Capítulo 38: Té de despedida

Deramon observaba con una mezcla de emociones a Ceresmon, su querida amiga, descender del cielo en su imponente forma de ave gigantesca. Mientras la veía aproximarse, su corazón se llenaba de tristeza, mezclada con una pizca de ansiedad. Sabía que la llegada de Ceresmon significaba que pronto recibiría noticias de ella, y aunque normalmente estaría emocionado por escuchar sus relatos y aventuras, esta vez su mente estaba nublada por la preocupación.

Deramon no podía evitar sentirse un poco egoísta. Adoraba las historias de Ceresmon, y la presencia de la animada y extravagante Digimon le proporcionaba entretenimiento y compañía en su reino. Pero también sabía que cada vez que Ceresmon venía con noticias, buenas o malas, había una posibilidad de que ella decidiera partir nuevamente en busca de nuevas aventuras, dejándolo solo una vez más.

A medida que Ceresmon se posaba con gracia en el suelo, Deramon intentó ocultar sus sentimientos detrás de una sonrisa amistosa. No quería que su amiga percibiera su ansiedad, pero al mismo tiempo, ansiaba desesperadamente escuchar qué había ocurrido durante su última expedición. Estaba seguro de que Ceresmon tendría alguna historia emocionante que contar, aunque en el fondo temía lo que esas noticias pudieran significar para él y su reino.

Con una reverencia cortés, Deramon se acercó a Ceresmon para recibirla. Su mente bullía con una mezcla de curiosidad y aprehensión, preguntándose qué nuevas aventuras y desafíos traería consigo esta vez su excéntrica amiga.

Ceresmon se dejó caer con elegancia en el suelo, causando un leve temblor en la tierra, y adoptó su forma humanoide. Su rostro estaba iluminado por una sonrisa satisfecha, y sus ojos chispeaban con emoción. Deramon intentó ocultar su confusión mientras observaba a su amiga, cuyas palabras fluían rápidamente en un torrente de entusiasmo y emoción. La expresión del rey se tornó perpleja cuando Ceresmon comenzó a relatar su última aventura en el Continente Tamer, hablando de lugares exóticos y extraños encuentros con otras criaturas digitales.

A pesar de su sinceridad, Deramon no pudo evitar sentirse desconcertado por la historia de Ceresmon. La mente del rey estaba más acostumbrada a las intrigas palaciegas y los cotilleos de la corte que a las aventuras en tierras lejanas y desconocidas. Sin embargo, sabía que no podía desanimar a su amiga, cuya energía y entusiasmo eran contagiosos.

Con una sonrisa forzada, Deramon asintió y dio un par de palmadas, dando la señal a sus subditos para que prepararan las mesas en el jardín real. Era hora de tomar té y escuchar las historias de Ceresmon, incluso si el rey no entendía del todo las extravagantes aventuras que ella traía consigo. Después de todo, no había mejor entretenimiento en su reino que las inimitables historias de su querida amiga.

El jardín real de Deramon era un verdadero festín para los sentidos. Una paleta de colores vibrantes salpicaba el paisaje, con flores de todos los tonos del arcoíris en plena floración. El aire estaba impregnado con la dulce fragancia de las rosas, el exótico aroma de las orquídeas y el fresco perfume de los lirios. El suave murmullo del agua de las fuentes se entremezclaba con el suave susurro de las hojas mecidas por el viento, creando una sinfonía natural que acariciaba los oídos de quienes paseaban por el jardín.

En el recoveco bajo el parasol, los Kiwimon trabajaban con un ritmo tranquilo y coordinado, cada movimiento acompañado por el suave tintineo de la vajilla de porcelana y el susurro de las plumas al deslizarse sobre la mesa. La música clásica resonaba en el aire, flotando entre las ramas de los árboles como una melodía celestial. Los acordes suaves y elegantes llenaban el espacio con una atmósfera de refinamiento y elegancia, envolviendo a los presentes en un aura de calma y serenidad.

La mesa estaba adornada con una profusión de detalles lujosos: manteles de seda tejidos con hilos de oro, vajilla de plata finamente grabada con motivos florales y copas de cristal tallado que centelleaban a la luz del sol. Bandejas de plata reluciente sostenían una exquisita selección de pasteles y bocadillos, mientras que jarras de porcelana contenían tés aromáticos de todo el mundo, desde un delicado té verde hasta un robusto té negro.

A medida que los Kiwimon terminaban de preparar la mesa, Deramon observaba con satisfacción, deleitándose con la vista de este festín visual y sensorial. El aroma embriagador de las flores, el suave murmullo del agua y la música suave se entrelazaban en una experiencia multisensorial que elevaba el espíritu y llenaba el corazón de alegría y tranquilidad. Pronto, compartiría este escenario idílico con Ceresmon, disfrutando juntos de una tarde de té y conversación en este paraíso terrenal. Debía disfrutarlo mientras durara.

A pesar de la exquisita atmósfera del jardín real, Ceresmon no podía evitar sentirse un tanto incómoda con la música clásica que llenaba el aire. Las notas refinadas y elegantes parecían irritar sus sentidos más que calmarlos, y cada acorde resonaba en su ser con una sensación de discordia. Sin embargo, como huésped de Deramon, se esforzaba por ocultar su incomodidad y tolerar la música en nombre de la hospitalidad de su anfitrión. Ella quería ser el centro de atención y esa música no acompañaba a la trepidante historia que trataba de contar.

Mientras los Kiwimon terminaban de preparar la mesa con meticulosidad, Ceresmon se acomodó en su asiento con una sonrisa forzada, tratando de mantener la compostura ante la melodía que la inquietaba. A pesar de su aversión personal, reconocía la generosidad de Deramon al organizar este encuentro y estaba determinada a no dejar que su disgusto por la música arruinara el momento.

Ceresmon y Deramon tomaron asiento en las sillas ornamentadas dispuestas alrededor de la elegante mesa. Mientras tanto, los Kiwimon, con su característica diligencia, comenzaron a servir el té. El aroma de las hierbas frescas se desprendía del vapor que se elevaba de las tazas, llenando el aire con una fragancia embriagadora y revitalizante. Era un bouquet complejo de menta, lavanda y notas cítricas, que envolvía a los presentes en una atmósfera serena y reconfortante.

Deramon, intrigado por la expedición de Ceresmon al Continente Tamer, no pudo contener su curiosidad y le preguntó con entusiasmo sobre su viaje. Sus ojos brillaban con anticipación mientras esperaba escuchar las historias y los secretos que Ceresmon podría compartir sobre sus aventuras en tierras lejanas. Él se había dedicado más a viajar a reinos amigos, pero nunca había sido muy viajero. El monarca era más de recibir visitas.

La enorme copa de un árbol que coronaba el jardín los daba una apacible sombra. Deramon mantenía su postura solemne, con su pico levantado y sus alas cruzadas frente a su pecho, como siempre lo hacía cuando esperaba escuchar las novedades del mundo exterior. Sin embargo, esta vez, su calma habitual estaba teñida de curiosidad.

—Espero que tengas algo digno que contarme, Ceresmon. Por lo dicharachera y animada que has venido, supongo que es así —comentó Deramon con un tono ligeramente burlón mientras ajustaba su corona dorada.

—Oh, Deramon, lo que he vivido merecerá ser cantado en todas las epopeyas de la historia del Mundo Digital. Prepárate, porque esta historia no es para oídos tímidos —respondió con una teatralidad que hizo rodar los ojos a su interlocutor.

—Por favor, no escatimes detalles. Temo que me des una versión abreviada y me dejes insatisfecho —replicó Deramon mientras asentía para que continuara.

Ceresmon se acercó, su voz tomando un tono casi confidencial.

—Primero, imagina esto: una vasta llanura, reducida a cenizas por la invasión de un grupo de Digimon ígneos. Meramon, cientos de ellos, liderados por un SkullMeramon, un líder temible que evolucionó a Shroudmon ante mis propios ojos. Los dirigía con una ferocidad desconocida para mí. Una tribu de Jyagamon, aterrorizada, atrapada en el centro del conflicto, se refugiaba en un recoveco de la llanura esperando durante meses a que una figura poderosa, defensora de los débiles y restauradora del orden natural, acudiera en su auxilio. Y yo, su única esperanza —dijo mientras extendía sus brazos para enfatizar su papel heroico.

Deramon inclinó la cabeza, interesado pero escéptico. Había estado presente cuando Ceresmon recibió su misión por parte de Mercurymon. Decidió picarla un poco, para sacarle un par de detalles y unas risas.

—¿Y cómo responden estos Jyagamon cuando su "única esperanza" llega para salvarlos? ¿Te veneran? ¿Te erigen un altar? —preguntó con sarcasmo.

Ceresmon bufó, cruzando los brazos con indignación.

—¡No, por supuesto que no! Me recibieron con una lluvia de patatas. ¿Puedes creerlo? Yo, la diosa de la agricultura, atacada por tubérculos. Pero no importa, les enseñé su lugar rápidamente —añadió con una sonrisa orgullosa.

Deramon asintió lentamente, fingiendo entender.

—Por supuesto, porque ¿qué podría ser más efectivo que demostrar tu divinidad desenterrando a un Jyagamon para que el resto te apedree?

—¡Exacto! Aunque, para ser justa, mi paciencia se agotó. Usé mis poderes para demostrar mi superioridad. Los debilité solo lo suficiente para que entendieran quién manda. Después de eso, los convencí de que necesitaban mi ayuda para enfrentar a los invasores —continuó Ceresmon, ignorando el tono irónico de Deramon.

—¿Y qué ganaste con esto? ¿Su lealtad inquebrantable? —preguntó él, inclinándose hacia adelante.

—Aún no, pero está en camino. Los liberé del grupo de Meramon y del irritante SkullMeramon... o mejor dicho, Shroudmon. El combate fue glorioso, Deramon. Deberías haberlo visto. Las llamas volaban por doquier y yo los esquivaba con una elegancia exquisita. Los Jyagamon, subidos a mí, me asistían en combate, lanzando sus patatas explosivas contra los invasores. Skullmeramon incluso se vio forzado a evolucionar y enfrentarse a mí con toda su fuerza, pero, al final, no fue rival para mí. Mi lava purificó el campo de batalla y envió un claro mensaje: no se juega con Ceresmon —relató, cada palabra cargada de orgullo.

Deramon entrecerró los ojos, sus alas se movieron nerviosas. No recordaba aquellos poderes de su amiga. Siempre la había visto en un ambiente distendido de té y cotilleo, mas nunca en el campo de batalla.

—Purificaste el campo de batalla... ¿con lava? ¿Estás segura de que eso no generó, digamos, problemas con la tierra?

Ceresmon agitó una mano, restándole importancia.

—¡Por favor! Es un fertilizante especial. Claro, los Jyagamon tampoco no lo entendieron al principio y me miraron como si hubiese destruido todo. Pero ya verán los resultados. En unos días, esa tierra estará rebosante de vida. Y entonces, no tendrán más remedio que aceptar mi liderazgo y darme lo que busco: el Código Corona y su gratitud eterna.

—Ah, sí, la gran misión de Mercurymon. Me pregunto cómo reaccionará cuando descubra que ahora has establecido tu base sobre una tribu desconfiada y un campo cubierto de cenizas —comentó Deramon, aunque su tono sugería que disfrutaba demasiado del drama.

—Tonterías. Esto es solo el comienzo, Deramon. Lo que he logrado hoy será el fundamento de un nuevo orden. Cuando las plantas florezcan y los Jyagamon vean la vida regresar, sabrán que yo soy su salvadora y podré establecer mi nuevo reino vegetal allí. Será un maravilloso vergel. Ya lo verás. —declaró Ceresmon con firmeza.

Deramon rió suavemente, su plumaje agitado por la brisa.

—Es curioso cómo transformas cada desastre en una victoria personal. Aún así, debo admitir que tu historia tiene mérito. Aunque, si te soy sincero, espero que Mercurymon no se entere de los pequeños "ajustes" que hiciste en su plan.

Ceresmon le lanzó una mirada divertida.

—Oh, Mercurymon puede decir lo que quiera. Al final, solo importa una cosa: yo soy la única que puede hacer que todo esto funcione. Sin mí, la revolución que planea fracasará estrepitosamente. Y cuando lo logre, seré recordada como la diosa que devolvió el orden a este mundo.

Deramon negó con la cabeza, aunque la sonrisa en su pico revelaba su diversión. Sabía que era mejor no contradecir a Ceresmon cuando empezaba con esos discursos megalómanos. Decidió cambiar de tema, aún intrigado por los detalles de su contienda.

—Por lo menos, nunca dejas de entretenerme. Ahora, ¿qué tal si me cuentas más sobre esos pantalones ridículos de Shroudmon?

Ambos estallaron en carcajadas, mientras el crepúsculo envolvía el claro en una luz dorada.

Deramon agitó sus alas con un movimiento tranquilo, pero sus ojos brillaban con una chispa curiosa mientras se acomodaba sobre una rama baja. Desde esa posición, miró a Ceresmon con un aire reflexivo, como si estuviera a punto de lanzar una pregunta que ya llevaba un tiempo meditando.

—Entonces, Ceresmon, con todo este alboroto sobre los Jyagamon y tus planes para transformar la llanura, tengo que preguntar... ¿piensas abandonar mi valle y mudarte a tu nuevo territorio?

La pregunta flotó en el aire como una pluma, ligera pero cargada de intención. Ceresmon se quedó inmóvil por un momento, observando a su viejo amigo. Había algo en la forma en que lo había dicho que le hizo entender que la pregunta no era solo una cuestión de logística; era una sutil manera de pedirle claridad sobre sus planes.

—¿Qué puedo decir, Deramon? —empezó, cruzando de nuevo los brazos con un gesto casi melancólico—. Has sido un anfitrión excepcional, y este valle es cómodo, apacible… —Hizo una pausa, como si reflexionara profundamente, pero luego dejó escapar un suspiro teatral—. Pero creo que es hora de que me marche. No querría abusar de tu hospitalidad más de lo necesario.

Deramon inclinó la cabeza, analizándola como un halcón que evalúa a su presa. No era noticias que recibiera con gusto.

—Eso suena muy considerado de tu parte, pero te conozco demasiado bien, Ceresmon. Estoy seguro de que hay algo más detrás de tus palabras. ¿O acaso me equivoco?

La olímpica se encogió de hombros, fingiendo una inocencia que no le quedaba del todo natural.

—Bueno, si insistes... La verdad es que este valle es encantador, pero… demasiado encantador para mi gusto. Después de todo lo que he pasado, necesito algo más que tranquilidad. Aquí, la rutina me está consumiendo. Las noches son demasiado calmadas, las tardes demasiado largas, y francamente, las pocas visitas que recibes son… cómo decirlo... algo monótonas. —Hizo un gesto exagerado, recordando las aburridas incursiones de los Kiwimon y Pomumon locales.

—Ah, ya veo —respondió Deramon, esbozando una sonrisa astuta—. Así que te has cansado de la paz que tanto decías necesitar.

Ceresmon se rió suavemente, como si él acabara de descubrir un secreto que ella había dejado a la vista intencionadamente.

—No es que me haya cansado, exactamente. Simplemente, siento que necesito acción. Aunque agradezco tu compañía, la vida retirada no es para mí. Transformar esa tierra en un edén será una tarea que pondrá a prueba mis habilidades. Cuando todo esté listo, te invitaré a que me visites y contemples mi creación con tus propios ojos. Además, debo admitir que hay algo gratificante en tener súbditos a quienes guiar.

—Súbditos, dices —replicó Deramon, afilando su tono como si acabara de escuchar una palabra clave—. Y yo aquí pensando que buscabas compañeros para construir algo significativo.

Ceresmon lo miró con una mezcla de diversión y desafío.

—Oh, Deramon, siempre tan idealista. Claro, puedo llamarlos compañeros si eso te hace feliz, tal y como lo haces con las aves que acoges en tu valle. Pero todos sabemos que, en el fondo, lo que buscan los Jyagamon es alguien a quien seguir, un faro de liderazgo que les devuelva lo que perdieron. Y yo, mi querido amigo, soy ese faro.

Deramon soltó un leve suspiro, moviendo su corona de hojas de manera teatral.

—Siempre tan modesta, Ceresmon. Pero dime, ¿cómo planeas ganarte su lealtad duradera? Porque por lo que has contado, aún te miran más con desconfianza que con reverencia.

Ceresmon se acercó y extendió una de sus garras hacia un pequeño arbusto cercano. Con un gesto elegante, hizo florecer un racimo de flores vibrantes en cuestión de segundos.

—Les daré lo que necesitan, por supuesto. Vida, crecimiento, abundancia. Esa tierra volverá a ser fértil, y cuando vean lo que puedo hacer, no tendrán dudas de que soy su mejor opción.

—Ah, entiendo. Entonces, ¿tus métodos son más persuasivos que impositivos? —preguntó Deramon con una ceja alzada.

—Depende de cómo lo veas —respondió Ceresmon con una sonrisa que no prometía nada bueno—. Si se convencen rápido, será persuasión. Si no, bueno… también soy muy eficiente imponiendo orden.

El comentario arrancó una risa profunda de Deramon, quien agitó sus alas para acomodarse mejor en su asiento.

—Supongo que nada de lo que diga te hará reconsiderar. Aunque, si debo ser honesto, creo que es hora de que el valle recupere su serenidad. No me malinterpretes, pero tu energía revolucionaria ha atraído más movimiento del que suelo tolerar.

—¿Movimiento? ¿Hablas de los Kiwimon que se pierden en la maleza buscando tus famosas ensaladas de frutas? —se burló Ceresmon.

—Y de los que regresan tres veces al día porque no pueden resistirse a mi té especial —añadió Deramon con un tono solemne pero travieso—. Ceresmon, reconozcámoslo: eres buena para el espectáculo, pero mi valle también necesita calma.

Ambos rieron, un sonido que llenó el aire del valle con un eco casi nostálgico. Después de todo, había una complicidad entre ellos que no necesitaba ser expresada en palabras.

—Entonces, Deramon, espero que nuestra próxima charla será en mi nuevo territorio, celebrando mi éxito. —dijo Ceresmon, poniéndose de pie y estirándose con gracia—. Pero no te preocupes. Te enviaré informes detallados de mis conquistas.

Deramon la observó, una mezcla de afecto y resignación en su mirada.

—Hazlo, pero intenta que no sea a través de algún mensajero al que hayas "persuadido" demasiado. Prefiero información, no amenazas implícitas.

Ceresmon sonrió ampliamente mientras extendía sus alas, lista para retirarse a sus aposentos.

—No prometo nada, viejo amigo. Pero te diré algo: mi historia está apenas comenzando, y cuando regrese, tendrás un relato digno de una epopeya.

Y con esas palabras, Ceresmon se retiró por el momento, mientras Deramon se quedaba observando cómo se desvanecía entre la maleza, con una sonrisa que solo un viejo amigo podría entender. Sabía que la diosa no se quedaría mucho más tiempo lo cual a su vez le entristecía y le alegraba.