¡Queridos lectores!

¡Les traigo una nueva historia que espero disfruten muchísimo! Es una historia que se me acaba ocurrir esta mañana. Y es que, no sé si a ustedes les pasa, pero hay canciones que se te meten en la cabeza y no salen ni con nada. ¡Pues hoy les traigo una de esas! La canción es Mi vida de José José (aunque les recomiendo que le den una escuchada a la versión de DLD, ¡está increíble! ). No paro de escucharla, me encanta, y todo lo que está pasando en mi cabeza se ha convertido en esta historia.

Esta historia está basada completamente en la canción, así que ya saben, ¡los personajes no me pertenecen! Muchos de los diálogos son sacados directamente de la canción.

¡Espero que la disfruten tanto como yo disfruté escribirla! ¡Vamos a ver qué pasa cuando la música se convierte en palabras!

¡No olviden comentar y compartir!


POV Bella:

Caroline había llegado apenas hoy, y su forma de moverse nerviosa me recordaba demasiado a mí el año pasado. Parecía un pajarillo desorientado buscando refugio. Me tocó estar con ella en la clase de historia, y cuando vi que entraba al salón, mirando cada rincón sin saber dónde sentarse, le hice una seña cuando sus ojos finalmente se posaron en mí.

—Hola —me saludó mientras se acercaba.

—Hola, Caroline. Soy Bella.

—Hola, Bella —respondió con una sonrisa alegre mientras se sentaba a mi lado.

El salón todavía estaba semivacío, pero poco a poco comenzó a llenarse de murmullos cuando más estudiantes llegaron. El profesor de historia había avisado con antelación que no se presentaría hoy, aunque, por alguna regla absurda, no podíamos abandonar el salón. Así que nos quedábamos allí, haciendo tareas o simplemente aburridos como ostras.

Alice apareció en la puerta junto a Jasper, saludándome efusivamente con su característica energía. Levanté la mano para responderle, pero en cuanto sus ojos se posaron en Caroline, algo en su expresión cambió por completo. Pasó de la calidez habitual a una tensión palpable. Me desconcertó.

Antes de que pudiera pensar demasiado en ello, Caroline reaccionó a mi lado.

—¡No puede ser! Es Alice Cullen —dijo en un tono que no dejaba dudas: no era una pregunta, sino una afirmación contundente.

Me volví hacia ella, sorprendida.

—¿La conoces? —pregunté con curiosidad.

—Sí, ella y sus hermanos estudiaron en mi escuela en Alaska.

—Ah, sí —respondí, recordando que los Cullen se habían mudado de allá—. Creo que se mudaron hace como tres años.

—¿Mudarse? Más bien diría que huyeron —dijo en un susurro conspirativo.

Fruncí el ceño.

—¿Huyeron? —repetí, desconcertada.

Caroline asintió, inclinándose hacia mí como si estuviera a punto de revelar el mayor secreto del mundo.

—Sí, su hermano Edward se metió en un lío bien grande.

Mi corazón comenzó a martillar con fuerza. ¿Un lío? ¿Edward? Mi Edward. Ya llevaba casi un año de relación con Edward y jamás había mencionado nada sobre problemas en Alaska, y la verdad, yo nunca había preguntado tampoco.

—¿Qué clase de lío? —pregunté, tratando de sonar casual, aunque sentía que me faltaba el aire.

Caroline hizo una mueca, como si evaluara si debía contarme más. Antes de que pudiera decir nada, miré de reojo hacia Alice. Estaba inclinada sobre su teléfono, tecleando con rapidez, mientras Jasper nos observaba con una expresión que me heló la sangre.

¿Estaba asustado?

No sabía por qué, pero algo en su mirada hizo que mi corazón se acelerara aún más. Y de repente, una certeza inquietante comenzó a formarse en mi mente: había algo sobre Edward que yo no sabía.

—¿Supongo que Edward va a esta escuela también? —preguntó Caroline casualmente.

Asentí, eligiendo cuidadosamente mis palabras. No le revelaría que era mi novio; quería escuchar la historia sin filtros ni limitaciones.

—Entonces ya sabes cómo es, ¿no? Fiestero, mujeriego…

Se detuvo al ver mi expresión de desconcierto.

—De hecho, no —respondí en un hilo de voz—. Es muy serio, callado. Nunca se le ha visto en fiestas y, que yo sepa, no tenía novia antes de que yo llegara.

Caroline me miró incrédula.

—Vaya, supongo que ya cambió —comentó, claramente sorprendida.

La curiosidad me picaba como una espina en la piel.

—¿Pero qué clase de lío? —insistí.

Caroline dudó, como si estuviera considerando si debía contármelo. Finalmente, decidió hacerlo.

—Allá en Alaska, Edward era un chico muy problemático —empezó—. Un día llegó una chica nueva a la escuela, Tanya. Era muy callada y tímida, pero bonita, de esas que todos notan, aunque no lo quieran. Para su desgracia, llamó la atención de Edward. Se hicieron novios casi a las pocas semanas.

Mis manos se tensaron sobre la mesa.

—¿Y luego?

—Tanya estaba clavadísima con él. Ya tenían saliendo como tres meses, un récord para Edward, y, para sorpresa de todos, Edward había cambiado. Iba a todas sus clases y siempre estaba con ella.

Sentí un alivio momentáneo, pero Caroline no había terminado.

—Pero supongo que al final pudieron más sus antiguos hábitos —continuó—. Se rumorea, porque la verdad nunca se supo bien, que Edward seguía yendo a fiestas y emborrachándose. Un día lo captaron siéndole infiel a Tanya.

Un escalofrío me recorrió la espalda.

—¿Y ella? —pregunté, temiendo la respuesta.

—No lo tomó nada bien, que digamos. Tuvo que acudir a psiquiatras. Nadie supo exactamente qué pasó, pero fue lo suficientemente turbio como para que los Cullen abandonaran la ciudad.

Mi mente se llenó de preguntas sin respuesta.

—¿Qué fue de Tanya?

—Sigue en la escuela, pero nunca ha tenido otro novio desde Edward. Creo que sigue en terapia por los daños emocionales.

Caroline bajó la voz, como si estuviera compartiendo el chisme más oscuro.

—Supongo que aprendió la lección si por tu cara parece que te estoy contando un cuento de terror.

La habitación pareció llenarse de un aire denso. ¿Era posible que el Edward que yo conocía, serio y reservado, tuviera ese pasado oscuro? Mi pecho se comprimió al pensar en lo poco que, quizás, realmente sabía de él.

La angustia me apretaba el pecho. Tenía ganas de llorar, salir corriendo y gritar hasta quedarme sin voz. No sabía qué hacer con lo que Caroline acababa de revelarme. ¿Por qué habría de mentirme? No tenía ningún motivo.

Volteé a mirar a Alice, desconcertada. Pero ella desvió la mirada, como si mis ojos le quemaran. Eso solo avivó mis dudas.

En ese momento, Jessica apareció junto a nuestra banca con su característica energía.

—¡Hola! ¿Tú eres Caroline, cierto? Soy Jessica.

—¡Hola, Jessica! —respondió Caroline con entusiasmo.

Jessica se giró hacia mí, con su sonrisa curiosa de siempre.

—Bella, ¿me podrías ayudar con...?

Se interrumpió de golpe al notar mi expresión.

—¿Qué te pasa? Pareces haber visto un fantasma.

Caroline soltó una risa despreocupada.

—Es que le acabo de contar un chisme de los Cullen —comentó alegremente, como si no acabara de soltar una bomba.

El corazón me dio un vuelco al ver cómo los ojos de Jessica se encendían con curiosidad.

—¿Los Cullen? —repitió emocionada.

—Sí, ellos estuvieron en mi escuela en Alaska —explicó Caroline con naturalidad, sin notar el peligro.

Podía ver claramente cómo una bola de nieve empezaba a formarse ante mis ojos. Si Jessica se enteraba de cualquier cosa, toda la escuela lo sabría en cuestión de horas.

La historia que Caroline acababa de contarme se deslizó sin filtro hacia Jessica, quien se fue deslizando en la banca más cercana y escuchaba con los ojos abiertos de par en par, llenos de sorpresa y algo que se parecía a angustia.

—¿Nunca le preguntaste sobre Alaska? —me soltó Jessica sin rodeos.

Negué con la cabeza, sintiendo la presión de su mirada.

—Nunca hemos hablado de eso —dije en un hilo de voz, apenas capaz de formar las palabras.

Jessica se giró rápidamente hacia Caroline, como quien tiene información privilegiada.

—Ella es novia de Edward —le soltó, sin ningún tipo de preámbulo.

Caroline dio un respingo, llevándose una mano a la boca.

—¿En serio? ¡Disculpa! No lo sabía, no habría dicho nada si...

Antes de que pudiera terminar su disculpa, un movimiento afuera hizo que nuestras miradas se desviaran hacia las ventanas que daban al pasillo. Allí, de pie como una estatua, estaba Edward.

Mi corazón se detuvo al encontrar su mirada. Pero no era la expresión tranquila y serena que conocía; era una mirada cargada de miedo, culpa... y algo más oscuro.

Ese simple segundo de conexión visual fue todo lo que necesité para saber que Caroline no había mentido. Todo lo que acababa de escuchar era verdad.

Edward apartó la vista rápidamente, bajando la cabeza antes de darse la vuelta y alejarse con pasos apresurados.

Las tres lo seguimos con la mirada, cada una atrapada en sus propios pensamientos. Yo, en cambio, solo podía pensar en una cosa: ¿cómo había llegado aquí sin saber nada de ese pasado?

Alice me evitó estoicamente durante el resto de la mañana, lo cual solo empeoró la ansiedad que ya me carcomía por dentro. ¿Por qué no había intentado explicarme nada? ¿Por qué Edward se había marchado de esa forma, sin siquiera enfrentarse a lo que había escuchado?

Cuando llegó la hora de biología, mi estómago era un nudo de nervios. Esa clase la compartía con Edward, y aunque normalmente ocupábamos nuestros asientos juntos, hoy su lugar estaba vacío.

Miré la puerta con una mezcla de frustración y temor, esperando que apareciera, pero nunca lo hizo.

Para ese punto, el desconcierto y la angustia me superaban. ¿Había decidido evitarme? ¿O acaso estaba tramando alguna explicación que justificara lo que Caroline me había contado?

Saqué mi teléfono con manos temblorosas y le escribí un mensaje breve, pero directo:

"Conocí a Caroline. Dice que fue tu compañera en Alaska."

Le di enviar antes de arrepentirme, viendo cómo el pequeño ícono de entrega aparecía en la pantalla. No tenía idea de cómo iba a responder, pero lo único claro era que necesitaba respuestas.

El mensaje que recibí de Edward me dejó más angustiada de lo que imaginaba. Mi pulso se aceleró, y aunque intenté mantener la calma, las palabras que había escrito me perseguían: "Te puedo ver después de clases en tu casa, por favor, escúchame primero antes de que tomes una decisión."

Mi corazón latía con fuerza, cada palabra, cada frase, resonaba en mi cabeza. ¿Qué quería decir con eso? ¿Era eso una súplica por perdón?

Me sentí perdida en ese mar de dudas, mientras el reloj parecía haberse ralentizado, haciendo que el resto del día se alargara interminablemente. Las clases pasaron frente a mí, pero todo lo que podía pensar era en esa conversación pendiente.

Finalmente, el timbre sonó, y mis manos se aferraron al teléfono con la esperanza de que, al menos, cuando nos viéramos, pudiera encontrar respuestas. Me levanté de mi asiento, recogí mis cosas y traté de manejar con la mayor calma posible, aunque mi mente estaba a punto de estallar.

El camino a casa fue un tormento, me acercaba a la incertidumbre, a la conversación que tendría con Edward. El "por favor" en su mensaje resonaba en mi cabeza.

Edward se encontraba parado cerca de la entrada, su postura más tensa de lo que jamás lo había visto. Su cabello, normalmente cuidado, ahora estaba desordenado, como si lo hubiera pasado muchas veces por las manos en un intento de calmarse. Sus ojos reflejaban una mezcla de desesperación y miedo, algo completamente ajeno al Edward que conocía. Su rostro, que siempre estaba lleno de una serenidad cautivadora, ahora mostraba signos claros de que se encontraba lejos de su zona de confort.

Cuando nuestras miradas se encontraron, un nudo se formó en mi estómago. El miedo en sus ojos me dijo todo lo que necesitaba saber: algo no estaba bien, y él sabía que yo ya sabía algo. Fue un silencio incómodo que se alargó por unos segundos, hasta que finalmente habló, rompiendo el aire denso entre nosotros.

—¿Me acompañas a dar un paseo? — señaló el sendero que se adentraba en el bosque con un gesto de la cabeza. Su voz sonaba cargada de ansiedad, y el tono era mucho más suave y vulnerable de lo que jamás había escuchado. Sin pensarlo demasiado, asentí y, cerrando la puerta de la camioneta, caminé junto a él.

El caminar se volvió lento, y cuanto más avanzábamos, más sentía la presión de las palabras no dichas. Edward seguía adelante sin mirar atrás, casi como si estuviera tratando de ordenar sus pensamientos o encontrar el valor para decir lo que sabía que debía. Nos adentramos en el bosque, el sonido de nuestras pisadas resonando en el silencio.

Poco después, se detuvo en un punto apartado del sendero, donde los árboles eran más densos y el aire más fresco. Me miró por fin, sus ojos encontrándose con los míos, pero había algo diferente en su mirada. No era el Edward confiado y sereno que solía conocer, sino un Edward vulnerable, expuesto, como si estuviera a punto de confesar algo que podría cambiarlo todo.

—¿Qué, al fin te lo han contado, no? —dijo, su mirada buscaba la mía con una intensidad que me dejaba sin aliento.

Sus ojos vacíos de todo menos de angustia. Parecía que cada palabra que salía de su boca le costaba un mundo, como si arrastrara una culpa que no podría liberar jamás.

—Me dijeron lo de Tanya —dije, mis palabras vacilantes, como si al decirlo pudiera destruir todo lo que creía saber sobre él. No esperaba oír lo que estaba a punto de escuchar, pero algo dentro de mí me decía que ya no había vuelta atrás.

Edward suspiró profundamente, casi como si se estuviera preparando para soltar una carga pesada, algo que había estado guardando durante demasiado tiempo.

—Bueno, ya conoces mis defectos —continuó él, sus ojos reflejando la tristeza.

—Explícalo por favor, Edward —dije, mi voz quebrada, suplicante. Todo lo que había sido mi vida con él, todo lo que pensaba que conocía sobre él, se desmoronaba a su alrededor. Necesitaba entender, necesitaba saber qué tan lejos llegaba esa oscuridad de la que me hablaban.

Edward cerró los ojos por un segundo, como si al abrirlos tuviera que enfrentarse a un demonio que había mantenido oculto demasiado tiempo.

—Antes era un hombre horrible, Bella —sus palabras salieron con una sinceridad brutal, una que casi no podía soportar. —Tomaba mucho, y eso me hizo ser muy irresponsable con lo que hacía... Tanya vino a mover mi mundo, pero al mismo tiempo, no fue suficiente para superar todos mis vicios. Le hice mucho daño.

Mi corazón latía con fuerza mientras lo miraba, buscando respuestas que no sabía si quería encontrar.

—¿Qué clase de daño? —pregunté, incapaz de entender la magnitud de lo que estaba diciendo.

Edward apretó la mandíbula, sus ojos reflejaban un dolor profundo que no me dejaba respirar. Al final, parecía que la confesión le costaba más que todo lo demás.

—Le fui infiel —dijo en un susurro, como si el aire alrededor de él se volviera más denso con cada palabra que salía de su boca. —Salí a tomar con unos amigos... me emborraché tanto que no supe qué hice hasta el siguiente día. Cuando desperté, estaba en la cama con su mejor amiga. No supe en qué momento pasó. Ella estaba sobria y me explicó que yo le empecé a coquetear, y terminamos pasando la noche juntos.

Las palabras se quedaron flotando en el aire. La imagen que había tenido de él, la que me había hecho amarlo tanto, se estaba rompiendo en pedazos frente a mí.

—No lo entendía...yo la quería, no supe cómo pude ser tan ruin —continuó, su voz quebrada por el arrepentimiento. —No esperé que ella supiera por otros medios. Fui inmediatamente con Tanya para explicarle, pero ya no tuve oportunidad. Sus padres la habían llevado al hospital porque le dio un ataque de ansiedad. Al parecer, su amiga le había mandado un video de nosotros dos...

La angustia en su rostro era palpable. Yo no sabía qué pensar. Lo veía ante mí, roto, perdido en su propia culpa, pero las palabras aún no hacían sentido completo.

—Sus padres les hablaron a mis padres, y fue un caos... —dijo con un suspiro profundo, como si todo lo que había pasado lo hubiera arrastrado a un lugar oscuro.

Estaba tan confundida, mis pensamientos eran un caos. No podía entender cómo un hombre tan aparentemente perfecto podía haber llegado a ese punto, tan lejos de lo que me había mostrado.

—Bella, yo no quería hacerle ese daño —dijo finalmente, con una súplica en su voz que me quebró. —Mis padres, obviamente, después de esto, me internaron en un hospital de rehabilitación, y me prohibieron volver a ver a Tanya. Mis padres pagaron por todo el tratamiento psiquiátrico de Tanya.

El silencio nos envolvió, mi mente no sabía que pensar, su rostro cambio, hizo la mueca de una sonrisa, de una sonrisa muy triste, como si se estuviera resignado a lo inevitable.

—Te vas a deshacer de mí, te comprendo, temes que te haga daño. —continuó él, sus ojos reflejando la tristeza.

¿Temo que me haga daño?

Sus palabras se quedaban flotando en el aire, llenas de arrepentimiento y dolor. ¿Era suficiente? ¿El daño que había causado, era suficiente como para romperlo todo entre nosotros?

Su voz se entrelazaba con la desesperación de un hombre que no sabía cómo redimir todo lo que había hecho, pero que aún creía en su capacidad de cambiar. Mis sentimientos hacia él seguían siendo confusos, pero algo en sus palabras me llegó de una manera profunda. No lo estaba justificando, pero el Edward que veía ante mí no era el mismo que había sido.

El contraste entre el Edward que había conocido y el Edward que me había contado su historia era como un abismo. Él había sido un hombre tan diferente al que veía ahora, tan… impecable, casi como si hubiera estado moldeado a la perfección. Cada gesto suyo, cada palabra, parecía pensada para darme seguridad, como si se estuviera midiendo en todo momento, temeroso de desbordar cualquier límite que pudiera llevarme a dudar de él.

Lo que más me costaba entender era cómo alguien tan amable y caballeroso, tan dispuesto a ser responsable, podía haber tenido un pasado tan destructivo. ¿Cómo había llegado a ese punto de perderse en el alcohol y en relaciones que no lo llenaban? ¿Cómo pasó de ser un hombre al borde de la autodestrucción a convertirse en alguien que ponía su mundo a mis pies?

Ahora comprendía porque su comportamiento conmigo era en exceso recatado. ¡Por Dios, ni siquiera habíamos tenido un beso excesivamente apasionado!

Por un lado, admiraba la forma en que se controlaba, la manera en que evitaba tentaciones y todo lo que podría llevarlo de vuelta a esa vida destructiva. Por otro, me daba una sensación extraña, como si no estuviera viendo al Edward completo, al Edward auténtico. Este nuevo Edward me resultaba tan distante, tan lleno de reservas, y eso me hacía sentir una mezcla de amor y frustración.

Pero estaba segura de algo, quería más de él, quería conocerlo completamente, con sus luces y sombras.

—Y si no es así? —le pregunté, sabiendo que mi respuesta podría cambiarlo todo. Mis palabras parecían romper la barrera entre nosotros, y sus ojos, antes llenos de miedo, ahora brillaban con una luz tenue, como si una chispa de esperanza se hubiera encendido en su interior.

—Bella, yo fui de todo y sin medida —dijo, sus palabras llenas de angustia, pero también de una sinceridad tan cruda que me hizo sentir como si estuviera viendo a través de su alma. —Pero te juro por Dios, que nunca llorarás por lo que fue mi vida.

Mi corazón latió más rápido, luchando contra la confusión. Sentía que cada palabra, cada promesa que me decía, podría ser la que definiera nuestro destino.

—Seguro que te han dicho: "Ten cuidado", que un hombre que ha sido como yo, acaba por volver a su pasado —continuó, sus ojos mirándome con una sinceridad tan absoluta que era imposible no creerle. —Eso no lo sé, pero lo único que sé es que te amo, y eso no hay fuerza, ni ley que lo pueda mover. Eso es sagrado.

Las palabras "te amo" resonaban en mi mente como un eco. Yo también lo amaba. Y si estaba dispuesto a pelear por este amor, si estaba dispuesto a seguir adelante y demostrar que realmente había cambiado, entonces yo también debía darle una oportunidad.

—Pero te juro por Dios, que tú nunca pagarás por lo que fue mi vida —terminó, sus palabras cargadas de una promesa tan profunda que me hizo sentir que, por primera vez, podía confiar en él completamente.

Lo miré en silencio, mi corazón dividido entre el miedo y la esperanza.

Era extraño pensar que alguien con tanto control y autocuidado había pasado por tantas sombras. Pero al mismo tiempo, algo en su forma de tratarme, en la forma en que parecía estar esperando mi reacción, me decía que no todo lo que hacía era por él mismo, sino por nosotros.

Tomé su mano, mostrándole que, al menos en ese momento, estaba dispuesta a creer en él.


¡Y así es como llegamos al final de este pequeño viaje juntos! Gracias por leer hasta aquí, espero que hayan disfrutado de la historia tanto como yo disfruté escribir

Tal vez si la inspiración sigue acompañándome, se venga un segundo capítulo... porque, por Dios, ¡ni siquiera un beso apasionado? Tal vez sea hora de que Bella lleve a Edward a romper un poco sus límites, ¿no? ¿Que intente llegar un poco a esa oscuridad?

Ok, no…

Déjenme saber qué piensan. ¡Nos vemos en la próxima aventura!