Capitulo 2: Lo siento Hijo

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"Todos estos golpes,"se prometió,"te los devolveré con todo mi odio, eso te prometo, Bernardo."Las palabras se entrelazaban con el eco de los golpes, creciendo en fuerza con cada sonido, como si el odio y la ira se materializaran en algo palpable, algo que, algún día, haría justicia.La furia que sentía dentro de sí era insostenible, y aunque no podía actuar ahora, la promesa le ardía en el pecho como una llama que nunca dejaría de arder.

"Incluso el anciano de esta rama colateral no podría hacer nada una vez que este día termine."La amenaza flotaba en el aire, un susurro de venganza que Henry sentía con una certeza brutal.En su mente, las escenas de castigo y sufrimiento se desmoronaban ante la visión de un futuro donde él, finalmente, podría tomar control de su destino y vengar a su hijo.

La tensión en el aire era palpable.Henry observaba cada movimiento, cada impacto, mientras su hijo sufría, un ser tan lleno de vida y potencial que ahora se veía reducido a un objetivo fácil.El dolor de Bernardo, su sufrimiento visible, se transformaba en un veneno para Henry, cada golpe que su hijo recibía era una puñalada directa a su ser.Cada vez que su hijo caía, él caía también.Cada golpe resonaba en su pecho como un eco doloroso, recordándole, de forma desgarradora, que la vida de Bernardo estaba en juego.

La decisión que había tomado lo atormentaba.El dilema moral lo devoraba por dentro, un constante conflicto entre lo que debía hacer y lo que sentía.Sabía que era una cuestión de supervivencia, que la única manera de salvar a su familia era tomar esta decisión desgarradora, pero eso no lo hacía menos doloroso.El peso del sacrificio se hacía más pesado con cada segundo que pasaba, y la culpa lo carcomía como un parásito que lo devoraba por dentro.Cada respiración era un recordatorio de lo que estaba por suceder, de lo que debía hacer.

La lógica fría de la supervivencia era la que lo guiaba,pero el conflicto interno no desaparecía.Mientras observaba la escena, las palabras del anciano resonaban en su mente como un eco persistente, un recordatorio cruel de que en este mundo, la debilidad no tenía cabida.El anciano había sido claro: no había espacio para la duda, para los sentimientos.Solo la fuerza, solo las decisiones duras, podían mantener el orden y la supervivencia.

A pesar de la amarga verdad que lo rodeaba,Henry sabía que no había vuelta atrás.La vida de su familia dependía de su capacidad para ser implacable, de su habilidad para sacrificar lo que más amaba por un futuro incierto, pero necesario.La culpa seguía corroyendo su interior, pero la realidad era más dura: en este mundo despiadado, los lazos familiares solo eran tan fuertes como la voluntad de proteger a los que quedaban.

Bernardo era un lisiado,y en un mundo donde solo los fuertes sobrevivían,su destino estaba sellado.Cada vez que Henry pensaba en ello, el peso de la desesperanza lo aplastaba, como si la gravedad misma hubiera aumentado para aplastar su alma.La tristeza lo invadía,una marea oscura que no dejaba espacio para la luz.La culpa se arremolinaba en su pecho, como una tormenta que no encontraba fin.Cada vez que pensaba en el futuro oscuro que le esperaba a su hijo,una presión lo apretaba, como si el aire mismo se negara a dejarlo respirar.La imagen de Bernardo, marcado por el sufrimiento y la fragilidad,era una herida viva en su corazón.

Sin embargo,Henry sabía que debía mantener la compostura,aunque el caos interno lo amenazara con devorarlo.No podía permitirse el lujo de ceder al dolor; su familia, su futuro, dependían de su capacidad para mantener la calma.Era un sacrificio que se le exigía, una carga que llevaba sobre sus hombros con la esperanza de que, aunque la oscuridad lo envolviera, pudiera forjar un futuro donde los que quedaran, los que sobrevivieran, tuvieran una oportunidad.Pero a medida que observaba a su hijo, esa esperanza se desvanecía lentamente, como la luz de un sol que se oculta tras las nubes más oscuras.

En ese momento crítico,mientras los ecos del dolor y la desesperación llenaban el aire a su alrededor,Henry sintió cómo una nueva resolución comenzaba a formarse dentro de él.Cada golpe que su hijo recibía parecía retumbar en su pecho,y con cada resonar, una chispa de determinación nacía, encendiendo algo profundo en su interior.No podía permitir que este sacrificio fuera en vano;debía encontrar una manera de proteger a Bernardo sin perderlo para siempre.Sabía que la oscuridad que lo rodeaba solo lo llevaría más lejos de la luz, pero estaba dispuesto a desafiarla.

La lucha interna entre el amor paternal y el deber familiar se intensificaba,como una batalla épica dentro de su alma, donde los principios y el afecto chocaban con la brutalidad de un mundo sin misericordia.Cada latido del corazón parecía gritarle que había más en juego que solo supervivencia;había algo más profundo, más valioso: la vida de su hijo, la dignidad de su ser, su derecho a no ser simplemente un sacrificio.Henry sabía que el destino de su familia estaba atado a la decisión que tomaría en ese instante.Un paso en falso y todo se desplomaría;pero no tomar acción significaba condenar a Bernardo a una vida de sufrimiento y humillación sin fin.

Con cada golpe recibido por Bernardo,Henry se dio cuenta de que no solo estaba observando desde las sombras;también estaba permitiendo que el ciclo de dolor continuara sin hacer nada al respecto.La rabia crecía en su interior, como un volcán a punto de estallar.Cada grito de su hijo, cada gesto de desesperación, lo atravesaban como cuchillos.Se dio cuenta de que su pasividad solo alimentaba la crueldad,y que si no actuaba, su hijo caería irremediablemente en el abismo del abandono.

Era hora de romper ese cicloy convertirse en el protector que siempre había querido ser para su hijo.Ya no podría esconderse en la sombra de la indecisión.La decisión ardía en su pecho,más urgente que nunca.Con una determinación renovada,decidió que haría todo lo posible para cambiar el rumbo del destino.No importaba lo que tuviera que sacrificar.No importaba cuánto tuviera que luchar contra el monstruo que él mismo había creado al permitir que todo sucediera.Bernardo no sería otro peón más en el juego cruel de la vida.Lo salvaría, lo protegería,y, si fuera necesario, desafiaría el propio destino para darle una oportunidad de ser algo más.

Mientras los estudiantes continuaban con sus entrenamientos, el estruendo de sus risas resonaba como un cruel recordatorio de lo que estaba en juego. El sonido de los golpes, el retumbar de las pisadas sobre el suelo firme de la academia, y la vibrante energía juvenil lo envolvían. Pero Henry no podía dejarse arrastrar por esa aparente normalidad. Cada risa, cada alarde de fuerza entre aquellos jóvenes que aún no sabían lo que era verdaderamente el sufrimiento, lo atormentaba.Era un recordatorio del abismo entre él y su hijo. El eco de esas risas lo hacía sentir más ajeno que nunca, más distante de su humanidad, de lo que una vez creyó ser.

El reloj parecía volverse una sombra que lo acechaba,con cada tic resonando como un disparo en su mente, como una condena que se aproximaba sin piedad.Las decisiones que debía tomar ya no podían esperar, el peso de cada segundo lo aplastaba con una furia imparable. Los ojos de su hijo,llenos de dolor y frustración, aparecían constantemente en su mente, como una imagen borrada de su rostro, marcando su conciencia con la angustia de saber que cada acción, o la falta de ella, afectaría su futuro.Era un momento de última oportunidad, un punto de inflexión donde no podía permitir que el ciclo de humillación y sacrificio continuara.

¿Qué tan lejos estaba dispuesto a llegar para cambiar el destino de Bernardo?La duda crecía, como una sombra que se alargaba con el paso de los minutos, oscureciendo su alma.Enfrentar a los que causaban ese sufrimiento era solo una parte del dilema; el verdadero reto era confrontar sus propios miedos, su sentido de paternidad, y las dudas que siempre lo habían frenado. Pero ya no podía seguir viviendo con la idea de ser un espectador mudo en la vida de su hijo. Ladeterminación se alzó dentro de él como una ola, arrasando con la parálisis que había mantenido a su voluntad cautiva por tanto tiempo. Sabía que para cambiar el curso de la historia, debía ser más que un padre; debía convertirse enel protector implacable que Bernardo necesitaba.

El tiempo se agotaba, y el destino de su hijo, como una cuerda rota, pendía de un hilo. Sin embargo, no podía permitir que ese hilo se deshilachara sin pelear por él.La ira que lo invadía no solo era por la humillación que su hijo soportaba, sino también por la impotencia que lo había consumido durante tanto tiempo.Era hora de actuar, y ya no habría vuelta atrás.

Era hora de luchar por lo que amaba,por lo que aún quedaba de humanidad en un mundo que parecía haberla perdido. Henry cerró los ojos por un instante,saboreando el amargo sabor de la determinación que crecía dentro de él. Sabía que el camino sería arduo, tortuoso, marcado por sacrificios que lo consumirían tanto física como emocionalmente, peroya no podía vivir más entre la cobardía y la duda.El bienestar de Bernardo, el futuro de su hijo, era lo único que importaba ahora. Ya no se trataba de proteger su propia vida, sino deconvertirse en el muro que lo defendiera de la oscuridad que lo rodeaba.

La vida le había enseñado a golpes lo implacable que podía ser.El mundo no tenía piedad; se alimentaba de aquellos que vacilaban, de aquellos que no eran lo suficientemente fuertes.Pero en el corazón de esa crueldad, Henry veía algo que lo desbordaba: el amor inquebrantable por su hijo.Y ese amor lo haría más fuerte que cualquier adversidad.

Había momentos en los que la oscuridad parecía consumirlo todo, donde el dolor y la desesperanza empañaban cualquier resquicio de luz, pero en esos mismos momentos, Henry sabía queel amor podía convertirse en la chispa que encendiera una llama capaz de desafiar incluso la noche más profunda.Así, entre la tormenta de emociones y el peso de lo imposible, se forjaba su determinación.Henry estaba decidido a encontrar esos momentos donde el amor brillara con fuerza,aunque fuera solo un destello fugaz en medio de la oscuridad más absoluta.

No se detendría, no importaba el costo.Este era el principio de una lucha que marcaría el destino de Bernardo, y Henry estaba dispuesto a darlo todopara proteger a su hijo de un futuro cruel, aún si el precio era su propia alma.El sacrificio, el dolor, las pérdidas... nada importaba cuando se trataba de salvar lo que más amaba.

Bernardo caminaba por el lugar, lacuenta doradaque Robert le había entregado ya no era más que un recuerdo lejano;sus heridas se habían cerradocon rapidez, la curación había sido casi milagrosa.Mientras avanzaba, su mente estaba abrumada por una mezcla de emociones, y sus dedos temblorosos pasaban sobre el papel con urgencia, escribiendo una serie de notas que guardó con cuidado en varios sobres.

Había cuatro cartas en total.Una para su madre, las palabras cuidadosamente elegidas, intentando dejar en cada línea el amor no dicho, pero sentido.Una para cada uno de sus hermanos, esos con los que había compartido risas y secretos, con los que había crecido y, quizás, a los que nunca volvería a ver. Y, por último, una carta para sí mismo, aunque no estaba destinada a ser leída por él mismo jamás.Era una despedida definitiva, porque, al final,Bernardo sabía lo que le aguardaba después de ese día.Después de hoy, moría. Ya no quedaba nada más.El sacrificio estaba sellado, y su destino era ineludible.

Se detuvo un momento en su camino yun suspiro pesado salió de sus labios, como si al exhalar dejara escapar también la última chispa de esperanza que quedaba en él.Un pensamiento lo asaltó con fuerzamientras sus ojos se dirigían al suelo, donde las cartas reposaban, esperando ser enviadas al viento.Si tener una sola habilidad innata te hacía un prodigio, ¿qué pasaba con alguien que tenía tres habilidades, cada una de una naturaleza diferente de mana?Pensó enThomas, el imbecil que siempre había tenidocelos de Robertsolo por tener esa única habilidad.¿Qué haría si se enterara de lo que Bernardo poseía?

La idea le pareció casi irónica.Toda su vida, desde el primer aliento que tomó hasta ese momento, había sido marcada por la comparación, la competencia, y ahora,esa habilidad tan especial que lo había hecho único, lo había llevado al mismo destino que siempre temió. Lo único que lo diferenciaba ahora era la tragedia de su existencia.

Negó con la cabeza, como si tratara de rechazar esos pensamientos, esos demonios internos que lo acosaban sin cesar.¿Por qué seguir comparándose con los demás si todo estaba por terminar de todas formas?

Miró hacia abajo, observando las cartas que descansaban entre sus manos,sintiendo el peso de la despedida en cada sobre. Con un gesto de dolor, sus palabras fueron apenas un susurro:
"Los voy a extrañar...".

El vacío de sus palabras resonó más fuerte que nunca,porque sabía que, al final, todo lo que quedaba eran recuerdos.Esos recuerdos y estas cartas, sus últimas conexiones con un mundo que pronto quedaría atrás.

Elmaná ambientalcomenzó a concentrarse,se acumuló en el ojo de Bernardo, y por un momento,su visión se transformó. No solo veía el mundo en su forma normal, sino que ahora tenía unavisión nítida, casi sobrenatural.Podía ver a través de las paredes, las barreras invisibles que separaban la realidad de los secretos ocultos. Su habilidad ocular le otorgaba una claridad desconcertante.A través de los objetos y las sombras, podía desentrañar lo que normalmente quedaría escondido a simple vista.

Lo que vio lo dejó intranquilo.Un gran grupo de hombres se dirigía rápidamente hacia la academia, y aunque sus cuerpos eran indistintos a la distancia, sus intenciones eran claras para él.No era un simple grupo de individuos; había algo detrás de su movimiento, un propósito más oscuro que simplemente desplazarse de un lugar a otro.Bernardo lo percibió con una nitidez desconcertante; podía casi saborear la tensión en el aire, sentir cómo la presión aumentaba con cada paso que daban esos hombres.

Pero lo que realmente lo golpeó fue la ironía de su situación.Así como poseía esa habilidad ocular única, sabía que no era el único con una habilidad innata.Sin embargo, su habilidad era un tanto diferente.No era tan imponente como las de otros, no tenía la fuerza bruta ni el poder devastador que otros portadores de maná podían desatar. La suya erasuplementaria, más sutil, más fina, pero al mismo tiempo, Bernardo comprendió que, debido a lafragilidad de su cuerpo, no podría usar todo el potencial que su habilidad le ofrecía.

A menudo deseaba más,deseaba poder acceder a la plena capacidad de su maná ocular, para ser capaz de cambiar su destino, de luchar, de defender lo que amaba. Pero sabía que su debilidadera una carga que nunca podría dejar de arrastrar.Su cuerpo, debilitado por los años de abuso y falta de cuidado, era una condena que lo mantenía a la deriva, incapaz de aprovechar todo lo que había dentro de él.

La debilidad, su odio hacia ella, lo consumía.Cada día, cada paso, sentía cómo su cuerpo se oponía a sus deseos. Pero, con el tiempo,logró aceptar la realidad de su situación. No podía cambiar su naturaleza, al menos no por ahora.Sabía que el potencial de su habilidad ocular, aunque limitado, todavía podía marcar la diferencia si lograba encontrar una forma de usarla sabiamente.Cada vez que miraba a través de los velos de la realidad, sentía que se acercaba un poco más al entendimiento de su verdadero poder.

La claridad que le otorgaba su habilidad ocularno solo le permitía ver lo que estaba delante de él. También podía leerlas intenciones más oscuras. Los movimientos de esos hombres, aunque físicos, le mostraban más. Les veía, sí, pero también los veíapor lo que eran.No solo veía sus gestos, sino sus motivaciones, susmentirasy susmiedos ocultos. Era una visión que le otorgaba poder, pero también lo llenaba de una creciente inquietud.

Bernardo sabía que el futuro estaba cerca, y aunque no tenía todo el poder que deseaba, confiaba en que, al menos, sus ojos podían ofrecerle una ventaja sobre los demás.

Bernardo simplemente asintió, su expresión inmutable,como si el mundo a su alrededor fuera apenas un susurro distante.Su cabeza permanecía fría, su mente un mar sereno incluso frente al caos inminente. Pero en su interior, su cuerpo era un campo de batalla.El maná corrosivo seguía devorándolo lentamente, una presencia insidiosa que invadía cada rincón de su ser. Cada paso que daba resonaba con un eco de dolor interno,su carne y sus huesos peleaban por resistir la destrucción inminente.

Lo sabía, su ojo se lo había mostrado. Esa visión lo condenaba tanto como lo fortalecía.Era un recordatorio cruel, implacable, de su propia fragilidad, de que, aunque portaba un poder que muchos envidiarían, ese mismo regalo era un cuchillo de doble filo, perforando su alma con cada segundo que pasaba.El maná, la fuente de toda grandeza y miseria, estaba reclamando su precio en él.

Su corazón estaba a punto de rendirse, podía sentirlo en cada pulsación debilitada, en la forma en que su pecho luchaba por expandirse.La verdad era simple y devastadora: no quedaba mucho tiempo. Su ojo, aquel que le otorgaba claridad más allá de lo humano, no le permitía la comodidad de la ignorancia.Le había mostrado lo que era inevitable, lo que estaba esperando justo al otro lado del umbral.La desesperanza se sentía como una sombra constante, siguiéndolo, recordándole que cada momento podría ser el último.

Y, sin embargo, Bernardo avanzaba. No con valentía, sino con la aceptación resignada de alguien que sabía que la batalla no se podía evitar.Cada paso era una decisión, un desafío silencioso a su destino, como si su mera existencia fuera un acto de rebeldía contra las fuerzas que buscaban aplastarlo.

El aire a su alrededor era denso, cargado del zumbido del maná que lo corroía, perosu mirada permanecía fija en el horizonte.Sabía que el sufrimiento era el precio del poder, pero eso no hacía que fuera más fácil soportarlo. Mientras caminaba, su mente se aferraba a un pensamiento:si este dolor era el costo de proteger lo poco que amaba, entonces lo pagaría hasta la última gota de su ser.

"Si micorazón debe detenerse, que sea después de haber cumplido mi propósito", pensó con frialdad mientras seguía adelante. La corrosión podría reclamarlo, pero no antes de que él reclamara su lugar en el cruel teatro de este mundo.

Bernardo sonrió con tristeza, una de esas sonrisas cargadas de nostalgia que pesan más que cualquier lágrima.Los recuerdos lo alcanzaron como un susurro lejano, arrancándolo del presente doloroso para transportarlo a un tiempo más simple, más inocente.Cuando era niño, su hermana y él solían refugiarse en las páginas de viejos relatos que la humanidad había dejado atrás,historias que parecían tesoros en medio de un mundo arrasado por el caos.Esos cuentos estaban llenos de héroes valientes, mundos extraordinarios y aventuras sin fin, un contraste desgarrador con la realidad que ahora enfrentaba.

Las palabras de su hermana resonaban en su memoria:"Tu ojo me recuerda a esos alienígenas de los que leíamos, los kriptonianos. O tal vez a los ninjas de ojos blancos del ninja rubio. ¿No te parece que hay algo especial en eso?"Ella solía decirlo con una mezcla de burla juguetona y asombro sincero, como si, en su corazón, creyera que Bernardo estaba destinado a ser parte de una historia igual de grandiosa.

Esos momentos eran su refugio. Los días en que ambos se sentaban juntos, compartiendo historias sobre mundos que ya no existían, lo hacían sentir que aún era posible soñar, incluso en un lugar tan desolado.Recordó el brillo en los ojos de su hermana al describir aquellas razas legendarias, llenas de poder y determinación, y cómo lo miraba con la misma esperanza, como si él también pudiera convertirse en algo extraordinario.

Pero ahora, en el frío y cruel presente, ese brillo se había apagado, al igual que las risas y los sueños de su infancia.La ironía era hiriente: su ojo, que tanto le recordaba a los héroes de aquellas historias, no lo hacía sentir especial ni poderoso, sino como un portador de una carga demasiado pesada.Era como si el universo le hubiera dado una chispa de grandeza, solo para arrebatarle cualquier oportunidad de aprovecharla al máximo.

Mientras el peso del presente intentaba hundirlo,esos recuerdos seguían siendo una pequeña llama, un recordatorio de que una vez, al menos por un breve momento, había podido imaginar un mundo diferente.Un mundo en el que tal vez él también podía ser un héroe.

El muchacho sonrió, pero había amargura en el gesto.Recordar el nombre de su habilidad,"Ojo del Gran Sabio", era como cargar un título que era a la vez un don y una condena.Un rango A, un nivel que provocaría envidia y reverencia en cualquier otro ser humano. Pero para Bernardo, ese rango no era más que una burla cruel de su destino.En un mundo donde las habilidades innatas no poseían rangos, él era la anomalía, la excepción que no traía gloria, sino un sufrimiento perpetuo.

Era diferente. Siempre lo había sido.Todas las habilidades que residían en su cuerpo llevaban altos rangos, peroel Ojo del Gran Sabio, irónicamente, era el de menor nivel entre ellas.Y aun así, su potencial lo sobrepasaba.Con este poder podía mirar más allá de las barreras físicas, desentrañar conocimientos ocultos y comprender la verdadera naturaleza de las cosas.Pero esa sabiduría tenía un precio.Cada uso del ojo drenaba algo de su ya frágil vitalidad, recordándole que la grandeza siempre venía acompañada de un costo inimaginable.

Su cuerpo, al igual que los demás, necesitaba maná para subsistir.Pero en Bernardo, lo que debía ser el sustento que fortalecía su vida era también el veneno que lentamente la extinguía.Sus células, incapaces de procesar el maná como lo hacían los demás, lo absorbían con avidez solo para volverse frágiles y quebrarse bajo su toxicidad.Cada uso del ojo aceleraba el deterioro, y cada momento de claridad era un paso más cerca de su inevitable fin.

Bernardo cerró los ojos un instante, dejando que su mente vagara.Cada visión que obtenía con su habilidad estaba teñida de recuerdos dolorosos, imágenes que se mezclaban con las respuestas que buscaba.Los rostros de aquellos que lo habían despreciado, las palabras crueles que cargaban de resentimiento su existencia, todo ello se entrelazaba con la sabiduría que el ojo le brindaba.Era como si el poder no solo lo desgarrara físicamente, sino que también perforara su alma con un filo invisible pero implacable.

Cuando abrió los ojos nuevamente, el resplandor tenue de su habilidad brilló, iluminando brevemente su rostro. Había una mezcla de determinación y resignación en su mirada, como si aceptara la ironía de su existencia."Si la grandeza tiene que ser así de dolorosa," pensó, "entonces que así sea. Pero no dejaré que sea en vano."Y con esa resolución, continuó avanzando, consciente de que cada paso lo acercaba más al límite entre el sacrificio y la trascendencia.

Los ojos de Bernardo brillaron tenuemente mientras su habilidad se activaba una vez más, mostrándole imágenes de un lugar lejano.Allí, en la distancia, divisó siluetas conocidas:hombres que habían formado parte de los recuerdos de su infancia,figuras sombrías que habían estado presentes cuando su padre lo llevó, por primera y única vez, a la mansión de los Q'illu.Reconoció sus rostros en un destello de memoria: los guardias que servían al abuelo de Peter, su hermano menor.El mismo abuelo cuya sombra pesada había moldeado tanto las expectativas como los castigos que su familia había soportado.

La visión se desvaneció, pero dejó tras de sí un eco de urgencia en su pecho.Esos hombres no estaban allí por casualidad; su presencia significaba algo mucho más grave, algo que Bernardo entendía como una amenaza directa. El peligro se acercaba con pasos medidos, y el tiempo, siempre implacable, parecía acelerarse en su contra.

Su mente luchaba entre dos fuerzas opuestas:el deseo visceral de proteger a su familia, aun a costa de su propia vida, y el miedo paralizante que lo encadenaba al dolor constante de su fragilidad.No quería volver a ser el niño desprotegido, el joven que miraba impotente cómo el mundo lo consideraba prescindible.Pero cada segundo que pasaba reforzaba en él una verdad ineludible: el sacrificio ya no era una opción, sino una necesidad.

"¿Qué haré?"La pregunta resonó en su mente mientras sus manos temblorosas bajaban lentamente hacia las cartas que llevaba consigo.Las cuatro cartas.Una para su madre, tres más para cada uno de sus hermanos.Eran despedidas, palabras escritas desde lo más profundo de su ser, cargadas de amor, disculpas y esperanza.Mirarlas era como contemplar una parte de sí mismo que estaba a punto de desaparecer, un fragmento de su alma que entregaba antes de enfrentarse a lo inevitable.

Bernardo negó con la cabeza, una mezcla de frustración y tristeza llenando su pecho.—No puedo detenerlos —murmuró para sí, sintiendo cómo la realidad lo aplastaba—. Pero tampoco puedo rendirme.

Levantó las cartas y las observó por última vez.Cada una contenía los pensamientos que nunca pudo expresar en vida, las palabras que, aunque simples, estaban llenas de significado."Perdónenme por ser débil," pensó, "y gracias por haberme amado a pesar de ello."Su mirada se tornó distante, clavándose en el horizonte, donde sabía que esos hombres seguían avanzando.

La tensión en el aire era insoportable,pero Bernardo decidió no mirar más hacia el horizonte. Bajó la vista hacia sus cartas y acarició los sobres con suavidad, como si al hacerlo pudiera grabar en su memoria los rostros de quienes las recibirían."Los amo. Los voy a extrañar."Con esa simple frase, cargada de emociones profundas, su resolución se hizo más fuerte, aunque el peso de su destino no disminuyera ni un poco.

Cada paso que daba era una lucha contra el veneno que corría por sus venas, pero también un recordatorio del poder latente que poseía.El maná fluía a través de él como un torrente incontrolable, envolviendo su cuerpo y sus sentidos con una mezcla de claridad y agonía.El "Ojo del Gran Sabio", su bendición y maldición, parecía observar más allá de lo que incluso él era capaz de comprender.Sentía cómo cada partícula de energía lo atravesaba, despertando un conocimiento que lo hacía temblar, no por el miedo, sino por la responsabilidad que conllevaba.

Mientras avanzaba por los pasillos de la academia,las palabras de su madre volvieron a su mente, tan claras como el día en que las escuchó por primera vez.—"La verdadera fuerza no radica solo en el poder físico, sino en la capacidad de levantarse después de caer."— Bernardo murmuró esas palabras, como si fueran un mantra que lo mantenía en pie.Eran un bálsamo para su espíritu, una guía que le recordaba que el miedo era una emoción que debía enfrentar, no evitar.

La academia, normalmente llena de risas, ahora estaba teñida de caos.Los ecos de gritos de guerra resonaban a lo lejos, un recordatorio de que el mundo exterior estaba cada vez más cerca de irrumpir en este refugio de aprendizaje. Bernardo sintió cómo su corazón se aceleraba; sabía que ese lugar, que alguna vez fue seguro, pronto se convertiría en un campo de batalla.

La tensión en el aire era palpable,y cada paso que daba lo acercaba más al epicentro del conflicto. Las voces, distorsionadas por la distancia, empezaban a tomar forma. Podía escuchar órdenes gritando, espadas chocando, y los gritos de quienes caían.Su ojo se activó instintivamente, desenmascarando las sombras y revelando los movimientos de los hombres que avanzaban como un torrente imparable hacia la academia.

Bernardo apretó los puños.—No soy fuerte físicamente —susurró, su voz apenas un hilo que se perdía entre los ecos del conflicto—, pero tengo algo que muchos no tienen: la capacidad de ver lo que está por venir y decidir cómo enfrentarlo.

Llegó a una sección abierta de la academia, donde la primera línea de estudiantes ya se enfrentaba al enemigo.Los rostros de los jóvenes reflejaban tanto miedo como determinación.Un muchacho alto, con una lanza en la mano, gritó hacia sus compañeros:—¡No retrocedan! Si ellos pasan de aquí, nadie estará a salvo.

Bernardo se detuvo, su ojo enfocándose en la batalla.Sus visiones no solo le mostraban las acciones actuales, sino también las debilidades de cada combatiente. Podía ver cómo el maná fluía en el cuerpo de los enemigos, revelando puntos críticos que podrían aprovecharse.

Con un profundo suspiro, se preparó para lo inevitable.Sabía que no podía quedarse al margen; debía actuar. A pesar de su cuerpo frágil, su mente era un arma, y su habilidad, un escudo que podría marcar la diferencia entre la vida y la muerte. —"Si debo caer," pensó, "que sea luchando por lo que amo."

El rugido del conflicto lo envolvió, y con determinación, Bernardo dio un paso adelante.

Bernardo enfocó su ojo en una figura familiar, una joven que destacaba entre el tumulto.Sus rasgos no compartían ningún parecido con los suyos, pero para él, no había duda alguna de quién era:su hermana.Con una expresión inocente, casi infantil, pero al mismo tiempo llena de confianza, ella permanecía firme en medio del caos.Era la niña de los ojos de su madre,aquella a quien siempre habían protegido con esmero. Para el resto, su relación parecía fría, incluso distante, pero solo ellos dos conocían la verdad: un vínculo irrompible, forjado en la adversidad y alimentado por un amor genuino que ambos ocultaban del mundo.

Los recuerdos lo asaltaron con fuerza, transportándolo a un tiempo más sencillo.Ella, apenas una niña, se había puesto un vestido rosa que flotaba como pétalos a su alrededor, coronada con una tiara que reflejaba la luz del sol. Con un aire de dramatismo que solo los niños pueden alcanzar, había proclamado con orgullo: —¡Seré la princesa más bella de todas!

Bernardo, entonces un niño pequeño, había reído con ternura, pero también con seriedad,respondiendo con una sabiduría que parecía extraña para su edad: —"Una princesa, ¿eh? Bien, creo que lo serás... pero, hermana, nunca seas una princesa que necesita ser rescatada. Sé la princesa a la que el dragón guardián se arrodille y le ruegue piedad."

Esa frase, pronunciada con la inocencia de la niñez, había marcado un pacto silencioso entre ambos.Ella sería fuerte, inquebrantable, y él estaría allí para apoyarla desde las sombras, si era necesario. Aquel recuerdo, que en su momento pareció solo una charla infantil, ahora resonaba con un significado mucho más profundo. La veía ahora, firme, como si su presencia irradiara esa fuerza que él mismo le había pedido que tuviera.

Apretó las cartas en su mano, recordando lo que había escrito para ella.Sabía que su hermana, la princesa que había soñado ser, nunca se rendiría, pero eso no aliviaba el dolor de saber que, después de hoy, ella tendría que enfrentar este mundo sin él. —"No necesito protegerte de este caos," pensó, con una mezcla de orgullo y tristeza, "porque tú siempre has sabido cómo brillar, incluso cuando todo se oscurece."

El caos lo devolvió al presente.Sus ojos se encontraron con los de ella por un momento, y aunque no intercambiaron palabras, la comprensión era mutua.Ella no lo necesitaba para protegerla... pero eso no significaba que él no lo intentaría.

Una princesa con la inocencia de un ángel y la brutalidad de un berserker desatado.Bernardo no podía evitar una mezcla de cariño y aprensión al pensar en su hermana menor. Por alguna razón inexplicable,ella había desarrollado una dualidad aterradora,un contraste tan extremo que parecía sacado de los cuentos más oscuros de antaño. En su estado normal,era la definición de lo mundano, hasta adorablemente imperfecta.Amante de la comida chatarra —un lujo prohibido en el mundo devastado en el que vivían—, podía pasarse horas devorando bolsas de papas fritas, algo que lograba conseguir gracias a su ingenio.Perezosa hasta lo indecible,una vez la vio dormir doce horas seguidas, despertarse solo para comer y quejarse de que seguía cansada antes de volver a dormirse.

Pero cuando su otra personalidad,su "berserker",emergía, todo rastro de humanidad desaparecía.Llamarla psicótica no alcanzaba a describir ni un uno por ciento de su monstruosidad.Bernardo había presenciado de primera mano esa locura cuando, en un ataque de furia descontrolada,su hermana casi descuartizó a Peter.Fue una escena que ni siquiera él podía borrar de su memoria. Todo comenzó cuando Peter, jugando con su habilidad, había estado a punto de decapitarlo como un cruel "entrenamiento". Su hermana, que en ese momento parecía dormida en una esquina,se levantó con los ojos inyectados en sangre y un grito que heló la sala entera.

Lo que siguió fue un espectáculo de pura brutalidad.Peter, quien hasta entonces había sido una figura intimidante,se redujo a un niño tembloroso, literalmente mojándose los pantalones.Los golpes, rápidos y devastadores, lo dejaron en el suelo con el rostro pálido y la mirada perdida. Desde ese día, Peter no volvió a mirarla a los ojos. Ni siquiera podía permanecer en la misma habitación que ella sin sudar frío.

Bernardo sonrió mientras caminaba entre el caos del campo de batalla.—"Te extrañaré, gorda"— murmuró con una leve risa, recordando con ironía los momentos más absurdos y tiernos que compartieron. Era su manera de despedirse, un intento de mantener la cordura mientras su hermana luchaba a lo lejos, probablemente reduciendo a sus enemigos a pedazos.La barbarie que se extendía ante él se convirtió en un eco distante;incluso mientras ignoraba los gritos y la sangre a su alrededor, una parte de él sabía que en el centro de todo aquello, su hermana estaba mostrando al mundo por qué ni los dragones se atreverían a enfrentarse a ella.

El siguiente lugar al que llegó Bernardo era un campo tranquilo, un rincón casi ajeno al caos que reinaba a su alrededor.Allí, un par de niños corrían, riendo con una inocencia que parecía desafiar la crueldad del mundo.Eran gemelos, aunque no compartían rasgos físicos.La niña,Mary,había sido nombrada en honor a su madre y a su difunta abuela, y tenía facciones sorprendentemente parecidas a Bernardo.Luis,en cambio, era el reflejo vivo de su hermana menor, Maya, la psicótica. Su personalidad extrovertida y ruidosa contrastaba con la serenidad de Mary, pero ambos compartían algo que Bernardo admiraba profundamente:una conexión inquebrantable.Siempre tomados de la mano, los gemelos corrían por el campo, riendo como si la guerra y la muerte no existieran.

Bernardo los observó con una mezcla de nostalgia y amargura.Los dos eran un reflejo de todo lo que él y Maya nunca pudieron ser. Si bien no eran gemelos, siempre había existido una barrera invisible entre ellos, una que nunca lograron cruzar.Pero Mary y Luis... ellos eran distintos.Unidos, inseparables, eran las luces más puras en la tormentosa oscuridad de la familia Senz. Bernardo los había protegido en el pasado, incluso cuandosu propia carne fue desgarrada y su cuerpo destrozado,y ahora, sabía que los extrañaría más que a nadie.

"Pequeños engendros, no lloren por este débil hermano que tuvieron,"murmuró al aire, su voz impregnada de una tristeza resignada."Solo les pido que sigan sonriendo como lo hacen ahora."Con una sonrisa melancólica, colocó las cartas que había escrito entre las pertenencias de los gemelos. Una para cada uno, y también las dos que había escrito para Maya.Sabía que ellos no entenderían sus palabras ahora, pero algún día, cuando fueran mayores, esas cartas serían todo lo que les quedaría de él.

Bernardo dio un paso atrás, observando a los niños por última vez.Luis lanzó un grito alegre mientras corría tras Mary, quien reía con la despreocupación de la infancia.El contraste entre esa escena y la brutalidad que había visto momentos atrás lo desgarró por dentro.Apretó los puños,sintiendo cómo su resolución se endurecía.

Sin voltear, se alejó del campo.Tenía un destino que cumplir, y su próximo encuentro sería con ese insecto que se atrevía a llamarse su progenitor.El peso de lo que estaba por venir parecía hundirlo, pero Bernardo simplemente avanzó.Dejaba atrás a los que más amaba, sabiendo que su sacrificio, por mínimo que fuera, tal vez les garantizaría un mañana mejor.

Bernardo avanzó por los interminables pasillos de la colosal academia, sus pasos resonando como un eco fantasmal en la vastedad del lugar.Sin siquiera pensarlo, su habilidad ocular se activó.Su visión se agudizó, permitiéndole percibir más allá de las paredes, más allá de lo visible.Allí estaban ellos, los hombres que había visto acercándose desde fuera de la academia, pero algo no cuadraba.Sus movimientos no parecían dirigidos hacia él; estaban buscando a alguien más.Esa incertidumbre era tan inquietante como peligrosa.

Al llegar al borde del patio principal, Bernardo se detuvo. El lugar estaba repleto de figuras desconocidas, sus siluetas proyectadas bajo la tenue luz del anochecer.El aire se volvía denso, cargado de tensión y hostilidad.Cada movimiento de los hombres parecía calculado, como si estuvieran acechando a su presa. Pero, a pesar de su obvia organización, había algo en ellos que lo desconcertaba:no estaban allí por él.

Bernardo clavó su mirada en ellos, escudriñando sus intenciones.Su ojo, con su capacidad para revelar lo oculto, le mostró fragmentos de sus pensamientos: órdenes imprecisas, objetivos dispersos, y una extraña mezcla de prisa y cautela.Pero no lograba encontrar una respuesta clara.

Mientras permanecía al borde del patio, oculto en las sombras,la realidad de su situación lo golpeó como un martillo.Cada uno de esos hombres representaba un desafío imposible para él en su estado actual. Su cuerpo, débil y desgastado por el veneno del maná, no podía siquiera soñar con enfrentarlos directamente.La impotencia se apoderó de él momentáneamente, pero no dejó que lo consumiera.

"¿Qué buscan aquí?" se preguntó en silencio.Su mente trabajaba a toda velocidad, tratando de encontrar una forma de sortear aquel inminente peligro.Sabía que si permanecía allí demasiado tiempo, ellos lo notarían. Y cuando lo hicieran, su vida probablemente llegaría a su fin antes de que pudiera cumplir con su misión.

Respiró hondo, cerrando los ojos por un breve instante.El peso de la responsabilidad que cargaba en sus hombros casi lo hacía tambalearse, pero no podía permitirse el lujo de dudar. Cuando volvió a abrir los ojos, la determinación brillaba en ellos como un faro en la oscuridad.No era el momento de enfrentarlos; era el momento de pensar, de observar, y de sobrevivir.

Con pasos silenciosos y medidos, Bernardo retrocedió un poco, buscando una posición más segura desde donde pudiera continuar vigilándolos.Sabía que cada segundo que pasaba en aquel lugar era un riesgo, pero también una oportunidad de entender más sobre los hombres que habían invadido la academia.

Con el"Ojo del Gran Sabio"activado, la percepción de Bernardo trascendió las limitaciones del mundo físico.Cada movimiento, cada mínimo gesto de los hombres que se congregaban en el patio principal, se desplegaba ante él como piezas de un complejo rompecabezas.Las emociones, usualmente escondidas bajo expresiones endurecidas, emergían claras como el agua bajo la mirada implacable de su habilidad.

El líder del grupo, un hombre robusto con una cicatriz que atravesaba su mandíbula, emanaba un aura de control y dominio. Pero Bernardo vio más allá de su fachada autoritaria.Dentro de él, una sombra de duda revoloteaba, un miedo sutil a fracasar ante la misión que se le había asignado.Sus órdenes eran claras, pero algo en su interior lo hacía cuestionar si la amenaza a la que se enfrentaban era mayor de lo que les habían dicho.

Otro hombre, más joven y con manos que temblaban ligeramente,mostraba signos de ansiedad creciente.Aunque intentaba ocultarlo bajo una mueca de falsa confianza, Bernardo pudo percibir su inexperiencia y el peso de las expectativas que lo aplastaban. Era como un niño perdido en un campo de batalla, obligado a fingir que sabía a dónde iba.

Las sonrisas burlonas de otros hombres no eran más que máscaras.Algunos de ellos ocultaban resentimientos, otros desprecio por sus propios compañeros. Bernardo vio rivalidades internas, pequeñas grietas en su unidad que podrían ser explotadas si se jugaban bien las cartas.Comprendió que no enfrentaba un bloque sólido, sino una amalgama de egos y emociones conflictivas.

La claridad que le otorgaba su habilidad no solo revelaba los secretos de los cuerpos frente a él, sino también los de sus mentes.No bastaría con enfrentarlos físicamente; esa sería la vía más directa hacia la muerte.Bernardo entendió que la verdadera lucha sería emocional y psicológica.Debía sembrar dudas, romper su confianza, usar sus debilidades contra ellos.

Sus ojos ardían con la intensidad del maná que fluía a través de ellos, pero su cuerpo comenzaba a mostrar los estragos del desgaste.Sentía la corrosión avanzando lentamente por sus venas, como un veneno implacable, recordándole que su tiempo era limitado.

"Ellos no son invencibles," murmuró para sí mismo, sus labios formando una leve sonrisa amarga."Si puedo entenderlos, puedo derrotarlos."Su corazón latía con fuerza, no por miedo, sino por una determinación creciente. Bernardo no era un guerrero tradicional, pero su mente era su mayor arma, y su ojo le ofrecía las municiones que necesitaba.

Con una serenidad calculada, retrocedió hacia la sombra de un pilar cercano.Desde allí, continuó observando, analizando y planeando. La batalla no sería una cuestión de fuerza bruta; sería un juego de ingenio, un duelo en el que sus debilidades se transformarían en ventajas, y el miedo de sus enemigos sería su mejor aliado.

La mezcla detristeza y determinaciónque había llenado el corazón de Bernardo se transformó en una extraña sensación de desconcierto.Con el "Ojo del Gran Sabio" todavía activado, observó cada detalle de los hombres mientras pasaban junto a él, como si fuera un fantasma, una sombra irrelevante.Nadie le lanzó una mirada de sospecha o desafío; no hubo palabras ni gestos hostiles. Simplemente lo ignoraron, como si fuera un pedazo de basura más en el entorno.

El asombro lo dejó inmóvil por un instante.¿Acaso no lo habían detectado? ¿Su presencia no representaba una amenaza suficiente para ellos? O tal vez, pensó,estos hombres tenían algo más en mente, algo que los distraía de todo lo demás.

"¿Qué está pasando aquí?" murmuró para sí mismo, mientras su mente comenzaba a hilar posibilidades.Su instinto, reforzado por el poder de su ojo, le decía que esto no era un descuido casual.Cada uno de ellos parecía estar enfocado en algo más, sus movimientos eran precisos, casi sincronizados, como piezas de un mecanismo bien aceitado.

Pero había algo más que Bernardo no podía ignorar:la tensión que colgaba en el aire como un filo a punto de caer.Aunque lo ignoraron, podía percibir la energía contenida en sus cuerpos, el maná que vibraba en sus venas.Estos hombres no estaban tranquilos; estaban en alerta máxima, preparados para actuar en cualquier momento.

"Quizás... no soy su objetivo," pensó, apretando los puños.La idea lo reconfortaba y lo inquietaba a partes iguales.Si no lo buscaban a él, entonces ¿a quién?

El sonido de pasos firmes y armados resonó a lo lejos, cada eco perforando la calma precaria del lugar.Bernardo supo que el tiempo para pensar se estaba agotando.Una parte de él quería seguir adelante, buscar respuestas y descubrir qué buscaban estos hombres en la academia.Pero otra parte, la que cargaba las cartas para su familia y sabía que su cuerpo estaba al borde del colapso, le gritaba que retrocediera, que no tenía sentido enfrentarse a lo inevitable.

Con una exhalación profunda, Bernardo apartó su sorpresa."No soy un fantasma," se dijo con un toque de ironía,"y mucho menos basura. Pero si creen que no represento una amenaza... pronto sabrán lo equivocados que están."

Desde las sombras, continuó observándolos, buscando patrones en su comportamiento, algo que le diera pistas sobre sus verdaderas intenciones.Si bien lo ignoraron esta vez, sabía que el más mínimo error podría convertirlo en su objetivo en cuestión de segundos. Pero hasta entonces, jugaría el rol del insignificante.Era mejor ser subestimado que enfrentarlos de frente en su estado actual.

Mientras el último hombre del grupo pasaba a su lado, Bernardo bajó la mirada por un instante hacia las cartas que aún llevaba consigo.El peso del papel se sintió más denso en sus manos, un recordatorio de lo que estaba en juego.Luego, alzando la cabeza una vez más, continuó su camino,decidido a descubrir por qué estos hombres estaban aquí y cómo podía aprovechar la ignorancia que habían mostrado hacia él.

El ojo de Bernardo comenzó a arder con un brillo sobrenatural, una llama que parecía consumirlo desde dentro mientras revelaba la verdad que ningún hombre ordinario podía percibir.La transformación en su ojo era un regalo y una maldición, una puerta abierta hacia un mundo lleno de posibilidades y horrores.El "Ojo del Gran Sabio" no mentía, y lo que le mostró ahora lo sumió en un abismo de incertidumbre y resignación.

Los hombres que lo habían ignorado no lo hicieron por descuido ni por falta de interés.El ojo le mostró su verdadera naturaleza: cada uno de ellos estaba perfectamente consciente de su presencia, pero lo habían permitido pasar porque él no era el objetivo en ese momento.Eran depredadores jugando con su presa, un enjambre de bestias aguardando el momento exacto para atacar.

Bernardo suspiró, dejando escapar una risa amarga que resonó con ironía en el silencio del lugar."Qué ridículo," pensó.Había considerado por un momento que podría ser invisible para ellos, un fragmento de sombra en un escenario más grande. Pero ahora entendía que era mucho peor:no lo ignoraban, lo despreciaban.A sus ojos, no era más que un hombre condenado, alguien cuyo final estaba escrito antes de siquiera levantar la mirada.

Sin embargo, en lugar de sucumbir al pánico, Bernardo se permitió una sonrisa más amplia y burlona."Supongo que el final llegará antes de lo esperado," murmuró.Aunque sabía que no había escapatoria, no estaba dispuesto a rendirse como un lisiado indefenso o un tributo desechable.Había vivido toda su vida entre el sufrimiento y la desesperación, y si su destino era caer, lo haría reclamando su dignidad.

El peso del mundo se reflejaba en su ojo, una verdad implacable que le mostró lo que venía: el caos, la violencia, su propia sangre esparcida sobre las ruinas de la academia.Pero también vio algo más, una chispa que no podía ignorar. La posibilidad de que, incluso en la derrota, pudiera marcar una diferencia.Tal vez no para sí mismo, pero sí para aquellos que dejaba atrás.

Bernardo avanzó con pasos firmes, su delgado cuerpo un contraste con la determinación que ardía en su interior.Cada paso era una declaración silenciosa: no era basura, no era un tributo.Era un hombre dispuesto a enfrentar su destino, aunque supiera que este lo llevaría directo a la muerte.

Cuando llegó al centro del grupo, sintió las miradas de algunos de los hombres sobre él. Por un momento, el aire pareció detenerse.Uno de ellos giró la cabeza y lo miró directamente a los ojos.Bernardo sostuvo la mirada, dejando que el "Ojo del Gran Sabio" le revelara los secretos detrás de aquel semblante.

¿Y este? —preguntó uno de los hombres con voz rasposa, alzando una ceja mientras colocaba una mano sobre la empuñadura de su espada.

Otro hombre, aparentemente el líder del grupo, negó con la cabeza y esbozó una sonrisa cruel.—Déjalo. Ya está muerto. Solo que aún no lo sabe.

Bernardo no respondió.Solo los observó con una calma desconcertante mientras pasaba entre ellos, su ojo ardiendo como una estrella en medio de la oscuridad.Podía sentir la tensión en el aire, las intenciones ocultas que zumbaban como un enjambre de insectos en su mente.No era más que un hombre enfrentando su destino, pero en ese momento,ese hombre llevaba consigo el peso de una resolución más poderosa que cualquier espada.

"Si esta es mi última noche, que el mundo me recuerde," pensó.No como un mártir, no como un héroe, sino como alguien que, incluso en la adversidad, no se permitió ceder al miedo. Con esa convicción grabada en su ser, continuó avanzando, dejando atrás al grupo mientras se dirigía hacia el próximo paso de su inevitable final.El ojo le mostró que no habría redención para él, pero eso no significaba que no pudiera pelear por los que vendrían después.

El eco de sus propios pasos resonaba en los pasillos vacíos de la academia, cada sonido un recordatorio de que estaba caminando hacia un destino del que no había regreso.Las palabras murmuradas,"Mi muerte debe servir para algo,"se grabaron en su mente como un mantra. La batalla no era solo por él, sino por aquellos que amaba, por los recuerdos de risas infantiles, por las manos pequeñas de los gemelos y el abrazo cálido de su madre.Bernardo no luchaba solo contra los hombres que lo rodeaban; luchaba contra la desesperanza que había intentado consumirlo durante años.

El "Ojo del Gran Sabio" vibraba con una intensidad que parecía desgarrarlo desde dentro.A través de su visión, el mundo se desnudaba, mostrando la verdad cruda y desgarradora: las intenciones de los hombres, las trampas ocultas en cada rincón, y el inminente desenlace de este enfrentamiento.Sabía que su sacrificio era inevitable, pero también sabía que no sería en vano.

Mientras el grupo de hombres se alejaba, Bernardo apretó los puños, sintiendo el flujo abrasador del maná recorrer su cuerpo.La furia y la determinación se mezclaban, alimentando un fuego que no podía ser extinguido.Podía percibir las sombras de sus hermanos en su mente: Maya, con su sonrisa salvaje y su ferocidad incomparable; Mary y Luis, corriendo con la inocencia de la infancia, sus risas resonando como un eco distante de tiempos más felices.Ellos eran el faro que iluminaba su camino, la razón por la que estaba dispuesto a ofrecer su vida si eso significaba darles un futuro.

Esto no es solo por mí —murmuró, esta vez con una convicción inquebrantable.Su voz resonó en el vacío, un juramento silencioso al universo.—Es por ellos. Por todo lo que amo.

El aire a su alrededor pareció cambiar, cargándose con una tensión palpable mientras avanzaba hacia el patio central.En ese espacio abierto, donde los rayos del sol apenas lograban atravesar el cielo nublado, Bernardo vio cómo los hombres comenzaban a reagruparse. Su ojo le reveló lo que estaban haciendo: buscando, analizando, preparándose para un enfrentamiento que no podía evitar.

"El tiempo no está de mi lado," pensó.Pero eso no importaba.Sabía que no tenía escapatoria, y esa certeza lo liberó de cualquier miedo restante.Con un último vistazo al horizonte, inhaló profundamente y dejó que el maná lo envolviera, alimentando su cuerpo y su espíritu con una energía que sabía le costaría caro. Cada uso del "Ojo del Gran Sabio" erosionaba su ser, pero ahora, ese precio era irrelevante.

Mientras daba un paso más hacia el campo donde los hombres lo esperaban,una imagen fugaz cruzó su mente: su madre, sosteniéndolo cuando era niño, susurrándole canciones que prometían que todo estaría bien.Ese recuerdo se transformó en su escudo, su armadura emocional contra lo que estaba por venir.

Bernardo alzó la cabeza, dejando que su voz, ahora firme y cargada de una rabia contenida, rompiera el silencio:

—Si buscan un enfrentamiento, aquí estoy. No les daré lo que quieren sin luchar.Mi vida puede terminar hoy, pero no sin dejar una marca que recuerden.

Las miradas se dirigieron hacia él.Algunas llenas de burla, otras de curiosidad. Uno de los hombres, un tipo corpulento con una sonrisa siniestra, dio un paso al frente.

—¿Y qué va a hacer un mocoso como tú? —preguntó, con un tono que destilaba desprecio.

Bernardo no respondió.En lugar de palabras, dejó que el brillo en su ojo respondiera por él. La energía del maná crepitó a su alrededor como un relámpago contenido, un espectáculo que hizo retroceder a algunos de los presentes, mientras otros sacaban sus armas con nerviosismo.

La batalla por su futuro había comenzado.Y aunque sabía que el resultado sería su muerte, Bernardo estaba decidido a hacer de ese sacrificio algo que resonara más allá del tiempo, un grito de resistencia que no pudiera ser ignorado."Por ellos," pensó una última vez, mientras avanzaba hacia lo inevitable.

Con cada paso que daba, Bernardo sentía cómo el flujo del maná se intensificaba, como un río indomable desbordándose en su interior.Esa energía no solo lo fortalecía físicamente, sino que parecía tocar las fibras más profundas de su ser, despertando algo que había estado dormido: una fuerza desconocida, pero terriblemente familiar.La corrosión que durante tanto tiempo había sentido en su cuerpo comenzó a retroceder, como si su determinación fuera un antídoto contra el desgaste que lo había torturado.

Las palabras resonaban en su mente, claras y firmes como un grito en el vacío: "No seré un tributo. No seré una víctima. Mi existencia tiene un propósito."

Mientras caminaba, las paredes de la academia parecían susurrar ecos del pasado, fragmentos de vidas que habían transitado esos mismos pasillos buscando poder, libertad o redención. Bernardo no era diferente, y al mismo tiempo, sabía que su propósito era único.No buscaba solo sobrevivir; buscaba trascender.

En su visión amplificada por el "Ojo del Gran Sabio," las líneas de energía del mundo se entrelazaban con las suyas. Cada ser vivo, cada piedra, incluso el aire que lo rodeaba, formaba parte de un tejido más grande que ahora podía comprender con una claridad aterradora.Pero en medio de esa inmensidad, Bernardo percibió algo que lo hizo detenerse por un momento: una verdad oculta.

La academia no era simplemente un lugar de aprendizaje o entrenamiento; era un campo de batalla disfrazado de santuario.Las fuerzas que se movían en las sombras, los hombres que había visto y las corrientes de maná que fluían por el lugar, todo apuntaba a un destino del que no podía escapar. Pero eso no lo asustaba; al contrario, lo fortalecía.

—Si este es el fin, al menos será mío —murmuró, mientras un destello en su ojo iluminaba el pasillo vacío frente a él.Su voz no era un lamento, sino una declaración.

Al llegar a un cruce en los pasillos, sintió la presencia de otros.Sus sentidos, agudizados por el maná, captaron los murmullos de un grupo cercano.Eran sus posibles enemigos, los hombres que había visto antes, pero esta vez no se movían con indiferencia. Estaban alerta, casi tensos, como si percibieran que algo en Bernardo había cambiado.

—¿Sientes eso? —dijo uno de los hombres, un espadachín con cicatrices cruzando su rostro. Su tono era de cautela, casi de temor.

—Sí. Es como si... algo estuviera creciendo. —Otro hombre, más joven, sostenía su arma con manos temblorosas.

Bernardo dio un paso adelante, dejando que su presencia fuera conocida.El brillo en su ojo izquierdo era como un faro en la penumbra, y su postura denotaba una confianza que ni él mismo reconocía del todo.El silencio se rompió cuando su voz resonó, cargada de maná y de la resolución que lo empujaba hacia adelante:

—¿Tienen miedo? Deberían. Porque ya no soy el mismo que ignoraron antes. Ahora estoy despierto.

Los hombres intercambiaron miradas nerviosas, sus armas ahora firmemente en sus manos.Pero incluso entre ellos, Bernardo podía ver el pánico velado en sus rostros. Sabían que enfrentarlo ya no sería como aplastar a una presa indefensa.

La energía en el ambiente cambió.El flujo del maná alrededor de Bernardo no solo lo revitalizaba, sino que parecía resonar con el propio tejido del mundo. Con cada latido de su corazón, el aire a su alrededor se cargaba de una fuerza que comenzaba a distorsionar la realidad misma.

Y mientras avanzaba hacia el inevitable enfrentamiento, una idea clara dominaba su mente:"No importa si este camino me lleva a la muerte. Lo que importa es lo que dejaré atrás. Que mi sacrificio sea el fuego que ilumine su futuro."

Bernardo se deslizó fuera del grupo,dejando atrás las miradas sorprendidas de los hombres, quienes no podían comprender cómo aquel joven, alguna vez consumido por el miedo, ahora caminaba con una determinación palpable. Sin embargo, en lugar de confrontarlos, eligió ignorarlos, al igual que ellos habían hecho momentos antes. Sus pasos resonaron en los pasillos mientras su mirada, potenciada por el "Ojo del Gran Sabio", buscaba a sus hermanos.Había algo más importante que los desafíos inmediatos: su familia.

La habilidad de su ojo iba mucho más allá de la simple percepción física.Podía ver a kilómetros de distancia con una precisión asombrosa, pero ese no era su mayor don. Lo que hacía verdaderamente especial a ese ojo era su capacidad para revelar verdades ocultas, para exponer los hilos que conectaban la existencia y desentrañar secretos que otros jamás podrían comprender.No obstante, esta claridad venía con un precio.La verdad no era un regalo amable; era un cuchillo que perforaba el alma.

Mientras escaneaba su entorno,la verdad de su propia condición se reveló una vez más ante él, como una herida abierta que nunca había dejado de sangrar.Las raíces de maná, esos canales invisibles que conectaban a cada ser con el planeta, habían sido brutalmente mutiladas en él. No era solo una cuestión física, sino un desgarro espiritual, una ruptura con la esencia misma de la vida. Bernardo podía sentir cómo el planeta lo rechazaba, como un hijo desterrado, como una hoja arrancada de su árbol.

Esa revelación lo golpeó con fuerza, pero también le dio claridad.La lucha no era únicamente contra hombres, ni siquiera contra un sistema opresivo.Era una batalla por su propia alma, por reconectarse con algo que le había sido arrebatado.

Cerró los ojos por un momento, sintiendo cómo el maná que aún fluía dentro de él luchaba por estabilizarse. "No soy un hijo amado del planeta," pensó, su mandíbula apretándose, "pero tampoco soy un cadáver. Mi conexión está rota, pero aún puedo elegir cómo caminar este camino."

De repente, su ojo captó un destello familiar.A lo lejos, pudo ver a sus hermanos.La niña, Mary, corría de la mano de Luis, sus risas infantiles reverberando como un eco de esperanza en medio de su tormento interno. La imagen lo hizo detenerse. Los gemelos, aunque no compartían un parecido físico evidente, eran inseparables.Luis, tan lleno de vida y bullicioso como Maya, y Mary, con la misma serenidad y fortaleza silenciosa que Bernardo.

Se permitió un leve suspiro. "Ellos todavía tienen su conexión," pensó, mientras los observaba.Esa conexión con el planeta, con la vida, y entre ellos mismos.Una pequeña chispa de alivio floreció en su pecho al ver que aún no habían sido arrastrados por el caos que lo rodeaba. "Si mi lucha significa proteger su risa, entonces no importa lo que pierda en el proceso."

Sin embargo, no pudo evitar que su ojo revelara algo más: un leve brillo, casi imperceptible, que emanaba de Mary. Algo latía en su interior, una energía que no debería estar allí, o al menos no en alguien tan joven. Era un recordatorio de que incluso los más inocentes no estaban a salvo de las maquinaciones de este mundo.

Bernardo apartó la mirada y retomó su camino, endureciendo su resolución."No hay tiempo para dudar," se dijo a sí mismo. "Mis pasos no se detendrán hasta que mi propósito esté completo."El peso de la verdad seguía aplastándolo, pero también lo empujaba hacia adelante.Su lucha ya no era solo suya. Era por ellos, por los que todavía podían soñar y reír.

La función de aquel ojo no se limitaba únicamente a la extraordinaria capacidad de ver a más de 15 kilómetros en línea recta.Su verdadero poder radicaba en algo mucho más profundo, en un don que le permitía vislumbrar la verdad detrás de las apariencias, aunque solo fuera por un breve instante. Era como si el universo, en su infinita complejidad, se desnudara ante él, revelándole secretos que no estaban destinados a los mortales.Pero esa claridad no llegaba sin un precio, y cada verdad que descubrían sus pupilas lo marcaba como una cicatriz en su espíritu.

Fue gracias a esta habilidad que entendió lo que realmente le había sucedido.Sus raíces de maná, las mismas que unían a cada ser viviente con la esencia del planeta, habían sido mutiladas cruelmente, arrancadas como ramas rotas de un árbol marchito, aunque aun estaban allí había algo que las hacia inutilizables.Era más que una herida física; era un desgarramiento que lo separaba de la conexión espiritual que alguna vez lo había definido como un hijo amado del planeta.Ahora, era un exiliado en su propia existencia.

Esa revelación lo golpeó con una intensidad abrumadora, como un torrente que amenazaba con arrastrarlo a la desesperación.Pero en medio de esa claridad aterradora, algo dentro de él comenzó a encenderse.La lucha que enfrentaba no era solo contra enemigos tangibles;era una guerra contra la desconexión, contra el vacío que lo consumía.Bernardo entendió que, si quería sobrevivir, tendría que encontrar una forma de combatir no solo con el acero, sino con la fuerza de su espíritu.

Su ojo parpadeó, y la visión de la verdad se desvaneció, dejándolo solo con el peso de lo que había descubierto.Pero incluso en ese vacío, una chispa de determinación brilló en su interior.Sabía que el camino que le aguardaba sería brutal y que, al final, la redención podría no ser posible.Aun así, se negó a ceder. Si el planeta lo había rechazado, él reclamaría su lugar en este mundo a través de su voluntad y su sacrificio.

La sangre comenzó a correr lenta y cálida por sus oídos, sus fosas nasales y su boca, manchando su mentón y su cuello con un tono carmesí visceral.Era un preludio de la visión más perturbadora que el "Ojo del Gran Sabio" le había ofrecido jamás. En ese instante, como si el universo mismo decidiera mostrarle el cruel reloj que marcaba su tiempo, Bernardo pudo ver el estado de su propio corazón.

Allí estaba, latiendo con dificultad, un órgano que una vez simbolizó la fuerza de su vida ahora transformado en un retorcido recordatorio de su debilidad.Dos de sus cuatro cavidades comenzaban a calcificarse, sus paredes endureciéndose como piedra, fusionándose inexorablemente con los huesos de su caja torácica.La imagen era grotesca y dolorosa, una pesadilla tejida en tejidos y sangre.Su corazón, el centro mismo de su ser, estaba dejando de ser un músculo para convertirse en una prisión mortal.

La crudeza de la visión lo golpeó con una fuerza que lo dejó tambaleándose.Cada latido resonaba en su mente como un eco cavernoso, como si el órgano se quejara bajo el peso de su transformación. Sabía que no se trataba de una lenta agonía;era una cuenta regresiva implacable hacia su destrucción.Si no actuaba, si no encontraba una solución, su corazón se desgarraría, colapsaría en un caos de sangre y calcificación, llevándolo inevitablemente a su muerte.

La mezcla de sangre y saliva que escapaba de su boca era el único sonido en medio del silencio aplastante que lo rodeaba.Cada gota que caía al suelo parecía marcar los segundos que le quedaban.Pero en lugar de rendirse a la desesperación, una chispa de furia y resolución comenzó a encenderse dentro de él.No podía permitirse morir de esa manera. Si ese órgano defectuoso lo iba a traicionar, sería bajo sus propios términos y no como un espectador pasivo de su destrucción.

"Esto no termina aquí,"murmuró entre dientes, con la sangre goteando de sus labios. Su mente, aunque acosada por el dolor y el miedo, comenzó a buscar desesperadamente una solución, cualquier esperanza, cualquier sacrificio que pudiera evitar el inminente colapso.

A pesar del horror que sus ojos le mostraban, una chispa de determinación comenzó a arder dentro de él, pequeña pero intensa, negándose a ser apagada por el peso de la desesperación.El eco irregular de su corazón resonaba en sus oídos, un tamborileo que era tanto un recordatorio de su fragilidad como una llamada a la acción.Cada latido doloroso, cada espasmo de su débil órgano, le gritaba que aún estaba vivo, que aún tenía tiempo para luchar.

Bernardo cerró los ojos por un momento, dejando que la sangre que goteaba de su boca y oídos se deslizara sin resistencia.No era la primera vez que enfrentaba un abismo insuperable, pero nunca antes había estado tan consciente de lo cerca que estaba del final.El peso de la muerte era palpable, pero no definitivo.Podía sentirlo, como un filo frío contra su garganta, amenazando con caer... pero no aún.

"Esto no será mi destino,"se prometió, sus palabras apenas un murmullo cargado de convicción. A pesar del dolor, a pesar de la visión aterradora de su propio corazón desmoronándose, supo que el poder que fluía a través de él, ese maná que aún latía con fuerza en sus venas, no era una simple coincidencia.Era un regalo y, al mismo tiempo, una prueba.

Sus ojos, con su resplandor sobrenatural, buscaron frenéticamente entre las líneas del mundo, entre los secretos del maná y las respuestas que se escondían en las sombras de su alma.La conexión mutilada que alguna vez tuvo con el planeta podía estar rota, pero eso no significaba que estuviera completamente perdida. Si su cuerpo ya no podía sostenerlo, entonces encontraría otra forma. Si el destino quería encerrarlo en una prisión de carne y hueso, entonces rompería las cadenas, aunque tuviera que destrozarse a sí mismo en el proceso.

Cada paso hacia adelante era un desafío al dolor, un rechazo a la desesperación.El aire alrededor de él parecía vibrar con una tensión invisible, como si el mundo mismo estuviera a punto de responder a su llamado.Bernardo no solo estaba luchando por sobrevivir; estaba luchando por reclamar su vida, su identidad y su propósito.

Y aunque sabía que el camino sería brutal, que cada segundo podría acercarlo más al borde de su muerte, también sabía que rendirse no era una opción."Si voy a caer, lo haré como alguien que eligió luchar hasta el final,"pensó, su mirada fija en el horizonte de lo imposible.

El flujo constante del maná lo envolvía como una corriente viva, revitalizando cada fibra de su cuerpo mientras le susurraba al alma una verdad ineludible: su lucha no había terminado.Bernardo se enderezó, dejando que sus hombros cargaran no solo con el peso de su destino, sino también con la responsabilidad de los que dependían de él.La tristeza y la desesperanza seguían ahí, sombras que lo acechaban desde el rincón más oscuro de su mente, pero ya no lo dominaban.Ahora eran ecos, recordatorios de lo lejos que había llegado y lo mucho que aún podía hacer.

Con una nueva claridad, su mente comenzó a construir un plan.El mapa de la academia, las habilidades que había observado en otros y las lecciones grabadas en su memoria desde su infancia se entrelazaban en su pensamiento.No sería un espectador más, alguien cuya historia terminara con una página en blanco.No, Bernardo se convertiría en el arquitecto de su propio destino, un héroe que lucharía no por la gloria, sino por la libertad de vivir según sus propias reglas.

Cada paso lo llenaba de una energía renovada, como si el mismo suelo reconociera su resolución y respondiera al llamado de su alma.En su mente, las imágenes de su hermana menor y los gemelos lo impulsaban hacia adelante.Recordó las sonrisas de Mary y Luis, tan puras, tan llenas de esperanza; recordó los ojos de Maya, ese torbellino entre la inocencia y la furia descontrolada, y supo que no podía fallarles.

"Ellos no necesitan un mártir,"pensó mientras apretaba los puños, sus dedos temblando por el esfuerzo de contener la energía que corría por su cuerpo."Necesitan un protector, alguien que pueda pelear las batallas que aún no entienden."

La promesa que se había hecho no era solo para él. Era para sus hermanos, para la memoria de su madre y para la idea de un futuro que, aunque distante, podía ser alcanzado.El maná seguía fluyendo, y con cada latido de su desgastado corazón, Bernardo sabía que el tiempo estaba en su contra.Pero eso no lo detendría. Cada segundo era una oportunidad para dar un paso más, para acercarse a esa transformación que lo convertiría en algo más fuerte, algo imparable.

Su mirada se alzó, ardiente y llena de propósito."No soy solo un nombre en la lista de tributos, ni un condenado que acepta su destino," murmuró para sí mismo."Soy Bernardo, y esta es mi historia."Con esa resolución grabada en su espíritu, avanzó, cada paso más firme que el anterior, hacia el corazón de su batalla.

El peso de su resolución se sentía tan real como el flujo del maná que recorría su cuerpo, un recordatorio constante de que cada paso que daba lo alejaba de la comodidad de la resignación y lo acercaba al abismo del sacrificio.Sabía que el precio a pagar sería grande; su vida, su cuerpo, quizás incluso su alma, pero no vaciló.La imagen de sus hermanos menores y su madre llenó su mente, como un mural dorado iluminando la oscuridad que lo rodeaba.

Mary y Luis, con sus risas resonando como campanas en un campo de batalla desolado, eran su ancla al mundo que soñaba proteger.La inocencia de sus juegos y la unión inquebrantable que compartían lo impulsaban a seguir adelante.No importaba lo que tuviera que enfrentar, no podía permitir que ese vínculo tan puro se rompiera.Por ellos, por esa sonrisa de dientes pequeños y ojos brillantes, estaba dispuesto a cargar con todo el dolor que el destino quisiera arrojarle.

Y luego estaba Maya.Su hermana menor, la que era todo lo que él no podía ser: despiadada, feroz, y sin miedo. Aunque su conexión parecía un campo de batalla de resentimientos y barreras, Bernardo sabía que Maya compartía ese mismo hilo dorado que ahora lo sostenía.La veía como era en realidad, no solo la psicótica en la que se transformaba en combate, sino la niña con una risa traviesa y sueños de ser una princesa que nadie podría salvar porque nadie sería capaz de derrotarla.

La imagen de su madre completaba la cadena de recuerdos.Su rostro, desgastado pero lleno de amor incondicional, era la razón por la que Bernardo aún podía creer en un mundo más amable, aunque fuera solo un espejismo al que perseguir.Ella había luchado cada día para mantenerlos unidos, para darles una razón para sonreír, y ahora era su turno de pagar esa deuda.

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