Esperando una luz de estrella.

(...)

"La luz de las estrellas se hizo más brillante una vez tuve a alguien con quien mirarlas."

(...)

Desde que la humanidad tenía memoria, existía una alta torre en medio del desierto. Su

nombre era Babel, y, como era sabido, fue construida por los pueblos con el fin de llegar al

cielo y alcanzar a Dios.

Dios los castigó por su descaro, fragmentando su idioma. Nadie pudo entenderse, dejando de

colaborar entre sí.

Aunque la construcción quedó incompleta, la torre llegó a tener una gran altura. Alguien de la

multitud decidió quedarse con ella.

Llamada sabia por algunos, bruja por otros, y erudita por una minoría, esa persona abrió las

puertas de la torre al mundo entero después de cien años, todo con el fin de conceder deseos

a las personas que pudieran llegar a la cima.

Quienes pudieran, tendrían concedido cualquier deseo de su corazón, sin importar la magnitud

de este.

Muchos lo intentaron, fracasando. Las pruebas eran peligrosas y engañosas, tanto, que se

pensó que sería imposible llegar a la cima.

No obstante, un día alguien lo logró. Logró lo que todos pensaban imposible.

Esta persona marcó la diferencia. Subió a los más alto una vez salió de la torre, probándole a

todos que era posible. Amasó riqueza en demasía, se hizo un nombre. Todos quedaron

maravillados de que alguien común se volviera insigne.

A partir de allí, se hizo costumbre para los aventureros buscar la torre para buscar riquezas y

fama.

La Torre de Babel de volvió tendencia entre quienes buscaban llegar a la cima. Solo los osados

podrían pensar en girar el tablero de su patética vida a su favor.

(...)

— ¡Lo siento tanto, si tan solo hubiera visto esa trampa antes...!

— ¡Ni tú ni nadie habrían podido! ¡No te preocupes, yo te protegeré!

— Kh... Si morimos, quiero que sepas que te amo, Clive.

— No digas eso. No moriremos. Ya verás que llegaremos a la cima de Babel, ¡lo lograremos!

— C-Clive...

— Te aseguro que saldremos de esta... ¿No crees en mí?

— Claro que sí, nunca he dejado de creer...

— Entonces—

Ejem...

Hubo un seco carraspeo.

La hermosa pareja, en medio de su momento dramático digno de digno de película mexicana,

giró la cabeza a su derecha, de dónde provino la voz.

Un hombre alto sostenía sobre sus cabezas una pesada pared de piedra. Esta buscaba avanzar

y aplastarlos, pero él, con su gran fuerza, la mantenía a raya.

Los miró por encima del hombro, sudando por la sien.

— Aunque no tengo nada en contra del amor mutuo que se tienen, ¿podrían ayudarme? De

otro modo, realmente moriremos, justo cuando solo nos falta esto para lograrlo.

— Ah.

Cierto...

Solo faltaba esta habitación. En la siguiente...

...estaría su recompensa.

¡Su recompensa!

Se pusieron de pie a toda prisa, limpiándose las lágrimas emocionantes.

— ¡O-Ok! Sieg, ¿q-qué tengo que hacer? ¿Cómo podemos ayudarte?

— El líder aquí eres tú, ¿lo olvidas?

— ¡C-Cierto, soy el líder!

¡No podía olvidarse de algo tan importante! ¡Era hora de actuar! De otro modo, Sieg no podría

aguantar más. Perdieron demasiado tiempo pensando que iban a morir.

Primero que nada, necesito ayudarlo con el peso...

Estampó su mano sobre el piso. Marcas de agua corrieron por cada centímetro de la angosta

habitación. Dichas marcas brillaron en azul.

Todo se detuvo, como en una fotografía.

Incluido el pesado devenir de la pared. Sieg pudo relajar la mandíbula.

No sintió más peso sobre sus hombros. El hechizo de Clive cargó el peso en su lugar.

Movió sus hombros, disipando la rigidez.

Por fin pudo relajarse un poco.

Bueno, no tanto como quiso.

— Sieg, rompe esa pared... Detrás debe estar la salida, puedo sentirlo.

— Se ve dura, ¿podrás mantener el hechizo?

Parecía aguantar demasiado. Las venas resaltaban sobre su piel enrojecida.

— C-Claro. Lisa me apoya con su maná.

— Bien...

Al ver la mujer de pelo rosa apoyar la espalda de Clive, pudo asentir en paz y marchar hacia el

lugar que indicó el rubio.

No parecía fácil de atravesar. Se veía sólida y sin espacios para colarse.

Pero a él no le importó nada de eso.

Apretó los puños. Las venas surcaron sus brazos como una red.

Si Clive era el más versado en magia, Lisa la más inteligente, él...

...era el más fuerte.

¡THUN!

El mundo tembló.

¡THUN!

Las paredes crujieron.

¡THUN!

Sus puños golpearon sin descanso, despedazando el duro material después de cada toque.

Aunque a veces lamentaba no ser inteligente, muchas veces la respuesta estaba en la fuerza

bruta. Ella podía sacarlo de situaciones que otros verían angustiosas.

Justo como ahora.

Crack.

La pared crujió. El daño fue demasiado, dejó ver la salida en un halo de luz esperanzadora.

Sieg guardó los puños y salió a buscar sus compañeros. El peso de la pared de piedra

presionaba con más fuerza sobre sus cabezas. Estaban al límite, a punto de caer.

Tomó a ambos en cada brazo sin tomar pausas, y corrió a toda prisa a la salida.

El hechizo llegó a su fin. Las luces se apagaron. La pared cayó de golpe.

— ¡Kuh!

Cruzó el umbral que llevaba hacia afuera, a pocos segundos de que todos se convirtieran en

panqueques humanos.

Derrapó hasta afuera, oyendo un fuerte sonido asentarse detrás.

Justo a tiempo... Uff.

Aflojó sus brazos sobre sus compañeros.

— ¿Están bien?

— S-Sí.

— G-Gracias a ti, Sieg.

— Solo hice lo que pude...

Alegó, dejando que se pusieran de pie. Lisa le dio su hombro a Clive para que no cayera por el

agotamiento de maná.

Sieg miró a los lados. Paredes angostas. Al menos estas no parecían moverse.

Vio escaleras dar muy arriba, como un aviso escrito bajo sus pies, como una alfombra que les

daba la bienvenida.

El trío se inclinó para tener una mejor vista del mensaje.

¡Enhorabuena, aventureros! ¡Lograron pasar la última prueba! Más allá de estas escaleras

está la bruja esperándolos para concederle su más querido deseo.

Dijo lo inscrito con suma exclamación y alegría.

— Oh.

Clive y Lisa boquearon.

Se miraron, rojos de entusiasmo.

— ¡M-Mira, Clive! ¡L-Lo logramos! ¡Llegamos a la cima!

— ¡Lo puedo ver, Lisa! ¡Nunca pensé que llegaríamos tan lejos...!

— U-Uh... Estoy tan feliz. Uh...

— Espera, no llores, Lisa, no llores... Haces que también quiera llorar, ugh...

—...

Sieg no tuvo la misma reacción, optando por recogerlos a ambos respectivamente, y empezar

a caminar escalón por escalón. No estaban en condiciones de caminar. Al menos él seguía

guardando algo de energía.

Cinco escalones, diez escalones, quince escalones, cincuenta escalones... ¿...?

— Eh, ¿estas escaleras no han durado demasiado? Llevamos 30 minutos caminando.

— Sí... ¿Así no deberíamos haber ya salido de la torre...? Ni siquiera está en caracol...

— Este sitio realmente es mágico en más de un sentido...

— ¿T-Tal vez estemos dentro de un bucle mágico? Allá abajo tuvimos una prueba similar...

— No. Ya lo habría sentido. Estas son meras escaleras, no hay hechizo en ellas.

— ¿Entonces por qué duran tanto?

—...

Sieg no aceleró el paso. Las quejas no lo harían subir más rápido, tampoco desacelerar.

— Demonios, llevamos 1 hora y nada. ¿Cuándo vamos a llegar?

— ¿Estás bien, Sieg? Nos has estado cargando todo este rato.

— Estoy bien. Ustedes aprovechen para recuperarse. Sé que apenas pueden mantenerse de

pie.

— Ugh... Lo sentimos por ser una carga.

— Nunca serán una carga.

Siguió cargando con ellos otra hora más. Comenzaba a cansarse, pero el mundo tuvo

misericordia de él, irradiando una luz a través de una salida a solo 10 escalones más arriba.

— ¡Ah!

— ¡Una salida! ¡Por fin, maldición!

— ¡Finalmente...!

—...

Sieg caminó a ella, preparado para cualquier percance repentino. Estar alerta nunca estaría de

más.

Pero todo fue innecesario. Al pasar el umbral, llegó a un gran salón tapizado de terciopelo, y

montañas de oro arropando cada esquina.

Diamantes, joyas, armas y multitud de tesoros resplandecieron a sus ojos.

Brilla demasiado. Mis ojos duelen.

— ¡O-Oh!

— Increíble...

Sus amigos no parecieron pensar lo mismo, anonadados de tanta riqueza reunida en un solo

sitio. Su vista no llegaba al final de tales fortunas.

— Oh, vaya. Hace varios meses que nadie venía...

— Ah...

Sentado en una pila de peluches de colores, un hombre los saludó portando una voz tranquila

y sin apuros.

Su cabello parafraseó entre negro y violeta, sin mechones largos que estorbaran su vista. Sus

ojos oscilaban entre el verde y el turquesa, dándoles una rara combinación de colores. Llevaba

pequeños zarcillos triangulares en sus lóbulos, y una larga túnica del mismo color de su

cabello.

Les sonrió, levantando la mano.

— Hola, mi nombre es Haiku, un placer.

—...

—...

—...

Sieg miró a sus compañeros. Parecían estar en shock.

Después de todo, los rumores siempre aludían la figura de una mujer, una bruja, una sabia,

una erudita.

Nadie mencionó nada de un hombre.

¿O tal vez era una mujer?

Clive y Lisa inclinaron la cabeza, pensando que tal vez vieron mal y en realidad tenían a la bruja

de los cuentos frente a ellos.

Pero era demasiada delgada en el busto... ¿Quizás no creció bien? ¿Y por qué el pelo corto?

Sieg suspiró.

— ¿Quién eres?

Fue directo, a diferencia de Clive y Lisa. Ellos jadearon en seco al oír su pregunta, que, de un

modo negativo, sonaba grosera.

Haiku cerró los ojos y dio una calada a su kiseru.

— Acabo de presentarme hace un momento, ¿olvidas?

— Se supone que la dueña de la torre es una mujer, una bruja de cabello negro como la noche,

y labia como el de un zorro. No pareces ser el primero.

— ¿Entonces sí soy lo segundo?

Haiku dio otra calada. Expulsó una nube de colores mixtos.

— De quien estás hablando es de la antigua dueña.

— ¿Antigua dueña?

— Sí.

Colocó una mano sobre su pecho.

— Soy su sucesor.

(...)

Haiku hizo flotar hacia sus invitados tazas humeantes de chocolate.

Cabe decir, que Clive y Lisa estaban en blanco. Aceptaron la taza por puro reflejo.

Tuvieron que esperar un minuto entero para volver en sí.

— ¿¡Pero cómo!? ¿¡Cómo que eres su sucesor!?

— ¡N-No tiene sentido! ¡Los últimos que llegaron aquí no dijeron nada de esto!

— No, espera... ¿o esto es alguna clase de prueba? ¿Algo así como una prueba final? ¿Una

donde debemos descubrir algo? ¿Un detalle oculto...?

— Es decir, eres bastante delgado para ser un chico... ¿Intentas disfrazarte de hombre?

—...

Sieg sorbió su chocolate. Que ellos hicieran las preguntas genéricas. Él mejor miraba a ver qué

pasaba.

Haiku escuchó cada pregunta y queja pacientemente, bebiendo chocolate. No necesitaba

sostenerla, solo mover un dedo, para que ella se inclinara a su placer.

Les sonrió, levantando la mano.

— Es tal como dije, soy el sucesor de la bruja de la Torre de Babel. No existen trampas aquí.

— Pero... ¿Cómo? Los últimos—

— Decidí disfrazarme por puro capricho. No fue nada especial.

"Y dejando eso de lado..."

Abrió los brazos, atrayendo la atención de los aventureros hacia todo su alrededor.

— ¡Felicidades por llegar aquí! Sus nombres serán inscritos en la tabla de las personas que

lograron llegar a la cima de la torre.

— Ah...

Cierto...

Ellos...lo lograron.

¡Lo lograron!

Clive sonrió, junto con Lisa, casi llorando de la emoción. Sieg permaneció igual.

— ¡Es verdad! ¡Llegamos a la cima! ¡Ganamos!

— ¡Lo logramos! ¡Lo hicimos! ¡Después de tantas semanas atrapados aquí, finalmente...!

—...

Sieg se sirvió más chocolate. No tenía mucha energía para andar saltando. No sabía cómo ellos

sí.

— Como a todo ganador, les concederé un deseo de su corazón, sin importar que tan grande o

pequeño sea.

Clive y Lisa por poco no se desmayan de la emoción. Sieg estuvo igual, pero debido al

cansancio después de saber que no existía más peligro para ellos.

— Entonces, díganme, ¿cuál es su deseo?

Moviendo las solapas de su túnica oscura, se refirió al miembro más prominente del grupo,

Clive.

Tenía el aspecto de un líder. Su cabello rubio y ojos bondadosos gritaban liderazgo y carisma.

Clive tragó saliva. Respiró hondo, moviendo la punta del pie como un baterista.

Hora de decir su deseo. Así funcionaba esto.

— Yo...quiero...mucho dinero.

Silencio.

Haiku no paró de sonreír, pero ésta se vio, por un instante, desencantada.

— Oh, ya veo, ¿y por qué deseas algo tan genérico como el dinero?

Clive apretó los puños. Lisa frotó su brazo, sabiendo lo que diría.

— Mi madre está gravemente enferma, no es una enfermedad fácil de tratar, necesita

tratamiento durante toda su vida...

— Hmm, ¿y por qué no me pides una cura permanente para ella, entonces?

Clive negó con la cabeza.

— También lo pensé al principio, pero no sería suficiente. Ese no es el único problema que

tenemos. Nuestra familia es muy pobre. Vivimos en los barrios bajos. Mi madre contrajo esa

enfermedad por la baja higiene de ese lugar... Solo volvería a enfermarse de algo más.

Clive miró aquellos ojos empañados de indiferencia y diversión.

— Quiero mucho dinero para poder sacarla de ese basurero. Con dinero, conseguir la cura no

será imposible. Sé que existe, solo que a un alto precio en el mercado...

"Por eso necesito mucho, mucho dinero..."

Se mordió el labio, cerrando sus ojos.

— No quiero que mi madre muera en ese tipo de lugar. Quiero darle una buena vida, así como

ella quiso darme una a mí.

—...

Haiku se reclinó en su silla, golpeando el borde de su kiseru con el borde.

Sonrió.

— Eres realmente inteligente, pareces quererla mucho... Bien, te daré dinero, mucho dinero,

tanto que podrás sacar adelante tres generaciones después de ti.

— ¡...! ¡Muchas gracias!

Clive se arrodilló ante él, a punto de llorar. Haiku empujó su frente con el borde de su kiseru

antes de que abrazara sus pies.

No aceptaba muestras de afecto.

Miró a la mujer, quebrantando su porte serio.

— ¿Y tú? ¿Qué quieres, señorita?

— Que mi padre deje de serle infiel a mi mamá.

—...

—...

Ok, ¿qué diablos?

— ¿Qué deseo tienes?

— Que mi padre deje de serle infiel a mi mamá.

No, no oyó mal. Realmente dijo eso.

Lisa oscureció su semblante. Clive no vio la amable Lisa allí.

— Mi padre siempre ha sido mujeriego desde joven. Es un gran hombre, y realmente lo amo,

pero...

"¡Es incapaz de alejar sus manos de otras mujeres que no son mamá!"

Pisoteó con furia. Clive respingó de terror.

Los ojos de Lisa oscurecieron, a la vez tan claros como un diamante.

— ¿A quién le importa el dinero? ¿Joyas, diamantes, fama? ¡Eso es basura para mí!

Resopló y cerró los puños. Sus nudillos terminaron blancos.

— Lo único que deseo, es que él deje ese comportamiento y solo ame a mamá. No quiero nada

más...

—...

Haiku entrecerró sus pestañas.

— Ustedes son un par muy extraño...

— Gracias.

— Hmm. También te lo concedo. Ahora tu papá no amará otra mujer aparte de tu madre.

— Eh, ¿tan seco? ¿Y qué hay de mí?

— No amará a nadie románticamente además de tu mamá. Se hará un hombre de una sola

mujer.

— ¡...! ¡Bien!

Lisa volvió a su modo ángel, para alivio de Clive.

Haiku pasó su mirada al último de la fila, Sieg.

— ¿Qué deseo dirás? ¿La paz mundial? ¿Qué ya no exista enfermedades? ¿Qué los perritos no

sean abandonados en la calle?

—...

Sieg miró abajo. El mover de su chocolate oscuro junto con malvaviscos.

Volvió a mirar los ojos del brujo.

— No sé.

— ¿Ah?

—...

—...

Todo se detuvo, incluido el festejo animado de la pareja que había empezado a saltar tomados

de las manos.

Todos miraron a Sieg.

— ¿Qué?

— Nunca lo pensé antes.

—...

—...

—...

¿Estaba bromeando?

¿Estaba aquí, en la Torre de Babel, sin un deseo?

Tenía...tenía que ser una broma.

Clive frunció el ceño.

— ¿No tienes ningún deseo? Pero...viniste aquí, con nosotros.

— No. Vine para asegurarme de que no murieran...

Cuando los vio alistarse para ir a la torre en medio de ojos llenos de esperanza, un solo

pensamiento cruzó su mente.

Estos tipos morirán en la primera prueba, seguro.

Por eso decidió acompañarlos, sumándose a su grupo recién formado. Ellos felizmente lo

acogieron con ellos, formando una buena y sólida amistad.

Por lo que nunca entró con el fin de conseguir algo. Pensó que no lograrían llegar, y, al mes,

serían expulsados después de fallar en subir.

Pero lo lograron, contra todo pronóstico.

Cerca del tiempo límite, además.

Clive y Lisa se pusieron rojos, mirándose.

— ¿Realmente nos veíamos tan débiles?

— No débiles, solo ingenuos.

— ¿¡Ingenuos!?

— ¡N-No es verdad!

— Dudo que alguien que no sea ingenuo crea que hablar con un goblin pueda ponerlo de su

lado. También que echarle agua a un mar de lava sirva para "enfriarlo".

El dúo acabó como tomates.

Se taparon sus rostros.

— ¿¡Por qué tenías que recordarlo!?

— ¡Casi lo olvidábamos...!

Sieg suspiró, mirando de vuelta a Haiku.

— Ya oíste. No tengo ningún deseo.

— Eso no puede ser. Todo ser humano tiene un deseo u otro.

El kiseru picoteó su mentón. Haiku reclinó la cabeza, presionando su mirada sobre él.

— Dime tu deseo. Toda persona que llegue hasta acá, debe ser recompensada. No existen

excepciones.

Sieg parpadeó.

— ¿Me darías un pan, entonces? Tengo algo de hambre.

—...

—...

—...

Clive y Lisa estuvieron a punto de gritar.

No, de hecho, lo hicieron.

— ¿¡Un pan!?

— ¿¡Vienes a la Torre de Babel, y pides un pinche pan!?

¿Acaso odiaban el pan o qué? Eso era bajo.

— ¡Estamos en la torre, no en una panadería!

— Exacto. ¡Deberías pedir algo más grande! ¡Algo impresionante! ¡Inimaginable!

Sieg parpadeó. ¿Quizás debería pedir pan en cantidad, en vez de uno solo?

— Pero realmente no tengo pensado nada.

— ¡Pues deberías! ¿No te falta algo en casa? ¿No tienes a alguien que desees salvar o algo así?

¿A alguien que quieras derrotar?

Declaró Clive, inspirado.

— Ya hice eso, no se preocupen.

—...

Uh, ¿qué? ¿Cómo que ya lo hizo?

— Vengo de una casa humilde, pero después de hacerme aventurero, logré comprar muchas

cosas. Mi primo sufría una enfermedad desde niño, así que busqué una hierba que pudiera

curarlo. Tenía alguien que quería derrotar, y lo hice después de un año de entrenamiento...

—...

¿Enserio?

¿Realmente hizo todo eso?

— Ya hice todo eso, por lo que no tengo más deseos.

— ¡D-Deberías! ¡Debe haber algo más! ¡Algo que quieras! ¡Qué te falte!

— Ah, ahora que lo dices...

— ¿¡...!?

El trío se inclinó adelante, el interés goteaba de sus ojos.

—...mi mamá dijo que le faltaba una olla grande. ¿Podrías darme una?

Fueron deslumbrados por la desilusión.

¿¡Vino aquí a pedir pan y una olla!? ¿¡En qué estaba pensando!?

Ambos miraron a Haiku, quien tenía su ceño fruncido.

— ¡Haiku-San! ¿Qué hacemos con esto?

— No podemos proceder así.

— Cierto, esos no son deseos dignos...

— No se trata de que sean dignos o no. Han llegado personas que han pedido cosas pequeñas,

y se los he concedido...

— ¿Ah, sí?

— El problema sería que...

Haiku se recostó en su silla afelpada de mala gana.

—...que este tipo no desea fervientemente nada de lo que dijo antes. Así no puedo actuar.

— ¿Qué?

— Solo puedo activar mi poder por algo que realmente desees. Puedes querer algo, pero no

desearlo desesperadamente. Es lo que sucede con él.

—...

Ellos miraron a Sieg.

— ¿Eso es verdad, Sieg?

— Bueno...el pan puedo conseguirlo después, y la olla también... No es nada que no pueda

conseguir por medios normales.

Por eso no los deseaba con fuerza.

Clive y Lisa se sentaron. Abrazaron un peluche que tuvieron a la mano. Necesitaban algo para

combatir el estrés.

— ¿Qué hacemos con esto, entonces?

Haiku suspiró.

— Esperar.

— ¿Esperar? ¿Esperar qué? ¿Qué el deseo de Sieg por un pan y una olla se vuelva más grande?

— No, que piense en un deseo real. De otro modo, ninguno de ustedes se irá de aquí.

— ¿¡AH!?

¿¡Cómo así!?

— ¿No nos podremos ir hasta que concedas su deseo?

— Sí.

— Eh... ¿No puedes pasarlo por alto?

— Cada persona que logró llegar aquí debe tener su deseo hecho realidad. Él no será la

excepción.

Aseveró con una creciente jaqueca subiendo por su sien.

Chasqueó los dedos.

Apareció una casa en medio del gran salón. Todo por arte de magia.

— Reposen un rato allí y aclaren sus ideas. Luego intentaremos de nuevo.

— Oh.

— ¿Hasta que tenga un verdadero deseo?

— Hasta que tenga un verdadero deseo.

— ¿Y si nunca lo tiene?

— Nunca saldrán de aquí.

— Ugh.

¡Así nunca podría usar su dinero!

¡Así tampoco Lisa podría comprobar su renovado papá!

Miraron a Sieg.

Este seguía sirviéndose más chocolate.

Debimos haber preguntado antes si quería algo... ¡Debimos hacerlo, maldición!

¡Así no estarían en esta situación!

(...)

Sieg miró a la parejita dormida en la espaciosa cama de mullido material. Dijeron, con rostro

serio, que en cuanto estuvieran sentados, hablaría largo y tendido sobre lo que podría pedir.

No obstante, al tocar la cama, el cansancio los lanzó de inmediato a dormir.

Llevaban varias semanas luchando y durmiendo poco. Esto no fue nada raro.

Los dejó allí, tirándoles una manta para que durmieran un poco. Realmente lo necesitaban.

Por supuesto, colocó a cada uno en el otro extremo de la cama, para no causar problemas.

Entró en la sala de la misma casa.

— Es más grande por dentro de lo que parece por fuera.

Y él la hizo aparecer con un chasquido. No era un brujo por nada.

Revisó la alacena...

Asintió complacido.

Llena de comida, para su entero placer.

— Oh...

Estiró la mano y recogió algo.

Era un pan.

También una olla.

(...)

Coció pacientemente cada espacio, buscando perfección en cada movimiento. Cuidó sus dedos

del extremo afilado de la aguja. Recordaba haberse pinchado muchas veces de joven...

— Hola.

— ¿Uh? ¿Tú otra vez?

Apareció Sieg, llevando un gran sándwich en cada mano. ¿Iba a comerse todo eso?

— Sí.

— ¿Y los demás?

— Descansado.

— ¿Viendo Netflix?

— ¿Qué?

— No, nada.

Sieg tomó asiento. Aquí existía una gran variedad de sillas. Unas rudimentarias, y otras más...

¿modernas?

Miró el trabajo de manos de Haiku. Cocía un peluche.

— ¿Por qué viniste aquí? ¿Ya tienes tu deseo?

— Aun no.

— Lo suponía...

— ¿Lo hacías?

— Si ya lo tuvieras, mi poder resonaría contigo. No siento nada, así que aún no has definido

que quieres...

— Hmm...

Sieg masticó su comida. Realmente estaba buena.

— ¿Quién es?

Preguntó, notando que el peluche no era un animal.

—...

Haiku pasó sus dedos sobre su rostro esponjoso. Su mirada se volvió más pensativa.

— Mi predecesora, Ursa.

Sus dedos trazaron el contorno de sus pestañas, cocidas con hilo oscuro.

Se preguntaba si se veían iguales. Nada podría reemplazar la imagen en su cabeza...

— Oye...

— ¿...?

— ¿Quieres oír mi historia?

— No.

—...

— Está bien.

Haiku abandonó su aura gélida, volviendo sus dedos sobre el cabello de la muñeca.

— Yo era un huérfano...

(...)

— Vaya, vaya... ¿Por qué esta crueldad?

La mujer de largo manto negro tras su espalda, recogió el cesto donde contenía un bebé. El

lloro de este no era agradable, pero su rostro hundido en desconsuelo conmovió su frío

corazón.

— ¿Realmente esas personas piensan en eso de los sacrificios humanos...? Solo me dejé ver

una vez en luna nueva, y ahora piensan que la torre contiene una deidad... Ah...

El niño siguió llorando. Ella lo acunó, meciéndolo.

— No te quisieron como hijo, y tampoco como ser humano...

Sonrió, frotando sus mejillas.

— Pero no te preocupes.

"No seré la más humana, pero tengo corazón."

Así decidió la bruja adoptar al pequeño infante, el cual puso por nombre Haiku.

Pasaron las semanas. La bruja, aun ayudada de su magia, no era perfecta criando al niño.

— Mis pergaminos...hechos trizas por un niño humano...

— Gu, gu...

Miró al culpable. El niño se metía a la boca los trozos de pergamino como si fueran un dulce.

— Nota: nunca dejar mis cosas en cajones bajos.

Recogió al niño.

— Eres problemático, ¿sabías? ¿Qué falta? ¿Qué te comas mis elixires?

Los ojos del niño brillaron.

— Oh, no, no, no. No lo harás, ¿entendiste?

A partir de ese día, la bruja colocó sus cosas en estantes altos e inaccesibles para el niño.

...Pero a los pocos meses, el niño llegó naturalmente a ellos.

Todo con ayuda de su magia, la cual lo hacía levitar como una hoja liviana.

Ella miró el desastre de libros tirado en el piso. Haiku saboreaba un tubo de vidrio donde

contenía un veneno desastroso para los seres humanos.

Él se lo bebió como si fuera un refresco dulce, sin mostrar señales de intoxicación.

— Empiezas a darme algo de miedo. ¿Te das cuenta de una gota de lo que estás bebiendo

mataría decenas de humanos?

— ¡Ma...má!

— Ugh.

No tuvo el coraje para regañarlo después de su primera palabra.

(...)

— ¿Entonces era como tu mamá?

— Era mi mamá. Ella me crio y cuidó, a diferencia de mis padres biológicos...

— ¿Estás molesto con ellos?

— Ah, no, no. De hecho, se los agradezco mucho. Estoy feliz de haberla conocido...

Coció una sonrisa sobre la muñeca. Casi podía verla en persona justo allí.

— De todos modos...no puedo odiar a alguien que desde hace mucho ya está muerto.

Susurró, llevando una sonrisa calmada. La muñeca estaba lista.

Sieg inclinó la cabeza hacia un lado.

— Repite la última parte. No la oí bien.

—...

— Ah, acabas de pincharte el dedo...

(...)

— ¡Ah, qué vergüenza! ¡No puedo creer que dormí con un chico en la misma cama!

— R-Realmente lo siento, Lisa, me haré responsable.

Sieg miró el intercambio, dándole una mirada a la cama.

De hecho, era tan grande, que cabrían veinte personas más, y aun no se tocarían.

Observó a los chicos. Estos ya estaban en proceso de juramentación. Algo le decía que no era

el momento adecuado para algo así.

— Chicos, ¿qué hacemos con mi deseo?

— Ah, cierto.

— Está eso.

Ellos volvieron a actuar profesionales.

Tomaron asiento, agradeciendo la taza de café que les entregó.

— Dime, ¿no hay nada que falte en dónde vives?

— Una o—

— Aparte de la olla, claro está.

— Uh... ¿Una escoba nueva?

— ¿Por qué todo es doméstico? ¿No hay nada más...eh...urgente y grande?

— Mi familia y yo no necesitamos lujos para estar felices. Somos fáciles de complacer.

— ¿Y qué tal una novia? Podrías pedirle a Haiku que te traiga tu alma gemela...

— Uh... No me interesa. Prefiero buscarla yo mismo.

Tampoco creía mucho en eso de las almas gemelas.

— ¿Qué tal algo como nunca tener enfermedades?

— Aunque suena bien, no lo veo como una necesidad para mi familia en específico. Siempre

hemos sido muy sanos. Solo nos hemos enfermado pocas veces durante estos años...

¿¡Qué demonios!?

¿¡De qué familia venía!?

— ¿Qué tal dinero, como yo? Así nunca tendrías que trabajar más.

— Hmm... No me imagino sin hacer nada. La ociosidad no es buena tampoco.

— Ugh.

Lisa alzó la mano.

— ¿Qué tal que tus hijos sean los más bellos del mundo?

— Sería un dolor espantar los pretendientes. Si son demasiado bellos, tendré que espantar

hombres y mujeres todos los días...

— Ah, cierto.

Eso sería estresante. Para Sieg sería un soponcio.

— Oh, oh, ¿qué tal una casa más grande para tus padres?

— Será un dolor limpiarla.

— ¿Un perrito?

— Puedo conseguirlo por mi cuenta.

— ¿La inmortalidad?

— Será un dolor ver morir a todos lo que amo. Mejor muero con ellos.

— ¡AHHHHH! ¡No tiene caso!

Clive y Lisa cayeron, sosteniéndose la cabeza.

Pero Clive se recuperó a los segundos, llevando consigo una sonrisa gallarda.

— Bueno, no nos estresemos. En el peor de los casos, si tardamos mucho tiempo aquí,

desearás que salgamos, ¿verdad?

— Hmm. Eso suena más posible que todo lo demás...

Como Clive necesitaba usar su fortuna para sacar a su madre de ese horrible lugar, si tardaban

mucho, tendría prisa por ayudarlo a salir. Eso en sí era un deseo...

Justo en ese instante que parecieron relajarse un poco, una nota cayó en medio de ellos...

Llevaron sus ojos al texto escrito en ella.

Decía:

"No se preocupen por el mundo exterior. Aquí no fluye el tiempo, ¡así que pasar semanas aquí

no será problema!"

—...

—...

—...

Clive cayó de rodillas.

— ¡NO PUEDE SEEEEER!

¡Su última esperanza...!

(...)

— Mira esta pulsera, Lisa. ¿No te parece bonita?

— Me gusta más este anillo. ¡Oh! ¡También hay una corona...! A ver, pruébatela...

— ¿Cómo me queda?

— ¡Estupendo! Ahora sumemos esta capa de terciopelo...

— ¿Me veo bien?

— ¡Como un rey! Si tan solo tuviera algo para mí...

— Allá hay una corona femenina...

— ¡Deja que la tome...!

—...

Sieg miró a sus amigos jugar con joyas, ropas lujosas y coronas como si fueran juguetes. Era su

modo de relajarse un rato, dado que no lograron darle ninguna idea factible durante la

mañana del siguiente día.

Ofreció una taza de café a Haiku.

— Lo siento, no me gusta el café.

Alegó, dándole un ademán para que alejara la taza de él.

—...

Pero Sieg no se retiró, mirándolo.

— De donde vengo, si te ofrecen algo, debes tomarlo, así no te guste.

— Esta no es tu casa, es la mía.

— Mis principios siguen siendo los mismos. Tómala.

— No quiero. Es demasiado amargo.

—...

—...

Nadie cedió por tres minutos. Sieg no retiró la taza.

— Ahhh...

Haiku suspiró largo y tendido, tomando la taza.

— Eres muy rígido. Así nadie te amará.

— No importa si nadie lo hace...

Dijo, tomando asiento.

Miró la ropa de Haiku. Hoy traía una túnica roja.

— Te cambiaste.

— ¿Creíste que vestiría lo mismo de ayer?

— Creí que tendrías más variedad.

—...

Haiku apretó la taza, pero relajó los dedos después.

— Me gusta mucho esta ropa. Me la dio mi mamá...

— Uh... ¿No conocía más variedad?

— Puede que sí, pero no importa. Me gusta tal como está. Es cómoda.

Afirmó, desfilando sus dedos por los finos pliegues.

— Veo. ¿No tienes alguna muda extra por allí?

— Si un grandulón como tú se la pone se verá aterrador de varias maneras, mejor no.

— Eso es cruel. Si no me dejarás usar nada, ¿Qué tal contarme algo?

— ¿Algo? ¿Quieres oír más?

— Realmente no.

—...

— Está bien. Algo breve, supongo.

Algo muy, muy breve.

(...)

La torre ganó fama una vez alguien la finalizó y obtuvo una gran recompensa. Que se hiciera

famoso y rico ayudó mucho a la propaganda.

Durante ese tiempo, Haiku comenzó a volverse pensante y a cuestionar las cosas.

Básicamente, la era donde todo niño duda de todo lo existente.

Ursa necesitó incontable paciencia para no lanzarse de una ventana al vacío. Haiku tenía tantas

dudas que incluso se preguntaba por qué la piedra era piedra.

Preguntas que ella no veía propias de un niño.

Algunas veces era muy tonto, y otras, tan filosófico que dejaría a los expertos como de mente

simple.

"¿Por qué legalizamos la maldad si no nos causa ningún bien?

"¿Es normal ser anormal? ¿Dónde queda lo normal?"

"Si creer que soy algo me hace eso mismo, ¿entonces por qué debo "adaptarme" para

parecerme más a ello?"

A ella sinceramente no le importaba si un perro y un gato tenían el mismo tiempo de

gestación, o si las arañas hembras se comían a su marido.

Un día como cualquier otro – uno donde quiso abrir la ventana y tirarse de ella – su hijo vino a

ella y le hizo una pregunta.

— Mamá, ¿por qué concedes deseos?

Bueno, no era tan rata como las otras.

— Es mi poder.

— ¿Tu poder? ¿Conceder deseos?

— Sí. ÉL me dio este poder, el poder de hacer realidad los deseos de la gente.

"Por supuesto, junto con una limitación."

Ella acarició su cabello, el cual se veía algo largo. Esta noche lo cortaría.

— No puedo usar mi poder fuera de esta torre. Tampoco puedo conceder deseos a personas

que no hayan llegado a la cima...

— ¿Por qué?

— Supongo que deben ganárselo. En este mundo nada es gratis.

"Ellos deben luchar por lo que quieren..."

Haiku tiró de su larga falda.

— ¿Y cuál es el deseo de mamá?

Ella le sonrió, plantando un beso en su frente.

— Ya no tengo ninguno.

Ya no estaba sola, como antes.

El tiempo pasó. El niño se volvió más grande, más poderoso.

— Ahhh... Pensar que tendrías tanto talento dentro de ese cuerpecito... Tardé dos años

afirmando las bases de ese hechizo, y tú lo terminas en unas semanas. ¿Eres un monstruo?

— Dudo que pueda ganarle a la persona que me quiso alimentar una vez con carbón.

— No estaba tan quemado.

— Eso no era comestible. Los libros y pergaminos sabían mejor.

— Ah, entonces recuerdas eso, eh...

Ella resopló, midiendo su estatura.

— A este ritmo pronto me alcanzarás. Lástima que no seas un muchacho fornido. Así dudo que

consigas novia, te ves muy flaco...

— ¿De dónde conseguiré novia? Aquí la única mujer es mamá.

— Siempre eres libre de salir, Haiku.

— No, está bien. Prefiero estar contigo.

— Me conmueves, pero realmente no tienes que acompañarme siempre.

"A fin de cuentas, eres libre..."

— Oye...

— De todos modos, ¿quieres algunas galletas?

— Solo si las preparo contigo... Odio comer carbón.

— ¿Sigues con eso?

(...)

Haiku sonrió, recordando cómo se aseguró de que no se quemaran dichas galletas. Estuvieron

cerca, eso sí.

— Srrrrrrrrrbbbbb...

—...

¿Por qué este tipo sorbía su café como un anciano sin dientes? Causaba mucho ruido. Fastidió

sus oídos.

— ¿Ah?

Lo vio en shock. Ahora estaba vestido de vikingo, un bárbaro bien abrigado de pies a cabeza.

Detrás de él apareció Lisa, vestida de reina.

— Jejeje, ¡te queda muy bien! Te ves rudo.

— Pesa mucho. Así no podré moverme rápido si nos atacan.

— Jaja... También tengo un vestido...

Amenaza detectada...

— Seguro Clive estará más contento de verte usándolo...

— A-Ah... ¿De verdad?

Amenazada superada.

(...)

Tercer día.

Clive y Lisa encontraron un montón de piezas blancas con puntos blancos. Haiku les dijo que

eran piezas de un juego llamado dominó.

Al ver lo divertido que era ponerlas en orden y luego hacerlas caer, empezaron su gran

proyecto.

Como siempre, Sieg los miró desde lejos.

Haiku dio una calada a su kiseru.

— ¿No irás con ellos?

— Me gusta más mirarlos. Tampoco soy buen moviendo mis manos con delicadeza. Los

derribaré a medio camino y haré que terminen tristes...

— En eso si puedo estar de acuerdo.

— ¿Sigues enojado por ese muñeco?

— ¿Cuántos años crees que he vivido? Por supuesto que no estaría enojado por algo tan

pequeño...

¿Entonces por qué tenía su pie pisado el suyo desde hace rato?

Temprano en la mañana a Sieg le entró ganas de cocer un muñeco. Haiku le enseñó cómo

empezar, y, cuando iban por buen camino poniendo los detalles, Sieg terminó rasgando la

cabeza y el cuerpo...

Si hubiera sido un muñeco normal, ningún problema, pero este justamente tenía la cara de su

madre Ursa.

— Todos cometemos errores... Sea romper el hermoso rostro de mi madre, o pincharse los

dedos con la aguja y mancharlo todo de sangre, nada me enojará.

¿Era necesario ser tan específico?

Haiku apuntó su kiseru a los niños.

— Por cierto, esta noche habrá una lluvia de estrellas. Pueden salir a verlo.

— ¿Salir? ¿Podemos salir?

— No de la torre como tal. Está el techo. Pueden verlo desde allí... Quizás así tengas alguna

idea.

— Gracias.

Que amable de su parte.

Haiku lo miró, como si quisiera decirle algo. Así pasaron los minutos, sin que nadie dijera nada.

Ah.

Como Sieg era lento, solo ahora cayó en lo que proponía.

Sieg tiró dos sillas entre ellos, tomando la suya.

Haiku se sentó sin preguntar, guardando el kiseru desde el cual lanzaba humo a la cara de Sieg

desde hace rato.

(...)

Haiku se hizo adulto.

No...de hecho...

...hace mucho tiempo que cumplió la edad para ser considerado uno...

...solo que su aspecto no cambió a partir de allí.

Miró las estrellas. Bebió del chocolate y masticó los malvaviscos semi—quemados que le

entregó su madre.

El río luminiscente se movía con cada pestañeo. Era bonito. A él le gustaba mirarlo durante

horas.

La mano de su madre frotó su espalda, muy, muy suavemente.

— Mamá...

— ¿Sí?

— ¿Por qué te estás muriendo?

— ¿Muriendo? ¿De qué estás hablado? Sigo igual de sana que siempre.

— Mamá...

—...

Ursa llevó sus ojos al cielo. Sus labios granate se movieron si pausas.

— Solo llegó mi hora, nada más. Es parte de la vida.

—...

Haiku dejó de mirar las estrellas. Ahora su brillo no importaba.

Tiró de la ropa de su madre, ropa que él mismo usaba ahora.

— ¿Por qué ahora? Han pasado años, muchos años... ¿Por qué tendrías que morir ahora?

Su madre se giró, y le sonrió.

Sus ojos café le dijeron que dejara de llorar. Se apiadaron de él.

— A todos nos llega nuestra hora, sea que vivamos mucho, o vivamos poco. He vivido largo

tiempo, Haiku, mucho más tiempo que cualquier humano...

— Pero... El tiempo aquí no fluye...

— Te mentí, lo hace, solo que muy, muy lento... Es por eso que has tardado tanto en crecer, y

yo en envejecer... Mi magia mantiene mi aspecto, pero en realidad tengo muchas partes de mí

que están fallando...

Haiku titubeó.

— ¿No puedes...retrasarlo...?

— No haría diferencia... ¿No me pedirías lo mismo una vez llegara el momento?

— Pero...yo...

"No quiero que te vayas..."

— Haiku...

— Hk...

— Si tus padres te hubieran criado, habrías estado en la misma situación. La muerte no es

ajena a nadie.

— Pero... ¿Qué haré una vez te vayas?

— Salir, por supuesto.

— ¿Qué?

¿Salir? ¿Salir a dónde? ¿Afuera?

¿A ese lugar desconocido, del que no sabía nada?

— No tienes que quedarte aquí. Puedes irte, dejar que tu tiempo vuelva a fluir con

normalidad...

¿Y dejar su hogar? ¿El lugar donde creció y fue amado?

— Pero...vivo aquí. Es mi...nuestra casa.

— Lo sé, pero todos los niños terminan marchándose de casa una vez crecen.

"Y creo que ya creciste lo suficiente..."

Las caricias en su cabello fueron suaves. Demasiado suaves. Normalmente pensaban más.

— Estos años han sido muy divertidos. Aún recuerdo cuando te comiste esos importantes

pergaminos que tardé semanas en reescribir... Mordías todo lo que encontrabas...

—...

— Eras travieso... Te lastimaste muchas veces por tus juegos...

—...

— Y te hiciste tan poderoso como yo... Incluso más. Te hiciste mi sucesor, el cual nunca creí

tener...

Se apoyó en su hombro.

— Te convertiste en mi felicidad. Gracias a ti no sufrí soledad... Nunca pensé que mi deseo de

tener un hijo se cumpliría, dado que no puedo tenerlos de manera natural...

— Mamá... Yo...

— Sabes, también fui abandonada por mis padres.

—...

— Me crio una señora amable junto a otros niños sin padres. Siempre quise ayudarla de

grande, pero murió antes de que pudiera hacer algo por ella. Me pregunté si estaría

decepcionada de no haber cosechado nada de mí aun después de tantos años cuidándome...

Cerró sus ojos, escudando sus ojos detrás de largas pestañas.

—...pero ahora me doy cuenta, de que nunca esperó nada de mí.

"Tan solo que estuviera bien...Que fuera feliz"

Haiku abrazó su hombro.

— Haiku, ¿me amas?

— Sí...

— ¿Mucho?

— Sí.

— ¿Qué tanto?

— Ni contando las estrellas podría darte un número exacto.

— Jaja...

Le sonrió, recargando todo su peso sobre él.

— Te amo, Haiku.

Haiku abrazó su hombro, aun cuando ella se volvió más pesada.

— Yo también, mamá...

Y eso nunca cambiaría.

Aun cuando ella no pudiera responderle de vuelta a partir de ahora.

(...)

— Clive, ¿a qué hora comenzará la lluvia de estrellas?

— Haiku dijo que en unos minutos. No es que nada nos vaya a interrumpir a estas alturas...

— Buen punto. Ni siquiera podemos ver nubes...

— Incluso tenemos una mesa llena de delicias para degustar mientras las miramos. No

podemos pedir más...

— Aunque Sieg se ve tosco con las manualidades, es muy bueno cocinando.

— Sí. Si tan solo cambiara esa cara inexpresiva y diera una sonrisa de vez en cuando...

— Dado que no es nada feo, ¡seguro conseguiría una novia!

— Sí.

— ¿Entendiste, Sieg? ¡Necesitas sonreír más! ¿Eh?

Lisa miró atrás, esperando palpar el brazo del castaño en un intento de molestarlo.

Pero este no estaba, aun cuando antes fue él quien acomodó la mesa llena de comida.

— ¿Dónde está Sieg?

— ¿No estaba aquí hace un momento?

(...)

Sieg llegó a la montaña de peluches, todos con la misma cara y cabello negro. Rostro zorruno y

labios bermellón.

La cara de Ursa, la madre de Haiku.

El mismo se recostaba sobre ellos, tejiendo uno nuevo. Uno más pequeño.

Los únicos peluches que cocía, de hecho...

— ¿Qué haces aquí? ¿No vas a ver las estrellas con los chicos?

Preguntó, con genuina confusión.

— Vine por ti.

— ¿Eh?

— Vamos a verlo juntos.

— Ah, no, no es necesario. Ya lo he visto muchas veces antes. Es más de lo mismo.

— Aun así, vamos. Cociné algo de comida...

— Y te digo que no es necesario. Véanlo ustedes...

Negó por segunda vez, continuando con la costura de su muñeca. No podía errar al ponerle su

típica sonrisa confiada.

—... Hmm.

Sieg dio unos pasos. Haiku se relajó, pensando que por fin entró en razón.

Pero Sieg no se movió para irse.

— ¡Uffff!

Apretó el puño. La presión exaltó las venas hacia afuera. Sus ojos tuvieron un reflejo

momentáneo de poder.

Lanzó el golpe hacia una pared.

No hubo estructura que resistiera la agresión directa y ruda. Todo cayó abajo.

— ¿¡...!? ¿¡Pero qué!?

Los escombros y el polvo dejaron anonadado al brujo, que llevó sus manos a la cabeza. La

muñeca cayó de sus manos.

Sieg provocó una espaciosa "ventana" hacia afuera, desde donde se veía el cielo nocturno.

Tomó asiento, como cualquier día.

— Bueno, veámoslo desde aquí.

—...

—...

Haiku se puso de pie, tomándolo de su ropa.

— ¿¡ESTÁS LOCO!? ¿¡CÓMO PUDISTE ROMPER LA PARED!? ¡MIRA CÓMO QUEDÓ!

¡DESTRUIDA!

— Puedes arreglarla luego.

— ¡ESO NO ES EXCUSA PARA ROMPERLA POR LAS BUENAS!

— No querías subir a ver la lluvia de estrellas, así que la veremos desde aquí.

— ¿¡Ah!?

¿¡Este tipo era estúpido!?

No, ¡era estúpido!

— ¡Acabo de decirte que no quiero verla!

— ¿Por qué no quieres?

— ¡La he visto muchas veces antes! ¡Ya no es interesante!

— ¿No es interesante...

"...o te causa dolor?"

—...

Haiku lo soltó. Rehuyó del contacto.

Ni una vez miró el cielo. Le dio la espalda.

— No...no es eso. Ya lo superé. Hace muchos años que ella se fue.

— Pero sigue doliendo, ¿verdad?

— No tanto como antes.

— ¿Entonces por qué no ves el cielo? ¿No te gustaba antes?

— Cuando era joven. Ahora ya no tiene tanta gracia.

Haiku trató de avanzar, pero Sieg tiró de su túnica.

— Haiku... ¿Hace cuánto murió tu madre?

— ¿Por qué...por qué quieres saber eso?

— Solo quiero saberlo.

— Hace...hace 500 años.

—...

Sieg cerró los ojos.

— ¿Y desde entonces, te has quedado aquí?

—...

Haiku presionó los labios, aguantando un quejido.

— Sí.

— ¿No has salido ni una vez?

— Eso no es...necesario. Me gusta aquí. Es mi casa, mi hogar.

— Pero ella quería que salieras y vieras el mundo.

— No lo necesito. Aquí soy feliz.

— ¿Seguro?

— ¿Por qué preguntas?

— Porque...desde mi punto de vista, pareces querer salir... ¿No por eso te mostraste ante

nosotros, pese a que años antes te disfrazaste?

— ¿Ahora te volviste psicólogo? No quiero nada del mundo exterior... De él no he obtenido

nada.

Fue abandonado. Solo ella le tendió la mano. Le prodigó amor y un sitio cálido en el cual vivir.

— ¿Eh?

El poder de Haiku...vibró. Resonó con un deseo.

Miró atrás, encarando el rostro severo de Sieg.

— Haiku...

—...

— Ya tengo mi deseo.

— ¿Qué—

¿Qué cosa podría—

— Quiero que vengas conmigo afuera.

— ¿Qué...

...tonterías dices?

Estuvo por gruñir, pero algo dentro de él lo detuvo.

Ah...

Ese...era su verdadero deseo... No mentía.

Pero... ¿por qué? ¿Por qué él...

Bajó la cabeza, buscando escapar de contacto visual.

— ¿Por qué quieres que vaya contigo? Apenas nos conocemos.

— Hmm... Bueno...

Sieg dejó ir su ropa. Señaló más arriba, llevando su dedo a la cumbre.

—...

Haiku tuvo miedo, pero siguió ese dedo.

Después de 500 años, miró el cielo.

Una lluvia de estrellas, nadando en un vasto mar de púrpura y azul. Lleno de vida, lleno de

hermosura...

...lleno de la misma hermosura de aquellos días donde lo veía con su madre...

Una vista esplendida para cualquier persona, independientemente de su sexo o edad.

— Porque quiero que veas cosas igual de bellas que esta, Haiku.

Declaró Sieg, a la espera de una respuesta.

—...

— Existen lugares increíbles que no has visto.

—...

— Estoy seguro que tu madre habría estado encantada de que los vieras. Siempre fuiste

alguien muy curioso desde joven, ¿no?

Haiku dejó caer sus hombros. Trató de controlar su voz en vano.

— Yo...

— Así que deja de ser cobarde...

Puesto de pie, le extendió la mano. Haiku la miró, confundido.

— Es hora de salir de casa, Haiku.

—...

— Puede que sea aterrador dejar este lugar lleno de recuerdos, pero es necesario.

"¿O vas a tirar por tierra el último deseo de tu madre?"

— Hk.

Haiku miró el rostro de Sieg.

Una pequeña sonrisa descendía de sus labios. Labios que nunca antes mostraron emoción por

nada ni nadie.

Pero que de alguna forma, le dieron valor.

Tomó su mano.

— No sé nada del mundo exterior.

— Es de esperar.

— Te harás responsable de mí, ¿verdad?

— Siempre he sido responsable con las cosas que recojo de la calle.

— Eres un... Olvídalo. ¿Me... me llevarás a esos lugares? No sé llegar a ninguno de ellos.

— Claro.

Haiku y Sieg miraron el hermoso espectáculo de luces. Una pintura no podría capturar su

belleza.

El mismo cielo que le trajo tanta felicidad antes, del mismo modo le causó un dolor tremendo

cuando lo miraba.

Mirarlo le traía recuerdos del antes. De cuando no estaba solo. De cuando compartía su

comida. De las palabras que iba y venían.

Es curioso como algo inmutable puede causar tantas emociones diferentes...

Giró a ver a Sieg. Este hizo lo mismo.

— ¿Entonces?

— ¿Entonces qué?

— ¿Concederás mi deseo?

—...

Apretó su mano, tratando de lastimarlo, pero este era más sólido que un muro de piedra. No

causó nada de daño.

Sonrió resignadamente.

— ¿No te lo dije antes? No existen excepciones.

Y no existirán.

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¡Uff! Es media noche y yo sin dormir, ¡Dios mío! Que irresponsable. Esto era un proyecto ultra

viejo que retomé después de ver un dibujo que había hecho de Haiku. Pensé "Oh, cierto, tenía

algo pensado, pero no me animé a hacerlo..." Viendo que solo sería un corto one-show, ¡decidí

lanzarme a ello!

No es tan interesante como los anteriores cortos, pero es algo que quería escribir porque

bueno, ¡porque sí!

Ah, me duele el cerebro. Creo que tengo una fractura cerebral. Ayuda...

Veo que a algunos les gustó Heridas del pasado, eso fue inesperado, dado lo cortó que me

salió. Yo vi esas tristes 30 páginas y pensé "Dios mío, que poquito..." ¡Pero me sorprendí

bastante de saber que hubo gente que le agradó mucho!

Esto, como no, salió de una idea que tuve a la hora de ver un anime. Existen muchos

paralelismos si los buscan bien. Tal parece que tengo algo con los cielos estrellados...

Irónicamente, desde Venezuela, aquí solo veo puro negro y algunas estrellitas diminutas.

Ah, cierto, ¡buena noticia, las clases se atrasaron una semana! ¡Gloria a Dios! ¡Mis oraciones

fueron contestadas! ¡Más tiempo para procrastinar! ¡Jajaja!

¡Trataré de publicar el siguiente capítulo de El elfo y el mercenario, paciencia, gente!

Podremos ver al grupo de los Zelotes en acción, esos bribones demostrarán que no son meros

extras de película.

Ah, y no puedo irme sin pedir comentarios. ¡No los matará poner algunos, o uno, al menos!

Me alimento de ellos para más motivación, no sean tacaños.

Este año viene la segunda parte de Re Zero, el contraataque. Aunque la primera parte estuvo

muy bien animada, y no tengo quejas de ello, cortaron muchas partes importantes.

SPOILER DE LA NOVELA LIGERA

En realidad no fue Priscila quien señaló la maldición en la pierna de Subaru, fue Julius.

Colocaron allí a Priscila para, ¿no sé? ¿Fanservice ardiente? Como pasó lo del arco 8, supongo

que quieren darle algunas escenas extras...

Luego de eso, aparece Anastasia y le dice a Subaru sobre Equidna, su espíritu zorro, y luego en

la reunión se lo declara a todos los presentes. Julius quedó como "Madre mía, ¿qué es esta

infidelidad, Anastasia-Sama?" Jajaja... Ah.

Solo espero que no corten detalles importantes en la segunda parte...

Bueno, en realidad, mientras dejen las partes de Julius (Cuando Subaru corre tras él y descubre

que perdió su nombre) y la pelea en toda su extensión de Subaru y Reinhard (Censuremos la

inexistente contribución de Emilia y su pobre memoria tipo Las Vegas), ¡estaré contenta!

Bueno, me alargué demasiado. Debió ser aburrido leer todo esto...

Y con esto, Analyn finaliza, inclinándose para decirles adiós a todos. ¡Bye bye!

¡Beso!