Disclaimer: Esta historia está inspirada, en parte, en el universo de Harry Potter de J.K. Rowling. Salvo algún que otro personaje de mi invención, todos los ambientes, personajes, argumentos, hechizos y todo lo reconocible pertenece a la autora. Yo solo los tomo, los mezclo y agrego cosas.
Aclaración: La siguiente es una historia que habla de sufrimiento y violencia de todo tipo hacia la mujer. Sugiero discreción. Aunque este fanfic está basado en el argumento de una novela turca, el siguiente Dramione tomará su propio rumbo dentro del universo de Harry Potter.
Dato: no me gusta deformar las palabras para mostrar que una persona tiene algún acento en particular, así que no lo haré. Sin embargo, siéntete libre de leer algunos diálogos con marcado acento búlgaro.
Capítulo 10: Encuentros
Draco tardó casi un minuto entero en reponerse de la sorpresa y recordar sus modales de caballero. Tenía que admitir que Aubrey no se parecía en absoluto a la doble de Millicent Bulstrode que había imaginado. Ella era todo lo contrario: se veía hermosa y olía como el jardín de su madre en primavera. Sin embargo, había algo en su rostro, casi infantil, que no logró subyugarlo por completo. Aunque era preciosa, le faltaba un no sé qué especial.
—Dónde están mis modales… Lo siento, señorita Fawley, en efecto, soy Draco Malfoy.
Dijo, extendiendo su mano para estrechar la de ella y quizá regalarle un casto beso en el dorso. Pero no llegó a hacerlo, pues una pequeña mano se interpuso justo cuando estaba a medio camino.
—Hola, yo soy Enya Wyrm Malfoy-Black. Draco es mi papi, y Hemera Black —dijo, señalando a Hermione— es mi mami.
La melodiosa voz de Enya interrumpió la conversación, desviando la atención de la muchacha hacia ella en un instante. Ahora nadie podía recordar bien por qué Aubrey estaba allí, pues aquel comportamiento había sido tan impropio que incluso Hermione sintió cómo los colores subían a su rostro y un calor incómodo se instalaba en sus mejillas, demostrando el aprieto en el que Enya las acababa de meter.
—Eh… hola, pequeña —contestó Aubrey a la niña antes de volverse hacia Draco—. No sabía que tenías una hija.
—La tengo… ¡Sorpresa! Supongo que luego deberé explicarte eso…
Draco se rascó la nuca y luego se inclinó para tomar a la niña en brazos. Enya escondió su rostro en el hueco de su cuello y se aferró a él como si estuviera atrincherada, negándose a separarse de su nuevo padre.
Por otro lado, Aubrey miró directamente a Narcissa, el único rostro conocido en la habitación, como buscando una respuesta a aquella situación. Nadie le había informado que su futuro marido ya tenía una familia a la que ella debería integrarse.
En ese momento, Narcissa se puso de pie y tomó el brazo de Aubrey, desviando la atención de la muchacha para sacarla del estudio, mientras Draco y los demás concluían el papeleo de Enya y Hermione.
—Lamento que tu recibimiento haya sido tan desordenado, querida. No te esperábamos aún. Pero, si me lo permites, deja que te acompañe al ala de huéspedes. Allí podrás ponerte cómoda, y luego Draco te explicará todo con calma. Como ves, mi hijo y mi esposo estaban trabajando en algo extremadamente aburrido: papeleo legal con sus amigos y la madre de Enya. Sin embargo, llegas en el momento justo, pues estaba a punto de retirarme por el tedio.
Narcissa se interpuso en la línea de visión de Aubrey, bloqueando la vista hacia la mesa donde estaban Hermione y los demás. No quería que la muchacha viera algo que pudiera delatar la pantomima que su hijo y sus amigos acababan de construir.
—Oh, no se disculpe. Soy yo quien siente haber llegado en mal momento, señora Malfoy. Mi traslador fue reprogramado debido a la tormenta solar pronosticada para mañana. Si no tomaba el que me trajo hoy, mi llegada se habría atrasado al menos una semana.
Aunque su llegada había sido adelantada, Aubrey había imaginado una bienvenida un poco más cálida por parte de la familia de su prometido. Hasta ahora, solo la niña y Narcissa habían mostrado interés en ella, y claramente ninguna parecía entusiasmada con su presencia. En cuanto al señor Malfoy, sabía que no era alguien fácil de impresionar, pero al menos habría esperado que se pusiera de pie para saludarla. Sobre la madre de la hija de Draco y los amigos que la acompañaban, aún no sabía qué pensar.
—Señorita Fawley, permítame concluir estos asuntos y le prometo cenar con usted en el salón para ponernos al corriente.
—Está bien… pero dime Aubrey, "señorita Fawley" me resulta un poco incómodo.
—Entonces, Aubrey será.
Draco le regaló a la muchacha una de sus arrebatadoras sonrisas, pero no pudo hacer mucho más, pues sintió cómo un brazo infantil se cerraba alrededor de su cuello, como una boa constrictora intentando asfixiarlo.
Las formalidades y las frías despedidas de los demás presentes demoraron un par de minutos más, y solo cuando se aseguraron de que Narcissa había llevado a la recién llegada bastante lejos, Malfoy hizo lo necesario para liberarse del abrazo casi sofocante de Enya.
—Pequeña serpiente, ya puedes soltarme. No puedo respirar...
Con las mejillas sonrosadas, la niña salió de su escondite y permitió que la dejaran en el suelo, ante su recién adquirido padre.
—Hola…
Dijo con una sonrisa de "yo no fui", en cuanto notó que todos los ojos de la habitación se fijaban en ella.
—Enya, ¿cómo pudiste? Discúlpate con Draco de inmediato. Ese comportamiento no es adecuado.
Normalmente, Hermione no debía reprender a Enya, pues no era común que tuviera ese tipo de comportamientos. Ella ni siquiera hablaba sin que se le diera la palabra, pero ahora había hecho una escena casi digna de su nuevo padre en su niñez.
—Déjala, Hermione. No es nada.
Draco había sentido algo especial al ver el arrebato de celos de Enya. Si bien era un comportamiento cuestionable, no podía negar que le había gustado ver a la pequeñita siendo posesiva con él.
—Los Malfoy no compartimos, señorita Granger. Enya es una Malfoy y lo ha dejado claro. Aunque, para futuras circunstancias, princesa —expresó Lucius, dirigiéndose esta vez a su nueva nieta—, no deberías perder tus modales.
—Cincuenta galeones a que la joven Malfoy-Black será Slytherin.
Ante la mirada atónita de Hermione, quien sentía que había caído en la madriguera del conejo, Blaise inició un peligroso juego de apuestas al que Theo se unió rápidamente.
—Cien a que también será premio anual. La inteligencia de Granger está ahí, puedo verla.
—Par de cretinos. Dejen de apostar sobre el futuro de mi hija…
—Vamos, Draco, ¿estás dentro?
—Por supuesto, Zabini. Doscientos a que será la jugadora de quidditch más joven en un siglo. Compraré la mejor escoba de entrenamiento infantil en cuanto pueda ir al Callejón Diagon.
—¡Mami, mami! ¿Tendré una escoba? ¿Mami, me escuchas?
La cacofonía de voces sin orden ni concierto, sumada a la repentina aparición de Aubrey, hizo que Hermione perdiera el hilo de lo que sucedía. Al principio, parecía simplemente distraída, observando la pluma y el tintero que descansaban sobre la mesa de roble oscuro. Pero pronto Lucius notó que algo no estaba bien con ella.
En los ojos de Hermione, él pudo reconocer algo que había visto muchas veces en sí mismo. Antes de intentar ayudarla, Lucius decidió enviar a Enya a jugar a su habitación.
Todo comenzó con un leve zumbido en los oídos, como el eco lejano de un trueno. Al principio, Hermione lo ignoró, pero pronto descubrió que la tormenta no era lejana; ocurría en su interior. El zumbido creció y creció, llevándose el ruido de las voces a su alrededor, mientras unas manos invisibles parecían sujetar su rostro, presionando sus sienes.
De pronto, el aire se convierte en un enemigo invisible. Jadea buscando oxígeno, pero cada intento de respirar es como aspirar vidrio: entra poco, se rompe, se atasca. Su pecho se cierra, como si unos brazos enormes lo comprimieran, como si él estuviera sentado sobre sus costillas. Abre la boca, jadea más, pero no hay alivio. Solo ese vacío que es tan conocido y aterrador.
El zumbido en sus oídos vuelve a crecer, ensordecedor, como un enjambre de abejas furiosas atrapado en su cabeza. Todo lo demás desaparece: las voces de los hombres, las palabras de su hija… incluso su propia voz interior. Pero, de fondo, todavía escucha algo. "¿Mamá?" Su voz, un eco que parece venir de otro mundo, se mezcla con el zumbido y rebota en las paredes de su mente, sin llegar a ninguna parte.
Su corazón late tan fuerte que está segura de que va a explotar. Es un tambor desquiciado, golpeando su pecho, vibrando en su garganta, acelerado hasta doler. Cada latido es un recordatorio de que está viva, pero se siente como una amenaza, como una promesa. Todo saldrá mal. Es un mal augurio.
Sus manos tiemblan. No sabe si por el frío o por el miedo, pero aprieta los puños, más y más fuerte, como si eso pudiera detener el caos. El dolor en las palmas la despierta un instante: las uñas hundiéndose en la carne, haciéndola sangrar. Pero ni eso logra anclarla a la realidad que cada vez parece alejarse más mientras comienza a caer en un profundo océano donde el aire no existe, no para ella…
– ¿Hermione? ¿Qué sucede?
Draco notó cómo su padre urge a Enya para que se marche y comprende que algo sucede cuando la niña acepta marcharse, aunque su madre no le responda sus preguntas. Incluso Blaise y Theo detienen su discusión cuando el aire cambia en la habitación. Lo que la señorita Fawley no había logrado con su llegada, Hermione lo estaba haciendo solo con su presencia.
Está ahí, sentada en su asiento, con la mirada fija en un punto invisible, como si estuviera viendo algo que nadie más podía ver. Su pecho subía y bajaba de forma descontrolada, demasiado rápido, como si estuviera luchando por un aire que parecía no existir para ella.
Sus labios están entreabiertos, temblorosos, como si quisiera decir algo, pero las palabras no pudieran salir. Su rostro está pálido, casi translúcido, con una capa de sudor brillante que refleja la luz de la habitación. Sus ojos están húmedos, pero vacíos, demasiado abiertos, rezumando miedo, aunque no haya nada extraordinario frente a ella.
Él no entiende qué está pasando, pero algo en su pecho se contrae. Se siente impotente, aterrado, porque no sabe qué hacer. No hay un peligro inminente en la habitación, no hay magos malvados contra quienes luchar, ni siquiera hay una corriente de aire que pueda causarle frío. Hermione está frente a él, viviendo una batalla en la que no puede ayudar. Él quiere moverse, detenerla, hacer algo, pero no sabe cómo.
Su corazón se acelera cuando nota sus lágrimas, gruesas y silenciosas, rodando por el rostro de Hermione. No hay gemidos, solo ese ruido… ese maldito sonido que parece llenar el aire. Su respiración, entrecortada y sofocante que lo hiere tanto como si alguien le estuviera lanzando un cruciatus.
Traga saliva, sintiendo un nudo en su garganta, luchando contra la urgencia de correr hacia ella. Quiere hacer algo, pero no sabe qué. No sabe cómo. Solo sabe que verla así, derrotada por algo invisible, lo llena de un miedo que nunca había sentido antes. Porque no se trata solo de ella. Se trata de todo lo que siente por ella. Y la idea de perderla, de no poder alcanzarla, lo golpea como un martillo.
– ¡Draco!, atúrdela. Es un ataque de pánico.
La voz calmada pero firme de Lucius saca a Draco de su trance, y debe volver a recibir la orden antes de poder entender qué es lo que le está sucediendo a la bruja frente a ellos.
– Sujétala, lo haré yo.
En cuanto Lucius menciona la posible causa de lo que ha paralizado a Granger, comprendo que él no podrá seguir aquella sencilla orden. Así que me pongo de pie mientras saco mi varita, dispuesto a aturdirla para que salga de su estado y deje de torturarlo involuntariamente.
La habitación está cargada de una tensión que parece doblar el aire. Ella está en el centro de todo, inmóvil pero llena de un caos que casi puede palparse, su respiración rápida y rota llenando el silencio. Él está a su lado, rodeándola con sus brazos, aunque ella no lo note. La sostiene con una urgencia en los gestos que parece casi íntima, aunque todo en él es torpeza y miedo.
Desde donde estoy, los observo. Cómo inclina su cuerpo hacia ella, como si con eso pudiera alcanzarla en ese lugar oscuro donde parece atrapada. Sus manos vacilan antes de moverse. De pronto, es como si el resto de nosotros no existiera, como si todo lo que importara estuviera en ella.
Es difícil no notar la forma en que la mira, incluso en su desesperación. Hay algo más ahí, algo que duele mirar. No porque no lo entienda, sino porque lo entiendo demasiado bien.
Está completamente absorto, cada músculo de su cuerpo tenso, como un arco listo para disparar una flecha invisible; todo su sufrimiento se marca en su frente, con aquella vena que sobresale cuando la tensión alcanza un punto máximo. No puedo culparla por eso, ni siquiera puedo culparlo a él. Pero no puedo dejar de verlo. No puedo dejar de sentirlo.
– ¡Desmaius!
Automáticamente, la tensión en el cuerpo de Hermione desaparece y cae desplomada en los brazos de Draco, quien se las arregla para tomarla y evitar que se golpee. Rápidamente, nota cómo comienza a respirar con normalidad.
– Gracias, Theo.
-o-
En cuanto se aseguró de que Hermione dormía tranquila en la habitación y que Enya estaba distraída leyendo con su padre en la biblioteca, Draco decidió enfrentar a su prometida. Ella no tenía la culpa de lo que estaba sucediendo en su vida y, antes que nada, él debía ser un caballero y darle algunas explicaciones.
Su madre le había hecho saber que había instalado a Aubrey en una habitación de invitados ubicada casi diametralmente opuesta a la suya en la mansión, pero que debía balancear su tiempo para darse la oportunidad de conocer a la muchacha.
Habían pasado casi tres horas desde que ella había llegado y, en ese lapso, el medimago familiar había diagnosticado a Hermione con ataques de pánico debido al estrés postraumático. Tantas emociones en un solo día habían sido catastróficas para su frágil salud mental, y por el momento debería tomar algunos filtros de paz o algún ataque podría hacer que su magia estallara nuevamente.
Antes de llamar a la puerta de Aubrey, Draco recorrió su pasillo un par de veces, intentando repasar la historia de Enya para que su prometida no sospechara que era toda una farsa. Probablemente, empezar un compromiso con una mentira no fuera la mejor de las ideas, pero no hundiría a ningún inocente más en aquel pozo de alquitrán en el que todos ellos estaban.
– ¿Señorita Fawley?, soy Draco. ¿Podría pasar?
En otros tiempos y en esa mansión, aquella visita sería muy mal vista, casi pecaminosa, ya que ningún encuentro entre futuros esposos podría darse sin un chaperón presente; pero, por suerte, esas épocas habían terminado, aunque los retratos silenciados de las paredes no parecieran estar de acuerdo.
Unos cuantos segundos después, Aubrey abrió la puerta del dormitorio que tan amablemente Narcissa le había asignado. Se había tomado la última hora para desempacar y cambiar su túnica de viaje por algo más cómodo, al estilo muggle de estar por casa, con unos vaqueros y una camiseta que le quedaba como un guante.
Mientras se instalaba, decidió reflexionar acerca de lo que estaba haciendo en ese lugar; había aceptado el compromiso por obligación y despecho, pero ahora no estaba tan segura de que fuera una buena idea. Quizá casarse con el primer hombre que apareciera, y más aún, uno escogido por su madre, no fuera la mejor de las venganzas.
Cuando Dennis la dejó por una mujer mucho más atrevida y sensual, decidió que estaba cansada de buscar un hombre que la apreciara por como era y no por quién era o cómo lucía, y, en un arrebato, dejó en manos de su madre la búsqueda de un esposo. Usualmente, su madre siempre buscaba conseguirle lo mejor de lo mejor y, seguramente, el marido que eligiera sería bastante más decente de lo que ella misma podría encontrar. Aunque ahora, habiendo visto a la hija de Draco, no estaba tan segura de que lo hubiera logrado esta vez.
– Hola, Draco. Estaba terminando de desempacar; si me das un momento, puedo prepararme para bajar a cenar.
– Hola, está bien. Los elfos traerán la cena al balcón. No te preocupes. Ha habido un pequeño percance y decidí que no sería necesario que cenáramos en el salón.
Aunque le resultó un poco raro, no era inusual que las familias antiguas optaran por cenar en solitario en vez de todos juntos. Después de todo, los salones comedores de las mansiones solariegas eran tan masivos y las mesas tan largas que, aunque todos estuvieran allí, los puestos en la mesa los mantendrían alejados y, de todas formas, sentirían como que estaban solos.
– Entonces ven, pasa. Pasa…
Draco tuvo la decencia de no reírse cuando Aubrey lo guió por la habitación hacia el balcón, pues se notaba que la muchacha estaba un poco nerviosa, y no sería amable de su parte mencionar que aquella era su casa y que conocía cada rincón de la misma.
– Bien, entonces… Creo que deberíamos ir al grano. Seguramente nuestras madres te han dado un breve resumen de quién soy y es probable que tengas demasiadas preguntas. Estoy aquí para responderlas.
No sabía realmente lo que Narcissa le había dicho a Aubrey, así que decidió hacer un poco de control de daños por su cuenta. Era en ese momento cuando echaba en falta no haber aprendido legeremancia. Sus clases de oclumancia con Snape habían sido muy productivas, pero, lamentablemente, no había llegado a las lecciones de legeremancia, pues su muerte había interrumpido las lecciones de forma definitiva.
La primera impresión que la bruja se estaba llevando de su prometido era muy buena. Él no solo era apuesto, sino que parecía ser un hombre honesto, caballeroso y, por lo poco que vio, un buen padre. Sin embargo, no sabía por dónde empezar; eran tantas las preguntas que quería hacerle que le costó clasificarlas y darles un orden de mérito para poder lanzarlas.
– Antes de que comience el interrogatorio, Aubrey, quiero ser honesto y necesito que sepas que acepté este compromiso básicamente porque mi madre no dejaba de insistir en que necesitaba una nueva esposa. Como sabrás, estuve casado antes y también tengo una hija. Mis intereses no estaban en encontrar una mujer, pero acepté que ella buscara una esposa para mí, así que cumpliré todos los acuerdos de la mejor manera posible y honraré los pactos familiares tal y como fueron hechos.
Aquello, quizás, había sido demasiado honesto para su gusto, pero tenía que admitir que esperar una declaración de amor a primera vista sería demasiado iluso de su parte. Era una mujer adulta y Draco era mayor que ella; ambos provenían de familias de abolengo, y los cuentos rosas nunca formaban parte de los pactos matrimoniales. Ella sabía que a duras penas podría aspirar a conocerlo y buscar llevarse bien. Y quizás, solo quizás, desear que algo más surgiera en el futuro.
– Gracias por tu honestidad. Tengo mil preguntas, pero creo que la más importante es aquella que involucra al enorme e hipotético erumpent en la habitación…
Draco no pudo evitar lanzar una pequeña carcajada, pero rápidamente se recompuso y dejó que ella hablara, preparado para responder lo más honestamente posible.
– Adelante, dispara.
Ella respiró profundo y comenzó a elaborar la primera de sus preguntas.
– Mi madre no me dijo que tenías una hija. Sabía que estabas divorciado, pero no de la niña. ¿Enya es hija de tu exesposa?
Un calor un tanto incómodo subió por el cuello de Draco y se vio reflejado en un sonrojo que claramente Aubrey notó, así que acudió a las técnicas de oclumancia y se preparó mentalmente para responder sin tropiezos.
– No. Enya es hija de Hemera, la mujer que viste en el salón. Mi exesposa es Astoria Greengrass.
– ¿Tuviste dos esposas entonces?
Él sacudió la cabeza con vehemencia.
– Hemera es una prima lejana. Antes de casarme con Astoria, tuve un affair con ella y de esa muy, muy fugaz relación nació Enya. Nuestros padres no llegaron a un acuerdo de compromiso, así que Hemera se hizo cargo de la niña y se mudó a un lugar donde su desliz no fuera juzgado, y mi hija no recibiera maltrato a causa de que sus padres no estuvieran juntos.
– ¿Es por eso que nadie sabe de ella?
Aún no habían aceitado la historia lo suficiente como para dar detalles profundos acerca del nacimiento de Enya, pero se tomó la libertad de añadir algunos detalles que compondrían mejor el relato y que más tarde le contaría a Granger.
– Mi reputación. No quería que estigmatizaran a la niña por mi culpa. Así que dejé que estuviera fuera de mi vista hasta que me di cuenta de que no me importa lo que opinen; la quiero conmigo. No pienso perderme nada más de su crecimiento.
Si bien había alguna que otra mentirilla aquí y allá, él estaba siendo casi totalmente honesto con Aubrey.
– ¿Y Hemera? ¿Ambas vivirán aquí?
– Es la idea –zanjó–. ¿Sería un problema para ti?
– No lo sé. ¿Ella no tiene esposo aún?
Aubrey pudo notar enseguida cómo la ira circulaba por el rostro de Draco, a pesar de que intentara ocultarla.
– Fue obligada a casarse con un imbécil que la maltrató todo el tiempo que estuvo con él. Y no solo a ella, sino que traumatizó a mi hija, quizá de por vida. Ellas ahora están bajo mi protección y no es seguro que abandonen la casa mientras ese tipo siga ahí afuera. Sé que puede ser incómodo, pero no es algo negociable.
Podía oír en su voz algo que le decía que ella no solo era la madre de su hija y una dama que había pasado un mal momento. Pensó en dejarlo pasar, pero no era una mujer cobarde, así que fue al hueso y lanzó la pregunta que más vueltas había dado por su mente en los últimos minutos.
– ¿Todavía la amas?
Draco solo elevó una ceja al oír la pregunta y cerró su mente lo más posible antes de responder de forma monocorde y desapasionada.
– Es la madre de mi hija. ¿Necesitas saber algo más?
Era obvio que aquello lo estaba incomodando más de lo necesario, pero se negaba a iniciar el compromiso sin saber lo que realmente le esperaba.
– Sé que es una molestia y no debería importar, pero necesito preguntarlo. ¿Cómo fue que tú y ella se enredaron?
La muchacha lo tenía contra las cuerdas, y a pesar de la oclumancia, sus sentimientos se filtraban fácilmente en su voz. Él no tenía aún una historia sobre la concepción de Enya, pero aquel era tan buen momento como cualquier otro para inventarla.
– La conocí cuando éramos unos críos. No me resultaba particularmente atractiva. Incluso la detestaba por su sangre. Pero debo admitir que en realidad estaba profundamente celoso de ella. Usualmente se ganaba a pulso todo lo que yo deseaba.
Mientras hablaban, se había convencido a sí mismo de que diría la mayor cantidad de verdades posibles acerca de Hermione, y fue así que terminó por relatar cómo la conoció en realidad.
– Entiendo. Viendo a Enya, puedo adivinar que ella ha de haber sido una niña brillante. Seguro se robaba toda la atención durante las reuniones familiares.
Ella había interpretado la referencia de la sangre como una forma de decir que ambos eran parientes, y Draco decidió dejar que llenara los huecos argumentales de su historia. Así que simplemente asintió.
– Cuando comenzó a crecer, comencé a notar que me irritaba menos y que se volvió atractiva. El resto es historia. No creo que sea necesario que te cuente lo demás.
Él no estaba mintiendo. Desde que la volvió a encontrar, había notado lo mucho que Hermione había cambiado desde que eran niños, y a pesar de ese aura triste que la rodeaba, cada día recuperaba peso y algo de brillo saludable que la hacía ver más atractiva. Tampoco lo irritaba tanto. A él incluso le agradaba demasiado su compañía.
– ¡No!, comprendo –dijo, y se sumió en un instante de reflexión–. No puedo decir que esta situación sea sencilla o cómoda, pero prometo que intentaré acostumbrarme. Ella es importante para ti y para tu hija; lo mínimo que puedo hacer es intentar ser su amiga.
– Agradecería eso. Ha pasado por mucho, y aunque no haya nada entre nosotros, deseo que sea feliz y se recupere de todo lo que ha pasado.
Si acaso él había tenido ciertas esperanzas de que algo sucediera entre ambos en alguna noche de insomnio febril, el compromiso las había destruido. Su madre había hecho los pactos tan rápido y tan bien que prácticamente, con solo pensar en Hermione, estaba siendo infiel a Aubrey, a pesar de que la muchacha solo llevara algunas horas en la mansión.
– Y sobre nosotros, ¿no tienes dudas sobre los pactos, la boda o algo del matrimonio?
– En realidad, no. La tuya es la familia más aristócrata que conozco. Estoy al tanto de lo que se espera de mí como esposa y lo que puedo esperar de ti.
– ¿Tienes alguna objeción?
Aubrey comenzó a dudar. En los últimos minutos, ellos habían tomado asiento en los labrados bancos de piedra del balcón para estar más cómodos, y se vio observando las pequeñas grietas en la piedra a su lado antes de seguir hablando.
– Se supone que pasaré a ser una Malfoy. Mis posesiones pasarán a ser tuteladas por ti y se espera que te dé un hijo dentro del primer año de matrimonio… me preguntaba si accederías a que concluyera mis estudios de medimagia y trabajara en San Mungo, al menos unos días a la semana. No creo poder ser una dama de fiestas de té y holgazanería.
– Por supuesto. No veo motivos para prohibir que estudies o trabajes. Tampoco me interesa quitarte tu dinero. Podemos incluso agregar algún acuerdo prematrimonial para que nada de tu patrimonio pase a engrosar el mío; en verdad, no lo necesito.
Ella se rió.
– Soy una bastarda, Draco. Mi patrimonio cabe en la maleta y ni siquiera tengo una cámara en el banco. Mi abuelo me permitió vivir bajo su techo y pagó mi educación, pero jamás me contempló o me contemplará en su testamento. Realmente no soy un buen partido, has sido estafado.
Eso explicaba la celeridad con la que la familia Fawley había accedido al matrimonio. La muchacha no era un buen prospecto para una boda tradicional, así que, en cuanto les llegó la propuesta de los Malfoy, ellos le pusieron un moño a Aubrey y la mandaron a Wiltshire.
– No te preocupes. Yo estoy divorciado y tengo una hija extramatrimonial. Soy un ex mortífago y la madre de Enya vivirá con nosotros. En todos los aspectos, creo que fuiste tú la perjudicada.
Aubrey iba a decir algo más cuando la comida apareció humeante sobre la mesita del balcón. Esperaba decir algo ingenioso, pero el olor del pastel de calabaza le aguó la boca y decidió concentrarse en el hambre que había estado ignorando hasta ese momento.
Y así, la primera y más difícil de las conversaciones entre ambos dio paso a una cena bastante amena. Promediando el plato principal, Draco al fin pudo relajarse un poco e incluso pidió a uno de los elfos que trajera una doble ración de postre para ambos. Aubrey, por otro lado, sintió que podría acostumbrarse a su prometido. No era el más guapo de los hombres, tenía un pasado oscuro, tenía una hija con la cual debería compartir su tiempo, pero él no era Dennis; Draco sí era un caballero.
-o-
Cuando despertó, sintió como si todos y cada uno de sus músculos hubieran pasado por una picadora de carne y luego la hubiesen vuelto a ensamblar. Le dolía la cabeza y un regusto amargo en su boca le decía que alguien había vertido pociones en su garganta. Convenientemente, las cortinas de su habitación estaban cerradas, pues de no haberlo estado, sus ojos habrían sufrido debido a su sensibilidad a la luz.
Con mucho cuidado y lentitud, se sentó en la cama y estiró su mano hacia el vaso con agua que algún alma buena había dejado en la mesa de noche. Su garganta estaba en carne viva, pero el agua fue casi un bálsamo que le llevó el sabor de las pociones y algo del ardor que sentía.
– Al fin despiertas…
Como si tres segundos antes no hubiera estado haciendo un recuento de todos los sitios que le dolían, saltó de la cama y corrió hacia los brazos del dueño de aquella voz.
– ¡Harry!, ¡Harry!
Él había ganado unos cuantos centímetros desde la última vez que lo vio y también había ganado más musculatura. Ya nada quedaba del niño escuálido con el que habían recorrido el país huyendo de los carroñeros.
El abrazo se prolongó por casi diez minutos, durante los cuales ambos estuvieron sumidos en sus pensamientos y en el más profundo silencio. Solo se separaron cuando Harry sintió que su camisa se humedecía debido a las lágrimas de Hermione.
– Hey, no llores. No lo hagas o lloraré yo también.
Con un quejido a medio camino entre un sollozo y una carcajada, detuvo el llanto y de un par de manotazos secó sus lágrimas. Había soñado con este momento por tanto tiempo que no quería malgastarlo llorando.
– ¿Esto es real? ¿En verdad estás aquí? Dime que no estoy soñando.
– Es real, lo es.
En un arrebato de alegría, por poder verla al fin, Harry envolvió a Hermione en sus brazos nuevamente. Los abrazos y las comprobaciones de que aquel encuentro era real y que no era una clase alucinación que se transformaría en algo terrorífico duraron un par de minutos hasta que Hermione al fin se convenció.
– Juro que siempre creí que estabas viva, aunque todos lo negaban. Eres demasiado lista como para dejarte atrapar en un fuego cruzado. Eso simplemente no va contigo. Debí sospechar que alguien te había tendido una trampa, debí hacerlo. ¿Podrás perdonarme alguna vez?
A lo largo de los años, ella había pendulado entre el enojo y la comprensión hacia Harry y los Weasley. Incluso llegó a pensar que él realmente podría haber muerto en la batalla y que haberlo visto poniéndose de pie solo había sido una alucinación previa a su secuestro. Sin embargo, hacía tiempo que había dejado de esperar que él o Ron fueran a buscarla, dejándolos partir de su mente, al fin de hacer su cautiverio un poco menos doloroso al pensar en sus vidas lejos de aquella jaula dorada.
– No hay nada que perdonar, no fue tu culpa. Tú no sabías lo que sucedió. Draco me dijo que apenas supiste de mí, te pusiste a disposición para ir en mi búsqueda.
– Sí, trabajé codo a codo con tres Slytherins. Loco, ¿no?
– Gracias.
– No es a mí a quien debes darle las gracias. Yo solo hice lo que tenía que hacer, una vez que supe de ti. Él, por otro lado, fue quien te sacó de allí, cuidó de mi sobrina y dejó de lado su orgullo para pedirme ayuda.
Hermione reflexionó sobre las palabras de Harry y sonrió cuando se refirió a Enya como su sobrina.
– Creo que eso es lo más inesperado de todo.
– No en realidad. El amor hace extraños compañeros de cama.
– ¿No era la política?
– Es lo mismo… Lo importante es que ahora estás aquí, viva, con Enya y lista para comenzar a sanar. Te he traído algo de regalo; con los años pude dominar este truco, aguarda.
Con un simple "accio", Harry extrajo un baúl de buen tamaño del bolsillo de su chaqueta de Auror y lo depositó abierto frente a ambos. No debía ser excesivamente inteligente para notar que todo allí estaba relacionado con ropa.
– Ginny las eligió, fue todo un espectáculo verla recorriendo escaparates muggles.
– Oh, Harry gracias –dijo antes de comprender realmente las palabras de su amigo–. Un momento, ¿ESTÁS CON GINNY? ¿Ginny?, ¿Ginny Weasley?
– Pensé que ya lo sabías. Nos casamos casi de inmediato, luego de la guerra. Tenemos dos hijos, Albus de cuatro años y medio, y James de dos. Ella ahora está embarazada de cinco meses. Será una niña.
Dijo con cara embobada y fue obvio para Hermione lo mucho que Harry seguía amando a su esposa y ahora a sus hijos. Él al fin tenía la familia que siempre había deseado y eso la hacía más feliz que nada.
– ¿Y Ronald?
Cuando él bajó la mirada, ella instintivamente dedujo que algo había salido mal para Ron y su corazón comenzó a latir desbocado. Inmediatamente pensó lo peor. Siempre tuvo la duda de si Harry había logrado sobrevivir a la batalla, pero nunca se planteó la posibilidad de que fuera su otro amigo el que hubiera caído.
– Él está bien. Trabaja con George en Sortilegios Weasley. No te asustes.
Al ver el miedo dibujado en el rostro pálido de su amiga, Harry se apresuró a aclarar el malentendido. Si bien prácticamente había roto su amistad con Ron y eso se sentía fatal, él estaba bastante vivo la última vez que fueron a almorzar a la madriguera con Ginny y los niños.
– Es solo que… Él nunca fue el mismo después de la guerra. La muerte de Fred, tu "muerte" fueron cosas que simplemente lo rompieron. Al principio se enlistó en el cuerpo de aurores, pero luego lo abandonó; intentó cuidar dragones con su hermano, pero no se le dieron. Luego Ginny lo ayudó a conseguir un puesto de reserva en los Chudley Cannons, pero no funcionó para él. Tampoco se le dio lo de ser un rompemaldiciones y el trabajo de oficina en el ministerio lo aburrió. Así que ahora está en la tienda de bromas.
Hermione pudo ver en los ojos verdes de Harry todo el dolor que sentía a causa de que su mejor amigo hubiera cambiado tanto y puso una mano sobre la suya en un gesto de apoyo, pues no era necesario saber adivinación para saber que muy probablemente la amistad entre ambos se había disuelto con los años.
– Lo siento. La guerra dejó secuelas en todos nosotros.
– Sí, lo sé. Solo que en él fueron secuelas que lo hicieron volverse soberbio, fanfarrón y envidioso. ¿Es loco, no? Las cosas que más odiaba de Malfoy se convirtieron en parte de su personalidad.
– Y Malfoy se volvió un buen hombre…
Desviar la conversación hacia Draco la había puesto nerviosa. Aún no se había puesto a pensar en cómo sería todo con él ahora que Aubrey había entrado en sus vidas.
– Odio admitirlo, pero sí. Misteriosamente es un buen tipo ahora, snob y algo pedante, pero podría ser peor. ¿Cómo te tratan aquí?
Harry deseaba hablar de lo que le había pasado a Hermione en esos años, pero Draco le había advertido acerca de los ataques de pánico y, además, no debía ser un genio para entender que no habían sido buenos tiempos.
– Muy bien, aunque sigo pensando que Enya y yo somos una carga. Hace semanas que estamos aquí y Viktor no ha dado señales. Quizá sea hora de buscar un sitio para nosotras.
Un juego de té había aparecido sobre la mesita como por arte de magia y ambos habían tomado asiento a su alrededor, a fin de hacer aquella conversación un poco más amena.
– No creo que sea buena idea. Apenas salimos de allí, Herms, y solo fue porque uno de mis hechizos dio en él y eso hizo que sus hombres se distrajeran. Mis informantes me dicen que aún no hay noticias de su muerte, pero espero que pronto lleguen. No creo que Krum sea de los que se dan por vencidos fácilmente; mientras respire, él seguirá buscándote.
El aire se detuvo a medio camino en la garganta de Hermione. Las expresiones de Harry no habían cambiado a pesar de haber crecido y aún podía deducir sus pensamientos sin demasiados detalles, solo oyendo sus palabras y viendo sus ojos. Para rescatarla, él había lanzado maldiciones potencialmente mortales y estaba casi seguro de haber asesinado a Viktor, o al menos haberlo herido de gravedad.
– Harry… ¿tú…?
– Si te preguntas si le lancé una maldición asesina, la respuesta es sí. Solo que ninguna de ellas lo alcanzó. Luchaba por salir de allí, tengo hijos que cuidar y no iba a ser un héroe de hechizos de desarme y aturdidores… Zabini y Nott también lo hacían, consideré que nadie me juzgaría. Sin embargo, sé que un hechizo mío lo alcanzó. Sectumsempra, ¿lo recuerdas?
Verla cubriendo su boca en un mudo grito lo confundió.
– No me digas que temes que haya muerto. – ella guardó silencio–. ¿Hermione? ¿Acaso no lo odias?, por lo que te hizo.
– Lo odio con todo mi corazón, pero no puedo desear su muerte. Lo intento, pero no puedo.
– ¿Incluso con todo el daño que te ha hecho?
– Sin él, no hubiera tenido lo más bello que tengo. Sin él, Enya no existiría. No puedo, simplemente no puedo desear que su padre esté muerto.
Él se rascó la cabeza y se quitó las gafas mientras pensaba en las palabras de Hermione.
– Te entiendo, aunque quizá no soy tan buena persona como tú. Orinaré sobre la tumba de Krum el día que muera…
– Si es que dejo suficiente de él para que sea enterrado.
Ninguno de los dos oyó a Draco ingresar a la habitación, así que se sobresaltaron al oír la voz iracunda de Draco. No sabían cuándo había entrado ni cuánto de su conversación había oído, pero ambos se pusieron de pie aún con sus corazones galopando a toda máquina debido al susto.
– Te pondré cascabeles, Malfoy.
– Jamás me atraparías, Potter.
Hermione vio como ambos se saludaban con un amistoso apretón de manos mientras dejaba que su corazón comenzara a recobrar su ritmo normal.
– Buenos días, Hermione. Siento haber interrumpido, pero quería ver cómo te sentías. Pronto se servirá el desayuno y quería saber si tú y Potter desearían unirse a nosotros. Creo que Enya estaría muy feliz de verte en pie.
La noche anterior, luego de la cena con Aubrey, él había velado su sueño hasta que su madre apareció en la habitación para recordarle lo inapropiado que resultaba aquella situación. Ahora que su prometida estaba en la mansión, sus encuentros con Hermione debían limitarse a lo socialmente correcto para dos personas sin más relación que la hija que ambos decían tener en común.
Durante la noche había meditado el discurso moral de Narcissa y lo había aceptado hasta cierto punto. Se propuso poner distancia entre él y Hermione, pero esa mañana, cuando Potter llegó a la casa vía red Flú, exigiendo verla, un nuevo temor surgió en su pecho. Y por esa razón estaba allí; sabía que debía dejarlos ponerse al corriente, pero sentía la necesidad de evitar cualquier posibilidad de que Potter tuviera la idea de llevársela de la mansión, a ella o a Enya, por supuesto.
—La señorita Fawley está en San Mungo, mi madre ha ido de visita a casa de Andrómeda y mi padre se ha encerrado en la biblioteca desde la madrugada. Solo seríamos nosotros cuatro. Si lo deseas, puedo pedir que lleven el desayuno al jardín; es un bonito día.
Dijo una vez que vio duda en el rostro de la bruja.
—Por mí está bien. Ya desayuné, pero no me perdería la oportunidad de ver a Enya un momento.
Harry tenía deseos de insultar a Malfoy por haberse inmiscuido en la conversación, pero decidió que no sería una buena idea. Hermione vivía en su casa y, aunque fuera fastidioso, él tenía el derecho a ingresar en cualquier habitación que se le antojara, y además era quien la había estado protegiendo todo ese tiempo.
—Si me esperan un momento, quisiera tomar una ducha antes de desayunar. ¿Hay tiempo?
Draco se encogió de hombros y le dio luz verde para hacer lo que se le viniera en ganas. Narcissa no estaba en la mansión; desayunar un poco más tarde no desataría ninguna guerra.
—Adelante, ¿quieres que envíe alguna elfa para ayudarte?
Hermione vio, sobre la mesa de luz, la caja de tinte muggle que Blaise le había traído el día anterior y decidió que una elfa sería de gran ayuda para cumplir con el primero de los encargos. Aubrey la había visto con su color de cabello original, pero, con un poco de suerte, podría convencerse de que su melena siempre fue negra la próxima vez que la viera.
-o-
—Mami, mami, mamitaaa…
Enya corrió a los brazos de su madre en cuanto la vio cruzar las puertas de la galería de invierno, que daban al jardín donde el desayuno estaba servido. Harry, Draco y ella ya se habían instalado.
—Mi vida, estás aún más grande que ayer. ¿Y ese vestido? Estás preciosa.
La niña llevaba puesto un hermoso vestido color granate con volantes, y un listón dorado sostenía sus rizos en un bonito peinado semi recogido.
—¿Te gusta? El tío Harry lo trajo de regalo para mí. A Draco no le gusta, pero yo creo que es bonito.
Ambas iban caminando hacia la mesa cuando un hechizo dio en el vestido de la niña, transformándolo en verde y cambiando su listón a uno de reluciente plata.
—El verde se ve mejor. No puedo permitir que uses algo de ese color tan... tan... corriente. ¡Oye!
Mientras hablaba, Harry susurró un hechizo que regresó el vestido de la niña a sus colores originales. Al ver la infantil lucha cromática que involucraba a su hija, Hermione se cruzó de brazos.
—¿En serio? ¿Dos hombres adultos están hechizando a mi hija solo por el color de su vestido?
Al oír la voz severa de su madre, la niña lanzó una risilla y se sentó a la mesa para empezar a desayunar. Tanto Harry como Draco habían estado hechizando su vestido alternadamente desde que la vieron llegar luciéndolo, y a ella, lejos de molestarle, le causaba gracia.
—¡Hace cosquillas! ¿Puedo comer un panecillo de lavanda?
—Por supuesto, princesa.
Draco acercó la bandeja de pasteles a Enya y luego mostró el asiento libre a Hermione para que tomara asiento.
—¡Por Merlín! Tu cabello, ¡es negro!
Harry había estado enfrascado en la pequeña lucha por los colores del vestido de Enya y no había notado el nuevo peinado de Hermione hasta que ella tomó asiento junto a él.
—Viene con el nuevo apellido. Es tinte muggle, pero fue una de las elfas, Cindy, quien se las arregló para colocarlo en mi cabello sin que todo termine siendo un verdadero desastre.
—Es escalofriante. Los rizos y el cabello negro... verdaderamente pareces una Black.
Todos guardaron silencio, pues los tres adultos habían pensado inmediatamente en Bellatrix Lestrange. Salvo Enya, todos tenían amargos pensamientos en ese instante, pero rápidamente desviaron su atención, pues la niña tenía el raro don de aligerar casi cualquier ambiente que se sintiera tenso.
—Yo creo que mi mami se ve bonita con cualquier color.
—Gracias, mi cielo.
Por unos minutos, todos volvieron a guardar silencio y se concentraron en sus desayunos, hasta que Draco rompió el silencio con un anuncio muy curioso.
—Creo que ya es momento de que tengas una varita. Tu nueva identidad ya es un hecho; Potter me dijo que te trajo algunas prendas muggles y otras de bruja, así que podríamos usar la tarde para ir al Callejón Diagon. Mi padre podría cuidar a Enya.
Hermione casi se ahogó con un trozo de queso al escuchar la propuesta de Draco.
—Malfoy, ¿crees que es seguro? Hermione no está completamente recuperada. Me preocupa su seguridad.
—Sí, no ha habido novedades de Krum y podríamos ir directamente al Caldero Chorreante vía red Flú. Hermione no es una cautiva aquí y necesita recuperar su magia.
—¿Y si alguien los ataca?
—No creo que nadie esté lo suficientemente loco como para atacar el Callejón Diagon a pleno día. Además, solo iríamos por la varita. El viejo Ollivander se negaría a venderla si no llevo a la futura dueña.
—¿Ollivander aún vive? Me reconocerá, Draco, será un desastre.
—No lo hará —dijo, luego de chasquear su lengua—. El viejo está casi ciego. Sin embargo, se niega a dejar su tienda. No sé cómo lo hace, pero aun sin ver, sus varitas siguen siendo las más bellas del país.
El tono con el que Draco habló fue suficiente como para dejar zanjada la conversación acerca de la primera excursión de "Hemera Black" al Callejón Diagon. Luego de eso, ellos simplemente se concentraron en acabar el desayuno y en oír a Enya contando una de sus últimas aventuras en el jardín, donde un muy ruidoso y poco amigable pavo real albino la correteó hasta que el "abuelito" Lucius acudió en su auxilio y espantó al infernal pajarraco.
Una vez que todos estuvieron satisfechos, Harry se excusó para retirarse, ya que había solicitado solo algunas horas de permiso en la oficina de Aurores y no quería abusar, porque aunque era el jefe, debía ser quien marcara el ejemplo de conducta en su división. Por otro lado, Enya huyó hacia la biblioteca, pues Lucius había prometido iniciar con las lecciones de francés, cosa que implicó que Hermione y Draco quedaran solos en el jardín de la mansión.
—¿Estás seguro de que no habrá problemas si vamos al Callejón Diagon?
—Sí, lo estoy. No creo que Krum esté cerca y, si lo está, se llevaría una desagradable sorpresa. Theo ha puesto algunos de sus hombres a nuestra disposición. Ellos estarán estratégicamente dispersos pero atentos a cualquier cosa extraña que pueda suceder. Además, necesitas una varita; no puedo estar prestándote la mía todo el tiempo, temo que a esta traidora —dijo, enarbolándola—, torne su lealtad hacia ti y deje de hacerme caso.
—Está bien —finalmente se había rendido—. ¿Debería cambiar mi ropa? Aún no sé cómo debería vestirse Hemera Black.
Sintió como los ojos de Draco la recorrían desde los nuevos zapatos que Harry le había traído hasta el suéter azul que seguramente Ginny había escogido en uno de los escaparates muggles que habían visitado.
—Quizá deberías usar algo más... más snob. Dudo que una Black use lana y jeans —dijo una vez que encontró una frase lo suficientemente buena como para no ofender a Hermione.
—Bien, déjame ver qué puedo hacer. ¿Podrías...?
—Déjame adivinar, quieres que te preste mi varita. ¿No?
El rubor cubrió las mejillas de Hermione, dándole un aspecto un poco más saludable. Si bien, en las últimas semanas, ella había ganado algo de peso y sus labios habían dejado de estar cuarteados y sangrantes, el nuevo tinte de cabello la hacía ver pálida, en comparación con su castaño natural.
—Ten. Tienes media hora. Y por favor, no convenzas a mi varita de serte leal.
Feliz ante la perspectiva de volver a tener una varita propia, Hermione tomó la que Draco le cedía y luego besó rápidamente su mejilla antes de caminar apresuradamente a su habitación. Una vez allí, se sumergió en el enorme baúl que Harry le había traído y navegó entre prendas de todos los tipos y estilos hasta que encontró una blusa con volantes de seda color crema, con cuello alto y bordados, y una falda de terciopelo negro que, si bien era bastante corta, podría servir para la ocasión, si lograba alargarla con un hechizo.
Afortunadamente, las prendas que Ginny había escogido eran casi de su talla actual; quizá un poco más holgadas de lo que deberían, pero seguramente las llenaría cuando su peso fuera un poco más normal. Fue maravilloso ver cómo la pelirroja había pensado en todo. No solo había cómodas y útiles prendas de vestir, sino que también había incluido ropa interior casual y funcional muggle. El mundo mágico era un sitio precioso, pero no había nada como los sujetadores muggles en comparación con los anticuados corsés.
—Oh, Ginevra, voy a besarte cuando te vea.
Casi al fondo del enorme baúl, una pequeña bolsa de color rosa había llamado su atención en cuanto la vio. Allí había algunos productos básicos de maquillaje y, como si Ginny lo hubiera sabido, eran de los tonos que necesitaría para hacerse pasar por una aristócrata.
Teniendo los minutos contados, intentó varios hechizos hasta que logró alargar la falda hasta debajo de sus rodillas. Luego la entalló hasta que abrazó sus muy mermadas caderas, debido a la delgadez.
Con la experticia ganada por las veces que había tenido que arreglarse a toda velocidad por orden de Krum, recogió su nueva cabellera negra y dejó algunos rizos rebeldes enmarcando su casi demasiado afilado rostro. Finalmente, cubrió sus párpados con un polvo oscuro que venía en la bolsita que le envió Ginny y pintó sus labios de un rojo brillante.
Cuando terminó, se observó detenidamente en el espejo y se dio cuenta de que había cambiado de identidad nuevamente. Se preguntó si alguna vez volvería a ser simplemente Hermione. El pensamiento la abrumó por un instante, pero rápidamente se repuso y bebió el filtro de paz que tenía sobre la mesa de luz. Solo cuando la poción hizo efecto volvió a enfrentarse a su nueva imagen y le sonrió a Hemera Black. La mujer pálida, con ojos oscuros y rasgados gracias al maquillaje, le devolvió la sonrisa y se descubrió guiñándole un ojo antes de comenzar a ensayar la postura que debería tener una bruja de sangre pura. Decidió que Hemera sería una mujer altiva y orgullosa, sofisticada y resiliente, aunque un poco altanera. Para eso, practicó un par de veces aquel gesto que Narcissa solía tener casi de forma permanente, como si algo tuviera un olor desagradable.
—¡Granger!
La voz de Draco se oyó en el pasillo, y tuvo que poner fin a sus prácticas. Tomó la varita y salió a su encuentro.
—Vaya, querida Hemera, luces encantadora. Aterradoramente aristocrática y sangre pura.
—¿Lo crees?
Él le cedió el pliegue de su brazo para que juntos caminaran hacia la chimenea.
—Por supuesto. Quienes te vean entenderán rápidamente por qué te hice madre de mi primogénita.
Ella le dio un suave golpe en el brazo al oír esa parte, y Draco no tuvo más opción que reírse.
—¡Oye! Recuerda que ahora eres una mujer refinada, no puedes ir golpeándome por ahí… Ahora sí, ¿me devolverás mi varita?
–o–
Al salir de la chimenea en El Caldero Chorreante, Draco ayudó a Hermione a quitarse los restos de polvo y cenizas ante la mirada de todos en el bar. Desde su divorcio, no era inusual verlo con hermosas mujeres colgando de su brazo, pero sí era extraño verlo durante el día. Draco Malfoy, el magnate, no sacaba a sus conquistas a pasear mientras el sol brillara en el cielo.
Afortunadamente, a nadie le interesaba demasiado quién fuera la novia de turno, así que la novedad pasó rápidamente. Todos los magos y brujas presentes volvieron a sus actividades para, después de un rato, olvidarse de la inusual escena.
El Callejón Diagon había cambiado muy poco en los últimos años. Sin embargo, Hermione sentía que cada una de aquellas piedras era nueva, reluciente y mágica. Quizá fuera el filtro de paz, el brazo de Draco o que a nadie realmente le importaba su presencia, pero se sintió, por primera vez en mucho tiempo, como un ave que experimentaba la sensación de volar después de un largo cautiverio.
—Ven, antes de ir a Ollivanders, quiero pasar por la tienda de mascotas.
—¿Para qué?
—Enya pasa mucho tiempo sola en la mansión. Sé lo que es crecer allí sin un amigo con quien jugar. Además, quiero hacerle un regalo.
Hermione no objetó la decisión de Draco, pues sabía que él no daría su brazo a torcer y armar un escándalo en el callejón sería contraproducente.
El sonido de la campanilla de la puerta de la tienda de mascotas le recordó cuando compró a Crookshanks, y sus ojos se humedecieron al recordar a su amado gato de la infancia. Se preguntó qué habría sucedido con él.
—Buenos días, bienvenidos a la tienda de mascotas mágicas mejor surtida del callejón. Mi nombre es Amaranta, ¿en qué puedo ayudarlos?
—Buenos días. Soy Draco Malfoy. Hace unos días envié una lechuza solicitando un cachorro de kneazle. ¿Han llegado ya?
—Oh, sí, señor Malfoy. Hemos traído una selección de híbridos y cachorros puros para que elija el que más le guste. Todos han sido catalogados, inscritos y vacunados. Si me acompaña, podrá verlos en la trastienda.
—Hemera, querida, ven aquí. Veamos cuál cachorro podría gustarle a Enya.
Hermione se había distraído observando unos peces plateados que nadaban en una enorme pecera, formando brillantes remolinos. Sin embargo, al oír a Draco, reaccionó rápidamente y lo siguió hasta la trastienda.
Allí, en una jaula dorada, ocho pequeños cachorros de kneazle jugaban con ratones encantados. Los gatitos eran un poco más grandes que un gato normal de su edad, pero igual de adorables. Algunos eran grises con lunares negros, otros blancos con motas casi amarillas, y algunos eran prácticamente iguales a Crookshanks.
—¿Qué dices? ¿Cuál le gustará más?
—Amará a cualquiera de ellos. El que tú escojas será el correcto.
—Traidora… Bien, ¿qué tal ese? —dijo, señalando un minino particularmente juguetón, de pelaje blanco con motas grises.
—Esa es una cachorra kneazle pura, señor Malfoy. ¿La desea?
Draco asintió, y la vendedora abrió la jaula para tomar a la gatita y llevarla hasta un transportador color rosa. Antes de cerrarlo, Draco le tendió un collar para mascotas, color plata, del cual colgaba una enorme esmeralda falsa en forma de corazón, y le pidió que se lo colocara. Cuando Hermione lo observó con gesto interrogante, él solo se encogió de hombros y se encaminó hacia el frente de la tienda para pagar el regalo de Enya.
Una vez que el pago estuvo hecho y que Draco firmó los papeles de la cachorra, los tres salieron de la tienda y se encaminaron hacia Ollivanders, mientras algunos hombres se movían discretamente entre la multitud, observando los tejados y a los hechiceros que los rodeaban.
Entrar a Ollivanders después de tantos años la transportó a aquel lejano tiempo en el que sus padres la llevaron a comprar su primera varita. La tienda estaba cargada de una energía vibrante, como si cada caja de varitas susurrara historias y esperanzas. La bruja sintió un nudo en el pecho, una mezcla de emoción y nerviosismo, como si estuviera a punto de recuperar una parte perdida de sí misma. Hacía mucho que no pensaba en ellos; se había convencido de que aún vivían felices en Australia, y con los años dejó de recordarles para evitar el dolor de no tenerlos. Sin embargo, ahora que pasaba sus manos por el desgastado mostrador de la tienda, añoraba su presencia como nunca antes.
Tuvieron que esperar un poco, hasta que el viejo dueño de la tienda encontró su camino entre cientos de estantes repletos de cajas con varitas. Los escaparates, llenos a rebosar, parecían estar a una simple brisa de desmoronarse y, a ojos de un neófito, aquello podría parecer una especie de vórtice caótico. Sin embargo, Garrick Ollivander sabía exactamente dónde estaba cada una de sus creaciones.
—Buenos días. ¿A quién tengo el gusto de ayudar a escoger su varita el día de hoy?
Con ojos estrábicos, Ollivander oteó las figuras borrosas que tenía frente a él. Por su experiencia, dedujo que un hombre y una mujer adultos habían ingresado a su tienda. Solo quedaba esperar a que se identificaran.
—Buenos días, señor Ollivander. Soy Draco Malfoy, ¿me recuerda?
El viejo fabricante de varitas se tomó un momento para pensar antes de recordar quién era su interlocutor.
—Ah, sí. Malfoy. Espino y pelo de unicornio, veinticinco centímetros, bastante flexible. Aunque, si no me equivoco, la perdiste. ¿Qué varita usas ahora, muchacho? No es mía, estoy seguro.
Draco, acostumbrado a los interrogatorios de Ollivander, simplemente le tendió su nueva varita, hecha por pedido a un fabricante francés.
—Mmm, interesante —el hombre llevó la varita a su nariz y olió la madera—. Espino nuevamente, pero con un núcleo diferente. Uno especial.
—Pluma de fénix, señor.
—Así es, bonita y flexible —dijo mientras la devolvía a su dueño—. ¿Qué te trae a mi tienda?
Hermione, que había permanecido en silencio todo ese tiempo, decidió que Ollivander estaba lo suficientemente ciego como para no reconocerla. Así que tomó la iniciativa y decidió hacer el pedido ella misma.
—Disculpe, señor, soy Hemera Black. Extravié mi varita durante mi viaje desde el continente hasta Londres y quisiera adquirir una nueva.
—¿Una Black? Qué extraño. Pensé que no quedaban más, salvo su madre y Andrómeda —dijo, esta vez dirigiéndose a Draco—. No es usted de Reino Unido, señorita.
—Es una prima lejana, señor. ¿Podría ayudarla a conseguir una nueva varita?
Con un chasquido de sus dedos, una cinta métrica mágica se elevó desde un rincón como si fuera una serpiente y comenzó a tomar medidas de Hermione. Midió sus brazos, el contorno de su cabeza, el largo de sus piernas y el ancho de sus orejas, antes de salir disparada hacia la mano de Ollivander.
—Interesante, muy interesante. ¿Podría decirme el material de su última varita, madame?
Sin motivos ni mejores ideas para mentir, Hermione decidió decir la verdad y mencionar los materiales de su última varita, la de Bellatrix.
—Nogal y nervio de corazón de dragón.
—Una varita aristocrática... ya lo veo. Deme un momento, buscaré algunas opciones para usted.
Unos minutos después, cinco cajas de diferentes tonos de terciopelo, cubiertas con capas de polvillo, de diferente grosor, se depositaron solas sobre el mostrador. Seguidamente, Ollivander añadió otras tres, estas más nuevas, hechas de terciopelo negro.
—Nogal y nervio de corazón de dragón. Razonablemente flexible, treinta y un centímetros.
Cuando el señor Ollivander le cedió la primera varita, el aire pareció volverse más denso, cargado de expectativa. Al tomarla entre sus dedos, un escalofrío le recorrió la espalda, pero no era la correcta. Una tras otra, las varitas pasaron por sus manos: nogal, espino y olmo. Algunas eran demasiado dóciles; otras, casi rebeldes. Luego de un tiempo, la frustración comenzó a insinuarse en Hermione, pero Ollivander, con su calma característica, le aseguró que la varita adecuada siempre encuentra a su bruja.
Finalmente, cuando sus dedos rozaron la madera de la varita correcta, algo cambió. Un calor suave y reconfortante se extendió desde su palma hasta su corazón. Fue como si un eco profundo resonara en su interior, una melodía silenciosa que solo ella pudo escuchar. La varita la reconoció, y ella supo, sin lugar a dudas, que ese pedazo de madera y núcleo mágico había estado esperando por ella todo este tiempo.
Era una sensación de plenitud, como si un vacío que ni siquiera sabía que existía hubiera sido llenado. La magia fluía por sus venas con una intensidad renovada, pero también con una familiaridad reconfortante. Era un reencuentro consigo misma, con su poder y con la promesa de que todo podía mejorar.
—Oh, maravillosamente interesante. Una varita de abeto. ¿Sabía usted que mi abuelo, Gerbold Octavius Ollivander, decía que estas eran las varitas de los supervivientes? Porque supo vender tres a tres magos que habían pasado por grandes peligros y sobrevivieron a ellos.
Hermione y Draco se miraron, pero no dijeron nada. Ollivander estaba demasiado cerca de reconocerla como para darles más pistas que confirmaran quién era ella.
—Es una varita preciosa.
En efecto, lo era. La madera clara, con suaves líneas serpenteantes un poco más oscuras, estaba rematada en un mango dorado cuyo pomo contenía una solitaria gema roja.
—Lo es. Veintisiete centímetros, flexible y con núcleo de pelo de unicornio. Una varita formidable, sin dudas, señorita Black.
Draco se había limitado a guardar silencio mientras Hermione elegía su varita, pero se deleitó observando cómo sus gestos cambiaban y el brillo en sus ojos casi lo deslumbró al comprender que finalmente había encontrado lo que buscaba.
—Yo pagaré por ella, señor Ollivander. Será un obsequio de mi parte —se apresuró a decir antes de que Hermione tuviera que admitir que no tenía dinero para pagarla.
—No, no la envuelva —intervino ella en el preciso instante en que Ollivander intentó arrebatársela para guardarla en un estuche—. He esperado demasiado para tener una varita; realmente no deseo separarme de ella…
Cuando por fin salieron de la tienda, con la varita firme en su mano, el mundo parecía diferente. Más brillante. Más suyo. Era como si el destino, y Draco, le hubieran devuelto no solo su magia, sino también su fuerza y su fuego. Ahora estaba completa y lista para luchar por recuperar su libertad.
-o-
N. A.: ¡FELIZ AÑO NUEVO! Sé que ha pasado una eternidad desde el último capítulo, pero el fin de año, las fiestas y todo lo que eso implica me impidieron continuar con la escritura. Sin embargo, aquí estoy, esperando que ustedes sigan ahí.
Hoy les traigo un capítulo bastante más largo de lo normal como una humilde ofrenda debido a mi demora. Espero que les haya gustado y, si es así, me lo hagan saber, pues son sus comentarios los que más me motivan a seguir con esta historia.
Sin más, ¡hasta la próxima!
