Capitulo 3: Por primera vez Fuiste útil
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La mente de Carlos estaba atrapada en un torbellino de pensamientos."¿Debería retroceder? ¿O debo enfrentar a este hombre que una vez fue mi discípulo?"Recordó con claridad los años pasados, cuando Henry era un joven lleno de potencial, alguien a quien Carlos había tomado bajo su ala, moldeando y guiando.No solo lo había entrenado, lo había visto crecer, lo había considerado un hijo más. Pero ahora... ahora ese joven se había transformado en un monstruo con un poder que amenazaba con devorar todo lo que los rodeaba.
¿Cómo llegamos aquí?"pensó Carlos, mientras la presión de la situación se apretaba en su pecho como un puño implacable.El legado de la familia Q'illu, ese peso que todos en las ramas secundarias cargaban con resignación, ahora lo aplastaba como nunca antes.Su lealtad a ese sistema, a la familia principal, estaba siendo puesta a prueba de una forma cruel y despiadada.
Miró de reojo a los subordinados, quienes permanecían inmóviles, demasiado aterrados para siquiera respirar con normalidad.El opresivo maná que emanaba de Henry había reducido a hombres y mujeres fuertes a meros espectadores indefensos.Incluso Ryan, siempre preparado, mostraba un leve temblor en las manos mientras apretaba los puños con fuerza, tratando de mantener la compostura.
Pero lo que realmente aterraba a Carlos no era el silencio, ni el poder abrumador de Henry, sino la mirada en sus ojos.Había algo en ellos, una mezcla de resignación y furia contenida, que le helaba la sangre.Esa no era la mirada de un hombre en control de sí mismo, sino de alguien que estaba dispuesto a quemar todo a su alrededor si eso significaba cumplir con su propósito.
—Henry, no tienes que hacer esto,—dijo finalmente, rompiendo el silencio con una voz que intentaba sonar firme, pero que temblaba ligeramente en los bordes—.Recuerda quién eres, lo que hemos construido juntos. Este sacrificio... no tiene por qué definirte.
Henry alzó la vista lentamente, sus ojos fijos en Carlos como si estuviera viendo a través de él, desnudando su alma.No dijo nada, pero el peso de su mirada era más que suficiente para hacer retroceder un paso a Carlos.El sudor comenzó a resbalar más rápido por su sien, mientras un pensamiento oscuro y aterrador comenzaba a formarse en su mente: "No va a detenerse. Está dispuesto a destruirlo todo."
La tensión en el ambiente era insoportable.Cada respiración de los presentes se volvía más pesada, más laboriosa, como si el aire mismo estuviera saturado con el peso de las decisiones que aún no se habían tomado.
Carlos cerró los ojos por un momento, tratando de calmarse, pero la voz de su conciencia lo apuñalaba sin piedad."¿Vas a enfrentarlo? ¿O simplemente vas a dejar que todo se desmorone mientras intentas salvar tu propia piel?"
Finalmente, Carlos abrió los ojos, su mirada endurecida por la resolución.—Si eliges este camino, Henry, estarás destruyendo más que a tu hijo mayor. Estarás destruyendo todo lo que hemos trabajado para preservar.
Por un momento, Henry pareció titubear, pero no por las palabras de Carlos, sino por algo más profundo, algo que Carlos no podía ver.Una batalla interna rugía dentro de Henry, tan feroz como cualquier guerra que se hubiera librado en el exterior.Sabía que cada decisión que tomara hoy lo marcaría para siempre, lo definiría como padre, como líder y como hombre.
Pero el tiempo seguía avanzando, cruel e implacable, y Carlos podía sentir cómo la cuerda que los mantenía a todos al borde de esta precipitada tragedia estaba a punto de romperse.
El anciano observaba a Henry con una mirada fría y calculadora, como un estratega que contempla las consecuencias de cada movimiento en el tablero.Sabía que presionar a Henry para que sacrificara a Bernardo no solo aseguraría el cumplimiento de los designios de la familia principal, sino que también desataría una tormenta incontrolable en el alma de su discípulo.
Bernardo no era solo un hijo para Henry; era la representación de todo lo que había perdido y de las decisiones que habían carcomido su conciencia durante años.Si permitía que su primogénito fuera sacrificado, el Henry que conocían no sobreviviría.En su lugar, surgiría un hombre gobernado por el odio, cuyo liderazgo sería una mezcla venenosa de despotismo y caos.
El anciano suspiró para sí mismo, aunque su expresión permanecía inmutable.Entendía demasiado bien cómo funcionaban los hombres rotos. La ira se convertiría en el núcleo de Henry, alimentando cada decisión, cada acción, cada palabra.El dolor de perder a Bernardo se transformaría en un pilar deformado, una fundación corrupta sobre la cual la rama secundaria de los Q'illu se construiría.
"Un pilar de ira... pero sólido al fin y al cabo," pensó con frialdad.El viejo sabía que la familia principal no veía con malos ojos que las ramas secundarias se destruyeran desde dentro. Era un ciclo diseñado para mantener el poder centralizado, y Henry estaba cayendo justo en la trampa que le habían tendido.
Sin embargo, una pequeña chispa de duda creció en su mente.¿Era realmente la ira el camino correcto para garantizar la supervivencia de la rama secundaria?Sabía que el odio podía ser un arma poderosa, pero también podía ser destructivo para el portador y su linaje. Si Henry elegía este camino, no habría vuelta atrás, ni para él ni para su descendencia.
El anciano se permitió un instante de introspección, preguntándose si estaba tomando la decisión correcta al empujar a Henry hacia este destino.Pero rápidamente desechó esa línea de pensamiento.La familia principal había dado su veredicto, y él era simplemente el mensajero.No importaban las consecuencias futuras; lo único que importaba era cumplir con el sacrificio y preservar el equilibrio impuesto por la jerarquía familiar.
—Henry,—dijo finalmente, con voz firme—,sabes lo que debe hacerse. No importa cómo lo veas ahora; al final, todo esto fortalecerá a tu linaje. Pero si eliges resistirte, si dejas que tus emociones te nublen, perderás más de lo que imaginas.
Henry levantó la mirada, y el brillo de sus ojos oscilaba entre la furia y la desesperación.El viejo podía ver cómo el conflicto interno desgarraba a su antiguo discípulo, y por un instante, casi sintió compasión. Casi.Porque también sabía que, al final del día, el sacrificio de Bernardo sellaría el destino de todos los presentes, y Henry, voluntariamente o no, caminaría hacia el abismo de la ira y el despotismo.
—Mis hijos... mis niños... Soy la peor basura que existe —murmuró Henry, con una mezcla de autodesprecio y resolución en su voz, mientras sus puños se cerraban con fuerza, tan intensa que sus uñas casi rompían la piel.Sabía que sus errores lo habían llevado a este abismo, pero también entendía que si algo podía hacer, por pequeño que fuera, debía intentarlo.
Sus ojos se alzaron, fulminantes, hacia Carlos y los otros que, como depredadores hambrientos, acechaban tras la presa más vulnerable: Bernardo.El anciano se mantenía a su lado, frío y calculador, casi indiferente a las emociones que desgarraban a Henry. Su voz resonaba en su mente, acusadora, burlona, como un eco que no podía acallar:"Sacrifica a ese lisiado. Es lo mejor para todos."
Pero no podía permitirlo.Aunque sabía que su hijo mayor carecía de futuro, aunque había aceptado durante años que Bernardo era el costo necesario para proteger a Peter y los demás, algo dentro de él se rompió al contemplar esa despiadada lógica.No era cuestión de lógica; era cuestión de redención.
Henry dio un paso adelante, su presencia creciendo como una tormenta.El aire a su alrededor pareció volverse más denso, casi eléctrico, mientras su maná, oscuro y voraz, comenzó a filtrarse.Los subordinados retrocedieron instintivamente, conscientes de que algo terrible estaba a punto de desatarse.
—Carlos,—dijo con una voz baja, cargada de amenaza—,retírate de este camino, o te aseguro que no vivirás para ver el amanecer.
Carlos arqueó una ceja, pero su expresión delataba su nerviosismo.Había conocido a Henry como su discípulo, un hombre ambicioso pero controlado. Pero este Henry, consumido por el remordimiento y la desesperación, era un ser completamente diferente.Peligroso, impredecible.
—¿Y qué esperas lograr, Henry?—replicó Carlos, tratando de mantener la calma, aunque su tono vaciló.—¿Crees que esto cambiará algo? Bernardo no puede escapar de su destino. Todo esto es inútil.
Henry sonrió, pero no era una sonrisa amable. Era una mueca oscura, cargada de ira y amargura.
—Tal vez sea inútil... pero al menos, lo intentaré. Aunque solo pueda retrasarlos unos segundos, aunque me cueste la vida, haré lo que un padre debería haber hecho desde el principio.
Sin previo aviso, Henry se lanzó hacia adelante, su velocidad y fuerza desbordando cualquier expectativa.Su maná se manifestó como un torrente oscuro que arremetió contra Carlos y los demás, lanzándolos hacia atrás como hojas en una tormenta.
—¡Deténganlo! —gritó uno de los subordinados, pero el miedo en su voz lo hacía sonar patético.
El anciano no se movió, solo observó.En sus ojos brillaba una mezcla de desaprobación y resignación, como si ya hubiera anticipado este desenlace.
Mientras tanto, Henry sabía que esto no sería suficiente.Bernardo estaba huyendo, pero su escape era lento, torpe.Peter, su propio hermano, ya lo estaba alcanzando.
—Perdóname, Bernardo, por todo lo que te he hecho —susurró Henry, sin detenerse en su arremetida—. No merezco tu perdón, pero al menos intentaré darte una oportunidad.
Cada paso que daba era una batalla contra su propia desesperación.Henry estaba dispuesto a enfrentarse al mundo entero si eso significaba salvar, aunque fuera por un instante, a su hijo perdido.
El ambiente se tornóelectrizante, como si una tormenta estuviera a punto de estallar. Cada respiración se volvía más pesada, cargada de tensión.Los subordinados intercambiaban miradas furtivas, sus rostros reflejando el conflicto interno: la lucha entre el instinto de supervivencia y la lealtad, no solo hacia sus líderes, sino hacia sus propios principios y familias.El miedo, palpable, se mezclaba con la anticipación, creando una atmósfera tan densa que parecía imposible moverse.
Henry permanecía inmóvil en el centro del caos, pero por dentro, era un volcán a punto de hacer erupción.La rabia ardía en su pecho, un fuego inextinguible que lo consumía con cada segundo que pasaba. No era la ira ciega de un hombre humillado, sino la furia desbordante y visceral de un padre desesperado, impulsado por el amor hacia un hijo al que había fallado tantas veces.
El silencio fue roto por el crujido de un rayo de maná que atravesó el aire.Era una advertencia muda, un reflejo del conflicto interno de Henry que ahora se manifestaba en su entorno.Sus ojos, inyectados de sangre, recorrían a los presentes con una intensidad que helaba la sangre.
—¿Creen que no lo sé?—gruñó, su voz retumbando como un trueno.—¡Sé lo que todos piensan! Que soy un idiota, que he perdido el juicio. ¡Pero ninguno de ustedes entiende! ¡Nunca lo harán!
Un murmullo de tensión recorrió a los subordinados; algunos dieron un paso atrás, incapaces de soportar el peso de su presencia.Otros, demasiado aterrados para moverse, simplemente observaban, paralizados.
—Henry... —se atrevió a hablar Carlos, con un tono bajo pero firme—, sabes que esto es inútil. Tu rabia no cambiará nada. Todo esto... este sacrificio, esta decisión, ya fue tomada.
Henry lo fulminó con la mirada.La sola mención de "sacrificio" fue suficiente para que su maná se desbordara, envolviéndolo como un aura oscura y voraz que oprimía a todos a su alrededor.El suelo bajo sus pies se resquebrajó, incapaz de soportar el peso de su poder acumulado.
—¡Cállate, Carlos!—rugió, su voz resonando como un trueno—.¡No me hables de decisiones! ¡Esta familia me convirtió en un monstruo, pero no permitiré que ustedes decidan por mí una vez más!
El corazón de Henry latía con fuerza, cada pulsación era un recordatorio de todo lo que había perdido y de lo poco que le quedaba por proteger.La desesperación y la furia lo consumían, pero también le daban la fuerza necesaria para seguir adelante.Era el último acto de un hombre que sabía que su tiempo se estaba agotando.
Mientras tanto, en el fondo de su mente,la imagen de Bernardo seguía presente.Su hijo mayor, inútil para muchos, pero para él seguía siendo su sangre. Aunque sabía que Bernardo no podría escapar, aunque sabía que Peter ya estaba sobre él,Henry se negaba a rendirse.Su amor paternal era lo único que lo mantenía de pie en ese campo de sombras y traiciones.
—Si tengo que arrasar con todos ustedes para salvar a uno solo de mis hijos, entonces que así sea.
Y con esas palabras, Henry cargó hacia adelante, su poder desbordándose como un torrente imparable, decidido a cambiar un destino que ya parecía escrito en piedra.
La batalla no sería solofísica, sino una confrontación visceral,una lucha que desgarraría no solo cuerpos, sino corazones y voluntades. En ese campo de tensiones acumuladas,la verdadera prueba no era quién sería el más fuerte, sino quién lograría preservar aquello que lo definía.El alma misma de la familia Q'illu estaba en juego, un legado manchado por decisiones egoístas, sacrificios oscuros y lealtades quebradas.
Cada uno debía decidir.Las elecciones de ese instante crucialescribirían un nuevo capítulo en su historia, pero también borrarían para siempre aquello que no estuvieran dispuestos a proteger. ¿Qué peso tendría la sangre derramada frente a las promesas incumplidas? ¿Qué costo tendría el amor cuando la traición parecía ineludible?
La figura de Henry se erguía como un monolito, imponente y cargada de una ferocidad que parecía incontenible.Carlos lo observaba desde la distancia, sintiendo cómo la sombra de su antiguo discípulo crecía hasta eclipsarlo.Había entrenado a Henry para ser un líder, para ser un arma, pero ahora veía con claridad que había creado algo que no podía controlar.
Ryan apretó los puños, mirando a su padre con un rostro crispado.Su maná titilaba alrededor de su cuerpo, como una antorcha a punto de ser avivada o extinguida. Aunque las dudas lo consumían, no podía permitirse retroceder."Esto no es solo por mí", pensó, "sino por todo lo que mi familia quiso que defendiera".
A lo lejos, Peter avanzaba con una mirada helada y calculadora, sus pasos resonaban como un eco funesto.Para él, esta batalla no tenía matices; era una cuestión de deber y ejecución.Sus emociones estaban enterradas bajo capas de entrenamiento y disciplina que su padre, Henry, había inculcado en él. Bernardo, su hermano mayor, no era más que una misión a cumplir.
Pero en medio de aquella tormenta de odio y ambición,una pequeña chispa de esperanza aún brillaba tenuemente.No era la esperanza ingenua de que todo saliera bien, sino la determinación cruda de quienes, aun atrapados en la oscuridad, se negaban a ser consumidos por ella.Era la luz que se aferraba al amor inquebrantable, al sacrificio y a la redención.
El tiempo pareció detenerse.Cada respiración, cada latido, se volvía un compás en la sinfonía caótica que estaba por desatarse. La oscuridad se cernía como un manto pesado sobre ellos, peroese pequeño destello de esperanza aún persistía, desafiando lo inevitable.
—El alma de nuestra familia no será destruida aquí, no mientras yo siga de pie.—Henry murmuró para sí, mientras su maná se desbordaba una vez más, resonando con un rugido feroz que sacudió el suelo bajo sus pies.
Y entonces, el caos comenzaría.
Henry sentía cómo la ira, hirviendo en su interior, le quemaba las entrañas como lava líquida a punto de desbordarse.Su pecho subía y bajaba con fuerza, como si cada respiración fuera una lucha por contener el volcán que amenazaba con consumirlo. Las palabras del anciano resonaban en su mente, crueles y precisas, clavándose como puñales en una herida ya abierta.
Su hijo, Bernardo, el mismo al que alguna vez había considerado un sacrificio necesario, era ahora el símbolo de su arrepentimiento.Pero la paradoja lo atormentaba: él mismo había dado el paso que condenó a su primogénito, y ahora intentaba retroceder en un camino cubierto de sangre y cenizas.
"¿Cómo llegué a esto?" pensó Henry, con los dientes apretados.La culpa y el deber se enroscaban en su corazón como serpientes venenosas,mordiendo cada pensamiento, cada sentimiento. Sabía que detener este sacrificio sería declararse enemigo del anciano, de la familia principal, y de todos los que se aferraban al cruel orden establecido. Pero¿cómo podría mirar a sus hijos a los ojos si dejaba que esto sucediera?
El silencio que rodeaba a Henry era un eco ensordecedor.La mirada del anciano, fría y calculadora, parecía perforarlo como si pudiera leer cada grieta en su alma.
—Henry...—la voz del anciano cortó el aire como un látigo, dura y carente de emoción—.Esto no es el momento para debilidades. Es hora de que aceptes las consecuencias de tus decisiones.
Henry levantó la vista, sus ojos destellando con una mezcla de furia y dolor.El peso de su propia traición se sentía como un yugo sobre sus hombros, pero había algo más: un destello de determinación creciente.
—Mis decisiones me han llevado aquí, sí... pero no seguiré caminando por este sendero infernal.—La voz de Henry salió baja, cargada de una amenaza latente que hizo que incluso los subordinados más cercanos retrocedieran un paso.
El anciano rió con burla, un sonido hueco y corrosivo.
—¿Crees que puedes escapar de esto, Henry? —replicó, sus ojos brillando con una peligrosa mezcla de desprecio y certeza—.No hay redención para ti. No hay marcha atrás. Solo queda cumplir con tu papel... o perecer.
Henry sintió un escalofrío recorrer su columna, perono era miedo; era el inicio de un despertar furioso.Su maná empezó a emanar de su cuerpo como una tormenta incontrolable, haciendo vibrar el suelo bajo sus pies.La temperatura del aire cambió, volviéndose sofocante, cargada con su opresiva presencia.
—Entonces, que sea así.—Henry susurró, su voz apenas audible pero tan afilada como una navaja—.Pereceré si es necesario, pero no traicionaré a mis hijos otra vez.
El anciano alzó una ceja, sorprendido por la declaración. Los subordinados retrocedieron aún más, y Carlos, que hasta ahora había permanecido en tenso silencio, cerró los ojos y suspiró profundamente.Sabía que lo que venía no sería una discusión, sino una batalla que marcaría el destino de todos los presentes.
Mientras tanto, la figura de Henry se alzaba imponente, rodeada por una aura de furia desatada y determinación inquebrantable.El hombre que había sido moldeado por la ambición y la culpa ahora estaba listo para luchar por algo más grande que él mismo.
La lava en su interior ya no podía contenerse. Era hora de estallar.
—No dejaré que esto suceda —murmuró, su voz temblando entre furia y determinación.Sentía cómo el maná, esa fuerza que parecía conectarlo con algo más profundo que su propia existencia, recorría cada fibra de su cuerpo, creciendo como una tormenta.Era una energía que no solo fluía, sino que rugía dentro de él, como si respondiera a la desesperación y la rabia que lo consumían.
El aire a su alrededor comenzó a cambiar,una presión palpable que hizo que los subordinados retrocedieran instintivamente.El suelo bajo sus pies crujió, pequeñas grietas formándose a medida que su poder se intensificaba.Henry respiró profundamente, sintiendo cómo el calor de su maná lo envolvía, casi abrasador, pero también reconfortante: era un recordatorio de que aún tenía algo por lo que luchar.
La resolución en sus ojos era inquebrantable,pero detrás de ella estaba el tormento que lo carcomía. Cada decisión que lo había llevado hasta aquí era una daga en su conciencia, pero sabía que no había tiempo para lamentos. Sus pensamientos se enfocaron en Bernardo, en su hijo huyendo hacia un destino que parecía sellado."Si no actúo ahora, él no tendrá ninguna oportunidad,"pensó, apretando los puños hasta que sus nudillos se volvieron blancos.
El anciano lo observaba con una mezcla de curiosidad y desdén,como si estuviera viendo a un animal acorralado que no tenía más opción que atacar.
—¿De verdad estás dispuesto a convertirte en un traidor, Henry?—preguntó, su voz cargada de veneno—.¿Todo por ese inútil? Piensa bien lo que estás haciendo. Esto no es solo por ti; es por el legado de nuestra familia.
Henry lo ignoró.Ya no escuchaba las palabras del anciano; eran ruido, un zumbido molesto que no podía distraerlo de lo que realmente importaba.El rostro de Bernardo apareció en su mente,no como el adulto roto que ahora era, sino como el niño que alguna vez había mirado a su padre con admiración, esperando aprender de él. Ese recuerdo fue suficiente para solidificar su resolución.
—Incluso si tengo que enfrentarme a todos ustedes, no traicionaré a mi hijo otra vez.—Henry habló, su voz baja pero cargada con una autoridad que hizo que incluso los más valientes de los presentes contuvieran el aliento.
El anciano rió, un sonido frío y vacío.
—Entonces muere como el iluso que eres.
Sin más advertencia, Henry desató su maná con un movimiento explosivo,la energía brotando de él como un torrente incontrolable, llenando la habitación con una presión abrumadora.Los subordinados se tambalearon, sus cuerpos temblando bajo el peso opresivo de su poder.
—¡Protéjanlo!—gritó uno de ellos, pero el miedo en su voz traicionó cualquier valentía que intentara demostrar.
Henry avanzó un paso, cada movimiento cargado de intención y amenaza.Sus ojos estaban fijos en el anciano, pero su corazón estaba con Bernardo. Sabía que esta batalla no sería solo por su hijo, sino por redimirse a sí mismo, por intentar corregir al menos una de las tantas atrocidades que había permitido.
La habitación se llenó con el rugido de su maná, y la batalla estaba a punto de comenzar.
Con un profundo suspiro, Henry extendió su mano al vacío.En el aire frente a él, un anillo rojizo comenzó a formarse, chispeando con destellos intensos como si el espacio mismo estuviera desgarrándose.Era más que un portal; era una declaración de intenciones, un vínculo con algo que trascendía la realidad.Al abrirse completamente, el anillo dejó entrever el objeto que aguardaba en su interior, su presencia irradiando un poder abrumador.
Con un movimiento decidido, Henry alargó su brazo y tomó lo que parecía ser un fragmento de un mito perdido.La espada que emergió brillaba con un resplandor etéreo, sus bordes tallados con runas que parecían respirar a medida que la hoja se movía. Erauna reliquia de oricalco, un material que, según las leyendas, solo se encontraba en los confines del mundo, allí donde el sol se oculta para morir. Su simple aparición hizo que el aire a su alrededor vibrara, cargado con una energía palpable que erizó la piel de todos los presentes.
La hoja, afilada como la voluntad misma de Henry, emitía un brillo sobrenatural,reflejando la tormenta que rugía en su interior. La espada no era simplemente un arma; era un símbolo de las decisiones que había tomado, de los sacrificios que había hecho y de las líneas que estaba dispuesto a cruzar.El resplandor rojizo del portal aún titilaba detrás de él, como un recordatorio de que no había marcha atrás.
El anciano entrecerró los ojos, estudiando a Henry con cuidado.Sabía lo que representaba esa espada; no solo era un arma formidable, sino también un recordatorio de las antiguas tradiciones y secretos de la familia Q'illu.Carlos, por su parte, retrocedió un paso, consciente de que el aura de la espada y la presencia de Henry no eran algo que pudiera tomarse a la ligera.
—Parece que finalmente estás dispuesto a tomar esto en serio, Henry,—dijo Carlos con una sonrisa tensa, intentando ocultar el nerviosismo que comenzaba a filtrarse en su voz—.¿Crees que esa hoja va a cambiar el destino que ya está escrito?
Henry lo ignoró,sus ojos fijos en la espada mientras la alzaba, sintiendo cómo su peso físico y espiritual se fundían con su propia determinación.Era como si el arma entendiera su propósito, resonando con un poder que respondía a su rabia y a su amor.
—Esto no es por el destino, Carlos, ni por la familia Q'illu.—Su voz resonó firme, cargada de una intensidad que hizo eco en cada rincón del lugar—.Esto es por mi hijo, por Bernardo, y por mí. Y si tengo que derribar todo lo que construí para salvarlo, que así sea.
La energía alrededor de Henry creció,envolviéndolo en un aura que parecía desafiar la opresión del ambiente. La espada, ahora completamente despierta, dejó escapar un zumbido bajo, como si estuviera ansiosa por cumplir su propósito.Los subordinados que aún quedaban se miraron entre sí, aterrados. No estaban preparados para enfrentarse a un hombre que parecía haber dejado atrás todo miedo y vacilación.
El primer paso que dio Henry hacia Carlos y el anciano resonó con una autoridad incuestionable,un preludio del caos que estaba a punto de desatarse. En ese momento, Henry no era simplemente un hombre; era una fuerza que no podía detenerse.Y el resplandor de la espada iluminaba su camino hacia lo inevitable.
A los ojos de los presentes, Henry ya no era un hombre; era un demonio encarnado, una manifestación viva de furia y desesperación.La intención asesina que emanaba de su cuerpo era tan densa que parecía materializarse,envolviendo a todos con una sensación sofocante,como si la muerte misma hubiera tomado forma para caminar entre ellos.
La espada de oricalco reflejaba la luz tenue del lugar, pero lo que brillaba en su superficie no era solo el metal ancestral; era un reflejo sangriento,un eco de las emociones violentas que se arremolinaban dentro de Henry.La sangre imaginaria que parecía manchar la hoja era la personificación de la masacre que todos sabían que se avecinaba.
Los subordinados de Carlos, que hasta ahora habían mantenido una postura estoica,comenzaron a retroceder involuntariamente.Sus piernas temblaban mientras la presión que Henry ejercía les drenaba la fuerza de voluntad.Uno de ellos dejó escapar un jadeo, apenas audible, pero lo suficiente para romper el silencio.
—¿Qué... qué es esto? —susurró uno, con los ojos desorbitados, mientras sus manos temblaban al empuñar su arma.
—Es una ilusión... —respondió otro, intentando convencerse—. Solo está jugando con nuestra mente.
Pero no era una ilusión.La atmósfera misma había cambiado, tornándose opresiva y pesada, como si el aire estuviera impregnado de la intención asesina de Henry.Cada respiración era un acto de resistencia, cada latido del corazón, un recordatorio de lo cerca que estaban del abismo.
Carlos, que se mantenía firme, sintió un escalofrío recorrerle la espalda.Sabía lo que estaba viendo, pero también sabía lo que significaba: Henry había cruzado un umbral del que ya no podría regresar.Por un breve instante, se permitió un destello de orgullo oscuro; su discípulo había alcanzado un nivel de poder que superaba incluso sus expectativas.
—¿Es esto lo que quieres mostrarme, Henry?—dijo Carlos, rompiendo el silencio con una sonrisa tensa, aunque su voz no lograba ocultar del todo el nerviosismo—.¿Un hombre que ha dejado de lado su humanidad para convertirse en un monstruo?
Henry no respondió.Sus ojos ardían con una intensidad que desmentía cualquier rastro de duda.En su mente, no quedaba espacio para las palabras; solo existía el propósito.Cada paso que daba hacia Carlos y el anciano parecía hacer que el suelo mismo temblara bajo sus pies, como si el mundo reconociera que estaba frente a algo que desafiaba toda lógica.
La presión aumentó, y el anciano dio un paso hacia adelante, alzando una ceja con evidente interés.Su mirada fría y calculadora evaluaba a Henry con precisión clínica, como si tratara de descifrar cuánto tiempo podría mantenerse en ese estado antes de quebrarse.
—Impresionante, Henry,—dijo el anciano con una voz gélida, cargada de una calma que contrastaba con el caos que lo rodeaba—.¿Pero realmente crees que esa furia descontrolada será suficiente para salvar a tu hijo?
Henry apretó los puños, y el brillo en la espada pareció intensificarse,como si la hoja respondiera directamente a su furia contenida.La sed de sangre que emanaba de él alcanzó un nuevo nivel,y algunos de los presentes cayeron de rodillas, incapaces de soportar la opresión.
—No es suficiente,—murmuró Henry, su voz resonando como un trueno contenido—.Pero será suficiente para acabar con cualquiera que intente tocar a mi hijo.
En ese momento, todos entendieron una verdad aterradora: no estaban frente a un simple hombre.Estaban frente a un depredador dispuesto a destruir todo a su paso.Y ninguno de ellos estaba preparado para enfrentarlo.
Henry levantó la espada, y su resplandor rojizo parecía intensificarse, como si se alimentara de la magnitud de sus palabras. Su voz, profunda y cargada de un poder antiguo, resonó en el lugar como un rugido celestial.
—Esta espada ha acabado con millones de caminantes del vacío,—declaró, su tono teñido de una mezcla de orgullo y amenaza—.He desgarrado continentes con un solo golpe, hecho hervir océanos enteros bajo mi ira. Mis manos han erradicado especies completas en las interminables guerras contra los imperios espaciales.
El peso de su declaración cayó sobre los presentes como una montaña, aplastando cualquier intento de cuestionarlo.Algunos de los subordinados que aún se mantenían en pie retrocedieron instintivamente, sus rostros pálidos como si acabaran de presenciar la llegada de un cataclismo.
—He destruido.—La palabra pareció cortar el aire como una daga—.He aniquilado. He obliterado.
Cada término salía de su boca como una sentencia de muerte, mientras la espada parecía cantar con un eco gutural, como si recordara con deleite cada acto de devastación que había ejecutado.
—Mundos y estrellas han caído por mis esfuerzos.
Un silencio absoluto siguió a su proclamación, un vacío tan opresivo que incluso el sonido del viento parecía haberse detenido por miedo.La mirada de Henry atravesaba a todos como una hoja afilada, dejando claro que no había exageración en sus palabras.Era el portador de la ruina, y esa espada, el instrumento de su voluntad.
Carlos tragó saliva con dificultad, su usual máscara de confianza comenzando a desmoronarse.El anciano, sin embargo, permaneció inmóvil, aunque sus ojos mostraban una chispa de reconocimiento, como si estuviera midiendo hasta dónde llegaría ese poder.
—Impresionante, Henry, pero...—intentó hablar Carlos, pero su voz se quebró al instante, incapaz de sostenerse ante la presencia titánica de su antiguo discípulo.
—No hay "pero", Carlos.—Henry avanzó un paso, su espada dejando un rastro de energía abrasadora en el suelo—.Si creen que sacrificaré a mi hijo para satisfacer su codicia, entonces conocerán el destino de aquellos mundos y estrellas que se atrevieron a desafiarme.
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