Capitulo 2: Lo siento Hijo

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El hilo dorado que los conectaba no era frágil como él había pensado en algún momento; era fuerte, un ancla al propósito que ahora lo definía.No podía permitir que ese hilo se rompiera sin darlo todo.Mientras avanzaba, con el dolor mordiéndole las entrañas y su corazón al borde del colapso, Bernardo murmuró con voz temblorosa pero firme:

"Si mi sacrificio asegura su felicidad, entonces así será. No me detendré.Lucharé, sangraré, y si es necesario, moriré... pero no sin antes protegerlos."

Con ese juramento ardiendo en su alma, el miedo comenzó a ceder su lugar a una determinación inquebrantable.Cada paso que daba, aunque pesado, estaba lleno de propósito. Sabía que el sacrificio no era el fin, sino el puente hacia algo más grande.

Con el"Ojo del Gran Sabio"activado, una luminiscencia tenue comenzó a emanar de sus pupilas, iluminando su mirada con un brillo etéreo que reflejaba un poder antiguo y paso que daba resonaba con una combinación de incertidumbre y propósito, como si el mundo a su alrededor estuviera observando su imagen, cada fragmento de información, parecía cortarle la mente como una daga afilada, pero en lugar de retroceder, Bernardo sintió cómo ese poder lo fortalecí ía que no era solo una batalla contra el destino, sino una lucha contra lo desconocido, contra las sombras que lo habían perseguido durante toda su era solo un poder; era una herramienta, una señal de que aún tenía el control de su destino a pesar de las adversidades.

El aire era pesado, cargado con el eco de sus propios pensamientos y el susurro de las antiguas energías que sentía latir en cada fibra de su cada paso hacia lo desconocido, el peso de sus decisiones se sentía cada vez más presente, pero también lo invadía una mezcla de claridad y determinación.La vida había tratado de derribarlo una y otra vez, y el sacrificio, el miedo y el dolor habían sido sus constantes compañeros, pero esta vez sería diferente. No se convertiría en una víctima más de las circunstancias; no permitiría que el destino lo arrastrara a un camino de impotencia. Con cada respiración, sentía cómo el poder de su visión se conectaba más con la tierra, con el maná, con el sutil fluir de la realidad misma. Sus músculos se tensaron con la expectativa, pero también con una resolución que no estaba dispuesto a romper.

La vida había sido cruel; su infancia, marcada por el dolor y el sacrificio, había sembrado una semilla de desconfianza en su pecho. Sin embargo, ahora esa semilla era una llama. Con cada paso, esa llama lo impulsaba, alejando el peso de la desesperanza y reemplazándolo con un propósito tan claro como la luz de su visión. No sería una marioneta de las circunstancias, ni un peón en el tablero de aquellos que lo habían oprimido.

Respirando hondo, sintió el crujir de sus huesos por el maná que vibraba en su interior, una corriente que le otorgaba energía y le confería una visión más amplia de la realidad. No importaba cuán cruel y oscuro fuera el futuro. Sus manos se apretaron contra sus puños, y en ese momento de tensión, prometió a sí mismo que sería más fuerte que sus opresores, más astuto que sus enemigos y más constante que sus propios miedos.

—La batalla puede ser dura, pero no tengo miedo. No más. —susurró para sí mismo, sus palabras perdidas entre el susurrar del viento.

"Este no es el final,"murmuró para sí mismo mientras sus pies tocaban el suelo con decisión, avanzando hacia lo desconocido con un objetivo claro: no solo sobrevivir, sino reclamar su libertad, su propósito y el poder de cambiar su destino. Sabía que la batalla no solo sería contra fuerzas físicas, sino contra sus propios demonios internos, contra las cadenas que lo habían atado durante demasiado tiempo.

El camino se extendía frente a él como un mar de incertidumbre y peligro, pero Bernardo no vaciló. Estaba decidido a enfrentar lo desconocido, a desafiar lo imposible y a reclamar no solo su libertad, sino también un futuro para aquellos a quienes amaba. No se sentía fuerte, pero el sacrificio lo había fortalecido de una manera que las palabras no podían explicar.

Con cada paso, la neblina de incertidumbre se disipaba poco a poco, reemplazada por un horizonte de posibilidades. El sacrificio sería grande, pero ya no le importaba. Estaba listo para enfrentar cualquier desafío, cualquier prueba, cualquier monstruo que intentara detener su camino.Por su madre, sus hermanos, su historia y su futuro.

Cada desafío, cada enemigo, cada obstáculo en el horizonte, sería una prueba, pero esta vez no sería un espectador. Sería el autor de su propio destino, el escultor de su propia historia. Con el"Ojo del Gran Sabio"como guía y el maná fluyendo con fuerza a través de sus venas, sus posibilidades eran tan infinitas como el cielo estrellado que comenzaba a abrirse sobre él.

Con ese pensamiento, Bernardo siguió avanzando, preparado para enfrentar cualquier desafío que el destino le pusiera en el camino.

Bernardo llegó a la entrada de laAcademia, un lugar que, en otro tiempo, solía estar lleno de actividad, risas y movimientos constantes. Sin embargo, ahora el panorama era completamente desolado, como si el propio aire estuviera impregnado de una tristeza indescriptible. El silencio que lo rodeaba era ensordecedor, cada paso que daba en ese espacio se sentía como un peso adicional en su pecho.

El lugar, acostumbrado a la presencia constante de estudiantes y profesores, parecía ahora un monumento al vacío, una estructura de piedra y metal que había sido testigo mudo de demasiados sacrificios y derrotas. Bernardo sintió que las paredes mismas contaban historias, historias de tiempos en los que los pasillos retumbaban con voces juveniles y el sonido de los entrenamientos. Pero ahora, solo el eco de su respiración lo acompañaba.

La ausencia de losguardias que solían patrullar la entradahacía que todo se sintiera aún más inquietante, como si la propia academia hubiera decidido cerrar sus puertas para siempre, aislando al mundo externo de sus secretos. La sensación de peligro era palpable, aunque Bernardo no podía identificar de dónde provenía. Cada sombra, cada movimiento apenas perceptible lo hacía estar alerta, como si el aire estuviera vivo, vigilando cada paso.

Su corazón latía con un ritmo frenético, pero lo que realmente capturó su atención fue una figura solitaria cerca de las grandes puertas de la entrada. Su padre. Bernardo no podía ignorar la presencia de ese hombre, una figura tanto de odio como de comprensión, de poder y opresión. Era un contraste entre lo familiar y lo temido, una conexión que lo hacía sentir una mezcla de impotencia y enojo.

Su padre era la única persona que estaba en el lugar.

—¿Por qué estás aquí, padre? —murmuró para sí mismo, su voz apenas audible. No pudo evitarlo; cada vez que lo miraba, ese nudo en su pecho se hacía más fuerte.

Acaso deseas ver como tu hijo muere el dia de hoy, me llevaras a me sacrifiquen.

Con ese pensamiento, sus músculos se tensaron, preparado para lo que pudiera suceder. Su padre era la única presencia en aquel espacio vacío, el único ser humano que rompía el silencio con su sola existencia. Bernardo comprendió que enfrentarse a este hombre sería inevitable, pero una parte de él todavía no podía aceptar el peso de esa batalla.

Respirando profundo, ajustó su postura y avanzó hacia las puertas, cada paso un desafío en sí mismo. Sabía que no solo se enfrentaría a un padre distante y cruel, sino a las expectativas, traiciones y secretos que siempre habían marcado su historia. Estaba preparado para enfrentar el futuro, cualquier futuro, siempre que significara encontrar respuestas.

—Hola, hijo... —dijoHenry, con una voz que intentaba ser cálida pero que sonaba más bien vacía. Sus palabras cayeron en el aire como piedras en un lago, dispersándose sin provocar ningún efecto. Eran simples, frías, como si cada sílaba estuviera teñida de una indiferencia ensayada, una especie de distancia emocional que él nunca podría romper.

Bernardo se quedó parado unos segundos, el peso de ese saludo inesperado golpeando contra su pecho. No había amor genuino en él, ni siquiera una pizca de consuelo. Solo un vacío, una especie de formalidad impuesta por el tiempo y el deber. Años de resentimiento y desencuentros se resumían en ese simple intercambio, un saludo que significaba todo y, a la vez, nada.

El aire entre ambos se sentía pesado, como si la historia no contada y las palabras no dichas se estuvieran acumulando como una tormenta a punto de estallar. Bernardo sintió cómo sus hombros se tensaban, cómo sus manos temblaban ligeramente al recordar todo lo que ese hombre representaba para él.

La distancia entre ellos parecía insalvable, no solo físicamente, sino emocionalmente. Su padre se encontraba de pie, una sombra sólida en el umbral de las puertas de la academia, y por un momento, Bernardo pensó en lo imposible que sería romper esa barrera. Pero en su corazón, algo ardía. No podía seguir siendo un espectador; no podía seguir permitiendo que el pasado dictara su destino. Cada palabra, cada gesto, cada recuerdo le recordaba que era hora de enfrentarse a su realidad.

—No me saludes como si fueras un extraño, padre —respondió Bernardo, su voz firme, incluso a pesar de que sentía la presión en su garganta. Cada palabra era un pequeño golpe de fuerza, un intento de recuperar el control de ese momento. Aun sabiendo que las probabilidades estaban en su contra, decidió que no se sometería al silencio. No esta vez.

El aire quedó quieto entre ellos. Henry lo miró con una expresión ambigua, un cruce entre el desconcierto y el desprecio. Por un instante, Bernardo pensó que podía ver algo en los ojos de su padre: miedo, arrepentimiento, o quizás una pizca de algo más humano, algo que podría ser el principio de un entendimiento. Pero ese momento fue tan efímero que apenas pudo confiar en ello.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Bernardo, con una intensidad que apenas podía contener. Las palabras salieron como cuchillas afiladas, cada una cortando a través de la tensión en el aire.

Henry no se movió. Se quedó parado, observando a su hijo con una calma inquietante, como si estuviera evaluando cada palabra, cada gesto. Sus labios se abrieron de nuevo, pero Bernardo no estaba seguro de querer escuchar más.

—Estaba esperándote... —respondió su padre, su tono apenas audible, pero lo suficientemente claro como para atravesar el silencio entre ellos. Y con esas palabras, el peso en el aire se hizo aún más insoportable.

Bernardo sintió una mezcla de enojo y confusión, el corazón acelerándose mientras el tiempo parecía detenerse entre ellos. No era solo una pregunta; era un desafío, una declaración, una pregunta sin respuesta.

—¿Acaso estás aquí para que no escape del sacrificio para la familia Q'illu? —preguntó Bernardo con una furia contenida que casi parecía sobrenatural, cada palabra saliendo como un rugido de desprecio. Su voz estaba cargada de veneno, como si cada sílaba fuera una estocada directa al alma de su padre. —¡Sigues siendo el mismo despreciable que entregó a su progenie por un poco de poder para ascender!

Henry se quedó callado por un instante, los ojos bajos, como si estuviera buscando una respuesta en el suelo bajo sus pies, pero finalmente se atrevió a hablar.

—Hijo, yo... —comenzó con una voz temblorosa, tratando de encontrar la manera de defenderse, de justificar sus acciones, aunque ya no tenía esperanzas de redención.

—¡Guárdatelo, viejo miserable! —le cortó Bernardo con un tono que partió el aire como un cuchillo. Su voz era un filo afilado de odio. —Al menos después de este día no podré ver más tu repugnante cara. Espero que las piernas de esa mujer te hayan mostrado el cielo porque el infierno que vivirás hasta el final de tus días será perpetuo.

Las palabras salieron como un torrente imparable, cada una con el peso de una década de resentimiento, enojo y desconfianza. Bernardo sentía cómo cada frase lo liberaba un poco más, como si al pronunciarla estuviera arrancando el peso de años de opresión y traición que había acumulado en su pecho.

Henry no tuvo la oportunidad de replicar. Se quedó en silencio, su expresión completamente quebrada. No pudo responder. En cambio, simplemente hizo una seña con la mano, un gesto que parecía una mezcla de rendición y resignación. Se apartó, como si aceptara su derrota, dejando el espacio abierto para que suprogenieavanzara.

Bernardo lo miró con una mezcla de desprecio y alivio, sintiendo que finalmente se había quitado un peso de encima. El aire a su alrededor parecía cambiar, el silencio se volvió más pesado, más ominoso. Un malestar indescriptible fluyó por cada centímetro de su ser.

El primer paso de ese ser fue un gesto de presencia y poder; el sacrificio era inevitable, pero Bernardo no podía dejar que ese momento fuera solo una entrega silenciosa. Su respiración era rápida, su corazón bombeaba con cada fibra de su voluntad, preparándose para enfrentar lo que se avecinaba. Sabía que si iba a morir, sería con cada parte de sí mismo enfrentando esa batalla.

El peso de la historia, la vergüenza, el sacrificio, todo estaba ahora en sus manos. Y por alguna razón, Bernardo estaba decidido a luchar, aunque cada fibra de su cuerpo le gritara que lo perdiera todo.

Bernardo simplemente asintió ante el gesto de su padre y continuó avanzando sin corresponderle el saludo. No hubo palabras, solo un frío movimiento de cabeza que sirvió como una declaración de desapego. La indiferencia era su escudo, una coraza que había construido a lo largo de los años para protegerse del peso insoportable del dolor emocional.

Cada paso que daba lo hacía más consciente de la distancia que existía entre ellos, una distancia tan vasta y profunda que sentía imposible de cerrar. No importaban los lazos de sangre, ni el título de padre; para Bernardo, ese hombre era un símbolo de traición, un recuerdo constante de los sacrificios impuestos y las decisiones egoístas que lo habían condenado a una vida de lucha y privaciones.

El aire estaba frío, y el silencio se sintió ensordecedor en comparación con el ruido de su propio corazón palpitando. Cada paso lo llevó más cerca de lo desconocido, pero no podía evitar pensar que ese simple acto de caminar era también un acto de separación, un rechazo silencioso de todo lo que Henry representaba. No necesitaba enfrentamientos verbales ni lágrimas para expresar lo que sentía; su presencia y su determinación eran suficientes para transmitir ese mensaje.

El abismo entre padre e hijo era más que físico o emocional; era un océano de decisiones, expectativas y sacrificios no deseados. Bernardo lo sentía en cada fibra de su ser, un peso antiguo y pesado que seguía arrastrando. Sin embargo, ya no le importaba. Cada paso le otorgaba un poco más de libertad, como si pudiera enterrar ese peso con cada pisada en el suelo frío de la academia.

No había tiempo para explicaciones. No había tiempo para remordimientos. Solo el futuro, y él se sentía decidido a enfrentarlo, aunque significara enfrentarse a todo aquello que lo había marcado desde el principio.

Mientras sus pasos resonaban contra el frío mármol de la entrada, el peso de su situación se volvía casi insoportable. Ladesolaciónde la academia era un espejo inquietante de su estado interno, un eco de la devastación que sentía en su interior.Todo lo que había amado y valoradoparecía haber sido arrancado de sus manos, reducido a recuerdos dolorosos que lo perseguían en silencio.

Cada rincón vacío de aquel lugar le susurraba lo que había perdido: las risas de sus compañeros, el bullicio de los entrenamientos, incluso los momentos de soledad que antes eran un refugio. Ahora, esa soledad se había transformado en un peso oscuro que lo aplastaba, recordándole lo frágil y desmoronado que era su mundo.

Aunque Henry caminaba a unos pasos detrás de él, la distancia entre ellos no era solo física; era un abismo insondable de decisiones y resentimientos. Bernardo podía sentir la mirada de su padre clavada en su espalda, pero se negó a voltear. ¿Qué sentido tenía? Las palabras de Henry, si llegaban, serían tan vacías como el lugar que los rodeaba.

Lasoledadse cernía sobre él como una nube pesada, envolviéndolo en su fría y sofocante presencia. A pesar de que no estaba realmente solo, la presencia de su padre no ofrecía consuelo alguno. Más bien, intensificaba la sensación de aislamiento, como si la conexión entre ellos se hubiera erosionado hace mucho tiempo, dejando solo un caparazón vacío donde alguna vez existió un vínculo.

Bernardo cerró los ojos por un instante, tratando de contener la marea de emociones que amenazaba con desbordarlo. El aire, cargado de una calma inquietante, parecía oprimirlo con cada respiración. Pero en el fondo de su ser, una chispa persistía. Era pequeña y frágil, pero estaba ahí: un recordatorio de que aún había algo por lo que luchar, algo que debía proteger a cualquier costo.

Apretó los puños, sintiendo la rugosidad de sus palmas sudorosas. Cada paso que daba hacia la entrada lo acercaba más a su destino, a la inevitable confrontación que definiría su futuro. No importaba cuán oscuro fuera el camino, Bernardo sabía que debía seguir adelante. Si debía enfrentar sumuerte, lo haría de pie, con la cabeza en alto y el corazón lleno de la resolución que solo podía nacer del amor y el sacrificio.

A pesar de la figurafamiliarcaminando a su lado, la grieta entre ellos no era algo que pudiera repararse con una simple mirada o palabras tardías. Esaconexión, una vez inquebrantable, había sido destrozada por las decisiones de Henry y por la brutalidad de un mundo que no daba tregua. Cada paso de su padre parecía más pesado que el anterior, como si elarrepentimientoy el peso de sus errores lo estuvieran aplastando. Pero Bernardo no tenía espacio para lacompasión; las cicatrices que llevaba consigo eran testimonio de lo que significaba confiar en quien había priorizado el poder sobre su propia sangre.

La mirada de Henry lo alcanzó, cargada de undolorque casi parecía humano. Sin embargo, Bernardo, con los muros que había erigido a lo largo de los años, no podía permitirse ser vulnerable frente a él. Esa fortaleza, aunque falsa, era todo lo que tenía para no ser consumido por el resentimiento y el miedo que bullían en su interior.

El eco de sus pasos resonaba en el silencio de la entrada, marcando el ritmo de una tensión que lo envolvía como un manto frío. Sabía lo que venía. Lo había sabido desde que entendió lo que significaba ser un tributo, desde que su propia familia lo convirtió en una pieza de cambio en un tablero de ambiciones. Pero, a pesar de esa certeza, eltemorpersistía, una sombra insidiosa que se aferraba a su mente y se negaba a soltarse.

El vacío de la academia era un reflejo de su propio interior. Todo lo que alguna vez fue cálido y luminoso parecía haberse desvanecido, dejando solo un páramo desolado.La tristeza, como un veneno lento, lo envolvía con cada respiración, recordándole que, aunque había aceptado su destino, no significaba que estuviera en paz con él.

—Siempre quise protegerte, hijo... —musitó Henry en un intento torpe de romper el silencio.

Bernardo no respondió. Su silencio fue más contundente que cualquier palabra.No había nada que proteger, no cuando las acciones de Henry habían despojado a Bernardo de cualquier esperanza o ilusión.

El joven continuó avanzando, firme, aunque el corazón le pesara como si estuviera hecho de plomo. Cada paso que daba lo acercaba más al destino que lo esperaba, y con ello, al enfrentamiento inevitable con el miedo que le atenazaba el alma.No sería fácil, y lo sabía. Pero si algo había aprendido en su sufrimiento, era que incluso en la oscuridad más profunda, debía mantener la cabeza en alto.

"Al menos moriré siendo quien soy,"pensó mientras el aire gélido de la entrada parecía susurrarle que no habría retorno.

El andar de ambos resonaba débilmente en los desolados pasillos, un eco que parecía burlarse de su mutismo, amplificando la tensión que flotaba entre ellos. Henry, con las manos crispadas tras la espalda, mantenía una expresión impenetrable, aunque sus ojos revelaban un cansancio abrumador, un peso que ni siquiera el orgullo podía ocultar.Bernardo, por otro lado, caminaba con la cabeza en alto, su mirada fija al frente, decidido a no dar el más mínimo indicio de vulnerabilidad.

El silencio no era simplemente la ausencia de palabras; era una batalla sorda entre padre e hijo, una lucha de voluntades donde ambos evitaban romper el frágil equilibrio. Henry intentaba hallar las palabras adecuadas para justificar lo injustificable, pero cada frase que surgía en su mente se sentía hueca, insuficiente, como un remiendo sobre una herida demasiado profunda.

Finalmente, Bernardo rompió la monotonía con un susurro cargado de veneno, sin girar la cabeza hacia su acompañante.

—¿Cómo se siente caminar junto a tu propia traición?

Henry respiró hondo, deteniéndose por un breve segundo, pero pronto retomó el paso.

—No vine aquí para discutir contigo, hijo...

—¿No? —interrumpió Bernardo, con un amargo esbozo de sonrisa—. Entonces, ¿para qué viniste? ¿Para asegurarte de que no intente escapar? ¿Para expiar tus pecados con una última caminata a la horca?

El hombre mayor no respondió, pero su mandíbula se tensó. Sabía que no tenía derecho a defenderse, no después de lo que había hecho, pero el dolor de las palabras de su hijo era insoportable.

—Siempre pensé que no podrías caer más bajo, pero aquí estamos. Caminando juntos hacia mi muerte, como si nada.

Henry finalmente se detuvo. Sus ojos, cargados de emociones contradictorias, se encontraron con los de Bernardo, quienes destilaban puro odio.

—No tienes idea de lo que he perdido, de lo que he sacrificado para llegar aquí —murmuró Henry, su voz quebrándose ligeramente.

—¿Sacrificado? —espetó Bernardo, su tono subiendo un escalón hacia la furia—. Tú no has sacrificado nada, Henry. ¡Nada! Todo lo que has hecho ha sido robar, traicionar y destruir en nombre de un poder que nunca mereciste.

El aire parecía volverse más denso, como si el universo mismo estuviera escuchando cada palabra, aguardando el desenlace. Bernardo dio un paso adelante, acortando la distancia entre ellos.

—¿Y sabes qué es lo peor? Que, incluso ahora, sigues siendo un cobarde. Ni siquiera tienes el valor de admitir que esto no es por mí, ni por la familia, ni por nadie más que tú mismo.

Henry intentó hablar, pero las palabras no salieron. Su silencio era un grito mudo de culpabilidad que Bernardo no necesitaba escuchar para comprender.

—No te preocupes, viejo. Después de esto, no tendrás que preocuparte por mí. Podrás seguir con tu vida, pretendiendo que nunca existí.

Sin esperar respuesta, Bernardo giró sobre sus talones y reanudó su camino hacia el interior de la academia. Henry lo siguió, pero esta vez, con la cabeza inclinada, sus hombros hundidos bajo el peso de sus decisiones.

A cada paso, el abismo entre ellos se hacía más grande, no en la distancia física, sino en la emocional. Padre e hijo avanzaban hacia lo desconocido, sabiendo que, aunque compartían el mismo sendero, sus destinos jamás podrían encontrarse de nuevo.

Cada paso que daba parecía cargar más peso, pero también más convicción.Bernardosentía que el vacío en los pasillos no era solo físico, sino un reflejo de todo lo que había perdido, de todo lo que había sido arrebatado. El eco de sus pisadas resonaba como un latido irregular, un recordatorio constante de su frágil existencia y de la lucha que aún debía enfrentar.

Su mirada, antes sombría, comenzó a endurecerse.No podía seguir siendo una marioneta de las ambiciones de otros, no cuando la vida de su familia y su propio sentido de justicia estaban en juego. Sabía que el destino que le aguardaba no era más que el desenlace de años de manipulaciones y traiciones, pero también comprendía algo más profundo: no todo estaba escrito en piedra.

—Ya no más —murmuró para sí, casi como una declaración de guerra, mientras apretaba los puños hasta que sus uñas mordieron la piel de sus palmas.

A medida que avanzaba, imágenes de su madre y sus hermanos se colaban en su mente.Eran su ancla, su razón para seguir adelante, aunque el camino estuviera sembrado de espinas. Pensó en las risas compartidas con ellos, en los momentos de calidez que, aunque breves, le habían dado un propósito. No podía permitir que todo eso se convirtiera en polvo.

El Ojo del Gran Sabio pulsó en su rostro, como si respondiera a su creciente resolución. Las corrientes de maná en su cuerpo, aunque caóticas y agotadoras, parecían latir al ritmo de su decisión.El mundo quería quebrarlo, pero él se aferraría con todo lo que tenía, incluso si el precio era su propia vida.

—Si debo arder para encender la chispa de algo mejor, entonces que así sea —susurró, su voz impregnada de una intensidad que ni él mismo reconocía.

La academia, un lugar que antaño había vibrado con risas, pasos apresurados y sueños por cumplir, ahora era un cascarón vacío, un eco frío de lo que alguna vez fue. Las paredes, que parecían respirar con vida propia en sus días de gloria, ahora estaban marcadas por grietas que susurraban historias de abandono y traición. Bernardo sentía cada una de esas grietas como una punzada en su pecho, un reflejo cruel de las propias fracturas en su alma.Este lugar, que había simbolizado un futuro prometedor, ahora se alzaba como un testamento de todo lo que había perdido.

Mientras caminaba, los recuerdos se mezclaban con el presente, confundiéndolo.Podía ver a los estudiantes corriendo por los pasillos en su mente, sus voces llenas de esperanza, pero esas imágenes eran fantasmas, ilusiones de un pasado que jamás volvería. La realidad era una atmósfera opresiva, donde cada sombra parecía contener un reproche, un recordatorio de su destino inminente.

"No solo es mi vida la que está en juego",pensó Bernardo, mientras su mano rozaba una barandilla cubierta de polvo. Sus dedos trazaron patrones ausentes, como si buscaran conectar con algo más allá de la desesperanza que lo envolvía.Era la seguridad de su familia, el sacrificio que estaba dispuesto a hacer para garantizar que ellos tuvieran un mañana, lo que lo empujaba hacia adelante.Esa responsabilidad, aunque aplastante, le daba un propósito que ningún otro podría arrebatarle.

Al fondo del camino, una tenue luz se filtraba por una puerta entreabierta, proyectando un resplandor que oscilaba entre cálido e inquietante. Bernardo sabía lo que había más allá.Sabía que su padre estaba acompañándolo, no como un padre arrepentido, sino como un hombre consumido por sus decisiones.Cada paso hacia esa luz era un enfrentamiento no solo con su progenitor, sino también con los espectros de sus propios fracasos, con los momentos en los que había sentido que no era suficiente.

Pero esta vez sería diferente.La determinación ardía en su pecho como un faro en la oscuridad. Ya no era el joven quebrado que el mundo esperaba que fuera.El Ojo del Gran Sabio latía en su rostro, dándole la claridad para ver lo que otros no podían.No solo enfrentaría a su padre y a las sombras que lo acechaban, sino que las desafiaría, arrancándoles el control que habían tenido sobre su vida.Era hora de demostrar que incluso el suelo más árido podía dar lugar a algo nuevo.

—No más excusas —murmuró mientras empujaba la puerta, dejando que la luz lo envolviera.El enfrentamiento estaba a punto de comenzar, y esta vez, Bernardo no se permitiría titubear.

Mientras cruzaban el umbral hacia lo desconocido, el aire pareció cambiar, volviéndose denso, casi palpable, como si el mundo mismo se preparara para ser testigo de lo que estaba por suceder. Bernardo sintió un escalofrío recorrer su espalda, no de miedo, sino de anticipación.Una chispa ardía en su interior, algo que no había sentido en años, algo que había estado dormido bajo capas de dolor, traición y desesperanza. Esa chispa era la resolución:una promesa silenciosa de que ya no sería un peón en el tablero de otros.

Sus pasos resonaron con fuerza, cada uno cargado de propósito,y el eco de sus botas en el suelo vacío parecía retumbar como un tambor de guerra. Cada paso lo acercaba más a una confrontación inevitable, no solo con quienes habían decidido su destino, sino con el miedo y la inseguridad que lo habían mantenido encadenado durante tanto tiempo.Ya no podía permitir que otros escribieran su historia; él mismo tomaría la pluma y el pergamino.

Este lugar no me define,—murmuró, sus palabras apenas audibles pero cargadas de firmeza—.Esta lucha será mía, y el final también lo será.

El sacrificio que sabía inevitable no lo detenía; al contrario, lo impulsaba.Cada rostro de su familia, cada risa de sus hermanos menores y el cansancio en los ojos de su madre eran un recordatorio de por qué seguía adelante.No sería solo por él, sino por ellos. La carga era inmensa, pero Bernardo ya no la veía como un peso, sino como un motor que lo empujaba hacia el frente.

El umbral que cruzaban no era solo físico, sino simbólico, un portal entre lo que había sido y lo que sería.Las sombras parecían retroceder con cada paso, y la luz que se derramaba más allá del marco no era solo claridad, sino una invitación al desafío.La lucha por su libertad, por su dignidad, había comenzado,y aunque el camino por delante estuviera cubierto de espinas, lo recorrería con la cabeza en alto y los puños firmes.

Es hora de reclamar lo que me pertenece por derecho,—dijo para sí mismo, sus palabras resonando en el espacio vacío como una declaración al universo.Ya no habría más retrocesos. Este era el comienzo de algo más grande que él mismo, y estaba preparado para enfrentarlo, sin importar el costo.

Con esa determinación palpitando en su corazón, Bernardo dio un paso tras otro, cada uno más firme que el anterior, dejando atrás las sombras del pasado que lo habían perseguido durante tanto tiempo. Su respiración era pesada pero constante, y el golpeteo rítmico de su corazón le recordaba que aún estaba vivo, que aún tenía algo por lo que luchar.No era un tributo, no era una víctima; era un hombre con un propósito.

El camino frente a él no era claro, pero tampoco importaba.Bernardo sabía que la libertad no era un regalo, sino una conquista, y estaba dispuesto a enfrentarse a cualquier cosa para reclamarla.La opresión de su pasado, las decisiones de otros que lo habían moldeado como si fuera una marioneta, ya no dictarían su futuro.Esta era su historia, y él estaba decidido a escribirla con su propia sangre si era necesario.

El peso de los sacrificios no lo debilitaba; lo fortalecía.Cada recuerdo de su madre, de sus hermanos menores, lo llenaba de una fuerza que no venía del maná que fluía por su cuerpo, sino de algo más profundo: el amor, el deseo de proteger y la necesidad de justicia.Las cadenas del pasado, tan firmes y sofocantes como habían sido, comenzaban a agrietarse bajo la fuerza de su resolución.

Bernardo levantó la vista,mirando hacia un horizonte que aún no podía discernir del todo,pero que brillaba con una promesa: la posibilidad de un nuevo comienzo, un futuro donde no estuviera definido por la sumisión o el dolor.

Voy a ser libre,—murmuró con voz firme, casi como un juramento—.Libre de este destino impuesto, libre para decidir por mí mismo.

El fuego en su corazón no era solo un símbolo de resistencia, sino un faro para guiarlo a través de la oscuridad.Avanzó hacia ese futuro desconocido con la certeza de que, aunque el camino estuviera plagado de espinas y sombras, estaba listo para enfrentarlo.Porque ahora, más que nunca, sabía que ser libre no era solo su derecho: era su destino.

El silencio entre ellos era una cuerda tensada al límite, cada paso que daban lo hacía más difícil de soportar. Henry, buscando un atisbo de conexión, se atrevió a romperlo.

¿Estás preparado para mañana?—preguntó con un tono vacilante, como si aún tuviera esperanzas de que su hijo le respondiera, de que el abismo entre ellos pudiera cerrarse. Pero Bernardo no dijo nada.Sus labios permanecieron sellados, su mirada fija en el horizonte, un lugar que parecía estar tan lejos como su disposición a hablar.

Avanzaron juntos, pero separados por una distancia insalvable.El eco de sus pasos resonaba en el aire pesado mientras la estructura de la gran plataforma negra se alzaba frente a ellos.Era una obra imponente, fría y opresiva, como un juez inamovible que esperaba dar su veredicto.Cuando llegaron, las inscripciones talladas en la superficie comenzaron a encenderse lentamente, como si estuvieran despertando de un largo letargo.El brillo azulado de los símbolos proyectaba sombras ondulantes sobre sus rostros, marcando el inicio de algo que ninguno de ellos podía detener.

Fue entonces cuando Bernardo rompió su mutismo.Su voz era baja, pero cada palabra cargaba un peso que parecía aplastar el ambiente a su alrededor.

El mundo llorará el día de hoy.

La declaración colgó en el aire como una sentencia.Henry lo miró, tratando de encontrar un significado oculto en esas palabras, pero Bernardo no le dio tiempo.La última inscripción en la plataforma estalló en luz, iluminando todo el espacio como un amanecer artificial.Era como si la tierra misma respondiera al sacrificio que estaba por realizarse, un sacrificio que no perdonaría a nadie, ni siquiera a los vivos.

La energía que fluía desde las inscripciones era abrumadora.La plataforma comenzó a vibrar bajo sus pies, emitiendo un zumbido que resonaba en sus huesos. En ese momento, Bernardo cerró los ojos brevemente, como si estuviera reuniendo cada fragmento de fuerza que le quedaba.Cuando los volvió a abrir, la fría determinación en su mirada no dejaba dudas: no habría vuelta atrás.

Henry, paralizado por una mezcla de temor y arrepentimiento, apenas pudo articular palabra. El silencio volvió a llenar el espacio, pero esta vez era diferente:era el preludio de un cataclismo.

El golpe resonó como un trueno en la desolación de la plataforma negra.Henry apenas tuvo tiempo de procesar el impacto antes de que una figura emergiera de las sombras.La sangre en su boca sabía a hierro y vergüenza, pero su mente se congeló al reconocer al anciano que ahora se erguía junto a Bernardo.Era un rostro que jamás habría querido volver a ver, una presencia tan ominosa que parecía drenar el aire del lugar.

Bernardo permaneció impasible, su cuerpo rígido como una estatua.No hubo sorpresa en su expresión; la llegada del anciano era algo que había anticipado, algo que había aceptado con la misma resignación que el resto de su destino.

Ah, siempre tan predecible, Henry,—dijo el anciano, con una voz tan seca como el crujir de hojas muertas.—Tu incapacidad para cambiar nunca deja de asombrarme.

Sin ceremonias ni advertencias, el anciano extendió la mano hacia Bernardo.Su movimiento fue rápido y despiadado, como el de un depredador asegurándose de que su presa no tuviera tiempo de reaccionar.En un instante que parecía congelarse en el tiempo,le arrancó el ojo izquierdo a su hijo mayor con una precisión escalofriante.

El grito de dolor de Bernardo nunca llegó.El joven se tambaleó ligeramente, pero no emitió sonido alguno, como si el sufrimiento físico ya no fuera capaz de conmoverlo.La sangre comenzó a correr por su mejilla en un torrente oscuro, goteando hasta la plataforma que parecía absorberla con avidez.

El precio debe ser pagado, y él lo entiende,—dijo el anciano, sosteniendo el ojo ensangrentado entre sus dedos huesudos. Su tono era casi reverente, como si estuviera llevando a cabo un rito sagrado.—Este es solo el comienzo.

Henry, todavía aturdido por el golpe y la escena que se desarrollaba ante él, finalmente encontró su voz.

¡Detente! ¡No puedes hacerle esto! Es mi hijo... él... él todavía es solo un niño!

El anciano giró lentamente hacia él, sus ojos centelleando con una mezcla de burla y desprecio.

¿Tu hijo? ¿Un niño?—rió, un sonido áspero y cruel que parecía no pertenecer a un ser humano.—No, Henry. Es un símbolo, una herramienta. Algo que tú mismo ofreciste. Ahora cumple su propósito.

El eco de esas palabras perforó el corazón de Henry como una daga.Cada una era un recordatorio de sus propias decisiones, de cómo había condenado a su primogénito con su ambición y cobardía.

Bernardo, con el rostro manchado de sangre, se mantuvo en silencio.Su ojo restante miró a su padre, no con odio, sino con algo mucho peor: indiferencia.Sin necesidad de palabras, el mensaje era claro."Ya no tienes poder sobre mí."

La plataforma continuó vibrando, y las inscripciones brillaron con mayor intensidad, como si el sacrificio recién comenzara.

El aire se sentía pesado, como si el sacrificio ya no fuera solo una ceremonia, sino un pacto oscuro y palpable que se cernía sobre ellos. Cada símbolo en la plataforma brillaba con una luz infernal, proyectando sombras que danzaban sobre las paredes de piedra que los rodeaban. Era como si el mundo mismo estuviera mirando, expectante, mientras el destino se escribía con sangre y voluntad.

Henry cayó de rodillas, incapaz de sostenerse más.Su mente giraba, enfrentándose a lo irremediable. Su hijo estaba allí, marcado y herido, mientras la figura del anciano se erguía como un juez oscuro y eterno, dictando sentencias sin compasión.

—No puedo... —murmuró Henry, su voz temblando con cada palabra. No estaba seguro si se refería a su incapacidad para detener el sacrificio o a la visión de su propio fracaso.

El anciano levantó el ojo ensangrentado hacia el cielo, como si estuviera invocando alguna fuerza desconocida con ese objeto macabro.Los símbolos en la plataforma aumentaron su resplandor, proyectando columnas de luz que se arremolinaban alrededor de ellos como serpientes de fuego etéreo.

La sangre es el lenguaje de los dioses, Henry.—Su voz era tan grave que parecía retumbar en el aire mismo. —Este acto no es solo un sacrificio. Es una declaración. Un ritual. Una promesa. El poder es tomado y cedido por quienes tienen el estómago para enfrentarse a él.

Y deberias saber que nosotros somos los dioses, adoramos y nos comunicamos en un lenguaje sangriento. El anciano movio su mano y la sangre en su la mano goteo.

Henry sintió cómo el peso de cada palabra lo aplastaba, pero no podía mirar hacia otro lado.El dolor que había sido el sacrificio de su familia lo había estado persiguiendo durante años, pero ahora lo tenía frente a él en forma de ese anciano con manos ensangrentadas y una sonrisa cruel.

El anciano avanzó unos pasos hacia Bernardo, quien permanecía quieto, casi estoico, pero con una tensión contenida en sus músculos. Era como si estuviera acumulando fuerza para un momento futuro, una lucha que aún no había llegado. Con una calma perturbadora, el anciano colocó su mano sobre el hombro de Bernardo.

Debes entender esto, joven. El sacrificio es tu destino ahora. El maná es solo un recurso, una herramienta que puedes utilizar, pero para que la voluntad de los dioses se cumpla, debes estar preparado para entregar lo que se te pida.—Hizo una pausa, sus palabras colgando en el aire. —¿Estás listo para enfrentar lo que vendrá?

Bernardo permaneció en silencio. Su respiración era profunda, pero controlada, y sus músculos temblaban con cada latido. Sabía que cualquier respuesta que diera sería una mentira, que no estaba listo, pero el orgullo, ese instinto que le quedaba, lo mantuvo firme. No podía dejar que el miedo lo consumiera.

—Estoy preparado... —respondió con una voz tan fría que parecía ser el eco de alguien diferente. Al decirlo, una fuerza desconocida parecía recorrer sus venas. Era la voluntad de sobrevivir, de rebelarse, de no ser un instrumento más en un ritual de poder ajeno.

El anciano sonrió, pero esta vez con una sonrisa de aprobación inquietante. Su mirada cayó nuevamente sobre la plataforma y los símbolos que continuaban girando en espirales de luz y energía.

Bien, entonces que comience el ritual.—Su voz fue un susurro esta vez, casi como un canto ceremonial. Con un gesto solemne, la luz de los símbolos explotó en un destello cegador, y la plataforma comenzó a temblar.

El suelo bajo sus pies vibró con una fuerza sobrenatural, como si el propio corazón del mundo estuviera despertando.El tiempo parecía haberse detenido, y una presión indescriptible lo envolvía todo: el aire, el sonido, el peso de los dioses y la magia antigua que se liberaba en ese momento.

Henry se aferró a sí mismo, pero la realidad era clara: no había marcha atrás. A cada paso, el sacrificio estaba siendo completado, y la línea entre lo divino y lo mortal se sentía más delgada que nunca.

Bernardo respiró hondo.No había nada que pudiera detener lo que venía, pero no sería una víctima. No sería un sacrificio sin lucha. Con cada fibra de su ser, intentó prepararse para lo desconocido, para enfrentar ese ritual con el fuego de su propia voluntad.

El anciano avanzó un paso más hacia el centro de la luz y habló una última vez, con una voz tan imponente que parecía hacer temblar el mismo aire:

—Si.Que el sacrificio comience. Bernardo dijo

—¿En serio pensaste que no me daría cuenta de tu truco, muchacho? —dijo la figura con desdén—. Tu cuerpo es el sacrificio para nuestra familia; Peter es el único compatible con tus dotes desperdiciados. Tus planes son insignificantes ante la fuerza absoluta.

El tono de la figura era venenoso, cargado de un desprecio que perforaba más profundamente que cualquier daga. Sus ojos, fríos y calculadores, se clavaban en Bernardo como si estuviera diseccionándolo. La luz parpadeante de la plataforma negra acentuaba cada arruga en su rostro, dándole un aire casi demoníaco.

Bernardo permaneció inmóvil, su mandíbula apretada y su mirada fija en el anciano.Había esperado esto, pero escuchar las palabras hacía que la rabia latente en su interior comenzara a burbujear, amenazando con desbordarse.

—¿Peter?—murmuró, apenas conteniendo la furia en su voz—. ¿Ese inútil que no pudo ni soportar su propio peso sin mi ayuda? —Su tono se volvió gélido, cada palabra cargada de veneno—. Claro, déjale todo a Bernardo, como siempre. Incluso mi vida.

El anciano alzó una ceja, divertido por la respuesta. —Tu insolencia es interesante, muchacho, pero inútil.—Señaló con su mano al círculo de inscripciones que ahora ardían con un resplandor carmesí—. Esto no se trata de lo que tú quieras o pienses. Tu existencia es un accidente con un propósito claro: servir a la familia Q'illu. Peter llevará el legado, tú... solo serás el escalón. No hay nada más que discutir.

Bernardo dio un paso hacia adelante, desafiando la autoridad del anciano.El fuego en sus ojos rivalizaba con el brillo de los símbolos a su alrededor. —¿Un escalón? —espetó, su voz quebrándose ligeramente bajo la intensidad de su propia emoción—. Me arrancaron de todo lo que conocía, mutilaron mis raíces, me convirtieron en un monstruo por este maldito "legado". —Su puño se cerró con fuerza, los nudillos blanqueándose—. ¿Y ahora crees que simplemente me quedaré aquí para dejar que ese parásito de Peter tome lo que es mío?

El anciano alzó una ceja, divertido por la respuesta. —Tu insolencia es interesante, muchacho, pero inútil.—Señaló con su mano al círculo de inscripciones que ahora ardían con un resplandor carmesí—. Esto no se trata de lo que tú quieras o pienses. Tu existencia es un accidente con un propósito claro: servir a la familia Q'illu. Peter llevará el legado, tú... solo serás el escalón. No hay nada más que discutir.

Bernardo dio un paso hacia adelante, desafiando la autoridad del anciano.El fuego en sus ojos rivalizaba con el brillo de los símbolos a su alrededor. —¿Un escalón? —espetó, su voz quebrándose ligeramente bajo la intensidad de su propia emoción—. Me arrancaron de todo lo que conocía, mutilaron mis raíces, me convirtieron en un monstruo por este maldito "legado". —Su puño se cerró con fuerza, los nudillos blanqueándose—. ¿Y ahora crees que simplemente me quedaré aquí para dejar que ese parásito de Peter tome lo que es mío?

La figura soltó una risa breve, carente de humor. —¿"Tuyo"?Muchacho, nada de esto te pertenece. Nunca lo hizo. —Se inclinó hacia él, sus ojos brillando con una malicia insidiosa—. La diferencia entre tú y Peter es simple: él sabe cómo obedecer. Tú, en cambio, siempre fuiste un problema esperando ser eliminado. Ahora, cumplirás tu verdadero propósito, quieras o no.

El aire alrededor de la plataforma parecía cargarse con electricidad.La energía del ritual se intensificaba, y las inscripciones comenzaban a girar más rápido, como si respondieran a las palabras del anciano. Pero Bernardo no retrocedió. Sus piernas temblaban, no de miedo, sino de la furia incontrolable que lo consumía.

Si crees que puedes decidir mi propósito, entonces tal vez deberías prepararte para enfrentar las consecuencias de tus errores.—Bernardo levantó la mirada, y aunque su cuerpo estaba agotado, una nueva chispa de desafío ardía en sus ojos—.No soy un sacrificio. Soy la maldita tormenta que destruirá este legado podrido.

La figura soltó una risa breve, carente de humor. —¿"Tuyo"?Muchacho, nada de esto te pertenece. Nunca lo hizo. —Se inclinó hacia él, sus ojos brillando con una malicia insidiosa—. La diferencia entre tú y Peter es simple: él sabe cómo obedecer. Tú, en cambio, siempre fuiste un problema esperando ser eliminado. Ahora, cumplirás tu verdadero propósito, quieras o no.

El aire alrededor de la plataforma parecía cargarse con electricidad.La energía del ritual se intensificaba, y las inscripciones comenzaban a girar más rápido, como si respondieran a las palabras del anciano. Pero Bernardo no retrocedió. Sus piernas temblaban, no de miedo, sino de la furia incontrolable que lo consumía.

Si crees que puedes decidir mi propósito, entonces tal vez deberías prepararte para enfrentar las consecuencias de tus errores.—Bernardo levantó la mirada, y aunque su cuerpo estaba agotado, una nueva chispa de desafío ardía en sus ojos—.No soy un sacrificio. Soy la maldita tormenta que destruirá este legado podrido.

El anciano permaneció impasible, pero por un instante, algo que parecía inquietud cruzó su rostro.—Muchacho... las tormentas no destruyen montañas. Solo terminan desgastándose contra ellas.

Entonces prepárate para quedarte sin montaña.—Bernardo escupió las palabras, su cuerpo erguido en un acto de desafío puro, mientras el ritual seguía intensificándose, amenazando con desbordar los límites de la propia plataforma.

Elviejo, sin un ápice de remordimiento, sostuvo por un instante el globo ocular en alto, su expresión congelada entre una mueca de satisfacción y el fervor de quien manipula un poder antiguo. Laburbuja de maná puroque envolvía el ojo brillaba con una intensidad cegadora antes de desvanecerse en un destello abrasador que dejó un leve rastro de humo en el aire. Era como si el ojo hubiera sido consumido por la voluntad del maná, un sacrificio sellado por fuerzas que superaban la comprensión humana.

Henry, con lasangre de su hijo todavía marcando el rostro del anciano, permanecía inmóvil, sus piernas negándose a responder. Su mirada saltaba entre Bernardo, que aún no había emitido un solo grito, y las inscripciones en la plataforma, que pulsaban débilmente, casi como si estuvieran vivas.El lugar mismo parecía respirar al ritmo de la tragedia, cada titileo un eco del sacrificio en curso.

No fue solo un ojo, Henry—gruñó el viejo, mirando a su antiguo aliado con una mezcla de desprecio y triunfalismo—. Fue el comienzo. Ahora su espíritu está unido a este sitio, como debe ser. ¿Aún dudas de mi plan?

Henry intentó hablar, pero las palabras se ahogaron en su garganta. En su lugar, sus ojos traicionaron un abismo de culpa que no podía contener. Bernardo, sin embargo,se mantuvo firme, con la sangre escurriendo de su cuenca vacía, un río escarlata que dibujaba patrones grotescos en su rostro. La escena eraun macabro cuadro de sacrificio y desafío, un joven que se negaba a caer, incluso cuando su propio cuerpo era arrancado en pedazos.

—El lugar... —susurró Bernardo, finalmente, con una voz áspera y cargada de dolor—.Este lugar grita. No es el sacrificio lo que pide, sino justicia. Y créeme, viejo, las inscripciones... no están titilando por ti.

Las palabras de Bernardo cayeron como un relámpago en medio de la tensión, y elanciano retrocedió un paso, sus ojos entrecerrados con sospecha.El suelo comenzó a temblar, un sutil estremecimiento que se propagaba como un murmullo entre las losas negras. Henry, todavía atrapado en su horror, dio un paso involuntario hacia su hijo, pero el brillo de las inscripciones ahora era casi enceguecedor, un crescendo luminoso que anunciaba algo mucho mayor que el sacrificio en sí.

El silencio fue roto por un crujido profundo, como si la misma tierra debajo de ellos estuviera despertando.Las runas comenzaron a cambiar, reconfigurándose en patrones que ninguno de los presentes había visto antes.Algo estaba cambiando, y no era parte del plan del anciano.

Sin embargo, en ese preciso momento, con unsuspiro profundo, las runas seapagaron de golpe, sumiendo la plataforma en una penumbra opresiva.El silencio que siguió fue casi tangible, como si el mundo mismo hubiese detenido su respiración ante el desconcierto de lo ocurrido.

Bernardo, con la sangre aún goteando desde su cuenca vacía y el cuerpo tensado por eldolor, permanecíaestoico, su rostro una máscara de acero imperturbable. No hubo grito, ni súplica; tan solo la calma de quien ha abrazado su destino, aunque este estuviera envuelto en sombras y sufrimiento.Años de cicatrices emocionales le habían enseñado a soportar mucho más que el tormento físico, y esa fortaleza ahora brillaba como una armadura invisible que desconcertaba incluso al anciano.

Henry, aún inmóvil a un lado, parecíaparalizado por la confusión. Su mirada alternaba entre las runas apagadas y su hijo, como si no pudiera procesar lo que estaba sucediendo. Laspalabras del ancianorompieron el silencio, llenas de furia y desdén:

—¡¿Qué hiciste, muchacho?! —su voz resonó como un trueno contenido—. ¡Las inscripciones deberían haber absorbido tu esencia! ¡Tu resistencia es inútil!

Bernardo giró ligeramente la cabeza hacia el anciano, y aunque solo quedaba un ojo en su rostro, la intensidad de su mirada era suficiente para hacer que el aire a su alrededor pareciera más pesado.No hubo necesidad de palabras; su simple presencia desafiaba la autoridad y los planes del anciano.

Esto no es resistencia, viejo. Es redención.—dijo finalmente, su tono bajo pero cargado de significado.

El anciano dio un paso hacia él, pero se detuvo cuando el temblor en la plataforma regresó, esta vez más fuerte, como si algo se agitara en lo profundo del suelo. Henry, superado por el pánico, alzó una mano temblorosa hacia su hijo:

—¡Bernardo! Esto... esto no tiene por qué ser así. Podemos detener esto, juntos...

Pero Bernardo apenas le dedicó una mirada, la misma que uno le daría a unfantasma de un pasado que ya no importa. La brecha entre ellos, que había comenzado con decisiones egoístas y traiciones silenciosas, ahora parecía un abismo insalvable.

Tuviste tu oportunidad, padre. Ahora, mírame mientras rompo las cadenas que ayudaste a colocar.

La tierra rugió de nuevo, y esta vez, las runasvolvieron a encenderse, pero en un tono distinto, un carmesí ardiente que parecía escupir una furia que no pertenecía ni al anciano ni al ritual original. Algo más estaba interviniendo, algo que respondía a la fuerza de voluntad de Bernardo.El sacrificio planeado había cambiado, y el destino se estaba reescribiendo frente a sus ojos.

Henry sintió cómosu corazón se hundía, un peso aplastante que lo hacía incapaz de moverse mientras observaba lacrueldad del anciano. El acto de arrancar elojo izquierdo de Bernardono era solo una mutilación física; era un golpe mortal a suesencia, a todo lo que su hijo representaba. Ese ojo, con sus dones únicos, no era simplemente una parte de su cuerpo, sino una extensión de su alma, un fragmento de la conexión que mantenía con un mundo que ahora parecía dispuesto a consumirlo.

El silencio que siguió al destello de la burbuja de maná fue ensordecedor, pero dentro de Henry comenzó a formarse una tormenta de emociones que no podía contener.Rabia, culpa, impotencia...todo se mezclaba en su pecho mientras veía a su primogénito de pie, sangrando, pero sin quebrarse. A pesar de todo, Bernardose mantenía firme, su presencia irradiando una fortaleza que solo subrayaba la magnitud de lo que estaba perdiendo.

Henry apretó los puños con tanta fuerza que sus uñas se clavaron en las palmas de sus manos.La rabia que sentía no era solo hacia el anciano, sino también hacia sí mismo.Había permitido que las circunstancias llegaran hasta ese punto, que su hijo fuera convertido en un peón en un juego de poder del que nunca debió formar parte.

¡Detente!—Henry finalmente encontró su voz, pero esta sonó débil, casi quebrada.

El anciano apenas le dirigió una mirada, un gesto lleno de desprecio.

—¿Acaso piensas interferir ahora, Henry? Es demasiado tarde para el remordimiento. Tu hijo pertenece a este ritual, y sus dones son el precio que debes pagar por tu lugar en esta familia.

Henry retrocedió un paso, sintiendo que sus palabras eran tan inútiles como su posición en ese momento. Sin embargo, su mirada se encontró con la de Bernardo, y lo que vio lo dejó helado.No había odio ni reproche en el ojo restante de su hijo; solo una determinación feroz, inquebrantable.Era como si Bernardo ya hubiera aceptado su destino, pero no de la manera que el anciano esperaba.

Bernardo respiró profundamente, su pecho subiendo y bajando mientras luchaba por contener el dolor que lo consumía desde dentro. La sangre seguía fluyendo, pero no hizo ningún esfuerzo por detenerla. En cambio,alzó la cabeza, mirando al anciano con una calma aterradora.

Puedes arrancarme lo que quieras, pero no podrás quitarme lo que realmente importa.

Las palabras resonaron en el aire como una declaración de guerra, y aunque Henry quería hacer algo, cualquier cosa, para proteger a su hijo, sabía que estaba atrapado en un escenario que él mismo había ayudado a construir.El sacrificio de Bernardo no era solo físico; era el precio de las decisiones que Henry había tomado años atrás, decisiones que ahora regresaban para cobrar su deuda con intereses.

¡Detente!—gritó Henry, su voz cargada de angustia y un pánico que parecía rasgar el aire como un cuchillo. Intentó avanzar, pero sus pies se negaron a obedecerle, como si estuvieran atados al mismo suelo que ahora parecía ser parte de su castigo.Cada músculo de su cuerpo temblaba, su impotencia le golpeaba con más fuerza que cualquier ataque físico podría hacerlo.

¡Maldita sea, muévete!—gruñó para sí mismo, intentando forzar sus piernas a dar un paso, pero era inútil. La escena que tenía ante sus ojos lo mantenía anclado: Bernardo, de pie, ensangrentado, despojado de su ojo izquierdo, enfrentaba a la figura del anciano con una calma que lo desarmaba.

La desesperación se arremolinaba dentro de él, como un torrente que amenazaba con ahogarlo. No podía comprender cómo había permitido que todo llegara a ese punto, cómo sus decisiones pasadas habían construido esta horrenda realidad.

El anciano se volvió hacia Henry, un destello de burla en sus ojos.

¿Qué pretendes hacer, Henry? ¿Detenerme? No eres más que un espectador en este juego, uno que perdió su lugar hace mucho tiempo.

Las palabras lo atravesaron como dagas, y aunque Henry quiso replicar, se tragó sus gritos de frustración. Bernardo, en cambio, alzó una mano ensangrentada, deteniendo cualquier palabra antes de que pudiera salir de los labios de su padre.

No te esfuerces, padre. Esto no es tu batalla.—La voz de Bernardo era baja, pero firme, cargada de una autoridad que parecía llenar el espacio.

¡Eres mi hijo!—gritó Henry, su voz quebrándose—.No puedo... no puedo quedarme aquí y permitir que esto suceda.

Bernardo giró su rostro hacia él, y en su único ojo restante brillaba una mezcla de resolución y algo más profundo, algo que Henry no pudo identificar del todo.

Siempre lo permitiste. Desde el principio.

Las palabras cayeron como martillos sobre el corazón de Henry, que se apretaba en su pecho como si quisiera detenerse. Intentó avanzar de nuevo, pero era como si el suelo lo estuviera castigando por su indecisión pasada, reteniéndolo en el lugar como una sentencia divina.El peso del arrepentimiento lo aplastaba, cada paso no dado en el pasado ahora cobraba su precio, dejándolo paralizado cuando más quería moverse.

El anciano dejó escapar una risa seca y llena de desprecio mientras extendía la mano hacia Bernardo nuevamente, un destello de maná surgiendo entre sus dedos.

Mira y aprende, Henry. Así es como se forja el verdadero poder, con sacrificios.

Pero Bernardo no retrocedió.Su mirada era un desafío, y aunque el dolor seguía marcando su rostro, había algo en su postura que dejó incluso al anciano en silencio por un momento.

El verdadero poder no se forja con sacrificios, anciano. Se forja con voluntad, y la mía no será quebrada por un miserable como tú.

Las palabras de Bernardo resonaron en el aire, una promesa más fuerte que cualquier grito. Henry sintió que algo dentro de él se rompía; no era el miedo ni la culpa, sino algo más profundo, un destello de esperanza que se aferraba a la figura de su hijo, incluso mientras el destino parecía estar decidido a aplastarlo.

El anciano se giró hacia Henry, con una sonrisa que era un puñal de hielo atravesando el aire. Su rostro no mostraba compasión ni duda, sino una determinación cruel y despiadada,un reflejo perfecto del sistema al que había dedicado su lealtad.

Tu tiempo ha terminado, Henry.—Su voz era un eco cortante, cargado de desprecio—.Es momento de que el sacrificio inicie.

Henry sintió como esas palabras lo atravesaban, clavándose en su alma como garras afiladas. Pero antes de que pudiera hablar, el anciano continuó, su tono impregnado de un desdén casi teatral:

Ahora es el momento de que el verdadero potencial de nuestra familia sea liberado.—Sus ojos, brillantes con una luz enfermiza, se posaron en Bernardo como si ya no fuera un ser humano, sino un recurso, un trozo de carne para cumplir un propósito más grande—.Bernardo ha sido un estorbo desde el principio; es hora de que haga lo que se espera de él.

La sangre de Henry hirvió ante esa declaración. Por primera vez en años, sintió cómo una furia primitiva lo consumía, desbordando la impotencia que lo había mantenido paralizado.

¡No lo permitiré!—gritó, su voz cargada de una rabia que casi lo sorprendió a sí mismo.Dio un paso adelante, tembloroso, pero decidido.

El anciano soltó una risa seca, como si el desafío de Henry fuera una broma de mal gusto.

¿Y qué harás, Henry? ¿Detendrás el flujo del maná con tus propias manos? Eres patético. Has fallado a esta familia una y otra vez. Ni siquiera puedes proteger lo que dices amar.

Bernardo observó la interacción sin intervenir. Su único ojo brillaba con una mezcla de emociones: dolor, rabia y una determinación creciente que parecía alimentarse de cada palabra de desprecio del anciano.

Viejo, ya me quitaste un ojo. No te daré nada más sin luchar.

El anciano entrecerró los ojos, evaluando a Bernardo como si fuera una anomalía en su meticuloso plan.

¿Luchar? Qué adorable. A pesar de todo, sigues siendo tan ingenuo como tu padre.

Henry intentó replicar, pero Bernardo levantó una mano ensangrentada, silenciándolo sin siquiera mirarlo.

Padre, no te desgastes. Esto es entre el anciano y yo. Tú... simplemente observa.

El anciano soltó otra carcajada, pero esta vez había un rastro de cautela en su rostro. Las runas a su alrededor comenzaron a brillar nuevamente, bañando el espacio en un resplandor opresivo, mientras una energía oscura se acumulaba en el aire.

Bien, muchacho. Muéstrame lo que tienes. Quizás incluso me entretengas antes de que termine esto.

Henry retrocedió instintivamente, pero Bernardo avanzó, su figura herida y ensangrentada proyectando una sombra más grande de lo que parecía posible.

El único que terminará esto aquí... soy yo.—Sus palabras resonaron con una convicción que no dejó lugar a dudas.

El anciano levantó una ceja, ligeramente intrigado, pero la crueldad seguía dominando su rostro. La batalla que estaba a punto de comenzar sería más que un choque de fuerzas; sería un enfrentamiento entre generaciones, ideologías y voluntades irreconciliables.

Las palabras del ancianose incrustaron en la mente de Henry como cuchillos, cada una profundizando la herida de su culpa.No podía refutar lo que decía, porque desde la lógica brutal de su familia, Bernardo era solo un medio para un fin. Pero para Henry, aquel joven frente a él no era una herramienta ni un simple sacrificio:era su hijo, su primogénito, el niño que alguna vez había jurado proteger.

Mientras tanto, Bernardo cerró el único ojo que le quedaba,sintiendo cómo el maná comenzaba a correr por sus venas con una intensidad desconocida.Ya no era la corriente fluida y luminosa de su entrenamiento en la academia, sino algo más profundo y oscuro, como un río subterráneo que había sido desatado. La pérdida de su ojo no solo había debilitado su cuerpo;había roto las cadenas internas que contenían su verdadero poder, y esa fuerza primitiva ahora emergía con una ferocidad que incluso él encontraba aterradora.

El resplandor de las runas volvió a iluminar la plataforma, pero esta vez el color cambió,transformándose en un tono carmesí que parecía absorber la luz a su alrededor.El anciano observó aquello con una mezcla de curiosidad y recelo.

Interesante... parece que la pérdida te ha otorgado más de lo que esperaba.—El tono burlón había sido sustituido por una evaluación fría, casi clínica—.Pero eso no cambia nada. Sigues siendo un sacrificio, solo que ahora, tal vez, uno más valioso.

Bernardo abrió su ojo restante, que brillaba con una intensidad sobrenatural. El aire a su alrededor comenzó a vibrar, como si el mismo espacio estuviera reaccionando a su presencia.

Sacrificio o no, esto termina aquí.—Su voz era baja, pero cargada de una resolución tan sólida que parecía hacer eco en las propias runas.

Henry, aún atrapado entre su impotencia y su amor, intentó dar un paso hacia él, pero el resplandor de las runas se intensificó, creando una barrera invisible que lo mantenía al margen.

¡Bernardo, no! Hay otra manera, no tienes que hacer esto solo!—gritó desesperado, pero su hijo no lo miró. Su atención estaba completamente centrada en el anciano.

¿Otra manera?—respondió Bernardo con amargura, sin voltear hacia su padre—.¿Acaso crees que queda algo más? Esto no es un camino que pueda evitarse; es una guerra, y yo estoy en el centro de ella. Pero si voy a caer... lo haré de pie.

El anciano aplaudió lentamente, con un gesto que solo añadía sal a las heridas abiertas.

Qué conmovedor. Lástima que las guerras no se ganen con discursos, chico. Las ganan aquellos lo suficientemente despiadados para sobrevivir. ¿Tienes lo necesario?

Las palabras eran un desafío directo, pero Bernardo no respondió. En cambio, extendió una mano hacia adelante, y el maná oscuro que había despertado en él comenzó a envolverlo como una armadura viviente.Era caótico, denso y letal, como un reflejo de la furia que había contenido durante toda su vida.

El anciano alzó una ceja, ligeramente impresionado.

Muy bien. Entonces, demuestra tu valía, muchacho. Si tienes la fuerza para enfrentarte a este destino, quizás me des un poco de diversión antes de desaparecer.

El aire se tensó, cargado de energía, mientras el choque inminente entre Bernardo y el anciano se hacía inevitable. Henry, atrapado en su impotencia,solo pudo mirar cómo el hijo que amaba enfrentaba un destino cruel, armado únicamente con su determinación y el poder oscuro que la tragedia había despertado en su interior.

Bernardo sintió cómo el maná comenzaba a fluir nuevamente a través de él, aunque esta vez era diferente; era más oscuro y más intenso.La pérdida del ojo izquierdo había despertado algo dentro de él, algo primal que había estado latente durante demasiado tiempo.

El anciano dejó escapar una risa seca, cargada de burla, mientras su mirada recorría a Bernardo como si evaluara la valentía del joven frente a él.

¿No serás mi sacrificio?—repitió, con una mezcla de incredulidad y desprecio—.¿Y qué planeas hacer al respecto, muchacho? Este destino fue decidido mucho antes de que tú nacieras. No tienes elección.

El aire a su alrededor comenzó a vibrar, impregnado por la energía oscura que emanaba del anciano, como una advertencia tácita del abismo de poder que los separaba. Pero Bernardo no se inmutó. Dio un paso adelante, su único ojo restante brillando con una intensidad casi cegadora.

Siempre hay una elección.—La voz de Bernardo resonó con una convicción que desarmó momentáneamente la confianza del anciano.El maná oscuro que lo envolvía se condensó, tomando la forma de una esfera palpitante que giraba en torno a su mano extendida.

Henry, atrapado en la barrera de las runas, observaba con el corazón dividido entre el orgullo y el temor. Su hijo ya no era el joven frágil al que había traicionado tantas veces;ahora era un guerrero enfrentando un destino que la mayoría habría aceptado con resignación.

Muy bien, entonces, demuéstramelo.—El anciano levantó una mano, y la plataforma negra pareció responder a su voluntad. Las runas a su alrededor comenzaron a brillar con un fulgor carmesí, y una serie de columnas de energía surgieron del suelo, encerrando a ambos en un campo sellado.

Bernardo ajustó su postura, los músculos de su cuerpo tensándose mientras el maná oscuro se acumulaba en él como un torrente imparable. El dolor de la pérdida de su ojo era solo un eco distante ahora;todo su ser estaba enfocado en esta batalla, en este momento decisivo que definiría no solo su destino, sino el de todos aquellos que habían sido reducidos a simples sacrificios.

Te lo demostraré.—El tono de Bernardo era bajo, casi un susurro, pero cargado de una amenaza palpable.

El primer choque fue instantáneo. Un rayo de energía oscura emanó del anciano, dirigido directamente hacia el pecho de Bernardo. Sin embargo, el joven levantó su brazo envuelto en maná, bloqueándolo con una barrera que estalló en un millar de chispas. La explosión iluminó el espacio sellado, proyectando sombras danzantes en las paredes de energía que los rodeaban.

Nada mal... para un sacrificio.—El anciano sonrió, pero sus ojos se estrecharon, evaluando a su oponente con una seriedad creciente.

Y tú, nada mal... para un muerto.—La réplica de Bernardo fue cortante, y antes de que el anciano pudiera reaccionar, el joven se lanzó hacia él con una velocidad que era casi imposible de seguir a simple vista.

Los dos chocaron en una tormenta de maná y fuerza bruta, cada golpe resonando como un trueno en el campo sellado. Bernardo peleaba con una ferocidad que venía no solo de su odio hacia el anciano, sino también de su deseo de liberar a su familia, de romper las cadenas que lo habían aprisionado toda su vida.

Henry, aún atrapado, gritaba inútilmente.

¡Bernardo, detente! ¡Esto no tiene que ser así!

Pero su hijo no lo escuchó.En ese instante, no había padre ni anciano, solo el sacrificio luchando por recuperar su libertad y el sistema que buscaba aplastarlo.

El campo de batalla parecía contener la respiración mientras los dos combatientes se enfrentaban. Bernardo, cubierto por un aura de maná oscuro que pulsaba como un corazón frenético, avanzaba con movimientos rápidos y precisos. Por otro lado, el anciano se mantenía firme, su poder ancestral manifestándose en forma de líneas de energía que serpenteaban por el aire como serpientes vivientes.

Tu insolencia será tu ruina, muchacho. No puedes vencerme.—El anciano extendió ambas manos, y de las runas surgieron látigos de energía que cortaban el aire con un silbido aterrador.

Bernardo esquivó el primero, pero el segundo lo alcanzó, desgarrando la tela de su chaqueta y dejando un corte superficial en su brazo. Ignorando el dolor, el joven levantó su mano izquierda, y el maná oscuro en ella se comprimió hasta formar una lanza que lanzó directamente al pecho del anciano.

El impacto fue devastador. La lanza atravesó la barrera de energía que rodeaba al anciano y explotó en una lluvia de fragmentos oscuros que iluminaron brevemente el campo sellado. Sin embargo, cuando el humo se disipó, el anciano seguía en pie, su cuerpo rodeado por un aura roja que se había fortalecido al absorber parte del ataque.

¿Eso es todo lo que tienes?—dijo, burlándose, mientras agitaba una mano para disipar el polvo.—Eres fuerte, Bernardo, pero no lo suficiente.

Bernardo respiraba con dificultad, pero su ojo único brillaba con determinación.—No estoy peleando para impresionarte. Estoy peleando para terminar con esto.

Con un rugido, Bernardo canalizó el maná oscuro hacia sus pies, propulsándose hacia adelante con una velocidad cegadora. El anciano apenas tuvo tiempo de levantar una barrera antes de que el joven impactara contra él con un puñetazo reforzado con toda su energía. La barrera se agrietó, y ambos fueron lanzados hacia atrás por la fuerza del impacto.

El suelo temblabacon cada movimiento. Las runas en la plataforma brillaban y parpadeaban, reaccionando al flujo inestable de energía en el aire. Los látigos del anciano volvieron a aparecer, pero esta vez Bernardo no esquivó; en su lugar, los agarró con ambas manos, permitiendo que la energía le quemara las palmas mientras tiraba con toda su fuerza para acercar al anciano hacia él.

¡No puedes usar tus trucos para mantenerme a raya!—gritó Bernardo mientras el anciano perdía el equilibrio y era arrastrado hacia él. Aprovechando la cercanía, Bernardo lanzó un rodillazo directo al abdomen del anciano, seguido por un codo descendente que impactó en su hombro, rompiendo parte de la protección mágica que lo rodeaba.

El anciano retrocedió, jadeando por primera vez. Su sonrisa burlona se había desvanecido, reemplazada por una expresión de sorpresa y furia. Levantó ambas manos, y una esfera de energía carmesí comenzó a formarse entre ellas, creciendo rápidamente mientras las runas en la plataforma respondían a su llamado.

Si no aprendes por las buenas, entonces aprenderás por las malas. Este será tu fin, muchacho.

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