CAPITULO 24

POV - TERRY

Al llegar al hospital, lo primero que encontré fue a Susana, llorando en soledad. Su respiración era entrecortada, y cuando le pregunté qué le pasaba, apenas pudo responder entre sollozos que el dolor en su pecho era insoportable.

Estaba asustada, temblaba y sus lágrimas caían sin consuelo.

No supe qué hacer. La angustia me paralizaba, pero el miedo de que algo peor sucediera me obligó a reaccionar. Llamé a la enfermera y, con el corazón encogido, salí de la habitación, confiando en que todo estaría bien.

Pero apenas crucé la puerta, me encontré con la imagen de la señora Marlon, con el rostro desencajado, sus labios temblando al intentar contener el llanto. Y en ese instante, lo supe...

Esto no era solo otra crisis. Era el principio del fin que tanto había esperado.

- Señor Granchester - me llamó el doctor Shepherd tras escuchar mi petición de llevarme a Susana después de su última recaída - Entiendo que quiera estar con ella, pero debo advertirle que si la saca de este hospital, es seguro que la paciente sufrirá una crisis que hará de sus últimos momentos una agonía insoportable.

Aquellas palabras cayeron sobre mí como una sentencia. Mi última esperanza se desvaneció en ese instante, dejando solo la culpa que, como había temido, sería más cruel de lo que pensé.

La tristeza me ahogaba sin tregua, y las voces en mi mente se hicieron tan ensordecedoras que ni siquiera el sueño podía callarlas. Quería escapar, aunque fuera por un instante, pero mi conciencia, despiadada, me arrastraba de vuelta a Susana, incluso cuando mi cuerpo clamaba descanso.

Pero aun así, el querer descansar perdía sentido cuando a mi mente venían esos pensamientos que me hacían recordar el sufrimiento de Susana… el dolor que, sin querer, había causado. Y esa desesperanza, esa sombra que me perseguía desde aquella noche, no hacía más que esperar el momento perfecto para volver a destrozarme sin piedad.

- Terry… - la voz de Candy me sacó de mis pensamientos, trayéndome de vuelta al presente.

Parpadeé un par de veces antes de mirarla.

- Hola.

No sabía de dónde sacaba fuerzas para sonreír con dulzura cuando, por dentro, mi alma se desplomaba bajo el peso del sufrimiento que, injustamente, le hacía vivir todos los días.

- Vienes de visita, ¿cierto? - preguntó con una leve sonrisa.

Asentí sin decir nada.

—Ella está dormida, pero si quieres verla, puedes entrar un momento.

—¿Estás segura? —murmuré, inseguro. El doctor Shepherd había sido claro: no debía entrar a la habitación de Susana mientras ella dormía.

- Terry...- me llamo la voz de Candy qué me hizo volver de mis pensamientos al presente.

- Hola - no sé de dónde sacaba tanta dulzura para sonreir aunque por dentro, mi alma estuviera exhausta por el sufrimiento que injustamente le hacía vivir todos los días.

- Vienes de visita, ¿cierto? - pregunto Candy sonriendo ligeramente - Bueno, ella está dormida pero si quieres verla puedes entrar un momento.

- ¿Esta segura? - las reglas del hospital según el doctor Shepherd, era qué no podía entrar a la habitación de Susana cuando estaba durmiendo.

- Si, pero no puedes demorarte mucho - dijo Candy a tiempo que me ponia de pie - No te preocupes, te avisare si alguien viene - susurro Candy de tal forma qué me pareció como si fuéramos dos niños cómplices haciendo travesuras que podían terminar mal.

- Gracias - sin pensarlo tanto tome el cerrojo de la puerta y entré a la habitación. La penumbra la envolvía, y en la tenue luz, Susana dormía profundamente, ajena a mi presencia.

Por un instante, verla así fue un alivio. Hasta que tomé su mano.

Estaba fría.

Y con aquel simple y casto contacto me golpeó con fuerza, rompiéndome por dentro en un solo instante. Como si, sin darme cuenta, acabara de cruzar una línea invisible, aquella que separa la esperanza de la certeza de lo inevitable.

" No trates de mentir Terry...lo sé, ya me enteré que yo no tengo más esperanza".

Las palabras de Susana se clavaron en mi pecho como puñales cuando la vi y note que su respiración era sonora mientras que sus mejías habían perdido el rubor qué le daba un poco de vida.

"Entiendo que quiera llevarse a la señorita Susana, pero lamento decirle que si usted o alguien la lleva fuera de este hospital, ella seguramente tendrá una recaída que hará de su último momento, una muerte dolorosa".

Toda la impotencia que llevaba dentro se liberó en forma de lágrimas al recordar las palabras del doctor, que habían sellado el destino de Susana, condenándola a morir en esta habitación. La angustia de no saber cuándo llegaría ese momento era insoportable, pero aún más insoportable era la verdad de que, aunque quisiera, no podía llevarla lejos de aquí y fingir que encontraríamos la felicidad.

"Terry, antes que pase algo más... quiero, quiero que me prometas algo...", susurró Susana, con una voz quebrada por el llanto, como si cada palabra le doliera en la garganta. "Prometeme que lo harás, por favor... esto depende de ti."

Sus ojos estaban nublados de lágrimas, su desesperación se filtraba en cada palabra, y me destrozó saber que yo era la causa de ese llanto.

No por todo lo que hacía a sus espaldas, sino por todo lo que nunca fui capaz de sentir por ella.

Las palabras de Susana quedaron grabadas en mi mente como una herida abierta. Me ardía la garganta al tragar saliva, sintiendo como si algo dentro de mí se rompiera sin remedio. Me sentía cayendo en el vacío, en un océano oscuro que me tragaba sin piedad.

Y lo peor de todo es que lo merecía.

Porque ella había creído en mí. Porque ella había aprendido a sobrevivir a su mundo alrededor de un deber que nunca quise haber asumido. Y ahora, aunque supiera que todo era mentira, aunque supiera que no podía hacerla feliz... lo único que podía hacer era seguir con la actuación.

No por amor. Ni por lealtad.

Sino porque era la única forma en que podía estar a su lado.

- No pude ni podré ser tuyo, pero te prometo que estaré a tu lado, cumpliendo mi deber hasta el último momento - declaré, con la certeza de saber que esa promesa era la única que podía cumplir sin engañarme a mí mismo. Aunque todo lo demás fuera falso, estar al lado de Susana hasta el final, era lo único que aún podía ofrecerle.

Terminada mi declaración, solté la mano de Susana con una lentitud casi dolorosa, sintiendo que aquel contacto era lo único que me mantenía anclado a la mentira que había sostenido por tanto tiempo. La observé en silencio, permitiéndome por un instante reconocer lo único real que quedaba entre nosotros: la tristeza.

No amor, devoción, admiracion, ni siquiera inspiracion solo una lástima insoportable que se enredaba en mi pecho y me asfixiaba como el pensar de soportar estar a su lado.

Vivir atado a ella pesaba tanto como los latidos de mi corazón, que parecían oprimirse con cada paso que daba hacia atrás, alejándome de su frágil figura, de su respiración cada vez más débil. La culpa me susurraba que me quedara, que intentara darle algo más, algo que pudiera aliviar su sufrimiento.

Pero no había nada.

Ni besos, abrazos, palabras, ni caricias, ni promesas que podrían cambiar el hecho de que todo lo que tenía para ofrecerle no era más que una sombra de lo que ella siempre esperó de mí.

Así que hice lo único que me quedaba: respirar hondo, aferrarme a la poca cordura que me quedaba y dar otro paso hacia la puerta.

Llevándome conmigo, una vez más, la verdad que Susana nunca podría confesarle.

- Comenzaba a creer que tardarías - fue lo que dijo Candy cuando salí hacia los pasillos del hospital.

- No, ya tengo que irme ¿y tu?- dije tratando de calmar todos los sentimientos encontrados que sentía en mi interior.

- No, cambiaron mi horario y tengo turno esta noche - respondió Candy profundamente mientras bajaba su mirada - ¿Enserio no puedes quedarte?, Es que yo...quería que me acompañaras a un lugar - dijo Candy levantando la mirada, mostrandose ligeramente nerviosa.

- ¿Quieres que vaya a un lugar? - Candy asintió con la cabeza - ¿Adonde? - seguí preguntando, sin comprender realmente qué es lo que ella buscaba, o mejor dicho, lo que quería. Sin embargo, ni siquiera me di cuenta de cuándo había aceptado acompañarla, de forma casi automática, hacia donde ella me guiaba.

Y mientras caminábamos, algo en mi pecho se aligeraba. El peso que siempre había sentido junto a Susana no estaba aquí. Con Candy, la necesidad de enfrentar la verdad, se desvanecía en el aire con cada paso que daba hacia el destino que ella había elegido. Supongo que esa tranquilidad provenía de saber que, a su lado, no tenía que mentirle a mi propio corazón.

Llevándome conmigo, una vez más, la verdad que Susana nunca podría confesarle.

- Comenzaba a creer que tardarías - fue lo que dijo Candy cuando salí hacia los pasillos del hospital.

- No, ya tengo que irme ¿y tu?- dije tratando de calmar todos los sentimientos encontrados que sentía en mi interior.

- No, cambiaron mi horario y tengo turno esta noche - respondió Candy profundamente mientras bajaba su mirada - ¿Enserio no puedes quedarte?, Es que yo...quería que me acompañaras a un lugar - dijo Candy levantando la mirada, mostrandose ligeramente nerviosa.

- ¿Quieres que vaya a un lugar? - Candy asintió con la cabeza - ¿Adonde? - seguí preguntando sin entender que es lo que Candy buscaba o mejor dicho quería, pero aun sin saberlo ni siquiera me di cuenta de cuando había aceptado acompañarla hacia donde quería llevarme.

Supongo que tanta tranquilidad, era por que había decidido confiar plenamente en ella.

Seguí preguntando, sin comprender realmente qué es lo que ella buscaba, o mejor dicho, lo que quería. Sin embargo, ni siquiera me di cuenta de cuándo había aceptado acompañarla, de forma casi automática, hacia donde ella me guiaba.

Y mientras caminábamos, algo en mi pecho se aligeraba. El peso que siempre había sentido junto a Susana parecía inexistente con Candy, la necesidad de huir, de evitar la realidad, se desvanecía en el aire como algo que se disolvía con cada paso que daba hacia el destino que ella había elegido. Supongo que tanta tranquilidad venía de saber que, con ella, no necesitaba mentir ni a mí mismo ni a nadie más.

- Es aquí... - dijo Candy mientras abría la puerta que daba bienvenida a una habitación.

- ¿Es aquí donde querías que viniera? - pregunte viendo detenidamente la habitación, en ella había una cama, un escritorio junto a dos sillas.

- Sip, ahora llamaré al doctor Andrew para que te revise.

- ¿¡Que!? - reaccione en cuanto escuche las palabra : revisar, Candy me había tomado desprevenido y en mi mente empezaba a buscar una salida. Pero entonces, escuché lo que realmente quería buscaba.

- Terry, perdóname, pero la verdad es que he notado que no estás bien. Y sé que, tal vez por... tu trabajo, no tienes mucho tiempo para ti – sus palabras flotaban en el aire, llenas de una preocupación que me desbordaba en ternura por no ser invisible para ella - Por eso tomé la decisión de llamar al doctor Andrew y pedirle que te revisara, que viera si estás bien...No quiero verte más así, Terry. Bajo estas condiciones por favor, deja que haga esto por ti.

La súplica de Candy conmovió lo más insensible de mi pecho cuando vi sus ojos, cristalizados, llenos de una vulnerabilidad que no había esperado.

Las palabras de Candy habían revivido los latidos de mi corazón, su ritmo era tan acelerado que me hacía difícil pensar, como si la simple presencia de su voz me hubiera desbordado. No encontraba las palabras adecuadas para responder.

-¿Vas a volver? - pregunte como si no hubiera escuchado lo que ella había dicho antes, aunque me costará... Esto era lo mejor que podía hacer.

- Si - respondió Candy sonriendo dulcemente logrando que otra vez mi mente quedara en blanco por unos segundos.

Si no hubiera sido porque me aferré a la última pizca de cordura que me quedaba y desvié la mirada para evitar caer en su abrazo invisible, tal vez, solo tal vez, habría dejado caer todo lo que guardaba dentro. Como un libro abierto que ella no suelta hasta haber leído cada palabra, cada capítulo, hasta saberlo todo de mí.

- Bien, te esperare - fue todo lo que pude decir tomando asiento viendo al instante a Candy salir por la puerta de la habitación.

Un profundo suspiro escapó de mi pecho cuando me quedé solo, sumido en mis pensamientos, en lo cerca que estuve confesarle a Candy todo lo que sentía, y sin embargo lo único que alargo mi silencio era esta maldita culpa que me hacia creer que mis palabras no tendrían valor en aquel momento.

Podía decirle a Candy sin que Susana se diera cuenta, podía repetir lo que ya había dicho antes, como una máscara que ocultaba la verdad. Pero ese maldito deber hacia Susana seguía anclado en mí, y mientras ella estuviera viva, yo no podía permitir que sufriera más de lo que ya lo hacía...Y además, aunque me costaba admitirlo, no sabía si Candy sentía lo mismo. Tal vez era solo un espejismo, una ilusión que me arrastraba a pensar que ella estaba ahí porque le importaba, cuando en realidad solo me veía como un amigo. Fingir ser su amigo era fácil; a fin de cuentas, no podía mostrarle lo que realmente sentía. Amarla en silencio, desde la distancia, adorando cada gesto, cada palabra que salía de su boca sin que ella lo supiera, me hacía sentir que, de alguna forma, ella me pertenecía.

Mi amor por Candy seguía intacto, lo mismo que mis deseos, como en el primer momento en que supe que la amaba. Y, sin embargo, aquí estaba yo, diciéndome que solo podía ser su amigo. Decir que callaba todo lo que sentía era un eufemismo. En realidad, no había palabras suficientes para contener el ruido que bullía en mi cabeza, las voces que clamaban por escapar, por liberar todo lo que me atormentaba.

El silencio que mantenía entre nosotros no era una elección, sino la única manera de protegerme de un deseo que no podía permitirme.

De eso parecía estar convencido, hasta que el sonido de la puerta se abrió abruptamente, cortando mis pensamientos con un cuchillo cuando mire a Candy que había regresado con el doctor Andrew quien sin saberlo...habia llegado para destrozar cualquier resquicio de control que creía tener sobre lo que sentía.