Disclaimer: Los personajes y la historia están basados en la saga de Harry Potter, propiedad de J.K. Rowling
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Capítulo 3: El declive
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En el apogeo del verano de 1966, Remus estaba emocionado. Tocó varias veces la puerta de la Calle 47 Heol Poyston en Cardiff y esperó. La dulce mujer de cabellera rubia, corta, lo recibió y se le hicieron varias pequeñas arrugas en sus ojos al sonreír con alevosía al pequeño niño que se lanzó a sus piernas para abrazarla.
La mujer cargó al niño que no veía desde hace un año y dejó pasar a la familia Lupin a su hogar; una casa de dos pisos, luminosa y con un estilo cottage.
—Remus, mírate estás enorme. ¿Qué te pasó en el brazo, querido? —la sonrisa de Remus se esfumó en un segundo. Quiso ocultar su brazo vendado, pero ya era tarde, su abuela lo había visto, y él se sentía avergonzado.
Hope y Lyall se miraron entre sí, la preocupación y la ansiedad a tope.
—¿Cómo está papá? —preguntó Hope, para distraer a su madre de Remus.
—Tiene días buenos y días malos. Le hará bien tenerlos un tiempo por aquí.
—No podemos quedarnos mucho tiempo, mamá.
—¿Qué está pasando Hope? Quiero la verdad, no más mentiras, por favor. Somos familia.
Se podría describir a Esme Howell, como una mujer fuerte, decidida y autoritaria. Estaba cansada de las largas y enredadas explicaciones de su hija para evitar visitarles, pero sobre todo comenzaba a tener varias erróneas especulaciones sobre Lyall Lupin, y Hope no estaba de acuerdo en que sus padres pensaran mal sobre su esposo.
Lo que realmente pasaba en la familia Lupin durante el último año era complicado de compartir. Todo el tiempo Hope tenía miedo, estaba preocupada, nerviosa, estresada. Quería que todo fuese una pesadilla, despertar y que su hijo no tuviera que sufrir las dolorosas transformaciones de cada mes. Lo escuchaba gritar del otro lado de la puerta, lo escuchaba arañar, aullar, gruñir, era sólo un cachorro, pero con bastante energía y fuerza para destruir todo a su paso.
—Siéntate mamá, necesitamos hablar.
Esme bajó a Remus al suelo para sentarse en el sillón, sus padres hicieron lo mismo en el sillón de enfrente, nadie le prestaba atención en ese momento al pequeño Remus, así que fue dando un pasó tras otro hacia atrás, él no quería escuchar esa conversación, no quería que su abuela se compadeciera de él, suficiente tenía con sus padres.
Así que poco a poco, Remus se fue alejando de la sala de estar. Caminó por el pasillo que daba hacia la cocina, para subir las escaleras que se encontraban en medio de ambas estancias, y como Remus había pasado allí varios veranos, conocía bastante bien la casa de sus abuelos. Sabía que las habitaciones estaban en el segundo piso y quería ver un poco de televisión, sólo alcanzó a subir un par de peldaños cuando escuchó el tronar de los dedos y algo más, una ¿marimba? y luego una voz, llamándole.
"You don't know what's going on"
"You've been away for far too long"
Remus bajó los dos escalones que había subido y siguió la voz.
"You can't come back and think you are still there"
Siguió caminando por el pasillo contrario a la sala donde estaban sus padres y su abuela.
"You're out of touch, my baby"
"My poor discarded baby"
Y dió con el lugar donde aquel particular sonido se hacía presente.
"I said, baby, baby, baby, you're out of time"
Remus se quedó en la entrada de la habitación escuchando la música y observando al hombre de mediana edad desganado, sentado en un cómodo sillón oscuro, junto a un tocadiscos.
"Well, baby, baby, baby, you're out of time"
"I said, baby, baby, baby, you're out of time"
"You are all left out"
—¿Te gusta? —preguntó el hombre, tosiendo un poco en su pañuelo.
—Sí, ¿quiénes son? —preguntó Remus adentrándose en la habitación que antes solía ser el estudio de pintura de su madre. Tenía las cortinas corridas por lo que la luz del mediodía mantenía cálido el lugar. En medio de todo había una camilla de sábanas blancas, se veía incómoda y tal vez por eso su abuelo prefería el sillón.
—The Rolling Stones, ¿no los habías escuchado antes? —Remus negó con la cabeza—. Muchacho, ¿acaso tus padres odian la música?
Remus volvió a negar con la cabeza.
—Tuvimos que vender la radio.
—¿Por qué? ¿Están teniendo problemas económicos?
Remus de nuevo negó.
—Tuvimos que mudarnos de casa para que el hombre malo no nos encontrará.
—¿Qué hombre malo? —preguntó su abuelo con las cejas enarcadas. Remus se adentró en la habitación.
—Él me hizo esto —respondió el pequeño, alzando su playera y dejando a la vista de su abuelo la marca de dientes y colmillos adheridos en su piel. El pobre hombre sólo quedó más confundido que al principio, las palabras se atoraron en su garganta y la tos sólo se intensificó.
—¿Cómo… qué… Remus… —Su ataque de tos no le dejó articular, pero Remus no paró ahí.
—Mamá está triste todo el tiempo y papá… Él trata de sanarme, pero hasta ahora no ha podido. ¿Tú también eres cómo yo abuelo?
—¿Cómo… tú? —inquirió, una pregunta tras otra y ninguna tenía respuesta.
—¿También estás enfermo? ¿Yo también voy a necesitar eso? —quiso saber el niño señalando los tubos sobre su nariz.
—Esto —dijo su abuelo, mostrándole el pequeño tanque junto a él—. Es un tanque de oxígeno, me ayuda a respirar mejor. Y tú, muchacho no necesitas uno de estos. ¿Quieres explicarme quién te hizo eso?
Remus se encogió de hombros frente a su abuelo.
—El hombre malo me mordió y ahora soy como él. Un monstruo.
—Remus, no estoy entendiendo lo que estás diciendo y tal vez necesitaré que tus padres me lo expliquen, pero escucha bien muchacho, no eres un monstruo. Ven aquí. —Remus se acercó hasta su abuelo, quien lo levantó en brazos para sentarlo en sus piernas—. Eres un niño muy especial, eres generoso, fuerte, valiente y ningún monstruo tiene esas cualidades ¿o si?
Remus negó con la cabeza.
—¿Lo ves? No eres un monstruo —el niño sonrió y pronto la risa se convirtió en carcajadas cuando su abuelo comenzó a hacerle cosquillas en la barriga, utilizando el mejor remedio para quitarle la tristeza a un niño. Y aunque su abuelo tal vez no comprendía la magnitud de las palabras de Remus, sabía que algo muy malo había pasado en la familia Lupin, pero seguir atormentando a su nieto con preguntas, no era la mejor manera de obtener respuestas.
—No… hahaha… abuelo… hahaha
De pronto Remus guardó silencio. La sonrisa enmarcada en sus labios, sus ojos llorosos, las mejillas sonrojadas. Le gustaba esa canción, le gustaba el ritmo y sobre todo le gustaba lo que decía, porque una parte de él lo hacía sentirse identificado con lo que le estaba pasando, pero sólo por un segundo él lo olvidó, olvidó todo el sufrimiento, olvidó quién era y lo que era, porque todo era fácil y a la vez It's not easy.
Remus se retorció en los brazos de su abuelo, resbalando hacia el suelo, riendo. Se quedó un momento escuchando, pero no pudo quedarse quieto, su cuerpo lo guiaba al son de la música, se levantó del suelo dando un brinco y luego otro más y otro. Alzaba los brazos, daba vueltas, mientras su abuelo lo animaba cantando al unísono de Mick Jagger.
Un escalofrío lo recorrió entero, una sensación extraña como algo queriendo ser expulsado, no hizo nada, sólo dejó que sucediera y lo que pasó fue tan grandioso de ver que su abuelo sólo pudo reír a carcajadas emocionado por lo que veía. El alboroto atrajo a los adultos de la sala, su madre llamándole, su padre riendo extasiado de felicidad gritando "Ha, lo sabía, lo sabía", una y otra vez mientras lo alzaba en brazos; su abuela mirando pasmada como todos los objetos de la habitación estaban flotando, levitados por arte de magia.
Magia.
Remus, tenía el don.
Remus, podía hacer magia.
Remus, un hombre lobo y un mago, un mago y un hombre lobo.
¿Cómo lidiaría con la magia espontánea de Remus? ¿Cómo controlar a un mago y a un hombre lobo? ¿No tenían ya bastantes problemas?
Son las preguntas que se hacía su madre mientras lo miraba sonreír, no lo admitiría nunca, pero Hope Lupin no estaba contenta; creía que ya era lo suficientemente malo que fuese un hombre lobo como para ser también un mago, y no porque no quisiese que lo fuese, sino porque intuía los retos que su hijo se enfrentaría en el futuro y eso sólo incrementó su miedo, temía que algún día le arrebatarán a su hijo, que el Ministerio lo encarcelará por ser lo que es, que Remus de tan noble corazón fuese rechazado por la sociedad.
Porque él no tenía la culpa, él no merecía sufrir así.
Hope Lupin sonrió a su hijo que la miraba desde los brazos de su padre, sus ojos tan brillantes como el oro y tan dulces como la miel, tuvo un último pensamiento antes de unirse a la celebración.
«Yo siempre voy a protegerte, mi pequeño niño».
….
—Remus, ¿dónde estás?
—¡Remus!
—¡Sal ahora jovencito!
—¡Esto no es un juego Remus, debemos irnos!
—Te encontré —expresó su madre cuando se asomó bajo la cama del cuarto de sus padres y encontró a su hijo hecho un ovillo al fondo—. Remus, sal ya de ahí. Sabes que tienes que irte.
—No quiero —protestó su hijo
—Lo sé cariño, pero no puedes quedarte aquí. En casa podrás hacerlo sin problema.
—NO. Quiero quedarme —vociferó en una rabieta el niño de 6 años.
—Remus, es luna llena. No puedes retrasar lo inevitable.
—¡NO! —dijo Remus tangente.
—Todo estará bien cariño, cuando vuelvas puedes seguir escuchando a Los Beatles, a Bob Dylan o a cuántos grupos quieras con tu abuelo, pero ahora tienes que irte.
Su madre no entendía, ¿cómo podría? para él también era difícil de describir, el olor, la sensación, la falta de apetito, no sólo por la luna llena, había algo más en el ambiente, algo lúgubre.
Sabía que no todo estaría bien al volver, por eso no quería irse, por eso quería quedarse. El miedo lo estaba paralizando y no podía hablarlo con nadie, porque él los observó a todos y ninguno parecía sentir lo que él sentía.
—¿Dónde está? —preguntó su padre con pisadas furiosas al entrar en la habitación.
—Bajo la cama —respondió su madre traidora.
—Remus, nos vamos ¡AHORA!
—¡NO! —gritó el niño bajo la cama.
—DIJE AHORA —repitió su padre y no tuvo oportunidad de replicar porque fue tirado por una fuerza invisible que lo sacó sin esfuerzo de debajo de la cama.
—NO… NO… NO… —Gritaba Remus, mientras era llevado a rastras por su padre al primer piso. Nadie hizo nada por ayudarlo—. NO QUIERO IR —gritó desesperado y su magia no le ayudó para nada, únicamente provocaba bajones en la luz.
Vio a su madre por última vez en el cuarto de su abuela, la vio a ella en la cocina con la mano en el pecho, llena de preocupación y vio a su abuelo sentado en su sillón desde la ventana que da a la calle con su pañuelo en la boca tosiendo.
Remus lloró de enojo en todo el trayecto de casa de sus abuelos a su casa. Lloró de frustración cuando fue encerrado en el sótano y lloró de tristeza a la mañana siguiente cuando su padre le informó que su abuelo había fallecido en la madrugada.
Durmió todo el día, toda la tarde y toda la noche.
Cuando volvieron a casa de sus abuelos, Remus estaba enojado, se confinó al sillón oscuro donde vio por última vez a su abuelo. Él sabía que no debía haberse ido, pero aun así su padre se lo llevó a la fuerza. «Debí haber estado aquí, yo podría haberlo sanado», pensó el niño de seis años.
Con el tiempo, Remus comprendería que no podía haber hecho nada por él, estaba fuera de su alcance y a veces ni la magia puede curar lo incurable, como su licantropía.
El funeral de su abuelo fue el primero al que Remus asistió, se la pasó en una esquina observando; todos los presentes vestían de negro, guardaban silencio al entrar y susurraban al encontrarse con viejos conocidos, algunos lloraban, como mamá y la abuela, a otros podía verlos señalándole, diciéndose entre ellos lo pálido que se veía, las ojeras bajo sus ojos y sus manos vendadas por desgarrarse las uñas por intentar salir. Especulaban, era lo único que podían hacer, porque ninguno de ellos conocía su condición.
Duraron sólo dos lunas llenas más en casa de su abuela, su madre no quería dejarla sola, pero decía que no podían quedarse más tiempo, temía que los vecinos comenzarán a hablar sobre él.
Siempre por él.
—Remus, tu abuelo dejó esto para ti. —Dijo su abuela antes de que partieran.
Había guardado en una caja su tocadiscos y todos esos vinilos que escuchó con su abuelo en las últimas semanas. Pasó días enteros en su habitación escuchando atentamente cada canción, aprendiendo sobre los grandes y memorizando cada letra.
Remus comenzó a llorar, le extrañaba.
Su abuelo, fue el único que no lo trató con delicadeza luego de enterarse de su condición, creía que al ser un veterano de guerra entendía lo que era ser tratado diferente. Su abuelo nunca preguntó, ni lo cuestionó, únicamente fue su mentor, y ambos encontraron consuelo y entendimiento en la música.
Su abuela lo abrazó, consolando su llanto descontrolado.
—Yo también le echó de menos, Remus. Pero tu abuelo quería que fuéramos fuertes y él siempre va a estar con nosotros, aquí —dijo su abuela depositando una mano en su pecho, justo en su corazón. Limpió sus lágrimas, besó sus mejillas y lo abrazó tan fuerte que casi le saca el aire.
Minutos después, la familia Lupin partió a su hogar.
Cargando con el peso de la pérdida y la ausencia.
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Hola!
Muchas gracias por seguir leyendo, espero que les siga gustando y me compartan su opinión, nos vemos en el siguiente capítulo. Bonita semana! :)
Chrushbut
