Capitulo 2: Lo siento Hijo

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Bernardo se mantuvo inmóvil,el aire entre ambos se volvió pesado, cargado de una furia contenida. Quería responder, lanzarle otra daga verbal, pero las palabras murieron en su garganta. No porque tuviera miedo, sino porque, al verla de cerca, notó algo que lo desconcertó:Alejandra ya no lloraba. Había dejado atrás las lágrimas y los ruegos; ahora solo quedaba en ella una fuerza devastadora que no necesitaba compasión.

"¿Qué hemos hecho?" pensó fugazmente, pero no tuvo tiempo de elaborar esa pregunta.El silencio se rompió de golpe cuando Alejandra, con una calma aterradora, recogió su bolso de la mesa y, antes de salir, lanzó una última estocada:
—Tú nunca mereciste mis sueños.

Las palabras quedaron suspendidas en el aire, como un eco que se repetía en la mente de Bernardo. La puerta se cerró de golpe, y con ella, sintió cómo se rompía una parte de sí mismo que jamás volvería a reparar.

La noche caía sobre ellos como un manto oscuro, sofocante, cargado con el peso de todo lo que no se habían atrevido a decir. Las sombras danzaban alrededor, pero la verdadera oscuridad estaba entre ellos,en el abismo que se había abierto a fuerza de reproches y heridas. El aire parecía espesarse con cada segundo que pasaba, y las palabras no dichas flotaban como espectros, rozándolos con sus garras invisibles, pero nadie se atrevía a darles voz.

Bernardo estaba atrapado en un torbellino interno, un campo de batalla donde el deseo y la desesperanza se enfrentaban con furia. Quería dar un paso hacia Alejandra,alcanzarla, aferrarse a lo que alguna vez fue, pero sus pies parecían anclados al suelo, como si algo más fuerte que su voluntad lo retuviera.

Ella lo miraba con una expresión fría, aunque en su mirada había destellos de algo que Bernardo no podía descifrar: ¿era ira? ¿Dolor? ¿Desprecio? Todo al mismo tiempo, tal vez.
—Dilo —murmuró Alejandra, rompiendo el silencio como una hoja afilada rasgando el aire.
Bernardo levantó la vista, sorprendido.
—¿Decir qué? —respondió, aunque sabía exactamente a qué se refería.

El deseo ardiente de recuperar lo perdidolo abrasaba desde dentro, pero las palabras se le atragantaban. ¿Cómo podía explicarlo? ¿Cómo podía admitir que lo quería todo de vuelta, cuando sabía queel rechazo y la humillación lo esperaban al final del camino?

—Lo que sea que estás pensando. ¿No es lo que siempre haces? Hablar sin pensar. —Su voz tenía un filo sarcástico, pero había algo en ella que lo invitaba a seguir.

Bernardo apretó los puños, luchando contra el nudo en su garganta.
—No voy a rogarte, Alejandra —dijo finalmente, aunque su tono lo traicionaba con un dejo de súplica.
—¿Rogar? —soltó una carcajada amarga que resonó en la penumbra—. Bernardo, lo que haces no es rogar; es arrastrarte.

El golpe fue certero, directo al orgullo que ya estaba hecho pedazos.El rechazo lo envolvía como una segunda piel, pero su corazón, testarudo y herido, seguía insistiendo en resistir.
—No todo está roto. —Su voz salió más baja de lo que esperaba, casi un susurro.

Alejandra inclinó la cabeza, su silueta apenas visible en la tenue luz que se filtraba desde la ventana. Por un momento, pareció dudar, pero luego su expresión se endureció de nuevo.
—Tal vez no todo, pero lo que queda no vale la pena salvar.

Esas palabras lo dejaron vacío, como si con ellas le hubieran arrancado todo lo que aún lo mantenía en pie. La tensión que colgaba entre ambosse rompió como una cuerda demasiado tensa. Bernardo dio un paso hacia atrás, y Alejandra, sin decir más, giró sobre sus talones y desapareció en la noche que los había envuelto, dejando a Bernardo con sus fantasmas y con el silencio como único testigo de su derrota.

Oye me siento como un extra le susurro Octavio a Lysandre que solo asintio.

Camila puso los ojos en blanco aunque no lo queria admitir tambien se sentia asi.

—¿Por qué no puedes entender?—gritó Thomas, su voz como un látigo que desgarraba el aire ya cargado de tensión.El eco de sus palabras resonó con una crueldad despiadada, perforando el silencio como una lanza envenenada—. No eres solo un lisiado para nosotros;eres alguien sin valor, sin dignidad.

Las palabras cayeron sobre él como una lluvia de cuchillas, cada una cortando más profundo que la anterior.El desprecio en el rostro de Thomas era palpable, una máscara de odio que lo volvía casi inhumano, alimentado por años de resentimiento y rabia contenida.
—Eres un sacrificio —continuó, acercándose un paso más, sus ojos ardían con un fuego oscuro—. Y después de hoy no tendrás un futuro, porqueno habrá un mañana para ti.

El destinatario de esas palabras, un hombre cuya espalda estaba encorvada más por el peso de las circunstancias que por sus heridas físicas, alzó lentamente la cabeza.Su mirada, aunque cansada, no estaba vacía.Había algo ahí, una chispa que se negaba a extinguirse, un desafío silencioso ante la sentencia de Thomas.

—¿Es eso lo que piensas? —murmuró con voz rasposa, rota pero no completamente apagada.
Thomas soltó una risa seca, sarcástica, y lo señaló con un dedo acusador.
—No es lo que pienso, es lo que todos saben. Eres un estorbo. Un error que solo sirve para pagar el precio que nadie más quiere.

El ambiente se volvió irrespirable.Los pocos que observaban desde las sombras desviaron la mirada, demasiado cobardes para intervenir pero incapaces de ignorar la brutal escena. Uno de ellos murmuró en voz baja:
—No debería estar pasando esto...
—¿Y qué esperabas? —respondió otro con un tono amargo—. Esto es lo que hacen. Aplastar a los débiles.

Thomas se inclinó hacia su víctima, su rostro ahora a escasos centímetros del otro.
—Acepta tu destino —escupió—. Y si tienes algo que decir, dilo ahora, antes de que el tiempo se te acabe.

La figura encorvada de Bernardo levantó una mano temblorosa, no en señal de rendición, sino como si estuviera reuniendo las últimas fuerzas que le quedaban.Sus ojos, fijos en los de Thomas, eran una mezcla de dolor y algo que bordeaba la compasión.
—El tiempo... se acaba para todos. Incluso para ti.

Thomas retrocedió ligeramente, desconcertado por esas palabras, pero no tardó en recomponerse. Con un gesto brusco, hizo una señal a los hombres detrás de él.

El aire pareció estallar en un caos de gritos y movimientos violentos mientras se llevaban al hombre, pero en sus ojos no había ni miedo ni resignación. Había algo más, algo que incluso Thomas no pudo comprender.Un presagio, tal vez, de que el mañana no sería como él esperaba.

Pero esas palabras parecían caer en oídos sordos, ahogadas por la tormenta emocional que rugía entre ellos. Cada intento de Bernardo por alzar su voz, pordefenderse y justificar su existencia, no hacía más que avivar el fuego del desprecio que lo rodeaba. Era como intentar apagar un incendio con gasolina; todo se intensificaba, todo ardía más ferozmente.

La mirada de Thomas seguía clavada en él, gélida y cargada de una hostilidad implacable, como si disfrutara viendo cómo Bernardo se desmoronaba poco a poco. Cada insulto, cada rechazo era una nueva cadena que lo ataba más fuerte al abismo en el que caía.

La lucha por encontrar su lugar en aquel mundo, que ahora se sentía más como un campo de batalla,se volvía una carga imposible de soportar. Las palabras de desprecio no eran nuevas, pero hoy llevaban un peso adicional, una sentencia inapelable que lo despojaba de toda esperanza.

Bernardo sentía cómo sus fuerzas flaqueaban, como un guerrero exhausto que ha perdido su espada en medio de una guerra interminable. Las sombras del pasado, aquellas que había intentado enterrar, ahora se alzaban de nuevo, implacables, con las manos extendidas para atraparlo.

—No tienes nada que ofrecer, Bernardo. —La voz de Thomas cortó el aire como una daga—. ¿Por qué sigues intentándolo?

Bernardo bajó la mirada, sus labios temblaban con una respuesta que nunca llegó. Su mente era un torbellino de recuerdos, de promesas rotas y sueños que alguna vez lo sostuvieron, pero que ahora parecían polvo entre sus dedos.

En un rincón oscuro de la sala, uno de los presentes observaba en silencio.Un joven de mirada sombría apretó los dientes, luchando contra el impulso de intervenir.
—Esto no está bien —susurró, casi para sí mismo.
—¿Qué esperabas? —le respondió un hombre mayor a su lado, con voz apagada—. Aquí no hay redención para los débiles.

Bernardo cerró los ojos por un instante, buscando algo, cualquier cosa, en lo profundo de su alma.Pero lo único que encontró fue el eco de las palabras que habían repetido tantas veces: "No vales nada".

Cuando alzó la vista nuevamente, Thomas ya no se molestaba en mirarlo.
—Lárgate. Haznos a todos un favor y desaparece.

El aire quedó suspendido, denso, inmóvil. Bernardo dio un paso hacia atrás, luego otro, hasta que la sombra de la puerta lo envolvió. Pero, mientras desaparecía en la oscuridad,algo se agitaba en su interior, una chispa enterrada entre las ruinas de su espíritu. La batalla parecía perdida, pero la guerra, tal vez, aún no había terminado.

En medio del caos emocional y las heridas abiertas, Bernardo sintió un momento de claridad desgarradora, como si las mismas palabras que lo habían hundido se convirtieran en un eco que lo empujaba hacia la superficie.El desprecio ajeno era una llama intensa, pero el verdadero incendio ardía en su interior, alimentado por años de recuerdos dolorosos que lo consumían lentamente, como un veneno que nunca había dejado de fluir por sus venas.

Quizás había llegado el momento.No de buscar la aceptación de los demás, ni de tratar de reparar los lazos rotos que lo mantenían encadenado al pasado, sino de algo mucho más esencial:reclamar su propia historia.Una historia que no estuviera escrita por las voces crueles que lo etiquetaban como un lisiado, un objeto de burla o un sacrificio destinado al olvido.

El viento nocturno acarició su rostromientras se alejaba de aquel lugar, y por primera vez en mucho tiempo no lo sintió frío, sino revitalizante.Sus pasos eran tambaleantes, pero tenían un propósito; cada uno lo alejaba de las sombras que lo habían perseguido por tanto tiempo.

—¿Qué harás ahora? —le preguntó una voz, surgida de la penumbra. Un hombre, tal vez un extraño o quizás alguien que lo había estado observando desde lejos, emergió de entre las sombras con los brazos cruzados.

Bernardo lo miró, su rostro aún marcado por el dolor pero con una determinación naciente en sus ojos.
—Lo que nadie espera de mí. Levantarme.

El hombre lo observó en silencio por un momento, luego asintió con una leve sonrisa.
—Entonces, más te vale hacerlo rápido. Los que caen demasiado tiempo... no siempre logran volver a levantarse.

Bernardo siguió caminando, dejando al extraño y sus palabras detrás.En su mente, un pensamiento crecía, cargado de fuerza bruta y necesidad:esta vez no se trataba de sobrevivir, sino de construir algo más.Su lucha ya no sería por demostrar nada a los demás, sino por redescubrirse a sí mismo.

El aire a su alrededor se sentía más liviano, aunque el peso de su pasado seguía allí, como un espectro que lo acechaba a cada paso. Pero ahora sabía que no podía seguir siendo un prisionero de esos recuerdos.Cada herida que había recibido no sería solo una cicatriz, sino un mapa que lo guiara hacia algo nuevo, algo suyo.

Esa noche, Bernardo no se sentía un héroe aún, pero por primera vez, creyó que podía llegar a serlo.En una historia que él mismo escribiría, con las cenizas de lo que otros habían intentado destruir.

El abuelo siempre le dijo que, al ser un lisiado, Bernardo era algo por debajo de lo humano.Esas palabras se habían grabado en su mente como una marca de hierro,un mantra cruel que resonaba en sus pensamientoscon la misma fuerza que el eco de una sentencia que lo había acompañado desde su niñez.Cada vez que intentaba mirar más allá de esa condena, las palabras regresaban, más afiladas, más dolorosas, recordándole su lugar en un mundo que siempre lo había considerado menos.

Aunquesus padres lo protegieran, el abrazo de su familia no lograba borrar la verdad que se cernía sobre él como una sombra ineludible.Sabía, en lo más profundo de su ser, que si moría, no pasaría mucho tiempo antes de que todo fuera olvidado, como si su vida no hubiera tenido más valor que el polvo que se dispersa con el viento. La vida de un lisiado era efímera, un susurro que se desvanecía en la historia,un eco que se ahogaba antes de alcanzar las orejas de aquellos que alguna vez lo conocieron.

Pero había algo más, algo oscuro y escalofriante en la estructura de su familia, algo que estaba enraizado en las entrañas de su linaje.Si uno de los hijos menores de Henry era tocado, el destino que le esperaba era aún más aterrador. Surama colateral sería aniquilada, despojada de todo vestigio de existencia.El peso de esa condena era implacable, un filo afilado sobre la yugular de cualquier intento de rebelión.

La familia principal podría tomar acción al ver que habían sido aniquilados, pero la balanza se inclinaba a favor de los padres de buen rango,aquellos que, como armas letales, eran protegidos por la humanidad misma.Las reglas del poder, de la política que regía sobre los cuerpos y las almas,hacían de ellos seres intocables.Ni siquiera su propia familia podría mover un dedo para contrarrestar ese poder.Eran como dioses en su propio reino, inalcanzables, invulnerables, condenados a prevalecer hasta que el tiempo mismo se cansara de su existencia.

Y Bernardo, atrapado en el medio,se encontraba como una pieza rota en el tablero de una guerra que nunca eligió. Sus deseos de libertad se deshacían cada vez que la realidad lo golpeaba,recordándole que el mundo no tenía espacio para alguien como él.Pero, en su interior, una llama persistía, pequeña pero incansable, buscando una grieta en ese destino impuesto, buscando alguna forma de reclamar lo que la vida le había arrebatado.Quizás aún quedaba un rincón en el que pudiera ser más que un susurro.

Bernardo estaba en el fondo, perdido en un abismo del que parecía no haber escape, yHenry, su padre, hacía mucho tiempo que lo había abandonado, desentendiéndose de su existencia como si nunca hubiera sido suyo. Perosiempre fingió, siempre mantuvo esa máscara de preocupación y lealtad, solo para complacer a la que fue su primera esposa, la madre de Bernardo, cuya sombra también lo perseguía.El peso de esa mentira lo ahogaba, mientras veía cómo su vida se desmoronaba entre sus dedos, como un actor que interpreta su papel en una tragedia que no tiene fin.

La sombra de su pasado lo perseguía implacablemente, como un espectro que se negaba a dejarlo ir,surgiendo en los momentos más oscuros, cuando pensaba que finalmente podría escapar de ella.Las palabras crueles de su padre—esas que nunca le dieron tregua—se repetían como un eco constante en su mente, cada una como un clavo más que perforaba su alma, recordándole su lugar en un mundo despiadado que no tenía piedad para los débiles.

La desesperanza se apoderaba de élcomo una niebla espesa que nublaba su visión, dificultando cualquier atisbo de luz.Cada vez que intentaba avanzar, algo lo arrastraba de vuelta a ese abismo, a la oscuridad de su propio ser.Sus pensamientos eran un torbellino de resentimiento y dolor, dondela figura de su padre, ausente pero omnipresente, se cernía sobre élcomo una maldición que no podía romper.

En ese momento,su mirada se clavó en Thomas y Alejandra, dos figuras que se burlaban de su sufrimiento, disfrutando del espectáculo de su dolor como si fueran espectadores ante un show macabro.Ellos no veían a Bernardo como un hombre, sino como una fuente interminable de entretenimiento. Se reían, se regocijaban en su miseria, mientras él sentía cómo las palabras se quedaban atrapadas en su garganta, incapaz de defenderse, como si el mundo entero se hubiera convertido en una prisión impenetrable.

El vacío en su pecho era un agujero negro que devoraba toda esperanza, y mientras miraba esas caras que lo despreciaban,una furia sorda se acumulaba dentro de él, una furia que no sabía si algún día explotaría o si se quedaría dentro de él como una bomba de tiempo, esperando el momento adecuado para arrasar con todo.

¿Qué podía hacer un hombre como él en un mundo que lo había condenado desde su nacimiento?Las preguntas flotaban en su mente, sin respuestas, solo un eco constante de la cruel realidad que lo rodeaba.Pero algo se agazapaba dentro de él, algo oscuro, algo salvaje, que no podía comprender ni controlar.Quizás, solo quizás, aún quedaba espacio para una revolución en su alma, algo que pudiera cambiar su destino.

¿De verdad crees que puedes hacer algo?dijo Thomas, su voz cargada de desdén, como si cada palabra fuera un golpe directo a su ser—.Eres solo un estorbo, y tu madre no puede protegerte para siempre.

Las palabras deThomaseran dagas afiladas,cortando con precisión quirúrgicalas fibras de su autoestima, esas que ya estaban hechas trizas por los años de desprecio y abandono.Cada palabra se clavaba más profundo, como si su existencia misma fuera una burla,un error que no merecía más que desprecio.Las risas de los demásse fundían con su voz, haciendo que cada insulto pareciera aún más fuerte, más humillante.

Bernardo sentía cómo la rabia comenzaba a burbujear en su interior, una mezcla explosiva de dolor y frustración que amenazaba con desbordarse, como una olla a presión a punto de estallar.Cada palabra de Thomas era gasolina lanzada al fuego de su resentimiento, alimentando una furia que ya había estado latente durante demasiado tiempo.El miedo a no poder controlarla lo atenazaba, pero al mismo tiempo, esa ira parecía ser lo único que le quedaba.

Las imágenes de su madre—la figura que siempre intentaba protegerlo de todo lo que lo rodeaba— se cruzaban en su mente, como un recordatorio amargo de queincluso ella, en su amor, estaba condenada a fallar, porque el mundo que lo rodeaba nunca aceptaría su existencia.Thomas tenía razón, pensó por un momento: su madre no podía protegerlo para siempre. No podía estar allí cada vez que el mundo le lanzara sus piedras afiladas, cada vez que su propio padre lo abandonara.Pero eso no significaba que se rendiría.

Unaola de frustraciónle golpeó el pecho, como si todo el peso del abandono, el desprecio y la impotencia se estuviera acumulando en su garganta, queriendo salir a gritos,pero algo dentro de él se rompió. En ese momento, algodentro de Bernardo cambió. La rabia se mezclaba con la desesperación, y aunquesu mente quería gritar, pelear, reclamar, sus piernas no respondían, como si la humillación lo hubiera paralizado. Sin embargo,en lo profundo de su ser, una chispa comenzó a arder, algo que ni siquiera él podía identificar, pero que sentía arder con fuerza.¿Estaba dispuesto a seguir siendo la víctima, el estorbo que todos creían que era?

Un impulso salvaje lo empujaba a responder, a enfrentarse de una vez por todas con todo lo que lo había sometido,a dejar que la rabia lo guiara hasta las últimas consecuencias.¿Qué tenía que perder?

A pesar del dolor y la humillación, algo comenzó a moverse en lo más profundo de su ser, como una chispa quese encendió en su corazón.No iba a dejar que lo destruyeran tan fácilmente, no después de todo lo que había sufrido, no después de cada sacrificio que había hecho solo para sobrevivir.Había luchado demasiado por simplemente rendirse, por dejar que su vida se convirtiera en una sombra más en la historia de los que habían caído en el olvido.No, no permitiría que eso fuera su destino.

La imagen desu madreapareció en su mente como un faro en medio de la oscuridad,recordándole las veces que ella, con su valentía inquebrantable, había enfrentado las adversidadesque la vida le lanzó sin pedir permiso.Su rostro, lleno de dignidad, lo inspiraba más de lo que podía imaginar, y cada recuerdo de sus enseñanzas se entrelazaba con la furia que comenzaba a burbujear en su pecho."No importa cuán oscura sea la noche, siempre hay una luz esperando ser encontrada."

Esas palabras,grabadas en su almacomo un juramento sagrado,se avivaron con fuerzadentro de él, como una llama que se reencendía, desafiando las tinieblas que lo rodeaban.La rabia que antes lo paralizaba ahora se transformaba en determinación, en la fuerza para seguir adelante, para no dejarse aplastar por las expectativas de los demás.Estaba cansado de ser el espectador de su propia vida, de ser el blanco fácil de sus burlas. Ahora,era el momento de ser el protagonista de su propia historia.

La rabia que lo consumía se unió con la esperanza de su madre, formando una combinación poderosa que lo llenaba de energía.No iba a permitir que la oscuridad lo engullera, no iba a ser solo una sombra más arrastrada por la marea.Con cada latido de su corazón, algo dentro de él crecía, se fortalecía, como si estuviera abrazando esa luz que tanto había esperado encontrar.

Estaba listo para luchar.

Y sin que ninguno lo supiera, eraHenryquien vigilaba a su hijo constantemente, escondido en las sombras, como un espectro del pasado que no podía abandonar su tormento. Desde allí, observaba cada uno de los movimientos deBernardocon una mezcla dedoloryresignación.Cada paso que daba su hijo, cada mirada perdida, le desgarraba el alma, pero su conciencia lo obligaba a permanecer en silencio, porque sabía que el destino estaba marcado por un sacrificio brutal y necesario.

Aunque le dolía profundamente, como una herida que nunca cicatrizaba,Henry sabía que su hijo debía morir. El peso de esa verdad lo aplastaba, pero su lealtad a la familia lo había colocado en una encrucijada fatal.Para que sus hijos menores se salvaran,para asegurar su futuro y su propia supervivencia, debía renunciar a todo lo que amaba.Bernardo no era más que una pieza en un tablero de ajedrez cruel, y su sacrificio sería el precio a pagar.

Henry esperaba en la entrada de la gran academia "Ruler of Humanity", un lugar donde los destinos se entrelazaban, donde cada decisión tenía el poder de cambiar el curso de la historia.Era allí donde se sellaban los destinos, donde el sacrificio de uno podía asegurar la grandeza de otros, y donde las decisiones,como cuchillos afilados, cortaban sin piedad todo lo que se interponía en su camino.El peso devastador de las decisiones de esa academia no se podía escapar; se sentía en el aire,en la tensión palpableque envolvía el lugar.

Henry nunca había deseado estar en ese lugar, pero su posición lo obligaba a participar en la guerra invisible que libraba su familia.Cada paso que daba hacia la academia se sentía como una condena, un recordatorio de la carga que llevaba sobre sus hombros.Él mismo había sido marcado por su propio destino: un hombre que había llegado demasiado lejos, un hombre que ahora debía enfrentarse a la cruel realidad de su propia paternidad y sus decisiones.Si deseaba salvar a los suyos, debía destruir lo que más amaba.

En las sombras,su corazón latía con fuerza, marcado por la ansiedad y el temor de lo que estaba a punto de hacer.El sacrificio de su hijo era inevitable, y aunque su alma gritaba en contra de esa verdad,sabía que no podía dar marcha atrás.

La lucha interna dentro de Henry era feroz; cada latido de su corazón resonaba con una contradicción que lo desgarraba.El amor por su hijo se chocaba brutalmente con el deber hacia su familia, y esa lucha era un combate constante que lo hacía sentir como si estuviera atrapado entre dos mundos que lo devoraban por igual.¿Cómo podía sacrificar a uno para salvar a otros?Esa pregunta retumbaba en su mente con la fuerza de una tormenta, oscureciendo su alma con cada respuesta que encontraba, cada pensamiento que intentaba rechazar.

El dilema moral lo consumía,un fuego ardiente que le quemaba las entrañas. Sabía lo que debía hacer, pero cada vez que pensaba en ello, la imagen deBernardoaparecía ante él, un niño que ya había sufrido demasiado.Las imágenes del pasado lo atormentabancomo fantasmas que se negaban a desaparecer: lasrisas compartidas, losjuegos inocentesbajo el sol radiante de los veranos pasados, donde nada parecía tan cruel como ahora.Las promesas hechas, esas promesas que una vez fueron sinceras,ahora se deshacían en sus manos, como cenizas arrastradas por el viento.

Pero también sabía que el mundo no tenía piedad;las reglas eran claras y crueles, y Henry había aprendido a lo largo de los años que no había espacio para los sentimentalismos en un mundo donde la supervivencia de uno significaba la muerte de otro.El peso de esa realidad era insoportable, y aunque su corazón gritaba en contra de esa lógica despiadada, sus decisiones debían ser firmes, calculadas.Si quería salvar a los suyos,si quería ver a sus hijos menores crecer en un mundo que les ofreciera alguna esperanza, la vida de Bernardo debía ser el precio.

La angustia le atenazaba el pecho,la culpa lo devoraba por dentro, peroel amor por su familia—ese amor incondicional que lo había llevado a este punto—era la única fuerza que lo mantenía de pie.No podía permitirse dudar, no podía fallar.Pero a medida que las horas avanzaban y se acercaba el momento decisivo,el rostro de Bernardo no dejaba de perseguirlo, como una sombra que lo acusaba de algo irremediable. Y en el fondo de su ser,Henry sabía que nada volvería a ser igual.La decisión ya estaba tomada, pero la humanidad que aún latía dentro de él sabía que la devastación era algo más que un simple sacrificio.

Mientras tanto, Bernardo sentía cómo la rabia se transformaba lentamente en resolución.Ya no podía seguir siendo un espectador en su propia vida; el dolor, la humillación, todo lo que había soportado hasta ese momento, se convirtió en el combustible que encendió unadeterminación feroz. Sabía que el mundo no lo había tratado con justicia, peroestaba decidido a cambiar las reglas del juego.No iba a quedarse de brazos cruzados mientras otros decidían su destino.Debía luchar por su lugar en este mundo hostil, por algo que le perteneciera, por una razón para seguir respirando, parano ser solo un fantasma más que pasa desapercibido.

Con cada insulto lanzado por Thomasy cadamirada despectiva de Alejandra, algo dentro de él crecía más fuerte, más imparable.Las palabras de desprecioya no lo destrozaban como antes; ahora,eran como venenos que lo impulsaban a levantarse, a pelear con una rabia fría y calculada. Cada ataque, cada herida infligida,se transformaba en una capa de coraje, forjando un hombre diferente, un hombre que ya no se rendiría ante las expectativas de los demás.Era hora de reclamar su historia, de dejar de ser unpeón en el tablero de aquellos que creían tener el control, y convertirse en elhéroe de su propia vida.Demostrarles que incluso aquellos considerados desechablespodían levantarse y desafiar las expectativas,que podían romper las cadenas que la sociedad les imponía.

Una sensación extraña recorría su cuerpo,un fuego nuevo que no pedía permiso para arder con intensidad.Ya no era solo una víctima,ya no era solo el lisiado,era alguien que había encontrado un propósitoen medio de la tormenta.La violencia que había sentido a su alrededor, tanto emocional como física, ahora se convertía en su fuerza.Era el momento de desafiar todo lo que le habían dicho, de demostrar quesu vida valía algo más que el desprecio de los demás.El mundo lo había marcado como roto, pero ahora sabía que era más fuerte que cualquier etiqueta que pudieran ponerle.

La noche caía sobre ellos como un manto oscuro cargado de tensión;el aire mismo parecía denso, como si la oscuridad estuviera a punto de tragarse todo lo que quedaba de esperanza.Cada respiración parecía pesada, cargada con laincertidumbrede un futuro que se desmoronaba, como si el mundo estuviera esperando el momento exacto para colapsar.Bernardo lo sentía en lo profundo de su ser: debía actuar,y debía hacerlo antes de que fuera demasiado tarde.El tiempo corríacomo arena fina entre sus dedos, escapándose sin piedad, como una promesa rota que nunca se cumpliría si no tomaba las riendas ahora.

Con una mezcla de miedo y valentía,se preparó para enfrentarse a lo que fuera necesario, no solo a los rostros despreciativos deThomas y Alejandra,sino también a los demonios internosque lo habían mantenido cautivo durante tanto tiempo.Esos monstruos invisibles que vivían dentro de él, que se alimentaban de su inseguridad, de su miedo,y lo mantenían prisioneroen una cárcel que nadie más veía. Pero ya no iba a permitir que siguieran controlando su destino.Había llegado el momento de liberar a Bernardo del hombre que había sido, para dar paso a aquel que podría ser.

El miedoaún latía en su pecho,un latido frenético y agitado, pero tambiénla valentíase filtraba por sus venas,un coraje renovado que surgía del abismo de su desesperación.Sabía que lo que enfrentaba era más grande que cualquier enfrentamiento físico, porquela batalla real estaba dentro de él:la lucha por recuperar su dignidad, por mostrar que no era un ser desechable, no una sombra, sino unhombre capaz de escribir su propia historia, de desafiar lo que el mundo había planeado para él.

La noche, densa y aplastante, era su aliada; la oscuridad le otorgaba un refugio temporal, un respiro en medio de la tormenta que se desataría.No había vuelta atrás. La decisión ya estaba tomada.El rugido en su interior era ensordecedor, y aunque temía las consecuencias, algo más grande que el miedo lo impulsaba hacia adelante. Esta era la única oportunidad para liberarse de las cadenas invisibles que lo habían mantenido en las sombras.Y no iba a dejarla escapar.

En ese momento crucial, cuandola oscuridad envolvía todo a su alrededorcomo un manto impenetrable,Bernardo sintió cómo una nueva fuerza emergía dentro de él.Una fuerza oscura y potente, alimentada por el deseo inquebrantable deser visto, de ser reconocido, dedejar de ser invisiblepara aquellos que solo lo veían como una sombra, como un estorbo.Ya no era el lisiado al que todos señalaban, el ser desechable en el que se había convertido por la percepción ajena.Ahora se veía a sí mismo como algo mucho más grandeque las etiquetas que la sociedad había puesto sobre él.

Esa fuerza que nacía en su interior no era solo una rabia ciega; era unfuego encendido por la necesidad de justicia, por el deseo dereclamar su lugar en este mundo, de demostrar queera un ser humano completo, con sueños, aspiraciones y deseos, alguiendigno de respeto, dignidad y amor. El dolor de años, la humillación sufrida, se transformaban enel combustible para su renacimiento.No sería definido por lo que otros esperaban de él, sino por lo queél mismo decidiera ser.

Lanoche, que antes se sentía como una condena, ahora parecía ser su aliado.La oscuridad ya no lo asustaba;era el lienzo sobre el que comenzaría a pintar su propia historia, una historia que desbordaba fuerza,deseo de venganza y esperanza.Se liberaba de las cadenas invisibles que lo mantenían cautivo,tomando el control de su destinocon cada pensamiento, con cada respiración.La niebla de incertidumbreque lo había rodeado durante tanto tiempo comenzaba a despejarse, y en su lugar,un horizonte de posibilidades se abría ante él.

Ya no eraun hombre roto, desechado, sino alguien queiba a desafiar el mundo entero,a mostrarle a cada uno de los que lo habían subestimado que no era su víctima.Bernardo estaba listo para pelear.Y esta vez, no iba a rendirse.

Con cada paso hacia adelante,Bernardo comenzaba a liberarse del peso del pasado, ese lastre que lo había arrastrado durante tanto tiempo.La sombra de su pasado, esa figura espectral que lo había atormentado, ya no podía controlarlo.Se disolvía, desvaneciéndose como el humo ante el viento. Cadarespiroque tomaba loacercaba más a su verdadera libertad,la libertad de ser él mismo, de tomar el control de su vida y decidir su destino, sin que nadie más pudiera imponérselo.

Bernardo estaba listoparaenfrentarse al destino que otros le habían impuesto, ese que lo había reducido a un simple "lisiado", una figura insignificante.Estaba preparado para reclamar el futuro que merecía, un futuro queno sería escrito por las manos de aquellos que lo despreciaban, sino por las suyas propias.La determinación en su pecho crecía como una tormenta, ynada podría detenerlo.

Pero en ese preciso momento, algo extraño sucedió.Thomas, Alejandra y los demásdesaparecieron, comosi hubieran sido una ilusión, una fantasía proyectada por la mente de Bernardo, solo para torturarlo en su desesperación.De repente, el espacio que los rodeaba se vació, como si nunca hubieran estado allí.Sus voces, los insultos, las risas crueles, todo se desvanecióen un silencio abrumador.¿Qué significaba esto?

Bernardo se detuvo un instante, atónito. No sabía si aquello era una manifestación de su mente o si en realidad había sido liberado de sus opresores,pero en lo más profundo de su ser, sabía que algo había cambiado.El peso del mundo que lo había aplastado parecía haberse aligerado, como si el espacio mismo lo hubiera soltado de su agarre. *La ansiedad, el miedo, la desesperación que lo habían definido tanto tiempo atrás se disiparon, dejando solo una sensación de vacío, pero también depoder.

Era como si, en ese instante, el universo mismo le estuviera dando una oportunidad. Larealidadse había torcido, y Bernardo, ahora más que nunca,entendió que el verdadero desafío no era enfrentar a los demás, sino a sí mismo.Era hora de construir el futuro que había anhelado, y él no iba a dejar que nada ni nadie lo detuviera.

Henry apretó los puños con una furia contenida, observando desde las sombras cómo su hijo era humillado sin piedad.El odio ardía en sus ojos, un fuego alimentado no solo por el desprecio hacia esos niños insensatos, sino también porsu propia culpa.El hijo de su cuñado, esa basura incompetente, se atrevía a tratar a Bernardo como si no valiera nada, como si su existencia fuera una simple mancha que podía borrarse con un insulto o una risa burlona.La sangre le hervía al imaginar la audacia de ese mocoso, y su paciencia, ya frágil, finalmente se rompió.

Con un movimiento firme, Henry levantó la mano, sus dedos temblando de rabia y poder contenido.El espacio a su alrededor comenzó a ondularse, distorsionándose como si el aire mismo respondiera a su ira.De un solo gesto, el grupo de mocosos estúpidos fue arrancado de su lugar, desintegrándose en el espacio y reapareciendo en un lugar lejano,alejados del alcance de Bernardo y su crueldad sin sentido.El silencio cayó de golpe, un vacío que amplificaba el eco del momento, dejando a Henry solo con su frustración y el peso de sus decisiones.

La impotencia lo devoraba desde adentro, una bestia inclemente que se alimentaba de su culpa y de los ecos de las promesas rotas. Cada insulto que Bernardo había soportado erauna daga en su pecho, cada risa burlona,un tambor que marcaba su fracaso como padre. Pero también sabía queél mismo había contribuido a esta realidad; había aceptado esta situación cruel,había permitido el sacrificio de Bernardo, todo para proteger a los otros tres, para asegurarse de que ellos tuvieran un futuro, aunque eso significara condenar al mayor.

Era un precio que había estado dispuesto a pagar, pero ahora, enfrentando las consecuencias,la amargura lo consumía.¿Cómo podía justificarse cuando cada fibra de su ser le exigía proteger a Bernardo?El mundo le había impuesto un destino despiadado,uno en el que tenía que elegir entre ser un padre amoroso o un estratega frío. Y aunque había elegido la lógica,el peso de esa elección lo estaba destrozando.

Henry cerró los ojos por un momento,tratando de calmar la tempestad que rugía en su interior.La ira, la culpa y el dolor eran un cóctel venenoso, pero sabía que no podía dejarse consumir por completo.Si había algo que aún podía hacer por Bernardo, lo haría, aunque fuera en las sombras, aunque nadie lo supiera jamás.

Henry era un hombre imponente, su figura de1.97 metrosproyectaba una autoridad natural, mientras su pielextremadamente blancacontrastaba con la intensidad de sus ojosalmendrados, cargados de una mezcla dedolor y determinación.La barba incipiente que adornaba su rostro le daba un aire juvenil, desafiando sus 45 años, haciéndolo parecer un hombre de apenas20 primaveras. Pero no era solo su apariencia lo que llamaba la atención, sinola tensión emocional que se reflejaba en cada línea de su expresión,una lucha interna entre el amor profundo hacia su hijo y la implacable realidad que lo empujaba hacia decisiones crueles e inevitables.

Su rostro parecía un espejo del de Bernardo,tan similar que era imposible no notar la conexión entre ellos.El mismo mentón decidido, la estructura facial que exudaba fuerza, y aquellos ojos que parecían contener un océano de emociones reprimidas. Cada vez que alguien humillaba a su hijo,el dolor que sentía Henry era casi físico, como si las palabras dirigidas hacia Bernardofueran puñaladas que atravesaban su propio corazón.

Sin embargo, en lo más profundo,Henry entendía algo que no podía ignorar:Bernardo estaba en esta situación porque él mismo había tomado ciertas decisiones, decisiones que lo habían conducido a este punto de sufrimiento y rechazo.El lamento constante de Henry no lo cegaba ante esa verdad, pero tampoco hacía más fácil soportar el peso de su culpa.Era una ironía cruel, porque, aunque Bernardo se había forjado parte de su destino, Henry sabía que él también había contribuido a moldear las circunstancias que ahora lo asfixiaban.

El dilema lo carcomía, un hombre que aparentaba juventud pero cargaba un alma envejecida por los sacrificios,los errores y las responsabilidades que solo él entendía completamente.Y, sin embargo, incluso con el peso de esas emociones, Henry no podía permitirse el lujo de derrumbarse. Sabía que debía mantenerse firme, no solo por los hijos que aún protegía, sino también por Bernardo, aunque su apoyo fuera invisible, una sombra que nunca se revelaba completamente.

Henry entrecerró los ojos, dejando que su mirada recorriera el interior de la imponente academia "Ruler of Humanity".Era un lugar colosal, con techos tan altos que parecían tocar el cielo y pasillos tan anchos que podían albergar ejércitos enteros.El bullicio de los estudiantesllenaba el espacio, sus risas y conversaciones reflejandoun mundo lleno de sueños y aspiraciones.Cada uno de ellos era un símbolo de esperanza, futuros guerreros de la humanidad, entrenados para defender el equilibrio precario de su existencia.

Pero para Henry,ese ambiente lleno de vida solo intensificaba la sombra que cargaba en su corazón.El contraste entre su angustia y la energía vibrante de los jóvenes era casi insoportable.Los recuerdos del dolor de Bernardoinundaban su mente, imágenes que regresaban como cuchillas invisibles, cortando su calma.Podía imaginarlo caminando entre esas mismas paredes, soportando en silencio el desprecio y las burlas, luchando contra una marea constante de humillaciones que habrían quebrado a cualquiera.

El sufrimiento de Bernardo no era solo suyo, pensaba Henry.Cada insulto, cada mirada de desdén, cada golpe recibido se sentía también en su propia piel. A pesar de la distancia emocional que había intentado imponer,no podía desligarse del vínculo que los unía como padre e hijo.El dolor de Bernardo resonaba como un eco en su alma, un recordatorio constante de las decisiones difíciles y las consecuencias que habían seguido.

Mientras observaba a los estudiantes pasar, ajenos a la batalla interna que libraba,Henry sintió una mezcla de impotencia y rabia.Era consciente de que este lugar no era un refugio para Bernardo, sino una arena donde se decidía su destino, cruel e inalterable.En cada rostro esperanzado veía un recordatorio de lo que Bernardo podría haber sido, de lo que nunca le fue permitido alcanzar.

Con un suspiro pesado, Henry cerró momentáneamente los ojos, bloqueando la vista de aquella escena.Su mente volvía a la misma pregunta que lo atormentaba desde que todo comenzó: ¿Cómo salvar a un hijo al que él mismo había condenado? Pero, por más que buscaba respuestas, solo encontraba el vacío, un silencio ensordecedor que le recordaba que a veces,incluso un padre con todo su poder no podía cambiar las reglas de un mundo tan despiadado.

—Tenía que ser hoy, porque tenía que ser hoy—murmuró Henry, sus palabras escapando en un susurro que se perdió entre el bullicio de la academia.No había nadie para escucharlo, pero tampoco importaba; esas palabras eran para él, un mantra vacío que intentaba llenar el abismo en su interior.

Observaba a los estudiantes con una intensidad casi dolorosa, viendo en ellos un reflejo de lo que Bernardo podría haber sido: uno más entre esa multitud vibrante, con un propósito claro y un futuro prometedor. Pero Bernardo no era uno de ellos.Su hijo había sido moldeado por el rechazo y la humillación, relegado a un rincón oscuro donde las esperanzas se desvanecían como humo en el aire.

La culpa era un peso insoportable en su pecho, como una losa fría que lo oprimía con cada respiración. Podía justificar sus decisiones con la lógica cruel que el mundo demandaba, perocada argumento racional era una daga que lo atravesaba con más fuerza.La vida de Bernardo se había convertido en un sacrificio en su mente, un precio que debía pagar para garantizar la seguridad de los más jóvenes, los hijos que aún tenían una oportunidad en este mundo despiadado.

"Es lo correcto", se repetía, una y otra vez.Pero,¿lo correcto para quién?Esa pregunta lo atormentaba, erosionando cada fragmento de su certeza. Cada vez que cerraba los ojos, veía el rostro de Bernardo, no como era ahora, sino como el niño que alguna vez había sido: inocente, lleno de vida, con una sonrisa que iluminaba incluso los días más oscuros.Ese niño seguía existiendo en algún rincón de su memoria, y la idea de perderlo era como sentir que una parte de sí mismo era arrancada con violencia.

—¡Henry! —una voz distante lo sacó de sus pensamientos. Uno de los profesores lo saludaba desde la entrada, ajeno a la tormenta que rugía dentro de él.Asintió ligeramente, reuniendo las fuerzas para fingir una calma que no sentía.Los pasillos de la academia se extendían frente a él, vastos y fríos, como un laberinto sin salida.El tiempo seguía avanzando, implacable, recordándole que el momento se acercaba.

"¿Qué diría Bernardo si supiera lo que pienso hacer?"La pregunta lo golpeó con fuerza, pero no buscó una respuesta. Ya no tenía espacio para arrepentimientos, solo para el deber que lo consumía.Sus manos temblaban ligeramente, un movimiento que intentó ocultar apretándolas en puños, pero no podía detener el temblor en su corazón.El aire parecía espesarse a su alrededor, cada paso un recordatorio de lo que estaba a punto de perder.

El murmullo de los estudiantes seguía llenando el lugar, indiferente al sacrificio que se estaba gestando en las sombras.Para Henry, ese sonido era ensordecedor, un recordatorio cruel de la vida que continuaría sin su hijo, mientras él cargaría con las cenizas de una decisión imposible.

Henry apretó la mandíbula mientras los recuerdos invadían su mente,cada advertencia de sus amigos resonando como un eco sombrío en su memoria."Bernardo es un punto débil, Henry. Una grieta en la armadura que otros no dudarán en explotar,"le habían dicho, sus voces cargadas de preocupación y brutal honestidad.Y tenían razón.

El contrato con la dama de la familia Q'illu había sido tanto una promesa como una condena.Un acuerdo sellado con la esperanza de asegurar un futuro para Bernardo, pero lleno de riesgos que él había aceptado con la determinación de un hombre desesperado.Ese pacto era un veneno dulce:un acto de protección que lo había dejado más vulnerable que nunca.Sabía que estaba jugando con fuego, y ese fuego había consumido lo poco que quedaba de la paz familiar.

El recuerdo del día en que informó a su esposa lo atravesó como una cuchilla.Sus ojos, cargados de rabia, no ocultaron su disgusto mientras él trataba de explicarle las razones detrás de su decisión.Pero no hubo explicaciones que valieran; no hubo palabras que pudieran calmar la tormenta que se desató.El castigo llegó rápido y sin piedad.La mutilación que sufrió no fue solo un recordatorio de su fracaso para proteger la integridad de la familia, sino también un mensaje claro:cualquier debilidad sería castigada.

Bernardo era esa debilidad encarnada,un lisiado en un mundo cruel dondelos fuertes escribían las reglas y los débiles eran borrados del juego.Era un constante recordatorio de lo frágil que podía ser la estructura que Henry había construido con tanto esfuerzo.Pero, al mismo tiempo, Bernardo era su hijo, una extensión de sí mismo que no podía abandonar, no completamente.

La dama de la familia Q'illu era astuta, y su interés en Bernardo nunca había sido altruista.Henry sabía que su hijo era una pieza en un tablero mucho más grande, un peón que ella había tomado bajo su ala, no por misericordia, sino porque tenía un propósito que él aún no podía descifrar.Eso lo inquietaba profundamente.¿Qué podía querer una mujer tan poderosa de alguien que el mundo veía como desechable?Era un enigma que lo mantenía despierto por las noches, alimentando sus dudas y temores.

Mientras observaba la gran academia frente a él, sintió cómo el peso de sus decisiones lo aplastaba.Las palabras de sus amigos regresaron con más fuerza:"Un hombre puede soportar el peso del mundo, pero no el de su familia si esta se derrumba."Bernardo no solo representaba un punto débil para sus enemigos, sino también una grieta en su propia alma.Una grieta que, por más que intentara ignorar, sangraba con cada mirada hacia su hijo.

La imagen del rostro aterrorizado de Bernardo lo perseguía como un fantasma que nunca se desvanecía.Los ojos de su hijo, llenos de miedo y humillación, eran una herida abierta en el alma de Henry, una que nunca parecía cicatrizar.Era una visión que lo paralizaba, lo desgarraba y lo condenaba a revivir el peso de sus decisiones cada día.

Pero era más que eso.Cada vez que veía a Bernardo, no solo observaba a un joven frágil atrapado en un cuerpo quebrantado, sino también a un ser lleno de sueños, un niño que alguna vez creyó que el mundo podría ser suyo si luchaba lo suficiente.Ese potencial no realizado lo atormentaba.Era como mirar una flor marchita antes de florecer, una promesa rota antes de siquiera tener la oportunidad de cumplirse.

Mientras esas imágenes lo corroían, las risas de Thomas y Alejandra resonaban en su mente como un veneno constante.Sus burlas no eran simples palabras; eran dagas que perforaban la dignidad de Bernardo una y otra vez."¡Lisiado! ¡Inútil!"Las palabras de aquellos niños eran crueles, llenas de un desprecio que le parecía desproporcionado para su edad.Eran solo niños, pero su crueldad tenía un filo que lo hacía estremecer.

Henry observaba impotente desde las sombras, sus puños cerrados hasta que los nudillos se le ponían blancos.La rabia crecía dentro de él, amenazando con desbordarse en cualquier momento.Quería intervenir, romper el ciclo de humillación, gritarles a esos niños que Bernardo no era un simple lisiado, sino alguien que poseía más valor y fortaleza de la que ellos jamás comprenderían.Pero no podía. No debía.Cada vez que daba un paso hacia adelante, el peso de su propia culpa lo detenía, como cadenas invisibles que lo mantenían atrapado en su lugar.

La culpa era una llama que lo consumía desde adentro.Por más que quisiera proteger a Bernardo, sabía que todo esto era parte de un sacrificio más grande, uno que él mismo había orquestado."¿Cómo llegamos a esto?"pensó, mientras las lágrimas que amenazaban con brotar eran reprimidas por su propia necesidad de aparentar fortaleza.

La lucha interna era brutal, un campo de batalla emocional en el que no había ganadores.Bernardo era su hijo, su sangre, y verlo reducido a un blanco de burlas era como si le arrancaran el corazón.Pero también sabía que las reglas de este mundo eran implacables.Si no sacrificaba algo ahora, otros pagarían el precio, otros niños, otras vidas. Y la balanza de la humanidad no permitía errores ni flaquezas.

Sin embargo, en ese momento de dolor, una decisión comenzó a formarse en su mente."Si no puedo salvarlo de este mundo cruel, al menos lo salvaré de este infierno inmediato."Su rabia no era inútil; era combustible, y estaba listo para usarlo.Thomas y Alejandra aprenderían que incluso el más fuerte debe temer al hombre que está dispuesto a sacrificar todo por su hijo.

Henry se giró, con los ojos brillantes y una determinación fría en su semblante.No sería un espectador por más tiempo.

—YO... Yo no puedo dejarlo así —murmuró Henry entre dientes, con la voz quebrada por la mezcla de rabia y dolor—. No puedo permitir que lo destruyan.

El eco de su propia voz resonó en su mente, mientras una ola de emociones lo arrastraba hacia las profundidades de su conflicto interno.Las palabras de Thomas y Alejandra seguían cayendo sobre Bernardo como lluvia ácida, corrosivas y despiadadas, y cada una de ellas perforaba no solo al joven, sino también a Henry.Era como si las heridas de su hijo se duplicaran en él, como si cada insulto abriera una grieta más grande en su propio corazón.La desesperación se arremolinaba dentro de él, enfrentada a un océano de culpa y temor.

Las imágenes de su hijo, acorralado e indefenso, lo atormentaban.Su mente se llenaba con recuerdos de días más felices, cuando Bernardo reía despreocupado, creyendo en un futuro brillante que ahora parecía tan lejano como inalcanzable.Cada instante de ese dolor presente le recordaba que había fallado como padre, como protector.¿Cómo podía seguir mirando desde las sombras, justificando su inacción con excusas de un bien mayor, mientras su hijo era pisoteado como si no tuviera valor alguno?

La lucha interna en Henry alcanzaba un clímax insoportable.Sus pensamientos eran una tormenta implacable:"Si actúo, puedo desencadenar algo que destruya más vidas. Si no actúo, ¿qué clase de padre soy? ¿Qué clase de hombre puede soportar ver a su propio hijo reducido a nada?"

Cada segundo que pasaba aumentaba su desesperación, pero también alimentaba su ira.Sus puños temblaban, apretados con tanta fuerza que las uñas comenzaban a clavarse en su carne, dejando pequeñas marcas rojizas."¡Basta!" pensó.Su resolución comenzaba a formarse, lenta pero firmemente, mientras respiraba hondo para calmar la tempestad dentro de él."No puedo moverme con impulsividad... pero tampoco puedo quedarme quieto."

Henry sabía que cualquier acción desmedida podría traer consecuencias devastadoras, no solo para él, sino para toda su familia.La humanidad misma estaba en juego, y cada decisión que tomaba estaba entrelazada con las intrincadas redes de poder y equilibrio que mantenían este mundo cruel en pie.Pero en ese instante, todo lo que importaba era Bernardo: su hijo, su sangre, el único fragmento de luz que había intentado proteger a toda costa, incluso si eso significaba cargar con la culpa eterna.

—No puedo esperar más —dijo, esta vez con voz firme, mientras su mirada se volvía acero puro—. No importa lo que cueste, no voy a dejar que esto continúe.

El miedo aún lo acompañaba, como un peso en el pecho, pero ya no era suficiente para detenerlo.Algo más fuerte comenzaba a guiarlo ahora: una voluntad indomable de salvar a su hijo, aunque eso significara desafiar las reglas de este mundo cruel y corrupto.La catástrofe podía esperar.Lo que no podía esperar era el alma destrozada de Bernardo, y eso era todo lo que importaba ahora.

En ese momento crítico, Henry sintió cómo una chispa de determinación comenzaba a arder dentro de él, pequeña pero feroz, como una llama que se niega a extinguirse bajo el peso de la tormenta.No podía seguir siendo un espectador en esta cruel obra, un actor relegado a las sombras mientras su hijo era consumido por el desprecio y el dolor.

El bullicio del campus seguía su curso, con estudiantes cargados de sueños y ambiciones cruzando los pasillos iluminados, ajenos a la batalla emocional que libraba Henry.Las risas, las conversaciones y los planes que resonaban a su alrededor parecían burlarse de su propia impotencia. Pero algo dentro de él, más fuerte que la culpa y más ardiente que la rabia, comenzaba a tomar forma.

"No puedo sacrificarlo," pensó, apretando los puños hasta que sus nudillos se tornaron blancos.A pesar del dolor y la culpa que lo habían acompañado como sombras persistentes durante años, entendía que este era el momento para tomar decisiones difíciles, decisiones que podrían desafiar todo lo que alguna vez creyó correcto.Miró al cielo nocturno, cargado de estrellas que brillaban indiferentes, y se hizo una promesa: Bernardo no iba a ser un peón más en este juego despiadado.

Por un instante, el rostro de su hijo apareció vívido en su mente:un niño pequeño con una sonrisa llena de esperanza, un niño que alguna vez lo había mirado como si él fuera el centro de su mundo.Ese recuerdo golpeó su pecho como un martillo, destrozando las cadenas de su inercia."Tal vez he fallado como padre," se dijo con amargura, "pero no voy a seguir siendo un cobarde."

Henry levantó la mirada, enfocándola en los enormes edificios de la academia "Ruler of Humanity", un lugar donde los destinos de las futuras generaciones se entrelazaban como hilos enredados.Era un lugar de grandeza y promesas, pero también un campo de batalla disfrazado de aprendizaje. Bernardo estaba ahí dentro, cargando un peso que nadie debería soportar solo.

Por primera vez en años, Henry se permitió sentir algo más que arrepentimiento; permitió que el amor paternal, ese que había enterrado bajo capas de deber y sacrificio, lo guiara."No importa cuán cruel sea este mundo," pensó, "también hay momentos donde el amor y la valentía pueden prevalecer. Y este será uno de ellos."

Mientras sus pasos comenzaban a avanzar hacia el edificio, Henry murmuró para sí mismo, como una declaración que resonaba en lo más profundo de su ser:—Al menos por una vez en mi miserable vida, quiero ser un verdadero padre para Bernardo.

La chispa de determinación dentro de él ya no era solo una luz titilante. Era un incendio, uno que quemaría todo a su paso si eso significaba darle a su hijo una oportunidad de luchar, una oportunidad de vivir.

Con esa resolución ardiente en su corazón, Henry dio un paso adelante, el eco de sus botas resonando en el frío suelo de piedra como un tambor que marcaba el inicio de una guerra silenciosa.La gran academia "Ruler of Humanity" se alzaba imponente frente a él, un símbolo de poder y destino, pero también el escenario de una crueldad que no podía ignorar.El aire alrededor parecía cargado de una energía eléctrica, como si el mundo mismo contuviera el aliento ante la decisión que estaba a punto de tomar.

Cada paso lo acercaba más a la confrontación, no solo con aquellos que habían hecho sufrir a Bernardo, sino con los demonios internos que lo habían mantenido encadenado durante tantos años.Recordaba las palabras que había escuchado tantas veces: "Un sacrificio por el bien mayor." Pero ahora, esas palabras no eran más que un eco vacío.El peso de las expectativas y las reglas impuestas por una sociedad despiadada comenzaba a resquebrajarse bajo la fuerza de su determinación.

El rostro de Bernardo apareció una vez más en su mente, no como un hombre derrotado, sino como aquel niño que una vez creyó que su padre podía mover montañas.Ese recuerdo era un faro, una luz en la oscuridad que le daba fuerza."No más excusas," pensó, apretando los dientes. "No más rendiciones."

Al cruzar las puertas de la academia, sintió las miradas de estudiantes y maestros caer sobre él como cuchillos, evaluándolo, juzgándolo.Los murmullos se alzaron a su paso, y la tensión en el aire era casi palpable.Pero Henry no vaciló; cada mirada era un recordatorio de por qué estaba allí, de lo que estaba dispuesto a arriesgar.

—¿Qué hace aquí? —murmuró un estudiante a su compañero, con los ojos fijos en la figura alta e imponente de Henry.
—Es Henry Guerra—respondió el otro en voz baja, casi reverente—. ¿Por qué estaría aquí? Esto no puede ser bueno.

Mientras las palabras susurradas se extendían como un incendio, Henry avanzó, cada paso cargado de la promesa de un cambio inminente.La academia había sido un lugar de aprendizaje para muchos, pero para Bernardo, se había convertido en una prisión de humillación y desesperanza. Ahora, Henry estaba decidido a convertirla en el lugar donde su hijo reclamaría su fuerza.

El fuego de su resolución se convirtió en una antorcha que iluminaba el camino frente a él.No sabía qué desafíos lo esperaban, ni cómo enfrentaría a quienes lo habían obligado a tomar decisiones tan dolorosas, pero algo era seguro:era hora de romper las cadenas del pasado y forjar un nuevo camino.Un camino donde Bernardo, a pesar de su condición, pudiera levantarse y demostrar que incluso aquellos considerados débiles podían ser más fuertes que cualquier adversidad.

Y quizás, en ese proceso, Henry también encontraría algo que había perdido hace mucho tiempo: su propia redención.

Mientras observaba a los jóvenes entrenar, Henry sintió cómo un nudo se apretaba en su estómago, paralizando sus pasos de manera inconsciente.El eco metálico de las espadas chocando y los gritos de esfuerzo de los estudiantes resonaban a su alrededor, pero su mente estaba atrapada en un abismo oscuro, lejos de la energía vibrante del entrenamiento.La vida de su hijo pendía de un hilo, y la presión del tiempo lo empujaba hacia una decisión que no solo marcaría el destino de Bernardo, sino también el de toda su familia.

Sabía que cualquier acción precipitada podría desatar el desastre.Si intervenía, los otros hijos que aún dependían de su protección también podrían ser sacrificados como piezas en este cruel juego de poder entre las ramas de la familia Q'illu.Esa verdad lo asfixiaba, cada pensamiento un golpe al alma, cada opción un callejón sin salida.

Los ojos de Henry reflejaban una luz apagada, teñida de tristeza y resignación.El destino de Bernardo era una condena escrita desde su nacimiento, y ahora él era testigo silencioso de cómo se acercaba inexorablemente el momento final.La decisión de entregarlo como tributo había sido tomada tiempo atrás, un pacto cruel con las ramas principales, donde su hijo se convertiría en una ofrenda para proteger a los otros.

—¡Uno, dos, tres, otra vez! —gritó uno de los instructores en el campo de entrenamiento, su voz rasgando el aire como una orden implacable.

Henry observó, como un espectador impotente, las siluetas de los jóvenes moverse con precisión y determinación.En su mente, la figura de Bernardo se alzaba, no como el joven golpeado y humillado que era ahora, sino como el prodigio que había sido anunciado al nacer.Bernardo había llegado al mundo con un intelecto brillante y una habilidad innata que rivalizaba con los más grandes genios de la humanidad.

Pero el destino había sido implacable, cruel.Desde los primeros minutos de su vida, la desgracia lo había marcado. Una enfermedad devastadora, una traición que nunca debería haber ocurrido, y las cicatrices físicas y emocionales que siguieron lo convirtieron en un objetivo fácil para el desprecio y la burla.En la academia, cada golpe que Bernardo recibía era un recordatorio cruel de cómo el mundo lo había reducido a una sombra de lo que una vez fue.

El peso de la impotencia amenazaba con aplastar a Henry.Cada segundo que pasaba se sentía como una eternidad, cada mirada de los estudiantes entrenando era una burla silenciosa a su dilema. ¿Cómo podía permitir que el único hijo que compartía su esencia fuera destruido? Pero, ¿cómo podía desafiar las reglas sin condenar a los demás?

—¿Y si hubiera otra manera? —murmuró para sí mismo, el tono apenas audible, como si temiera que siquiera pensar en ello desatara un castigo inmediato.

La figura de Bernardo seguía rondando su mente, un rostro lleno de potencial y talento consumido por un sistema despiadado que no perdonaba las debilidades.Henry sintió una oleada de rabia y tristeza mezclarse dentro de él.Si bien no podía cambiar el pasado, una chispa de esperanza comenzaba a encenderse en lo más profundo de su ser. Tal vez, solo tal vez, aún quedaba algo que podía hacer para salvarlo.Aunque eso significara arriesgarlo todo.

Henry suspiró en derrota, su pecho oprimido por una carga invisible.La fría realidad de la situación lo golpeaba con dureza; su hijo, el único de su sangre que había nacido con un talento desmesurado,sería reducido a un tributo, una pieza sacrificable en un cruel tablero de ajedrez familiar.Las dotes naturales de Bernardo, esa chispa brillante que lo hacía único, serían arrancadas de su cuerpo moribundo, como si nunca hubieran existido.La idea le llenaba el corazón de una desesperanza profunda, un vacío insondable que lo consumía lentamente.

Cada vez que intentaba pensar en lo que estaba por venir, una marea de tristeza lo envolvía como una niebla densa, dejándolo sin aliento.Imágenes de su hijo, lleno de vida y potencial, se entrelazaban con recuerdos desgarradores del pasado.Las risas compartidas en los días de verano, cuando el mundo parecía a sus pies; los sueños que juntos habían tejido, sin saber que el destino los separaría de forma tan cruel.Las promesas hechas bajo cielos despejados, cuando todo parecía posible,se volvían ahora sombras que se desvanecían en el aire, irrecuperables e irreversibles.

La desesperanza se apoderaba de Henry a cada momento, y su alma se hundía cada vez más en el abismo de la culpa y el dolor.Su hijo, el niño que alguna vez había sido su orgullo, ahora estaba destinado a convertirse en una ofrenda en un sistema despiadado.Era como si el destino le hubiera arrancado el derecho de ser padre, dejándolo como un espectador impotente del sufrimiento de su propio hijo.

—No puedo... no puedo dejar que esto suceda, no puedo —murmuró, sus palabras perdiéndose en el vacío de la noche que lo rodeaba.Pero a pesar de sus súplicas silenciosas, el peso de la situación lo aplastaba cada vez más,y la oscuridad de la realidad lo rodeaba como una prisión sin salida.

—Sabes que esto es necesario, Henry.La voz anciana resonó en sus oídos con una claridad perturbadora,pero Henry no se giró ni respondió.Ya conocía esas palabras, esas mismas que le habían atormentado en su mente una y otra vez, como un mantra sombrío que nunca lo dejaba descansar.La voz del anciano era un recordatorio constante de la dura realidad que enfrentaban, una realidad donde las decisiones eran frías y calculadas, y el sacrificio parecía inevitable.

Henry permaneció inmóvil, sus ojos fijos en el escenario ante él.La brutal paliza que su hijo mayor recibía a manos de esa pequeña sabandijale desgarraba el corazón, pero sabía que no podía intervenir.Su hijo, que cuando nacio estuvo lleno de talento y promesas rotas, estaba siendo humillado frente a sus ojos, y Henry lo veía todo con una claridad hiriente.Aunque su nivel de poder le permitía intervenir con facilidad,algo lo detenía.Un nudo de culpa y resignación se apoderaba de su ser, como si la decisión ya hubiera sido tomada mucho antes de que él llegara a este punto.

El sonido de los golpes contra el cuerpo de su hijo resonaba en su mente como un eco interminable, una tortura auditiva que lo atravesaba, dejándole un vacío profundo en el estómago.La rabia hervía en su interior, pero no podía actuar.Sabía que cualquier movimiento en falso podría significar la condena no solo de su hijo, sino de toda la familia.La sangre de su hijo se derramaba, pero el peso de la familia Q'illu lo mantenía atado,condenado a observar sin poder hacer nada.

La voz del anciano continuó resonando en su mente: "Es necesario, Henry. No hay otra opción."Y aunque lo sabía, aunque comprendía la cruel lógica que lo había llevado hasta aquí, algo dentro de él se negaba a aceptar la inhumanidad de la situación.¿Cómo podía sacrificar a uno de sus propios hijos por el bien de otros? ¿Cómo podía permitir que el niño que alguna vez había sido su mayor orgullo se convirtiera en una víctima de su propio sistema?

Henry comenzó a contar los golpes uno por uno.Cada impacto parecía desgarrar un pedazo de su alma, y mientras su hijo recibía las bofetadas de su destino, él experimentaba una agonía que solo podía describir como un dolor compartido.Cada golpe era como un martillo golpeando su corazón,y la violencia de cada sonido rebotaba en su pecho, multiplicándose en una tormenta de dolor insoportable.La impotencia lo envolvía como una niebla espesa, haciéndolo sentir atrapado, incapaz de salvar a su hijo de la cruel realidad que los rodeaba.

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