Capitulo 2: Lo siento Hijo

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A través de las miasmas de sufrimiento, Bernardo comprendió algo crucial: no solo luchaba por su vida, sino por elderecho a ser escuchado, por el derecho a decidir su destino en un mundo que lo había arrinconado y olvidado.¿Qué era más doloroso?¿Laagonía físicade los golpes o la humillación constante de ser tratado como nada?

Pero en ese mismo instante, una chispa de claridad atravesó la niebla.Thomaspodía destruir su cuerpo, pero no podría jamás quebrantar lavoluntad inquebrantablede su ser.La lucha era más grande que cualquier dolor físico.Era una guerra interna, una batalla con la oscuridad que amenazaba con tragárselo, y Bernardo, como un titán, se negaba a ceder, a doblarse ante ella. Cada palabra cruel, cada golpe, se convertía en el eco de supromesa silenciosa de resistencia.El sufrimiento no sería su final, sino su renacimiento.

¿Vamos, vas a llorar? ¿Vamos, Bernardo, sé un buen lisiado y déjame escuchar tus gritos?—continuóThomas, disfrutando del sufrimiento ajeno, como un depredador que se alimenta de la miseria de su presa.¡Patético!Las palabras deThomaseran comocuchillos afilados, cada una destinada a desgarrar aún más la frágil autoestima deBernardo, buscando hundirlo en la desesperación más profunda.

"Tu madre debería estar avergonzada de tener un hijo como tú.¿Acaso no te das cuenta de que no eres más que una carga para todos?" Las palabras deThomasse clavaron en su mente,veneno puro, buscaban desterrar cualquier vestigio de esperanza que quedara en su alma.El desprecioflotaba en el aire como una niebla asfixiante, haciendo queBernardosintiera que no solo sus entrañas se retorcían, sino también sucorazón. La vergüenza queThomasle imponía era tan profunda que sentía que la tierra misma lo rechazaría.Cada golpe, cada burlaparecía estar desmantelando lo que quedaba de su dignidad.

Aun así,Bernardono podía rendirse. No solo luchaba contra el físico desgarrador de los golpes, sino también contra esas palabras que trataban de quebrar su espíritu.¿Acaso era eso todo lo que podía ser?¿Un simplelisiadodestinado a arrastrarse por el mundo, sin valor ni propósito? No. En lo más profundo de su ser,Bernardosintió cómo unafuerza invisiblecomenzaba a encenderse dentro de él.La rabiacrecía, alimentada por cada insulto, cada palabra cruel, porque entendió algo que lo hizo hervir de furia:Thomasno tenía idea de lo que significaba ser verdaderamente fuerte.

A pesar de todo,Bernardopermaneció erguido, aunque su cuerpo se doblara bajo el peso de los golpes.A pesar de todo, no iba a dejar queThomasdefiniera quién era. El dolor se intensificaba, pero noel alma de Bernardo. Cada insultoera un recordatoriode por qué no podía ceder. Y en medio de esa tormenta de oscuridad, algobrilló en sus ojos.La lucha no había hecho más que comenzar.

Bernardosentía cómo la desesperación se transformaba enfuria. Cada golpe queThomasle infringía no solo golpeaba su carne, sino también su alma. Eldolor físicoera insoportable, pero había algo más, algo mucho más profundo que comenzaba a hervir dentro de él.Su espíritu, roto, herido, ya no se rendía. Aunque su cuerpo estaba al borde del colapso,la voluntad de no cederse elevaba como una llama inextinguible.

Cada golpe resonabaen su cuerpo como un eco sombrío, pero también recordaba lasheridas invisiblesque lo acechaban,sombrasque nunca se disipaban,cicatrices emocionalesque lo habían marcado desde el principio.La burla, los abusos, y las miradas despreciativas de su pasado se unían a la brutalidad presente. Era como si el tormento nunca terminara, como si fuera parte de su naturaleza.

Thomas, al ver queBernardoaún estaba de pie, lo pateó confuerza, buscando desterrarlo, borrarlo, reducirlo a nada.Pero fue en ese instante, en la violencia de ese golpe, que algo cambió.Bernardo, a pesar de la palidez de su rostro y las marcas de sangre, lo miró. No era un gesto demiedoodesesperación, sino uno dedesdén,frialdad, como si lo que estuviera mirando fuera un simple insecto más, unser insignificante. ParaThomas, fue un choque inesperado. No estaba viendo allisiadoal que había humillado tantas veces. En sus ojos,vio la muerte: no de su cuerpo, sino de la parte de él que podía ser vencida.

Bernardo lo observó fríamente, como siThomasfuera unmuerto más, un eco del pasado, ya vencido incluso antes de empezar. Algo dentro de él se rompió, pero a la vez se reconstruyó de nuevo.La furiaque sentía lo mantenía de pie, desafiando el poder de su atacante, desafiando su propia fragilidad. Esta batalla no sería solo de carne y hueso;era la última resistencia de su espíritu, un enfrentamiento contra todo lo que lo había herido.

Bernardono iba a ser solo un espectador más en su propia ruina.No hoy. No ahora.

Thomasse inclinó aún más cerca deBernardo, con una sonrisasádicaen su rostro.Cada palabra que salía de su bocaestaba impregnada devenenoy desprecio. "¿Qué piensas hacer? ¿Llamar a mami o papi para que te salven? ¡Je! Qué ridículo y patético eres", se burló con una risa cruel. Sus palabras erandagasque se clavaban directamente en ladignidaddeBernardo, cada una diseñada paradestruirlo que quedaba de sualma. "Te voy a dejar marcado para siempre, para que cuando tu estúpida madre vea tu cadáver, vea que su hijo solo fue un estorbo más. Nadie querrá acercarse a un monstruo inútil como tú."

Eldolorera insoportable. Los golpes seguían cayendo sobre su cuerpo con unafuerza implacable, como si cada impacto buscaraborrartodo lo queBernardohabía sido. Sus huesos crujían bajo el peso de la violencia, y sumenteparecía desmoronarse bajo el vendaval de insultos y agresiones. Pero, en medio de todo esto, algo comenzó adespertaren su interior.

Aunque su cuerpo estaba al borde delcolapso, y cada golpe parecía acercarlo más al abismo,Bernardosabía, con una certeza creciente, que no podía ceder. No podía permitir que este fuera el fin.Algo dentro de élse rehusaba a apagarse, algo que había permanecido latente durante tanto tiempo. Era lallama de la resistencia, una chispa que se había mantenido oculta bajo la capa de sufrimiento y humillación, pero que ahora comenzaba a brillar con fuerza.

A pesar de la brutalidad de los golpes,Bernardoentendió que no podía serderrotadopor las palabras deThomas, ni por sus puños. Este momento no era solo una prueba de resistencia física; era unaprueba de su espíritu, unaúltima oportunidadpara decidir quién sería. A medida que la ira y la desesperación se entrelazaban en su ser, unaresolución ferozse formó en su interior.No iba a morir de esta manera, no iba a dejar queThomasy sus palabras lo destruyeran.

Con un esfuerzo titánico,Bernardoreunió lo que quedaba de su energía. Cada músculo le dolía, su cuerpo parecía estar hecho dehuesos rotos y carne desgarrada, pero su mente estaba másfirme que nunca. No solo luchaba contraThomas; luchaba contra todo lo que le había sido arrebatado, contra todo el sufrimiento que había soportado, y contra la idea de que nuncasería másque unlisiado.

Elcamino de la derrotaparecía claro, peroBernardolo rechazó, negándose a ceder ante su destino.Era el momento de levantarse, de enfrentarse a todo lo que había sido su verdugo. Y, aunque lamuerteo lahumillaciónlo acechaban, la llama en su interior seguía ardiendo.No se rendiría. No hoy. No jamás.

Larisa crueldeThomasperforaba los oídos deBernardo, resonando como un eco lejano y grotesco, casi como si se burlara no solo de su dolor presente, sino de toda su existencia. Pero mientras las carcajadas de su verdugo llenaban el aire, algo más profundo comenzaba a aflorar en la mente deBernardo: imágenes de su infancia emergían como destellos entre la bruma de la agonía.Momentos de alegría y dolor, entrelazados, tejían una narrativa que le recordaba quién era y de dónde venía.

Los días en los que su madre le hablaba bajo la luz cálida del atardecer cobraron vida en su memoria."La valentía no es la ausencia de miedo, hijo, sino enfrentarlo cuando todo parece perdido", solía decirle, con la mirada firme pero llena de amor. Esas palabras eran ahora un ancla, una isla de fortaleza en un mar de caos y sufrimiento.Cada enseñanza, cada lección, se convertía en un refugio al que podía aferrarse mientras las sombras amenazaban con consumirlo.

Con cada golpe recibido, esa chispa que había estadoenterrada bajo capas de humillación y dolorcomenzó acrecer. La rabia, esa emoción que había mantenido contenida por tanto tiempo, surgió como un río desbordado. Ya no era solodolor, era algo más; erafuerza, eradeterminación. Sentía cómo esa chispa sealimentabadel desprecio deThomas, transformándose en una llama que no podía ignorar.Bernardoentendió que ya no estaba en juego solo su cuerpo; era suespíritu, su esencia, lo que se negaba a rendirse.

El aire que exhalaba, aunque cargado desangre y esfuerzo, parecía más firme.No podía seguir siendo un espectadoren esta cruel obra; tenía que tomar las riendas, incluso si hacerlo significaba desafiar los límites de su cuerpo debilitado. Mientras los puños deThomasseguían cayendo,Bernardolevantó la mirada, sus ojos ardiendo con una resolución que parecía casi inhumana. La llama que ahora crecía dentro de él no solo lo empujaba aresistir, sino arecordarque incluso las cenizas pueden volver a encenderse.

"No seré el espectador de mi propia derrota,"pensó, mientras su espíritu comenzaba a rugir más fuerte que el dolor que lo ataba.Bernardo, roto pero no vencido, sabía que esta batalla, física y emocional, apenas comenzaba.

En ese instante crítico, comprendió que no solo luchaba contraThomas; estaba enfrentando todo lo que había soportado en silencio: eldesprecio, eldolory elmiedo. Con cada golpe que caía sobre él, decidió que no sería solo unblanco fácil; no permitiría que elodio ajenodefiniera su existencia. Con unadeterminación renovada,Bernardoapretó los dientes y se preparó para levantarse.

Aunque el camino hacia lavictoriaparecía oscuro y lleno deobstáculos, sabía que cada pequeño paso contaba. La lucha no era solo por él; era por todos aquellos que alguna vez habían sidosilenciadospor el miedo y laopresión. En ese momento dedolor extremo, encontró supropósito: demostrarle aThomasy al mundo entero que incluso los másheridospueden levantarse y luchar con todo lo que tienen.

En ese instante crítico, la atmósfera se cargó de unatensión palpable, cada respiración de Bernardo resonaba en sus oídos como un tambor de guerra. Sabía que enfrentarse aThomasno era solo una batalla física, sino una confrontación con losfantasmas del pasadoque lo habían mantenido encadenado durante tanto tiempo. Eldesprecioen los ojos deThomasreflejaba no solo suodio personal, sino también una intención profunda de destruir lo queBernardorepresentaba.

Con cada golpequeThomasle propinaba,Bernardosentía cómo su cuerpo se desmoronaba, pero su espíritu se fortalecía. No quería serotro estorboen la vida de su madre ni en la academia que alguna vez fue su refugio.La rabiay laindignaciónburbujeaban dentro de él, mezclándose con eldolorpara formar una fuerza imparable que lo impulsaba a resistir.

No... no puedo dejarme vencer así—pensó Bernardo, sus pensamientos atravesando la vorágine de golpes y burlas. Lasimágenes de su infanciase desplegaban en su mente como una película en blanco y negro, recordándole losmomentos de alegríay losinstantes de dolorque habían forjado su carácter.Las enseñanzas de su madresobre la valentía y la lucha eran ahora su refugio en medio del caos, un ancla que lo mantenía firme cuando todo lo demás parecía desmoronarse.

Con cadagolpe recibido, Bernardo sentía cómo esa chispa interna se convertía en unallama ardiente, alimentada por larabiay eldeseode no ser un simple espectador de su propia vida. Sabía que elmanáque lo mantenía vivo también lo estaba destruyendo, pero esa misma energía que lo desgarraba estaba forjando una nuevaresoluciónen su interior. No permitiría que elodio ajenodefiniera su existencia ni queThomasse llevara lo poco que quedaba de sudignidad.

Mientras losgolpescontinuaban cayendo sobre él como unatormenta implacable, Bernardo se concentró en lo que realmente estaba en juego. No era solo su supervivencia física, sino ladefensa de su espíritu, su derecho a luchar por lo que creía y ladignidadque merecía. Cada pequeño paso que daba, cada vez que lograba mantenerse de pie, era una victoria contra laopresióny elmiedoque había soportado en silencio.

"No voy a morir aquí,"se dijo a sí mismo, su voz interna resonando con unafuerza inquebrantable. Sabía que elcamino hacia la victoriasería arduo y lleno deobstáculos, pero ladeterminaciónque había despertado dentro de él era más fuerte que cualquier dolor físico.Bernardoentendió que esta lucha no solo era por él, sino por todos aquellos que habían sidosilenciadosyoprimidos, por quienes nunca tuvieron la oportunidad de levantarse y luchar.

En medio de laoscuridady elsufrimiento, Bernardo encontró supropósito. No iba a permitir queThomasy suodiolo definieran. Con cada golpe, con cada insulto, reafirmaba sudeterminaciónde levantarse y enfrentar todo lo que había perdido, así como todo lo que aún deseaba recuperar.La lucha apenas comenzaba, yBernardoestaba listo para demostrar que incluso los másheridospueden encontrar la fuerza para levantarse y luchar con todo lo que tienen.

—¿Qué pasa, Bernardo? —se burló Thomas, su sonrisa tan afilada como el filo de un cuchillo, mientras suspuños ensangrentadosgoteaban con un ritmo macabro—. ¿Te sientesincómodo?La satisfacciónen su voz era palpable; disfrutaba cada momento delsufrimiento ajenocomo un artista contempla su obra maestra.

Thomas inclinó la cabeza, observando a Bernardo como si fuera una criatura rota, apenas digna de lástima.—Tal vez deberías haber pensado dos veces antes de volver a la academia y desafiar la decisión de mi abuelo. —Su tono tenía la cadencia de un predicador maligno, impartiendo una lección a su audiencia cautiva.

Bernardo, postrado en el suelo, intentó recuperar el aliento, sintiendo cómo el sabor metálico de la sangre llenaba su boca.Sus pensamientos eran un torbellino entre el dolor y la resistencia; cada palabra de Thomas era un recordatorio de todo lo que había perdido y de lo mucho que aún quedaba por recuperar.

—Eres... patético —continuó Thomas, avanzando lentamente hacia él, como un depredador disfrutando de la cacería—. Pensar que tu presencia aquí podría significar algo. ¿De verdad creías que alguien como tú, unlisiado, podría cambiar algo?Sus palabras resonaban como bofetadas invisibles, cada una cargada con el veneno del desprecio.

En la mente de Bernardo, el eco de esas palabras se mezclaba con sus propios gritos internos. "No soy lo que él dice... No puedo serlo..." Lachispade resistencia que había comenzado a arder antes ahora parecía una llama que luchaba contra un vendaval. Sabía que, aunque su cuerpo estuviera al borde del colapso, su espíritu no se rendiría tan fácilmente.

Thomas lo miró desde arriba, inclinándose ligeramente para hablarle al oído.—Mírate, arrastrándote como un perro herido. —Una risa amarga escapó de sus labios—. Tu madre probablemente ni siquiera puede soportar verte así. ¿Cómo crees que reaccionará cuando vea lo que queda de ti después de que termine contigo?

Los ojos de Bernardo se entrecerraron; su mandíbula se apretó mientras un fuego silencioso comenzaba a encenderse en su mirada.Su cuerpo, debilitado y destrozado, gritaba por descanso, pero su alma no conocía la palabra "rendirse".Apretó los puños, su piel rasgada y temblorosa luchando por mantenerse firme, mientras el dolor y la furia competían por el control dentro de él.

—Tú... no entiendes nada —murmuró finalmente, su voz apenas un susurro pero cargada de una intensidad que hizo que Thomas se detuviera momentáneamente.Un rayo de algo inesperado atravesó el rostro de Thomas, una chispa de incertidumbre, aunque rápidamente la reemplazó con una sonrisa sardónica.

—¿Qué dijiste? ¿Me atreves a responder,lisiado? —gruñó Thomas, levantando nuevamente su puño para golpear, pero esta vezBernardo no cerró los ojos ni miró hacia otro lado. Lo enfrentó con una mirada de puradeterminación, como si cada golpe que había recibido solo alimentara la resistencia que ahora ardía dentro de él.

La tensión en el aire era electrizante, como si ambos estuvieran al borde de un precipicio que ninguno se atrevía a cruzar aún.Aunque el cuerpo de Bernardo estaba roto, su espíritu comenzaba a elevarse, decidido a demostrar que incluso alguien tan herido podía resistir y, tal vez, contra todo pronóstico, pelear.

Bernardoluchaba desesperadamente por liberar su garganta del agarre húmedo y frío que parecía alimentarse de su sufrimiento.Cada intento de escaparsolo intensificaba la presión, como si eselátigo vivientese deleitara con su agonía. El material viscoso se ajustaba más y más, hundiéndose en su piel mientras un cosquilleo helado recorría su cuello, avisándole que la asfixia era inminente.

Desde la distancia,Thomasobservaba con una sonrisa cargada de crueldad, su postura relajada contrastando con la tortura que infligía.Sus ojos, brillando con una satisfacción oscura, no se apartaban de la lucha infructuosa de Bernardo. Era como si se deleitara con cada segundo de su sufrimiento, como un depredador que disfruta el espectáculo antes del golpe final.
—¿Eso es todo lo que tienes, Bernardo? —dijo con un tono de burla casi musical—. Siempre supe que eras débil, pero esto... esto supera mis expectativas.¿Cómo puede alguien tan patético siquiera intentar resistirse?

El cuerpo de Bernardotemblaba mientras intentaba reunir la fuerza que le quedaba. Los latidos frenéticos de su corazón se mezclaban con el eco de la risa de Thomas, un sonido que perforaba su mente como un martillo cruel. Su visión comenzaba a oscurecerse, un recordatorio de lo cerca que estaba de cruzar el umbral entre la vida y la muerte.

A pesar del tormento,algo dentro de él se negaba a rendirse.Recordó a su madre, la única persona que alguna vez le había hablado de su fortaleza interna, esa que aún no conocía pero que debía descubrir. Su voz resonaba como un susurro en su mente:"No importa cuán oscuras sean las sombras, siempre hay luz si decides buscarla". Esa luz, ahora, era una chispa diminuta y frágil, pero suficiente para mantener su voluntad encendida.

Thomas, divertido, dio un paso más cerca. —¿Ya has tenido suficiente, lisiado? Quizá debería apretar un poco más, ¿eh? Tal vez así hagas algo interesante. Aunque dudo que alguien como tú tenga el valor de intentarlo.

Las palabras mordieron profundamente, pero también despertaron algo en Bernardo. Con una mezcla de rabia y desesperación,empezó a mover su mano, buscando en el suelo algo, cualquier cosa que pudiera usar. Mientras lo hacía, sentía cómo sus pulmones clamaban por aire, cómo cada segundo sin respirar lo empujaba más cerca del abismo.

Unos murmullos se escuchaban entre los pocos estudiantes que se habían atrevido a observar desde las sombras.
—¿Va a matarlo? —susurró uno, alarmado.
—Thomas siempre se pasa... pero nadie lo detiene, su abuelo lo protege —respondió otro, casi con resignación.
—¿Deberíamos hacer algo? —La voz temblorosa denotaba más miedo que compasión.
—¿Y arriesgar nuestras vidas? Mejor mantente al margen.

Mientras tanto,Bernardo apretó con fuerza lo que encontró en el suelo. Sus dedos apenas podían sostenerlo, pero su espíritu comenzaba a encenderse con una determinación feroz. Si este era el final, no sería en silencio.

Bernardo, con la garganta aún atrapada en ese agarre despiadado, apenas podía levantar la mirada haciaThomas, cuya sonrisa burlona brillaba como un cuchillo bajo la tenue luz de la habitación.
Vamos, no te esfuerces tanto—dijo Thomas, con una voz cargada de una crueldad casi infantil, como si disfrutara del espectáculo de un animal acorralado—.Sabes que no hay forma de que escapes de esto.

Cada palabra era una daga, no solo en su cuerpo sino en lo más profundo de su mente. Thomas lo miraba con una mezcla de desprecio y deleite, como un depredador jugando con su presa antes de dar el golpe final.
¿Creías que podrías entrar aquí y salir ileso?—continuó, inclinándose ligeramente hacia él, su tono más venenoso con cada sílaba—.Eres un lisiado en todos los sentidos, Bernardo. Desde quefracasaste en tu última prueba de despertar, no eres más que unabasura insignificante. Un peso muerto.

La mención de aquella prueba fue un golpe que ningún puño podía igualar.Bernardo recordó el día en que falló, cómo su cuerpo había colapsado, incapaz de soportar el flujo de maná que debía haberse convertido en su poder.Las miradas de decepción, el silencio de aquellos que alguna vez lo admiraron, y sobre todo, la sensación de que algo dentro de él se había roto para siempre.

Pero mientrasThomas seguía hablando, cada palabra impregnada de veneno,algo comenzó a cambiar en Bernardo. Su espíritu, golpeado pero no roto, empezó a murmurarle una verdad que había intentado ignorar durante tanto tiempo: el fracaso no era el final, no mientras aún tuviera aliento en sus pulmones y fuego en su corazón.

Desde la oscuridad, se oyeron susurros entre los espectadores que observaban la escena con morbo disfrazado de miedo.
—¿Por qué sigue intentando levantarse? Es inútil.
—Thomas está exagerando... pero no podemos intervenir. Ya sabemos cómo acaba esto si alguien se mete.
—Pobre idiota, debería haberse quedado en casa.

Bernardo apretó los dientesmientras esas palabras lo atravesaban.No soy un pobre idiota, pensó.No soy un lisiado, y no soy basura.Aunque el dolor fuera insoportable y su cuerpo pareciera rendirse, su mente se aferró a un solo pensamiento: "No me han derrotado todavía".

Thomas, al ver un destello de desafío en los ojos de Bernardo, frunció el ceño. Su tono juguetón se tornó más oscuro, más amenazante.
—¿De verdad vas a seguir intentándolo? Qué patético. Deberías rendirte. Sería menos doloroso para ti... y más divertido para mí.

PeroBernardo, desde lo más profundo de su ser, comenzó a reunir lo que quedaba de su fuerza.No para escapar, sino para enfrentar. Aunque el peso de las palabras de Thomas y su propia historia intentaban aplastarlo,esa llama que había comenzado a arder dentro de él no iba a apagarse tan fácilmente.

La risa cruel de Thomas y su séquitollenaba la habitación como un eco siniestro, resonando en los oídos de Bernardo mientras el aire parecía convertirse en un lujo escaso.La presión en su cuello aumentaba, el agarre húmedo y firme le robaba el aliento poco a poco.Su visión se empañaba, las figuras a su alrededor se distorsionaban en sombras que bailaban al compás de la crueldad.El abismose abría ante él, un lugar oscuro y helado que lo llamaba con un susurro inquietante.

Los ojos de Bernardose llenaron de lágrimas involuntarias, no de miedo, sino de la falta de oxígeno que comenzaba a dominarlo. Sus extremidades, débiles y temblorosas, intentaban aferrarse a algo, cualquier cosa que pudiera liberarlo de aquel tormento. Pero era inútil.El pánico lo envolvía, un manto pesado que le impedía pensar con claridad, cada segundo robándole no solo el aire, sino también la esperanza.

Y entonces,algo se rompió dentro de él. En el núcleo de su ser, enterrado bajo capas de dolor, desprecio y fracaso,una chispa de rabia despertó.No era una explosión repentina, sino un fuego tenue que se negaba a extinguirse, un calor que crecía a pesar del frío que lo rodeaba.

—Míralo, parece que va a desmayarse —se burló uno de los seguidores de Thomas, su tono impregnado de malicia.
—¿De verdad creíste que podrías enfrentarte a nosotros? —añadió otro, riendo mientras miraba cómo Bernardo luchaba por respirar.
Thomas, con una sonrisa victoriosa, lo observaba como un verdugo que disfrutaba del espectáculo.

Peroesa chispa dentro de Bernardoempezó a convertirse en algo más.No era solo rabia; era resistencia, un eco lejano de todo lo que alguna vez había creído sobre sí mismo, todo lo que había dejado de lado en su desesperación.El fuego crecía, empujando contra las sombras que lo cubrían, luchando por abrirse paso.

El abismo dejó de ser un lugar de rendición y comenzó a transformarse en un campo de batalla, uno donde no solo peleaba por su vida, sino también por su dignidad. Su cuerpo aún era débil, casi inmóvil, perosu espíritu comenzaba a rugir.Cada risa y burla se convirtió en combustible para esa llama interna, alimentándola, haciéndola más fuerte.

—Vamos, Bernardo, ríndete de una vez. Hazlo más fácil para ti... —dijo Thomas, inclinándose cerca de su rostro, su voz cargada de desprecio.

Bernardo, aunque apenas consciente, pensó:¿Más fácil para mí... o para ti?Aunque no podía hablar, aunque el peso en su garganta lo mantenía callado,en sus ojos comenzó a brillar algo nuevo.Una promesa silenciosa, una advertencia disfrazada de resistencia.No se rendiría.

Thomas, con una sonrisa que irradiaba crueldad,se inclinó aún más cerca, disfrutando cada segundo de su dominio sobre Bernardo.

—¿Vas a llorar? —su voz, cargada de desprecio, retumbaba en el aire pesado—. Sería una gran adición a tu triste historia."El lisiado que no pudo ni siquiera respirar sin ayuda".

Cada palabra era una daga, afilada y certera, clavándose en lo más profundo de la mente de Bernardo. No solo eran insultos; eran veneno destilado, diseñado para paralizarlo, para hundirlo aún más en el abismo de su propio sufrimiento.El dolor físico, implacable, ahora competía con una humillación tan profunda que quemaba como ácido.

Las risas de los secuaces de Thomas se mezclaban con sus palabras, un coro macabro que celebraba la desgracia ajena. Uno de ellos murmuró, casi divertido:
—¿Lo escuchaste? Quizás deberíamos conseguirle un pañuelo para esas lágrimas que ni siquiera puede enjugar con dignidad.
Otro agregó, entre carcajadas:
—¿Por qué no le damos un lápiz? Puede escribir su propia elegía antes de que esto termine.

Bernardo, atrapado entre el dolor y la humillación, sintió cómo esas palabras se acumulaban dentro de él como brasas ardientes.Su garganta ardía, no solo por la falta de aire, sino por la ira contenida que comenzaba a sacudirlo desde dentro.

La voz de Thomas era un látigo, golpeando una y otra vez.
—Mírate, un fracaso ambulante. Hasta los perros callejeros tienen más dignidad que tú.

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