Capitulo 2: Lo siento Hijo
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Mientras Sam observaba aBernardosalircojeando, la preocupación la apuñaló con la fuerza de un presagio oscuro. Los pasos de su alumno resonaban como martillazos en su mente, cada uno más pesado que el anterior, cada eco cargado de un grito silencioso que pedía auxilio.La escena se tornó en un eco desgarrador en su mente; cada paso de Bernardo resonaba como un grito silencioso que clamaba por ayuda.Pero Bernardo no se detenía. Su cuerpo temblaba como si una tormenta interna estuviera desmoronando los cimientos de su fortaleza."No, no ahora,"murmuró entre dientes, aferrándose a un tenue hilo de esperanza que parecía desintegrarse con cada espasmo de su cuerpo y con cada latido de su débil corazón.
Un rugido dedolor indescriptiblesurgió desde el vacío donde antes reposaba elanillo de maná. No era simplemente un vacío: era un cráter ardiente, un volcán que vomitaba lava de sufrimiento que lo consumía lentamente. El fuego se propagaba por su ser, consumiéndolo en llamas que se negaban a extinguirse. Sus piernas flaquearon, y cayó de rodillas, dejando escapar un grito seco, mudo, como si el mismo aire le negara el alivio de desahogarse.
Con cada latido de su corazón, el maná que antes lo sostenía,nutría y sanaba, ahora se convertía en cuchillas que desgarraban su interior. Las venas de sus brazos se iluminaron brevemente con un resplandor púrpura, un destello cruel que delataba la corrupción que lo devoraba."¿Por qué me está pasando esto?"pensó, mientras las lágrimas luchaban por abrirse paso entre el sudor que empapaba su rostro. Su aliento se volvió un jadeo desesperado, y la sensación de ahogo lo golpeó como si el peso de mil mundos se hubiera posado sobre su pecho.
En un rincón de una habitación, uno de los espectadores murmuró, demasiado bajo para que Bernardo lo oyera."¿Viste cómo se tambaleó? Está peor de lo que pensábamos."
"No lo logrará,"respondió otro, en un tono grave, cargado de fatalidad."Ese anillo... nadie sobrevive mucho tiempo sin él. Su corazón esta comenzando a desgarrarse, debemos apresurarnos el sacrificio debe empezar antes de que sus raíces primordiales se desgarren"
Mientras tanto, Sam seguía inmóvil, sus dedos crispados a los costados. Quería correr, intervenir, pero una duda le atravesó la mente como una daga."Si me acerco, ¿lo ayudaré o lo condenaré?"La lucha interna lo dejó paralizado, su rostro marcado por una mezcla de culpa y desesperación.
Bernardollevó su mano derecha hacia sucorazón, sintiendo cómo el órgano ya débil, latía con la desesperación de una máquina rota. Cada latido era un tamborileoerrático, un golpe irregular que reverberaba en su pecho como el eco de una cuenta regresiva hacia lo inevitable. Su respiración se volvió áspera, como si inhalar fuera un esfuerzo hercúleo, y una gota de sudor fría recorrió su frente antes de caer al suelo, marcando el inicio de un sufrimiento que parecía interminable.
Elmaná, que en otros tiempos había sido su refugio, su fuerza, ahora se sentía como un veneno abrasador. La energía que alguna vez fluyó cálida por sus venas ahora lo atravesaba como fragmentos de vidrio candente. Con cada pulso, el daño se extendía, arrasando sus órganos como una marea de oscuridad implacable. Era como si sunúcleo de manáhubiera decidido rebelarse, convirtiéndose en el verdugo de su cuerpo.
El tormento era absoluto: sus músculos eran tensados hasta el límite, como cuerdas de un instrumento a punto de romperse, y luego sentía cómo se derretían en un dolor que se arrastraba lento y despiadado, como ácido que consumía cada fibra de su ser. Intentó gritar, pero no pudo; su garganta estaba atrapada en un silencio sepulcral, incapaz de liberar el horror que lo invadía.
En el fondo, entre las sombras de su mente, una voz sutil y maliciosa parecía susurrarle,"Esto es solo el principio."Pero Bernardo no podía rendirse, no aún. Su mano temblorosa se aferró con fuerza a su pecho, tratando de contener lo incontrolable, mientras un pensamiento desesperado cruzaba su mente:"¿Cuánto más puedo soportar?"
Detrás de él, algunos observadores que lo apoyaban en silencio intercambiaron miradas de inquietud.
"Está sufriendo demasiado. Si esto sigue así, no vivirá mucho más,"murmuró uno de ellos, apretando los puños.
"Es el precio del núcleo roto,"respondió otro con voz apagada, como si ya hubiera aceptado el destino de Bernardo.
Sam, parado a unos metros, observaba impotente, con un nudo en la garganta. Sus labios se movieron sin emitir sonido alguno, pero en sus ojos ardía una súplica muda:"Resiste, Bernardo, resiste..."
"¡No puedo rendirme!"rugió en su mente, como si cada palabra fuera una lanza que atravesaba la negrura que lo envolvía. La chispa de esperanza en su interior no era más que un parpadeo, tenue y frágil, pero lo suficiente para encender una tormenta dentro de él. Era ungrito de guerra silencioso, un desafío brutal lanzado al vacío, una afirmación de vida que resonaba como un trueno en medio del caos.
El dolor lo desgarraba, pero élno cedía. Cada latido de su corazón herido era una batalla ganada a la desesperación. Cada respiración, aunque irregular y pesada, era un acto de rebelión contra un destino que parecía ineludible. Su cuerpo podía estar al borde del colapso, con sus músculos ardiendo y sus órganos al borde del fracaso, pero su espíritu ardía con una intensidad feroz, tan cegadora que parecía capaz de quemar la misma sombra que lo envolvía.
A su alrededor, el mundo se fracturaba. Las sombras danzaban como espectros burlones, amenazando con consumirlo por completo. La realidad misma parecía tambalearse, desmoronándose como un castillo de arena bajo una ola implacable. Sin embargo, Bernardo no permitió que esos fantasmas lo doblegaran. En el fondo de su ser, sabía queseguir adelanteno era solo una elección, sino una necesidad, un deber hacia todo lo que alguna vez significó algo para él.
"Aunque la muerte sea el final de este camino,"pensó, apretando los dientes mientras otra oleada de dolor lo sacudía como un vendaval,"no me arrodillaré ante ella sin antes pelear hasta el último aliento."
En el rincón oscuro donde Sam observaba, su pecho se tensó al ver a Bernardo tambalearse, peroseguir en pie.
"¿Lo ves?"murmuró una voz detrás de él.
"¿Qué cosa?"preguntó otro, sin apartar la mirada.
"Su voluntad. Está... desafiando algo más que su dolor. Está peleando contra la misma muerte."
Sam cerró los ojos por un momento, tragando con dificultad."Por favor, Bernardo,"pensó, como si pudiera enviarle fuerza desde la distancia."No dejes que esa chispa se apague."
En ese instante, cuando la vida pendía de un hilo tanfrágilque parecía quebrarse con el siguiente latido,Bernardoentendió la magnitud de la batalla que enfrentaba. No era solo su cuerpo lo que luchaba por resistir, sino la esencia misma de su ser. Cada segundo que lograba mantenerse en pie era un triunfo, un testimonio de la chispa indomable que aún ardía en su interior, aunque la oscuridad intentara sofocarla con su abrazo helado.
El dolor era un océano inmenso, peroBernardose negaba a ahogarse. Su mente se convirtió en un campo de batalla donde laluzy laoscuridaddanzaban en un combate feroz, cada una tratando de reclamarlo por completo. La esperanza surgía como un susurro cálido, mientras el desespero rugía como un monstruo hambriento. A pesar de ello, decidió no rendirse. No dejaría que el miedo clavara sus garras en su alma.
Cuando las lágrimas comenzaron a arremolinarse en sus ojos, amenazando con derramarse, las reprimió con una determinación feroz."No,"pensó, aferrándose a los recuerdos que más atesoraba. La risa de un amigo, el calor de un abrazo, las promesas que aún quedaban por cumplir... Esos fragmentos de su vida eran sus anclas, los pilares que lo mantenían firme en medio deltorbellino emocionalque lo rodeaba.
Sus labios se movieron en un murmullo apenas audible,"No he terminado todavía."Su mano derecha, temblorosa pero resuelta, se alzó hacia el cielo, como si pudiera alcanzarlo y reclamar la fuerza que necesitaba para seguir luchando.
Desde la penumbra, los observadores que aun se mantenían guardaron silencio, conteniendo el aliento ante la escena.
"¿Viste eso?"dijo uno, señalando el gesto de Bernardo.
"Está peleando... no sé cómo, pero está peleando,"respondió otro, con una mezcla de asombro y respeto en su voz.
Sam, observando cada movimiento de su alumno, sintió un nudo en el pecho. Su mandíbula se tensó, y apretó los puños."Si él no se rinde... ¿Cómo podría hacerlo yo?"pensó, decidido a hacer lo imposible para ayudarlo.
Lalucha continuó, cada instante marcado por un dolor que parecía no tener fin, pero también por una fuerza interna que desafiaba todo pronóstico.Bernardono solo estaba combatiendo contra su propio cuerpo, quebrado y frágil, sino que su resistencia era una ferozdeclaración al universo, un rugido silencioso que decía:"No me someteré."
Cadalatido irregularresonaba como un tambor de guerra, cadarespiración entrecortadaera un recordatorio de que aún estaba vivo, de que aún había algo por lo que pelear. Era más que supervivencia: era el testimonio de una voluntad que no podía ser aplastada. En ese momento,Bernardodejó de ser solo un hombre enfrentando la adversidad; se transformó en un símbolo, una chispa detenacidadque brillaba intensamente incluso frente a laoscuridad implacableque intentaba devorarlo.
El camino ante él era incierto, lleno depeligros inminentesque acechaban desde las sombras, pero eso no lo detendría. En su mente, no era solo su vida lo que estaba en juego, sino la promesa de lo que aún podía llegar a ser, de los sueños que todavía podía alcanzar y de las historias que todavía podía escribir.
Desde el salón, Sam observaba con el corazón en un puño, viendo cómo su alumno se erguía contra lo imposible. Su respiración era contenida, sus ojos no se apartaban de él."Esa determinación...", pensó, mientras una extraña mezcla de orgullo y desesperación lo invadía.
"¿Cómo puede seguir de pie?"murmuró alguien entre los observadores, incapaz de comprender cómo alguien podía resistir tanto.
"No lo entiendes,"respondió otro con voz grave,"no es solo su cuerpo el que lucha. Es algo más profundo... es su espíritu."
En el pecho de Bernardo, el dolor seguía rugiendo, pero también lo hacía su esperanza."Si caigo,"pensó con los dientes apretados,"será peleando, dejando una marca que ni la muerte podrá borrar."
Bernardoestaba atrapado en su propio abismo, con la mente ahogada por unvelo de desesperacióntan denso que lo separaba del mundo. El dolor que recorría su cuerpo era un amo cruel, y en su agonía no había lugar para nada más. El entorno a su alrededor se desvanecía en un ruido blanco, los peligrosinminentesse convertían en sombras difusas que carecían de significado para él. Pero el universo no estaba dispuesto a dejarlo hundirse en su miseria en silencio.
Del lado derecho, unamano pálidaemergió como una guadaña que cortaba el aire, y antes de que Bernardo pudiera reaccionar, sintió un golpe que lo atravesó como un rayo. La fuerza del impacto lo arrojó hacia atrás, su cuerpo estrellándose contra la pared con un crujido seco y contundente. El eco del golpe resonó como un trueno, rompiendo el ensimismamiento que lo había envuelto y arrastrándolo de vuelta a una realidadbrutal y despiadada.
El dolor físico ahora dominaba, eclipsando la tormenta emocional que antes lo consumía. La pared detrás de él crujió, y pequeñas grietas serpenteaban desde el punto donde había chocado, como si la estructura misma compartiera un fragmento de su sufrimiento. Su respiración se cortó, reemplazada por una tos amarga que trajo consigo un sabor metálico.
"¿Qué demonios fue eso?"alcanzó a pensar, mientras intentaba enfocar la vista a través del vértigo que lo invadía. Una figura emergía entre las sombras, fría y siniestra, con un rostro que parecía tallado en mármol helado.
A su alrededor, los murmullos crecieron.
"¡Lo atacaron! ¿De dónde vino esa mano?"gritó uno de los observadores, retrocediendo en pánico.
"Ese imbécil, como se atreve a hacer esto en la academia..."dijo otro, su voz quebrada por el miedo.
Bernardo intentó moverse, pero sus extremidades pesaban como si estuvieran hechas de plomo. A pesar del dolor que lo devoraba, su mente comenzaba a recuperar la claridad."No voy a quedarme aquí tirado,"pensó, mientras sus dedos se aferraban al suelo, su voluntad encendida por un nuevo propósito.
La figura dio un paso adelante, su presencia envuelta en un aura de amenaza.
"¿Sigues con fuerzas para resistir, lisiado?"dijo con una voz helada que se clavó en el aire como un cuchillo.
Bernardo levantó la mirada, su mandíbula tensa, y aunque su cuerpo temblaba, en sus ojos ardía un fuego que no podía ser extinguido."Ven y pruébame."
Lafigura oscuraque lo había golpeado salió de las sombras como un espectro vengativo, su presencia tan gélida como amenazante. Su silueta parecía absorber la poca luz que había en el lugar, convirtiéndola en un vacío que oprimía el ambiente. Mientras tanto,Bernardo, aturdido por el golpe y con el cuerpo aún sacudido por el impacto, sintió el rugido de laadrenalinainvadiendo cada rincón de su ser, encendiendo una chispa de alerta en medio de su confusión.
"¿Qué está pasando?"pensó, mientras sus manos temblorosas buscaban apoyo para incorporarse. El dolor en su pecho y la rabia acumulada dentro de él chocaban en un torbellino que lo forzaba a decidir: rendirse o enfrentarlo todo, incluso a los demonios internos que lo habían mantenido prisionero en su propio abismo.
A medida que su visión se aclaraba, sus ojos se enfocaron en su agresor. La figura, aunque envuelta en un aura de amenaza, comenzó a tomar forma, revelando un rostro que Bernardo conocía demasiado bien. Su mandíbula se tensó, y una mezcla de incredulidad y rabia recorrió su ser."Thomas."
El nombre era un golpe tan fuerte como el que lo había lanzado contra la pared.Thomas, un antiguo conocido, alguien que alguna vez fue más que un compañero en la academia, ahora se erguía frente a él como unverdugo cruel. Su mirada estaba cargada de desprecio, y su postura dejaba claro que estaba allí para aplastarlo, no solo físicamente, sino también espiritualmente.
"¿Así que todavía puedes levantarte?"se burló Thomas, cruzando los brazos con una sonrisa fría y retorcida."No esperaba menos de alguien tan testarudo. Pero admítelo, Bernardo, estás acabado."
Bernardo, tambaleándose pero firme, lo enfrentó. El dolor era un fuego abrasador que lo consumía por dentro, pero sus ojos brillaban con una mezcla de desafío y furia."¿Imprudente? No, Thomas... tú eres el insensato si piensas que me voy a quedar en el suelo."
Alrededor de ellos, los susurros de los espectadores crecían en intensidad.
"¿Thomas? ¿Qué está haciendo? ¡Esto no es un duelo, es una ejecución!"murmuró alguien con nerviosismo.
"No puede ser, pensé que eran familia alguna vez..."agregó otro, con la voz cargada de confusión.
Thomas sonrió, una sonrisa que era más filo que gesto."Familia... Ja esa palabra solo fue antes de que demostraras lo débil que eres. Esta vez no hay nadie para salvarte, Bernardo."
Bernardo apretó los puños. Las palabras de Thomas eran como dagas, pero también eran un combustible que alimentaba la tormenta dentro de él. A pesar de todo el dolor, de cada fibra rota en su cuerpo, el espíritu de Bernardo ardía con una determinación indomable."Si crees que me romperás hoy, Thomas... prepárate para fallar."
Thomas se burlo y dirigio su mirada hacia los que apoyaban a Bernardo en las sombras, su sola mirada los ahuyento aunque entre ellos habian algunos que sonreían con complicidad, mientras que otros estaban complacidos ante el accionar de Bernardo, y se dirigian a vigilar a los hermanos del joven que el dia de hoy seria ofrecido en sacrificio. Un sacrificio que padre propuso a la familia, la familia de la que tan orgulloso es Thomas.
—Así que aún tienes el valor de venir a la academia, a pesar de que mi abuelo te ordenó que dejaras de hacerlo.Dime, ¿estás aquí porque eres simplemente idiota o es porque tu estúpida madre todavía tiene esperanzas de que te sanes de alguna manera milagrosa, lisiado?—la voz deThomasera afilada como un cuchillo, cada palabra cargada de desprecio.
El aire parecía volverse más denso con cada sílaba que salía de su boca, como si las palabras deThomasfueran cuchillas afiladas que atravesaban la piel de Bernardo, dejando una marca profunda y amarga.Thomasno lo miraba con la arrogancia tranquila de antes. No. Ahora había un brillo cruel en sus ojos, una sonrisa torcida que reflejaba algo mucho más oscuro. Sabía lo que había hecho, lo que estaba haciendo. Y parecía disfrutarlo.
Bernardo, que había estado tratando de mantener la calma, sintió que su interior comenzaba a arder con una mezcla de rabia y dolor.¿Por qué ahora, Thomas? ¿Por qué me haces esto?Se preguntó, mientras sus manos, temblorosas y cubiertas de sudor frío, se apretaban en puños.No me importa lo que pienses de mí, pero que te atrevas a hablar de mi madre...La ira lo consumió por un momento, pero sus piernas, inestables por el desgaste, lo hicieron titubear, arrastrando su atención hacia la propia lucha interna que no podía ignorar.
Thomasdio un paso adelante, sus ojos brillando con un placer enfermizo al ver la incomodidad de Bernardo."¿Todavía tienes esas ilusiones?"susurró burlonamente, como si estuviera disfrutando de cada palabra amarga que caía de su lengua. La manera en que lo decía, con tal frialdad y desdén, le hacía parecer menos un compañero de la academia y más un monstruo que disfrutaba ver cómo otro ser humano sufría.
Bernardono podía dejar de mirarlo, los recuerdos de su relación pasada, los momentos de camaradería, todo se desmoronaba en ese instante, como un castillo de naipes derrumbado por el viento.¿Qué había sido de aquel Thomas?Pensó, mientras su mente daba vueltas, entre el miedo y la confusión.
En ese momento, un grito irracional rompió el silencio."¡Cállate!"Bernardo gritó, con la voz quebrada, como un rugido de desesperación y coraje. No sabía si era su mente o su cuerpo el que le estaba dando fuerzas, pero algo dentro de él lo impulsó a mantenerse de pie, a desafiar todo lo queThomasrepresentaba. AunqueThomashabía golpeado sus esperanzas, no destruiría su voluntad.
Thomas, sorprendido por el grito, sonrió aún más ampliamente, como si lo hubiera estado esperando."Eso es lo que me gusta, Bernardo. Muestras algo de vida, aunque sea demasiado tarde para ti."
—Me sigues sorprendiendo, lisiado...Eh,¿qué pasa?—se burlóThomas, acercándose con una sonrisa llena de desprecio—.¿Por qué me miras así, lisiado?Aunque tupadrepueda tomar la posición del líder supremo de nuestra rama colateral, solo es un recogido que ha olvidado todo por su posición y su actual poder.
Las palabras deThomascaían sobreBernardocomo dagas afiladas, cada una perforando las grietas de su ser, reabriendo viejas cicatrices que jamás terminarían de sanar. El veneno de sus palabras, como un río torrencial, le arrastraba, arrasando con cada vestigio de dignidad que aún intentaba sostener.Bernardoapretó los dientes, su mandíbula tensa, su pecho agitado por la creciente mezcla de rabia y humillación.
El eco de las palabras deThomasresonaba en su mente,"recogido","olvidado","poder", y cada término era un recordatorio punzante de la verdad cruel que siempre había temido, pero que ahora se le lanzaba a la cara como una brutal bofetada. Supadre... el hombre que tanto había admirado, ahora parecía solo un objeto en manos de aquellos que lo veían como un mero peón."¿Qué haría mi madre al saber esto? ¿Qué pensarían de mí?"El pensamiento de que la imagen de su padre pudiera ser tan fácilmente destruida lo dejó sin aliento.
Thomasdio un paso más cerca, sus ojos brillando con una mezcla de sadismo y satisfacción. La mirada que le lanzaba no era solo de desprecio, sino de algo mucho más oscuro: un deseo insaciable de aplastar lo poco que quedaba de esperanza enBernardo. Cada palabra que soltaba era una nueva carga sobre los hombros deBernardo, una nueva carga que sentía que lo aplastaba, hundiéndolo aún más en la desesperación.
—"Te veo ahí, parado como un idiota, mirando el vacío, como si pudieras hacer algo. Eres un niño atrapado en la fantasía de un futuro que jamás llegará,"Thomascontinuó, su voz ahora impregnada de un desdén aún más profundo,"lo que sea que esperes, solo estás retrasando lo inevitable."
A pesar del dolor, a pesar de la tormenta emocional que lo envolvía,Bernardosentía algo más que el deseo de rendirse. La furia dentro de él comenzaba a crecer, como un fuego avivándose por la ira, y la decisión de no dejar queThomaslo aplastara, de no permitir que sus palabras dictaran su destino, lo mantenía en pie.
"¡Cállate!"Su voz salió como un rugido, resonando en el aire, desbordando todo el sufrimiento que había acumulado. Su pecho, aún dolorido, se alzó con una determinación feroz, una furia que reemplazaba el miedo que había sentido antes. Las heridas seguían abiertas, sí, peroBernardoya no sentía el deseo de esconderse en la oscuridad. Sabía queThomasquería verlo caer, pero lo que no sabía era queBernardoya había comenzado a levantarse.
—¿Y qué crees?Tarde o temprano,yo llegaré al rango donde tú imbécil padre, y lo mataré.La declaración salió de sus labios con una mezcla de desafío y desesperación; era una promesa hecha en medio del caos, un grito de resistencia ante el desprecio palpable.
Las palabras deThomasresonaron en el aire cargado de tensión, como una detonación en medio de la tormenta. No eran solo amenazas vacías, no eran solo palabras lanzadas al viento; eran su declaración de guerra, un juramento inquebrantable que se alzaba con furia en su interior. A cada sílaba, la rabia y la frustración que había acumulado durante tanto tiempo se liberaban como una fuerza imparable.Thomaspodría burlarse, podría disfrutar del sufrimiento deBernardo, pero él sabía que las cadenas que lo mantenían cautivo no lo definirían para siempre.
Bernardono temía a la muerte. Ya había tocado la desesperación, ya había estado al borde de la oscuridad más profunda, pero ahora algo dentro de él ardía con una nueva fuerza. Había perdido mucho, sí, pero aún quedaba algo más: su voluntad de luchar, de seguir adelante, incluso cuando todo parecía estar en su contra. Y eso era algo queThomasno entendía.
Mientras latensiónen el aire se hacía palpable, unviento fríoparecía recorrer la habitación, trayendo consigo el peso de unairrevocable confrontación. La mirada deBernardose endureció, y por primera vez en mucho tiempo, dejó de sentir el miedo a la derrota.Thomasestaba frente a él, peroBernardoya no veía solo al hombre que había sido su compañero en otro tiempo; veía una sombra, una presencia a la que desafiaría con cada fibra de su ser.
—Esto no es el final—murmuró para sí mismo, como un recordatorio de supropósito. Con cada palabra que salía deThomas, con cada ataque verbal que lo golpeaba, algo dentro deBernardose iba transformando. Era como si la rabia fuera un catalizador, un fuego que quemaba las huellas de su sufrimiento y lo convertía en algo más fuerte, más decidido.
En ese momento crítico, mientras el aire se llenaba detensiónyhostilidad,Bernardocomprendió que no solo luchaba contraThomas; estaba enfrentando todo lo que había perdido y todo lo que aún deseaba recuperar. La rabia burbujeaba dentro de él como lava lista para erupcionar; no permitiría que esta confrontación fuera el final de su historia.No podía, no lo permitiría. El desafío deThomassolo avivaba el fuego en su interior.
"Te voy a hacer pagar por cada palabra,"pensó, sus manos temblorosas pero firmes, listas para enfrentarse al monstruo que había sido su amigo, ahora convertido en su peor enemigo. YThomaslo había hecho. Había desatado una tormenta dentro de él que no podría contenerse mucho más.
Con unarisa cruel,Thomasse inclinó haciaBernardo, como un depredador que se deleita con el sufrimiento de su presa. —¿De verdad crees que alguien podría tener piedad de ti?Eres unlastre, unerroren este mundo.¡Mira cómo te arrastras!—su voz estaba impregnada de desprecio, un veneno verbal que desgarraba el alma deBernardo, cada sílaba resonando como un grito de condena.
Las palabras de Thomaseran cuchillos afilados que se clavaban en la carne deBernardo, desmembrando poco a poco los fragmentos de su resistencia. No había ni un atisbo de compasión en la voz de su antiguo compañero; solo quedaba la cruel satisfacción de quien había logrado destruir algo precioso.Bernardo, con la mirada fija, apretó los dientes, pero el dolor comenzaba a ser tan abrumador que las palabras deThomasse disolvían en el aire, eclipsadas por elsufrimiento físico.
Sin previo aviso, unpuñose hundió en el estómago deBernardo, arrancándole el aire de los pulmones y dejándolo sin fuerzas. Un grito ahogado salió de su garganta, pero no fue suficiente para contener eldolorque lo atravesó como unrayo, electrificando cada fibra de su ser.Cada golpeparecía arrancarle no solo lafuerza, sino tambiénsu humanidad, dejándolo en un estado deagoníaabsoluta.
La sangrecomenzó a brotar de su boca, cada bocado saliendo con la fuerza de una tormenta, como si su propio cuerpo se estuviera rebelando contra la crueldad de lo que estaba viviendo. Los ojos deBernardose llenaron de lágrimas, pero la furia seguía quemando en su pecho, negándose a extinguirse. En su mente, el dolor se multiplicaba, cada impacto deThomasresonando con unarisa burlonaque parecía provenir de lo más profundo de su ser.La risadeThomasno solo amplificaba susufrimiento, sino que le arrancaba algo más dentro de él, algo que nunca pensó que perdería: laesperanza.
A pesar de todo, algo dentro deBernardoseguía luchando. AunqueThomasse regocijaba en su caída,Bernardoaún sentía la chispa de resistencia. Cadalatidode su corazón era un recordatorio de que no podía ceder, que no podía permitir que todo lo que había sido destruido se desvaneciera sin una última batalla. Mientras sus fuerzas se desvanecían, un pensamiento ardió en su mente:"No voy a morir aquí. No por ti."
La violencia era tan brutal que el tiempo parecía ralentizarse, como si el mismo aire se viera contaminado por el sufrimiento de Bernardo. Los golpes de Thomas caían sin cesar, cada uno un martillo de dolor sobre la carne vulnerable de Bernardo, que intentaba resistir lo imposible. El sonido de los puñetazos resonaba con un eco cavernoso, el sonido de huesos quebrándose y piel rasgada. Cada golpe era una marca indeleble en su cuerpo, pero más aún, en su espíritu. La violencia era tan brutal que el tiempo parecía ralentizarse, como si el mismo aire se viera contaminado por el sufrimiento de Bernardo. Los golpes de Thomas caían sin cesar, cada uno un martillo de dolor sobre la carne vulnerable de Bernardo, que intentaba resistir lo imposible. El sonido de los puñetazos resonaba con un eco cavernoso, el sonido de huesos quebrándose y piel rasgada. Cada golpe era una marca indeleble en su cuerpo, pero más aún, en su espíritu.
"¡Vamos!"La voz de Thomas vibraba en su mente, burlona y cruel."¿Eso es todo lo que tienes?"La burla estaba impregnada de un veneno venenoso, que no solo desgarraba el cuerpo de Bernardo, sino que también lo atacaba en lo más profundo de su ser. Las palabras de Thomas se clavaban como cuchillos, y el lamento del alma de Bernardo se hacía más fuerte con cada palabra hiriente.
"Pensé que los lisiados tenían más resistencia. ¡Qué decepción!"Cada palabra era una daga lanzada contra su corazón, mientras el cuerpo de Bernardo se doblaba ante el peso de la violencia. El dolor físico, aunque agudo y punzante, palidecía ante la humillación, la sensación de ser reducido a nada más que un objeto de burla.
Lasatisfacciónen la voz de Thomas era tan palpable que Bernardo sentía que cada palabra era un golpe más."Tu madre debe estar tan avergonzada de ti que ni siquiera puede mirarte a los ojos."Esas palabras fueron como ácido sobre una herida abierta, un recordatorio brutal de su vulnerabilidad y de todo lo que había perdido. El desprecio de Thomas no conocía límites.
"¿Sabes qué? Deberías agradecerme por hacerte un favor y acabar con tu miserable existencia."La amenaza resonó en el aire como un susurro mortal, cada palabra más aterradora que la anterior. Bernardo intentó levantarse, a pesar de la sangre que brotaba de su boca y de sus heridas abiertas. Cada respiración se sentía como un desafío a su propio cuerpo, que le pedía rendirse.
Pero no lo haría. A pesar de la brutalidad que lo rodeaba, a pesar de las palabras crueles de su agresor, una llama tenue, casi extinguida, seguía ardiendo en su pecho. Cada golpe que recibía, cada humillación que soportaba, solo lo empujaba más allá del límite, alimentando la rabia que se levantaba dentro de él. Aunque su cuerpo estuviera al borde del colapso, su espíritu seguía luchando, resistiendo con cada gramo de fuerza que le quedaba.No iba a rendirse.
A pesar del sufrimiento abrumador, algo dentro de Bernardo comenzó a despertar. En medio de la tormenta de golpes y burlas, una chispa de resistencia se encendió en su interior. La rabia y la indignación comenzaron a mezclarse con el dolor, formando una mezcla explosiva que amenazaba con liberarse, una furia controlada que retumbaba en su pecho como un tambor de guerra. Cada palabra cruel de Thomas, cada golpe que lo derribaba, solo alimentaba esa llamarada interna, haciéndola crecer a una velocidad aterradora.
"No... no voy a caer..."pensó Bernardo, mientras el aliento le fallaba y las heridas le punzaban hasta los huesos. Sus pensamientos eran claros, pero su cuerpo no respondía como debería. El maná, esa energía vital que antes lo había fortalecido, ahora lo devoraba desde el interior, desgarrando sus entrañas con cada latido. Era como si el mismo fuego que debería haberlo sanado ahora lo estuviera consumiendo en una agonía interminable.
Cada intento de moverse o contraatacar le recordaba el precio que tendría que pagar: más dolor, más daño.El maná lo estaba destruyendo.El daño que había sufrido su cuerpo era demasiado grande, sus músculos desgarrados, sus huesos quebrados. Intentar usar el maná de nuevo era una condena segura; un golpe mortal. La lucha interna entre el deseo de resistir y el miedo de que su propio poder lo destrozara le arrancaba cada centímetro de fuerza que le quedaba.
Pero algo cambió.La chispa de resistencia no se apagó.La rabia y el desprecio por Thomas, por la vida que le había sido arrebatada, por las humillaciones, se transformaron en determinación. Unfuego internoque se avivaba cada vez más, aunque su cuerpo estuviera al borde de la quiebra. Bernardo sabía que debía encontrar una manera, no solo para defenderse, sino parareivindicarlo que era suyo. La desesperación lo estaba empujando hacia un abismo, pero en sus ojos brillaba unachispaque nunca se había visto antes.
"No voy a morir aquí."Se dijo a sí mismo, mientras sus manos sangrientas apretaban el suelo en busca de apoyo. El maná seguía torturándolo, pero su voluntad comenzó a forjarse con una fuerza de acero. No importaba el costo, no importaba el dolor.Esta batalla no era solo contra Thomas.Era contra todo lo que había intentado destruirlo, y ahora, por primera vez, Bernardo sabía que la victoria estaba al alcance de su mano, aunque tuviera que perderlo todo para conseguirla.
—No... no puedo dejarme vencer así—pensó Bernardo, mientras el mundo a su alrededor se desvanecía en sombras y gritos. Cada golpe no solo dañaba su cuerpo; también alimentaba su determinación interna. La brutalidad de cada impacto parecía alejarlo de la realidad, sumiéndolo en un océano de agonía, pero a la vez encendía una llama dentro de él que no podía ignorar.La rabia y el dolorse entrelazaban, y aunque su cuerpo estaba al borde de la rotura, su mente seguía ardiendo con un propósito claro: no ceder, no rendirse.
A pesar de la brutalidad del momento, sabía que había algo más grande en juego: sudignidady suderecho a lucharpor lo que creía. Las palabras de Thomas, cargadas de veneno y desprecio, solo lograban reforzar su resolución. Cada insulto, cada golpe, se convertía en una carga más pesada sobre sus hombros, pero también en elcombustible necesariopara avivar la furia que latía en su pecho.Este sufrimiento no era el final.Era la prueba que necesitaba para transformarse, para demostrar que no importaba cuánto lo aplastaran,nunca dejaría de levantarse.
El dolor ya no era solo físico; eraun grito en su alma, una llamada a la resistencia que resonaba en lo más profundo de su ser. Cada movimiento, cada respiración, estaba impregnado de lafuerza de su voluntad. Sabía que no podría enfrentarse a Thomas de manera convencional, pero había algo dentro de él que nunca dejaría de luchar.La dignidad no se arrodilla, y Bernardo estaba dispuesto a demostrarlo, aunque su cuerpo estuviera al borde de la destrucción.
A través de la niebla de dolor, pudo ver con claridad lo que realmente estaba en juego: no solo su vida, sino sulibertad para elegir su destino. Y eso, eso era lo que lo mantenía en pie, lo que lo obligaba a desafiar el peso del mundo que lo aplastaba, mientras el caos a su alrededor se desataba sin piedad.
Mientras larisa cruelde Thomas resonaba en sus oídos, Bernardo decidió que no sería solo un espectador en esta obra sombría.Con cada golpe recibido, se forjaba una nueva resolución, una más feroz que la anterior. No permitiría que esa cruel burla definiera su existencia, ni permitiría queThomasse llevara lo poco que quedaba de su dignidad. La lucha no solo era física; era un grito sordo contra lainjusticiay eldesprecioque había soportado durante tanto tiempo, un grito que se alzaba en su alma, desbordando el dolor de su cuerpo.
Elgolpe tras golpelo empujaban al límite, pero algo en su interior se endurecía con cada impacto. Como un hierro en el fuego, su espíritu se templaba, más fuerte y más decidido.El dolor ya no era solo un enemigo; se convirtió en el combustible para su resistencia. Bernardo sintió cómo larabiacomenzaba a mezclar con ladesesperación, creando una cóctel explosivo de emociones que lo transformaban, que loimpulsaban a seguir adelante, a pesar de la destrucción de su propio ser.
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