despues de leer tanto esto, dejo de gustarme como va la historia :vv (seguro que esto tiene mala ortografía pero lo escribo todo en la noche pido peldon jefe)
Felipe no había hablado con Pedro desde hacía semanas; no sabía absolutamente nada de él. Eso era lo malo de estar en escuelas diferentes. Esperaba, al menos, un mensaje de Pedro, una de esas tonterías suyas que siempre lograban animarlo o, al menos, un simple "hola". Le daba pena ir hasta su casa, además de que últimamente estaba muy ocupado con tareas escolares y no tenía tiempo.
Se alegró bastante al llegar las vacaciones, pensando en que algo cambiaría, pero no. Seguía sin noticias de Pedro.
"¿No vas a comer?", preguntó su madre, sacándolo de sus pensamientos. Su voz lo hizo regresar al presente; el agua caliente corría por sus manos mientras lavaba los trastes.
"Hoy no tengo mucha hambre", respondió sin ganas, en un tono tan apagado que su madre alzó la ceja.
"Nunca tienes hambre", dijo ella, rodando los ojos con impaciencia.
"Ya bueno, ahorita me hago unos huevos con salchicha", replicó, tratando de evitar que comenzara a regañarlo.
"Bien", dijo ella, como si hubiera ganado algo. Hizo una pausa y luego añadió: "Ah, por cierto. Mañana iremos a la casa de los papás de tu amigo, Pedro".
Felipe giró la cabeza hacia ella, sin poder ocultar la pequeña sonrisa que se formó en su rostro. La felicidad le llegó de golpe, aunque trató de disimularla.
"¿Qué? ¿Por qué?", Preguntó mientras colocaba los platos limpios en su lugar, esta vez con más energía.
"Nos invitaron a la cena de Nochebuena", respondió su madre mientras abría una silla y se sentaba, mirando la pantalla de su celular. "¿Qué no te dijo tu amigo Pedro?"
"No... en realidad, no he hablado con él desde hace meses", confesó Felipe, el tono triste colándose en su voz.
"Lol, qué mal", murmuró ella, distraída con el celular. "Te bañas, ¿eh? Mañana en la noche será".
"Si, ma'. Me lo acabas de decir."
Ella se levantó y salió de la cocina, dejando a Felipe solo, con una mezcla de ansiedad y alegría golpeándole el pecho.
Toda la tarde se la pasó atrapado en sus pensamientos, porque aunque no lo crean, Felipe piensa. Ni siquiera se baño.
Se removió en la cama, girando la almohada una y otra vez, como si eso pudiera aliviar el nudo en su estómago. Tres meses sin hablarse, demasiado tiempo. No era solo que extrañaba las pláticas, sino la rutina de estar con Pedro. Ya no sabía si todo había cambiado.
Toda la noche fue un mar de vueltas en la cama, sumido en sus pensamientos, hasta que, sin darse cuenta, se quedó dormido justo cuando el sol comenzaba a asomar.
Fue su madre quien lo despertó, entrando en su habitación y gritándole. Faltaban dos horas para la cena. Eso lo asustó, pues jamás había dormido tanto. Lo peor era que aún no sabía qué ponerse. Se levantó, sin ganas, y se metió a bañar, ignorando que el agua casi estaba congelada. Sabía que eso lo despertaría de inmediato.
...
Pedro, en su casa, se puso de modo bellaco, listo para tomar prestado dinero —o sea robar—. Veía con atención a todas las personas que estaban comiendo y conversando. Había más personas en su patio de las que imaginaba. No conocía a muchos, aunque la mayoría eran sus familiares. Martínez siguió mirando a todos sentado en el rincón de su patio.
Felipe, por su parte. Había llegado hace dos minutos. Caminaba dentro de la casa de los Martínez, buscando a Pedro.
Pasó alrededor de unos cuantos minutos más. Felipe tuvo que estar preguntando a cada uno de los familiares por su amigo. Ninguno lo había visto, y ya se había frustrado. Después de buscar y preguntarle a todos, se rindió.
Con cansancio, fue al patio trasero. Buscando a su mamá, quería pedirle permiso para irse de la cena.
Felipe se quedó de pie unos segundos, observando el lugar. La decoración del patio era mucho más linda que dentro de la casa, y olía mucho a tamales recién sacados de las ollas. Sus ojos se iluminaron cuando por fin pudo ver a su amigo. Pedro no había cambiado nada, ni en su postura ni en su mirada de alucinación. ¿Y si la distancia hubiera cambiado algo entre ellos? Pero entonces Pedro le hizo señas con la mano.
Felipe no pudo evitar sonreír al verlo, aunque en el fondo una parte de él seguía preguntándose si todo seguía igual. Se acercó con pasos inseguros, pero la sonrisa burlona de Pedro lo tranquilizó.
"Te estuve buscando por toda la casa, pensé que me ibas a dejar sólito.", Le dijo Felipe, y se sentó a su lado. Espero su respuesta, deseando que él le siguiera sus mamadas.
"No, we'. La neta ni sabia que ibas a venir."
"¿Qué? Tus papás invitaron a mi mamá. ¿No sabías?", Alzó sus cejas con confusión. Pedro negó con la cabeza.
"Me quitaron el celular, y me castigaron.", Le dijo, moviendo sus pies con enojo.
"¿Neta? ¿Por qué?", El castaño se recargó en la silla de plástico, mientras miraba a las personas que pasaban por ahí.
"¿Ves a la señora de allá?", Pedro levantó su dedo señalando. Felipe arqueo una ceja y miro a donde había apuntado.
"Sí, ¿pero que tiene que ver?", Preguntó.
La señora estaba parada a unos cuantos pasos, se veía vieja. Y por su vestimenta, podría adivinar que era religiosa, de las molestas.
"Le dijo a mis papás que yo andaba con uno de sus hijos.", Dijo con un asco en su voz.
"¿Y es verdad?", Lo miro. Pedro frunció el ceño, ofendido.
"¡No! Que puto asco. Está bien culero el cabrón.", Odiaba que pensaran qué tenía malos gustos.
La señora bailaba como si tuviera ataques de epilepsia; su cabello pegajoso por el sudor se movía al ritmo de sus gemidos.
"Parece que le está dando un ataque de epilepsia, al chile."
Felipe se rió ligeramente por lo que dijo Pedro. Ahora la mujer comenzó a dar unos pasos raros, que parecían un ritual. Pedro agarró una piedra muy pequeña del suelo y se la lanzó con fuerza, golpeándole directo en la cabeza.
La pobre señora dejó de bailar de golpe y, con su mirada enojada, buscó al responsable. Pedro le hizo señas, apuntando a otro chico. Ella se le acercó al pobre muchacho y comenzó a gritarle un par de cosas.
Pedro disfrutaba de la escena.
Felipe soltó un suspiro. Esto no le divertía lo suficiente. Solo deseaba que pasara algo mucho mejor. Ni siquiera llevaba mucho tiempo en la cena y ya quería irse a su casa. Sin que su amigo se diera cuenta, se levantó de la silla y caminó a pasos lentos. Analizó a las personas de ahí; no las conocía, y eso era bueno, no sentiría pena por ellas. Todas esas personas estaban en lo suyo, disfrutando la convivencia de los familiares. Unos cantaban canciones para dolidos, otros solo platicaban mientras reían y comían. Felipe salió por el portón.
En unos segundos, vio a alguien en específico: un viejo borracho, tirado entre los arbustos a unos cuantos pasos.
El señor tenía una botella de cerveza en su mano. Dudaba si era un familiar de Pedro; parecía más bien un vecino chismoso que le gustaba meterse en fiestas ajenas. Se acercó a él a pasos lentos, no sin antes mirar a su alrededor y asegurarse de que nadie lo veía.
"Pen…ecito…", El señor murmuró algo.
Felipe frunció el ceño sin entenderle. Se agachó para escucharlo mejor.
"¿Está bien?", Preguntó Felipe, quiso sonar preocupado, pero ni siquiera le daba lástima.
El hombre, al escucharlo, movió su cabeza para mirarlo y le dio una sonrisa mostrando sus dientes amarillos, que a los ojos de Felipe fueron asquerosos. Aun así, Felipe le devolvió la sonrisa. Podría divertirse con él.
"Todas…pu…", Murmuró el hombre antes de dejar caer la cabeza con un movimiento torpe. Felipe hizo una mueca al sentir el hedor agrio del alcohol que emanaba de él, tan denso que parecía impregnarse en el aire. 《¿Se quedó dormido o solo está inconsciente?》 pensó, empujándolo ligeramente para confirmar que aún respiraba.
Luego, sin dudarlo, deslizó una mano en su bolsillo trasero.
"Pendejo, ¿qué haces?"
Felipe dio un brinco del susto y giró la cabeza para mirarlo. Se tranquilizó al ver a Pedro y dejó salir un suspiro de alivio.
"Buscando dinero, ayúdame."
Pedro se posicionó a su lado y mirándolo con una ceja arqueada.
"No es tu familiar, ¿o sí?", Preguntó Felipe pausando sus movimientos. No le gustaría robarle a los familiares de su amigo.
"Es un amigo de mi papá", Respondió Pedro, jalando de la oreja al señor.
"Este wey está bien borracho... y feo. ¿Le hacemos algo?", Felipe sonrió.
Pedro sacó un par de billetes del bolsillo del viejo.
"Ahora no tengo ganitas. Aún tengo chaquetas mentales por lo de Carlitos."
"Ya ni me acordaba de Carlitos. Pobre.", Dijo lo último con sarcasmo.
Ambos chicos se levantaron y siguieron mirando al señor por unos segundos. Pedro puso su pie en la mejilla del hombre e hizo presión.
"Solo digo que sería bueno hacer algo... diferente", Volvió a decir Felipe. "Ya sabes, ''divertirnos'' como antes."
Pedro no respondió de inmediato, pero levantó la mirada con una mezcla de duda y cansancio hacia su amigo.
Felipe también lo miró fijamente. Seguía presionando la cabeza del viejo, pero no era suficiente para despertarlo. Eso lo frustraba; necesitaba hacer algo más. De repente, Pedro se puso tenso. Sintió una mirada clavada en ellos. Rápidamente apartó el pie y se alejó del hombre. Se apoyó en la pared, intentando disimular lo que acababa de hacer. Felipe frunció el ceño, desconcertado por el cambio de ánimo de su amigo. Entonces, Pedro alzó la mirada. Su corazón comenzó a latir con fuerza. Sobre la barda, una figura se delineaba bajo la tenue luz. Los ojos de aquella persona los observaban con intensidad, muy abiertos, casi desorbitados. Martínez fue el primero en reconocerlo.
"¿Quién es?", Felipe ladeó su cabeza para tratar de mirar su rostro, por la noche no podía verlo bien, pero le ponía los vellos de punta por su mirada terrorífica.
"Es mi tío, el crikoso.", Respondió Pedro, su voz llena de incomodidad. También por la mirada que él les daba. Era la primera vez que veía a su tío así. Pedro caminó y se posicionó al lado de Felipe. "¿Desde cuándo estás ahí?", Alzó su voz.
"Vayan a conseguirme un foco.", Habló el tío de Pedro. Felipe arqueó una ceja, analizando al tío.
"¿De dónde vamos a sacar un foco si las tiendas están cerradas?", Le preguntó el moreno. Le causaba asco el olor a marihuana qué provenía de su tío.
"En las casas, o en el cerro junto a la basura hay algunos muy buenos. Siempre agarro de ahí.", El tío crikoso sonrió, dejando entrever unos dientes amarillentos. Felipe se estremeció, mientras Pedro evitaba mirarlo directamente. La atmósfera se había vuelto más pesada de lo que cualquiera de ellos podía soportar.
"¿Y por qué no vas tú?", Pedro hizo otra pregunta, tratando de sacarse la incomodidad. "Ah, cierto. Te van a mandar al anexo, por quinta vez."
"Les doy dinero, o polvito blanco para que se alivianen. Pero sólo si me traen un buen foco.", Les dijo.
"Pero estoy castigado."
"Les invento algo, ya vete, pero en fa."
Felipe agarró la mano de su amigo y lo arrastró. Ya no quería seguir ahí. Al principio no le pareció buena la idea, pero quería al menos una pequeña aventura con su amigo, después de meses de no salir juntos, sería bueno.
Caminaron por las calles. Que, por una razón, no había muchas personas. Cosa que les pareció rara a ambos chicos.
"Tu tío da miedo.", Habló Felipe, mirando a su alrededor. Pedro asintió ligeramente con su cabeza.
"Siempre ha sido raro", respondió Pedro, metiendo las manos en los bolsillos de su chaqueta. "Pero últimamente está peor. Mi papá dice que ya no sabe ni qué hacer con él."
Felipe dejó escapar una risa nerviosa. "¿Y por qué sigue en tu casa?"
Pedro se encogió de hombros. "Mi abuela dice que no lo podemos dejar en la calle... pero a veces pienso que es peor tenerlo cerca."
"Mi mamá sorteó a mi tío, podrías hacer lo mismo.", Le dijo de broma —quizás—.
"Qué chido, ya veré si podré hacerlo… Ah, oye. ¿Desdé cuando tu mamá es cercana a mis papás?", Preguntó Pedro. Felipe se alzó de hombros.
"Ni idea. Si se lo iba a preguntar, pero se me olvidó.", Dijo, antes de quedarse callado.
El viento nocturno golpeaba sus rostros, trayendo consigo un frío que calaba los huesos. Las calles estaban inquietantemente silenciosas, y las pocas luces que iluminaban el camino parpadeaban como si estuvieran a punto de apagarse. Felipe miró a su alrededor, sintiendo un escalofrío que no tenía nada que ver con el clima.
Pedro y Felipe caminaron en dirección al cerro, el cual estaba ubicado cerca de la casa de Felipe. No muy lejos de la casa de Pedro, quizás unas ocho cuadras.
A Pedro le seguía pareciendo muy raro la ausencia de personas en la calle, ni siquiera había perros callejeros o vagabundos tirados —aunque era algo bueno de que ellos no estuvieran en la calle— seguía siendo algo raro e inquietante. Miró a su amigo de reojo, él parecía muy metido en sus pensamientos. Otra vez, sintió una mirada encima, lo cual le envió un escalofrío que le recorrió toda su columna. Pero no le dio importancia.
Llegaron. Para pasar al cerro, tenían que entrar por un pasillo, el cual se veía muy oscuro. Felipe fue el primero en sacar su celular y encender la linterna, iluminando el pasillo lleno de caca de perro, hojas secas y un montón de basura, cortesía de los vecinos. En el aire podía notarse el olor a llantas quemadas junto con humedad. El pelinegro caminó detrás de Felipe con la mirada en el piso para evitar ser manchado de cagada. Felipe pasó sin importarle lo más mínimo.
El corredor no era muy largo, por suerte. Tenían que tener mucho cuidado porque en el piso también estaban las tuberías de las casas de al lado. Podrían tropezar y caer en la mierda. Después de pasar por el pasillo, entraron al cerro. No se veía nada, más que lo que alcanzaba a alumbrar el celular de Felipe.
Felipe lanzó una mirada de reojo a Pedro. Extraño. Normalmente ya habría contado tres chistes malos y una historia de su abuela. Caminó a su lado, con mucho cuidado de no pisar las espinas y vidrios rotos que estaban bajo sus pies. Siempre estaría agradecido de que tenía los Nortiv 8 botas de senderismo impermeables para hombre deportes aire libre calzado de color verde ejército y negro con tonos naranjas en menos del quince por ciento de descuento en Amazon.
Después de unos minutos caminando, no veían más que arbustos con espinas. Había ropa quemada tirada en los pequeños arroyos secos. El moreno se acercó a uno, sacó su celular y prendió la linterna para poder ver bien con esperanzas de encontrar al menos algo bonito. Felipe se puso a su lado y se sentó en la roca mientras miraba a su alrededor. Era la primera vez que venía de noche, y le causaba algo de nervios, pero no lo mostraba. Le parecía raro que no hubiera ningún sonido, aparte de los vagones del tren que pasaba lejos suyo.
"No hay nada chido.", Habló Pedro, rompiendo el silencio entre ambos. Estar callado entre ellos no era incómodo, pero sí inusual. Teniendo en cuenta que era la primera vez que no hablaban mucho. Felipe giró su cabeza para mirarlo.
"Por allá hay otro arroyo más grande, quizás hay focos.", Felipe apuntó atrás suyo levantándose, y Pedro lo siguió.
Bajaron con mucho cuidado las grandes rocas, era mucho más profundo que los demás, pero no era el único de ese cerro. Estaba igual de seco, en la tierra había llantas y más partes de carros viejos.
"Hay latas, vamos a agarrarlas para el kilo.", Dijo Pedro mientras agarraba unas cuantas latas vacías. Felipe alzó una ceja confundido.
"¿Para qué quieres eso?"
"Las puedes cambiar por dinero. ¿No sabías?", Felipe negó con su cabeza, y después comenzó a ayudarle a buscar. "¿Por qué no hay agua aquí?"
"Los vecinos taparon, porque más allá hay un túnel que lleva a la calle, y hace que las calles se inunden.", Le respondió. Pedro alzó sus cejas levemente y murmuró un "oh" en forma de respuesta. No dijo nada después.
Se quedaron en silencio, otra vez. Estaba helado el aire, no lo suficiente para hacerlos temblar, pero sí sentían sus manos congeladas. Mientras Pedro seguía en busca de más latas, Felipe miró el cielo. Pensó en el tío crikoso de Pedro, aún lo hacía sentir incómodo, incluso miedo, y luego recordó la cena. Eso lo hizo soltar un suspiro. Se le había olvidado por completo comer tamales y avisarle a su mamá, no quería que ella se preocupara por él y después lo regañara.
Miró la hora en su celular, todavía no era la medianoche, así que nadie lo estaría buscando.
El moreno se detuvo en seco, mirando una parte del arroyo. Felipe se acercó a él.
"¿Qué traes, we?", Le preguntó Felipe. Pedro solo giró su cabeza para mirarlo.
"Estaría chido ver si hay más cosas ahí.", Martínez apuntó al túnel. El castaño no lo pensó demasiado y asintió con su cabeza.
"Sii. Vamos. El que se encuentre a la Llorona, pierde.", Bromeó. Conocía el túnel a la perfección así que no le daba miedo.
Caminaron hasta llegar a la entrada oscura. Pedro levantó su celular con la linterna alumbrando una pequeña parte.
"¿Qué tan largo es?", Preguntó Pedro, con su mirada fija en el fondo.
"No mucho."
Se dieron una última mirada antes de entrar en él.
Pedro fue el primero en notar el olor asqueroso que comenzaba a aparecer. Frunció el ceño y miró a su amigo, esperando a que él también se diera cuenta del olor putrefacto. Al cabo de unos segundos, Felipe lo notó, se llevó una mano a la nariz y se la tapó.
"Qué perro asco, te cagaste, ¿verdad?", le dijo Felipe, girando su cabeza para mirar a su amigo.
"Eres tú que no te bañas, maricón."
Pedro alumbró la pared, la cual estaba graffiteada. La pintura se veía vieja, muy desgastada. El castaño se detuvo mirando a sus pies; había agua.
"Dijiste que no había agua por aquí.", habló Pedro, mirando los pies de su amigo. Su rostro tenía un toque de confusión.
"Pues eso se supone", respondió Felipe con indiferencia, mientras seguía mirando su reflejo en el charco.
Pedro se encogió de hombros; comenzaba a sentirse inquieto nuevamente. Quiso pensar que era solamente él quien sentía una mirada encima. Caminaron por otro rato. El moreno no se imaginaba la profundidad de ese túnel.
Martínez caminó detrás de Felipe. ¿Cuánto habían avanzado?
Su corazón casi se detuvo al sentir que le agarraban una nalga. Dio un pequeño salto y giró su cuerpo para mirar hacia atrás. El olor putrefacto comenzaba a hacerse más molesto, lo que le provocó un mareo. No había nadie detrás suyo. Quiso llamar a Felipe, pero al girarse, su amigo ya no estaba ahí.
Eso lo hizo sentir aún peor.
El aire en el túnel se sentía pesado, y Pedro, con el corazón latiéndole desbocado, apuntó la linterna del celular en todas direcciones.
"¡Felipe!", gritó, pero su voz resonó débilmente entre las paredes húmedas y graffiteadas. No hubo respuesta, solo el eco de su propio llamado, que hacía que el túnel pareciera más grande y más vacío.
Tragó saliva con dificultad.
"Pinche Felipe, si esto es una broma, no tiene gracia", murmuró para sí mismo mientras trataba de calmarse. "Tu abuela muerta…"
El olor putrefacto ahora era insoportable, como si viniera de algo muerto o podrido más adelante. Su estómago se removió y su boca se llenó de saliva; quería vomitar. Se llevó una mano a la boca, tratando de evitar sacar todo lo que había comido.
Siguió caminando, alumbrando con la linterna y esquivando charcos cada vez más grandes. Estaba convencido de que había algo extraño en ese lugar, algo que no había notado antes. Fue entonces cuando vio algo en el suelo: el celular de Felipe, prendido, con la pantalla rota. Pensó en agarrarlo, pero el agua a sus pies se veía asquerosa; decidió mejor no hacerlo.
Un ruido detrás de él lo hizo girar bruscamente. Era un golpe seco, como si algo pesado hubiera caído al suelo. Alumbró con la linterna, pero no había nada. A pesar de eso, sintió un cosquilleo en la nuca, esa sensación inconfundible de ser observado.
"¿Felipe?", quiso gritar Pedro, pero su voz terminó en un susurro quebrado, lleno de miedo. Sus piernas temblaban. "Si estás jugando, te voy a bajar de heroico a oro en Free Fire...", murmuró, aunque su tono sonaba más asustado que amenazante.
Otro ruido, esta vez más fuerte, como si algo o alguien hubiera pisado vidrio. Pedro apuntó la linterna hacia el origen del sonido y, por un breve instante, vio una sombra moverse rápidamente al fondo del túnel. Quiso gritar de nuevo el nombre de su amigo, pero no pudo.
Quería largarse de allí, pero no podía dejar a Felipe. Aunque... ¿realmente Felipe no lo había dejado a él? Quiso creer que no. Después de todo, confiaba en él.
Respiró hondo y dio un paso atrás. "No mames...", susurró cuando una figura se materializó frente a él. No tenía una forma clara, pero Pedro podía distinguir que era negra y alta. Sin pensarlo más, sus piernas reaccionaron antes que su mente, y echó a correr.
Corrió hasta que su cuerpo ya no pudo más, tropezó con algo y cayó en el agua sucia, llevándose el celular con él. La linterna se apagó, sumiéndolo en una oscuridad sofocante. Con desesperación, buscó el teléfono a tientas en el agua turbia. Su mano tocó algo viscoso, y su estómago se revolvió.
Entonces, sintió una presencia justo frente a él. Levantó la mirada, tratando de distinguir algo en la penumbra.
"¿Felipe?", murmuró, con la esperanza de escuchar una respuesta familiar.
"Sí.", La voz de Felipe resonó, pero sonaba tosca, extraña. Pedro se levantó rápidamente y lo abrazó con fuerza.
"¡Pinche cabrón! ¿Por qué me dejaste solo?", exclamó, sintiendo que Felipe estaba frío, húmedo... y que olía terriblemente mal.
"Me caí al agua", respondió Felipe con voz grave. "Quería hacerte una broma, pero me perdí... y se me cayó el celular."
Pedro suspiró aliviado. "Ya me quiero ir, wey. No veo nada. Además... vi algo. La entidad."
Felipe frunció el ceño. "¿La entidad?"
Pedro se acercó más a él, tratando de ver su rostro. "Sí, wey, esa cosa negra..."
Felipe rió, pero su risa sonó hueca. "Te volviste loco. Yo quiero seguir aquí."
Pedro retrocedió. "¿Qué? ¡Estás pendejo! Muérete tú, yo me largo."
Pero Felipe lo sujetó de las manos y lo jaló con fuerza. "Nos morimos juntos entonces."
Pedro reaccionó rápido y le metió el pie, empujándolo con toda su fuerza. Felipe cayó pesadamente en el agua, gruñendo como un animal herido.
"Chinga tu madre. Yo no me quedo aquí.", Pedro giró para huir, pero Felipe se recuperó de inmediato y lo hizo tropezar, haciéndolo caer otra vez. Pedro sintió el ardor en su brazo raspado y luchó por levantarse.
"¡Pinche loco!", masculló, pero no tuvo tiempo de reaccionar. Felipe ya estaba sobre él, clavándole su peso en el abdomen. Pedro gritó, forcejeó con todas sus fuerzas, pateando y golpeando. Pero algo estaba mal... Felipe no se movía como antes. Su fuerza era inhumana, y su silencio era aterrador.
"¡Felipe, suéltame, cabrón!"
Logró liberar una mano y le dio un puñetazo en la cara. Felipe retrocedió, gruñendo de forma inhumana. Pedro aprovechó la oportunidad, levantó ambas piernas y las impulsó contra su pecho. La criatura cayó de espaldas. Sin pensarlo, Pedro se levantó y corrió a toda velocidad.
El sonido de pasos erráticos lo perseguía. Pedro vio la luz del celular de Felipe en el suelo. Apenas se agachó para levantarlo, cuando la cosa lo atacó de nuevo.
Lo estampó contra la pared del túnel. Pedro sintió la frialdad del concreto y el olor nauseabundo se intensificó. Abrió los ojos y se encontró con una imagen aterradora.
Los ojos de Felipe sobresalían de sus órbitas, su piel estaba podrida, con dientes amarillentos en una sonrisa retorcida. Un líquido negro y espeso goteaba de su boca, y gusanos pálidos se removían dentro de su piel herida.
"¿Por qué... corrías?", preguntó la criatura con una voz hueca.
Pedro cerró los ojos con fuerza, su corazón martillando en sus oídos. El sonido de la risa gutural de la cosa lo sacó de su parálisis. Con una explosión de adrenalina, alzó la rodilla y la estrelló contra el abdomen de la criatura. Un ruido viscoso se escuchó, y Pedro salió disparado hacia la salida.
"¡Chinga tu madre!", gritó, aferrándose al celular y corriendo como nunca antes.
La salida estaba cerca. Muy cerca. Había dejado de escuchar los gruñidos y pasos de la entidad que se hacía pasar por su amigo. Entonces, ahí se preguntó.
¿Debería volver por Felipe?
Pedro se detuvo en seco.
Por otra parte
Felipe caminaba a pasos lentos sobre las calles. El cielo se veía más negro de lo normal, y eso era lo que lo mantenía inquieto. Sus manos temblaban, y el sudor frío recorría su frente. Minutos antes estaba buscando a Pedro por todo el túnel, pero no había rastro de él... así que mejor optó por irse del lugar.
Su celular había resbalado de su mano, y no tenía idea en qué lugar había quedado. Pero ya no tenía ganas de volver al túnel. No después de que Pedro lo haya dejado ahí.
Se entristeció un poco, y miró las calles esperando encontrarse con una persona. Era la primera vez que las veía tan vacías, y era raro. En la esquina siempre habían viejas chismosas, o niños correteando a los perros, y nunca faltaban los que tronaban cuetes en estas fechas. Quiso no darle importancia, pero comenzaba a sentirse incómodo. También noto que no había ruidos, solo el sonido de sus propias pisadas.
Empezó a sentir una necesidad de mirar hacia atrás, pero lo controló. Sabía que, tras tantas películas de terror, mirar atrás solo lo llevaría a lo peor. Aunque por dentro se moría de nervios.
Su casa estaba en la siguiente esquina, por suerte.
No tardó mucho en llegar. Miró la puerta, pero nuevamente la sensación de tener alguien detrás suyo le hizo sentir un escalofrío por todo su cuerpo. Esta vez, si miro hacia atrás. Frunció el ceño con enojo al no ver a nadie.
"Que verga.", Murmuró. Tal vez era su cabeza lo que lo hacía sentir así. Dejo salir un suspiro, algo decaído. Abrió la reja y entró, sin despegar su mirada hacia las calles oscuras.
Su cabeza comenzaba a dolerle, y un olor nauseabundo comenzó a llenar el aire, algo podrido y rancio. Felipe, al olerlo se puso en alerta. Era igual que el del túnel. Busco con la mirada de donde provenía el olor. Sus ojos se posaron en la ventana de su casa. Paro en seco, con el corazón latiendo demasiado rápido.
Una figura estaba dentro de su casa, inmóvil, con el rostro tragado por las sombras, pero sus ojos brillaban como si supieran que él estaba ahí. Felipe podía sentir su mirada encima suyo. Él era. Esa cosa era quien lo había estado vigilando desde que salió del túnel.
Felipe retrocedió y dio la vuelta, dejando que sus piernas tomaran el control de su cuerpo. Salto la pequeña barda de un impulso, con el corazón en la garganta.
Había una vibra extraña en ese lugar, que apenas lo había notado, pero que siempre había estado desde que salió del túnel. Su respiración se cortó, pero no dejaba de correr. Sintió un nudo en la garganta y la vista nublada. Su pecho subía y bajaba. Una sensación sofocante lo invadió, como si el aire se hubiera vuelto denso y venenoso.
Y con las manos temblando, se las llevó a su garganta. Cayó de rodillas al pavimento. Dentro de su garganta sentía algo quemarlo, abrió su boca dejando salir un liquido negro, que olía terriblemente mal. Era como agua estancada.
Se tiró al piso, agitando sus piernas en un intento frenético por liberarse del aire denso que lo aplastaba.
Quiso gritar, pero el aire no salía.
No sabía qué era lo que salía de su boca, pero ardía al hacerlo, como si estuviera expulsando fuego. Frente a él, esa cosa seguía observándolo, imperturbable. Felipe levantó la mirada con desesperación, su corazón latiendo desbocado.
Cuando sus ojos se encontraron con los de la criatura, su rostro cambió por completo.
"Carlos.", murmuró Felipe, levantándose con dificultad mientras sacudía el polvo de su ropa.
La mirada de aquel hombre, fría y vacía, le erizó la piel. Había algo profundamente inquietante en la forma en que lo observaba, como si lo estuviera desmenuzando con los ojos.
"¿Qué verga eres? ¿Por qué te ves así?", preguntó Felipe, llevándose una mano a la boca.
Carlos no respondió. Permaneció inmóvil, como una sombra. Felipe dio un paso atrás, con la desconfianza pintada en el rostro.
"¿No vas a decir nada?", gritó, pero su voz solo rebotó en el eco del lugar. Analizó cada centímetro de Carlos, intentando descifrarlo. Finalmente, bufó con desdén. "Te ves asqueroso."
Carlos avanzó un paso.
"Por culpa tuya y de Pedro me convertí en esto", respondió con una voz grave y áspera. Jamás lo había escuchado así.
"¿En serio?", Arrastró la "o". "Me masturbe con tu cadáver, lo disfrute.", soltó Felipe con una risa burlona.
La mueca de Carlos se torció en un gesto de ira. Su mirada oscura parecía perforar al castaño.
"¿Te parece gracioso? Cuando este por matarte a ti y a Pedro, van a suplicar que los deje en paz.", su voz retumbó con un tono que no parecía humano, mientras levantaba lentamente una mano.
Felipe sintió de inmediato un nudo en la garganta. El aire lo abandonó de golpe, como si una garra invisible lo estuviera estrangulando. Se llevó ambas manos al cuello en un intento desesperado por liberar su respiración, pero sus pulmones se negaban a cooperar. Cayó de rodillas, su rostro contorsionado por el pánico.
"Ahora ríete, cabrón", murmuró Carlos con una sonrisa siniestra.
La vista de Felipe comenzó a nublarse, pero aun así, logró murmurar:
"Chúpame... el…", y su cuerpo colapsó en el pavimento con un golpe seco.
Carlos bajó la mano, su gesto neutral como si no acabara de aplastar la vida de alguien. Dio una última mirada al cuerpo de Felipe y, con una sonrisa torcida, murmuró para sí:
"Todavía no te mataré. Falta Pedro."
Su figura comenzó a desvanecerse en un espiral de sombras, como si el aire mismo lo succionara. En segundos, la calle quedó completamente vacía, salvo por el cuerpo inmóvil del castaño.
"¡Felipe!", la voz de Pedro resonó en las calles vacías mientras corría hacia él. Había dudado en volver a pasar el túnel, pero lo logro. No iba a dejar a su amigo.
Cuando llegó a su lado, se detuvo en seco. La imagen de su amigo tirado en el suelo, con marcas de raspones en los codos y rodillas, lo llenó de angustia. Pedro lo sacudió con brusquedad, dándole unas ligeras palmadas en las mejillas.
"¡Despierta, imbécil!", exclamó, pero Felipe no reaccionaba.
De repente, el castaño abrió los ojos de golpe y comenzó a toser violentamente. Un líquido negro y espeso escapó de su boca, salpicando el suelo. Pedro retrocedió instintivamente, asqueado.
"Que asco", dijo, pero no pudo evitar sentir alivio al ver que su amigo estaba vivo.
Felipe se llevó una mano a los labios, limpiándose con la manga. Sus piernas temblaban mientras trataba de ponerse de pie.
"Eres un pendejo, Pedro", dijo entre jadeos. "Me dejaste solo en el túnel."
Pedro frunció el ceño, cruzando los brazos.
"¿Yo? ¡Fuiste tú el que desapareció primero! Te busqué, pero no había rastro de ti."
Felipe suspiró, agotado, mientras terminaba de levantarse.
"Quería hacerte una broma al principio... pero todo salió mal."
Pedro lo miró con desconfianza. Eso mismo le dijo la entidad.
"¿Cómo sé que realmente eres tú?", preguntó, dando un paso atrás.
"¿De qué estás hablando, tarado?", Felipe arqueó una ceja, claramente confundido.
"¡No pienso decírtelo!", gritó Pedro, preparándose para correr si algo salía mal.
Felipe rodó los ojos con exasperación.
"Está bien, dime qué quieres que haga."
Pedro pensó un momento, hasta que una idea absurda cruzó por su mente.
"¿Cuántos pelos tiene mi abuela en el sobaco?"
Felipe lo miró en completo silencio durante unos segundos, antes de responder:
"Trescientos cincuenta y cuatro. De una pulgada cada uno."
Pedro dejó escapar una risa nerviosa. Asintió, convencido de que ese era el Felipe que conocía.
"Perfecto. Bueno, una cosa rara me atacó en el túnel."
"¿Carlos?", Pregunto Felipe.
Pedro alzó las cejas.
"¿Qué? ¿Él qué tiene que ver?"
"Deberíamos irnos de aquí. Te explicaré en la casa, antes de que aparezca de nuevo.", Felipe giró la cabeza a todos lados, verificando que nadie los estuviera viendo. Aunque sabía que ahora estaban solos, había dejado de sentir esa mirada inquietante desde que llegó Pedro.
Pedro, aunque muy confundido, asintió. Miró que su amigo se veía muy jodido, así que le pasó una mano por el hombro y lo ayudó a caminar.
"¿A dónde vamos?"
"De vuelta al túnel."
Pedro se tensó; nuevamente comenzó a sudar.
"¿Estás seguro?", preguntó, con la voz ligeramente temblorosa. No quería volver a correr de nuevo, y mucho menos volver a mirarlo.
"Este lugar no es el nuestro.", le dijo Felipe, mientras movía los pies en dirección al túnel. "Vamos a salir rápido."
Pedro asintió con la cabeza, y ambos comenzaron a caminar lo más rápido que pudieron.
"No hay que separarnos", le dijo Felipe, y Pedro apretó el agarre.
"La neta, me ando cagando desde hace rato. Se me asoma, pero no saluda."
"Cállate, wey. Ya vomité lo suficiente", dijo Felipe.
El cruce del túnel había sido demasiado rápido. Era algo bueno que la entidad no se hubiera aparecido, aunque eso les pareció demasiado raro a ambos chicos.
