Capítulo XIII

En la Posada Harusono

Parte 1—


Meiyo (honor)

«El guerrero es el único juez de sus propios actos. Las decisiones tomadas, las decisiones ejecutadas reflejan su esencia. Definen su honor».


Código Bushido.

Aldea de Mutsu. Región de Tōhoku.

Iniciaba la hora de la rata cuando la joven de cabello rubio llegó al lugar de encuentro. La lluvia la tomó por sorpresa justo a mitad de camino, pero por suerte había escogido una lamparilla toro para iluminar y había llevado un amplio sombrero de hebras de bambú con el que pudo cubrirse considerablemente.

Sucedió que, el día anterior cuando hacía las compras que Tsubaki le encargó en el mercado de la aldea, un niño desconocido se le acercó y le entregó una carta. El mensaje decía: «Estoy en el norte. Te veo mañana junto al establo de la posada «Harusono» a la hora de la rata». No había remitente, ni firma de despedida. Pero ella sabía muy bien quién le escribió.

El remitente del mensaje no tardó en llegar. El hombre llevaba puesto un sombrero cónico de bambú y ropas de campesino, mientras portaba una lamparilla de papel que apenas había sobrevivido a la lluvia. El hombre alzó levemente su sombrero para despejar su vista.

—Ime… —la nombró formando en su rostro una particular sonrisa de complicidad—. Volvemos a encontrarnos.

—Renkotsu Takeda… No había tenido ninguna noticia tuya desde que Tsubaki me reclutó. Ya pensaba que tendría que prender inciensos por tu alma. —ambos soltaron una risa divertida.

Luego de liberar un último suspiro Renkotsu dijo:

—Estaba en el sur cuando oí la noticia de que mi padre había muerto. Y no podía creerlo… Realmente pensé que ese infeliz era una especie de demonio inmortal.

—Pero es cierto —conformó Ime cruzándose de brazos con una sonrisa ladina, como si afirmara una victoria. El maldito ya no existe en este mundo; solo su cuerpo que se sigue pudriendo.

—Y el siguiente en pudrirse será Bankotsu. Sin embargo, quiero saber los detalles, dime, ¿cómo hiciste para deshacerte tan rápido de Naraku?

—Eh… Hablaremos de todo eso después. Primero cuéntame de lo que hallaste en el sur. ¿Alguna señal de que el clan Higurashi quiera intentar un asedio ahora que no está Naraku? —inquirió la rubia.

—Al menos no por el momento. Escuché que la hija menor del clan Higurashi ha desertado como Capitán de su ejército. Y aunque los rumores suenan cada vez más fuerte, ni el Comandante, ni la daimyō del clan se han pronunciado al respecto. Hubiese querido investigar más a fondo y confirmar estos conflictos internos, pero no puedo acercarme demasiado a ellos.

—¿Por qué no? —cuestionó Ime.

Renkotsu respondió:

—Midoriko es la daimyō de Tosa. Ella me conoce… —hizo una breve pausa pensativa y añadió—: más de lo que yo quisiera. —Las remembranzas de una lejana niñez aparecieron en su mente, como si estas estuvieran acostumbradas a pasearse nostálgicas por su cabeza—. Nuestros padres se reunían muy a menudo cuando éramos jóvenes. Yo era el futuro heredero del clan Takeda en aquel tiempo y Naraku me permitía acompañarlo a las reuniones de té de los samuráis y daimyōs a las que también iba Muso Higurashi junto a su hija mayor: Midoriko. —La voz del mercenario se fue suavizando de manera inconsciente a medida que relataba su experiencia del pasado, como si tras la pantalla de sus ojos recordara incluso el color y la esencia de cada escena—. Y mientras que los señores y los altos rangos se enfrascaban en sus conversaciones; Midoriko y yo practicábamos el tiro con arco y flecha, cazabamos, o compartíamos experiencias.

Ime esperó unos momentos. Parecía que Renkotsu iba a continuar hablando, pero solo hubo silencio. Entonces preguntó:

—¿Por qué pones esa cara de desolación, Renkotsu?...

—¿Eh?...

—No me digas que extrañas hacer panes de barro con la daimyō del sur —se burló Ime y añadió riendo—: ¿Le hiciste alguna promesa de amor eterno?

—¡Por supuesto que no! —se alteró el mercenario. Y muy molesto, le apretó el brazo para que detuviera su risa—. ¡No digas cualquier cosa si no sabes!

Ime se silenció de una vez, y observó a Renkotsu impactada. Nunca lo había visto poner esa expresión, y jamás se había alterado por una de sus bromas.

—Ya suéltame… —Renkotsu apretó más fuerte—. ¡Basta! ¡Me está doliendo! —se quejó.

Renkotsu le soltó el brazo, y enseguida quiso volver a lo que convocaba esta reunión. Erradicar a Naraku y a Bankotsu era imperativo para ambos, pero algo le decía al mercenario que con Bankotsu, Ime no actuaría tan rápido. En realidad, no era algo improbable que la ira de Ime contra Bankotsu se enfriara, si se consideraba que ya habían pasado casi tres años desde los sucesos que llevaron a que Ime se obsesionara con él y buscara destruirlo. Durante un largo tiempo, Renkotsu se encargó de mantener ardiendo el odio y el resentimiento de Ime; la preparó física y psicológicamente para presentarse a las pruebas de Tsubaki conociendo de primera fuente las exigencias de la sacerdotisa; esperaron otro largo tiempo más el llamado para la contratación de sirvientes, y solo hace ocho meses atrás, Ime fue reclutada como aprendiz. Hasta ahí, aunado a la muerte de Naraku, para Renkotsu todo iba de acuerdo al plan.

—Dejemos las idioteces de lado. Ahora que Naraku está muerto, tu deber es actuar lo antes posible con Bankotsu. No bajes la guardia, ni lo dilates demasiado si quieres tomar su vida con tus manos —La animó de un modo particularmente exigente—. Te aseguro que hay más como nosotros que intentarán acercarse como sea para asesinarlo. El intento fallido de Imagawa es la prueba de que los daimyōs no se quedarán tranquilos hasta ajustar cuentas con el nuevo terrateniente. ¡¿Quieres estar ahí y morir cuando otro clan intente un nuevo asedio?!

Renkotsu pensó en «El Shikon» quien resultó ser una Kunoichi. Renkotsu creyó que su hermano recibiría un ataque del Shikon el día de su nombramiento como daimyō. Pero en vista y consecuencia de que Bankotsu seguía vivito y coleando, asumió que nada de eso sucedió, y pensó: «Los hombres de Bankotsu debieron haber descubierto a la kunoichi antes de que pudiera acercarse a él. La chica ya debe estar muerta».

Ime le respondió:

—No moriré en un asedio, ¡No seas ridículo! Imagawa fue un inútil enemigo de Naraku que subestimó a Bankotsu. Pero este demostró su fuerza y poder en un chasquido de dedos. Supongo que te has dado cuenta de la influencia que provocó su victoria en Okehazama.

—Lo sé, he oído hablar de esa mierda en todos lados… es un fastidio.

—Con eso les dejó claro a todos que hacer un movimiento mal pensado contra él, sería un acto suicida. Nosotros, no podemos ignorar esa advertencia, Renkotsu. Pero lo más importante que quiero dejarte en claro hoy, es que tampoco me conformaré con provocar una muerte tan simple al ser que rompió mi vida.

—¿Una muerte simple? No estoy entendiendo a lo qué te refieres. ¡Explícate! —demandó inquieto.

—Puse mi plan en marcha.

—Espera… ¿Tú plan? ¿Y qué pasó con nuestro plan?

—Te lo acabo de mencionar. No puedo simplemente asesinar a Bankotsu sin quedarme con algo a cambio.

—Tu venganza es lo que obtienes a cambio. ¿No es obvio?

—Escucha… Sé que te prometí actuar en cuanto tuviera oportunidad, pero con Bankotsu no es tan simple.

«¡Lo sabía! Sabía que dejar todo en las manos de Ime, era un arma de doble filo ¡Maldita sea! Ella cambió sus prioridades…», pensó. Y creyó que lo único que podía hacer era oponerse a su obsesiva estupidez.

Ime seguía parloteando:

—Merezco vivir bien y protegida, tal cómo debió ser. Jamás olvidaré lo que Bankotsu Takeda me hizo. ¡Tú tampoco lo olvides, Renkotsu! No olvides todo lo que él te quitó y por todo lo que has pasado durante más de seis años desde que te exiliaron porque él te delató con Naraku. No olvides que realmente, tú deberías ser el daimyō. Y yo… a pesar de este deseo maldito que tengo de querer hacerlo mío, ¡juro que voy a verlo agonizar aferrándose a mi mano!

—Mierda… no estoy entendiendo, ¿cómo que aferrado a tu mano?

—Me convertiré en la concubina del daimyō.

Renkotsu quedó estático como una piedra. Y sintió la urgencia de sacarla de su fantasía o no iban a avanzar.

—Escucha, Ime... Sé que tienes una gran obsesión por mi hermano desde el minuto en que lo conociste; hace tres años. Pero esto que quieres hacer, es totalmente absurdo.

—No lo es. ¡Sabes muy bien cuál era mi destino con él, Renkotsu! Si debido a las circunstancias del pasado, no puedo aspirar a lo mismo, al menos seré su concubina.

—Creí que justamente, esas «circunstancias del pasado» te habían dejado claro lo que Bankotsu piensa al respecto. Es decir, has estado cerca de él durante todo este tiempo, estoy seguro de que ya te diste cuenta de que él jamás accederá a tener, ni a una consorte, ni a concubinas a su lado.

—Renkotsu takeda. Te lo digo aquí y ahora. Veré la agonía de mi hombre con la mejor vista de todas, ¡y eso es al lado de él como su concubina y la madre de su hijo!

Si hubiese tenido alguna clase de alimento en su boca, o incluso agua; Renkotsu se habría atragantado después de oír eso.

—¡¿Su… Hijo?! ¿Qué…? —Renkotsu masajeó su nariz con la mano que no sostenía la lamparilla. ¡Esto era un capricho! La conocía muy bien. Y Renkotsu ya no pudo soportarlo—: ¡¿Crees que él va a permitir que tú le des un hijo?! ¡¿Dónde has estado poniendo los ojos en todo este tiempo que no ves lo que pasa?! Es decir… ¡Maldición! ¡¿Has visto la cantidad de putas que han pasado la noche con él?!

—Trabajo para Tsubaki, claro que lo sé. Aunque hace dos meses que Tsubaki no ha traído prostitutas. —Ime sabía que Renkotsu no se tomaría bien su nuevo plan, pues apenas la escuchaba y aún no terminaba de dar todos sus argumentos.

—Eso no tiene relevancia, solo son dos meses. Pero piensa… ¿Has sabido de algún embarazo?

—Las mujeres con las que se acuesta pasan por un riguroso proceso anticonceptivo.

—¡Exacto! ¡¿Y tú crees que serás la excepción?!

—Tengo mis métodos para no pasar por ese proceso, iniciando por el hecho de que no me llevarán con él como una prostituta. Él se acostará conmigo por su propio deseo —respondió con una sonrisa maliciosa y confiada.

—¡No me respondas tan tranquilamente! ¡¿Qué es esta mierda?! ¡¿En qué momento muere Bankotsu y yo obtengo un beneficio?!

—La alaba…

—No. No me digas, porque ya lo sé… —la cortó ahí, y continuó diciendo—: Quieres que espere a que termines de jugar a la familia feliz para que, cuando te sientas satisfecha, asesines al padre de tu hijo, y, ¡pum!... ¡Ten Renkotsu, cien años después ya tienes tu venganza! ¡No me jodas, Ime!

—La alabarda Banryû está maldita —soltó Ime con un rostro sombrío y una voz que parecía tener un filo cuya hoja cortó en seco las objeciones del mercenario—. Su maldición será tu mejor venganza, y la sangre de mi futuro heredero te lo permitirá.

—¿Qué…? ¿Qué dijiste? —Su impacto fue tal, que ni siquiera se percató de que ya no estaba lloviendo.

Ime alzó su mentón con absoluta superioridad, como si tuviera en su mano la mejor ficha para convencer a Renkotsu.


La lluvia se volvió cada vez más fina hasta detenerse por completo. Pronto llegaron en ambos caballos a la posada. Kagome venía con Kōga sobre el caballo que era del escolta, mientras que este último debió abordar el caballo de su señor. Algo muy inusual que solo se dio debido a que debían llegar cuanto antes a la posada para cubrirse de la lluvia. Y para Bankotsu, viajar con Kagome en ese momento, no era una opción.

Kōga guardó silencio, aunque se sentía tan mal que, si quisiera decir algo, las palabras saldrían como los quejidos que emiten los cachorros recién nacidos. En el camino, Kagome le advirtió que, a partir de ahora debía esperar la resolución del daimyō. Si se lleva a cabo o no la cacería de ciervos y faisanes era un asunto que no requería de un juicio ante testigos como lo fue en el caso de ella antes de ser azotada, más bien era una decisión unilateral en la que solo el daimyō podía decidir si era necesario defender su orgullo ante semejante desafío.

Kagome descendió del caballo y el escolta se encargó de Kōga. Enseguida Kagome ató al caballo a una cerca que había ahí, Bankotsu hizo lo mismo justo al lado de ella. Mientras ponía la cuerda, Kagome lo miró varias veces, pero él parecía no querer despegar sus ojos de la labor que hacía atando a Yoru, solo cuando terminó, él alzó su vista hacia ella. Fue solo un instante, pero Kagome sintió que esos ojos azules ardían en ira, y a la vez, congelaban.

Los cuatro ingresaron a la posada. La puerta principal era amplia y la madera del piso se veía, a simple vista, muy bien pulida. El escolta obligó a Kōga a quedarse de rodillas en el suelo. Kōga apenas podía sostenerse sobre su cuerpo así que, no puso resistencia. Incluso arrodillado se tambaleaba como si estuviese a puto de desplomarse.

Kagome se agachó un poco para sostenerlo, y le susurró:

—Aguanta un poco más. Veré la forma de curar tus heridas.

Bankotsu los miró de soslayo al escuchar aquel susurro, pero no dijo, ni hizo nada. Solo regresó su vista al frente y se mantuvo serio.

Desde un corredor apareció una mujer bajita, de cabello claro y un poco canoso que se acercó rápidamente a los recién llegados. La mujer hizo una reverencia presentando sus respetos.

—Buenas noches, mis señores. Bienvenidos a la posada Harusono. Soy Suki Harusono.

—Buenas noches, necesitaremos tres habitaciones —dijo Bankotsu de inmediato.

Pero antes de que la señora Suki pudiera contestar, Kagome dijo:

—Mi señor, necesitamos atender urgentemente a Kō… Al prisionero, antes de que pierda más sangre, o la herida en su brazo y cabeza se infecten.

En su postura erguida y dándole la espalda, Bankotsu no respondió. La posadera notó la tensión entre el daimyō y la soldado.

—Por favor, señor —insistió Kagome. Bankotsu ni siquiera volteaba a verla.

La señora Suki vio el estado del prisionero; observó su ropa ensangrentada con un vendaje tosco que le apretaba una herida en la cabeza y en el brazo. Observó a la soldado y notó que a esta le faltaban trozos de su ropa; era obvio que ella lo había ayudado, sin mencionar la angustia y preocupación que reflejaba el rostro de la bella soldado esperando que su señor autorizara atender al hombre.

Luego observó al daimyō. El joven parecía muy frío y estoico, pero la arruga que se hacía entre sus cejas delataba que estaba debatiéndose entre ayudar o no a la soldado. Y algo que todos sabían era que nadie podía mover un solo dedo por ese prisionero sin que el daimyō lo autorizara.

«¿Será algún familiar de la señorita?», se preguntó Suki. Luego pensó que, a decir verdad, desconocía los males que pudo causar ese soldado para convertirse en el prisionero del daimyō, pero ella siempre había tenido una buena intuición con la gente, y esta vez, su intuición le decía que tenía que ayudar a la joven soldado, pues parecía una buena mujer. Así que, ante el ambiente tenso que se produjo, un poco nerviosa, dijo:

—Mi señor, justamente esta mañana llegaron algunos hombres heridos a nuestra posada. Inmediatamente compramos todo lo necesario para atenderlos, hay hierbas, insumos y medicina de sobra... Si mi señor está de acuerdo, podemos acomodar al prisionero con el resto de los heridos para que sea atendido.

Bankotsu cambió de pensamientos y prioridades rápidamente. Ningún supervisor de la región le notificó algún conflicto importante en alguna de las cuatro provincias que abarcaban sus tierras. Entonces preguntó:

—¿Qué clase de heridos? ¿Soldados de algún clan?

—Oh... No, mi señor. No son soldados. Son personas del pueblo Ainu que, al parecer, vienen de la capital. No hablamos su idioma, así que, no sabemos muy bien lo que está ocurriendo. Y no entendemos por qué vienen heridos.

Bankotsu pensó unos instantes y luego habló:

—Kagome… —Al fin Bankotsu le dirigía la palabra, aunque su tono fue algo seco—. Puedes ayudar si quieres. Son gente de la isla de Ezochi después de todo —Kagome se quedó boquiabierta. No esperaba un gesto tan compasivo por parte de la persona que quería asesinar a su mejor amigo—. Mañana hablarás con ellos y sabremos qué les pasó.

—Por supuesto. Veré en qué puedo ser útil.

Luego, con indiferencia, Bankotsu dijo:

—También puedes atender a tu hombre. No me opondré.

Kagome agachó su cabeza e hizo una leve reverencia intentando mostrarse en calma por fuera, porque por dentro, sus pensamientos se volvieron todo un escándalo:

«¿Mi… mi hombre? ¡¿Qué demonios dijo?! ¡¡¡Qué demonios!!!», exclamó Kagome para sus adentros, sabiendo que no era ni el momento ni el lugar para refutar eso. Por lo que solo pudo pronunciar:

—Claro, mi señor.

El escolta le recordó al daimyō que debían guardar a los caballos. La señora Suki dijo:

—El establo está disponible, mi señor.

Bankotsu miró a Kagome y le ordenó:

—El establo está atrás de la posada. Lleva a los caballos allí.

—Primero acomodaré al prisionero, y luego me encargaré de los caballos —respondió Kagome con decisión.

—Mi escolta no se va a separar de él; nada le va a pasar a tu hombre si te ausentas un instante.

La señora Suki notó que las miradas de la soldado y el daimyō se enfrentaron firmes y desafiantes. Y al parecer, todo se debía al prisionero.

Sin romper el contacto visual, Kagome respondió:

—Tampoco les pasará algo a los caballos si esperan un momento más ahora que la lluvia ha parado, mi señor.

La señora Suki alzó sus cejas impresionada por el tono altivo de la soldado. Suki se preguntó si la muchacha era bastante temeraria o era bastante tonta. ¿Realmente su intuición estaba en lo correcto? ¿Era ella una buena mujer?

La piel se le erizó escalofriantemente al notar que el daimyō tensó su mandíbula. Y pensó que, si no hacía algo antes de que el joven terrateniente le respondiera a su soldado, ese diálogo iba a acabar mal. Oportunamente, una de sus sirvientas venía acercándose desde el pasillo y la señora Suki aprovechó la oportunidad. La llamó inmediatamente, y le pidió que guiara a la soldado y al escolta a la habitación donde estaban los heridos. Kagome siguió a la mujer por el corredor, pero inevitablemente mientras caminaba miró hacia atrás y vio a Bankotsu hablando con la señora Suki de una forma cercana.

—Mi señor, pierda cuidado, nos encargaremos de todo. Lo guiaré a su habitación para que tome un buen baño.

Bankotsu asintió.

Mientras subían unos pocos peldaños, la señora Suki le preguntó:

—Entonces… El escolta y la señorita que lo acompaña, ¿se quedarán con el prisionero?

—Solo mi escolta. Lleva a la señorita a otra habitación cuando haya terminado.

—Por supuesto, mi señor.

La escalera se cortaba abruptamente en un descanso con una pared en el frente, y a los costados del descanso se erguían otras dos escaleras que llevaban a direcciones opuestas; ala este y ala oeste. Bankotsu sabía que los soldados de los daimyōs dormían en el lado este. Pero aún sabiendo esta información, aclaró disimuladamente su garganta, y preguntó:

—¿En qué corredor estará la habitación de mi soldado?

La señora Suki sonrió sin que él la viera, sabía a qué soldado se refería, pero aún así, inquirió:

—¿Se refiere a la señorita que lo acompaña?

—Sí.

—Las habitaciones para los soldados se ubican en el ala este. Creí que mi señor lo sabía.

—Claro… Solo lo había olvidado.

Bankotsu miró hacia las escaleras del ala este entendiendo que la habitación de Kagome estaría en el otro extremo del edificio. Se dispuso a seguir subiendo las escaleras, pero repentinamente su brazo fue atrapado con tal fuerza que lo hizo detenerse en el instante. Se volteó y se encontró con el rostro de Kagome.

—Gracias —Le dijo la soldado, y no solo con la voz; su expresión facial lo gritaba efusivamente. Bankotsu lo pudo notar en la forma que adoptaron sus cejas que se alzaron a la misma altura formando un suave arco entre ellas. Sus labios relajados y sus ojos brillantes reflejaban un alivio casi inquietante para él. Ella había regresado para agradecerle, a pesar de que no quiso ir a guardar a los caballos antes de acomodar a su hombre, sin embargo, dejó a este, a mitad de pasillo con el escolta y corrió hasta él. Bankotsu sentía que esos gestos lo confundían abrumadoramente, y se preguntó: ¿Cuál era el precio de verla feliz alguna vez? ¿Tal vez, no retenerla a su lado cuando ella le pida irse con él?... Como sea, realmente no quería que le agradeciera por esto. Y solo se limitó a decir:

—Te esperaré para que hablemos—. Aunque dichas palabras sonaron frías, la mirada profunda que le dedicó el daimyō expresó un gran desasosiego en su interior.

Kagome tardó en remover su mano del brazo de Bankotsu y luego asintió. La señora Suki que miraba la escena impactada desde lo alto de la escalera oeste, tuvo una sensación muy distinta a la del comienzo. Y entonces, comprendió a qué se debía tanta tensión entre ellos dos.

Kagome regresó rápidamente con Kōga. Bankotsu miró a la señora Suki que parecía tener una leve sonrisa mientras pensaba.

—Señora Harusono —le habló el joven daimyō y ella tomó atención—. Respecto a la habitación de la señorita de Ezochi, haré una excepción...


—Banryû lleva consigo una maldición —retomó Ime ahora que Renkotsu la escuchaba atento—. Y Naraku lo supo poco antes de morir —añadió.

—¿Qué… estás diciendo? —cuestionó absolutamente pasmado.

Ime comenzó a soltar la información que había dejado pendiente cuando recién se reencontró con Renkotsu.

—Poco antes de que Naraku falleciera, una anciana Ainu fue escoltada por dos guardias hasta el salón del té donde él la esperaba. Como pude me las arreglé para poder oír la conversación sin que me descubrieran.

—Naraku nunca habló el idioma de los Ainu, ¿cómo es que pudo hablar con la anciana? —interrumpió el mercenario.

—Ella hablaba un japonés bastante arcaico, pero de algún modo se lograba entender.

Renkotsu asintió e Ime continuó:

—Aquella tarde, por primera vez percibí el miedo en la voz de Naraku cuando le habló a la anciana, él le dijo: «Ella me está matando. Ha estado absorbiendo poco a poco mi energía vital, como un espectro que saborea una lenta, dolorosa y agonizante venganza». La anciana le respondió con su japonés arcaico: «Mataste a alguien que tenía una conexión genuina con el alma ancestral de esta alabarda. Al perder a su dueño, el arma solo debió entrar en un letargo hasta encontrar a un nuevo portador que vele por los principios fundamentales que ella representa. Pero de alguna manera, derramaste la sangre de su portador fallecido sobre la hoja de la alabarda, lo que despertó la maldición sobre tí. Esta arma fue creada por medio de un sacrificio que defendió los principios de «lealtad», «protección» y «amor». Por lo cual, incluso si su nuevo portador transgrede dichos principios, la maldición también caería sobre él». Después, la anciana se disculpó con Naraku, le dijo que no podía ayudarlo a revertir la maldición, porque ella no podía intervenir en el juicio emitido por un alma ancestral cuyo sacrificio dio origen a tan poderosa arma.

—Oh, mierda… —soltó Renkotsu con la mano en la boca, al comprenderlo todo. Partiendo por el hecho de que Ime en realidad, no fue Ime quien asesinó a Naraku, si no Banryû.

Ime prosiguió:

—En ese momento, Naraku rio como un ser desquiciado, dijo que llevaba quince años buscando una respuesta de por qué no podía alzar la alabarda y como no encontró nada, solo creyó que su cuerpo era débil, porque pensó que los «principios» que nombraban en los escasos documentos que halló respecto a Banryû, eran invenciones del clan Takeda para darse aires de importancia al tener por generaciones el arma en su poder. Y durante los mismos quince años, pensó que los episodios horribles que padecía, tenían que ver con alguna clase de enfermedad desconocida, pero ahora sabía que ambas desgracias que lo vivían atormentando, se debían a los caprichos de una maldita espada con un alma ancestral, y que él la tenía como un trofeo a su lado.

Para el mercenario era realmente difícil procesar esta verdad cuando él también había creído durante años que su padre simplemente no tenía la fuerza suficiente para levantar esa arma. Y la razón de que pensara eso tan ciega e indiferentemente, era porque Renkotsu jamás se interesó siquiera en acercarse a Banryû. A diferencia de su hermano menor, nacido para la guerra, Renkotsu encontraba su propósito construyendo cosas nuevas; armando y desarmando todo tipo de herramientas.

Pero ahora entendía muchas cosas. Como aquella vez en que Naraku consiguió un permiso imperial para ingresar a las tierras de Tosa con el fin de buscar «documentos que pudieran contener confabulaciones en contra del Emperador». Y así, su desgraciado padre se presentó ante Midoriko, y ordenó a sus hombres a requisar cualquier libro, pergamino o documento que encontraran en el castillo de los Higurashi. Renkotsu nunca dejó de sentirse infeliz por haber sido testigo de eso, pero solo era un adolescente que no podía hacer nada para detener a su padre. Ahora se daba cuenta de que Naraku solo buscaba información de Banryû, y lo peor es que, tenía ese día marcado en su mente como un recuerdo amargo de la última vez en que estuvo frente a Midoriko.

—Ahora que lo pienso… —comentó pensativo Renkotsu—. Fue después de la muerte de Muso que Naraku comenzó a tener esos episodios en que parecía que iba a morir. Cada episodio se manifestaba en una extrema debilidad de su cuerpo, fiebre muy alta que lo hacía delirar, y un dolor tan agudo en sus extremidades que mordía un trozo de cuero mientras se retorcía de dolor. Ni siquiera los bastos conocimientos de Tsubaki con la medicina podían aliviarlo.

—Exacto —confirmó Ime quien había sido testigo de estos episodios de Naraku en el corto tiempo en que ella alcanzó a verlo vivo—. Y ahora sabemos que el nuevo portador de la alabarda, es decir, tu querido hermano, también corre el riesgo de ser maldecido.

—Espera… ¿Tsubaki y Bankotsu, saben de esto?

—No lo sé con certeza. Pero tal vez no, es decir, nunca he escuchado ni siquiera un rumor al respecto. Y Tsubaki… bueno, es Tsubaki, jamás me contaría algo como esto.

Renkotsu estaba sin palabras. No podía negar que todo sonaba demasiado risible, y algo confuso, pero… ¿Y si era cierto? De alguna forma comenzaba a comprender el retorcido plan de su obsesiva aliada, ya que, si analizaba con detenimiento la personalidad y la forma de pensar de Bankotsu, posiblemente, el muy desgraciado no era capaz de amar y proteger a nadie más que a su propio hijo. El plan de Ime cobraba sentido para el mercenario. Y volviendo a ese punto, Renkotsu inquirió:

—Entonces… ¿Tu plan es sacrificar a tu futuro hijo para que Banryû asimile una traición de Bankotsu hacia sus principios?

—¿Qué?... No. ¡No mataré al hijo que me de Bankotsu! Solo necesito un poco de la sangre de mi niño para crear una situación en la que podamos involucrar a Bankotsu como un agresor hacia su primogénito, entonces, Banryû castigará a Bankotsu con su maldición.

—Es… —Exhaló un suspiro—. Una locura…

—Lo sé, pero… ¿Ahora lo entiendes, Renkotsu? No podemos arriesgarnos a matar a Bankotsu y caer en la maldición de Banryû. Hacer que Banryû sea traicionada por Bankotsu, es nuestra opción más segura.

Renkotsu la miró fijamente unos instantes y luego desvió su mirada hacia el suelo. Toda esta revelación de Banryû le generó muchas dudas que necesitaba aclarar. Por alguna razón, sentía que esa maldición no podía activarse de manera tan superficial como Ime lo planteaba, de seguro, había algo que no estaban considerando… No obstante, no quería desgastarse en discutir aquel punto con una mujer tan caprichosa y obsesionada como su aliada; era mejor dejarla continuar a su antojo mientras investigaba más acerca del poder de Banryû. Una persona apareció en la mente de Renkotsu, y pensó: «Estoy seguro de que ella podría aclararme todo esto, pero…»

—Entiendo… —respondió finalmente el mercenario pensando en que era momento de terminar esta conversación—. Seguiremos tu plan.

Ime formó una sonrisa ladina satisfecha con la respuesta.

—Ya era hora. Sabía que finalmente lo entenderías. Bueno… Ya debo regresar. Dejé un potente afrodisíaco en el sake de mi hombre esta tarde. De seguro esta noche será una larga noche —sonrió.

Repentinamente, Renkotsu le tapó la boca a Ime, y le hizo una señal de silencio con su dedo índice.

—Alguien se acerca —le susurró.

Ime se quedó quieta mientras Renkotsu intentaba asomarse por la esquina del establo para ver quién era. Luego de dar un vistazo, retrocedió y volvió a ocultarse.

—Mierda… —susurró preocupado.

—¿Qué?... ¿Qué sucede? —preguntó preocupada la rubia al ver el semblante de Renkotsu.

—Creo que tu plan de esta noche falló, Ime. Bankotsu está aquí.

—¡¿Qué?! ¡No bromees, Renkotsu!

—Baja la voz. Por supuesto que no es broma. —Intentó no alzar demasiado la voz, pero de pronto, se puso nervioso—. Puedo reconocer a esos caballos incluso de noche, uno le pertenece al escolta, y el otro es Yoru; el caballo negro de Bankotsu. A quién no reconozco es a la samurái que los lleva al establo. —Renkotsu regresó una mirada seria a Ime, e inquirió—: ¿Quién es esa mujer?

Ime no necesitaba asomarme para saber de quién carajos se trataba. Pero aún así, quiso verificarlo con sus propios ojos…

«No puede ser… ¡Maldita perra!», exclamó para sus adentros al confirmar sus sospechas de que era la soldado de Ezochi. «Maldición, puede que seas un soldado de su escuadrón principal, pero no eres su escolta. ¡No tienes que pasar pegada a él como una mosca!», pensó.

Ime no había querido mencionarle a Renkotsu sobre la existencia de la mujer que desde que llegó se había robado la atención del daimyō.

—Es uno de los samuráis del daimyō, no tiene importancia —respondió intentando ser indiferente, pero el rostro indignado de la rubia delataba su molestia.

Ime pensó: «Es una mosca que debo aplastar».

Renkotsu se preguntó, ¿qué fue lo que cambió las prédicas de su hermano menor? Porque, de no haber visto con sus propios ojos que Bankotsu tenía a una mujer en sus filas, no lo habría creído. Por otra parte, esa mirada de odio que transformó el rostro de Ime en cuanto vio a esa mujer, no podía ser otra cosa más que celos. Además, Ime no había mencionado la presencia de una mujer que, evidentemente, tenía un acercamiento mayor con el daimyō.

Enseguida le dijo a la rubia.

—Vete. Yo te cubriré la espalda.

Ime caminó alejándose del establo, pisando inevitablemente algunos charcos de agua. Se bajó el sombrero para no mostrar su rostro y pasó junto a Kagome quien se quedó viéndola con curiosidad. Renkotsu salió de su escondite rogando a todos los dioses que Bankotsu no se apareciera justo en ese momento, e intencionalmente tropezó. Su cara fue a dar sobre un gran charco de lodo que, en conjunto con la noche formaban una especie de máscara que protegía su identidad.

La caída llamó la atención de la soldado, y se apresuró a socorrer al hombre y recoger su lamparilla.

—¡Señor! ¿Se encuentra bien? —Lo tomó del brazo para ayudarle a ponerse de pie.

—Sí. Lo siento, fue mi torpeza. No vi donde pisaba.

—El terreno se vuelve muy inestable con la lluvia, y la oscuridad lo empeora.

—Eso es cierto. Es que hoy regresé más tarde de la montaña, y a medio camino ya había comenzado a llover.

Gracias a la luz de los farolillos que ambos llevaban, Renkotsu logró ver el nuevo Kamon del clan Takeda en la armadura de Kagome.

—Por el kamon en tu armadura, veo que perteneces al clan Takeda.

—Así es, señor. Regresábamos al castillo cuando también nos atrapó la lluvia.

—Ya veo…

—Por cierto… Su… su cara se ensució con el barro, si gusta lo acompaño a la posada para que se limpie.

—Oh, no es necesario, señorita. —Renkotsu habló con la voz más amable y cordial posible—. Vivo muy cerca de aquí.

—Entiendo… —Kagome había dejado a Kōga en la habitación. Solo había salido un momento a guardar a los caballos, tal como Bankotsu se lo ordenó, pero debía regresar rápidamente para comenzar a curar las heridas de Kōga. No obstante, sentía que no podía dejar al hombre allí, todo lleno de barro, y quizás hasta se había lastimado el pie.

—Señor, usted dijo que vive cerca… —Renkotsu asintió dubitativo—. Lo llevaré a su casa. Solo déjeme guardar a uno de los caballos y regreso.

—Oh, realmente no es ne…

Pero la soldado ya estaba guardando al caballo del escolta y arrastró a Yoru junto a él.

Renkotsu se impresionó. Hasta donde él sabía. Nadie montaba a Yoru más que el propio Bankotsu. ¿Qué nivel de confianza tenía su hermano con esta mujer? Que por cierto, al mirarla bien, sentía que algo en ella se le hacía muy familiar. ¿Se habían visto antes?…

Yoru se puso inquietó.

—Tranquilo bonito… No pasa nada —intentó calmarlo la soldado. Pero el caballo comenzó a jalar nervioso y más fuerte la cuerda hacia atrás. Parecía como si rechazara la idea de llevar al hombre en su lomo.

—Señorita, de verdad, no se preocupe. Además, no soy muy bueno viajando en caballos, me ponen muy nervioso, y al parecer, es algo mutuo —mintió con una falsa sonrisa. Porque lo cierto era que, Renkotsu jamás fue del agrado de Yoru, en el pasado, Yoru siempre se ponía inquieto cuando Renkotsu se le acercaba e intentaba ser amable con él.

—Lo siento mucho, creo que se asustó.

—Debe ser mi cara con barro. —Forzó una risa y Kagome sonrió apenada—. Gracias por tu interés en llevarme, pero estaré bien.

—Está bien, señor, por favor, tenga cuidado en su regreso.

—Si. Y, graciasss… —se quedó pegado en la letra «s» para que ella le dijera su nombre.

—Oh… Kagome, soy Kagome de Ezochi.

—Ha sido un placer conocerte, Kagome de Ezochi. Veo que, el nuevo terrateniente, tiene en sus filas a una persona muy especial.

De pronto, Kagome tuvo una sensación muy extraña. Los ojos de ese hombre… parecía haberlos visto alguna vez.

—Que llegue bien a su hogar, señor —Renkotsu asintió y siguió su camino.

Kagome se quedó pensando un momento, pero enseguida recordó su labor. Llevó a Yoru al establo y regresó rápidamente a la posada.


—Es todo —dijo exhalando el agotamiento, limpiando con el dorso de su mano el sudor de su frente. No le tomó mucho tiempo atender las heridas de Kōga. Los demás heridos solo eran tres hombres Ainu que ya habían sido atendidos por las mujeres de la posada. Kagome les dio algunas recomendaciones a las mujeres que servían en la posada para mejorar el vendaje y ciertas hierbas que apuraban la recuperación. Enseguida añadió—: El incienso que colocamos ayudará a que tomen un sueño profundo y sientan menos dolor. Mañana debemos cambiar el vendaje de todos.

La señora Suki comentó su impresión:

—Se maneja muy bien en esto, señorita. Se ve que usted viene de Ezochi.

—Oh. No fue nada, ustedes ya habían hecho un buen trabajo.

—Pero nosotras no sabíamos que los Ainu rechazaban usar ciertas hierbas debido a sus creencias religiosas. Fue bueno que usted estuviera aquí. Estoy realmente agradecida.

—En realidad, yo quería agradecerle a usted, señora Harusono. En la sala de recepción, si usted no hubiera intervenido, probablemente no hubiésemos podido atender al prisionero.

La señora Suki recordó haber visto al joven daimyō algo conflictuado, y pensó que probablemente, si la soldado le hubiese insistido una vez más al joven terrateniente, él habría cedido de todos modos.

—Bueno, solo tuve el presentimiento de que una soldado del daimyō, no habría estado tan preocupada por un joven que hubiese hecho algo muy aterrador.

Kagome sonrió avergonzada al darse cuenta de lo mucho que expuso sus emociones, al punto de que la misma dueña de la posada notó su desesperación. Luego miró a Kōga con una calidez que la señora Suki reconoció como un sentimiento fraterno. Muy diferente a la mirada que vio en ella cuando en las escaleras la soldado parecía no querer soltar el brazo del daimyō.

La soldado dijo:

—Sé que es difícil de creer, pero le pido que no se asuste. Él no lastimará a nadie, ni hará nada imprudente. En realidad, yo soy responsable de que él esté en esta situación.

—No se preocupe, él se pondrá bien. Ahora, usted debe subir. El joven daimyō la está esperando.

Kagome se sorprendió un poco al notar un leve entusiasmo en las palabras de la señora Suki. Tras una amable sonrisa, parecía tener alguna clase de expectativa que Kagome no descifró. Se preguntó si más bien, lo correcto sería que la señora pronunciara esas palabras con algo de temor por su integridad. Es decir, ¡el aura molesta de Bankotsu contaminó la sala de recepción en cuanto llegaron! La evidencia del peligro que la aguardaba tras esa conversación, era de conocimiento público. Así que, no entendía por qué la señora Harusono se veía feliz de verla subir a enfrentarse con el daimyō.

Luego de que Kagome asintió algo descolocada, preguntó si podía tomar un baño.

—Oh. La llevaré a su habitación y ahí podrá darse un baño.

—Vaya… Excelente —sonrió Kagome.

Se lavaron las manos, y las señora Suki le pidió que la esperara unos momentos mientras daba algunas indicaciones a sus sirvientes. Kagome aprovechó para dar un vistazo a su alrededor. Era una casa enorme, con una decoración mural elegante, pero acogedora; había lámparas tōro y chōchin por todos lados que mantenían una buena iluminación. Las esculturas que vio en el salón se notaban a simple vista que eran de alta calidad; eran muy originales, como piezas únicas traídas del extranjero; digno de una familia con un noble apellido.

—Siento haberla hecho esperar —le dijo la señora Suki al regresar junto a ella.

Kagome negó con la cabeza y sonrió con calidez.

—Pierda cuidado. Estoy bien.

—Por favor, sígame.

Al llegar al descanso de la escalera, Kagome observó la división que anteriormente no había tomado en cuenta porque al parecer, toda su atención se había centrado en alcanzar a Bankotsu.

La señora Suki subió por la escalera del ala oeste. Kagome la siguió. Y sin darse cuenta, se halló pensando en la distribución de las habitaciones: «Si yo estoy en este corredor… supongo entonces que, por jerarquía, él debería estar del otro lado».

Espontáneamente preguntó:

—El ala este y oeste divide a los señores de sus soldados, ¿verdad?

—Eso es correcto, señorita. —respondió la señora Suki. Pronto se detuvo frente a una de las puertas y abrió el shōji de par en par. Luego hizo el gesto con su mano para darle el paso a la soldado—. Esta será su habitación —le dijo.

En un vistazo rápido, Kagome se dio cuenta de la elegancia y los particulares diseños florales que le daban un toque femenino al lugar. Además de los implementos para aseo personal que estaban en una pequeña mesa.

La señora Suki dijo:

—Tras aquel biombo está el ofuro. Llamaré a alguna de mis sirvientas para que le ayude a darse un baño.

—Oh. No será necesario, puedo hacerlo sola —respondió algo apenada.

La señora Suki sonrió y asintió con cortesía:

—Como usted desee, señorita.

—¿Todas las habitaciones son así para los soldados? —preguntó Kagome tomando extrañada una pieza de porcelana que parecía muy costosa.

—En realidad no. Este es el corredor en que se alojan los señores y señoras de alto rango… así que, a deferencia de las habitaciones del ala este, estas poseen más comodidades.

—Entiendo… Sin embargo, no tengo un cargo específico en el escuadrón del daimyō. Tal vez no sea correcto que me quede en este sector.

—No se preocupe, señorita. Preparamos todo tal cual el señor Bankotsu lo pidió. Incluso esta habitación él la solicitó exclusivamente para usted.

Kagome alzó ambas cejas en un gesto de sorpresa. Ella creía firmemente que, con la furia que se traía Bankotsu por todo lo sucedido, lo último que haría el daimyō sería preocuparse de ella y su comodidad.

La señora Suki la vio algo contrariada, y sin poder evitarlo soltó una risita.

Kagome se quedó viéndola con una expresión confundida…

—Lo siento… —se disculpó apenada—. Es solo que… Él estaba preocupado de que usted rechazara quedarse aquí.

—¿Él?

La señora Suki asintió y respondió:

—Me refiero al señor Bankotsu.

—Oh… ¿Él dijo eso?

—No fue necesario que lo dijera con palabras, pero conozco al señor desde que era un adolescente. Así que, puedo darme cuenta cuando algo le preocupa o le frustra. Él piensa que no, pero en realidad tiene gestos muy evidentes. —Tapó su boca sutilmente para soltar otra risilla.

Kagome pestañeó y sonrió muy interesada en saber más. Entonces preguntó:

—¿Él siempre viene a este lugar?

—Sí. En aquel tiempo, él venía con sus escoltas a quedarse a esta posada. Siempre con un semblante rudo y altivo con el que jamás dudaba y parecía controlar todo. Así que, hoy, me llevé una sorpresa al verlo un poco conflictuado. —La señora Suki sabía que estaba soltando más de la cuenta. Sin embargo, no estaba diciendo mentiras, y sentía que, a veces, las personas necesitaban un empujoncito para ver más allá de lo que se aprecia a simple vista—. Además, me alegra que tenga algún gesto de consideración con una señorita tan amable como usted, ya que en el pasado, no se permitía mostrar consideración con nadie, ni siquiera cuando decidió desintegrar a todo el clan de la mujer que iba a ser su esposa. Aunque debo decir que sumar la provincia de Dewa al feudo de nuestro terrateniente, mejoró considerablemente el comercio para las demás provincias y los habitantes de Dewa no sufrieron ningún daño.

Desde que oyó la palabra «esposa» Kagome había dejado de pensar y escuchar. Sintió que la superficie de su cabeza se entumeció como si se hubiera puesto un gran pedazo de hielo encima. La saliva que pasó por su garganta se sintió densa y amarga y el aire la sofocó. La sensación era similar a lo que sintió cuando Ime estaba en la habitación de Bankotsu.

—Vaya, vaya… Lo siento —dijo la señora Suki—. Ahora yo estoy siendo desconsiderada al entretenerla con la charla. La hora de la rata está por terminar. Será mejor que la deje ponerse cómoda.

Kagome se hallaba abstraída en sus pensamientos. Sintió la necesidad de hacer preguntas respecto al pasado de Bankotsu, pero cuando fue consciente de su alrededor, observó que la señora Suki caminaba hacia la salida.

—Oh, casi lo olvido… La habitación del señor Bankotsu está justo al lado de esta. Cuando esté lista solo llame a su puerta.

—¡¿Qué?! —Respondió espantada al oír eso.

—Buenas noches, señorita, que descanse —sonrió ampliamente la señora Suki.

—¡Espere!...

¡PAFF! Sonó el shōji cuando la señora Suki lo cerró ignorándola por completo.

Kagome quedó estupefacta, pestañeó un par de veces y salió de la habitación.

—... ¿Señora Harusono? —Miró a ambos lados del corredor, pero como alma que se la lleva el diablo, la dueña de la posada se había ido. Kagome se quedó pensando en medio del corredor: «¿Por qué tengo la sensación de que la señora Harusono huyó de mí?».

Luego miró hacia el interior de su habitación. Las palabras de la señora Suki se reprodujeron en su mente: «—Incluso esta habitación, él la solicitó exclusivamente para usted».

Sus mejillas comenzaron a arder, y fue peor cuando miró la puerta cerrada que estaba pegadita a la habitación de ella. Detrás de esa puerta estaba él esperándola. No obstante, el rubor de sus mejillas se fue tan rápido como apareció.

«Él… tuvo una prometida», pensó sintiendo una fuerte sensación en su pecho, como si su corazón hubiese sido sacudido sin piedad. Y se preguntó: «¿Por qué algo que no tiene nada que ver conmigo, me hace sentir tan mal?».

Continuará…


Dato cultural

La hora de la rata: de 23:00 a 01:00 h Hora de la Rata. Cuando las ratas se encuentran más trabajadoras.

Las tōro son lámparas tradicionales japonesas hechas de piedra, bronce o madera, hay en tamaños muy grandes y otras pequeñas pra transportar en la mano. Mientras que las que están hechas de bambú y papel Washi se llaman Chōchin.

Respecto a la higiene del samurái en esa época. Se preocupaban bastante de su higiene dental, se limpiaban sus dientes con una especie de cepillo o pincel que hacían con bambú y seguido de eso, masticaban una mezcla de menta, regaliz y otras hierbas, para eliminar malos olores, antes de abrillantarlos con un trozo de algodón primero y de seda después. Los samurais que pueden permitírselo se frotan en aceites y ungüentos diversos, para perfumar todo su cuerpo y cabello.

Cabe destacar que todo pelo, uñas u otra parte corporal del samurai en cuestión se queman en unos pequeños braseros con incienso, delante del samurái. Así se asegura de que nadie utiliza «maho (magia)» contra él utilizando estos pedazos.

Fin del dato cultural


¡Hola bellezas de la creación! Aquí les vengo muy emocionada con otro capítulo de este BanKag querido, y al cual le dedico muchísimo amor cada vez que escribo un nuevo capítulo.

Como ven, hay mucha tela por cortar en esta historia, y poco a poco se van revelando cosillas. Estamos entrando a un arco importante de la trama, por lo que deben poner atención a los detalles que se cuentan. ¡AHHHHH! Estoy tan feliz de haber llegado a este punto de la historia, Kagome es cada vez más consciente de sus sentimientos por Banky 3, Gente, ¡esa conversación pendiente me tiene demasiado ansiosa!

Espero hayan disfrutado esta entrega y me dejen saber sus comentarios. ¿Van muy perdidos? ¿Descubrieron algo? ¿Tienen teorías o cosas que les gustaría que ocurrieran en la trama? ¡¡Quiero saberlo todo!! JEJEJEJEJE…

Por último, mis más sinceros agradecimientos a ustedes, porque sin sus mensajitos tan bellos que me llegan, tal vez, no estaría aquí con una sonrisa de oreja a oreja publicando esto. Así que, mil, mil gracias por seguir dando amor a ETOYEM. Leyendo, comentando, votando, etc… Traté de tardar menos en entregar este capítulo, al menos, esta vez, no los hice esperar un año XD. Nos leemos en una próxima entrega.

Abracitos.

~Phanyzu~