Capitulo 2: Lo siento Hijo

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La esfera carmesí explotó hacia Bernardo en un torrente de rayos que perforaban el aire como cuchillas. Bernardo levantó ambos brazos, formando un escudo improvisado de maná oscuro que se rompía con cada impacto pero se regeneraba al instante.

El enfrentamiento era feroz, una lucha entre la voluntad inquebrantable de Bernardo y la experiencia abrumadora del anciano.

¿Crees que un simple escudo te salvará?—gritó el anciano, aumentando la intensidad del ataque.

Bernardo, jadeando por el esfuerzo, dio un paso hacia adelante, luego otro.—Esto no es un escudo —gruñó, con una sonrisa desafiante—. Es una advertencia.

Con un grito de furia, concentró toda su energía oscura en un único estallido. La barrera de rayos del anciano fue destruida, y la explosión resultante lanzó a ambos combatientes hacia atrás. Bernardo se levantó primero, tambaleándose pero con la mirada fija en su oponente, quien ahora estaba de rodillas, sangrando y visiblemente debilitado.

Todavía tienes tiempo para rendirte, viejo.—La voz de Bernardo era fría, implacable.

Pero el anciano se levantó, tambaleante pero con una chispa de odio ardiendo en sus ojos.

Nunca.

La batalla estaba lejos de terminar, y ambos lo sabían.

El anciano se incorporó con una lentitud inquietante, limpiándose la sangre de la comisura de los labios con el dorso de la mano. Su expresión ya no mostraba la furia de antes, sino algo mucho peor: absoluta calma, teñida de un desprecio que helaba los huesos.

¿Crees que este juego me ha exigido algo?—preguntó, dejando escapar una risa seca. Lentamente, colocó su brazo izquierdo detrás de la espalda y alzó un dedo de su mano derecha.—Permíteme mostrarte la diferencia entre tu insolente fuerza y el verdadero poder.

Bernardo cargó hacia él con toda la energía que le quedaba, su cuerpo envuelto en una tormenta de maná oscuro que parecía consumir incluso la luz de las runas a su alrededor. La plataforma tembló bajo sus pies, y el aire mismo crujía con la tensión de la colisión que estaba por ocurrir.

Pero entonces,el anciano movió su dedo índice hacia adelante, con un gesto apenas perceptible.

Un impacto invisible golpeó a Bernardo en pleno pecho. Fue como si una montaña se desplomara sobre él. Su carga se detuvo abruptamente, su cuerpo siendo lanzado hacia atrás con una fuerza descomunal. El sonido de sus huesos fracturándose resonó en el aire mientras su espalda chocaba contra el suelo de la plataforma, dejando una grieta profunda en el proceso.

¿Eso es todo?—preguntó el anciano, sin siquiera molestarse en avanzar.—Esperaba más de un sacrificio.

Bernardo intentó levantarse, tosiendo sangre mientras su visión se volvía borrosa. Cada fibra de su ser le gritaba que siguiera luchando, pero antes de que pudiera reunir sus fuerzas, el anciano movió su dedo nuevamente.

Esta vez, el aire a su alrededor se comprimió, aplastándolo contra el suelo con una presión que lo dejó incapaz de moverse. Sus gritos de dolor se ahogaron en la fuerza aplastante que lo mantenía atrapado.

¿Te das cuenta ahora, muchacho?—El anciano habló con un tono burlón, dejando que sus palabras se hundieran en la mente de Bernardo.—Todo tu entrenamiento, tu determinación, tu... "destino". Nada de eso importa frente a mí.

Con un simple giro de su muñeca, el anciano levantó a Bernardo en el aire, como si fuera una marioneta atrapada en hilos invisibles. Luego, con un movimiento casi casual, lo arrojó contra una de las columnas que rodeaban la plataforma. El impacto fue devastador; la columna se partió en dos, y el cuerpo de Bernardo cayó al suelo como un muñeco roto.

A pesar del dolor, Bernardo trató de levantarse una vez más, pero sus piernas temblaban y su brazo izquierdo colgaba inerte, claramente dislocado.

Eres persistente, lo admitiré,—dijo el anciano mientras daba un paso adelante, aunque manteniendo su brazo izquierdo detrás de la espalda.—Pero también eres un estúpido.

El anciano levantó su dedo por última vez, y una esfera de energía concentrada comenzó a formarse en la punta. Su brillo era cegador, pero lo más aterrador era el silencio absoluto que la acompañaba, como si todo el mundo se detuviera ante su presencia.

Desaparece, Bernardo. No mereces siquiera el privilegio de morir como un guerrero.

Con un gesto final, lanzó la esfera. Bernardo no tuvo tiempo de reaccionar. La explosión lo envolvió, arrojándolo fuera de la plataforma y dejando un cráter donde había estado de pie.

Cuando el polvo se asentó, el anciano bajó su mano y suspiró, como si el esfuerzo hubiera sido mínimo.

Espero que hayas aprendido tu lugar, muchacho.

Bernardo yacía fuera de la plataforma, su cuerpo destrozado y apenas respirando. La humillación era total; no había quedado rastro de la feroz determinación que había mostrado momentos antes. Todo lo que podía hacer era mirar al cielo con su único ojo, sintiendo cómo la oscuridad comenzaba a envolverlo.

Bernardo yacía en el suelo, cada respiración siendo un esfuerzo extenuante. Su pecho dolía como si mil cuchillas lo atravesaran, y cada intento de moverse lo sentía como si estuviera rompiendo más huesos. El mundo estaba oscuro, apenas podía distinguir el cielo y las luces de las runas titilando en la distancia, pero el peso de su derrota era claro y absoluto.

—No... —susurró entrecortadamente, intentando reunir alguna chispa de fuerza. Cada fibra de su ser le decía que rendirse era el único camino, pero se aferró a lo que quedaba de sí mismo, a pesar de que no le quedaba esperanza.

De repente, sintió un escalofrío en el aire, un cambio sutil en la presión que lo rodeaba. Antes de que pudiera reaccionar, un destello de energía brillante surgió en el horizonte, avanzando hacia él con una velocidad devastadora.

¡Imposible!—gritó con una mezcla de incredulidad y terror.

Antes de que pudiera levantar el brazo, una onda de energía lo alcanzó. Fue como si una pared invisible lo golpeara con toda la fuerza de una tormenta imparable, arrollando todo a su paso. Bernardo fue lanzado hacia atrás con un estrépito ensordecedor, golpeando el suelo con una fuerza que le arrancó un grito de agonía.

El dolor fue indescriptible: su pecho se sintió como si estuviera ardiendo por dentro, sus pulmones se llenaron de un calor abrasador que lo dejó sin aire. Un daño interno grave se le había infligido; su corazón latía con dificultad, y la sensación de vacío lo consumía. No podía moverse, sus músculos no le respondían.

¿Te has dado cuenta ahora?—la voz del anciano resonó cerca, cruel y controladora. Henry no pudo ver su figura, pero podía sentir la presencia de ese poder acercándose, su poder opresivo y despiadado.

Con una facilidad sobrenatural, el anciano avanzó hacia donde yacía Bernardo. La plataforma retumbó bajo sus pies, y una sombra se cernió sobre el joven. El viejo alzó una mano, su aura de energía pulsando con cada movimiento.

Cada paso que das, cada momento en que luchas, es una tortura para ti. No eres nada, y jamás serás algo más.

Bernardo intentó responder, a pesar de sus pulmones débiles, pero cada intento fue una batalla. Un leve gemido fue todo lo que logró pronunciar. Sus músculos le respondían con lentitud, como si la energía vital se le estuviera escapando.

El anciano inclinó la cabeza hacia él, con ese gesto tan característico de quienes se sienten totalmente en control. Movió su brazo libre hacia adelante, y con un gesto sencillo, Bernardo sintió otra onda de energía fluir a través de él, desgarrando sus venas con cada pulsación.

Esto es tu fin. No más lucha, no más juegos. La oscuridad te espera.

Bernardo gritó, pero esta vez fue un grito puro, un grito que brotó de su desesperación, su impotencia y su dolor absoluto. Sentía que su alma se desgarraba con cada segundo, cada segundo de tortura, de humillación.

—No... —susurró nuevamente, con su último aliento, el odio y el dolor mezclándose en una mezcla venenosa.

Y así, mientras el anciano mantenía el poder sobre él, una ola de desesperación lo consumió por completo.

Bernardo sintió cómo su visión se nublaba y su corazón latía cada vez más débilmente. Sabía que no podría resistir. Sabía que su tiempo estaba llegando.

—No... te daré el placer... de verme caer. —susurró con lo poco que le quedaba de voz, una última chispa de rebeldía naciendo de su última voluntad.

El anciano lo miró por un momento, la sonrisa burlona siempre presente, mientras la energía seguía fluyendo y el daño interno seguía avanzando.

Entonces muere.—La última palabra fue una sentencia.

Con un último estertor, el mundo de Bernardo se desmoronó. Su visión se apagó, sus músculos colapsaron, y el vacío lo reclamó.

El anciano lo miró con indiferencia. Todo estaba terminado.

—¡Yono moriré!—gritó Bernardo con una fuerza que parecía desafiar el mismísimo destino.

El sonido de sus palabras atravesó el aire pesado, cortando la oscuridad y el peso de la desesperación que lo había consumido. Sus ojos, ahora llenos de fuego y una voluntad inquebrantable, brillaban con una luz casi sobrenatural. Henry, quien había estado listo para entregarse a la impotencia, sintió un sobresalto en su pecho.

—¿Qué estás diciendo, hijo...? —murmuró Henry, asombrado por el brillo en la voz de Bernardo. No podía creer lo que escuchaba. No podía creer que todavía tuviera la fuerza para levantarse.

La figura del anciano se detuvo un momento, la sonrisa burlona en su rostro titilando con cada centella de luz que lo rodeaba. No había anticipado ese grito, ese impulso, ese poder.

—¿De verdad crees que puedes desafiar el destino? —preguntó el anciano con su voz cortante, mientras un nuevo destello de energía comenzaba a girar entre sus manos, listo para arrasar con todo nuevamente.

Bernardo respiró, cada bocanada de aire siendo un desafío contra el dolor y el desgaste. Su pecho seguía ardiendo, sus huesos seguían quebrándose, pero algo dentro de él había cambiado. El miedo ya no lo gobernaba; en su lugar, sentía una llama interna, tan pequeña como poderosa, que se había encendido en el vacío de su angustia.

—No lo desafío. —respondió con una voz firme, aunque su respiración era débil—.Lo destruiré.

Con esa declaración, sus músculos temblaron mientras intentaba levantarse. No importaba el precio, no importaba el daño; sus manos se aferraron al suelo y a la energía que todavía le quedaba. De alguna manera, encontró la fuerza para ponerse de pie, su cuerpo tambaleándose pero desafiante.

El anciano se inclinó hacia adelante, mirando con una mezcla de furia y asombro al joven.

—¿De verdad crees que con ese estado puedes enfrentarte a mí? —su voz era un rugido—. ¡Estás acabado, muchacho!

Pero Bernardo no escuchó. La fuerza en su pecho, el pequeño fuego que había encendido, continuaba creciendo con cada segundo. Su aura comenzó a tomar forma, una combinación de maná oscuro y voluntad pura, como una tormenta que se preparaba para liberar todo su poder.

—¡Voy a tomar mi destino con mis propias manos! —gritó con todas sus fuerzas.

El aire a su alrededor comenzó a temblar. Una luz violeta y dorada comenzó a emanar de su cuerpo, mezclándose con el frío de las runas que lo observaban. El poder, aunque imperfecto y vulnerable, era auténtico. Era un desafío directo contra todo lo que lo había condenado hasta ahora.

El anciano sonrió con una mezcla de desprecio y sorpresa, como si realmente no pudiera entender cómo un ser tan debilitado podía levantar ese tipo de poder.

—¡Imbécil! —vociferó el anciano mientras avanzaba, preparando un nuevo ataque. Pero antes de que pudiera lanzar el siguiente hechizo, Bernardo cerró los ojos y se concentró, liberando todo su poder.

El aire estalló como si una tormenta hubiera nacido de la nada. Maná puro y oscuro comenzó a girar en el aire con una fuerza imparable. El anciano fue empujado hacia atrás por la fuerza de esa energía, su sonrisa desapareciendo de inmediato mientras intentaba resistir el poder.

Bernardo, ahora con el peso de su voluntad canalizando ese maná, sintió su pecho arder con cada célula de su ser. El poder no era perfecto; sentía que su límite era frágil, pero era más fuerte que la sumisión, más fuerte que la desesperación.

—¡Te enfrentaré hasta el final! —declaró con una voz resonante.

El anciano fue empujado aún más, sus manos luchando contra el aire mientras intentaba mantener el control de su poder. Henry observó la batalla con los ojos muy abiertos, sin poder creer lo que veía. El poder de su hijo era algo que nunca habría anticipado.

—¡Hijo...! —murmuró Henry con una mezcla de temor y esperanza, sintiendo que, tal vez, aún había una oportunidad para salir de todo esto.

El anciano rugió, intentando controlar el maná que ahora lo golpeaba con la fuerza de una tormenta. Pero Bernardo no se detendría. Su voluntad era más fuerte que cualquier poder oscuro, porque ahora comprendía algo esencial: su destino no estaba escrito. Él podría reclamar su libertad, su vida, su poder.

Con cada segundo que pasaba, su aura continuaba creciendo, la tormenta girando más rápido, el suelo retumbando bajo sus pies.

La batalla había comenzado en serio.

El anciano apretó los labios, su expresión endureciéndose al sentir el peso de la determinación de Bernardo. Aunque sus palabras anteriores habían estado llenas de desdén, ahora había un destello de reconocimiento en sus ojos: el joven estaba dispuesto a desafiarlo hasta el final.

Las inscripciones a su alrededor comenzaron a parpadear de manera errática, como si respondieran a la tensión creciente. El aire estaba cargado de maná, tan denso que parecía que cualquier movimiento podría desencadenar una explosión.

No tienes idea de con quién estás jugando, chico.—La voz del anciano resonó con un tono bajo y peligroso, lleno de amenaza.

Bernardo no respondió. Su cuerpo temblaba por el esfuerzo de mantenerse en pie, pero su postura era desafiante. Las luces que emanaban de las runas danzaban a su alrededor, y aunque cada aliento que tomaba parecía desgarrar su pecho, no mostró ni un ápice de miedo.

De repente, el anciano levantó un dedo, su gesto casi desinteresado. Un destello oscuro apareció en la punta, una chispa que creció rápidamente hasta convertirse en un pequeño vórtice de energía pura y letal.

—¿Crees que puedes enfrentarte a mí con ese patético espectáculo? —dijo, mientras lanzaba la esfera directamente hacia Bernardo.

El joven apenas tuvo tiempo de reaccionar. Levantó ambos brazos en un intento desesperado por protegerse, pero la fuerza del impacto fue devastadora. La explosión lo lanzó contra una de las columnas cercanas, rompiendo parte de la estructura con el impacto. Un gemido de dolor escapó de sus labios mientras se desplomaba al suelo, tosiendo sangre.

—¡Bernardo! —gritó Henry, intentando moverse, pero las runas seguían sujetándolo al suelo, como si disfrutaran de su impotencia.

El anciano comenzó a caminar hacia el joven, con las manos cruzadas detrás de su espalda. Su semblante era frío, carente de emoción.

—No tienes posibilidades. Eres débil. —Se detuvo a pocos pasos de Bernardo, inclinándose ligeramente hacia él—. Cada vez que te levantes, te derribaré. Cada vez que luches, te recordaré lo inútil que eres.

Bernardo intentó levantarse, sus brazos temblando bajo su propio peso. La sangre manchaba su rostro, y sus costillas dolían con cada respiración, pero sus ojos seguían ardiendo con esa misma llama desafiante.

Tal vez sea débil... pero no me rendiré.—Su voz, aunque débil, estaba cargada de una resolución que parecía cortar el aire.

El anciano bufó, moviendo su dedo una vez más. Una onda de energía invisible golpeó a Bernardo en el pecho, aplastándolo contra el suelo con una fuerza aterradora. Un crujido seco resonó en el aire; una de sus costillas se había fracturado.

—¿No te rendirás? —El anciano rió, un sonido áspero y burlón—. Entonces haré que desees haberte rendido.

Con un gesto casual, levantó a Bernardo del suelo utilizando un hilo de maná que envolvió su cuello como una soga. El joven se debatía, jadeando mientras luchaba por respirar, pero la fuerza del anciano era absoluta.

—¡Déjalo! —gritó Henry, tirando de las cadenas invisibles que lo mantenían atado—. ¡Déjalo en paz, maldito monstruo!

El anciano giró lentamente la cabeza hacia Henry, su sonrisa ensanchándose.

—¿En paz? —repitió con un tono burlón—. Este muchacho es mi sacrificio. No hay paz para los que se interponen en mi camino.

Con un movimiento rápido, lanzó a Bernardo al suelo una vez más, como si fuera un muñeco de trapo. El impacto hizo que el joven soltara un grito ahogado, y su cuerpo quedó inmóvil por unos segundos. Las runas brillaron con más intensidad, como si celebraran el sufrimiento.

—Ahora entiendes tu lugar. —El anciano se irguió, su sombra cubriendo al maltrecho joven—. No eres nada más que un peón en un juego mucho más grande de lo que puedes imaginar.

Bernardo, con la vista nublada por el dolor, apretó los puños. Aunque su cuerpo estaba al borde del colapso, esa llama interna seguía ardiendo. Su espíritu no estaba roto, y lo sabía: mientras tuviera aliento, no dejaría que su vida terminara como un sacrificio.No moriría como un esclavo de la voluntad ajena.

En ese momento crítico, Henry comprendió que debía actuar; no podía quedarse al margen mientras su hijo enfrentaba esta batalla solo. Con una mezcla de miedo y determinación, finalmente encontró su voz:

—¡Bernardo! ¡Escapa! No estás solo en esto; yo estoy contigo yo.

Henry se puso de pie y bajo su cabeza en sus ojos habia arrepentimiento, mientras que el objeto que usado por el viejo en el para retenerlo comenzaba a perder el brillo y las grietas comenzaba a aparecer en el cuerpo del anillo.

El grito deHenryresonó con una fuerza que Bernardo nunca había escuchado antes. Sus palabras atravesaron la niebla de dolor y desesperación, llegando al corazón de su hijo como un faro en medio de la tormenta. Por primera vez en mucho tiempo, Bernardo sintió que no estaba completamente solo.

El anciano detuvo su avance y giró la cabeza haciaHenry, su rostro marcado por una mezcla de sorpresa y molestia.

—¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó con frialdad, mirando el brillo inestable del anillo que había utilizado para inmovilizar a Henry.

Henry, con la cabeza gacha, se irguió lentamente. Las grietas en el anillo crecían con cada segundo, liberando pequeños destellos de energía que chisporroteaban en el aire como brasas en una hoguera.

—Estoy... —Henry levantó la mirada, sus ojos llenos de arrepentimiento pero también de una determinación que no se había visto en él antes— ...corrigiendo mis errores.

El anciano chasqueó la lengua, su paciencia empezaba a agotarse.

—Patético. Incluso ahora, intentas resistirte. Esto es exactamente por lo que has sido una decepción desde el principio.

Sin embargo, las grietas en el anillo se intensificaron, y con un estallido sordo, el objeto se desmoronó en pedazos. Una oleada de energía residual envolvió aHenry, liberándolo de las ataduras invisibles que lo habían mantenido inmóvil hasta ahora.

—¡Bernardo! —gritó Henry mientras daba un paso al frente—. ¡Corre mientras puedas!

PeroBernardo, jadeante y herido, no se movió. Sus ojos, aunque debilitados por el dolor, estaban clavados en el anciano.

—No voy a huir, padre. —Su voz era baja, pero cargada de firmeza—. Esto es algo que tengo que enfrentar.

El anciano soltó una carcajada seca, entrelazando sus manos detrás de su espalda.

—Qué conmovedor. ¿De verdad crees que tus patéticas muestras de valentía cambiarán algo? —Hizo un gesto con un dedo, y una ráfaga de energía oscura salió disparada haciaHenry.

Pero esta vez,Henryno estaba desprevenido. Movió una mano, generando una barrera improvisada de energía que absorbió parte del impacto, aunque lo empujó varios pasos hacia atrás.

—No voy a quedarme de brazos cruzados mientras destruyes a mi hijo. —La voz de Henry se alzó con una intensidad que sorprendió incluso a Bernardo.

El anciano dejó escapar un suspiro cansado.

—Entonces, morirás junto a él.

Extendió su mano libre, y de repente, un círculo de runas apareció bajo los pies deHenryyBernardo. La energía oscura comenzó a girar en espiral, envolviéndolos en un torbellino que amenazaba con consumirlos.

—¡Padre! —gritó Bernardo, mientras el suelo temblaba bajo sus pies.

Henry, a pesar del peligro, dio un paso adelante, extendiendo su mano hacia su hijo.

—¡Confía en mí, Bernardo! ¡Aún podemos ganar esto juntos!

El joven, aunque herido, asintió lentamente, reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban. Por primera vez en años, padre e hijo estaban unidos, enfrentando juntos un enemigo que parecía invencible. La batalla no estaba ganada, pero en ese momento, la chispa de esperanza comenzó a brillar entre las sombras.

Perdóname, hijo... tienes razón, tu padre es patético, —susurró Henry, sus palabras apenas audibles, dirigidas más a sí mismo que a Bernardo. Su cabeza se inclinó levemente, como si el peso de su arrepentimiento le aplastara el alma.

El anciano observó con una expresión que mezclaba desdén y precaución cómo losanillos de restricciónen el cuerpo de Henry comenzaban a fracturarse, sus grietas irradiando destellos de energía cruda. Sin perder tiempo, levantó su mano, y de inmediato,nuevas restriccionessurgieron en el aire, enredándose alrededor de Henry como serpientes luminosas, reforzando la prisión mágica.

Bernardo, lejos de intimidarse, esbozó una sonrisa torcida, sus ojos llenos de un brillo burlón que contrastaba con la tensión que envolvía el lugar. —¿Tanto miedo le tienes que cada dos minutos lanzas los anillos restrictivos del Emperador Bestial?—dijo con un tono cargado de sarcasmo.

El viejo permaneció en silencio, pero su mirada se endureció. Ese mutismo traicionaba más que cualquier palabra, y Bernardo lo sabía. El joven soltó una carcajada fría que resonó en el vasto salón, una risa que parecía desafiar la gravedad de la situación.

Ah, entiendo. Este es el legendario maestro de la gran familia Q'illu, mostrando su gran temple. Tan alto y poderoso, pero... le temes a Henry.—Sus palabras perforaron el aire como agujas afiladas, cada una destinada a herir el orgullo del anciano. Bernardo avanzó un paso, inclinando ligeramente la cabeza como si examinara un espécimen patético.

¿Hasta dónde llega tu arrogancia, viejo?

El anciano, aunque mantuvo su compostura exterior, dejó escapar un leve destello de furia en sus ojos. Su mano derecha, aún cubierta de sangre por el ojo arrancado de Bernardo, se apretó apenas, una señal casi imperceptible de que las palabras del joven estaban tocando algo profundo.

Las inscripciones en el suelo comenzaron a brillar con más intensidad, como si respondieran a la creciente tensión. Henry, atrapado en su prisión de restricciones, observó a su hijo con una mezcla de temor y orgullo. A pesar de la situación, Bernardo no se había doblegado, y en su mirada ardía un desafío que no se podía ignorar.

El aire se volvió más denso, cargado de energía y emociones contenidas, mientras la batalla verbal parecía ser solo el preludio de algo mucho más grande.

El anciano finalmente rompió su silencio, su voz era baja pero cargada con una autoridad helada.

El respeto es algo que tú nunca entenderás, muchacho. Esa lengua afilada no te salvará de tu destino.—Con un leve movimiento de su dedo, una onda de energía invisible atravesó el aire.

Bernardo apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando sintió un dolor punzante en su pecho. El impacto lo lanzó varios metros hacia atrás, chocando contra una columna con tal fuerza que pequeñas fisuras aparecieron en el mármol. Se esforzó por levantarse, jadeando mientras una línea de sangre brotaba de su boca.

El anciano, inmóvil, mantenía una postura casi relajada, su brazo izquierdo cruzado detrás de su espalda y su expresión impasible, como si apenas estuviera esforzándose.

¿Eso fue todo? ¿Tu gran desafío?—se burló, sin siquiera mirarlo directamente—.Cada palabra que pronuncias es solo un recordatorio de lo lejos que estás de comprender la verdadera fuerza.

Bernardo apretó los dientes, luchando por mantenerse de pie. La burla del anciano lo atravesaba como dagas, pero no era suficiente para apagar las llamas de su determinación. Con un grito feroz, canalizó el maná oscuro que había despertado, sus manos rodeadas por un aura negra que parecía devorar la luz misma.

¡No caeré!—rugió, lanzando un ataque directo con todo lo que tenía. Una esfera de energía negra salió disparada hacia el anciano, haciendo vibrar las inscripciones en el suelo mientras surcaba el aire.

Sin moverse de su lugar, el anciano extendió un dedo, interceptando la esfera como si fuera un juguete insignificante. La energía explotó a su alrededor, pero el hombre ni siquiera parpadeó. En cambio, con un simple giro de su dedo, devolvió un ataque idéntico a Bernardo, pero con el doble de fuerza.

La esfera lo alcanzó antes de que pudiera reaccionar, y esta vez, el impacto fue devastador. El joven fue lanzado contra el suelo, dejando un surco profundo en las baldosas antes de quedar tendido, tosiendo sangre. El dolor era insoportable; sentía como si su propio cuerpo lo estuviera traicionando.

Henry, viendo a su hijo al borde de la derrota, forcejeó contra las restricciones que lo mantenían cautivo. Las grietas en los anillos brillaron aún más, pero no se rompieron del todo.La impotencia lo consumía, sus gritos se ahogaban en la tensión que llenaba el aire.

El anciano se acercó lentamente, sus pasos resonando como un reloj marcando el final. Bernardo intentó levantarse nuevamente, pero su cuerpo se negaba a responder.

Eres persistente, lo admito. Pero persiste todo lo que quieras; no cambiarás nada. Eres un sacrificio, un recurso. Tu destino nunca ha estado en tus manos.—El anciano levantó su mano ensangrentada, y un símbolo apareció en el aire, pulsando con energía.

¡No!—gritó Henry, sintiendo cómo las restricciones comenzaban a ceder bajo su furia y desesperación.Era ahora o nunca.

Pero el anciano ni siquiera lo miró. Toda su atención estaba fija en Bernardo, quien, a pesar de su estado, levantó la mirada. Sus ojos, llenos de rabia y desafío, aún no habían perdido el brillo.

El anciano se detuvo justo frente a Bernardo, observándolo con una mezcla de desprecio y satisfacción. La sangre del joven manchaba el suelo, y su respiración era irregular, cada inhalación un recordatorio del dolor insoportable que lo atravesaba. Intentó moverse, pero su cuerpo no respondía, traicionado por la intensidad de los ataques y el peso de su propia desesperación.

Mírate, —murmuró el anciano con una sonrisa cruel—,el orgullo del sacrificio de nuestra familia. ¿Esto es todo lo que puedes ofrecer? Qué patético.

Bernardo intentó replicar, pero lo único que salió de su boca fue un gemido de dolor. Antes de que pudiera procesar la humillación de su situación, el anciano extendió un dedo hacia él. Un rayo de energía brillante lo golpeó directamente en el hombro, atravesándolo como una lanza. Bernardo gritó, un sonido desgarrador que resonó por toda la plataforma.

Ese fue solo el principio, muchacho. Ahora aprenderás lo que significa enfrentarte a alguien como yo.

Con un movimiento casual de su dedo, el anciano levantó a Bernardo en el aire, como si fuera un muñeco de trapo. La energía que lo sujetaba era invisible, pero sus efectos eran innegables: el cuerpo del joven se arqueó de forma antinatural, cada músculo sometido a una presión insoportable.

¿Duele? ¿Te quema desde dentro?—preguntó el anciano, su tono frío y burlón. Con un giro de su muñeca, hizo que Bernardo se estrellara contra el suelo con una fuerza que hizo temblar las baldosas. Antes de que pudiera recuperarse, lo levantó de nuevo, solo para repetir el proceso, una y otra vez.

¡Basta!—gritó Henry, su voz quebrándose. Las restricciones sobre él ahora brillaban intensamente, las grietas expandiéndose mientras luchaba por liberarse. Pero el anciano no le prestó atención; su único objetivo era quebrar completamente a Bernardo.

¿Sabes qué es lo más trágico de ti, Bernardo?—continuó el anciano mientras Bernardo flotaba frente a él, apenas consciente—.Tu voluntad. Es... molesta. Pero no te preocupes, me encargaré de destruirla también.

Un rayo de energía impactó directamente en la pierna izquierda de Bernardo. Un crujido enfermizo resonó cuando el hueso cedió bajo la presión. Bernardo gritó de nuevo, un grito desgarrador que parecía provenir no solo de su cuerpo, sino de su alma. La desesperación comenzó a nublar su mente. ¿Era esto el final? ¿Era realmente tan inútil como el anciano lo había hecho parecer?

¡Basta, maldito monstruo!—rugió Henry, sus ojos llenos de lágrimas y furia. Las restricciones finalmente comenzaron a romperse, pero todavía no lo suficiente como para liberarlo por completo.

El anciano inclinó la cabeza hacia un lado, como si estuviera considerando las palabras de Henry, antes de reír suavemente.

Oh, Henry. Tú eres el verdadero culpable aquí. Criaste a un niño que no entiende su lugar. Estoy simplemente... corrigiendo tu error.

Levantó un dedo más y apuntó a la otra pierna de Bernardo.La explosión fue rápida, pero el dolor fue infinito.Bernardo sintió cómo su visión se nublaba mientras el dolor lo consumía. No podía hacer nada más que gritar y desear que todo terminara.

Las inscripciones alrededor de la plataforma comenzaron a brillar con más intensidad, como si reaccionaran a la tragedia que se desarrollaba. Henry, desesperado, canalizó toda su energía en un último esfuerzo por liberarse. Mientras tanto, el anciano bajó la mano y dejó caer a Bernardo al suelo.

El joven yacía en un charco de su propia sangre, su cuerpo roto y su mente al borde del colapso. Pero en algún lugar, enterrado bajo la desesperación, una chispa seguía ardiendo.Una chispa de furia, de desafío, de algo que el anciano no podía aplastar tan fácilmente.

El cuerpo de Bernardo temblaba, cada fibra de su ser gritando en agonía. Intentó moverse, pero sus extremidades parecían de plomo; un dolor insoportable irradiaba desde sus piernas destrozadas y su hombro perforado. La chispa en su interior luchaba por mantenerse encendida, una pequeña llama que se negaba a ser extinguida, pero la realidad de su situación lo ahogaba.

¿Eso es todo?—dijo el anciano, su tono impregnado de desprecio mientras lo observaba desde su posición elevada—.¿De verdad creíste que podrías desafiarme? Qué ridículo. Tú y tu patético padre sois ejemplos perfectos del fracaso.

Henry, aún atrapado, rugió como un animal herido. Las grietas en las restricciones eran ahora profundas, pequeñas chispas de maná escapando de los anillos que lo sujetaban.La desesperación en su rostro se transformó en furia pura, una que había estado acumulando durante años de impotencia y arrepentimiento.

¡No toques a mi hijo!—gritó, su voz cargada de una mezcla de amor y rabia.

El anciano desvió la mirada hacia Henry por un breve instante, y su expresión se endureció. Movió su mano libre con gracia, y una nueva restricción apareció en el aire, envolviendo a Henry con un brillo cruel.

Silencio, Henry. Tu tiempo ya pasó. Tu lugar es mirar y sufrir.

Mientras tanto, Bernardo levantó la cabeza con dificultad. Su ojo sano se clavó en el anciano, brillando con una mezcla de dolor y desafío. Sus labios se curvaron en una sonrisa débil pero cargada de burla.

Hablas... demasiado...—escupió, su voz apenas un susurro.

La sonrisa del anciano desapareció. Con un movimiento de su dedo, lanzó una corriente de energía que golpeó directamente el pecho de Bernardo, arrancándole un grito desgarrador. El joven sintió como si una llama se hubiera encendido dentro de él, quemando sus órganos y rasgando cada nervio con brutal precisión.

No te equivoques, muchacho. El único motivo por el que sigues respirando es porque yo lo permito.

El anciano alzó a Bernardo nuevamente con un gesto de su dedo, dejándolo suspendido en el aire. Luego comenzó a moverlo lentamente, como si fuera una marioneta. Cada giro, cada sacudida era un recordatorio de su completa impotencia.

Mira a tu hijo, Henry,—dijo el anciano con una sonrisa cruel mientras giraba a Bernardo para que enfrentara a su padre—.Mira cómo cae. Mira cómo fracasa. Y entiende que no hay nada que puedas hacer para cambiarlo.

El rostro de Bernardo estaba bañado en sudor y lágrimas, pero su mirada permanecía fija en el anciano. La chispa dentro de él se avivaba, aunque no podía evitar que una desesperación abrumadora lo golpeara con cada segundo que pasaba.

De repente, el anciano cerró su puño, y una presión aplastante envolvió a Bernardo. Un crujido seco resonó cuando una de sus costillas cedió bajo la fuerza. El dolor era indescriptible, pero en medio de su sufrimiento, algo cambió. Las inscripciones en la plataforma comenzaron a parpadear, como si reaccionaran no al anciano, sino al propio Bernardo.

¿Qué es esto...?—murmuró el anciano, frunciendo el ceño.

Desde las profundidades de su ser, Bernardo sintió un calor creciente, un poder que no reconocía. Algo oscuro y primigenio respondía a su llamado, algo que resonaba con su dolor y su furia.

El anciano notó el cambio y entrecerró los ojos, moviendo su dedo nuevamente para intensificar la presión sobre Bernardo.

No. Esto termina ahora.

Con un último grito, Bernardo liberó una explosión de energía que hizo temblar la sala. El impacto fue suficiente para empujarlo al suelo, libre por un breve instante de la influencia del anciano. Pero el costo fue alto: su cuerpo quedó inerte, su respiración apenas perceptible mientras yacía en el suelo como una vela a punto de extinguirse.

Eres persistente... lo concedo,—dijo el anciano, acercándose lentamente—.Pero esto solo prolonga lo inevitable. Tu sufrimiento es ahora eterno, muchacho.

El anciano alzó su dedo una vez más, preparándose para un golpe final. Henry, al ver esto, soltó un rugido de pura desesperación, rompiendo finalmente las restricciones que lo sujetaban. El anillo se fracturó con un estallido, y una energía brillante emanó de él mientras avanzaba hacia el anciano, su rostro transformado en una máscara de furia incontrolable.

¡Aléjate de mi hijo!

Las palabras resonaron en el aire como un mantra poderoso.Bernardo sintió cómo la conexión con su padre comenzaba a restablecerse, aunque fuera débil y frágil. La lucha por su libertad estaba lejos de haber terminado, pero ahora sabía que no tenía que enfrentarla solo. Con ese nuevo sentido de propósito, tanto padre como hijo se prepararon para enfrentar al anciano y reclamar sus vidas frente a las fuerzas oscuras que amenazaban con consumirlos.El sacrificio ya no sería una opción; juntos lucharían por su futuro y por aquellos a quienes amaban.

El eco de las palabras de Henry parecía llenar el lugar desolado, un trueno que desafiaba las cadenas invisibles que habían mantenido a ambos en la desesperación.Bernardo, aún adolorido y al borde de la inconsciencia, sintió un destello de energía que recorrió su cuerpo. Era débil, pero estaba ahí: un vínculo que comenzaba a repararse entre padre e hijo, una chispa de esperanza en medio de la oscuridad abrumadora.

El anciano, ahora visiblemente molesto, dio un paso hacia Henry. Su presencia era abrumadora, pero Henry no retrocedió. Al contrario, avanzó, su mirada llena de determinación y una furia paternal que parecía incendiar el aire.

¿Tú, un hombre quebrado, crees que puedes desafiarme?—espetó el anciano con un tono ácido, su dedo apuntando a Henry—.Estás tan acabado como tu hijo. Deja de luchar y acepta tu destino.

Pero Henry no respondió con palabras. En cambio, liberó una oleada de maná que surgió de su interior como una tormenta contenida. La energía que había permanecido dormida durante años ahora explotaba con una intensidad feroz, llenando la sala con un brillo ardiente. Las grietas en las inscripciones del suelo comenzaron a extenderse, debilitando la influencia que el anciano ejercía sobre ambos.

Bernardo, tirado en el suelo, utilizó esa distracción para intentar incorporarse. Su cuerpo protestaba con cada movimiento; las costillas rotas y las heridas abiertas enviaban oleadas de dolor insoportable. Pero algo en su interior, una fuerza que ni siquiera entendía del todo, lo obligaba a seguir.

No he terminado contigo...—susurró, más para sí mismo que para el anciano. Sus palabras eran apenas audibles, pero estaban cargadas de una voluntad inquebrantable.

El anciano observó la escena con una mezcla de fastidio y desdén. Con un simple movimiento de su mano, volvió a levantar a Bernardo en el aire, esta vez apretándolo con tal fuerza que un grito desgarrador salió de los labios del joven. Henry, al ver esto, rugió de furia, su maná envolviéndolo como una armadura incandescente.

¡SUÉLTALO!—exigió Henry, lanzándose hacia el anciano.

Pero el anciano no parecía impresionado. Con un movimiento casual de su brazo, desvió el ataque de Henry como si no fuera más que una simple brisa. Entonces, lo miró directamente a los ojos y habló, su voz tan fría como el hielo.

No puedes protegerlo, Henry. No ahora, no nunca. Este es su destino. Tú solo prolongas lo inevitable.

Con un gesto, el anciano arrojó a Henry contra una de las paredes de la sala, dejando una marca profunda en la piedra. Bernardo, aún en el aire, sintió cómo la presión en su cuerpo se intensificaba, aplastándolo con fuerza suficiente para hacerle ver destellos blancos en su visión. La sangre brotaba de sus labios, manchando su rostro mientras sus extremidades se entumecían.

A pesar de todo, Bernardo no dejó de luchar. Aunque su cuerpo estaba al borde del colapso, su espíritu ardía con una intensidad que incluso el anciano notó. Las inscripciones que antes brillaban con el poder del sacrificio ahora titilaban, como si respondieran a algo más profundo dentro de él.

—YO...No... ...—gimió Bernardo, sus palabras resonando en la sala como un eco débil pero cargado de significado.

Henry, tambaleándose pero aún de pie, extendió su mano hacia su hijo. Sus ojos brillaban con lágrimas, pero también con una resolución inquebrantable. Este vínculo, esta conexión entre ellos, era la clave. Lo sabía.

¡Bernardo, lucha! Juntos podemos detenerlo. ¡No estás solo!

El anciano observó la escena con frustración creciente. La resistencia de ambos era irritante, una espina en su plan cuidadosamente trazado. Pero su paciencia se estaba agotando, y con un gesto final, levantó ambas manos al aire, canalizando una energía que hizo temblar los cimientos de la sala.

¡Basta de juegos! Si ambos desean morir juntos, así será.

La atmósfera se cargó de una presión aplastante, como si el aire mismo se convirtiera en un muro impenetrable. Las sombras en la habitación se alargaron, envolviendo al anciano mientras liberaba su poder. Pero justo en ese momento, una chispa en el vínculo entre Henry y Bernardo se encendió completamente, uniendo sus energías de una manera que ninguno de los dos entendía del todo.

La sala comenzó a temblar, no por el poder del anciano, sino por algo que surgía desde dentro de Henry y Bernardo. Sus manás se fusionaron, creando una onda expansiva que rompió las inscripciones en el suelo y envió una grieta directamente hacia el anciano.

El anciano retrocedió por primera vez, su expresión endureciéndose mientras evaluaba la nueva amenaza.

Esto... no es posible.

Bernardo, aún herido y apenas consciente, levantó su cabeza y sonrió débilmente.

Lo imposible... es solo el comienzo.

La escena era caótica y desgarradora. Henry sintió un frío helado recorrer su cuerpo mientras la realidad de la situación se asentaba sobre él.La traición de aquel anciano, que alguna vez había sido parte de su vida como su maestro, lo golpeó con más fuerza que cualquier puñetazo.La vida de Bernardo estaba en juego, y la crueldad del momento lo dejaba paralizado. Aunque se podia decir que su mana con el de Bernardo se habian fusionado era mas un enlace, siendo que Henry uso su mana par curar las lesiones mas graves.

El lugar se encontraba sumida en un caos vibrante, una mezcla de luces parpadeantes y sombras que bailaban sobre las paredes agrietadas. El frío helado que invadió a Henry no provenía del ambiente, sino del peso de la traición y de la visión desgarradora frente a él: su hijo, herido, colgado en el aire como un muñeco roto. La figura del anciano, inquebrantable y cruel, era un recordatorio de lo bajo que podía caer alguien que una vez fue su maestro, un hombre en quien había confiado ciegamente.

Henry miró a Bernardo, y el dolor en su corazón se mezcló con una furia primitiva.Su maná fluía descontroladamente, buscando desesperadamente una salida, un propósito. Cuando sus energías se enlazaron, no fue una fusión gloriosa, sino un acto de supervivencia. Henry canalizó cada onza de su poder hacia las heridas de su hijo, intentando detener la hemorragia que manchaba el suelo con cada gota. Los cortes más profundos comenzaron a cerrarse, y aunque las costillas seguían fracturadas, la vida de Bernardo ya no pendía de un hilo tan frágil.

No puedo dejarte morir aquí, Bernardo—murmuró Henry, su voz un susurro cargado de culpa y determinación.

El anciano observó desde su posición privilegiada, una mezcla de diversión y desprecio en su rostro. Aplaudió lentamente, un gesto que resonó en la sala como un eco cargado de burla.

Qué conmovedor, Henry. Sacrificar tu fuerza para sanar a tu hijo. ¿Crees que eso cambiará algo? Lo único que haces es prolongar lo inevitable.

Henry no respondió. No podía permitirse el lujo de perder la concentración. Cada segundo que mantenía el flujo de energía hacia Bernardo lo debilitaba, pero también fortalecía el vínculo entre ambos. Una conexión que parecía burlarse de las restricciones que el anciano había impuesto en el lugar.

Bernardo abrió los ojos lentamente, el dolor aún presente, pero su mente ahora clara. Sintió el calor del maná de su padre fluyendo a través de él, una sensación extraña pero reconfortante.Era como si el espíritu de Henry le hablara a través de esa energía, susurrándole que aún había esperanza.

Anciano,—susurró Bernardo, la voz quebrada por la culpa y la vergüenza de su propia debilidad.

Henry negó con la cabeza, su mirada llena de resolución.

No hay tiempo, hijo. Nos levantaremos juntos o caeremos juntos. Pero no te atrevas a rendirte ahora.

El anciano, visiblemente cansado de la escena, levantó una mano y un aura oscura se manifestó a su alrededor. El aire se volvió denso, sofocante. Las grietas en las paredes se expandieron y el suelo bajo sus pies comenzó a temblar.

Parece que tengo que terminar esto yo mismo. Tu determinación es admirable, pero inútil.

Con un simple gesto, una ráfaga de energía oscura salió disparada hacia Henry y Bernardo.Henry se interpuso, bloqueando el impacto con un escudo improvisado de maná que crujió bajo la presión.El esfuerzo lo hizo tambalearse, pero no retrocedió.

¿Eso es todo lo que tienes, maestro?—dijo Henry, con una sonrisa que desafiaba las probabilidades—.Porque yo apenas estoy comenzando.

El anciano frunció el ceño, y por primera vez en mucho tiempo, una chispa de impaciencia apareció en su rostro.

Entonces morirás como un necio, junto con tu engendro.

Mientras el anciano reunía más poder, las cadenas invisibles que habían atado a Henry y Bernardo durante toda la pelea comenzaron a debilitarse. Cada grieta en las restricciones simbolizaba no solo la fuerza de su vínculo, sino también la caída del dominio que el anciano creía tener sobre ellos. Sin embargo, el precio que pagaban era alto.Henry sentía cómo su cuerpo se desgastaba con cada segundo que sostenía el flujo de maná hacia Bernardo.

El tiempo corría en su contra, pero ambos se prepararon para lo que venía.La verdadera batalla aún estaba por comenzar.

Bernardo, a pesar del dolor punzante que atravesaba cada centímetro de su cuerpo y la sombra de la pérdida inminente que amenazaba con consumirlo, mantenía unaexpresión decidida y desafiante. Sus ojos, oscuros y ardientes, reflejaban la batalla interna que libraba en ese instante, un enfrentamiento entre el miedo y la voluntad férrea de no rendirse. Sabía que su destino estabasellado en acero frío, una cadena de sacrificios que lo habían atado desde pequeño. Sin embargo, su mente no se había doblegado.

El peso dellegado familiar, con todas sus traiciones, expectativas y sombras, presionaba como una losa de piedra sobre su pecho. El sacrificio era una realidad que lo había perseguido toda su vida, un constante recordatorio de lo que significaba ser unheredero marcado. Pero en ese momento, comprendió que su sacrificio podría significar algo más grande que el peso de sus propios miedos: podría ser una chispa, una luz para aquellos que aún quedaban atrás, aquellos que amaba con una intensidad imposible de describir con palabras.

Eldolor lo desgarraba; cada fibra de su ser parecía estar a punto de romperse, pero entre esos lamentos físicos, emergía un pequeñorayo de esperanza, como un destello de sol rompiendo las nubes después de una tormenta interminable. Era una llama tenue, casi imperceptible, pero lo suficientemente fuerte para iluminar su camino. Se aferró a ella, a esa última reserva de fuerza que le permitía mantenerse en pie, aunque apenas pudiera sostenerse con sus propios músculos temblorosos.

Sus manos, ensangrentadas, eran un símbolo de sacrificio y lucha. Cada movimiento que realizaba, cada respiración que lograba dominar, era una afirmación de queno estaba listo para rendirse. El aire a su alrededor era pesado, una mezcla de azufre, magia incontrolable y una presión constante que parecía venir de todas partes. Con cada latido, sentía cómo el poder del sacrificio lo llamaba, cómo cada fibra de su ser le decía que era hora de hacer lo impensable.

Pero no. No hoy.

Bernardomiró hacia adelante con una fuerza indescriptible. No solo luchaba por sí mismo, sino también por aquellos que no podían levantarse. Por su padre, por los recuerdos que compartieron en momentos de paz; por el futuro que podría existir si lograba hacer lo imposible.

El legado familiar podría ser una cadena, pero él no permitiría que lo siguieran atando.

Laplataforma negra brillaba intensamente, un mar de luz oscura que pulsaba con cada latido de magia arcanas desconocidas, como si el propio universo estuviera conteniendo el aliento. Lasinscripciones antiguas y enigmáticas, con sus complejos patrones de luz dorada y tinta arcana, seguían iluminándose con un ritmo hipnótico que parecía danzar al compás de algún poder ancestral. No era solo un espectáculo visual: era una advertencia, una representación cruel de lo que estaba a punto de ocurrir. Un sacrificio, una condena, un ritual que se llevaría a una vida y quizás más que eso.

Bernardoobservó con los ojos entrecerrados, el brillo de las inscripciones reflejándose en su piel herida. Sus manos temblaban ligeramente mientras se aferraba a la última esperanza que tenía. Las líneas que alguna vez habían sido utilizadas para alterar el espacio-tiempo, para mover personas de un lugar a otro y trastornar el tejido mismo de la realidad, ahora estaban suspendidas en un delicadoestado intermitenteentre activarse y permanecer inactivas. Eran símbolos de poder, pero también de una amenaza constante, una presencia inestable que prometía la destrucción.

Por su parte,Henrysintió el peso de la historia entera aplastándolo. Su respiración era irregular, cada inhalación le ardía en el pecho. Había visto el sacrificio, la traición, el egoísmo y la desesperación tomar forma una y otra vez en el tiempo. Sabía que el tiempo no podía volver a repetirse. No podía dejar que su propio destino, tan marcado por el ego y la codicia, se convirtiera en la condena de su hijo. Debía tomar una decisión, y debía hacerlo ahora. No importaba el costo.

Con una fuerza interna que apenas pudo encontrar, Henry apretó los dientes y se levantó, ignorando el temblor en sus rodillas. Su mirada era un mar de arrepentimiento y resolución, el peso de sus acciones pasadas, sus errores y su impotencia acumulándose en cada fibra de su ser.

—¡No puedo dejar que la historia se repita! —murmuró para sí mismo, con un tono de convicción tan roto como poderoso.

La historia de sacrificios y traiciones, de momentos oscuros que se tejieron en los días más lejanos de su linaje familiar, parecía estar representándose una vez más. Era una historia en la que él, con su propia voluntad y sus propias decisiones, había hecho queBernardoestuviera aquí. Había permitido, incluso con la mejor de las intenciones, que su hijo estuviera marcado por un destino cruel, una cadena de sufrimientos de los que no podía escapar. Un sacrificio para proteger sus propios miedos, para contentar su propio ego, para no enfrentar los horrores de un poder que nunca comprendió por completo.

El peso de la culpa lo asfixió.

Henry miró hacia adelante, hacia las inscripciones que continuaban iluminándose con una luz dorada y pulsante, un brillo que no solo era mágico, sino simbólico. Un recordatorio de cómo sus decisiones lo habían traído hasta aquí. Cada símbolo, cada línea de texto antiguo que giraba en la plataforma negra, era como un grito de advertencia, una señal de que algo horrible estaba por ocurrir. Y aún así, no podía detenerse. Tenía que luchar, aunque su corazón estuviera roto.

El tiempo era frágil. El destino era una cadena de decisiones que lo habían atado, pero quizás, solo quizás, todavía había tiempo para romper ese ciclo. Para salvar a su hijo. Para redimir su alma.

Bernardo, con sus propios temores y su propia lucha, estaba viendo lo mismo: el sacrificio, la derrota y las sombras que amenazaban con consumirlos. Pero en ese momento, padre e hijo compartieron una conexión indescriptible, un vínculo tan antiguo como el tiempo mismo. Henry y Bernardo estaban a punto de enfrentar juntos el peso de esa historia, con un objetivo claro: que el sacrificio no se completara, que el ciclo se rompiera, que pudieran encontrar una manera de liberarse de su propia oscuridad.

El tiempo seguía avanzando, y las inscripciones seguían brillando con fuerza.

Tu resistencia es inutil

—Todo tu cuerpo solo existe para fortalecer a nuestra familia; solo eres un lisiado. Todos tus planes son insignificantes ante la verdadera fue...

—CARLOS... —Un rugido resonó en el lugar, haciendo que el viejo líder de la rama se detuviera justo antes de arrancar el cristal del alma del pecho de Bernardo.El grito era una mezcla de desesperación y desafío; Henry no podía quedarse al margen mientras su hijo enfrentaba este destino cruel.

La tensión se podía cortar con un cuchillo; el aire estaba impregnado de un peso oscuro, de una energía imparable que lo devoraba todo. El anciano, con sus ojos de mirada impenetrable y su sonrisa maliciosa, ya había estirado su mano, el cristal en el pecho de Bernardo ya casi en sus dedos, listo para arrancarse. Cada segundo que pasaba sentía como si el tiempo mismo estuviera conspirando para que ese momento se convirtiera en una condena inevitable.

Pero entonces, unrugido ensordecedoratravesó el aire como un trueno, una explosión de poder y voluntad. La fuerza de ese sonido era una mezcla dedesesperación y desafío, algo primal y ardiente que parecía ser el último recurso de un padre desesperado que no podía permitirse perder.

—¡CARLOS...! —gritó Henry con toda la furia y el dolor de su corazón, su voz retumbando en las paredes de ese espacio oscuro, un sonido tan salvaje que hizo que la tierra misma pareciera temblar por un momento.

El anciano se detuvo en seco, como si una fuerza invisible lo hubiera frenado, su sonrisa se desvaneció por un instante. Los músculos en su rostro se tensaron, su expresión se tornó momentáneamente grave. El poder que emanaba de aquel grito lo tomó por sorpresa, era como si un recuerdo antiguo y olvidado estuviera despertando de nuevo, una amenaza que no había contemplado.

Henry no podía quedarse al margen mientras su hijo enfrentaba lacondena cruel, ese destino atroz que lo había acechado desde que las sombras comenzaron a arrastrarse por su linaje. El grito era un llamado, un recordatorio de lo que significaba ser un padre, de lo que significaba luchar contra las sombras incluso cuando todo parecía perdido. No podía permitir que las fuerzas oscuras lo arrebataran todo, no podía perder a su hijo así.

Con cada fibra de su ser, con cada átomo de su voluntad, Henry se lanzó hacia adelante. A través del cristal de sus recuerdos, sentía cómo sus manos se apretaban en un gesto de resolución, el fuego de sus propios miedos transformándose en un sacrificio de lucha y poder.

El anciano quedó por un momento como suspendido, su mano temblando ligeramente, los ojos fijos en el origen de ese rugido. Con un gesto que parecía tan deliberado como calculado, intentó retomar su avance, pero algo en el aire había cambiado.

Las sombras que lo seguían se retorcieron, el poder del ritual que había invocado comenzaba a vacilar. Algo en la conexión con el antiguo poder de la oscuridad estaba siendo desafiado, como si ese grito hubiera rasgado una costura de realidad, un punto débil que el anciano nunca había anticipado.

—¡Suéltalo! —rugió Henry nuevamente, su voz ahora más fuerte, más cargada de un poder ancestral que él desconocía tener. El tiempo se sentía suspendido, como si el aire, la luz y el poder de aquel espacio estuvieran respondiendo a su llamado.

Los ojos del anciano se encontraron con los suyos, y en ese momento, el líder sintió una presión que nunca había experimentado. La determinación de un padre en un momento de desesperación no era algo que pudiera calcularse o controlarse. Y ahí, en ese momento, algo comenzó a romperse entre ellos. No solo el poder, sino el control, la voluntad y el destino mismo.

La batalla, que hasta ahora había sido una cuestión de poder y rituales ancestrales, se había transformado en algo más: una batalla emocional, un enfrentamiento entre el amor, el ego, el sacrificio y el poder. Y Henry, con cada segundo, se acercaba más a ese límite.

El anciano apretó su mano con fuerza, el cristal ya casi entre sus dedos. Henry sintió la desesperación llegar como un torrente, pero también un fuego. Un fuego que podría cambiarlo todo.

—¡Bernardo, mantente fuerte! —gritó de nuevo, con una mezcla de furia y esperanza.

El tiempo seguía girando, el ritual temblaba, y la batalla por el alma de Bernardo y el destino de toda su familia se encontraba ahora en una encrucijada.

El anciano lanzó un gruñido de frustración y continuó avanzando, mientras la batalla se convertía en una mezcla de luz, sombras, poder y sangre, el futuro de padre e hijo colgando de un hilo tan delgado que parecía imposible de sostener.

Carlos, el anciano, giró lentamente hacia Henry, sus ojos llenos dedesprecio y sorpresa, como si el rugido que había retumbado en el aire hubiera perforado no solo sus oídos, sino también sus propias barreras de poder y arrogancia. La lentitud con la que se movió fue calculada, cada giro y cada paso revelando la confianza que solía tener, pero ahora, algo se había roto en su interior.

La tensión en el aire se sentía como una tela invisible que se tensaba, estirándose más y más con cada respiración. Cada presencia en el lugar, cada espectador que había sido arrastrado a ese momento, sintió cómo la energía comenzaba a cambiar, como si una fuerza invisible y violenta estuviera a punto de colisionar. Era una mezcla de poder antiguo, desesperación y lucha, un campo de fuerzas que parecía no poder sostenerse por más tiempo.

Los ojos de Carlos brillaban con una luz etérea, el poder oscuro fluyendo a través de sus pupilas como una tormenta, pero había algo más: incertidumbre. Henry, con su grito y su energía renovada, había activado algo en el aire, algo que no estaba contemplado en sus cálculos, algo que lo había tomado por sorpresa.

—Interesante... —murmuró Carlos, con una voz suave, como un susurro de serpiente que se arrastra entre las sombras—. Parece que el juguete se ha despertado.

Sus palabras eran frías, hirientes, y resonaban con un tono de superioridad que hacía que el ambiente se cargara aún más de una presión insostenible. Cada palabra era como una amenaza latente, una advertencia, pero también un reflejo de su miedo interno.

Henry apretó el puño, sintiendo cómo su propia desesperación comenzaba a transformarse en algo mucho más peligroso:resolución. No podía dejarse intimidar, no podía ceder a la sombra de ese poder oscuro que lo había arrastrado hasta aquí.

Con cada centímetro que Carlos se acercaba, el aire se volvía más denso, como si el espacio mismo estuviera siendo comprimido por el peso de sus acciones y su poder. Henry luchaba contra ese peso, cada respiración como un recordatorio de lo que estaba en juego: la vida de su hijo, la libertad, el futuro de ambos.

El silencio que siguió fue ensordecedor, cada segundo una eternidad en sí mismo. Carlos podía sentir la furia de Henry como un filo de acero, una presión invisible que lo desafiaba, y por un momento, su confianza vaciló.

—No creas que puedes desafiarme, Henry... —susurró Carlos, con una sonrisa que no era más que una línea cruel y cortante—. Todo esto termina aquí.

Las palabras cayeron como un peso sobre el aire, y el poder de Carlos se hizo aún más evidente, una oleada de oscuridad que se expandió como una sombra, retorciéndose en el aire como un monstruo invisible. Pero Henry no retrocedió. Sabía que el momento no era solo una batalla de fuerza, sino devoluntad, de negarse a ceder, de aferrarse a lo único que podía mantenerlo en pie.

—¡No! —gritó con una fuerza renovada—. No permitiré que te salgas con la tuya.

El mundo parecía temblar con cada palabra, la luz y la oscuridad entrelazándose en una batalla de energía. Henry se preparó, sintiendo cómo el poder de sus venas, el sacrificio, el amor y la desesperación se convertían en una fuerza imparable. No sería el final; no de esta manera.

Carlos, por su parte, comenzó a prepararse, sus manos extendiéndose hacia el aire, invocando más poder, más restricciones, más sombras. La batalla entre ambos se sentía inminente, como un combate entre dos torbellinos de voluntad, un choque que podría arrasar todo lo que estuviera cerca.

La luz y la oscuridad se fundieron en un punto de tensión imposible, y el aire, ahora pesado y brillante con energía, fue testigo de lo que estaba a punto de ocurrir.

El destino de padre e hijo colgaba ahora de un hilo, mientras el enfrentamiento entre ellos se preparaba para estallar.

—¿Qué has dicho? —preguntóCarloscon desdén, ladeando ligeramente la cabeza. Su voz cortó el aire como un filo oxidado, cargada de una incredulidad teñida de burla. Era como si la sola idea de que Henry se atreviera a interrumpirlo fuera una afrenta personal, una chispa insolente en su espectáculo de poder absoluto.

—No permitiré que hagas esto —respondióHenry, su voz temblorosa pero cargada de una intensidad que había estado oculta durante demasiado tiempo—.Bernardono es solo un sacrificio; es mi hijo.

Carlos entrecerró los ojos, analizando a Henry como un depredador ante un oponente inesperadamente desafiante. La plataforma negra brilló con un fulgor sombrío, como si lasinscripcionesreaccionaran a la tensión creciente.Bernardo, aún atrapado en las garras del anciano, apenas levantó la cabeza, su mirada llena de una mezcla de esperanza y desesperación. ¿Era este el padre que había esperado ver desde el principio? ¿O solo un hombre intentando enmendar lo que ya parecía irremediable?

—Tu hijo... —Carlos escupió la palabra con veneno—. Tus palabras son patéticas, Henry. ¿Acaso crees que unos gritos vacíos cambiarán el destino que ya está sellado?Este sacrificio es necesario.¡Tu debilidad nos trajo hasta aquí!

Henry apretó los puños. Sabía que Carlos tenía razón en parte; había sido su indecisión, su egoísmo, lo que había alimentado esta tragedia. Pero ahora, esa culpa ardía dentro de él como un fuego feroz, uno que no permitiría que consumiera a Bernardo.

—No. Esta vez,no.No dejaré que esta historia termine así.Si alguien debe pagar, seré yo.

El aire se volvió más denso, cargado con un maná vibrante y furioso. Las grietas en los anillos restrictivos de Henry comenzaron a expandirse con un crujido siniestro, destellos de luz escapando como si su contención estuviera al borde del colapso. Carlos frunció el ceño, aunque intentaba mantener la compostura; no podía ignorar la fuerza que comenzaba a emanar del hombre que había subestimado.

—¡Ridículo! —gruñó Carlos, pero en el fondo de su tono había una ligera vacilación—. Henry, te aplastaré junto a él si es necesario.

Bernardotrató de hablar, pero un dolor agudo atravesó su pecho cuando Carlos aplicó más presión en el cristal del alma. Gritó, su voz resonando en el espacio, y ese grito fue como un látigo que azotó la consciencia de Henry. Sus ojos ardieron con una mezcla de rabia y determinación mientras la energía a su alrededor se intensificaba.

—¡Carlos! —rugió Henry, su voz tan imponente como la tormenta que estaba a punto de desatarse—. ¡Hoy, esta familia será liberada de ti!

El anciano, por primera vez en décadas, pareció inquieto. Y entonces, el primer destello de la verdadera batalla comenzó a iluminar la oscuridad.

Las palabras resonaron en el aire como un eco poderoso; cada sílaba cargaba el peso de generaciones marcadas porsufrimientoy sacrificios impuestos. La plataforma negra parecía vibrar con la intensidad de la confrontación, susinscripcionesoscilando entre la luz y la oscuridad, como si el mismísimo destino estuviera decidiendo qué camino tomar.

La mirada deHenryse endureció, sus ojos clavándose en los deCarloscon una intensidad que no había mostrado en años. Frente a él no estaba solo el anciano que ahora intentaba destruir todo lo que quedaba de su familia, sino el símbolo vivo de todo lo que había permitido, todo lo que había fallado. Este enfrentamiento era más que una lucha; era una oportunidad para romper un ciclo que había consumido a todos los que amaba.

Bernardo, débil y herido, levantó la vista con dificultad. La incredulidad se reflejaba en su rostro, pero junto a ella había algo nuevo:gratitud. Ver a su padre, quien tantas veces había cedido ante la voluntad de otros, finalmente levantarse como un pilar inquebrantable, encendió una chispa en su pecho. No importaba lo destrozado que estuviera su cuerpo, ese pequeño hilo de esperanza lo mantenía aferrado a la vida.

El vínculo entre padre e hijo, roto y desgastado por años de dolor, comenzaba arestablecerse. No era más que un hilo dorado, débil y frágil, pero suficiente para iluminar la oscuridad. Henry dio un paso adelante, su energía rodeándolo como una armadura invisible, mientras el aire a su alrededor se cargaba con una tensión casi tangible.

Carlosobservó el cambio con una expresión de desprecio, pero en lo profundo de su mirada se adivinaba una sombra de preocupación. Sus labios se torcieron en una sonrisa desdeñosa mientras alzaba una mano, y las inscripciones respondieron al instante, brillando con un fulgor amenazante. Pero Henry no titubeó; esta vez, no se dejaría consumir por el miedo.Esta vez, lucharía.

—Eres patético, Henry —escupió Carlos, su voz impregnada de burla—. ¿Crees que un simple hilo de esperanza puede salvarlo?Esto ya está decidido.

Pero Henry no respondió con palabras. Avanzó otro paso, y la luz dorada que lo rodeaba creció en intensidad.Bernardo, observándolo desde su prisión de dolor, sintió algo diferente. Por primera vez, no era el miedo lo que dominaba su corazón, sino la certeza de que, aunque estuvieran al borde del abismo,no estaban solos.

No soy un objeto para ser usado—replicóBernardo, su voz firme resonando con una convicción inquebrantable mientras luchaba contra el dolor y la opresión—.No dejaré que me conviertan en una herramienta para sus ambiciones.

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