Capitulo 3: Por primera vez Fuiste útil
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Henry hizo estallar su maná;unaaura azul profundoemergió de su cuerpo con una intensidad casi celestial, como si el mismísimo cielo se hubiera desgarrado para desatar su verdadero poder.Corrientes de energía chisporroteabanen torno a él, con destellos que perforaban la penumbra del lugar, danzando comorelámpagosdescontrolados en el corazón de una tormenta apocalíptica.
Elanterior pilar carmesí, que alguna vez había representado su fuerza bruta, ahora se había disipado, pero no desaparecido; permanecía latente,sellado en lo más profundo de su ser, un núcleo ardiente que pulsaba con un eco de poder contenido. Mientras tanto, el azul de su aura no era simplemente energía; era la manifestación de algo más grande, más refinado.
Los presentes quedaron paralizados. Algunos retrocedieron instintivamente, como si la energía les abrasara la piel. "¿Qué demonios es esto?" murmuró uno, con la voz ahogada por el asombro. Otro cayó de rodillas, incapaz de sostenerse ante el peso aplastante de aquella demostración.
"¡La calidad de su maná...!" exclamó alguien entre la multitud, su tono oscilando entre la fascinación y el terror.Henry no era un simple guerrero; era un abismo, un torrente infinito cuya profundidad amenazaba con devorar todo a su alrededor.
Un silencio tenso se apoderó del lugar mientras laatmósfera vibraba, saturada de energía pura. Henry dio un paso adelante, y el suelo crujió bajo sus pies como si incluso la tierra se sometiera a su poder recién desatado. Sin pronunciar palabra, su mirada lo decía todo: no era el mismo hombre que habían conocido antes. Ahora era un titán.Un heraldo de destrucción o renacimiento, dependiendo de quién osara enfrentarle.
Carlos, su hijo mayorRyany los subordinados de mayor rango se mantenían inmóviles, sus cuerpos tensos como cuerdas a punto de romperse. La duda y el miedo eran palpables en sus ojos; el hombre frente a ellos no era simplemente Henry, sino una fuerza de la naturaleza que desbordaba todo entendimiento.El silencio sepulcralque reinaba no era natural, sino un vacío cargado de una electricidad ominosa, donde incluso los suspiros eran aplastados por el peso de la atmósfera. Cada respiración era un desafío al instinto que gritaba:huir.
El aire parecía vibrar alrededor deHenry, como si el mundo mismo rechazara su presencia.El heraldo de la muerte había sido desatado.Su masiva sed de sangre era un espectro palpable que se infiltraba en las mentes de quienes osaban mirarlo. No había necesidad de palabras; cada uno sentía cómo el frío calaba sus huesos, no por el clima, sino por la pura esencia de un depredador absoluto.
El rostro de Henry era una visión antinatural,distorsionado por la sed de sangre, pero sin rastros de ira o desenfreno.En lugar de eso, era una máscara de calma glacial, una expresión tan helada y carente de emoción que resultaba más aterradora que cualquier grito de furia.Era el rostro de un arma, un fragmento de acero forjado para matar sin titubeos, sin vacilación.
"¿Esto... es Henry?" susurró uno de los subordinados, su voz quebrada.Ryanno respondió; sus manos temblaban ligeramente mientras apretaba los puños, tratando de mantener la compostura. Carlos, a pesar de ser el líder, no pudo evitar dar un paso atrás, un reflejo instintivo que traicionaba su desconcierto.
El poder que irradiaba Henry no era solo físico; eramental, absoluto, una fuerza que erosionaba la voluntad de quienes lo enfrentaban antes de que pudieran siquiera alzar una mano. Y allí estaba él, con esa mirada vacía,como una pieza de metal frío, dispuesto a convertir ese silencio en el preludio de un desastre.
—Henry está a punto de avanzar al grado de maná amarillo—inquirióRyan, su voz teñida de unaangustia palpableque resonó en el silencio tenso. Cada palabra que pronunciaba parecía hundir el aire con un peso sofocante, como si el simple hecho de verbalizarlo confirmara una pesadilla hecha realidad.
Carlosfijó su mirada en su hijo mayor, notando algo inusual en él:los ojos de Ryan, que solían irradiar una confianza inquebrantable, ahora reflejaban algo que no había visto en mucho tiempo.Temor.Y debajo de ese temor, casi escondido, una chispa de admiración que parecía arrancarle el alma.
—¿Estás seguro de eso? —preguntó Carlos con una voz baja, aunque su tono traicionaba la alarma que intentaba ocultar.
—Lo siento.—Ryan levantó apenas una mano, señalando el espacio que rodeaba a Henry, como si las palabras no pudieran hacer justicia a lo que estaban presenciando. Losdestellos azules, que ahora se intensificaban, daban señales de algo más: una transformación inminente, un salto que pocos alcanzaban.
Uno de los subordinados, más joven y claramente menos experimentado, retrocedió un paso.
—¿El grado amarillo...? —murmuró, su voz quebrada—. Eso es... eso es...
—El preludio de una calamidad.—Ryan completó la frase, mirando a Henry con una mezcla de resignación y desconcierto. Sabía lo que significaba ese nivel. Sabía que alguien en ese estado no solo cambiaba su poder, sino su naturaleza.
El aura alrededor de Henry no mostraba signos de detenerse, expandiéndose como una marea que parecía devorar el ambiente. Losrelámpagos danzabana su alrededor, pero ahora con destellos dorados que luchaban por emerger entre el azul predominante.
—Cuando avance... no quedará nada que podamos hacer.—Ryan apretó los dientes, mientras Carlos, aún intentando mantenerse firme, cerró los ojos por un instante. Lo sabía. Estaban ante un límite que no podrían cruzar sin perderlo todo.
En este mundo, el poder de un humanodespiertono solo se definía por el rango al que pertenecía o la capa de maná que había alcanzado.La verdadera diferencia radicaba en cómo utilizaban ese poder, en la ferocidad con la que enfrentaban la vida y la muerte.Un ejemplo claro de esta complejidad eran los tres hombres:Carlos, Ryan y Henry.
Los tres compartían algo en común:eran humanos clasificados en el rango D.Este rango, aunque a menudo subestimado por quienes desconocían su potencial, era temido y respetado por aquellos que comprendían su verdadera naturaleza.Los humanos en este rango eran conocidos como "Generales Sangrientos".
No era un título otorgado a la ligera;ser un General Sangriento no se trataba simplemente de poder bruto o resistencia.Estos guerreros eran renombrados por su habilidad para sumergirse en los combates más cruentos, emergiendo como tormentas implacables que arrasaban todo a su paso. Sus cuerpos eran armas, y su voluntad, acero templado en la batalla.
Cada uno de los tres hombres encarnaba este título de formas únicas:
Carlos, el estratega, era la mente calculadora que sabía dónde golpear para maximizar la destrucción con el menor esfuerzo.Ryan, joven pero feroz, era la representación de la furia controlada, el martillo que caía con una precisión devastadora.Y luego estabaHenry... un abismo insondable que ahora comenzaba a separarse incluso de sus iguales, trascendiendo lo que significaba ser un General Sangriento.
El aura de Henry había cambiado, y no solo era una señal de su ascenso al rango amarillo; era un presagio de algo más profundo, más letal. Los Generales Sangrientos podían dominar campos de batalla enteros, pero Henry estaba a punto de convertirse en algo más que un comandante en la guerra:en la encarnación misma del caos.
Incluso entre los Generales, había un reconocimiento tácito:Henry estaba dejando atrás los límites de lo que ellos conocían, convirtiéndose en una fuerza que podría alterar el equilibrio del mundo.
La diferencia más notable entre los tres hombres radicaba en algo que iba más allá de los títulos o las apariencias:el nivel exacto dentro del rango D.Aunque compartían el mismo rango, el abismo entre ellos era inmenso.
Ryan, el más joven y con menor experiencia, se encontraba enel subnivel 8, apenas aferrándose a los peldaños más bajos del rango D. Aunque su potencial era innegable, todavía le faltaba mucho por recorrer para alcanzar a su padre y a Henry. Su poder, aunque impresionante para muchos, palidecía frente a los dos colosos que estaban a su lado.
Carlos, por otro lado, había ascendido a lasubcapa 19, consolidándose como un guerrero respetado entre los Generales Sangrientos. Su control sobre el maná y su destreza en combate eran legendarios, y se consideraba una fuerza que podía rivalizar con los mejores dentro de su rango.Pero incluso él sabía que su fuerza tenía un límite.
Y luego estabaHenry, cuya mera presencia eclipsaba todo lo demás.Estaba en la subcapa celestial 22, un estado que pocos en el rango D lograban alcanzar. Más impresionante aún, se encontraba a un paso de lasubcapa 23, una transición conocida como el umbral de la trascendencia. En este mundo,la trascendencia de la vidano era solo una mejora en la fuerza o en el control del maná; era una transformación fundamental en la existencia misma.
Cada vez que un ser humano avanzaba en un pequeño nivel dentro de una subcapa, su poder crecía exponencialmente. Perocruzar completamente un rangoera algo completamente diferente. Ese salto marcaba el punto en el que un humano dejaba de ser simplemente un mortal y se acercaba a los dominios de lo divino o lo eterno.Una existencia que, para los demás, era inalcanzable.
Carlos lo sabía; lo veía en Henry.Ese hombre no solo estaba mejorando. Estaba a punto de romper las cadenas de su humanidad y convertirse en algo más.Algo que no podría ser contenido por las reglas de este mundo.
—Cada avance suyo nos aleja más de su nivel, —murmuró Carlos, apenas audible, mientras observaba la figura de Henry rodeada por esa aura azul profundo, pulsante como un corazón imparable.Ryansolo apretó los puños, su impotencia clara en su expresión, consciente de que estaba presenciando el nacimiento de algo que ningún entrenamiento podría superar.
En este mundo, cada paso hacia adelante no solo fortalecía el cuerpo, sino que también cambiaba el alma.Y Henry estaba a punto de dar un paso que lo convertiría en una leyenda viviente, o quizás en un desastre que nadie podría detener.
En este mundo, la magnitud del poder de undespiertoiba más allá de cualquier parámetro conocido en la antigua era de la humanidad.Un ejemplo sencillo y aterrador lo ponía en perspectiva:un humano despierto en elrango D, subnivel 1, al desplegar toda su fuerza, podía destruirpaíses enteros.Eran fuerzas de la naturaleza vivientes, superiores a las antiguas armas atómicas o cualquier otra arma de destrucción masiva que la humanidad hubiera construido.
Ryan, Carlos y Henryno solo pertenecían a este rango;lo habían superado con creces.Eran la élite dentro de los Generales Sangrientos, hombres cuyas capacidades dejaban atrás incluso a aquellos que acababan de ascender al rango D. Si un General Sangriento recién ascendido era una tormenta desatada, ellos eranhuracanes de poder puro, entidades que trascendían lo que cualquiera podría imaginar.
Ryan, aunque el más débil de los tres, todavía podía causar una devastación que borraría del mapa cualquier ciudad o nación con facilidad. Susubnivel 8lo situaba como una fuerza letal en cualquier enfrentamiento, capaz de dominar a decenas de recién ascendidos sin esfuerzo.
Carlos, en la subcapa 19, era un titán en comparación, con un control tan refinado de su poder que podía desatar destrucción masiva o concentrarla en un único golpe devastador. Su experiencia y dominio lo convertían en un guerrero inigualable, incluso entre los despiertos más experimentados.
Pero entonces estabaHenry, en un nivel que parecía desafiar cualquier lógica.La subcapa celestial 22, con la inminencia de alcanzar la 23, lo colocaba en una liga completamente distinta. Su poder no solo superaba al de otros Generales Sangrientos; lo redefinía. Si alguien como Ryan podía destruir un país,Henry podría erradicar continentes enteros.
En este mundo, la fuerza no se medía solo en la capacidad de causar destrucción, sino en lo que representaba: un cambio en la balanza de poder, en la propia existencia.Henry, Carlos y Ryan no eran solo guerreros; eran catalizadores del destino, fuerzas que podían moldear el curso de la historia con un simple movimiento.
El solo pensamiento de que Henry estuviera a un paso de trascender al siguiente rango no era simplemente motivo de admiración; era una advertencia.Un hombre con el poder de destruir naciones ya era una amenaza. Uno capaz de superar eso... era el preludio de un nuevo mundo o de su completa aniquilación.
La trascendenciaera un regalo sublime, un eco eterno de la bondad de laMadre Primordial, la creadora que, con su compasión insondable, ofrecía a sus hijos algo más que simple supervivencia:la posibilidad de superar los límites impuestos por la carne.
Era conocida por muchos nombres:evolución,adaptabilidad,transición,superación.Pero en su esencia más pura, no era más que un acto de liberación.Romper las cadenasque ataban a los cuerpos carnales de los seres nacidos en el planeta Tierra. Este mundo, lleno de vida y caos, no era solo un hogar, sino un forjador. El mismo planeta otorgaba subendicióna aquellos humanos despiertos que lograban demostrar su valía.
LaGracia Mundial, como muchos la llamaban, era más que un concepto:era la fuerza viva del planeta ayudando a los humanos a ascender, a impulsar su existencia hacia algo extraordinario.Esta bendición no negaba la humanidad de quien la recibía; no los despojaba de su esencia, ni los convertía en algo completamente ajeno.No se trataba de abandonar la humanidad, sino de elevarla, de refinarla hasta alcanzar un reino superior.
La trascendencia era un viaje,no un destino. Aquellos que lo lograban, aquellos que rompían los límites de su cuerpo y mente, no eran menos humanos por ello; eran una versión más pura y poderosa de lo que siempre habían sido.
La Madre Primordialhabía diseñado este regalo como una prueba y como una recompensa. Un recordatorio de que incluso en el fragor de las batallas más violentas, o en los momentos de mayor desesperación, los humanos llevaban en su interior la chispa de lo divino.
Henry, al borde de este despertar, representaba el pináculo de este ideal. Su avance no era solo un triunfo personal; era una prueba de la promesa que la Madre Primordial había sembrado en la humanidad.Una promesa de que, con determinación, voluntad y la Gracia Mundial, los humanos podían convertirse en algo más grande que sus límites mortales.
En este proceso, la tierra misma parecía responder. El aire a su alrededor vibraba, las partículas de energía danzaban como si estuvieran conscientes de lo que estaba por suceder.La trascendencia no era simplemente un cambio; era una revolución de la existencia.Y Henry estaba a un paso de cruzar ese umbral, llevando consigo las esperanzas y temores de un mundo que apenas comenzaba a entender su propio potencial.
Con latrascendencia, un humano en un rango superior ya no solo superaba a los demás en poder;podía despreciar toda la vida que se encontraba en rangos inferiores. La diferencia era tan vasta, tan abismal, que el nivel y la calidad de energía de un ser trascendido se convertían en una muralla invisible, impenetrable. Para losdespiertosde rango inferior, simplementeno existía la capacidad de percibira los más poderosos, como si los segundos no fueran más que sombras borrosas en el horizonte de su percepción.
Era un vacío de existencia, un abismo de diferencia que solo podía ser comprendido por aquellos que alcanzaban esaelevación divina.Lapresenciade los más fuertes era tan imponente, tan omnipotente, que aquellos de menor rango no podían ni siquiera intuir que se encontraban cerca de alguien con tal poder.Solo cuando los más poderosos decidían conscientemente dejar una huella en el aire, cuando elegíandejar que su presencia se sintiera, el mundo a su alrededor vibraba, como si el mismo espacio se retorciera bajo el peso de su poder.
Entonces, losdespiertos de menor rangopodrían sentirlo, pero solo como un leve roce, como una advertencia sutil del abismo que había entre ellos.La diferencia se tornaba palpable, tan intensa que el aire mismo parecía volverse denso, cargado con una energía que los más débiles solo podíantemer y admirar.
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