Capítulo 19: Una lección

El sol estaba saliendo, aunque el mismo no era más que una vaga bola blanca detrás de las nubes que se atrevían a oscurecer el cielo de diciembre.

Un ruido sacó a Samantha de su letargo y abrió los ojos lentamente. La luz de su departamento era escasa, de color gris plateado, como si aún no hubiera amanecido, aunque parecía que iba a ser más tarde. Dentro de su habitación estaba oscuro, como si las ventanas fueran cubiertas para evitar los rayos del sol.

Odiaba días como este. Echaba de menos las temperaturas bajas donde podía dormir a gusto con la suave manta que su mejor amiga le había regalado preventivamente para el frente frío. Todo ese tiempo... prácticamente vivía en su apartamento para intentar llenar el vacío que había quedado en ella.

Ya llevaba más de una semana así.

Sus ojos, con grandes bolsas debajo de ellos, estaban rojos y secos de todos los días que pasó llorando. Ella permanece recostada en su cama y piensa más de lo que le gustaría. Pasó muchas, muchas noches frente al teléfono. Mantiene durante horas el mismo debate sobre si llamar o no a alguna agencia de viajes y pedir un billete de ida a algún país. Sin embargo, en el fondo sabe que nunca marcará. Eso sería algo que habría hecho hace años. Ahora mismo no espera nada, sino a alguien.

Una parte de ella piensa que si pudiera borrar el recuerdo de ese día podría seguir viviendo tranquilamente. Ese único día en que estuvo verdaderamente viva no compensó el incesante torrente de emociones no deseadas que siguió. Es bastante contradictorio, piensa, que su sentimiento favorito es la ausencia total de sentimiento. Para ella, el entumecimiento es mejor que el sentimiento.

La perra mestiza pasó mucho tiempo construyendo cuidadosamente la barricada entre aquel hombre en el que no podía dejar de pensar y sus emociones. Bastó solo un pequeño percance para que todo se derrumbara. Él la culpaba por las estupideces que hizo ese día. Recordarlo le escocía bastante.

"Yo te amo", ella le había confesado ese día.

Ella sabe que él no lo ama. Él sólo conoce su vergüenza más profunda. Compartir con alguien no es lo mismo que amar, se recuerda.

¿Por qué simplemente no olvidaba a aquel hombre que no le correspondía? Porque no puede. Sus sentimientos son reales. Amaba todo de él: Sus ojos, sus manos, su manera de reír, la forma en que se expresaba con tanta firmeza y pasión, su grandilocuencia... Todo en él le recuerda lo hermoso que era estar enamorada.

Desde entonces, Samantha ha estado pensando en esos tortuosos pensamientos una y otra vez. Pensar es agotador. El sentimiento es agotador. Llorar es agotador. Ella quiere terminar. Quiere volver a estar adormecida.

Ella decide que puede lograr continuar si se esfuerza mucho en ello. Y así lo hace: Se sienta y hace todo lo posible para bloquear cualquier sentimiento complicado. Lentamente, sus muros comienzan a reconstruirse… Hasta que recuerda que una pequeña a la que apreciaba había presenciado la escena, y todo vuelve a derrumbarse.

Ignorando el canto de los pájaros fuera de la ventana y el zumbido de los autos, Samantha pudo cerrar los ojos nuevamente, hundiéndose de nuevo en la cama.

FLASHBACK

—"Debo decir que estoy impresionado por su currículum, señorita", decía un chow-chow de traje a una simpática hembra sentada frente a él, con las manos sobre su regazo y cierto nerviosismo. "Dos diplomas, prácticas en Inglaterra. Sabe tres idiomas…", fue enumerando, "Bastante extraordinario", reconoció.

—"Gracias…", esbozó una sonrisa tímida.

—"Lo único que me llama la atención es que no tiene referencias en otras empresas".

—"Sí… bueno… es que…", tropezó un poco con las palabras. "Acabo de graduarme de la universidad y… pensé que podía trabajar para usted"

El chow-chow de traje arqueó una ceja. "Osea que no tiene experiencia, ¿Verdad?"

—"Pues…"

—"Bueno, mire, estoy en una situación de emergencia, así que puedo ignorar ese asunto", le guiñó el ojo y ella se sintió aliviada. "Aunque tengo una duda, ¿Su primera opción luego de graduarse es ser amanuense?"

—"Sí… bueno… Envié cartas a muchos lados y… me llamaron de esta empresa. Me presenté en recursos humanos y… básicamente era esto o ser camarera"

El chow-chow de traje asintió significativamente. "Entiendo… Y ¿Lees a Churchill?"

—"No…"

—"Y… ¿Antes de hoy no habías oído hablar de mí?"

—"De hecho…. Llevo siguiendo sus charlas desde hace tiempo y… admiro mucho su dialecto, su capacidad para expresarse sin problemas y sus ideas", se expresó con sinceridad.

—"Gracias…", se ajustó la corbata mientras sonreía. "Le diré algo: la pondré a prueba una semana"

Ella parpadeó repetidas veces. "¿Cómo dice…?"

—"Evaluaré su disciplina, perseverancia, entusiasmo y sobre todo su paciencia"

Los ojos de ella se abren como platos y luego se funde en una sonrisa.

—"Ehh… yo..."

—"Si le parecen bien las condiciones económicas… Que espero que así lo sea, me dará gusto que forme parte de mi equipo"

—"¡Muchas gracias!", se levantó de la silla, "De verdad me gustaría mucho ser su secretaria…"

—"No-no-no", interrumpe, "Está confundida"

Ella arqueó una ceja. "¿Cómo?"

—"Necesito más que una secretaria. Necesito una asistente personal", aclaró, mientras se ponía de pie.

—"Bueno, también…"

—"Tendrá una oportunidad, así que aprovéchela", interrumpió nuevamente para luego proseguir, "pero no se emocione, he probado con muchas anteriormente y ninguna funcionó", aseveró, acercándose a ella. "Por cierto, te voy a tutear, al igual que los demás empleados. Pero nada de ponernos apodos, ¿Entendido?"

—"Entendido, señor Richard"

El chow-chow de traje extendió su mano y, con una suave sonrisa, le dijo: "Bienvenida entonces, Samantha"

La hembra le cogió la mano y se la estrechó. Las manos de aquel macho se sentían bastante suaves y su agarre era fuerte. Para ella, parecía que el mundo se detenía a medida que se daban el apretón, y podía observar con más detenimiento al macho que tenía a tan solo unos centímetros. Su cabello era casi indecentemente perfecto. Su camisa blanca estaba desabrochada hasta la mitad del pecho para exponer el músculo esculpido; Parecía que acababa de salir de la portada de una novela romántica barata.

La voz era lo que lo que más la hipnotizaba: era tranquila y amable, pero aun así profunda e intimidante. Era una voz que probablemente podía persuadir a la gente muy fácilmente. No resultaba difícil saber por qué él era el gerente de cuentas de la empresa.

Esa sonrisa. Esa gran y brillante sonrisa hizo que la hembra sintiera que sus mejillas se teñían de rosa, y eso es un problema, porque no puede evitar pensar que ahora es su jefe, no su amigo, o a su novio… o al menos podría serlo. Sin embargo, eso es peligroso, porque puede sentir que sus paredes se derrumban y le resulta más difícil mantenerlas alrededor de este hombre. Ella intenta evitarlo, pero a medida que lo seguía mirando él le resultaba tan agradable, tan cálido, tan amigable, tan guapo. Trató desesperadamente de no ponerse más roja de lo que ya estaba.

Una vez terminado el apretón, la hembra dio un pequeño brinco de alegría, con giro incluido. Luego escuchó un extraño sonido, una tos simulada. Al voltear, notó al chow-chow de traje con una expresión seria, sus ojos fijos en ella.

—"¿Qué fue eso?", preguntó, de manera acusatoria.

Ella se puso algo tensa. Tragó un poco de saliva, tratando de recomponerse.

—"Solo… algo que hago cuando estoy muy feliz", respondió, soltando una risita nerviosa y aguda.

El chow-chow de traje le dio a Samantha una larga mirada. Sus ojos parecían analizar cada centímetro de ella que podía con aquella mirada crítica.

—"Entiendo, pero agradecería mucho que no vuelvas a hacer eso aquí", protestó, casi regañándola. Parecía estar tomándose esto muy en serio.

—"Lo siento...", hace una mueca, frotándose el antebrazo, la vergüenza llenando su cuerpo. Miró hacia abajo, encorvándose un poco sobre sí misma. Eso hizo que él sintiera un poco de pena por ella.

El chow-chow de traje dejó escapar un suspiro pesado y audible. A continuación, hizo ademán de tocarle el hombro, y ella se estremeció, pero solo se limitó a mirarlo.

—"No te disculpes. Nadie es culpable de lo que siente", instruyó. "Solo quiero que tengas en cuenta que este es un ambiente profesional, y si vas a trabajar aquí deberás comportarte como tal. ¿Entendido?", le dirigió una sonrisa recatada.

La perra mestiza asintió en respuesta, más aliviada. Luego de eso, el chow-chow de traje le dio un par de cosas con las que podría empezar de inmediato, además de informarle de varias indicaciones, como el escritorio que ocuparía o la sala de descanso. Aunque Samantha prestaba atención a todas y cada una de las cosas que él le decía, no podía evitar perderse en su mirada. Sabía que era guapo por lo que había visto en los videos, pero no se esperaba que lo fuera aún más en persona. ¡Demonios! Incluso cuando se enojaba tenía el ceño fruncido más lindo en su rostro.

La charla fue interrumpida cuando la puerta se abrió tan abruptamente que ambos se sobresaltaron.

—"¿Qué onda, escamonda?", dijo alguien en la entrada, con el mejor de los ánimos.

Samatha alzó su mirada y pudo presenciar a un macho Aussiepoo, de lentes, camisa floreada oscura, pantalones cortos y chanclas oscuras. Lo que más le llamó la atención es que en una mano estaba cargando una bolsa, mientras que con la otra mano sostenía un mango a medio comer… y lo que más le desagradaba era que toda su boca y camisa estaban manchadas.

La hembra podía notar que el chow-chow de traje estaba algo irritado, aunque se quedó quieto, de cara a la puerta donde estaba ese individuo.

—"No puedo creerlo...", un largo resoplido escapó de los pulmones del chow-chow de traje. Sus ojos se tornaban blancos ante una presunta rabieta. "¿Qué haces aquí?"

—"¿De qué demonios estás hablando?", replicó el Aussiepoo, con el rostro desencajado por la confusión mientras ingresaba a la oficina. "Me pediste que viniera apenas pudiera".

—"Sí, pero no esperaba que fuera tan pronto… ni menos en esas condiciones", dijo entre dientes.

—"Oye, relájate", hizo un gesto de desdén con la mano, "es mediodía, incluso… ¡Te traje un poco de fruta!", expresó, mostrando la bolsa.

Parecía que el chow-chow de traje estaba acostumbrado a estos momentos, al igual que el Aussiepoo, quien esperaba, como siempre, verlo chasquear la lengua, enfadado y quejándose.

Al final Richard terminó respirando profundamente, dejando que la rabia se desvaneciera en una amarga derrota.

Después de unos breves, pero interesantes segundos, el Aussiepoo finalmente notó a la hembra que estaba en la oficina con ellos.

—"¡Oh!", pronunció, mientras volvía a comer mango, "Tú debes ser la nueva, ¿Verdad?"

Samantha asintió un poco, desconcertada.

El Aussiepoo dejó el mango en el escritorio de Richard, luego se limpió las manos en su ropa.

—"Un placer conocerte, reverte", dijo, extendiendo una mano.

La hembra miró las manos de aquel sujeto y no podía evitar pensar lo sucias y pegajosas que podían estar, por obvias razones.

—"Dolon, ella Samantha", la presentó en su lugar. "Pero no te aprendas su nombre. Quizás no dure mucho aquí"

La hembra se sintió un poco aliviada por la actitud de Richard, y al mismo tiempo decepcionada por ese último comentario.

—"De eso no tengo duda, buda", balbuceó para volver a comer su mango. "¿Ya has probado la comida de la cafetería?", preguntó, acercándose a ella.

—"Yo... mmm...", murmuró ella, apartando la mirada, "¿No?"

—"No te lo recomiendo, en especial ese pollo que parece comida de avión", dice con voz sepulcralmente tranquila.

Incómoda por la violación de su espacio personal, Samantha dudó un momento antes de responder con un simple "Entiendo...".

Richard hizo un facepalm e inmediatamente intentó aclarar la situación.

—"Samantha, él es Dolon…"

—"¡Hola, carola!", saludó.

—"Él es mi amigo…"

—"¡Compinche compañero, querrás decir!", agregó él con una sonrisa entusiasta.

—"Sí, también…", dijo con voz ronca parra volver a su voz normal. "Si tienes un problema con tu computadora o alguna duda informática que necesites resolver, él es el indicado".

Samantha asintió significativamente. "Entiendo…"

—"Tengo una idea, ¿Por qué mejor no te organizas?", sugirió, "O, si quieres, también puedes dar una vuelta por el lugar para conocer al resto de trabajadores de este sector".

Samantha asintió, estando de acuerdo. "¿Quieres que te traiga café?"

—"¿Café?", arqueó una ceja, algo sorprendido.

—"Sí, a no ser que ya hayas tomado…"

—"No-no-no", interrumpió, "De hecho, me parece una buena idea. Voy a necesitarlo para sobrevivir a toda esta información adicional que me han hecho revisar", dijo con una sonrisa encantadora. "Que sea negro y con dos de azúcar", pidió.

Ella se limitó a sonreír.

—"Y para mí que sea un té con limón y jengibre", se metió Dolon en la conversación.

Ella hizo una mueca de disgusto.

—"Supongo que recuerdas lo que te indiqué, ¿Verdad?", preguntó Richard.

—"Así es", respondió ella, sin perder el ritmo, mostrando su encantadora sonrisa característica.

Una vez que se rompió el contacto, ella se deslizó de la oficina y se dirigió por el camino familiar hacia la sala de descanso. Al llegar, escuchó numerosas oleadas de charlas. Casi todas dirigidas a ella, la nueva. Susurros en voz baja. Los sonidos de los chismes. A pesar de la habilidad de Samantha para el profesionalismo, era consciente de los rumores.

No destacaba por su particular belleza, pero una postura perfectamente recta y orgullosa, un traje de trabajo pulcro que se ajustaba exactamente a su figura y un maquillaje discreto resaltaban todas sus ventajas. ¡Esta mujer sabía cómo presentarse!

Mientras preparaba la orden para su jefe, no dejaba de pensar que esta ciudad era realmente vibrante y emocionante. Al estar allí, uno siente que ya ha logrado todos sus sueños, especialmente si eres de la provincia. Había muchos edificios grandes y hermosos. Antes solo pensaba en cómo podría trabajar en uno de los grandes edificios de Australia y ahora ya ha entrado. Y la guinda del pastel: trabaja para el hombre que siempre había admirado. Está muy, muy feliz a pesar de que siente que la gente del lugar es algo fría.

Justo cuando estaba a punto de volver a entrar a la oficina, pudo escuchar una aparente discusión entre su jefe y el amigo de este.

—"¡La próxima vez que se te ocurra venir así, le diré a Tony que te moje con una manguera antes de entrar!", protestó el chow-chow de traje.

—"Oye, no es mi culpa", levantó las manos en señal de defensa, "así es como se tiene que comer el mango. Todo el mundo lo sabe, incluso tú".

Richard gruñó un poco. "No te atrevas a mencionar eso…"

—"¿Qué cosa?", puso una mirada pícara, "¿Lo de cuando nos robamos unos mangos y nos pusimos a comerlos bajo el árbol?"

Richard le dedicó una mirada inexpresiva. "Sí, eso mismo…"

—"¿Qué tiene de malo? Es una buena anécdota"

—"Éramos unos críos"

—"Tienes que admitir que fue divertido", alegó, con una sonrisa.

Con una esperada expresión de fastidio en su rostro, el chow-chow de traje pareció darle la razón.

—"…Sobre todo cuando la señora Ryle nos descubrió y tuvimos que correr…", agregó después, pero su amigo le hizo seña para interrumpirlo antes de que terminara.

—"Solo procura no volver a entrar así la próxima vez", dijo con un tono ligeramente crítico en su voz. "¡Y tampoco vuelvas a mencionar eso!", elevó su tono.

Dolon no pudo evitar reírse a carcajadas.

Para apaciguar un poco las cosas, el Aussiepoo le mostró a Richard todas las frutas que había en la bolsa, y cuyo contenido vació en su escritorio. El chow-chow de traje estaba algo intrigado, había algunas frutas que él desconocía la existencia.

Cuando todo parecía en calma, la hembra se disponía a entrar, hasta que escuchó su nombre desde adentro y se congeló. Se quedó oyendo desde el marco de la puerta.

—"No me dijiste que terminarías contratando a "Betty"", señaló Dolon, en un tono que tenía toda la pinta de ser despectivo.

Samantha frunció el ceño al oír eso.

—"Bueno, revisé su currículum y sin duda es una empleada valiosa por la que muchas empresas se pelearían por tener", contestó él, luciendo decidido y seguro de su respuesta.

Samantha se sintió halagada ante ese comentario.

—"Me parece bien", asintió Dolon, "Aunque… espero que no tengas pensado insinuártele", dijo en tono vacilón.

Los ojos de Samantha se abrieron como platos y sus oídos se agudizaron al escuchar eso.

—"¿Te has vuelto majara?", reprendió, "Necesito a alguien eficiente para trabajar, ¡No para perder el tiempo con circunstancias indebidas!", elevó un poco su tono.

—"Oye, relájate", le hizo un gesto para que se calmara. "Solo bromeaba. Además, dudo mucho que alguien siquiera intente algo con "Betty"".

Ese comentario hizo molestar de sobremanera a Samantha.

—"Sea guapa o no, no me interesa", dijo con firmeza, "Yo siempre he sabido separar lo laboral de lo personal", volvió a su expresión decidida, pero sus palabras también resonaron con ella, lo que la impresionó.

—"¿Estás seguro?", dudó su amigo.

—"Por supuesto", contestó, con más firmeza.

—"¿Quieres que te recuerde aquellas…?"

—"Esas no cuentan", interrumpió abruptamente, "Ellas no pertenecían al trabajo".

—"Está bien, está bien…", no intentó objetar nada y decidió pasar otro tema. "Y… ¿Cuánto crees que duré "Betty" aquí?"

Richard frunció los hombros y levantó los brazos.

—"No estoy seguro, pero si consigue adaptarse correctamente entonces es probable que dure unos cuantos meses".

Dolon se rió entre dientes. "Le estás dando demasiado tiempo".

—"Le tengo bastante fe"

—"La última ni siquiera duró 3 horas", hizo una pausa para la risa. "¿Sabes una cosa? Apostaría dinero a que ella no duraría una semana".

—"Aceptaré esa apuesta", dijo Richard bruscamente.

—"¿En serio?", preguntó Dolon sorprendido. "¡Dulce! Cincuenta dólares".

Samantha pensó en volver a la sala de descanso, evitando así una confrontación, al menos por el momento. Pero ella sabía que no estaba bien. Su relación de trabajo se basaba en la confianza y la honestidad. Y si ella no podía ser honesta con su jefe acerca de lo que había escuchado, ¿Cómo podría sobrevivir a su trabajo? ¿Lo mejor era decirle que lo sentía y terminar con eso? Quizás, pero simplemente decir "lo siento" no parecía suficiente. Sin embargo, lo mejor que podía hacer por el momento era tratar de ignorar aquella conversación.

La hembra se dirigió al escritorio vacío que ocuparía y se sintió como en casa. Colocó su bolso junto a la computadora, sacó una foto del interior del bolso y la ubicó cómodamente. Era una foto de ella junto a una hembra más adulta, su madre.

Suspirando contenta, Samantha se puso a trabajar. Por el momento no tenía mucho que hacer, principalmente debía responder algunos correos electrónicos, verificar unos datos o algo similar. Se sentía plenamente feliz. Sin embargo, ninguna cantidad de lógica o gimnasia mental podía hacerle dejar de pensar en aquello que la aquejaba. No podía negar que estaba un poco enamorado de su jefe. Sabía que alguien tan guapo e imponente como él nunca querría a alguien tan suave e insegura como ella, no había manera. Aunque un leve rayo de esperanza aún permanecía en su pecho.

FIN DE FLASHBACK

Un zumbido interrumpe su ensoñación y Samantha mira a su alrededor, reconociendo el sonido que la había despertado. Se sienta a medias, y entonces ve su celular donde lo había dejado después de haberle colgado a alguien la noche anterior. Está sonando, en silencio, pero vibrando contra la superficie de la cómoda. Sabe que no es quien espera, por eso lo ignora. Cuando cesa el zumbido, trata de volver a dormir, pero entonces, un sonido se siente por todo el apartamento. Alguien estaba de insistente en el timbre.

Resoplando, la perra mestiza se mueve un poco, y llega a la puerta, vestida con un pijama violeta cremoso. Al abrir, se topa con una perra Shiba Inu, vistiendo un traje extravagante, con un pequeño corte bob puntiagudo que tenía una franja roja.

—"¡OHAYÔ GOZAIMASU!", la saludó mientras movía la cabeza.

Con los ojos apenas abiertos, Samantha respondió con un "Buenos días, Yuka". Su voz todavía sonaba sin ánimos mientras lo hacía.

—"Kyō no anata wa totemo utsukushīdesu ne!"

—"¿Quieres dejar de hacer eso?", replicó, molesta.

—"¡Oye!", le apuntó con el dedo, "¿No dijiste que siempre hay que ser positiva durante las mañanas?"

Samantha la miró de mala gana. "¿Qué estás haciendo aquí?"

—"Te estuve llamando como loca, pero no respondías".

Samantha suspiró. "Solo quiero estar sola…"

—"¡Ya llevas días así!", espetó, "¿Cuándo fue la última vez que saliste o…?", se acercó para olfatearla un poco e inmediatamente se tapó la nariz. "¡Ugh! ¿Cuánto hace que no te duchas?"

—"¿Qué importa eso?", respondió de mala gana.

—"¡Amiga!", le reprochó.

—"Si querías saber si estoy bien, lo estoy", mintió, "Ahora puedes irte…"

Samantha intentó cerrar la puerta, pero su amiga la detuvo abruptamente. El movimiento la sobresaltó tanto como para que respirara corta y bruscamente.

—"¡Nada de eso!", exclamó ante la sorprendida mirada de su amiga. "Escucha, cuando me dijiste lo que te pasó y que necesitabas estar sola, lo respeté, pero ya no puedo verte así", dijo con preocupación.

—"Y… ¿Qué vas a hacer? ¿Vas a darme el típico discurso de que no debería estar llorando por un hombre?", espetó molesta.

Yuka negó con la cabeza. "Al contrario, llora si quieres", declaró, sorprendiendo nuevamente a su amiga. "Si fuera tú, lloraría todos los días", dijo de una manera seria y sorprendentemente tranquilizadora. "¿Sabes por qué las mujeres somos más fuertes que los hombres?", su respuesta fue genuina: "Porque podemos llorar mejor que ellos".

La perra mestiza podía ver a su amiga con una mirada muy seria en sus ojos y, bueno, no diría que flaqueó, pero sí la desconcertó. Esperaba terminar con más emociones negativas de las que ya tenía. Pero... esa expresión, junto con aquella declaración, de algún modo logró que su rostro se suavizara.

Ella está enfurruñada, y su amiga lo sabe. Se da cuenta de que está algo nerviosa, y quiere que sus nervios se calmen. Aunque está del todo segura de cuál es la verdadera raíz del problema, en este momento solo estaba luchando con su estúpido cerebro. Se culpaba internamente. No abiertamente. El resentimiento nubla los entendimientos.

Ahora Samantha no está pensando en aquello, todas sus inseguridades y preocupaciones fluyen libremente. Sintió que la molestia se hundía hasta el estómago, en el olvido, para ser reemplazada por los comienzos de la comprensión. Logra esbozar una sonrisa cuando su amiga le hace una pequeña mueca burlona. Es un alivio, honestamente, ver esa sonrisa de nuevo, por primera vez desde que comenzó toda esta calamidad.

—"Bueno… ¿Me vas a dejar entrar o tengo que sacar turno?", pregunta en tono vacilón.

Con una sonrisa amistosa ya presente, Samantha se hace a un lado y deja pasar a su amiga.

El apartamento está en silencio cuando Yuka entró. Observa el lugar. Está oscuro, salvo por la luz que su amiga había dejado encendida sobre el fregadero de la cocina. A su alrededor, montones de bolsas de patatas fritas vacías, papeles y notas adhesivas estaban esparcidos como si tuvieran una pequeña tormenta dentro de su casa. Esto no era normal.

—"¿Mujer desordenada? Esto no va contigo, Sammy", dice mientras se quita su chaqueta al pasar y la arroja encima de la sudadera de su amiga, que colgaba del respaldo del sofá.

Sus botas son las siguientes en desaparecer. Las arroja al lado de los zapatos de Samantha, que están tirados junto a la entrada del baño. Cuando entra al dormitorio, pasa por encima de los pantalones tirados al azar en medio del suelo. Le llama bastante la atención el gran hueco que había en la cama desordenada.

—"No se te fundió el foco aquí, ¿Verdad?", preguntó mientras se abrió paso con cuidado alrededor del desorden y la poca que la hacía cojear por todas partes.

Samantha negó con la cabeza. "Solo decidí cerrar las ventanas para que el sol no me despertara…", le dijo en voz baja, sin querer romper demasiado el silencio que colgaba en la habitación todavía.

—"Entiendo…", asintió lentamente mientras se tomaba unos momentos para procesar adecuadamente todo el lugar. "Supongo que no desayunaste, ¿Verdad?".

—"No, de hecho…"

—"¡Perfecto!", interrumpe, "¡Porque te prepararé algo!"

—"Oh, no creo que sea necesario…", intento persuadirla, pero su amiga la interrumpió de nuevo.

—"Vamos, Sammy", insistió. "Estoy segura de que no te has preparado ni un huevo duro".

Samantha apartó la mirada, algo avergonzada.

—"Lo sabía…", se rió suavemente, "Si aprendieras un poco realmente podrías quejarte de que estás cansada todo el día", mencionó mientras su amiga le sacaba la lengua burlonamente.

Samantha nunca tuvo la mala costumbre de dejar ropa por todas partes. Yuka no puede contar cuántas veces se ha tropezado. Maldecía en japonés y luego murmuraba que el apartamento era una trampa llena de ropa. Estaba segura de que se rompería el cuello en algún momento, aunque su amiga creía que era demasiado dramática con sus palabras.

Tropezando nuevamente con varios artículos en su camino a la cocina, la perra de origen japonés no dejaba de decirle a su amiga que realmente necesitaba hacer una limpieza urgente, aunque eso podría esperar.

Al llegar finalmente a su destino, el panorama no es muy distinto. Había cajas de pizza vacías y de otros tipos de comida rápida sobre la encimera. Además, el fregadero estaba lleno de platos sucios.

Yuka puso una mirada incómoda mientras su ceja temblaba constantemente.

—"¡Mejor ordeno algo del 'DonutHeart!'", exclamó.

—"¿Sabes? Una vez escuché que un pájaro que ha estado enjaulado durante demasiado tiempo puede perder su voluntad de volar", menciona Yuka mientras pone una bandeja sobre la mesa que a duras penas pudo limpiar.

El intenso olor a café atrae a Samantha como una sirena. Echó un breve vistazo a lo que había ordenado su amiga: Además de las bebidas, había un paquete de donas y otro de croissants. Suspira aliviada, no había estado desayunando nada desde hacía días. Antes solía apreciar las mañanas: levantarse, prepararse, vestirse, tener que ir a algún lugar para buscar algún desayuno (que implicara algo rápido y ligero), comenzar el día.

—"Quien te dijo eso de seguro era un idiota", Samantha habla antes de darle un mordisco a la comida.

—"De acuerdo, entonces vuela... pajarito", dijo su amiga en tono juguetón que conocía muy bien.

No hablan mucho la primera media hora. Intercambian algunas bromas y hacen algunos comentarios sobre sus planes para el día, pero sobre todo se limitan a disfrutar del cómodo silencio. Cada tanto Yuka sacaba su celular para enseñarle varias cosas: desde el meme de la semana hasta la nueva canción que había estrenado un artista o grupo musical que seguía. Bueno, en realidad se estaba tomando su tiempo para que su amiga se sintiera lo más cómoda posible como para poder hablar del asunto por el que estaba aquí. Parecía que había logrado su cometido, ya que, después de un gran rato, Samantha parecía querer decir algo que la carcomía

—"Siento no haberte acompañado al teatro", confesó cabizbaja.

—"Descuida…", hizo un gesto de desdén con la mano, "Te dije que lo entendía"

—"Pero sé lo mucho que te costó conseguir las entradas"

—"Sí, el musical de 'Ratz' estaba casi agotado… pero no importa. Eso quedó en el pasado".

Samantha resopló. "Pudiste haber ido sin mí…", dijo con un dejo de tristeza.

—"¡Nada de eso!", exclamó. "Si mi mejor amiga no va entonces yo tampoco"

—"Pero… ¿No intentaste invitar siquiera a ese chico que te coqueteaba en la peluquería?"

Yuka hizo una mueca mientras fruncía el ceño. "Era un cretino".

—"¿Cómo?"

—"¡Se burló de la funda de mi celular!", se quejó mientras mostraba la parte trasera de su dispositivo, el cual parecía tener un diseño de una serie animada con humanos y robots en el futuro. "¿Puedes creerlo? Incluso me dijo que esas cosas "eran de ñoños""

—"Oh… Eso es…"

—"¡Lo sé!", interrumpió con el tono un poco más alto, mientras golpea la mesa. "Si llevo esto conmigo significa que realmente me gusta, no es algo que elegí al azar porque se veía bonito", afirmó.

—"Sí, no me imagino como pudo haber terminado eso…", dijo Samantha cautelosamente.

—"Le di una buena bofetada", declaró con una sonrisa de orgullo que se formó al recordar el momento. "Nadie insulta 'Delta Bakuro: Tokushu butai museigen' en mi presencia".

Las cejas de Samantha se arquearon y reaccionó boquiabierta. Su amiga tenía una actitud bastante brava. Le gustaba ir sin tapujos y no le importaba meterse en problemas cuando creía estar haciendo lo correcto.

—"Has un poco lejos esta vez, Yuka. ¿Te das cuenta de lo grave que pudo haber sido esa situación?", preguntó, un poco preocupada.

—"Descuida, no me habría ocurrido nada de todos modos", mostró indiferencia ante sus acciones.

—"¿Ni siquiera sientes el más mínimo remordimiento o culpa por lo que hiciste?"

—"A decir verdad, no", dijo con honestidad. "Ese tipo era un gran cretino y se lo merecía. Además, si se le ocurría hacerme algo, podía exponerlo por todas las veces que se me insinuó cuando estuvo tratando de coquetearme". Yuka se rió entre dientes. "Deberías haber visto su cara, Sammy", hace una imitación.

Samantha no pudo evitar que se le escapara una pequeña risa.

—"Por suerte la señorita Tellbary me respaldó", agregó luego. "Después de todo, ella me necesita. Soy la única que sabe hacer los peinados más extravagantes".

—"Me alegro por ti…", dijo, tomando un sorbo de café, "aunque es una pena. Ese chico realmente parecía buena gente".

—"¡Nada de eso!", negó salvajemente con la cabeza. "Solo era guapo y ya. Pero el ser guapo no justifica para nada tener una actitud de la gran Kuso"

Samantha asiente lentamente mientras desvía su mirada.

—"Bueno… ojalá puedas encontrar a algún hombre que…"

—"¡Ni hablar!", interrumpe Yuka. "Todos los hombres son iguales. Solo se hacen los interesados contigo para que te sientas halagada y luego obtener una noche de diversión. Y… ¿Qué pasa luego de eso? ¡Nada! Absolutamente nada. Nunca te vuelven a llamar y es muy probable que el número que te dieron pertenezca a una tintorería o restaurante chino".

Samantha asiente, pero no esta vez dice nada.

El tono de Yuka es sardónico cuando dice: "Estoy muy agradecida de habérmelo quitado de encima", pero se vuelve serio cuando dice: "Ya no quiero saber nada de tener citas con hombres. ¿De acuerdo?"

Su amiga nuevamente vuelve a asentir. Lenta, pero genuinamente.

—"De acuerdo. Ahora, hablando de hombres indeseables…"

Yuka se detiene unos instantes, como si estuviera esperando a que su amiga dijera algo. Cuando no lo hace, continúa.

—"Creo que es el momento de que me platiques acerca de ese capullo"

Samantha desvió su mirada rápidamente.

—"Sammy…", siseó, cruzándose de brazos.

Samantha permaneció inmóvil y en silencio.

—"Sammy…", insistió mientras se inclinaba hacia ella. "Tenemos que hablar".

Esas eran las mismas palabras que la perra mestiza temía escuchar. Aunque se negó a mirar a su amiga a los ojos, no pudo evitar notar la mano que aterrizó ligeramente en su muslo.

La perra origen japonés rompió el silencio con una risita baja. "Sammy, esto es importante...", afirmaba, con una mirada expectante.

Samantha suspiró profundamente. "Sí, supongo que sí…", dijo cabizbaja mientras se frotó la cara con una mano, sabiendo a qué conduciría aquello. "Es solo que… Aún me cuesta". Ella no quería tener esta discusión ahora... sino nunca.

Aunque Yuka entendía por qué este tema sería bastante pesado para las dos, le insistía a su amiga para que hablara. Sabía que era la única manera para desahogarse y, en lo posible, hacer que se sintiera mejor.

Con bastante calma y tomándose todo el tiempo que necesitaba, la perra mestiza contó con lujo y detalles lo ocurrido aquel día en que todo se torció. Su rostro palideció al recordar el daño que había causado. Le costaba pronunciar las palabras. Cerró los ojos, su ansiedad se apoderó de ella. Yuka esperó pacientemente mientras su amiga se tomaba un momento para recomponerse. No fue sorpresa que tarde o temprano se formara una niebla en esos ojos dorados.

Samantha se secó las lágrimas que apenas se asomaban, pensando si había tomado la decisión correcta después de todo, mientras recordaba la expresión arrogante y condescendiente de su exjefe.

—"Si quieres mi opinión, hiciste lo correcto", comentó Yuka con sinceridad.

—"¿Tú crees?"

Yuka asintió. "Te tomó bastante tiempo darte cuenta", comentó con una sonrisa ladeada. "Honestamente, estaba empezando a preocuparme".

—"¿Qué?", frunció el ceño, "¿Pensaste que nunca iba a dejarlo?"

—"No", negó con la cabeza. "Pero nunca dudé de ti. Eres tan inteligente que estaba segura de que tarde o temprano harías lo correcto ¡Y lo hiciste! Felicidades".

—"Pero… no me siento bien", fue la simple y melancólica respuesta de Samantha.

Yuka hizo una mueca. "¿En serio todavía sigues pensando en él?"

Samantha asintió. "No puedo olvidarlo por mucho que lo intente…", una pequeña sonrisa apareció en sus labios y algunas lágrimas escaparon de sus ojos, mientras una imagen de su exjefe, sonriéndole, venía a su mente. "Yo…", trató de continuar, pero de repente se atragantó. Con un pequeño jadeo, se llevó las manos a la boca y algunas lágrimas corrieron por sus mejillas. Ella sollozó un breve momento.

A tientas, Yuka alcanzó las servilletas que venían en la orden y se las entregó a su amiga. Al notarlas, las tomó rápidamente. Salió otra ronda de lágrimas, y ella trató de amortiguar sus gritos, enterrando su rostro en el lecho de servilletas que tenía en las manos.

—"Lo… lo siento, yo…", intentó disculparse, pero su amiga hace un gesto con la mano para interrumpirla.

—"A veces solo necesitas llorar", expuso con cautela. "Es algo que simplemente va a suceder, y no hay nada que se pueda hacer para detenerlo, hagas lo que hagas".

Samantha asintió significativamente.

—"¿Sabes cuándo fue la última vez que lloré?"

Samantha negó en respuesta.

—"¡Cuando acabaron con Kento en el reciente capítulo del manga!", soltó un chillido y se tocó el pecho, como si estuviera ofendida. "¿¡Puedes creerlo!?"

Samantha se rió entre dientes, mezclando ese sonido con sus sollozos silenciosos.

—"Con respecto a tu caso…", irrumpe abruptamente, volviendo a la conversación de antes. "No es por disipar tus ilusiones románticas, pero..."

La expresión de la perra mestiza estaba lejos de la emoción. Su mirada acobardada hace que su cara apunte a otro lado.

Su comprensión mutua era limitada, a veces parecía que Yuka siempre era capaz de leer a su amiga como un libro de primer grado, pero otras veces quedaba atrapada tratando de leerla como una copia en francés de un libro de amor y paz, con páginas faltantes. A veces era frustrante, siempre dejándola con solo vislumbres del significado de lo que se le daba, pero finalmente dejándola con poca comprensión. Aunque también fue un desafío y Yuka nunca se echó atrás. Además, era esa falta de comprensión completa la que solía darle paso a felices sorpresas, donde ella mostró un gran cuidado en lo que su amiga necesitaba sin dejar ver cómo le afectaría a la misma. A veces era dulce con sus palabras, mientras que otras veces no tenía reparos en decir lo que pensaba, sin importar si eso pudiera lastimar a alguien.

La perra de origen japonés resopló. "Sé que no debería estar preguntando esto, pero… ¿Has intentado llamarlo?"

—"No pude…", suspira Samantha, "después de lo que hice, él no quiere saber nada de mí", respira rápido y corto. "Para colmo, hace poco fue el cumpleaños de su hija".

—"Y ¿Qué hiciste?"

—"Hablé con Theressa por mensaje para preguntarle si harían la típica celebración en casa de él", empezó diciendo, "me confirmó que le harían una fiesta en casa de su madre y… luego me preguntó si quería venir, pero… le dije que no".

—"Pero fuiste", dedujo su amiga.

Samantha asintió. "Fui y… al principio tenía miedo de encontrarme con ella o con él, pero… por suerte no pasó eso". Hace una pausa antes de proseguir. "No me fue difícil entrar. Hicieron la fiesta en el patio. Yo llegué y…", suspiró, "La vi a ella, jugando con los demás niños", una pequeña sonrisa comenzaba a formarse, "Debiste verla. Era tan adorable que por fin pudiera relacionarse con más niños".

—"Entiendo…", asiente lentamente. "¿Lograste hablar con ella?", pregunta curiosa.

Samantha niega con la cabeza. Su pequeña sonrisa desaparece al instante.

—"No pude…", dice cabizbaja, "ella tampoco quería verme".

—"¿Cómo estás tan segura?"

—"¡Por favor, Yuka!", levantó un poco el tono. "Ella siempre quería que sus padres estuvieran juntos de nuevo. ¿Cómo crees que se sintió luego de que verme besando a su padre?", se cubre el rostro, "traicioné su confianza…"

Hay un silencio incómodo entre ellas que se prolonga durante bastantes segundos. Yuka espera pacientemente a que su amiga se recupere un poco.

—"¿Qué hiciste luego?", pregunta, volviendo a la conversación anterior.

Samantha resopla. "Dejé en una mesa el regalo que le traje y… me fui"

—"¿Así sin más?"

—"Sí, así sin más"

—"Y ¿Esa fue la última vez que saliste de aquí?"

Samantha asiente en respuesta.

—"Ya veo…", reflexionó. "Y… ¿Qué harás ahora?"

Después de una larga mirada, los hombros de la perra mestiza se hunden. La tristeza parece cubrir sus ojos de nuevo. "No lo sé..."

Yuka no podía negar lo que pensaba de su mejor amiga: siempre parecía un cachorro maltratado. Aunque en este momento se asemejaba más a una tortuga tratando de esconderse en su caparazón.

—"Por ahora solo quiero estar sola...", continuó Samantha, regresando nuevamente al inicio.

—"¡Nada de eso!", replicó, golpeando la mesa con tanta fuerza que hizo sobresaltar a su amiga. "No he venido hasta aquí para que termines en la misma posición", dejó en claro. "Hay muchas cosas que podríamos hacer juntas. Podemos ir al cine, al shopping, ver la nueva exposición de arte, e incluso aún pudo conseguir que me cambien las entradas para la obra", fue enumerando. "¿Qué te gustaría hacer?"

—"No lo sé…", responde sin muchos ánimos.

—"¡Vamos, Sammy!", intentó animarla. "¿No hay algo que quieras mucho en este momento?"

Con la mirada perdida, y mucha melancolía, Samantha responde: "A él…"

Su mejor amiga hace un facepalm.

—"¿En serio quieres que te recuerde la clase de persona que es ese sujeto?", se cruzó de brazos.

—"Tú no lo conociste en persona…", intentó replicar.

—"No, pero con lo que me dijiste todo este tiempo me basta y sobra para saber la clase de persona que es", objetó.

—"Oh, ¿En serio? A ver, dímelo", ordenó, con un dejo de irritación.

—"Muy bien…", puso una sonrisa desafiante. "Él no es más que un mentiroso, furtivo, hipócrita…"

—"Eso ya lo sabía por sus acciones", interrumpe su amiga. "Me interesa más el carácter".

—"Se enoja con mucha facilidad. Si algo no le sale como lo planeó, se encoleriza. Tampoco le gusta que le hagan críticas…"

Las filosas respuestas de su amiga estaban dejando fuera de sí a la perra mestiza.

—"Pero… ¡Muchos con los que trabajó han hablado bien de él!", intentó objetar.

—"Una referencia no te dirá qué clase de persona es él, quien es por dentro, como lo educaron, cuales son los valores en su familia o qué lugar ocupa la mujer", refutó. "Obviamente es un macho. Un soltero empedernido. Sospecho que como resultado de la falta de atención de sus padres se le ha destruido la percepción clásica de la familia. En general es solo un tipo que le gustan las aventuras, pero para construir una relación seria..."

—"¡Ya basta!", gritó Samantha y se volvió a cubrir la cara.

—"Oye, no te alteres", intentó calmarla. "Confía en una mujer que ha vivido una vida fascinante y llena de romanticismo. Todos los hombres son así. Incluso hay muchos que no aspiran a nada, solo van contra la corriente o bajo el agua, y la mujer tiene que luchar por ella", se expresó con seriedad. "Los hombres se ofenden y no entienden por qué las mujeres los mandan. Quiero demostrar que no me pueden ahogar", continuó con su alegato.

Samantha no respondió. Se quedó en silencio, tratando de hacerse la idea de que su amiga estaba bromeando, pero en el fondo sabía que no fue así, por no mencionar el hecho de que lo había dicho con cara seria.

—"La vida no es siempre lo que a uno le gusta", agregó luego. "He sido rebelde desde la infancia. Hice muchas cosas que lastimaron a mi familia... Pero aquí estoy", aseveró, sincerándose.

La perra mestiza siguió sin responder. Permaneció inmóvil y con la mirada perdida. Pensaba en un rostro apuesto. A primera vista, casi demasiado perfecto, con su mandíbula marcada y sus pómulos salientes. Antes de que se fuera, aún conservaba algo de la suavidad de aquella persona que había sido. Ahora, las cosas se han endurecido. Todo se deformaba. Aquellas mejillas están más hundidas, los labios que antes se curvaban con tanta facilidad en una sonrisa, se encuentran en una línea permanentemente distante. Los ojos ya no brillan como antes, como si hubieran desarrollado una mirada tallada en mármol, como la estatua de un dios griego. Pero seguía siendo el rostro que ella amaba.

La perra de origen japonés miraba a su mejor amiga con esperanza y afecto, o con perplejidad y cuestionamiento, como si no estuviera segura de quién es. Peor aún, es cuando nota que sus ojos están llenos de dolor o ira. Conocía esa mirada: la de una mujer sufriendo por amor. Resopló en silencio. Su mejor amiga podía ser increíblemente terca en sus sentimientos cuando quería, incluso rayando en lo irracional, y parecía que este era uno de esos momentos, momentos que la hartaban y prefería retirarse, dejándola seguir sufriendo todo lo que quisiera. Pero no podía irse como si nada, su mejor amiga la necesitaba. No podía imaginarse su vida sin ella. Samantha era como su hermana. Su lealtad, fuerza y devoción fueron los cimientos centrales de la amistad que construyeron juntas. Si se iba, Yuka sabía que Samantha colapsaría y no podía permitir que eso sucediera. Renunciaría a cualquier cosa para garantizar que su mejor amiga estuviera feliz.

La perra de origen japonés sabía que, si la seguía presionando, sólo provocaría una discusión que no llevaría a nada. Sólo necesitaba ayudarla con lo que tanto le atosigaba: reparar el daño que había causado entre ella y su jefe.

—"Sammy… lamento lo que dije", se disculpó al ver lo tensa y preocupada que se había puesto su amiga después de sus palabras.

—"Está bien, entiendo…", respondió con gratitud, mientras rápidamente intentaba secarse nuevas lágrimas de sus ojos.

—"Mira, todos estos años solo he intentado ayudarte, a abrirte los ojos, pero… parece que no lo he conseguido", dijo maldiciéndose a sí misma cuando escuchó lo lamentable que sonaba la voz de su amiga.

—"A lo mejor eres tú quien tiene que abrir los ojos…", replicó mientras dejaba salir todo el dolor y la angustia.

Yuka suspiró. "Yo siempre te he admirado", empezó diciendo. "A pesar de cómo te criaste, hiciste muchas cosas para diferenciarte de tu familia disfuncional y torcer tu destino", declaró con una suave sonrisa. "Fuiste a la universidad, aprendiste idiomas, trabajaste desde muy joven, pudiste comprar tu propio departamento, obtuviste un buen empleo rodeada de gente muy acaudalada y te adaptaste fácilmente", fue enumerando, luego resopló y su rostro se volvió serio, "lo único que me preocupaba era que todo se te viniera abajo por culpa de intentar tener algo con ese sujeto…"

—"¿¡Qué no entiendes que yo lo amo!?", exclamó. "Gracias a él pude lograr muchas cosas"

Yuka la miró, comprendió que se suponía que debía estar callada y escuchar lo que ella tenía que decir.

—"Fue gracias a él que pude aprender a comportarme o a hablar como realmente debía, y…"

Por un breve momento, el rostro de la perra mestiza se congeló, pero antes de que pudiera parpadear, había sido reemplazado por una ligera sonrisa.

—"Él jamás me trató diferente por mi aspecto, e incluso no tenía más que elogios para mí", su sonrisa se hizo un poco más profunda.

La perra de origen japonés se limitaba a mirarla. No es que ella confiara completamente en ese hombre, no, nunca. Lo consideraba un cabrón taimado con un alma oscura que hacía todo con una intención egoísta. Sin embargo, sí confiaba plenamente en su amiga. En lo más profundo de su corazón, Samantha estaba realmente agradecida por haber estado al lado de ese capullo.

—"Aunque… ya nada de eso importa ahora…", reconoció Samantha con tristeza. "Supongo que nada dura para siempre", resopló. "Solo me gustaría demostrarle lo que se perdió…", su voz era baja ahora, ya no sonaba enojada, pero pensativa sobre lo que estaba pasando.

Permanecieron en silencio durante otros tediosos segundos. Yuka notó que la expresión de abatimiento de su mejor amiga, que se había mostrado por completo momentos antes de ingresar. De hecho, tenía peor aspecto. Estuvo tratando de buscar una solución, procesando una y otra vez las últimas palabras de su mejor amiga, hasta que una bombilla se encendió en su cabeza.

—"¡Espera!", exclamó, "tal vez puedas hacerlo".

—"¿Disculpa?", Samantha se mostró extrañada ante su repentino comentario.

—"Tengo una idea para que ese tipo pueda fijarse en ti".

Samantha parpadeó rápidamente. "¿En serio?"

—"Así es", asintió.

Los engranajes de la cabeza de la perra mestiza se habían detenido, pero de todos modos logró tartamudear algo.

—"Pero… pero… ¿C-c-cómo…?"

—"Escucha", interrumpió, "quiero que sepas que yo no estoy nada de acuerdo con esto", manifestó, "pero si esta es la única manera en que pueda ayudarte a que recuperes tu felicidad, entonces te ayudaré", declaró, con una sonrisa.

Una sonrisa de esperanza comenzaba a formarse en los labios de la perra mestiza.

—"¿En serio lo harías?"

—"Por supuesto", asintió. "Además, también será divertido vengarse un poco de ese capullo", le guiñó el ojo.

Samantha no pudo evitar soltar una pequeña risa aguda, pero inmediatamente volvió a la realidad.

—"¿Tu idea funcionará?", manifestó sus dudas.

—"Confía en mí", pidió con seguridad. "Mira, si algo aprendí todo este tiempo es que los hombres son mentirosos, traidores... y todos buscan un provecho", expuso con un tono desdeñoso, "pero todos en realidad son criaturas muy simples y comprensibles. Son como un libro abierto, solo tienes que aprender a leerlos... Aunque hay ejemplares únicos también. Yo hasta una vez me equivoqué. Resultó que leía otra página. Me gustaría corregir ese error…", hizo una mueca.

Samantha miró escrutadoramente a su mejor amiga.

—"Entiendo, entonces yo…"

—"Tú eres inteligente y amable, pero no estás del todo adaptada en ese mundo", respondió rápidamente, interrumpiéndola. "Por ahora estás en la parte inferior de la cadena alimentaria".

La perra mestiza miró completamente desconcertada a su amiga.

—"Amm… ¿Qué?"

Yuka se detuvo a pensar por un momento. Fue a la cocina y sacó del refrigerador dos manzanas, una estaba en buen estado, la otra ya estaba bastante oxidada.

—"Para que ese tipo se interese, tienes que ser como esta manzana", expuso, mostrando la que estaba en buen estado, "igual de sabrosa, suave y dulce".

Samantha asintió significativamente.

—"Ahora mismo eres como esta", dijo luego, mostrando la manzana oxidada.

—"Pero es la misma variedad", objetó.

—"Así es, con la diferencia de que una le gusta todos, mientras que la otra se va a pudrir, esperando que alguien aprecie su gran mundo interior", refutó.

—"Y… ¿Qué se supone que yo debería hacer?", preguntó con intriga.

—"Discutiremos eso después", hizo un gesto de desdén con la mano, "Por ahora debemos planificar tu encuentro con él"

—"¿Encuentro?", miró a su amiga, un poco incrédula por lo que está sugiriendo. "¿Qué quieres decir con eso? No es como si pudiera simplemente ir a su casa y hacer acto de presencia mágicamente".

—"Por supuesto que puedes", se ríe Yuka. "No veo por qué no. Creo que sería muy divertido".

Samantha notó la ligera vacilación en su tono, el que la gente parece tener cuando quiere decir algo, pero no sabe cómo expresarlo.

—"Está bien, ignoremos lo de la casa", dijo al notar la cara de su amiga. "¿Hay alguna manera en que puedas coincidir en algún lugar con él?".

Samantha pensó un largo rato, hasta que pudo recordar algo.

—"Bueno… aún tengo las invitaciones a la gala de beneficencia que me regaló".

—"¡Es perfecto!", exclamó, "Irás allí".

Samantha casi se sobresalta. "¿Qué?"

—"Ya me oíste, irás allí", repitió.

—"No estarás hablando en serio…"

—"Hablo muy en serio", dijo con firmeza. "¿Sabes por qué?"

—"¿Por qué?"

—"Porque yo también iré", se rió entre dientes.

—"Pero… ¿Qué vas a hacer ahí? No es una discoteca"

—"No, pero de seguro la comida es muy buena"

—"Pero… es esta noche y… no estoy lista…"

—"No te preocupes por eso", hace un gesto con la mano para interrumpirla. "Yo me encargaré de prepararte"

Samantha arruga un poco las cejas, "¿Prepararme?".

—"Pues claro, ¿Acaso pensabas ir a algún lado así?", dijo, medio regañando mientras señalaba su aspecto.

—"No…", sacudió la cabeza. "Pero…"

—"¡Entonces está hecho!", interrumpió. "No te preocupes, yo hablaré con la señorita Tellbary para que te arregle el cabello".

Samantha no parecía contenta con la idea, pero tampoco estaba haciendo mucho ruido.

—"Aunque también tendríamos que ir a algún lado para que te arreglen todo eso", dijo, señalando las bolsas bajo sus ojos.

La perra mestiza volvió a pensar por un momento y, nuevamente, recordó algo.

—"Bueno… aún tengo un descuento para el spa que Richard me obsequió"

—"¡Es perfecto!", exclamó, "¡También iremos allí juntas!"

—"Pero…"

—"No hay peros", interrumpió, "¿Quieres volver a ver a ese capullo y demostrarle que se equivocó?"

La perra mestiza está prácticamente rebosante de entusiasmo, pensando en la posibilidad de volver a encontrarse con el hombre que amaba. Mueve tontamente la cabeza mientras pronuncia un exagerado y silencioso "Sí".

—"Entonces no hay tiempo que perder ¡Vamos!"

La perra de origen japonés agarró a su amiga e intentó levantarla de su asiento. Al hacerlo, un hedor provocó que se tapara las fosas nasales.

—"¡Pero primero te duchas!", ordenó.

MAS TARDE

Con el descuento, Yuka paga por todo el asunto en el spa: manicuras, pedicuras, una sesión de masaje y aseo de la cabeza que Samantha admite que necesitaba hace tiempo. Acabaron con mascarillas faciales, las cuales ayudaron a que el rostro de la perra mestiza estuviera como nuevo.

Una vez terminado aquello, ambas se dirigieron al lugar de trabajo de Yuka. Allí se topan con la señora Tellbary: una lebrel afgana. Tras informarle de la situación, ella accedió a ayudarlas.

Pasan unos buenos 50 minutos domando el cabello rebelde de Samantha y otros 30 maquillándola. Cuando la señora Tellbary quitó el producto de las raíces de la perra mestiza, afortunadamente, su cabello no estaba tan platino como temía, por lo que aplicó el tinte y luego el tóner suavemente.

Una vez realizados todos los toques finales, le muestran a Samantha su aspecto final sosteniendo un espejo frente a ella. Sus ojos se abren por un momento y luego se funde en una sonrisa.

—"Es... un poco extraño…", suelta sin rodeos mientras se mira a sí misma. "¿Es así realmente como me veo con maquillaje?", ella toca suavemente su rostro.

Samantha había usado un poco de color de labios alguna vez, pero nunca llegó a este extremo. Cuando lo usaba, era más práctico proteger sus labios para que no se agrietaran. Sin embargo, ahora sus labios eran de un rosa rojizo natural pero muy llamativo. Inclina la cabeza para admirarse desde diferentes ángulos y ver cómo el maquillaje transformó por completo su rostro. Fue fascinante para ella. Partes de su rostro brillan por el maquillaje dependiendo de cómo mueve la cabeza. Sus ojos destacan especialmente por el brillo luminoso. Esta vez utilizaba lentes de contacto por recomendación de su amiga. No fue nada demasiado drástico. En cierto modo, aparte de sus labios, el pelo suelto y el ligero brillo de sus párpados, el cambio fue aceptable. Sin embargo, una sensación de hundimiento llena su pecho cuando la duda entra en su mente. La preocupación de que la transformación pueda ser demasiado extrema comienza a carcomerla.

—"¡Caray, Sammy, al menos deberías decir que te ves bonita!", Yuka se queja, decepcionada por la falta de elogios hacia su hábil trabajo.

La señora Tellbary se ríe, "Oh, está bien, Yuka, estoy segura de que luego te lo agradecerá... Y si no es ella, tal vez alguien más lo haga, jeje...", dijo con una clara insinuación.

—"Eso espero… De cualquier manera…", mira el reloj en la pared "¡Es hora de irnos! ¡Será mejor que nos demos prisa!", clamó mientras tomaba a su amiga del brazo y salieron a toda prisa del lugar, aunque agradeció a la señora por su ayuda y ésta les deseó buena suerte.

La perra mestiza estaba fuera de su zona de confort caminando con su nueva apariencia. Si bien en muchos sentidos está más cubierta con la ropa que le prestó su amiga, algo en la falda la inquieta un poco. Sintió que su corazón latía con fuerza contra su caja torácica, sus rápidos latidos ahogaban sus oídos. Tenía las manos húmedas y sus rodillas parecían no poder dejar de rebotar. Tiene que evitar morderse el labio para no querer arruinar su lápiz labial. Nunca antes había estado tan nerviosa. Por supuesto, asistir a eventos formales requiere un código de vestimenta formal, especialmente en un espectáculo nocturno, por lo que tuvo que buscar por todas partes un vestido que fuera perfecto para la ocasión.

Yuka se ofreció a acompañarla para ayudarla a elegir un vestido. Sin embargo, todavía está perpleja después de visitar algunas tiendas. Toda la ropa era hermosa a su manera, pero ninguna gritaba "la indicada" todavía. Estaba empezando a ponerse nerviosa; ella ya está considerando la oferta de su amiga de llevarla con ella de compras. Su amiga quería asegurarse de que luciera increíblemente hermosa. Pero a pesar de que contó con su ayuda, todavía tuvieron dificultades para encontrar el atuendo perfecto para ella.

Por suerte, sus oraciones fueron escuchadas. Mientras caminaban, los ojos de Samantha se dirigieron a cierto vestido que se exhibía en cierta tienda. No podía dejar de mirarlo, incluso inconscientemente apoyó las palmas de las manos contra el escaparate de la tienda para dirigir completamente su atención. Yuka se detuvo cuando notó que su amiga ya no la seguía. Cuando sus ojos siguieron la mirada de "Sammy", corrió hacia ella para mirar más de cerca, lo que dejó a su amiga encantada a primera vista. Ambas miraron el vestido como un niño mira su juguete favorito.

Fue una casualidad milagrosa.

Entraron en la tienda y preguntaron a la dependienta si Samantha podía probarse el vestido en un tiempo récord. Cuando la perra mestiza salió del probador, las dos chicas chillaron al unísono. Yuka rodeó a su amiga y, al igual que ella, se maravilló de cómo el vestido abrazaba perfectamente su figura. La miraba con la palma apoyada en la barbilla, como si estuviera estudiando una escultura realizada por un artista famoso. Luego siguió observándola. Su siempre presente sonrisa traviesa se hizo más amplia mientras la alegría bailaba en sus ojos.

—"Me pregunto cómo reaccionará ese capullo cuando te vea con esto", soltó, con una mirada pícara.

Samantha no pudo evitar reírse un poco.

ESA NOCHE

Se veía a mucha gente llegar, en limusina o autos lujosos, por la entrada de un gran edificio (a menudo utilizado para convenciones y reuniones) para asistir a la gala de beneficencia que se llevaba a cabo. Después de que los parlantes se apagaron tras la inauguración de la misma, un tema musical leve y sencillo empezó a sonar. La multitud empezó a moverse libremente hacia las mesas reservadas, otros se dirigieron al santuario principal donde el público y los invitados al panel estarían ocupando, y otros simplemente optaron por recorrer el gran salón de banquetes ricamente decorado para tomar algún bocadillo o bebida especial. Muchos comenzaron a charlar emocionados, algunos de ellos incluso saltando de éxtasis al poder encontrarse con personas que gozaban de cierta fama.

Richard sostenía un vaso de cerveza casi vacía en las manos, mientras su compañero hablaba de algo a lo que él no prestaba demasiada atención. Dolon se reía entre sorbos de champán, echando la cabeza hacia atrás ante los chistes que contaba y creía que su amigo escuchaba.

—"Dolon, ¿En serio no pudiste conseguir una corbata más apropiada?", regañó.

—"Oye, ya me puse un traje. No me pidas más", intentó objetar, señalando lo que llevaba puesto.

Richard puso los ojos en blanco por momento y resopló. "Como sea…", se acercó para acomodarle la corbata a su amigo. "Ahora, te pediría amablemente que por favor te comportes"

—"Eso está hecho", asintió.

—"Nada de beber más de dos copas"

—"Entendido"

—"Y… tampoco hables"

Dolon arqueó las cejas. "¿Cómo dices?"

—"Sería lo más apropiado"

—"¿Acaso me crees un bocazas?", su amigo iba a contestar, pero él se apresuró en agregar: "¡No me respondas!"

—"Mira, si vas a hablar te recomendaría que no sea nada referido a tu trabajo… ni tus anécdotas"

—"¡Pero tengo cientos de historias interesantes!"

—"Estamos rodeados de gente más distinguible y queremos causar una buena impresión, no espantarlos", aseveró. "Lo mejor sería alguna historia más normal"

—"Y ¿Qué quieres? ¿Acaso quieres que cuente cuando mi abuela se jubiló de la compañía de gas?"

—"…No es una mala idea"

El Aussiepoo trató de ignorar aquel comentario mientras echaba un rápido vistazo a la gente a su alrededor.

—"Hay chicas bastante guapas aquí…", dijo al aire.

—"Es cierto…", Richard estuvo de acuerdo.

—"Es una pena que estén casadas... o en pareja"

—"No te creas. De seguro la gran mayoría solo son acompañantes", argumentó.

—"¿Cómo estás tan seguro?"

—"Créeme. No es el primer ni el último evento al que asisto donde me he topado con ese tipo de cuestiones", dijo con seguridad.

Dolon le lanzó una mirada dubitativa. "De acuerdo… te tomaré la palabra"

—"Sabiendo eso, ¿Por qué no intentas invitar a alguna chica?"

Ese comentario hizo que el Aussiepoo se estremeciera, encogiéndose de hombros.

—"¿Qué sucede?", preguntó Richard al notar su reacción.

—"Tú… sabes que... no puedo", respondió torpemente.

Richard resopló. "Por favor, Dolon, no es tan complicado".

—"¡Para ti es fácil decirlo!", exclamó, elevando un poco el tono, "Yo cada vez que veo una chica guapísima me congelo, me paralizo, me…"

—"Sí-sí, lo sé…", interrumpió para luego apoyar una mano en su hombro. "Escucha, te daría el consejo de ser tú mismo… pero en tu caso es mejor no ir por esa vía".

Dolon no protestó ante aquel comentario, ya que internamente reconocía que ese hecho era cierto. Recordaba a la perfección las veces que intentó por sus propios medios invitar a salir a una chica, con resultados bastante avergonzantes.

—"Todo es cuestión de tener un poco de labia, de tacto, de encanto", indicó su amigo. "A las mujeres hay que halagarlas, darles cumplidos, hablarles de cosas bonitas, como su cabello, sus ojos, su piel, su boca, su sonrisa…", indicó.

Dolon le dedicó otra mirada dubitativa. "¿Seguro que así se liga?"

—"Por supuesto. Observa"

Richard se acercó hacia una hembra que estaba a unos cuantos metros de él y su amigo. Era una Pomerania blanca, con un cuerpo esbelto, llevaba un vestido largo de satén sin mangas con cuello en V que resaltaba su suave y mullido pecho; era de color azul y hacía juego con sus ojos, además de tener una abertura hasta el muslo que dejaba al descubierto sus tonificadas piernas.

—"Hola", se presentó cortésmente.

—"Hola…", la hembra le devolvió el saludo. "¿Cómo estás?"

—"Ahora que te veo muy bien", respondió suavemente, ganándose una risita de la hembra. "Esos ojos son como dos estrellas fugaces que acaban de bajar del cielo", pronunció, acercándose cada vez más a ella. "Esa sonrisa tan seductora y tan sensual, con esos labios de fuego…"

—"Me encantan los hombres tan guapos y románticos como tú", dijo la hembra, con una mirada sensual. "Me llamo Lara", se presentó y luego buscó rápidamente algo en su pequeño bolso. "Esta es mi tarjeta. Llámame en cuanto puedas, pero no me dejes esperando mucho tiempo, soy bastante impaciente".

—"No lo haré", dijo él, recibiendo la tarjeta y dedicándole una mirada pícara.

Una vez que la hembra se alejó, Dolon se acercó, impresionado por lo que había visto.

—"¡Gazpachos!", exclamó, "¡Eso estuvo increíble!"

—"¿Lo ves? Te dije que era fácil", dijo con orgullo. "Ahora inténtalo tú".

—"Pero ¿Cómo?"

—"Mira, por ejemplo… Ve hacia esa chica", ordenó, señalando, "Dile que te recuerda como una flor, porque es tan pura, sensible y hermosa. O… que sus ojos brillan como diamantes, que su cabello es hermoso… cosas básicas como esas"

Dolon asintió lentamente. "Entiendo. Lo intentaré"

Con cautela, el Aussiepoo de lentes se acercó a una labrador marrón, que llevaba un Vestido de flujo recto de tubo rojo.

—"Hola!", se presentó y acaparó la atención de la hembra. "Vi una flor y me recordó a ti porque…", intentó recordar, manteniendo una sonrisa forzada, "es muy sensible como tus plantas… tus diamantes brillan como ojos y tu esponjoso es muy pelo".

El chow-chow de traje hizo un facepalm al oír lo que soltó su amigo, mientras que la labrador marrón se alejó, muy incómoda. El Aussiepoo de lentes permaneció inmóvil por unos largos segundos.

—"Ya la arruiné, ¿Verdad?", preguntó, volteando a ver a su amigo.

—"No sé, tú dime", respondió, con un toque de sarcasmo en su voz.

A medida que pasaban las horas, Richard se encontró hablando con varias celebridades, o, más bien con gente que fue metódicamente acaparada. Ser alguien medianamente conocido t exitoso en los negocios, por supuesto, significaba que el hombre era un imán natural para que la gente se reuniera a su alrededor. El hombre mismo tenía un gran interés en muchos y mantenía sus temas de interés cerca de todos, siendo amenizado por su amigo.

Era cuestión de tiempo para que Richard se topara a cierto ser indeseable: Brandon Olivier, el efervescente lobero irlandés. El hombre era conocido como una serpiente de sangre fría en los negocios de su país y tan pétreo como cualquiera que intentara mentir a la hora de cerrar un trato. Por supuesto, eso se debía a la peculiaridad del hombre, que hacía imposible que la persona con la que trabajara le mintiera, o literalmente se congelaban, como si él tuviera serpientes en su cabeza que brillaban y traqueteaban, lo que significaba que su peculiaridad estaba completamente activada. Aparte de eso, tenía una personalidad extrovertida. Le gustaba parlotear mucho, al punto de pasarse horas hablando con cualquiera, le cayera bien o no.

—"¡Pero si es el favorito de Poe!", pronunció con un tono cadencioso y un fuerte acento irlandés, mientras gesticulaba salvajemente, acercándose a Richard.

—"No puede ser…", refunfuñó para sí mismo y luego, intentó disimular. "¡Brandon! ¿Cómo has estado!", dijo, con una sonrisa fingida.

—"He estado perfectamente Y ¿Tú? Han pasado meses…"

—"Un año y dos meses", corrigió Richard.

—"Escuché que lograste vender la empresa al señor Floyd"

—"Por supuesto", respondió sin convicción. Luego, riendo, agregó: "Cerrar un trato como ese no fue fácil, pero ya sabes lo que dicen sobre los cascarrabias: a veces tienen que entender que la felicidad y la comodidad suelen ser incompatibles".

—"¡En eso tienes razón!", se rió un poco. "Y ¿Cómo está Poe?"

—"Ya sabes, viviendo la vida que no pudo vivir mientras trabajaba"

—"La verdad lo envidio", reconoció, "A mí también me gustaría jubilarme a su edad y con una buena fortuna".

—"Sí, lo sé, ¿A quién no?", convino Richard.

El lobero irlandés asintió en silencio por un momento.

—"¿Cómo van las cosas en la bolsa? Escuché que está prosperando y que tu paquete de inversión ha crecido considerablemente"

—"Has escuchado correctamente", respondió, un poco vacilante. "No hay nada más que buenas noticias ahí"

—"¿Sabes? Nunca te lo he dicho, pero siempre he admirado tu férrea templanza. Decides, lo haces y sin sentimientos", admitió en voz baja, "Ojalá mis colegas pudieran ser como tú. Por más que trato, no son capaces de aprender nada de mí. No podrían ser tan materialistas y mezquinos"

—"Si quieres un consejo, yo utilizaría la técnica de Ludovico", dijo a modo de broma y ambos se rieron.

—"Dime, ¿Haces algo más aparte de los negocios y la juerga?", preguntó Brandon, curioso.

—"¿Juerga?", Richard arqueó una ceja. "No necesito ninguna juerga. Solo en mi estudio soy feliz rodeado de mis libros, mis discos y mi colección de flores", dijo sinceramente.

—"No entiendo cómo te gusta vivir encerrado, rodeado de flores muertas cuando Australia está llena de lindas chicas vivaces", protestó con una sonrisa. "Y Londres también tiene varias"

—"¿Estás seguro? Las londinenses que conozco no son diferentes de mis flores muertas", replicó sardónicamente.

—"Vaya estereotipo…", soltó en voz baja, intentando no perder la compostura. "Deberías ir a Londres"

—"Viviría pegado a un paraguas"

—"¡Hablo en serio!, exclamó, "Es más, te invito oficialmente a dar un curso de un año en mi universidad. Así no tendrías que estar lidiando con gente ignorante"

Richard lo consideró. "Parece buena idea. De hecho, me gustaría desarrollar un programa… para algún conservador galés"

—"Nuestros conservadores pagan menos que tus mastodontes y nuevos ricos"

—"¿Estás seguro?"

—"Serían capaces de cobrarte por trabajar"

Richard dio un breve suspiro. "Ah, pobre democracia antigua"

—"Sí, desafortunadamente no se puede hacer nada", le dio la razón.

—"Es increíble, yo adoro la literatura inglesa. Sin embargo, no me agrada mucho Londres. Sobre todo, desde que los millonarios se establecieron en mansiones del siglo XVII"

Brandon arqueó una ceja. "Creí que amabas el dinero"

—"Solo lo necesario", señaló.

Los ojos de Brandon se abrieron un poco; no fue una gran respuesta, pero sí fue significativa.

—"Ah, por cierto, para profesores extranjeros es un requisito de nuestra universidad que estén casados", informó. "Afortunadamente solo aplica a ellos. De otro modo, la escuela se quedaría sin profesores"

Richard se extrañó ante ese dato. "¿Quieres decir que los locales prefieren una relación abierta?"

—"Bueno… ¿Con quién se casarían?", respondió ambiguamente.

El chow-chow de traje le lanzó una mirada interrogativa. "¿Qué acaso no dijiste que las mujeres inglesas son grandiosas?"

Brandon resopló. "Mira, entre tú y yo, toda esa idea de la igualdad de género nos jugó una broma cruel", empezó diciendo, sincerándose. "Mi colega, Holloway, un maravilloso especialista en el drama victoriano y un gran amante de las mujeres, me confesó que estaba considerando la idea de empezar a salir con los de su género", declaró ante la atónita mirada de Richard. "Su propia esposa le hizo pensar en ello…", hizo un ruido desdeñoso.

—"¡Imposible!", exclamó asombrado.

—"Te lo digo, ¡Esa mujer es una bruja!", dio un respingo de indignación, "el pobre está harto de ella y ya no sabe qué hacer", continuó con un breve suspiro. "Se conocieron en un pub y, después de la tercera borrachera, se casaron. Seis meses después, su esposa encontró en internet una página de 'mujeres feministas'. ¿Sabes qué le dijo?", preguntó y Richard negó en respuesta. "Le dijo "¡Estoy harta!" y se rebeló. Todo se fue al demonio. No más planchar y lavar. Dijo "Voy a vivir mi propia vida y ningún hombre me va a controlar""

Richard asintió significativamente. "Entiendo perfecto lo que dices. Les das la mano y te toman el pie".

Esperaba una respuesta, pero el lobero irlandés solo se le quedó mirando.

—"¿Conocías ese refrán?"

—"Ahora lo conozco", respondió para seguir con la conversación. "En fin. Así fue como terminó la triste historia del pobre Holloway. Todas las noches tienes que pensar en ser o no ser en lugar de pasártela bien y luego quedarte dormido sin miedo a que te demande por violar sus derechos de mujer moderna", comentó indignado, levantando su tono. "¿Quién necesita esas malditas obligaciones matrimoniales inventadas por una recua de…?"

Richard rápidamente le hizo seña para que se callara o bajara el tono.

—"Entiendo tu punto, pero no deberías alzar tanto la voz", replicó, "Hay hombres casados aquí y sus esposas podrían escucharte".

Brandon miró a su alrededor.

—"¿Tú crees que nos escuchen?".

—"Las mujeres tienen oídos súper agudos. Sé lo que te digo".

El lobero irlandés balbuceó un agradecimiento. Aprovecharon unos minutos para tomar una copa antes de seguir conversando.

—"Te lo digo, estamos pagando nuestros pecados", Brandon continuó con su discurso. "Les dimos los mismos derechos y ahora nos privan de los nuestros dejándonos únicamente obligaciones", resopló. "¿Sabes? Si pudiera elegir me llevaría a una chica Isleña que viva en Fiyi. Mientras menos preparada, mejor", se rió entre dientes. "Aunque hablando de belleza, las mujeres australianas son bastante agraciadas y sumisas. Casi como las amas de casa perfectas"

—"Difiero. Las mujeres australianas no son para nada sumisas. Tú solo alcanzas a ver la punta del iceberg. Nosotros vemos lo que hay bajo la superficie", replicó Richard.

Brandon se rió. "Tú no puedes opinar al respecto ya que no eres un especialista en ese campo", alegó, mientras lo señalaba.

Richard lo miró con recelo.

—"Entonces… ¿Decidiste esposar a una australiana y llevártela a casa?", interrogó.

—"¿Por qué no?", una sonrisa insinuante se formó en los labios de Brandon.

—"Ten mucho cuidado", advirtió, "En lo que a mí respecta, el matrimonio queda fuera de mi vida. Por lo tanto, me veo en la necesidad de rechazar tu invitación", dijo con firmeza. "Por otro lado, dado que sigues siendo un soltero codiciado, te quiero dar un consejo: Nunca te cases con una mujer que no conozcas lo suficiente. No importa que se trate de una mujer atractiva, ni tampoco importa si hace maravillas en la cama. Con una esposa a tu lado, la cama termina aburriendo y los dolores de cabeza nunca se acaban"

Brandon se agarró la barbilla, con los ojos muy abiertos por la sorpresa y la contemplación. "Oh, vaya... ¿Hablas en serio?"

—"Confía en mí. Créeme", afirmaba con seriedad. "Honestamente lo mejor que puedes hacer es nunca casarte. El matrimonio es como una soga. Solo basta algo para que termines estrangulado"

AFUERA

Un auto Jaguar xj220 se estacionaba cerca de la entrada del edificio donde se llevaba a cabo la gala. La persona que conducía apagó el motor y miró a su acompañante, ésta no dejaba de notar lo hermosas que se veían las estrellas esa noche. Puede que hiciera un poco de frío, pero el aire estaba en calma y el cielo nocturno era agradable, claro, ignorando ciertas nubes a lo lejos que parecían avisar una posible tormenta.

—"Bueno, ¿Estás lista?", preguntó la perra de origen japonés con mucho entusiasmo, pero su amiga no respondió. "Sammy, ¿Qué pasa?"

Decir que la perra mestiza estaba nerviosa sería quedarse corto. Estaba aterrada. Mil pensamientos vagan por su mente. No estaba segura de querer continuar. Una parte de ella constantemente le decía que había que retroceder, que todo esto era demasiado y todo podría acabar mal. Sin embargo, ya se había arriesgado demasiado para venir aquí, no podía irse así sin más. Estaba a un paso de lograr su cometido, pero aun así… las inseguridades la dominaban.

Después de varios segundos sin respuesta, Yuka tomó tiernamente el rostro de su amiga y lo balanceó hacia ella.

—"Oye, descuida", intentó animarla, "Todo saldrá bien, te lo prometo. Solo recuerda todo lo que enseñé".

Sus rostros se juntaron. Se miraron a los ojos mientras Yuka continuaba.

—"Esta noche no vas a ser tú, vas a ser una nueva tú", indicó con una sonrisa alentadora. Acto seguido, le dio un breve beso en los labios. "Yo estaré en la mesa de los bocadillos. Si algo pasa, solo tienes que enviarme un mensaje", indicó.

Samantha pareció estar de acuerdo con sus palabras. Su mejor amiga parecía tener encontrar siempre las palabras para calmar sus temores. Se inclinó y cerró los ojos, abrazándola, agradecida por estar a su lado, sin importar los obstáculos.

—"¿Alguna duda antes de bajar?", preguntó Yuka, terminando el abrazo.

—"Sí… ¿Por qué tuviste que alquilar este auto?"

Yuka se rió entre dientes. "Había que causar una buena impresión".

—"Pero nadie nos está viendo"

—"Eso es lo que tú crees".

La perra de origen japonés se bajó del auto, le abrió la puerta a su amiga y le tendió la mano. Ella le agarró de la mano y, al bajar, su amiga se detuvo en seco para admirarla nuevamente.

Samantha llevaba un vestido formal fucsia sin mangas con corte en A, largo, pero que no llegaba hasta el suelo. Había un corte largo en el lado derecho del vestido, provocando al espectador un vistazo de su muslo; su vestido no tiene espalda y es muy pronunciado antes de detenerse justo en la parte baja de la espalda. Además de eso, también llevaba un par de pendientes colgantes. Su cabello estaba arreglado en un estilo medio recogido y medio suelto.

Ella apuesta por un look sencillo: lápiz labial sutil, un poco de sombra de ojos y un delineador de ojos oscuro. Las cejas marcadas enfatizaban sus ojos sorprendentemente claros: dorados como la miel fundida. Eran tan seductores e hipnotizantes.

El lápiz labial hacía que sus labios parecieran irresistibles y su amiga no pudo evitar notar lo hermosa que estaba esa noche.

Ella luce absolutamente impresionante.

Yuka, en cambio, llevaba un vestido de noche corto sin tirantes hasta la rodilla, color dorado. Poco y nada le importaba si era muy informal. Se sentía bastante cómoda usándolo.

Juntas caminaron hacia la puerta. Podían oler la comida que ya se filtraba por las rendijas de la entrada. Los de seguridad no hicieron más que darles cumplidos, luego les abrieron la puerta y entraron. La iluminación era tenue y el lugar estaba lleno en su mayoría de hombres. Por los parlantes sonaba "Tarzan Boy" de Baltimora, eso le gustó a Yuka porque sentía que pegaba con el ambiente.

Una vez dentro del palacio, son guiadas al lujoso comedor donde estaban los demás. La perra de origen japonés podía jurar que nunca había visto candelabros como esos fuera de las películas, o una mesa con tanta comida de formas curiosas. La música que sigue es etérea y sale de las paredes, rebotando por la sala como si fuera un cuento de hadas.

Todas las preocupaciones de la perra mestiza parecieron desvanecerse poco a poco. En parte gracias a que la presencia de su mejor amiga es tan cálida como siempre, aliviando sus ansiedades con solo estar a su lado.

Mientras caminaba, fue recordando los consejos que su amiga le dio:

"Camina meneando un poco tu cuerpo, no demasiado, eso siempre los vuelve loco. Y no hables alto y alegre, como una niña chiquita. Tienes que hablar en voz baja, susurrando."

La longitud de sus delgadas piernas es más que suficiente para hacer que varias personas se vuelvan hacia ella. Un hombre incluso derramó su copa sobre sí mismo mientras la miraba.

Sus caderas se balancean delicadamente mientras exhibe su forma de caminar. Ahora las cabezas comenzaron a girarse cuando la dama se deslizó por el gran salón.

Los hombres asomaron la mirada desde sus mesas y la observaron mientras pasaba. Era como un ángel dorado, o una deidad hermosa en medio de ellos.

Más allá del cuello esbelto estaba su hermoso rostro. Su pelaje era tan resplandeciente. Independientemente la iluminación, sus ojos eran dorados y brillaban con locura. Realmente era como un ángel caído en medio de ellos: la belleza irrefutable, el cuerpo perfecto, incluso su sonrisa celestial.

Yuka sabía que su amiga se veía hermosa, pero se dio cuenta aún más cuando notó que casi todos los hombres giraban la cabeza para contemplarla. Su vestido se ajustaba perfectamente a su cuerpo y la abrazaba perfectamente alrededor de su trasero, haciendo que cada movimiento fuera tentador.

De fondo empezaba a sonar "You Are So Beautiful" de Joe Cocker, una canción que encajaba a la perfección con este momento.

Richard es un hombre con una enorme variedad de vocabulario, pero todas las palabras a su disposición fueron arrojadas por la ventana en el momento en que vio a aquella mujer.

Casi completamente absorto en sus reflexiones, se quedó paralizado cuando notó a la despampanante mujer de larga cabellera dorada y un increíble cuerpo curvilíneo que caminaba hasta él.

Al volver a ver a aquel hombre, Samantha casi tuvo un ataque de ansiedad, pero trató de calmarse y seguir con lo planeado.

"Cuando lo veas, no corras hacia él. Di un distraído "hola"", recordó de su amiga.

—"Hola…", saludó Richard cortésmente.

—"Hola", soltó ella, con cierta indiferencia, para seguir su camino.

La hembra dorada se sentó en una de las mesas vacías. Richard estaba asombrado, apenas había visto a esa mujer y sin embargo ya había acaparado toda su atención.

—"¡Vaya-vaya!", exclamó Brandon, "Esa chica es toda una escultura".

—"Lo sé…", le dio la razón.

—"¿La conoces?"

Richard negó con la cabeza. "No realmente"

—"Bueno, yo espero que no esté casada", declaró con una mirada pícara, algo que molestó al chow-chow de traje.

Samantha pudo ver a su amiga a lo lejos, quien le hacía seña con el pulgar arriba, y recordó otro de sus consejos:

"Tiene que buscar tu compañía. Debes ser paciente. Una vez que entras en su radar hará hasta lo imposible para acercarte a ti"

Como si predijera el futuro, el chow-chow de traje se aproximó hasta la mesa donde ella estaba sentada.

—"Hola", volvió a saludar, con la mejor emoción que pudo.

—"Hola…", le devolvió el saludo y miró a otro lado.

—"Soy Richard!", se presentó, "¿Cómo te llamas?"

—"Sa…", se detuvo por un breve segundo. "Zamira"

—"Bonito nombre", dijo sonando halagador, "¿De dónde eres? ¿Egipto?", preguntó y esperó a que ella respondiera. Cuando no lo hizo, trató de seguir conversando. "Me agrada tu voz, aunque no he podido identificar tu acento, por eso creí que eras de allí".

La hembra dorada siguió sin responder, algo que empezaba a desesperar al chow-chow de traje.

"No hables de ti. Sigue siendo un secreto tentador. En cambio, déjale hablar. Trata de ignorarlo lo más que puedas", fue otro consejo que recordó Samantha.

—"También he de decir que tienes un cabello bonito y sedoso", dijo con tranquilidad mientras se le acercaba. "Y esos ojos… Son como dos luceros que descienden del cielo. Y esa boca carnosa e hirviente, delante de esos dientes que brillan como perlas…"

Richard intentó tomar la mano de la hembra dorada, pero ella la retiró inmediatamente.

—"¿Terminaste?", preguntó ella suave pero seriamente.

Su actitud fría le indignó un poco, pero estaba lejos de retirarse. Algo en ese suave tono de barítono hizo que él le prestara más atención.

—"Apenas he empezado", respondió, con una mirada sardónica. "¿Acaso estás esperando a tu esposo?"

Richard había incluido esa última frase para tantear el terreno. Había muchas maneras en las que Samantha podía responder, pero actuó con cuidado.

—"Solo estoy esperando a alguien especial", manifestó, desviando su mirada de él.

—"Especial, ¿Eh?", arqueó una ceja, "¿Quién sería ese alguien especial?", preguntó muy intrigado.

—"Alguien que me demuestre lo que es ser un verdadero hombre", respondió rotundamente, sin mirarlo.

En ese momento, Brandon se acercó con una copa, la cual ofreció a la hembra dorada.

—"¿La señorita gusta beber algo?", preguntó él amablemente.

—"Me encantaría", respondió con una sonrisa y luego lo invitó a sentarse a su lado.

El chow-chow de traje estaba completamente desconcertado. No hizo más que ver con indignación aquella escena.

Fue entonces que Samantha recordó una conversación con su amiga:

"-¿Hay alguien con quien ese sujeto no se lleve bien? Ya sabes, algún rival.

-Sí, el señor Olivier. Un gran empresario de Irlanda.

-¡Es perfecto! Te acercarás a él

-¿¡Que!?

-Tranquila, solo tendrás que conversar con él y tratarlo bien. Eso lo descolocará.

-¿Segura que es buena idea?

-Confía en mí. Ese tipo de machos son bastante posesivos. Cuando ven que algo que quieren está a punto de ser tomado por alguien más son capaces de obtenerlo a toda costa"

A lo lejos, la perra de origen japonés no dejaba de ver la escena. Estaba tan orgullosa de su amiga por seguir todo al pie de la letra y hasta el momento estaba logrando su cometido. De vez en cuando se reía con las reacciones de aquel sujeto al que consideraba un capullo.

Aprovechó un momento para seguir comiendo y revisar su celular. "¡Oye-oye-oye!", escuchó de alguien que parecía hablarle. Al alzar la vista rápidamente, notó a un Aussiepoo de lentes que le apuntaba con el dedo y acercaba a ella.

—"¿Esa carcasa no tiene la imagen de 'Delta Bakuro: Tokushu butai museigen'?", preguntó con interés, señalando su celular.

Yuka se asombró un poco. "Ohh… Así que… ¿Conoces ese anime?"

—"¿Bromeas? ¡Es el anime del momento!", dijo con entusiasmo.

Su rostro cambió a uno de indignación. "Ohh… eres de esos"

—"¿Qué?", se mostró confundido.

—"Fans por moda", declaró molesta. "Te interesas por eso ahora que está en auge"

—"De hecho… me leí el manga mucho antes de que saliera el anime", confesó, un poco nervioso.

Yuka volvió a asombrarse. "¿En serio?"

—"Así es", asintió, "Casi que te diría que prefiero más el manga. Las escenas que replicaron en el anime son demasiado blandas. Aunque si pueden modificar lo de Kento tal vez los perdone".

Una sonrisa comenzaba a formarse en los labios de Yuka.

—"Tu opinión es muy interesante"

—"Gracias…", se rascó la nuca con nerviosismo.

—"Por casualidad has visto el anime de 'Watashi no shin'yū Erika wa tokagedesu''?"

—"¿Bromeas? ¡Por supuesto!", exclamó con una sonrisa. "Es la mejor comedia que he visto este año, y el opening está de lujo"

—"¿Te la sabes?"

—"¡Por supuesto!"

El Aussiepoo de lentes comenzó a cantar una canción. La perra de origen japonés lo siguió en cierta parte, e incluso hicieron una pequeña coreografía. Terminaron estallando de la risa, sin importarles si alguien los miraba o no. Cuando recuperaron la compostura, se miraron el uno al otro, sin decirse nada por unos segundos.

—"Soy Dolon", le extendió su mano.

—"Yukari", respondió ella, estrechando su mano. "Y… ¿A qué te dedicas?"

—"Bueno… Es una larga historia, pero… ¿Estás familiarizada con las NFT?"

Yuka frunció el ceño. "¿Te dedicas a vender NFT?"

—"No…", negó con la cabeza y se acercó para susurrarle algo, "me dedico a robar a gente que vende NFT"

—"¡Uhhh!", exclamó, más sorprendida que antes, "Eso se oye bastante interesante".

—"Y tú, ¿A qué te dedicas?"

—"Trabajo en una peluquería", respondió sinceramente, "Aunque estuve estudiando para ser psicóloga"

—"¿En serio? Y ¿Cómo te fue con eso?"

—"Tendrías que invitarme una copa si quieres que te lo cuente", incitó, con una sonrisa desafiante.

Dolon puso una mirada pícara. "Está bien", asintió. "Por cierto, ¿Quieres que te cuente cuando mi abuela se jubiló de la compañía de gas?"

Yuka se rió a carcajadas.

El propio Richard miraba a Brandon durante una de esas batallas de voluntades dentro de sí mismo. Un resquemor lo inunda mientras ve como aquella hembra dorada le sonríe y le guiña un ojo al lobero irlandés, juguetonamente. Su larga interacción solo termina provocando que el fuego se enciende dentro del chow-chow de traje.

Los observaba con recelo, muy consciente de la pequeña herida que aquella hembra le había infligido. No entendía que pasaba. En toda su vida ninguna hembra se había resistido a sus encantos. Reconocía que aquella mujer no solo poseía una belleza única, sino también una perfección salvaje e indómita. Su carácter transmite una soledad inimitable que es mortal para los descuidados y, honestamente admira la visibilidad de su veneno.

Por un instante, bajó sus barreras habituales cuando Brandon sostuvo con firmeza las manos de aquella mujer entre las suyas, dejándole que le agarrara como si fuera un salvavidas. Algo que para ella de seguro le era sólido y reconfortante, o al menos eso pensaba él. Inmediatamente, sintió que algo parecido a un hielo le apretaba el corazón. El estómago le dio un vuelco doloroso. No era frecuente que bajara la guardia, pero sus cejas se arquearon un poco, sus ojos se abrieron y sus labios se separaron ligeramente. Sin embargo, rápidamente recuperó sus defensas cuando notó que Brandon se disculpaba un momento y se retiraba de la mesa. Era su oportunidad. Rápidamente se acercó a ella.

—"Entonces, eh... ¿Necesitabas algo?", preguntó, inseguro. Sintió que sus mandíbulas se contraían. Esperaba que ella no lo notara.

Sin embargo, Samanthra lo veía palidecer, ponerse más rígido y desesperado.

Ella logró soltar algo que parecía un suspiro exasperado. "No gracias", fue su fría respuesta.

—"¿Te importa si…?", comenzó sólo para ser interrumpido por ella.

—"¿Si te vas? En absoluto", respondió con bastante impertinencia en su voz.

Él sintió una punzada momentánea de frustración ante sus palabras. Ella podía verlo estremecerse. Sus esfuerzos por intentar algún acercamiento entre ella y el asunto en cuestión solo provocaban se angustiara cada vez más.

—"Yo…", se quedó sin fuerzas, sin palabras. La tensión se reflejaba en su postura.

—"¿Sigues aquí?", dijo con aires de suficiencia.

Ella piensa en ignorarlo, pero, conociéndolo, sabe que seguirá perseverando.

Y no se equivocó…

Cansado de sus rechazos, Richard la agarró de la muñeca y la sacó de la mesa.

—"¿Qué estás haciendo?", cuestionó, entre enfadada y divertida

—"Les estoy mostrando a todos a quién perteneces", dijo mientras levantaba una ceja con una amplia sonrisa en su rostro.

El chow-chow de traje llevó del brazo a aquella hembra dorada por los amplios pasillos ante las miradas indiscretas del público. Se sentía orgulloso. Ella era suya y quería que todos allí lo supieran. En cuestión de minutos ya estaban fuera de la enorme y ruidosa gala.

—"¿Qué significa todo esto?", ella le reclamó, soltándose finalmente de su agarre. No estaba enfadada, pero sí un poco sorprendida.

—"Solo trataba de ayudarte", respondió él pasivamente.

—"¿Ayudarme?", arqueó una ceja.

Richard asintió. "No te conviene estar con ese sujeto"

—"Y ¿Contigo sí?", juzgó.

El chow-chow de traje trató de no hacer una mueca mientras aquella hembra hacía un gesto para sí misma.

—"Por favor, no me hagas perder mi tiempo de esta manera", dijo fingiendo cierta frustración.

Cuando la hembra dorada se dio la vuelta y estaba a punto de volver al edificio, Richard inmediatamente se puso frente a ella.

—"Escucha, si me das la oportunidad te demostraré que yo soy ese alguien especial"

Él sonaba entre exasperado y preocupado. Había algo tan derrotado en su expresión, algo que solo podía estar allí cuando ya no sabía qué hacer.

Samantha continuó porque sabía que incluso si ponía su cara de "estoy bien" con ella, ya no podría engañarlo.

—"Oh, no lo sé…", alargó la palabra con incredulidad, "¿Qué es lo que puedes ofrecerme?"

—"Te prometo que te haré pasar la mejor noche de tu vida", aseguró. Luego le lanzó un guiño obsceno.

La hembra dorada soltó una risita leve.

—"Por favor…", lo miró juzgadoramente, "¿Acaso crees que alguien como tú va a lograr llevarme con facilidad a la cama?"

Los ojos del chow-chow de traje se abrieron de par en par y sacudió la cabeza con febrilidad.

—"¡Oh, no! No me refería a eso. Solo… Quiero decir, no es como si no me gustara… no… Solo estaba… Ya sabes…"

—"¿Nervioso?", ella no pudo evitar dedicarle una mirada pícara ante su parloteo, porque era más que evidente que le faltaban las palabras.

El chow-chow de traje miró hacia otro lado y se mordió el labio con demasiada fuerza. "Um…"

Hubo otro silencio muy prolongado, y de repente el aire se sintió pesado, como si estuviera presionando a Richard. Comenzó a desesperarse de nuevo, pero la sensación se disipó abruptamente cuando tuvo una idea.

—"¿Qué tal si hacemos esto? Te prepongo una cena".

—"¿Una cena?", ella arqueó una ceja.

Richard asintió. "Déjame llevarte a un buen lugar y, si te convence, entonces podré demostrarte que pasarás una agradable noche".

—"Oh, ¿En serio?", se cruzó de brazos, "Y ¿Dónde piensas llevarme? No creo que consigas convencerme con ningún lugar de lujo"

—"Te equivocas", replicó, "Conozco un lugar más modesto que estoy seguro de que te encantará".

—"¿En serio?"

Richard asintió. "Solo ven conmigo", ordenó, extendiendo su brazo.

Samantha ni siquiera pudo encontrar un defecto en esa idea, lo que le molestó un poco. Sabía que no debería aceptar, su amiga se lo había dejado claro:

"No cedas ante sus peticiones, le estarás dando lo que quieres y eso le facilitará bastante las cosas"

Sin embargo, encontró todo el asunto bastante entretenido. La verdad es que la idea de disfrutar una buena cena junto al hombre que amaba era algo que no podía resistirse.

El chow-chow de traje decidió no darle a la hembra dorada la oportunidad de decir que no y, al igual que antes, simplemente la tomó del brazo y la llevó hasta su auto.

—"Espero que sepas entender esto", dijo, con cierta exasperación en su tono mientras le abría la puerta para entrar.

Ella respondió a eso con un gemido hastiado y de aceptación.

Durante el camino, Samantha intentó comunicarse con su amiga. Desafortunadamente, no obtuvo respuesta. Le envió decenas de mensajes que nunca respondió, y las llamadas fueron en vano, su teléfono marcaba como si estuviera apagado. Richard le preguntó brevemente sobre la comunicación, pero ella trató de desviar el tema, asegurando que no era nada importante y que todo estaba bien, pero internamente no sabía qué hacer o cómo sentirse. Nada de esto estaba planeado. Ahora estaba alejada de cualquier conocido y su única compañía era el hombre que amaba. Trató de hacer un esfuerzo inmenso para calmarse y seguir apegándose al plan.

Pasaron unos diez minutos de viaje, aproximadamente. Casi no habían hablado, más allá de la comunicación telefónica fallida, o una breve mención de Richard acerca de su increíble auto.

—"¿Cuánto más falta?", dijo ella, fingiendo quejarse.

—"Ten calma. Casi llegamos", respondió él.

—"Bueno…", resopló, desviando su mirada a la ventanilla, "espero que valga la pena".

—"Lo valdrá, créeme".

—"En serio, ¿Tienes que hacer de esto una experiencia?", preguntó con una voz que él solo pudo clasificar como "pretenciosa". Afortunadamente para ella, a Richard le gustaba eso.

—"¿Qué pasa? ¿No te gustan las sorpresas?", protestó con una sonrisa.

—"Oh, no tienes idea…", respondió, con una sonrisa torcida.

Cinco minutos después, el chow-chow de traje llegó al lugar elegido. Se bajó del auto y rápidamente le abrió la puerta a la hembra dorada. Aunque le había tendido la mano, ella lo rechazó. Él sólo podía observar el rítmico y fascinante movimiento de sus caderas. Difícilmente esperaba poder sentir el cuerpo de aquella mujer en sus manos, sin embargo, estaba intrigado por el misterio de la rubia quien mostraba una mirada y sonrisa pícara.

Al mirar al frente, Samantha casi se queda sin palabras. Era un restaurante llamado 'La Langosta Púrpura', el cual conocía a la perfección.

—"Y… ¿Me trajiste aquí para esto?", su expresión indiferente se perdió en la oscuridad total.

—"No juzgues un producto antes de consumirlo", explicó él. "Este restaurante no parecerá lujoso, pero te aseguro que los platillos que sirven aquí serán los mejores que probarás en tu vida".

—"¿Ah sí?", fingió incredulidad.

Richard asintió. "Tienen platillos de varias partes del mundo. Más del 65% de la gente viene a comer aquí".

Esa cifra ni siquiera era una hipérbole, lo que hizo que Samantha se riera internamente cuando él dijo esa estadística ficticia.

—"Entonces, ¿Qué dices? ¿Me acompañas?", invitó, extendiéndole la mano.

La hembra dorada no podía negar que la idea de recibir una gran cantidad de delicias étnicas la había dejado salivando, por lo que aceptó, aunque prefirió caminar a su lado.

¿Por qué se ponía nerviosa? No había ninguna razón para estarlo, simplemente estaba a punto de cenar con el hombre que amaba, conversarían un poco y la pasarían bien un rato. Eso no tenía de malo, ¿Verdad?

Y el chef del restaurante lo sabía con certeza… Esa sonrisa cómplice y ese gesto de comprensión cuando les indicó su asiento. Eso era lo inquietante, sentarse en esa mesa para dos, y que el lugar estuviera casi vacío… Ciertamente, había llegado demasiado lejos…

La camarera se acercó y les preguntó si querían ordenar algo. Richard pidió lo de siempre, además un vaso de agua para al menos tener algo que sostener sus manos en silencio por un momento.

—"En realidad estoy bien", sonríe ella remilgadamente.

—"Es de mala educación no comer cuando eres la invitada", regaña él, por lo que Samantha cree que ya ha tenido suficiente y decide arriesgarse con la elección de su comida.

Pronto, sus órdenes llegaron a la mesa. Para Richard, una ensalada de espárragos. Para Samantha, una comida típica de su pueblo natal: arroz al vapor y pescado a la parrilla, sopa abundante y verduras en escabeche

Ella come lentamente, saboreando el rico sabor del pescado, el toque ácido de las verduras, el calor de la sopa, dejándose transportar en el tiempo. A Richard le llama bastante la atención su pedido, así que decide probarlo. Coge un trozo de arroz de aspecto extraño y le da un mordisco. Es crujiente y amargo con un toque de especias que desconoce, pero considera que podría desmayarse por lo bueno que es. Luego elige una pequeña cosa verde que parece brócoli. Por su reacción, el brócoli que se parece también le resulta sabroso.

—"Creía que solo a mí me gustaban los placeres simples", dice Richard, encantado con lo que está probando.

—"Si me permites, ¿Puedo hacerte una pregunta?", manifestó ella, suavemente y el chow-cow de traje asintió. "¿Cómo conociste este lugar?".

Richard dejó un momento la comida y se limpió la boca con una servilleta.

—"Me lo recomendó alguien que conocí", responde con tranquilidad.

—"¿En serio?", arqueó una ceja, "¿Quién?"

Richard resopló. "Alguien que trabajaba para mí…", empezó diciendo. "Verás, una vez quise celebrar por una victoria de negocios, y… esta persona que trabajaba para mí me recomendó este lugar", declaró, mientras el rostro de la hembra dorada se puso serio. "Yo al principio pensaba en ir a un restaurante francés, pero… esa persona me dijo "¿Quieres probar la mejor comida del mundo y pagar 10 veces menos?". Pensé que eso no era posible, pero… ella me aseguró que, una vez que probara la comida, únicamente solo querría comer aquí todo el tiempo…", se rió entre dientes.

La hembra dorada asintió lentamente mientras desviaba la mirada. Trataba de mantener la respiración normal y que sus ojos no comenzaran a lagrimear.

—"¿Qué pasó con esa persona?", preguntó, recuperando un poco la compostura.

—"Eso ya no tiene importancia…", hizo un gesto de desdén con la mano. "Ahora, háblame de ti".

—"Me llamo Zamira", du voz es más dura de lo que pretendía.

—"Eso ya lo sé. Cuéntame algo más".

La hembra dorada se inclinó un poco hacia él, apretó los labios hasta formar una fina línea, con los ojos delgados y felinos. "¿Qué te gustaría saber de mí?", preguntó. Sus ojos estaban llenos de picardía, pero su tono estaba lleno de suave afecto.

—"Bueno…", pronunció, pero se detuvo, hipnotizado por esos ojos dorados. "¿Cuál… es tu… tipo de música favorita?", balbuceó torpemente.

Ella volvió a acomodarse en su asiento y se rió entre dientes.

—"¿En serio eso quieres saber?", replicó, ofreciéndole una sonrisa burlona y descarada.

Richard frunció el ceño. "No has respondido a mi pregunta", gruñó.

—"El heavy metal", comentó distantemente.

El chow-chow de traje quedó boquiabierto. "¿E-e-en serio?"

Las cejas oscuras de la hembra dorada se arquean con arrogancia. "¿Acaso dudas de mí?"

—"¡No-no-no-no-no!", agitó las manos con vehemencia. "Es solo que…"

—"¿Qué esperabas?", interrumpió abruptamente, "¿A la típica dama de gustos refinados?"

El chow-chow de traje no responde a eso. A duras penas puede pronunciar una risa débil.

—"Eres un tipo muy poco apasionado", dice ella, en un tono claramente poco impresionada.

Richard apretó los dientes con fastidio. Estaba jugando con él, y lo peor era que estaba funcionando.

El silencio que sigue es pesado. La hembra dorada se pasa la lengua por los dientes, lista para su siguiente pregunta.

—"¿Estás casado?"

Richard arqueó las cejas. "¿Por qué te interesa?"

—"Solo siento algo de curiosidad…", dijo con una sonrisa (que a él le costó descifrar si era falsa o genuina)

Richard podría mentir. Inventar alguna historia inverosímil, pero elige ser sincero.

—"Estuve casado hace unos años…", confiesa para luego desviar su mirada.

—"¿Qué pasó?", pregunta con falsa incredulidad.

Él frunció los hombros y levantó los brazos.

—"Las cosas simplemente no funcionaron…", resopló e hizo una pequeña pausa, "pero estoy feliz con mi soltería".

Por su reacción, y la manera en que había hecho aquella confesión, Samantha notó que había cierta angustia en su tono.

—"Tú… ¿La amabas?"

—"¿Por qué eso es relevante?", preguntó, ligeramente a la defensiva.

—"Bueno, parece que eres alguien que le gusta mucho el romance", alega con cierta falsedad.

Richard, sin pensarlo, responde: "¡Claro que no!", hace una pausa por un momento, "No soy un romántico empedernido. Simplemente soy bastante serio en las relaciones", se defendió.

—"Y… ¿Has tenido alguna relación seria?"

—"No…", confiesa, cabizbajo. Luego exhala como si llevara una carga pesada.

Al notar su nueva reacción, la hembra dorada extendió su mano y la apoyó junto a la del chow-chow de traje. Él se sorprendió un poco ante esto, pero la sonrisa de aquella mujer irradiaba cierta tranquilidad.

Samantha, en comparación con Richard, era más compasiva. Claramente actuaba descarada, como le habían aconsejado, pero se preocupaba por su exjefe. Actuaba por pura incredulidad, se dejaba llevar por la emoción.

—"Quizás tengas suerte y encuentres a alguien que esté contigo toda tu vida", dice ella, con una sonrisa alentadora.

—"Lo dudo…", dice él lentamente. "No quiero más relaciones en general".

—"Y ¿El amor?"

—"¿Hablas de la adicción a las endorfinas químicas?", canturreó con una mirada desdeñosa. "No caigo en eso hace años. Y tú tampoco deberías. El amor dura 3 años. Está científicamente probado"

—"Yo creo en los milagros"

Richard se rió entre dientes. "Tú y yo, a fin de cuentas, no encajamos en lo absoluto".

Ambos soltaron una breve carcajada.

—"Por cierto, ¿Tú…?"

—"No, no estoy saliendo con nadie", dijo ella en un tono juguetón pero sensual, adivinando las preguntas que tenía en la cabeza.

Y a pesar del nivel ligeramente invasivo de preguntas, el resto de la cena transcurrió bien. De repente no importó si el restaurante no estaba lleno de gente o si ellos eran las únicas almas vivientes en la tierra. Solo ellos dos, cenando solos. Se reían, coqueteaban y, en general, la estaban pasando bien.

Ambos parecían no tener suficiente, bebiendo tímidamente de la hermosa vista del otro. Cuando sus ojos se encontraron, la sensación se hizo más fuerte. Mientras el rostro de aquella mujer se sonroja inevitablemente, sus ojos revelan muy poco cuando hacen contacto visual. Él, por otro lado, se esfuerza por mantener la mirada en alto para igualar la de ella, y se hizo más intensa a cada segundo, no se encontró nada más que asombro en sus ojos. Ella la sacó de su estupor con un movimiento de cabeza y una sonrisa suave pero algo tímida en su rostro.

Samantha notaba las rápidas miradas ocasionales que Richard le lanzaba por todas partes. De vez en cuando, sus ojos parecían detenerse especialmente en sus piernas. A ella le encantaba la sensación de cosquilleo que sentía en lo más profundo de su estómago cada vez que los ojos de aquel hombre se dilataban de lujuria mientras recorría con la mirada su cuerpo

Para el postre pidieron crema catalana. A Samantha le encantaba, pero fingía no conocerlo en absoluto y que solo lo eligió al azar. Richard lo probó y, al igual que antes, se deleitó. No era tan fanático del azúcar. Generalmente trataba de evitarla, aunque que eso no evitaba que de vez en cuando podía darse un pequeño gusto.

Cuando llegó la hora de cerrar, él se levantó y movió una mano mientras se inclinaba levemente, invitándola a pasar la noche. Ella extendió su mano, aceptando, con una voz tan alegre y su rostro todo sonrojado.

A la salida, decidieron dar una pequeña caminata por el parque que estaba cerca. Richard se acercó y tocó a la hembra dorada un par de veces solo para ver cómo reaccionaba, para ver si era demasiado. Pero a ella le gustó. Sonrió más ampliamente, dejando que las caricias persistieran.

Se quedaron allí un momento, mirando fijamente el parque que los rodeaba antes de volver a fijarse en la vista del otro. Ella notó que las cejas de él se fruncían ligeramente y que una pequeña línea se formaba en sus delicados rasgos. Él podía sentir que ella evitaba su mirada, que el aire que los rodeaba se volvía cada vez más denso con palabras no dichas y emociones no reconocidas.

—"Lo pasé muy bien esta noche", comenzó él, tímidamente.

Ella le sonrió. "Yo también…"

—"Deberíamos volver a hacer esto en algún momento", sugirió.

Ella ladeó la cabeza, mostrando confusión cuando frunció las cejas.

—"¿Acaso crees que habrá próxima vez?"

Richard soltó una carcajada y sonrió cariñosamente a la mujer a su lado.

—"Eres muy densa, ¿Sabes?"

Samantha frunció el ceño y se cruzó de brazos, pero no respondió, solo suelta una risa furtiva

La pequeña sonrisa feroz que cubría sus labios solo hizo que la paulatina aceleración de los latidos de su corazón del chow-chow de traje fuera en aumento. Comenzó a admirarla en silencio como nunca antes lo había hecho con ninguna otra mujer. Su pequeña figura envuelta; su cabello brillante y ondulante, su rostro delicado, sus inquietantes ojos…

Él entró en el espacio personal de ella y le acarició la cara, con el pulgar apoyado en el pómulo. Para no dejar incertidumbre en su acción, respiró hondo y se lanzó hacia adelante. El hombre ahora puede oler su aroma: huele a pino, manzana y canela, con un toque de ropa rancia. Tenía un aroma agradable y le quedaba perfecto.

Los ojos dorados de aquella hembra lo miraron, llenos de curiosidad y afecto sutil.

—"Eres realmente preciosa", confiesa. "Esperaba que esta noche no terminara o que la pasáramos juntos", agregó luego, tratando de sonar lo más casual posible a pesar de que su corazón latía con fuerza, un latido entrecortado en su garganta.

Los ojos de aquella hembra se abrieron de par en par. Sus cejas se levantaron y su mandíbula colgó, con los labios ligeramente separados. Eso hizo que su corazón se acelerara. Alguna vez había recibido algún que otro cumplido similar ajeno a su familia o amigos, y siempre se sentía un poco nerviosa, pero esto era diferente. Esto se sentía especial.

Inconscientemente se tambaleó para escapar del contacto de aquel hombre.

—"Yo- yo no- yo..."

Él la atrajo hacia sí mismo, la rodeó con los brazos en su cintura y la besó apasionadamente,

El ritmo de su respiración coincidía con el de él. Su piel hormigueó por un momento y se estremeció de placer mientras él la envolvía más cerca.

Ella había querido besarlo nuevamente. Hacía mucho tiempo que lo deseaba. Quería que la callara, que dejara de hacer esos comentarios que flotaban en su lengua cada vez que hablaba. Ella solo... quería sentir algo.

Saboreó la libertad en los labios del hombre que amaba. Saboreó las calles vacías, y las noches estrelladas, los cielos azules y el sol en su rostro. Saboreó la ira, la pasión, el deseo, la salud y la fiebre. Él era todo lo que ella no debería querer y, sin embargo, todo lo que quería.

Sus bocas se alejaron y se miraron entre sí. Samantha no sabía qué hacer o decir, Richard la miraba como si estuviera esperando que algo sucediera, tal vez estaba esperando una iniciativa o solo una vacilación que pudiera hacerla alejarse y decir basta. Ella no esperó a saberlo, jaló el rostro de él y besó sus labios, manteniendo un ritmo lento y tranquilo. A él no le importó, sino que enganchó un brazo alrededor de ella y se dejó llevar por el segundo beso, lo que hace que ella se debilite por completo porque no puede creer que un tipo como él realmente bese a alguien como ella, por lo que se aferra solo para saber que Richard está allí con ella y esto no es un sueño

Richard en su aliento, en su alma, en sus sueños, en su todo…

Al chow-chow de traje le gusta como la hembra dorada se aferra a él. Se siente completo, para variar.

Sus besos son siempre profundos porque no tienen la seguridad de para darse besos castos. Samantha nunca se ha sentido tan necesitada y amada, por lo que cuando se abrazan, Richard es en realidad muy intenso, como si estuvieran compitiendo en algún deporte, y el hermoso nombre de su amante está grabado en sus labios.

Tal vez deberían avivar las brasas de este incendio en algún otro lugar que no sea la calle.

Como si se tratara de una señal, una lluvia arreció y comenzó a empaparlos. Saben que deberían alejarse y resguardarse para evitar coger una gripe, pero no quieren que la noche ni el momento termine.

Cuando finalmente se separaron, sus corazones retumbaban en sus oídos. La desesperación de ese nuevo beso había sido tan intensa que se quedaron ahí, sin decirse absolutamente nada.

Richard exhala un suspiro antes de mirar a aquella mujer de nuevo. A la tenue luz de las farolas, vio su rostro y su sonrisa complacida. No sabía si había estado llorando o era por la lluvia, pero el rímel y el delineador de ojos le corrían por las mejillas. Le goteaba la nariz y el pelo se le metía por todos lados, pegándose a todo.

Una mirada rápida a Richard le dijo que no había renunciado a ese objetivo en particular. Por supuesto, su base era un fuego intenso, así que no esperaba menos.

Estaba tan feliz, tan llena de vida, tan fuera de sí… que cometió un error. Soltó una risita aguda y se tapó la boca inmediatamente, pero para cuando se dio cuenta, ya era demasiado tarde.

Richard se sobresaltó. Estaba seguro de que reconocía esa risa. En toda su vida solo la había escuchado de una única persona. Colocó su mano en la barbilla de aquella hembra y lentamente movió su cabeza en distintos ángulos. Ella no opuso resistencia, para este punto ya nada le importaba. A duras penas pudo poner una mirada neutral.

—"Sa… ¿Samantha?", pronunció, alejándose un poco.

—"Vaya, hasta que por fin", dice ella, volviendo a su voz normal y soltando una carcajada.

Ella había notado el jadeo tembloroso que él emitió entre su silencio rígido.

Ese silencio insoportable y ensordecedor…

—"P-p-p-pero… tú… tú… tú…", tartamudeó, aún en shock.

—"¿Qué pasa? ¿No estás feliz de verme?", se burló un poco, esta vez con su voz normal.

Richard frunció el ceño. Aquella burla que pudo leer en sus ojos atestiguó la total conciencia que tenía de su asombro apenas disimulado. Se arrepintió ahora de estar parado junto a aquella mujer, porque estaba seguro de que ahora se estaba sonrojando furiosamente al recordar el comienzo de la cena que ahora parecía tan lejana.

—"¿Querías burlarte de mí?", murmuró, con frustración.

—"No", negó con la cabeza, "Solo quería darte una lección", confiesa, con cierta dureza en su voz.

—"¿Cómo dices?"

—"Así es", asintió.

Samantha le dedicó una mirada fulminante, pero permaneció en silencio mientras él predecía un comentario perverso.

—"Aquel día, cuando te confesé lo que sentía… Yo… te odié", se expresó, con un dejo de tristeza, captando por completo la atención del chow-chow de traje. "Te juro que te odié, pero por más que intenté… no pude olvidarte…", inhala bruscamente, con una voz que suena acuosa y tambaleante. "Porque… a pesar de todo… Yo realmente te amo como nunca amé a nadie", su voz se fue apagando, ahogada por lágrimas de ira y frustración. "Por eso quería verte otra vez y demostrarte lo estúpido que fuiste al perderme".

La perra mestiza atrapa su mirada en muda súplica, toda piel pálida enrojecida por una furia impotente y ojos grandes, tristes y asustados. Ella había balbuceado todo en un frenesí, intentando ponerse seria y luego perdiéndose.

El chow-chow de traje intentó volver a su expresión decidida, pero sus palabras también resonaron en él. Aunque admiraba su entusiasmo y admiración, era difícil decidir cómo se sentía acerca de la confesión. De repente parecía una secuencia de cosas fantásticas que en realidad no podían suceder. Nada más que un cuento de hadas para niños.

—"Tú sabes bien lo que hiciste ese día", contestó él, luciendo decidido y seguro de su respuesta.

—"¿Crees que no lo sé?", replicó, "¿Crees que no me arrepiento lo que hice? ¡Por supuesto que sí! Pero tampoco soporté como me trataste, como si todo lo que te dije no significara nada"

—"¡Ya te lo dije! ¡No podía haber nada entre nosotros!", espetó.

—"¿Sigues pensando en ella?"

Una pregunta filosa y punzante para la que el chow-chow de traje no tenía respuesta en ese momento. Decidió desviar el tema.

—"Está bien, ¿Querías jugar conmigo? ¡Pues muy bien! ¡Lo lograste! ¡Te felicito!", dijo con más molestia que sarcasmo en su voz. "Si tanto querías un encuentro conmigo para besarme pudiste haberme llamado"

—"Richard, por favor. Si no hubiera sido por este nuevo look jamás habrías salido conmigo"

—"¡Eso no es cierto en absoluto!", clamó, "Solo… me tomó por sorpresa el cambio repentino en tu apariencia ¡Estás preciosa como siempre!", dice tratando de sonar lo más tranquilizadoramente posible.

Samantha responde rápidamente para no demorarse en el cumplido: "Gracias… yo tampoco me lo esperaba. No puedo evitar pensar que es un poco extraño".

Las mejillas de la perra mestiza se tiñen de rosa al recordar esa palabra. A pesar de todo, su exjefe le resulta un encanto como siempre. Reflexiona mientras, se detiene en el cumplido que le ha hecho. Luego se le acerca y le agarra la cara.

—"Aww, eres tan adorable…", dijo ella, ahuecando su rostro y frotando sus narices. Él retrocedió molesto, ella solo se rió. "Supongo que sí soy preciosa", señaló.

Richard la miró un poco más calmada. "Sí, eres muy preciosa"

—"Eres tan lindo cuando te pones así. Es bueno saber qué puedo hacerte sentir nervioso también", se ríe suavemente, mientras él la mira con desgana.

—"Eres cruel…", logra decir entre dientes, observando como ella se ríe más.

—"Así es, soy preciosa y cruel. Y ¿Sabes qué más?", le dedicó una mirada desafiante, "Soy muy inteligente, y gracias a mí has logrado prosperar en tus negocios".

Quería enojarse. Quería, desesperadamente gritarle y decirle que no tenía idea de lo que estaba diciendo y que se alejara de él. Pero ella tenía razón. Siempre tenía razón, y tenía una habilidad terrible para saber la verdad, para entender hasta los matices más sutiles. Más que eso, podía leer cualquier situación con una precisión asombrosa, y ocultarle algo era inútil. Así que abrió la boca para hablar, pero las palabras se convirtieron en un nudo en su garganta cuando vio la más que notable rebeldía en su rostro.

—"Actúas como si fueras la jefa y no yo...", pronunció con un tono lo más uniforme posible.

—"Así es. ¿Sabes por qué? Porque si no fuera por mí habrías fracasado en varios de tus negocios. Es muy evidente, porque a veces tomas decisiones muy irracionales y espontáneas", fue su tajante respuesta.

Richard suspiró profundamente, pero no dijo nada, lo que hizo que su pecho se llenara de preocupación y su corazón latiera aún más rápido.

—"Yo sólo...", intentó objetar, pero realmente estaba luchando por encontrar lo que fuera que quería decir.

—"Disculpa. No debería quitarte más el tiempo…", fue lo único que atinó a decir.

La perra mestiza se dio media vuelta para empezar a caminar, pero el chow-chow de traje le detuvo, tomándola del brazo.

—"No puedes irte…", intentó ordenar.

Samantha se rió entre dientes. "Richard, tú ya no me mandas. Ahora soy una mujer libre", declaró, soltándose de su agarre.

—"Pero… aún puedes regresar", intentó transmitirle honestidad y sinceridad en sus ojos que ahora estaban en conflicto.

—"¿Para qué? ¿Para que me vuelvas a tratar como antes? ¿Cómo si nada hubiera pasado?", sonríe con complicidad, observando cómo él se pone cada vez más nervioso.

—"¡No!", grita. "Tengo que... Tengo que...", masculla incoherentemente.

—"¿Sabes una cosa? Encontraré a alguien mejor, más interesante y prometedor. Te morirás de celos", detrás de ella se oyó una voz fría pero divertida.

—"Sí... sufriré mucho...", admite, cabizbajo. "¿Dónde encontraré a una mujer tan leal, competente y entusiasta como mi asistente personal?", balbuceó, perdiendo la batalla.

Y después de un momento, se fue. Él dejó escapar un bufido de derrota a medida que veía a esa mujer alejarse. Samantha exhaló, sintiendo que la tensión abandonaba su cuerpo a medida que caminaba. Poco y nada le importaba la lluvia o si la gente la veía con el vestido que llevaba puesto. Su mente estaba en otra cosa.

La brisa de verano estaba llena de los ligeros aromas de las flores que florecían de noche y de la tierra mojada después de la lluvia ligera. La noche estaba quieta, pacífica y silenciosa mientras los sonidos de la ciudad se desvanecían en el momento de tranquilidad. Ella sintió que sus labios se curvaban en una suave sonrisa, el estrés de hace días se alejaba de sus pensamientos mientras se concentraba en disfrutar el momento reciente.

Samantha llegó a su departamento. Cuando cerró la puerta, dio un brinco de alegría. No dejaba de reírse mientras se cubría las mejillas, recordando todo lo que pasó. "Quizás debería limpiar un poco", pensó para sí misma.