Dos días después de haber pasado una tarde inolvidable con sus amigos, Kagome no había visto a Sesshomaru por ningún lado. Aunque su mente vagaba constantemente hacia él, había prometido ayudar a Sango con los últimos detalles de su boda, un evento que se acercaba con rapidez y que prometía ser tan mágico como el amor que unía a su amiga con Miroku.

La recepción sería íntima, pero no por ello menos espectacular. Habían reservado el salón "The Secret Garden", un espacio que parecía sacado de un cuento de hadas. La boda tendría lugar la semana en que el crucero arribara a Marsella, una ciudad impregnada de historia y romance. El lugar elegido se encontraba en la cubierta exterior, rodeado de altos setos y exuberantes plantas tropicales que garantizaban la privacidad de los invitados. Sobre ellos, el cielo nocturno desplegaría su manto estrellado, complementado por luces cálidas que colgaban como estrellas adicionales, creando un ambiente etéreo y romántico.

En las fotografías promocionales que les mostró la encargada del salón, se podía apreciar el intenso azul del mar Mediterráneo, contrastando con la silueta de la ciudad, sus edificios históricos y su puerto lleno de vida. Las imágenes capturaban bodas realizadas en distintos momentos del día: mañanas llenas de luz, tardes doradas y noches mágicas bajo las estrellas. Pero fue el atardecer lo que hizo que Sango quedara completamente enamorada del lugar. En las fotos, los cielos se teñían de tonos dorados y rosas suaves, ofreciendo un espectáculo natural que parecía diseñado para un momento tan especial.

Kagome observaba a su amiga con una mezcla de felicidad y nostalgia. Sango estaba radiante mientras imaginaba su gran día. Podía visualizarla con su vestido de novia, envuelta en ese resplandor dorado del atardecer, besando a Miroku bajo las luces titilantes. Aunque Kagome sentía una punzada de culpa por no poder compartir plenamente su alegría, decidió apartar esos pensamientos. No era momento para la tristeza.

—¿No es perfecto? —preguntó Sango emocionada, girando lentamente para admirar el lugar. A pesar de que faltaban cuatro meses para la boda, los nervios ya comenzaban a hacer estragos en ella. Sin embargo, estaba agradecida de haber coincidido con Kagome en este crucero; su presencia la ayudaba a mantener la calma.

Kagome asintió con entusiasmo.

—Es más que perfecto, Sango. Es como salido de un sueño. Estoy tan feliz de que hayas encontrado este lugar. Y Marsella… qué ciudad tan romántica para casarse.

La encargada del salón, una mujer de cabello corto y sonrisa afable se acercó a ellas con una elegancia natural que parecía acentuada por su marcado acento francés.

—Señoritas, ¿todo está a su gusto? —preguntó con una voz dulce que hacía que todo sonara aún más especial.

—Es maravilloso —respondió Sango con una sonrisa radiante—. No puedo esperar a que llegue el día. Quiero que todo sea perfecto para Miroku y nuestros invitados.

—Oh, créame, madame —dijo la encargada con una sonrisa cómplice—, el atardecer aquí es algo que ninguno de sus invitados olvidará jamás. ¿Ha decidido ya si desea las velas flotantes en las fuentes? Es un toque muy romántico.

Sango se giró hacia Kagome con ojos brillantes y expectantes.

—¿Qué opinas? ¿Velas flotantes o no?

Kagome sonrió al ver a su amiga tan emocionada. Era imposible no contagiarse de su entusiasmo.

—Definitivamente velas flotantes —respondió sin dudar—. Harán que todo sea aún más mágico.

Sango asintió con determinación. —Entonces, velas flotantes será.

La encargada tomó nota rápidamente en su tableta y añadió: —Perfecto. También he confirmado que el chef está preparando el menú tal como lo solicitó. Los postres franceses serán un verdadero deleite para sus invitados.

—¿Cuándo podremos tener la degustación? —preguntó Sango con curiosidad.

—Permítame revisar con el chef —respondió la encargada antes de excusarse por un momento.

Kagome sabía que había estado esquivando ciertas conversaciones todo el día, pero ahora que estaban solas, Sango aprovechó la oportunidad para saciar su curiosidad.

—No creas que con todo esto se me ha olvidado —dijo con tono inquisitivo mientras miraba directamente a Kagome.

Kagome intentó mantener la compostura. —¿A qué te refieres? —preguntó, aunque sabía perfectamente hacia dónde iba la conversación.

—Bankotsu —respondió Sango finalmente, clavando sus ojos en los de Kagome—. ¿Qué fue lo que pasó?

Kagome abrió la boca para responder, pero en ese momento la encargada regresó para confirmar los detalles.

—Nos confirma el chef que podemos agendar la degustación para el sábado o domingo —informó con una sonrisa profesional.

—Domingo sería ideal —respondió Sango rápidamente.

Una vez confirmada la cita, las amigas decidieron relajarse un poco y fueron a uno de los bares del crucero. Mientras el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, tiñendo el cielo con tonos anaranjados y rosados. Kagome y Sango, sentadas en una mesa junto a la barandilla del bar principal, disfrutaban de la brisa marina que acariciaba sus rostros. Frente a ellas, dos cócteles con sombrillas de papel permanecían casi intactos. Kagome sabía que no podía seguir postergándolo. Había llegado el momento de ser completamente honesta.

—Sango… —comenzó con voz temblorosa mientras jugueteaba con la pajilla de su bebida—. Necesito contarte algo, pero no sé por dónde empezar.

Sango arqueó una ceja, intrigada, y dejó su vaso sobre la mesa. Sabía que cuando Kagome hablaba con ese tono, lo que venía no era sencillo.

—Empieza por el principio —sugirió, inclinándose hacia adelante para escuchar mejor.

Kagome tomó aire profundamente, como si estuviera preparándose para un salto al vacío.

—Hace dos meses, la editorial me regaló un par de boletos para este crucero. Lo vi como una oportunidad para desconectarme y, bueno… también para intentar arreglar las cosas con Bankotsu.

Sango ladeó la cabeza, confundida.

—¿Arreglar las cosas? ¿Qué cosas?

Kagome bajó la mirada, avergonzada.

—Últimamente… él ha estado distante. Ya sabes cómo es, siempre tan apasionado y... bueno... —se detuvo, buscando las palabras adecuadas—. Pero hace semanas que no hay nada entre nosotros. Ni siquiera me mira como antes.

Sango asintió con empatía. Era evidente que Kagome estaba lidiando con algo más profundo de lo que aparentaba.

—Cuando comenzó el crucero —continuó Kagome—, sugirió que tomáramos un "tiempo" para disfrutar al máximo de las actividades del barco. Al principio pensé que era una idea divertida, pero luego lo vi... —hizo una pausa y apretó los labios—. Lo vi con otra chica. Bueno, no con una… con varias.

Sango abrió los ojos de par en par.

—¿Varias? ¿Cuántas estamos hablando?

Kagome dejó escapar un suspiro de frustración.

—Al menos quince. Y apenas llevamos una semana en este crucero. ¿Crees que intenta acostarse con todas las mujeres del barco?

Sango se llevó la mano a la boca para ahogar un grito.

—Eso es... horrible. No sé qué decir.

Kagome bebió de un solo trago lo que quedaba en su vaso y señaló al mesero para que le trajera otro. Su rostro reflejaba una mezcla de enojo y tristeza.

—Y eso no es lo peor —añadió en voz baja.

Sango se inclinó aún más hacia adelante, incapaz de imaginar qué podría ser peor que lo que acababa de escuchar.

—¿Hay más? —preguntó con incredulidad.

Kagome asintió lentamente, evitando la mirada de su amiga.

—He estado mensajeando con alguien más… desde hace meses.

El rostro de Sango se congeló por un instante antes de transformarse en una expresión de asombro absoluto.

—¿Qué? ¿Con quién?

Kagome vaciló antes de responder. Sabía que esta confesión cambiaría todo.

—Con Sesshomaru.

El nombre cayó como una bomba sobre la mesa. Sango dejó caer su vaso, derramando su bebida sobre el mantel.

—¡¿Sesshomaru?! —exclamó, atrayendo la atención de varias personas en las mesas cercanas. Kagome se encogió en su asiento, deseando desaparecer.

—¡Baja la voz! —susurró desesperada mientras miraba a su alrededor para asegurarse de que nadie estuviera escuchando demasiado.

Sango se cubrió la boca con ambas manos, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar.

—¿El hermano de Inuyasha? —preguntó finalmente en un murmullo. Kagome asintió lentamente, sintiendo cómo sus mejillas ardían de vergüenza.

—Nos conocimos hace tiempo, cuando salía con Koga. Era su cumpleaños y Sesshomaru estaba allí como invitado. No pasó nada entre nosotros… pero hubo algo… una conexión —admitió mientras jugaba nerviosamente con el borde de su vaso.

Sango parpadeó varias veces, aun tratando de entender la situación.

— Algunas de las escenas que se encuentran en mi libro — Kagome dudo un poco — Son representaciones sacadas totalmente de contexto de encuentros que nosotros tuvimos.

—Espera… ¿me estás diciendo que entre tu y Sesshomaru? —preguntó con incredulidad.

— No claro que no — Kagome se encontraba totalmente sonrojada — pero ¿Recuerdas las dos escenas más candentes de mis libros? —preguntó en un susurro apenas audible.

Sango asintió lentamente, sus ojos llenos de asombro.

—Ambas están basadas en sueños que tuve después de encuentros breves con él. No pasó nada físico entre nosotros, pero esos encuentros dejaron una impresión tan fuerte en mí que… bueno… mi imaginación hizo el resto.

Sango abrió la boca para decir algo, pero no encontró las palabras adecuadas. Finalmente, se recostó en su silla y dejó escapar un largo suspiro.

—Esto es demasiado para procesar —admitió mientras se frotaba las sienes—. ¿Crees que él sabe que fue tu inspiración?

Kagome negó con la cabeza rápidamente.

—No lo creo. Sesshomaru no es del tipo que leería novelas de Dark romance para adolescentes o al menos eso espero —añadió con una sonrisa nerviosa.

Ambas amigas rieron suavemente ante la idea, pero la risa no logró disipar la tensión que flotaba entre ellas. Kagome sabía que estaba caminando por una cuerda floja y que cualquier paso en falso podría hacerla caer al abismo.

—¿Y qué planeas hacer ahora? —preguntó Sango finalmente, mirándola con seriedad.

Kagome se encogió de hombros, incapaz de ofrecer una respuesta clara. El bloqueo creativo que había estado enfrentando durante meses parecía insignificante en comparación con el caos emocional en el que estaba sumida.

—No lo sé —admitió finalmente—. Lo único que sé es que ver a Bankotsu actuar como si yo no existiera duele más de lo que esperaba… pero también sé que no puedo dejar de pensar en Sesshomaru. Cada mensaje suyo me hace sentir viva de una manera que no puedo explicar.

Sango tomó la mano de Kagome y le dio un apretón reconfortante.

—Sea lo que sea lo que decidas hacer, estaré aquí para ti —dijo con sinceridad.

Kagome le dedicó una pequeña sonrisa agradecida antes de mirar hacia el horizonte. El sol ya había desaparecido por completo, dejando el cielo envuelto en un manto oscuro salpicado de estrellas. En ese vasto océano de incertidumbre, Kagome sabía que tendría que enfrentar sus sentimientos y tomar una decisión, aunque aún no estaba lista para hacerlo.