Disclamer: Como ya sabéis ni los personajes, ni parte de la trama, ni los lugares me pertenecen a mí, sino a la prolífica imaginación de la gran Rumiko Takahashi que este año ha querido bendecirnos permitiendo que se hiciera un remake maravilloso de este anime que tanto adoramos * ¡Feliz Navidad Rumiko sensei!
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Nota de la Autora: Aunque voy con algo de retraso, aquí vengo para compartir algunos oneshots Rankane (por supuesto) con sabor navideño e invernal inspirándome en algunos de los temas que nos proponen las maravillosas administradoras de la página "Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma" este año para su #Dinamica_Invernal #Calendario_de_Adviento. Espero que os gusten. ¡Gracias por estar ahí, una navidad más!
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2 de Diciembre: Campanas.
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Silencio
Tras la cena, Ranma se acercó a su prometida por detrás mientras esta fregaba los cacharros ensimismada en el recuerdo de una melodía que había oído hacía unas horas por la radio.
Akane no era de tararear, pero sí que podía llegar a mover la cabeza al compás del ritmo si se abstraía del todo. Puede que aquella noche lo estuviera haciendo. En algún momento, sus ojos se perdieron en el cristal de la ventana empañado por el frío y se sorprendió. Había dejado de nevar de un modo tan apacible que ni lo había notado.
No es que hubiese habido una ventisca o algo parecido, la verdad; pero por alguna razón esa palabra, apacible, rodó hasta su mente y resonó como si fuera algo importante.
—Akane.
La voz del chico se entrometió en su cabeza deteniendo en el acto tanto la melodía, como la reflexión sobre esa palabra, y un latigazo eléctrico sacudió su espalda.
—Ven conmigo.
Se encontró con una sonrisa misteriosa que no supo interpretar del todo. Llevaba un tiempo viviendo con Ranma así que, más o menos, sabía interpretar sus expresiones, pero aquella la dejó helada. Intentó explicarle que debía terminar de fregar antes que nada, que Kasumi le había impuesto ésta como única tarea dentro de toda la organización de la cena de fin de año y debía cumplirla. Él hizo un comentario acerca de lo comprensible que le parecía eso (¡No te iba a poner a cocinar con lo mal que lo haces!) que procuró retirar al instante (al ver su peligrosa expresión de enfado), y replicó que aquella era una noche de celebración y las tareas podían esperar.
¿Qué está tramando? Se preguntó ella.
La curiosidad fue más fuerte, de modo que le siguió hasta el vestíbulo de la casa y obedeció cuando éste le aconsejó que se pusiera la chaqueta y las botas. Cogió también los guantes y ambos salieron al exterior.
La hierba del jardín que iba desde el portón del dojo hasta la casa estaba cubierta por un manto blanco en el que no había ni una sola huella. El tejadillo de madera estaba igualmente cubierto y flotaba en el ambiente un frío seco que espolvoreaba tenues brillos en la semi oscuridad. Por encima del muro, el resplandor anaranjado de las farolas y en el cielo, el color blanco azulado de la luna, terminaban de dibujar un paisaje de luces rompiendo las tinieblas.
—¿Y ahora qué? —quiso saber ella, frotándose los brazos.
Ranma prescindió de las palabras, cosa que solía hacer, y la tomó en sus brazos de manera sorpresiva, para después pegar un altísimo salto con el que aterrizaron sobre el tejado de la casa. Éste también estaba cubierto de nieve. En la altura, la caricia del viento gélido le provocó un escalofrío, justo cuando iba a volverse para reprender a su prometido, éste se había desplazado hasta el borde y observaba el horizonte nocturno en silencio.
Frunció el ceño, todavía frotándose los brazos y avanzó unos pasos no sin cierto tambaleo. Había tal quietud allá arriba que el crujido de la nieve al ser aplastada llenaba sus oídos a cada paso.
—¿La oyes? —Le preguntó Ranma, cuando percibió que ella se acercaba.
—¿El qué?
—La campana —respondió—. La del templo.
. ¿Habrán comenzado ya las 108 campanadas?
Akane no sabía qué hora era, aunque le parecía demasiado pronto para las campanadas. Lo que sí sabía con seguridad era que Ranma no podía estar oyéndolas. Era imposible que el sonido llegara desde las afueras de la ciudad hasta allí. Intentaba engañarla… ¿A caso gastarle una broma?
—¿La oyes tú?
—¡Claro que sí!
¡No iba a dejar de burlarse de ella ni la última noche del año!
Meneó la cabeza, hundiendo la barbilla en el cuello de la chaqueta.
—No estás oyendo nada…
Ranma entrecerró los ojos y le tendió la mano en un gesto conciliador.
—Acércate y escucha.
La única razón por la Akane que aceptó su mano fue que temía resbalarse, caerse al suelo, y hacerse un daño terrible. No sabía si fiarse de él… ¡¿Y si pretendía asustarla para reírse de ella?! Ya se lo había hecho alguna vez. Sin embargo, acabó cediendo al notar el tirón en su brazo y avanzó hasta situarse casi a su lado.
¡Vaya…!
Nunca se había parado a pensar en la bonita vista que tenían desde allí arriba, claro que nunca antes había subido tan tarde. Las luces de la ciudad creaban una línea de tonos ocres y crema en la que se dibujaban los tejados de las casas, la nieve que coronaba a éstos brillaba de forma especial, dando lugar a una fantasía de calidez que casi le rozó las mejillas. Era muy hermoso, pero seguía sin oír nada.
Se le ocurrió de pronto que, si el sonido de una campana se abriese paso a través de ese paisaje gélido y silencioso, le resultaría demasiado melancólico para resistirlo. Así se lo explicó al chico, pero éste no la comprendió.
—Me recuerda el paso del tiempo, supongo —quiso explicarle, aunque ni ella sabía qué tenía que ver una cosa y otra. ¿Campanas y tiempo? Alguien más sabio podría, tal vez, encontrar una relación entre ambas cosas—. Nunca se detiene.
—¿Las campanas?
—No, bobo, el tiempo.
Se frotó las manos a la altura de la cara y notó que había olvidado ponerse los guantes. Las tenía enrojecidas, más pequeñas de lo habitual.
—¿Dónde están tus guantes?
Lo que Akane quería decir era que el tiempo nunca se detenía, ocurriera lo que ocurriera. Era imposible. Esa noche terminaba otro año, el segundo desde que él había aparecido en su vida.
—A ver… —Ranma la obligó a girarse hacia él para colocarle en el cuello la bufanda que él había estado usando. Se la enroscó con un par de vueltas y se la anudó de manera torpe y poco efectiva; el corazón de Akane se calentó al instante—. Conque el tiempo no se detiene… ¡Pues claro!
. Si no, no sería tiempo.
¡Qué fácil lo ves todo!
Ya le habría gustado a ella tener esa forma de pensar y tomarse la vida. Aunque no se lo dijera, era digno de admirar. Ranma tenía la extraña capacidad de encontrar consuelo en lo simple y cotidiano, debía disfrutar de la vida mucho más que ella.
¿Eran tan distintos?
Ante aquel paisaje tan inspirador, él podía deleitarse con las luces, con la sensación de estar más vivo que nunca que le proporcionaba el frío invadiendo cada rincón de su cuerpo y creyendo que oía la campana del templo. Ella, por el contrario, temblaba con incomodidad, le castañeaban los dientes y no podía evitar desear que hubiera días, incluso momentos, que duraran un poco más de lo establecido. Le angustiaba la fugacidad de algunas cosas y no sabía cómo explicárselo a su prometido.
Arrugó la nariz y comentó:
—Sigo sin oír nada.
Ranma no respondió enseguida. Pero al cabo de unos segundos, le puso un brazo alrededor de los hombros, apretándola contra su cuerpo. Akane experimentó un nuevo vuelco que retumbó por todo su cuerpo, la vista se le emborronó. No era un abrazo del todo, pero le transmitió algo tierno por lo simple y encantador que fue.
Permanecieron callados, observando las casas iluminadas, los destellos de ligeros copos de nieve que volvían a caer bailando en la brisa helada. Ondas de un azul claro, casi transparente, que flotaban por todas partes.
—¿Seguro que no lo oyes?
Se esforzó, cerrando los ojos un momento. Notó la humedad creciente del ambiente mojarle la frente, el flequillo, la punta de la nariz y hasta los labios. Se apretujó más contra el torso del chico para huir del frío y esbozó una suave sonrisa.
—Espera —Susurró—. Creo que ahora puedo oírla.
Si el tiempo se hubiese detenido el día en que nos conocimos pensó, de repente. No sentiría lo que siento ahora.
No solo el tiempo, los sentimientos tampoco se detenían. Una vez que nacían en el corazón de alguien, crecían y crecían hasta convertirse en otra cosa. Lo hacían en silencio, pero lo hacían y ahora, ella podía sentirlo.
Y quizás fue eso lo que hizo que el frío dejara de ser tan molesto.
Akane abrió los ojos al hermoso paisaje que Ranma le había mostrado. Todavía oía la campana del templo y no resultaba tan melancólico como había creído unos minutos atrás.
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Fin
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Espero que os guste esta pequeña colección de oneshots independientes con temática navideña/invernal sobre nuestros queridos Ranma y Akane * Gracias por invitarme una vez más a participar en estas dinámicas.
Nos vemos en el próximo Oneshot.
¡Besotes para todos y todas!
