de algo que no podía ignorar del todo. Pero por ahora, al menos, podía dejarlo para más tarde, disfrutando de ese raro momento de calma entre las chicas.
O - - - - - - - O
—Misty, cuando dijiste que escogerías la hamburguesería... no esperaba que fuera de este estilo —comentó High Winds, su voz oscilando entre la sorpresa y una leve incomodidad, mientras miraba alrededor con una mezcla de fascinación y cautela.
El lugar era, sin lugar a dudas, peculiar. La fachada del restaurante evocaba una nostalgia ochentera, con colores brillantes y un diseño que parecía salido de un programa de televisión de décadas pasadas. Las luces de neón tintineaban suavemente, proyectando un resplandor cálido que iluminaba los bordes de un logo gastado por el tiempo. El interior, con sus toques retro, completaba el ambiente; las paredes estaban adornadas con carteles y objetos que recordaban a una época pasada, y los muebles de plástico blanco relucían con un aire de descarada modernidad.
Pero lo que más llamaba la atención, lo que realmente hacía que el lugar se sintiera como una cápsula del tiempo, eran los camareros y camareras. Todos llevaban uniformes perfectamente temáticos, en tonos de azul celeste con ribetes negros brillantes, y patinaban por el restaurante con una habilidad sorprendente, sirviendo pedidos entre las mesas con una fluidez casi coreografiada. Los patines, con ruedas que destellaban luces de colores al moverse, añadían un toque de surrealismo al ya de por sí excéntrico lugar.
Las seis chicas se miraron entre sí, compartiendo expresiones de desconcierto. Era como si, por un breve momento, todas estuvieran tratando de decidir si el lugar era encantadoramente excéntrico o simplemente un exceso de lo inusual. Incluso Derpy, normalmente la más entusiasta ante cualquier novedad, se quedó mirando fijamente las luces de la fachada, como hipnotizada por la vibrante mezcla de colores y detalles del diseño, mientras sus ojos saltaban de un rincón al otro, absorbiendo todo lo que el lugar ofrecía.
Misty Fly, por su parte, parecía completamente ajena a las miradas inquisitivas de sus compañeras. Con total calma, sorbió su refresco a través de una pajilla, disfrutando del sabor sin parecer prestarle demasiada atención a lo que ocurría a su alrededor. No parecía perturbada, ni sorprendida, ni siquiera curiosa. Parecía cómoda, como si todo esto fuera parte de una rutina cotidiana.
—¿Por qué lo dicen? —preguntó Misty, su tono despreocupado, apenas levantando la mirada de su bebida antes de volver a enfocarse en ella.
Hubo un breve silencio, seguido de un suspiro colectivo. Ninguna respondió directamente. En lugar de eso, comenzaron a hablar entre ellas sobre qué pedirían, repasando los menús con interés renovado. Las chicas seguían mirando las opciones, el murmullo del restaurante haciendo eco en el aire, pero algo en el ambiente seguía inquietante. Aunque, por supuesto, eso no parecía afectar a Misty, quien ya había regresado a su propio mundo de refrescos y tranquilidad.
Rainbow Dash, por otro lado, estaba más callada de lo habitual. Sentada en el borde de su silla, mantenía la atención fija en una revista que, aparentemente, trataba sobre deportes. Sin embargo, al ser Fleetfoot la que se acercó más a ella, sus ojos no podían evitar recorrer las páginas y se dio cuenta de que no se trataba de una revista común. Era un libro de tapa blanda, con tintes épicos que resaltaban en la portada. A medida que Fleetfoot se acercaba, Rainbow Dash, sin querer, se vio atrapada por su mirada curiosa.
Cuando Fleetfoot notó lo que Rainbow leía, no pudo evitar sonreír con una mezcla de sorpresa y curiosidad.
—No sabía que te gustaba leer Daring Do —comentó, con evidente interés, inclinándose ligeramente hacia ella.
Rainbow Dash, al darse cuenta de la atención que había atraído, se sonrojó imperceptiblemente. Cerró el libro con una rapidez un tanto exagerada, como si intentara esconder algo que, en el fondo, le parecía más vulnerable de lo que quería admitir.
—Bueno, no es algo que muestre todo el tiempo —dijo Dash, rascándose la nuca con una risa tranquila que, aunque no pretendía sonar nerviosa, sí delataba cierta incomodidad.
Fleetfoot, con su habitual sonrisa traviesa, se echó atrás y dejó escapar una pequeña carcajada.
—Ah, claro. No es algo tan "estrella del equipo", ¿verdad? —bromeó, disfrutando el momento.
Antes de que Rainbow pudiera responder, Surprise se acercó a ellas, su tono entusiasta como siempre, con una sonrisa tan amplia que iluminaba el rostro de cualquiera que estuviera cerca.
—¿De qué tanto hablan? —preguntó, con esa curiosidad desbordante que la hacía imposible de ignorar.
Rainbow, tratando de desviar la atención, se encogió de hombros y respondió de manera casual, como si realmente no fuera un gran asunto.
—¡Nada! Solo estaba pensando en cuántas papas fritas podría comer para superar tu récord —dijo Rainbow Dash, intentando sonar relajada mientras se recostaba en su silla con una sonrisa traviesa, como si realmente pudiera hacer frente a la competencia de Surprise.
Surprise soltó una carcajada que resonó por encima del murmullo del restaurante. Su risa tenía algo tan contagioso que, sin esfuerzo, hizo que las chicas cercanas se unieran en un pequeño estallido de alegría. Las risas se extendieron como ondas sobre el agua, creando una atmósfera ligera, tan cálida como la luz de las lámparas de neón que parpadeaban suavemente sobre sus cabezas.
—¡Buena suerte con eso! —exclamó Surprise, mientras regresaba a su asiento, todavía riendo. Su tono era tan despreocupado como su sonrisa, y si había alguna duda sobre si su récord de papas fritas sería alcanzado, era evidente que nadie lo habría sabido mejor que ella misma.
Las chicas continuaron charlando entre ellas, intercambiando bromas y opiniones sobre qué más pedirían, mientras el ambiente en el restaurante seguía lleno de color, ruido y esa energía excéntrica que solo un lugar tan peculiar podía ofrecer. Los sonidos de las máquinas arcade, mezclados con el inconfundible crujir de las papas fritas en las bandejas y los murmullos de los otros comensales, tejían una atmósfera relajada pero vibrante. A pesar del caos sutil que reinaba en el ambiente, había algo acogedor en la manera en que todo parecía en su lugar, como si todo estuviera perfectamente planeado para ser un pequeño escape de la rutina.
Sin embargo, el sonido de unas ruedas de patines deslizándose por el suelo rompió la sinfonía cotidiana del restaurante, destacándose con claridad sobre el bullicio general. Las chicas levantaron la vista, sorprendidas por la agilidad de las ruedas, como si el sonido tuviera una cualidad casi mágica que pedía atención. Rainbow fue la primera en alzar la mirada, curiosa, y su rostro se iluminó al instante. Reconoció a la camarera que se aproximaba con una sonrisa radiante, su energía inconfundible llenando el espacio con la misma intensidad de un rayo de sol inesperado.
Era Pinkie Pie.
Su cabello afro, recogido en una alta cola de caballo, rebotaba al ritmo de sus movimientos, como si cada paso fuera una celebración por sí mismo. El tono cálido de su piel brillaba bajo las luces neón, y el uniforme retro que llevaba parecía hecho a su medida. Todo, desde los colores hasta los detalles del uniforme, parecía sacado de una película de los años 80, pero con una energía fresca que no dejaba de sorprender. Los patines de ruedas brillantes giraban con destreza mientras se acercaba, deslizando su figura con una gracia y rapidez que le daban un aire de alegría imparable.
—¡Hola, chicas! ¡Bienvenidas a Jump's Burger! —exclamó Pinkie con un entusiasmo tan natural que el restaurante parecía detenerse por un segundo para escucharla. Hizo una pequeña pirueta, como si fuera parte de su rutina, que arrancó una exclamación de sorpresa a Derpy, quien, por poco, derrama su bebida. La risa de Derpy fue suave, pero lo suficientemente fuerte como para que el pequeño accidente no pasara desapercibido.
Las compañeras de Rainbow intercambiaron miradas sorprendidas, el desconcierto dibujándose en sus rostros mientras Pinkie, ajena al pequeño caos que había causado, comenzaba a colocar los menús sobre la mesa con una precisión casi teatral. Cada movimiento era como una coreografía espontánea, y las chicas se sintieron como si de repente se encontraran en una película de los años 80, justo en el centro de una escena que nadie había anticipado.
—¿Pinkie? ¿Tú trabajas aquí? —preguntó Rainbow Dash, levantando una ceja con una mezcla de sorpresa y diversión, como si hubiera descubierto un giro inesperado en una historia que ya parecía bastante surrealista. No era para menos. Ver a Pinkie Pie tan integrada en ese escenario no era algo que cualquiera pudiera imaginar.
Pinkie, sin perder ni un ápice de su energía, respondió con su característico entusiasmo, sonriendo con la misma amplitud de siempre, como si la pregunta fuera lo más natural del mundo.
—¡Claro que sí! Trabajo aquí después de la escuela —dijo, y se inclinó ligeramente hacia ellas, como si estuviera a punto de compartir un secreto que hacía la experiencia aún más especial—. ¡Es tan divertido! Y miren mis patines. ¿A que son geniales? ¡Son auténticos de los 80! Este lugar es como estar en una película.
Fleetfoot, aún procesando la escena, frunció el ceño, como si estuviera evaluando cada detalle con la mirada analítica que la caracterizaba.
—Pero... hoy es sábado —comentó, sin ocultar su confusión. La lógica de la situación se le escapaba, y, como era habitual en ella, necesitaba encontrar una explicación que encajara con su percepción del mundo.
Pinkie, ajena a cualquier desconcierto, asintió rápidamente, como si esa fuera precisamente la respuesta que esperaba.
—¡Exacto! —exclamó Pinkie Pie, su rostro iluminado con una energía tan contagiosa que parecía iluminar todo el restaurante. Se enderezó en su lugar, como si el día mismo estuviera a su favor—. ¡Hoy es el mejor día de todos para trabajar!
Su entusiasmo era tan genuino que incluso Fleetfoot no pudo evitar sonreír levemente, aunque esa expresión de duda seguía flotando sobre su rostro. Pinkie, como siempre, había logrado que su energía se impusiera de tal manera que nadie en la mesa podía resistirse a su contagioso entusiasmo. Incluso las paredes del restaurante, antes tranquilas, parecían vibrar un poco más con la calidez de su presencia.
El ambiente en Jump's Burger, aunque bullicioso y repleto de voces y risas, adquirió un matiz especial. La presencia de Pinkie Pie transformó el lugar, como si una capa invisible de magia se hubiera esparcido sobre las mesas y las luces de neón. Las risas se mezclaban con el suave zumbido de las máquinas arcade, y el crujir de las papas fritas llenaba el aire con su sabor tentador. Era el tipo de momento que, sin esfuerzo, se convertía en una pequeña burbuja de alegría que flotaba en el espacio.
Sin perder ni un segundo de su ritmo vertiginoso, Pinkie continuó repartiendo los menús con la misma gracia con la que se deslizaba sobre sus patines. Cuando terminó, se inclinó ligeramente hacia el grupo, bajando el volumen de su voz con una teatralidad que habría hecho sonrojar a cualquier actor de cine clásico.
—Y... ¿sabían que el menú de hoy está especialmente diseñado para los fanáticos de los 80? —preguntó, con un brillo travieso en los ojos. Un misterio de los más deliciosos parecía flotar en el aire—. Tenemos hamburguesas con nombres súper geniales, como "Airpop's" y "The King of the Rock".
—¿Airpop's? —repitió Lightning Dust, arqueando una ceja y sonriendo con incredulidad, como si Pinkie le hubiera dado una pista para un juego de palabras. Era imposible no sonreír ante la mención de esos nombres tan extravagantes.
—¡Sí! Y viene con una salsa secreta especial! —exclamó Pinkie, levantando los brazos hacia el cielo, como si estuviera revelando un tesoro escondido, una joya secreta en forma de hamburguesa. La luz neón pareció reflejarse en su sonrisa, amplificándola, dándole un toque de magia irrepetible.
El gesto arrancó risas espontáneas de las chicas. Incluso Fleetfoot, con su usual seriedad, no pudo evitar sonreír mientras las chicas comenzaban a ojear los menús. Las páginas estaban llenas de ilustraciones de hamburguesas exageradas, papas fritas desbordantes de queso y nombres tan extravagantes que las chicas no pudieron evitar leerlos en voz alta entre risas. Era como un juego, un momento absurdo pero perfectamente disfrutable.
Rainbow Dash, aún observando a Pinkie con una sonrisa cómplice en el rostro, se inclinó un poco hacia adelante. Apoyó un codo en la mesa, mirando a Pinkie con curiosidad.
—¿Y qué haces aquí un sábado? —preguntó, con tono burlón, sus ojos brillando con una mezcla de diversión y esa energía curiosa que nunca dejaba de sorprender. —Pensé que solo trabajabas entre semana.
Pinkie se detuvo en seco, haciendo una pausa dramática. Se llevó un dedo al mentón y frunció el ceño, como si estuviera evaluando una pregunta trascendental. Las chicas esperaron su respuesta, aunque, sabían muy bien, cualquier cosa que saliera de la boca de Pinkie sería completamente inesperada.
—¿Por qué no? —respondió finalmente, encogiéndose de hombros y soltando una risa contagiosa. No necesitaba ninguna otra justificación para su presencia. —¡Los sábados son perfectos para hacer sonreír a más personas! Además... —dijo, bajando un poco la voz, como si fuera a compartir un secreto exclusivo con el grupo—. ¡Hoy tenemos competencia de baile en los patines!
Las chicas se quedaron en silencio por un momento, algunas confundidas, otras más divertidas por lo absurdo de la propuesta. Fleetfoot alzó una ceja, como si no supiera si Pinkie estaba bromeando o si realmente existía tal competencia.
—Eso es... muy Pinkie Pie —comentó Fleetfoot, finalmente, mientras una sonrisa incrédula se dibujaba en su rostro. Como siempre, Pinkie había logrado que todo pareciera posible, incluso las cosas más alocadas.
Pinkie Pie no tardó en seguir su propio ritmo. Con un giro elegante sobre sus patines, realizó una pirueta perfecta, y con una sonrisa amplia y teatral, levantó las manos como si estuviera presentando una joya invisible.
—¡Bueno, las dejo para que decidan! ¡No olviden probar la "King of the Rock"! —canturreó, mientras avanzaba rápidamente entre las mesas, saludando a los clientes con su inconfundible energía desbordante.
La cafetería volvió a su ritmo habitual, pero ahora con un toque extra de brillo, como si la presencia de Pinkie hubiera impregnado el aire de algo inefable. Las luces de neón daban un resplandor alegre a todo, y el bullicio de las charlas y las risas se sentía menos mundano, más lleno de una ligereza que solo ella podía crear.
Cuando Pinkie desapareció detrás de la barra, el grupo de amigas volvió a la conversación. La chispa de su presencia permaneció, flotando sobre ellas, como una atmósfera invisible que les hacía sentirse un poco más ligeras, más dispuestas a disfrutar el momento.
Rainbow Dash, aún con una sonrisa en los labios, observó el lugar con un brillo en sus ojos, apoyando la barbilla en la palma de su mano, como si todo a su alrededor hubiera adquirido un matiz más cálido.
—Es increíble, ¿verdad? —comentó, pensativa, como si las palabras vinieran sin esfuerzo—. Siempre hace que todo sea más divertido.
Misty Fly, quien hasta ese momento había estado completamente absorta en el menú, levantó la vista brevemente, como si el sonido de la voz de Rainbow la hubiera sacado de un trance profundo.
—Definitivamente una chica única —respondió, con un tono que no perdía su habitual seriedad, pero que estaba teñido de una ligera admiración. Luego, volvió a sumergirse en la interminable lista de opciones que el menú ofrecía.
Surprise, por su parte, no compartía la misma paciencia que Misty. Sin más preámbulos, se inclinó hacia adelante, como si pudiera empujar el tiempo para que las demás se decidieran.
—¡No perdamos tiempo, chicas! —exclamó con entusiasmo, mirando a sus amigas con ojos brillantes, como si la comida fuera la verdadera urgencia del día. —¡Vamos a pedir ya! ¡Estoy muriendo de hambre!
Su exclamación provocó más risas y, de inmediato, la conversación giró en torno a la eterna pregunta: ¿Qué hamburguesa elegir? Los nombres extravagantes del menú los hacían reír a carcajadas mientras debatían sobre qué opción probar. "Airpop's", "The King of the Rock", "Patty Boogie"... Las descripciones que acompañaban a cada nombre parecían sacadas de un libro de fantasía, y todas las chicas se sintieron atrapadas por la variedad de opciones deliciosas que el restaurante les ofrecía.
Mientras las otras seguían discutiendo con entusiasmo y diversión sobre la mejor opción, Rainbow Dash se dejó llevar por el flujo de la conversación sin dejar de sonreír. Sin embargo, una parte de su mente no podía evitar pensar en lo curioso que era este mundo en el que vivían. Un mundo lleno de momentos inesperados, de personas con talentos sorprendentes y, sobre todo, de amistades que se fortalecían con cada experiencia compartida.
De repente, Rainbow Dash desvió la mirada hacia la ventana. Allí, más allá del cristal, los reflejos de las luces de neón, mezclándose con los últimos rayos de sol de la tarde, creaban un juego de luces suaves y cálidas. La escena tenía algo de nostálgico, como si fuera la primera vez que veía el mundo a través de ese filtro tan sencillo y bonito.
Una sonrisa suave se dibujó en su rostro mientras permitía que la calma del momento la envolviera. Fue un instante fugaz, un respiro en medio de la vida ajetreada, pero la sensación de paz y satisfacción perduró. Y aunque la conversación en la mesa continuaba, con risas y bromas, para Rainbow ese pequeño momento, ese breve parpadeo en el tiempo, fue suficiente para recordarle lo afortunada que era.
A veces, pensó, los días más simples, los más tranquilos, eran los que realmente valían la pena.
O - - - - - - - O
El breve silencio que se había instalado tras la comida fue interrumpido abruptamente por un sonoro eructo. La irreverente explosión de sonido resonó como una campana en el restaurante, provocando un instante de desconcierto seguido por una oleada de risas contenidas entre las ocho jóvenes. Era imposible determinar quién había sido la autora del peculiar "concierto", pero nadie parecía querer admitirlo. Aun así, ese momento desató una energía juguetona que envolvió al grupo mientras abandonaban el local, todavía saboreando la experiencia.
La comida había superado con creces sus expectativas, y el ambiente despreocupado las unía en ese instante perfecto, como si el mundo exterior pudiera esperar un poco más.
Rainbow Dash fue la última en cruzar la puerta. Con una sonrisa ligera, giró sobre sus talones y alzó la mano para despedirse de Pinkie Pie, quien continuaba haciendo malabares con la bandeja más caótica que se pudiera imaginar.
—¡Cuídense, chicas! ¡Y vuelvan pronto! —gritó Pinkie desde la distancia, al tiempo que giraba de manera torpe pero efectiva, esquivando por un pelo a un cliente distraído que casi tropezaba con ella. La bandeja se tambaleó peligrosamente en su mano, pero, como siempre, Pinkie logró equilibrarla con un toque de gracia improvisada.
Rainbow no pudo evitar soltar una ligera risa al ver la escena. Era típico de Pinkie: un caos perfecto, perfectamente controlado. Cerró la puerta detrás de ella y aceleró el paso para alcanzar al grupo.
—¡Esa sin duda fue la mejor hamburguesa que he comido en mi vida! —exclamó Surprise, quien prácticamente brincaba de alegría mientras caminaba. Sus ojos brillaban, todavía emocionada por el festín que acababan de disfrutar.
—Y no olvides mencionar las papas —añadió High Winds, saboreando mentalmente el último bocado como si intentara alargar el placer—. Estaban riquísimas. Esa salsa especial... uf, fue algo fuera de este mundo.
Fleetfoot, con las manos en los bolsillos y una expresión relajada, asintió con un gesto casi solemne.
—La salsa era buena, pero creo que el postre fue la verdadera estrella. Ese helado de caramelo con chispas de chocolate... definitivamente lo voy a soñar esta noche.
—¡Claro que lo vas a soñar! —intervino Misty Fly, riendo—. Te comiste dos. Dejaste al pobre chef sin reservas.
El comentario arrancó más risas del grupo. Misty tenía una habilidad particular para señalar esas pequeñas verdades con un toque de humor, lo que siempre añadía una chispa a sus interacciones. Fleetfoot rodó los ojos con teatralidad, aunque no pudo ocultar su sonrisa.
—Lo siento, no todos tienen mi apetito ni mi buen gusto —respondió, alzando la barbilla como si estuviera defendiendo un título culinario.
Mientras la conversación fluía entre bromas y risas, Rainbow Dash caminaba unos pasos por detrás del grupo. Había algo reconfortante en observarlas así, tan despreocupadas, compartiendo ese momento como si no existiera nada más en el mundo. Las luces de la calle comenzaban a encenderse, bañando la acera con un brillo cálido. Cada farol parecía un pequeño escenario que iluminaba las expresiones animadas de sus amigas.
—Definitivamente fue una buena idea venir aquí —murmuró para sí misma, aunque lo suficientemente alto como para que Misty la escuchara.
Misty Fly, que había insistido en sugerir el lugar, no pudo ocultar una sonrisa satisfecha.
—¿Lo ven? Sabía que les encantaría este sitio. Nada como un poco de estilo retro para acompañar una buena comida.
Sin embargo, Derpy frunció el ceño, su expresión un poco desanimada.
—Lo único malo es que mis papas tenían forma circular... —murmuró, mirando el suelo como si acabara de revelar un misterio cósmico.
La observación arrancó una carcajada genuina de Spitfire, quien, entre risas, se apresuró a aclarar la situación:
—Derpy, en realidad eran aros de cebolla.
Derpy alzó la vista, parpadeando como si procesara la información más revolucionaria de su vida.
—Oh... —dijo al fin, con un tono de alivio que provocó más risas entre las demás—. Eso tiene más sentido.
La tarde se desvanecía lentamente, cediendo ante un cielo que comenzaba a teñirse de un gris melancólico. La luz solar se desdibujaba bajo las nubes, y las primeras gotas de lluvia empezaron a caer suavemente, como si la ciudad misma presagiara un cambio. El aire fresco y húmedo acariciaba los rostros de las chicas, quienes, sin embargo, no parecían preocupadas por la tormenta. La risa seguía siendo el sonido dominante mientras se despedían una a una, dirigiéndose a sus respectivos destinos.
Sin embargo, Rainbow Dash y Lightning Dust se retrasaron un poco más, caminando lentamente bajo la lluvia creciente. Sus pasos resonaban suavemente contra el pavimento mojado, y el bullicio de la ciudad parecía desvanecerse a su alrededor. Ninguna de las dos tenía prisa por irse.
Lightning Dust rompió el silencio primero, con una sonrisa apenas visible en su rostro, mientras metía las manos en los bolsillos de su chaqueta ligera.
—Escucha, Dash —dijo, con una voz que no dejaba lugar a dudas sobre la seriedad de lo que estaba a punto de proponer.
Rainbow Dash la miró de reojo, sin interrumpirla, pero su expresión revelaba una falta de interés aparente. La lluvia comenzaba a empaparlas poco a poco, pero ninguna parecía notarlo.
—Eh, ¿qué pasa, Dust? —preguntó Rainbow, con una leve sonrisa que no ocultaba del todo su escepticismo.
Lightning Dust, sin embargo, no parecía tener prisa. Se detuvo en seco, mirando fijamente a Rainbow Dash con aquellos intensos ojos de un amarillo ámbar que brillaban con una mezcla de desafío y expectación. Rainbow, por su parte, no apartó la mirada. Los ojos de ambas se encontraron, el rosa carmesí de Dash reflejando una intensidad que contrarrestaba la de su compañera.
Por un momento, el tiempo pareció alargarse entre ellas, un silencio cargado de tensión que únicamente era interrumpido por el sonido rítmico de las gotas de lluvia golpeando el asfalto.
Finalmente, Lightning Dust soltó una leve risa, una risa que no tenía nada de amistosa, pero tampoco era hostil; era, más bien, el preludio de algo que planeaba.
—Yo creo que una hamburguesa no puede ser nuestra última jugada del día —comentó Dust, sin perder su tono calmado y desafiante, mientras se apoyaba despreocupada contra una pared cercana.
La lluvia caía con más fuerza ahora, empapando el pavimento y llenando el aire con el suave golpeteo de las gotas. Las luces de la calle comenzaban a encenderse, proyectando reflejos anaranjados y temblorosos en los charcos que se formaban a su alrededor. Rainbow Dash entrecerró los ojos, el agua resbalando por su rostro, mientras intentaba descifrar las palabras de Lightning Dust.
—¿A qué te refieres? —preguntó, arqueando una ceja con un toque de confusión. Su tono era relajado, casi desinteresado, pero sus ojos revelaban otra cosa: curiosidad.
Lightning Dust sonrió de medio lado, con una calma que resultaba casi exasperante. Había algo en su postura, en la manera en que metía las manos en los bolsillos de su chaqueta empapada, que gritaba desafío sin necesidad de palabras.
—Vamos, Dash —dijo al fin, su voz llena de un retador entusiasmo—. Una última competencia. Solo tú y yo. Uno contra uno.
Rainbow Dash inclinó ligeramente la cabeza, como si evaluara sus intenciones. El aire fresco, impregnado del olor a lluvia, parecía vibrar con la tensión entre ambas. Cada gota que les golpeaba el rostro era insignificante en comparación con la energía que se estaba acumulando. Finalmente, una sonrisa confiada se dibujó en el rostro de Dash, como si acabara de entender el mensaje oculto en las palabras de Dust.
—¿En serio? —respondió, ladeando la cabeza mientras cruzaba los brazos. Su tono tenía un toque burlón, la seguridad de quien sabe que tiene todas las de ganar—. ¿Crees que puedes vencerme después de esa comilona?
Lightning Dust dejó escapar una risa breve, más como un resoplido, y dio un paso adelante, alejándose de la pared en la que había estado apoyada. Sus botas resonaron contra el asfalto mojado. La lluvia ahora corría por su cabello y su chaqueta, pero no parecía molestarle en lo absoluto. Con un movimiento ágil, dejó caer un balón que había estado cargando bajo el brazo, permitiendo que rebotara en el suelo.
—Lo único que sé —dijo mientras empezaba a dominar el balón con una precisión impresionante— es que no voy a terminar el día sin demostrar quién es la mejor. Vamos, ¿o tienes miedo de perder?
El balón parecía bailar bajo sus pies, moviéndose con una fluidez que dejaba claro que Dust había nacido para competir. Cada toque era calculado, un mensaje sin palabras que decía: "Estoy lista para lo que sea".
Rainbow Dash levantó las cejas, con una chispa de diversión encendiéndose en sus ojos. Lightning Dust había tocado un nervio, y el resultado era exactamente lo que ella quería: Dash no iba a quedarse callada.
—¿Miedo? —repitió Rainbow Dash, avanzando un paso con decisión. Sus manos descansaban en las caderas, y su postura irradiaba seguridad. La sonrisa en su rostro, ligera al principio, se ensanchó hasta transformarse en una mueca de desafío puro—. ¡Ni en sueños! Pero cuando termine contigo, no podrás moverte mañana.
Lightning Dust soltó una risa baja, una especie de gruñido divertido que parecía más una provocación que un verdadero gesto de humor. Sus ojos brillaron con un fuego competitivo mientras inclinaba ligeramente la cabeza, como si aceptara el reto en silencio.
—Ja, veamos si es cierto... —dijo, con un tono lleno de sarcasmo. Dio un paso hacia atrás y señaló con un movimiento de cabeza hacia el parque que se encontraba a unas cuadras—. Aquí cerca hay un campo de fútbol. ¿Te atreves?
Rainbow Dash respondió con un ligero encogimiento de hombros, como si el desafío fuera apenas un juego. Pero en sus ojos, la chispa competitiva era inconfundible.
—Tú guías —respondió, su voz firme pero despreocupada. La sonrisa seguía jugando en sus labios, mientras sus dedos tamborileaban contra el costado de su muslo.
La lluvia no mostraba señales de detenerse, cayendo en cortinas finas que parecían envolverlas en un mundo propio. A pesar del clima, ninguna de las dos mostró intención de retroceder. Sin embargo, cuando ambas se disponían a dirigirse al parque, un sonido agudo y molesto rompió la tensión.
El inconfundible tono de llamada de Lightning Dust resonó entre los charcos del pavimento. Por un instante, la muchacha pareció congelarse, su expresión endurecida de desafío desmoronándose en una mezcla de irritación y vergüenza. Miró su teléfono, y aunque dudó, finalmente contestó.
—¿Qué pasa? —preguntó con voz contenida, dándole la espalda a Rainbow Dash como si intentara protegerse de su mirada. Pero cualquier intención de mantener la conversación en secreto quedó en el olvido cuando sus hombros se relajaron y dejó escapar un suspiro pesado—. Sí, lo sé... Lo olvidé. Estoy yendo.
Colgó sin decir más, apretando el teléfono en su mano antes de voltearse hacia Rainbow Dash. La expresión desafiante que había llevado hasta hacía unos momentos ahora estaba completamente ausente. En su lugar, una mezcla de vergüenza y resignación se reflejaba en sus ojos.
Rainbow Dash levantó una ceja, cruzándose de brazos mientras la lluvia empapaba sus cabellos desordenados. Una sonrisa burlona asomó en sus labios.
—¿Qué pasó? —preguntó con una voz que goteaba sarcasmo—. ¿Acaso te olvidaste de tirar la basura?
Lightning Dust bajó la mirada por un momento, como si estuviera buscando las palabras adecuadas para explicar lo ocurrido. Finalmente, suspiró y levantó la vista, con un toque de resignación en su tono.
—Bueno... —comenzó, rascándose la nuca, claramente incómoda—. La cosa es que... Mis padres me están esperando en el dentista. Se supone que tengo una cita, y, bueno, lo olvidé por completo.
El silencio que siguió fue roto únicamente por el sonido de la lluvia. Rainbow Dash parpadeó un par de veces antes de soltar una carcajada breve, sacudiendo la cabeza.
—¿En serio? —dijo, sin contenerse—. ¿Todo ese rollo para terminar corriendo al dentista? ¡Eso sí que no me lo esperaba!
Lightning Dust apretó los labios, su rostro encendido de vergüenza. No dijo nada, pero la forma en que ajustó la correa de su mochila dejaba claro que quería terminar con la conversación lo antes posible. Dio un paso hacia atrás, señalando con un leve movimiento de la cabeza hacia la dirección opuesta.
—Será otro día, Dash —murmuró, sin mirarla directamente. Su tono había perdido toda la arrogancia inicial, reemplazado por una especie de disculpa velada—. Nos vemos.
Sin esperar respuesta, Dust se giró y comenzó a caminar bajo la lluvia, su figura desdibujándose poco a poco entre las gotas que caían con intensidad. Rainbow Dash la observó alejarse, ladeando la cabeza y sonriendo para sí misma.
—Nos vemos, Dust —murmuró al aire, más para sí misma que para su ahora distante rival.
Entonces, con un movimiento ágil, Dash dejó que su pie golpeara suavemente el balón que había estado junto a ella todo el tiempo. El esférico subió en un arco perfecto, brillando con las gotas que se aferraban a su superficie. Rainbow lo atrapó con las manos en un gesto rápido y natural, como si fuera lo más sencillo del mundo. Luego, se giró sobre sus talones y continuó su camino bajo la lluvia, ignorando el frío que calaba su ropa.
La competición tendría que esperar, pero Dash caminaba como si ya hubiera ganado algo.
O - - - - - - - O
La lluvia cesó de repente, como si el cielo hubiera decidido concederle un respiro a Canterlot City. Las gotas, que hasta hacía un momento caían insistentemente, se disiparon en el aire, dejando tras de sí un frescor que impregnaba las calles. El aroma de la tierra mojada y el tenue brillo de las superficies humedecidas creaban un ambiente casi melancólico. Aunque las nubes seguían dominando el firmamento, la ausencia de tormenta añadía un alivio sereno, como si el día tomara una pausa para recuperar el aliento.
Rainbow Dash avanzaba con paso relajado por las calles, las manos en los bolsillos de su chamarra para protegerse del frío residual. No tenía prisa por regresar a casa. Su madre, que más temprano había dirigido su entrenamiento en el equipo de fútbol, le había avisado que estaría ocupada con algunos encargos y que no volvería hasta más tarde. Su padre, por su parte, estaba en una junta en la escuela, discutiendo mejoras en los implementos de educación física. Con ambos fuera, Dash tenía la tarde para sí misma, y esa inesperada soledad le resultaba extrañamente cómoda.
A medida que caminaba, su mente divagaba en pensamientos dispersos. Las calles, mojadas y tranquilas, parecían reflejar su ánimo. "No es tan malo", pensó mientras pateaba con suavidad una pequeña piedra frente a sus pies. La humedad en su ropa era incómoda, pero no lo suficiente como para arruinarle el día.
El sonido de risas infantiles interrumpió sus pensamientos. Al alzar la vista, notó que había llegado a las cercanías de un parque. Se detuvo por un momento, apoyándose en la cerca de madera que delimitaba el área, y observó a un grupo de niños que jugaban al fútbol en un terreno improvisado. El balón, que giraba de un lado a otro entre pequeñas piernas llenas de energía, parecía tener vida propia, impulsado por las risas y las exclamaciones de los jugadores.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de Dash. Había algo reconfortante en esa escena. Le recordaba a los días en los que ella misma jugaba con amigos en cualquier espacio que pudieran encontrar, antes de que los entrenamientos y las competencias ocuparan gran parte de su tiempo. Era simple, sí, pero lleno de una alegría contagiosa.
Sin embargo, esa calma fue interrumpida por un repentino "¡pum!" que resonó en el aire. Dash frunció el ceño, buscando el origen del ruido. El balón había golpeado una roca que sobresalía del suelo, y en cuestión de segundos, explotó en un sonido seco y cómico. Los niños se quedaron inmóviles, observando cómo el esférico se desinflaba entre las manos del pequeño que había intentado recogerlo.
—¡Oh no! —exclamó uno de los niños, sosteniendo entre sus manos los restos desinflados del balón. Su expresión era un poema de desilusión.
—¡Era nuestro único balón! —se lamentó otro, cruzándose de brazos con un aire dramático que hacía eco entre el grupo.
Rainbow Dash, que aún los observaba desde la cerca, no pudo evitar soltar una risa baja. Había algo cómico y entrañable en la manera en que esos pequeños trataban el incidente, como si el destino del mundo estuviera ligado a aquel trozo de goma inservible. Sus ojos se desviaron hacia su mochila, recordando algo importante.
"Espera... ¡mi balón!", pensó, y una sonrisa comenzó a curvarse en sus labios.
Sin pensarlo demasiado, Dash se deslizó por la cerca y caminó hacia el grupo. Los niños la notaron de inmediato, algunos retrocediendo instintivamente, como si no supieran qué esperar de la inesperada aparición de una adolescente en su pequeño reino de juego.
—¡Ey! —llamó, levantando una mano con despreocupación—. ¿Qué pasó aquí?
—Se rompió nuestro balón... —dijo el niño más pequeño con voz apagada, como si confesarlo en voz alta lo hiciera aún más real.
Dash arqueó una ceja, observando la desinflada carcasa del balón. Luego dejó escapar un silbido teatral.
—¡Vaya desastre! —exclamó, antes de inclinarse un poco hacia ellos con una chispa traviesa en los ojos—. Bueno, creo que puedo ayudarles. Pero... hay una condición.
Los niños intercambiaron miradas curiosas. Uno de ellos, con una gorra al revés, fue el primero en hablar:
—¿Qué condición?
Dash se cruzó de brazos y fingió pensarlo durante un instante, antes de declarar:
—Les doy un balón nuevo, pero solo si me dejan unirme al partido por un rato.
El grupo estalló en murmullos, algunos riendo ante la idea de que alguien mayor quisiera jugar con ellos. Finalmente, el pequeño de la gorra dio un paso adelante.
—Trato hecho. Pero... ¡no te vamos a dejar ganar solo porque seas más grande!
Dash soltó una carcajada, encantada con la valentía del chico.
—Eso espero.
De su mochila sacó su balón, aún húmedo por la lluvia, pero perfectamente funcional. Lo sostuvo en alto, y los niños lo recibieron con exclamaciones de entusiasmo. No pasó mucho tiempo antes de que las posiciones estuvieran listas y el parque, que momentos antes parecía un rincón olvidado, cobrara vida con el bullicio del juego.
Dash se ajustó la camiseta de fútbol que llevaba debajo de su chamarra y dio un par de toques al balón con el pie, probando su control.
—¿Listos? —preguntó, con una sonrisa que mostraba su espíritu competitivo.
Los niños asintieron enérgicamente, y el juego comenzó.
El partido amistoso no tenía reglas estrictas ni un marcador oficial, pero estaba cargado de energía y risas. Dash, a pesar de su instinto competitivo, se contuvo lo suficiente para mantener el equilibrio entre desafío y diversión. Pasaba el balón con precisión, esquivando a los niños con movimientos ágiles pero no abrumadores, y cada tanto dejaba que le quitaran el balón, disfrutando de sus celebraciones exageradas.
El partido continuaba con el bullicio alegre de los niños corriendo tras el balón, sus risas resonando por el parque. Dash, en el centro de la acción, disfrutaba de la sencilla euforia del momento. En un descuido, un niño, más entusiasta que calculador, intentó arrebatarle el balón con tanta energía que ambos terminaron rodando por el suelo en un torpe choque.
—¡Falta! —gritó uno de los niños desde el fondo, levantando las manos al aire como si fuera un árbitro profesional.
Dash, todavía en el suelo, soltó una carcajada mientras se sacudía el pantalón.
—¿Falta? —replicó, mirándolo con una ceja alzada y una sonrisa traviesa—. ¿Y tú quién eres, el árbitro oficial?
El niño se encogió de hombros con aire cómico, y todos estallaron en risas. La tensión del supuesto "choque" se desvaneció tan rápido como había surgido, y el juego continuó. El balón se movía de un lado a otro, pasando entre pies pequeños con sorprendente destreza, mientras Dash se mantenía alerta, observando cada jugada y anticipándose al próximo movimiento.
De repente, un chico de cabello rizado se lanzó decidido a arrebatarle el balón. Dash, con una sonrisa desafiante, le dio un suave empujón con el hombro mientras mantenía el equilibrio.
—¡Vamos, pequeño! —lo animó mientras seguía su carrera, dejando atrás al niño, que la miraba con una mezcla de sorpresa y diversión.
—¡Dale más fuerte! —gritó otro niño desde la banda improvisada, haciendo que Dash se riera aún más.
El partido avanzaba con una intensidad desenfadada. En un momento, un niño más alto y de piernas largas logró interceptar el balón y corrió hacia el arco improvisado entre dos bancos viejos. Dash no iba a dejárselo tan fácil. Corrió tras él, manteniendo la distancia justa para no arrollarlo, pero lo suficientemente cerca para recuperar el control. Con un giro rápido y ágil, le quitó el balón antes de que pudiera rematar, dejando al niño boquiabierto.
—¡Vaya, qué suerte tienes! —comentó Dash con una sonrisa burlona mientras le devolvía el balón.
Los niños se reían, sorprendidos pero encantados con la habilidad de su inesperada compañera de equipo. Aunque Dash les llevaba ventaja en experiencia, se esforzaba por no ser demasiado competitiva, permitiendo que el juego fluyera con naturalidad. A veces dejaba que los niños se lucieran, fingiendo que no podía alcanzarlos a tiempo, y en otras ocasiones simplemente dejaba pasar el balón para mantener la diversión.
Sin embargo, el cielo, que había estado despejado hasta hacía poco, comenzó a oscurecerse nuevamente. Las primeras gotas de lluvia cayeron como advertencias, suaves y dispersas, pero suficientes para que algunos levantaran la vista.
—¿Otra vez? —murmuró Dash para sí, observando las nubes que se arremolinaban sobre ellos.
Los niños siguieron jugando, ignorando la lluvia inicial, pero en cuestión de minutos el clima mostró su verdadera intención. Las gotas se hicieron más gruesas, y pronto el suelo comenzó a llenarse de charcos que salpicaban con cada paso. Uno de los niños, con el cabello ya empapado, levantó la vista y exclamó:
—¡Vaya, parece que la lluvia no nos deja en paz!
—Creo que eso es nuestra señal para detenernos —añadió Dash, aunque no parecía molesta. Al contrario, había algo casi poético en el fin repentino del partido.
Uno a uno, los niños comenzaron a correr hacia una estructura cercana para refugiarse. Las risas y los saludos de despedida llenaron el aire, mezclándose con el sonido de la lluvia que ahora caía con fuerza.
—¡Gracias por jugar con nosotros! —gritó uno de los niños, mientras se escurría el agua del cabello.
Dash alzó una mano en señal de despedida, su sonrisa amplia incluso bajo la lluvia que le caía directamente en el rostro.
—¡Cuídense! —respondió, viéndolos alejarse con sus pequeños pasos apresurados.
La lluvia se volvía cada vez más intensa, empapando a Rainbow Dash de pies a cabeza mientras avanzaba por el parque casi vacío. El frío calaba en sus huesos, pero en su rostro se mantenía una sonrisa obstinada. Había algo especial en aquel partido improvisado, algo que le hacía olvidar por un instante la monotonía del día. Las risas y la energía de los niños seguían reverberando en su mente, como un eco distante que la acompañaba en el camino a casa.
Caminaba con las manos metidas en los bolsillos de su chamarra, buscando algo de calor mientras el cielo continuaba oscureciéndose. Fue entonces cuando sus dedos rozaron algo pequeño y duro en el fondo de uno de los bolsillos. Frunció el ceño, extrañada. Al sacar el objeto, su mirada se iluminó.
—¡Oh, el silbato! —exclamó con una risita—. Casi lo pierdo... ¿Qué tan torpe puedo ser?
Observándolo con curiosidad, lo llevó a sus labios y sopló con fuerza. Un agudo sonido cortó la calma, resonando entre los árboles y bancos vacíos del parque. Apenas unos segundos después, un trueno retumbó en la distancia, profundo y potente, haciendo que el suelo vibrara ligeramente bajo sus pies.
—¿En serio? —murmuró Dash, mirando al cielo con una sonrisa socarrona—. ¿Eso fue un "cállate"? ¡Porque si lo fue, mal intento, cielo!
Se echó a reír, encogiéndose de hombros, pero entonces algo extraño llamó su atención. Entre las cortinas de lluvia, más allá de los límites del parque, un destello tenue brilló por un instante. Entrecerró los ojos, tratando de enfocar. Al principio creyó que era solo el reflejo del agua cayendo, pero pronto distinguió una figura.
Estaba inmóvil, como si la estuviera observando. Humanoide, alta y esbelta, pero algo en ella era inquietante. Su silueta parecía formada por la propia lluvia, las gotas deslizándose y moldeándola como si fuera parte del paisaje. El rostro era lo más desconcertante: recordaba a un águila, con ojos brillantes que destellaban bajo el cielo gris.
—¿Qué demonios...? —susurró Dash, con el ceño fruncido. Dio un paso hacia la figura, pero esta también se movió, imitando su acción de manera exacta. Era como mirarse en un espejo, pero uno distorsionado, extraño.
—Muy bien, muy bien... —murmuró Dash con tono desafiante, esforzándose por mantener la calma—. Esto ya es demasiado raro, incluso para mí.
Otro rayo cruzó el cielo, iluminando el parque por un breve instante, cegándola momentáneamente. Cuando la luz se desvaneció, la figura ya no estaba. El aire quedó inmóvil, excepto por el golpeteo constante de la lluvia que ahora caía con más fuerza. Dash permaneció quieta, escaneando el entorno con la mirada. Nada. Solo los árboles oscilando bajo el viento y el sonido de sus propios latidos resonando en sus oídos.
Tragó saliva y sacudió la cabeza, intentando descartar la extraña visión como un simple truco de luz o un efecto de la tormenta.
—Definitivamente... necesito dormir más —dijo en voz alta, como para convencerse a sí misma, aunque una sensación de incomodidad persistía en su interior.
Ajustó la mochila en su hombro y retomó su camino, con los sentidos alerta. Mientras se alejaba, no pudo evitar echar una última mirada atrás, como si esperara ver nuevamente a la figura. Pero el parque estaba vacío, salvo por la lluvia que seguía cayendo sin tregua.
O - - - - - - - O
Horas más tarde, la noche había envuelto el cielo en una densa oscuridad, y la lluvia se había convertido en un tenue golpeteo contra los vidrios de la ventana. La habitación de Rainbow Dash estaba en penumbra, iluminada solo por el parpadeo tenue de una lámpara que apenas lograba sobrevivir en su mesita de noche. Pero Dash no se percataba de nada de eso; estaba profundamente dormida, enredada entre mantas y almohadas como si librara una batalla épica contra una fuerza invisible.
Su cama era un campo de batalla. En algún momento, había comenzado a rodar hacia un lado, solo para girar bruscamente al otro como si estuviera siguiendo un patrón errático. Su pie sobresalía del borde del colchón, y sus brazos estaban extendidos como si intentara alcanzar algo en sus sueños. En el silencio de la noche, los suaves gruñidos y murmullos de Dash eran los únicos sonidos, aparte del incesante golpeteo de la lluvia.
De repente, un leve zumbido eléctrico llenó el aire. Al principio, fue casi imperceptible, como el chisporroteo de un cable suelto. Luego, una chispa brillante apareció junto al borde de la cama, iluminando fugazmente la habitación. Era un destello de energía, tan breve como el parpadeo de un relámpago, pero lo suficiente para dejar una huella momentánea en la penumbra.
A medida que el zumbido se intensificaba, una figura comenzó a materializarse frente a la cama de Dash. Al principio, era apenas una forma borrosa, como una sombra temblorosa atrapada en el reflejo de un charco. Pero poco a poco, los contornos se definieron: una silueta humanoide, esbelta, con destellos de energía recorriendo su cuerpo. Los movimientos del ser eran extrañamente fluidos, como si bailara con la electricidad misma.
El Stand había despertado.
En sincronía perfecta, cada movimiento de Dash en su cama era replicado por la figura, aunque con un toque exagerado. Si Dash se giraba abruptamente, el Stand giraba con una elegancia casi teatral. Si estiraba un brazo, el ser eléctrico extendía el suyo, emitiendo un leve zumbido al hacerlo. Era como si estuvieran conectados por una cuerda invisible, cada uno reflejando al otro en un espectáculo casi hipnótico.
—¡No, no quiero más espinacas! —gruñó Dash de repente, hablando en sueños. Su voz era un susurro ronco, pero lo suficientemente clara como para llenar la habitación con una inesperada dosis de humor. Su Stand, como si entendiera la protesta, imitó su expresión soñolienta, ladeando la cabeza en un gesto de aparente confusión.
La cama crujió cuando Dash cambió de posición una vez más, arrastrando las mantas con una energía que solo ella podría tener incluso dormida. Se detuvo por un momento, el rostro relajado, antes de murmurar:
—¿Qué clase de almohada... es esta? ¿Un ladrillo disfrazado?
El Stand, como si encontrara gracia en sus palabras, dio un giro rápido en el aire, sus destellos iluminando fugazmente las paredes. Era una coreografía extraña, absurda, pero fascinante. Cada movimiento suyo tenía una precisión inquietante, pero al mismo tiempo parecía estar disfrutando de esta danza nocturna.
Finalmente, Dash dejó escapar un largo suspiro y se acomodó en lo que parecía ser la posición perfecta. Su rostro se suavizó, y una pequeña sonrisa apareció en sus labios.
—Sí... eso es... perfecto... —murmuró, su voz casi inaudible mientras volvía a sumergirse en el mundo de los sueños.
El Stand, sin embargo, permaneció inquieto por unos segundos más. Saltó ligeramente en el aire, como si estuviera buscando su propio lugar para descansar. Pero luego, con un último destello, se desvaneció, dejando solo el zumbido de la lámpara y el suave sonido de la respiración de Dash.
La calma regresó a la habitación, aunque había algo en el aire, algo que prometía que esta no sería la última vez que Dash y su Stand se encontrarían. Por ahora, todo permanecía en paz, con Dash como la reina indiscutible de las siestas más caóticas y, extrañamente, más entretenidas del universo.
La noche continuó, con la lluvia como un telón sonoro y el misterio suspendido en la oscuridad.
